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la altura del mar siempre está a la altura de mis ojos
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más calmado
sonrío
un cuerpo detrás del huracán
donde sonrío
porque ya solo quedamos yo y el tiempo
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(Tenéis 10 años, ya es hora de que os cuente una cosa...)
Acercándose a la pared
tierra meliflua
hubo también un reloj así
hipóstasis del lobo y sus movimientos segmentados,
como un cervatillo en la no-consciencia de la muerte besa a su madre inmóvil
o como un insecto prehistórico y ciego pero ojos insospechados (ojos de otros tiempos)
nos arropamos con esta manta
acaricio los bultos de noche que me acompañan en el salón
la pared pintándose como la sombra suele hacer
Voces que solo oímos en el tamborileo subjetivo de una canción
comida color arena. agua escondida en la leche.
"ayer vi un par de ojos entre el hollín, ahora creo en la existencia del espíritu del fuego"
como una aguja acariciando una espalda
susurrábamos (susurrar es una palabra bonita porque suena a susurro)
dentro del armario, dentro de la linterna.
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miedo de las paredes
sus mudas y exoesqueletos
efímeras
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mudando la piel de otro armario
hipóstasis del ángel de tu habitación
como una premonición, un aviso
y no volver al mar recuerdo
pero peces imaginarios justo en el resquebrajo de la refracción
en la herida visible del agua
¿que es si no una transformación?
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LOS AGUJEROS DE LA CAJA DE CARTÓN SON ESTRELLAS EN EL GUSANO DE
SEDA.
Donde el desgarro pudiera crear nuevos fondos, un biathanatos preguntando en pequeños
aguijones el generar de matices desveladores del ensueño. Aristas simbólicas de los astros.
Casas de cartón. Mora la crisálida. El paladar ungido de estrellas.
Así sospechaba el gusano de seda, que hasta que no fue polilla no obtuvo la libertad de las
tardes de aquellos niños capturando hojas de moral.
Su aliento contra la boca, sosteniendo su propia inmortalidad creadora de la presencia de
un vaho perenne, arcaico fuego en trueque, arcaica oruga de geología feérica.
La cosmología de una mano demiúrgica, destornilladores de punta estrellada enlazados a la
consciencia del auriga griego, impulso de lo espontáneo, precisión templada. Atravesar los
muros con un gesto tan amable como cruel, catalizador de la metamorfosis del esclavo
egipcio. Condición de la espina de oro, no del niño entre el humo desde unas vigas sin
recorrido, no encrucijada de la fuente herrada y errante del arcoiris, no del candado de
aquella puerta ahora desecha sobre la que inserta su nido ese pájaro pardo y negro.
Sí la columna vertebral de los alquimistas, cuna del límite. Sí los soles seccionados
anunciando presagios sobre el horizonte y sobre el sí acurrucado de un bómbido, tejido
presente, canción perdida.
Ahora queda: de la crisálida una huella de cal. Estrellas percutiendo sin memoria.
En su envés: motas de carbón, trampas de luz.
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Existe un azul jamás azul, un ave jamás ave, quizás una máscara,
duda errante de la crisálida sobe un campo de trigo deshaciéndose,
y un óxido errante oracular.
¿De donde heredamos este no-habitar?
Los cuerpos celestes ríen, arrojan como piedras fosfenos
e insectos biolumínicos
la luz allí donde se rompe se puede comer.
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Dos figuras en ascensión se devoran.
¿Cómo se respira con el pecho hecho lava?
El encuentro de mamá con las fauces,
si no fuese por esos dibujitos encontrados en la calle y aquí reproducidos...
dibujitos a medio camino entre roca y mar
entre chien et loup y un ojo inflamable que se dedica a lanzar el corazón masticado por la mirada
en el mismísimo instante de la muerte.
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El rostro del carnero se volvió cueva, la casita se volvió queso,
el ocre, ebullición, un vestido rojo sobre una niña en puntillas
cuyo rostro es un corte, sonríe,
acariciando al perro, sonríe, de las orejas rígidas.
Flor desnaturalizada como un gesto en lo más alto (quizá Belén). Tiene algo de piel.
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El pájaro se volvió nido
el nido se volvió arañazo
a partir del pico todo se vuelve marmita
Ícaro como el colgado
Ícaro un ángel que se ha roto la escápula
en fondo y la figura caníbales en escala acromática
KEPLER QUARTET.
no hay flores, pero sí garabatos de un niño
sólo tallos que se autocensuran
(suena una cigarra abandonada)
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Espumarajo cayendo desde los dientes del caballo como una cascada viscosa
cayendo por delante de las pezuñas que presagian el golpe ,
tropiezan conformando la cueva por la que un niño-conejo asoma,
manojo de pezuñas, araña boca arriba.
Arriba, las estrellas son tachones azotados por
san Jorge y el dragón, que son un trapo estrujado,
la Luna es solamente una herida de luz,
y un rostro de piedra anuncia el nacimiento de la vegetación.
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Vórtice de la penumbra, estudio del exoesqueleto de un perro que emerge contra el límite.
La representación hecha un nudo anida sobre un levitar imaginario de líneas como cuerdas del que jirones de ropa tendida cuelgan cantando la letra del desahorcado.
Penumbra sobre una ola rígida. El contorno se convierte en vacío.
Paisajes escupidos de fantasmas que ya no se recuerdan.
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un mapa que se desmigaja
por las grietas en lo que algo crece
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