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Aprender a hablar idiomas, nunca ha sido mi fuerte. Puede que cuando era más pequeña sí, pero ahora es algo que me cuesta un mundo. ¿Será que la poda sináptica me pilló tarde? Puede ser. O quizás no me esfuerzo lo suficiente. Lo que está claro es que aprender a hablar un idioma nuevo, empieza por cambiar el chip e intentar dejar de traducir todo a tu lengua materna. No solo las palabras, sino la estructura. Negarte a partir de la base de que la esencia es diferente e intentar verlo desde los esquemas de tu propia lengua, lo único que conseguirá será liarte más y reforzar la visión de que sea imposible.
Algo parecido pasa entre personas que piensan diferente. O que sienten diferente. ¿Cuántas veces hemos intentado entender a alguien que se escapa a nuestros esquemas, desde nuestra propia óptica? Pues como con los idiomas, será más que complejo. Intentar comprender a alguien que funciona de distinta forma a la nuestra, analizándolo desde nuestra perspectiva, con nuestra forma de ver la realidad, no sólo será difícil, sino que será inútil. Te lo adelanto ya: te costará. Te costará mucho. Y la mayoría de las veces te será imposible. No porque no haya esfuerzo, sé que te esfuerzas. Mucho. Mucho más de lo que tu paciencia te lo permite. Pero igualmente será en vano. Y entonces, cambiarás de estrategia e intentarás verlo según su perspectiva, pero aún así no lograrás entenderlo. “¿Por qué? Si yo me esfuerzo”, dirás. Pues por una razón muy sencilla, a la vez que jodidamente insultante a nuestro raciocinio: por mucho que te esfuerces en analizarlo desde su punto de vista, los razonamientos que harás durante y a posteriori, seguirán siendo bajo tu juicio, bajo tus esquemas. Bajo tu forma de ver la realidad. “Y, ¿qué he de hacer para entender?”, te preguntarás a estas alturas. Intentar analizar y entender menos. Sí, lo que lees. Pero no cabe duda que sería un despropósito si viniese aquí con las manos vacías, simplemente para decir “aguántate”. Así que ahí va. Atento: acepta. Sí, esa es la clave, acepta más y esfuérzate menos. Acepta que no todos funcionamos por igual y que lo que bajo tu perspectiva es un despropósito, para otro no solo no lo será, sino que puede que ni lo aprecie. Pero sobre todo, acéptalo, porque sin duda, será mucho más fácil que llegues a aceptarte tú con él y tú contigo.
Puede que todo esto sea una tontería o puede que, si tienes la suerte de al menos coincidir en que vuestra lengua sea (el) romance, quizás aún hablando idiomas diferentes, lleguéis a entenderos igual.
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Las estaciones de buses son deprimentes. Las de tren suelen ser más bonitas.
Prefiero los buses a los trenes y cómo el cuerpo se amolda a los caprichos de la suspensión. A mi cuerpo le sienta bien, a no ser que monte nada más acabar el desayuno. Aunque no siempre cojo buses por la mañana. Podría ser después de merendar.
Aún así prefiero los buses porque vamos todos mirando en la misma dirección y eso me asegura (a no ser que vaya detrás y haya un personaje con cuello de moucho) que nadie me esté mirando ni a mí ni a mis rumiaciones.
Y es que la carretera te invita a pensar. Es como un día de resaca, así que imagina montar en bus un domingo. Olvida salir cuerdo.
A veces es como un 1 de Enero. O de Septiembre. Lleno de autopromesas de cambio, de quemar etapas, de desechar lo tóxico. Otras son como un 31 de Diciembre o un 31 de Agosto, recordando absolutamente todo lo que te come por dentro.
Lo que tienen todos los viajes en común es ese "cinco minutos más" de entre las sábanas de un lunes a las ocho. Y es que, ¿cuánto debería durar el viaje perfecto para ordenar las ideas o bien emborronarlas de forma magistral? Un Pontevedra-Santiago se me hace corto. Quizás estaría mejor un Santiago-Lugo. Esa gente debe gozar de una mente privilegiada.
A nadie le debe gustar llegar. Y no me malinterpretéis, me refiero a los viajes rutinarios. Los que te llevan a casa, al trabajo. En resumidas cuentas: los que te llevan a tu vida.
Créanme cuando digo que si a nadie le gusta llegar es por un único motivo. Una vez llegas, tienes que hacer cosas.
Enfrentarte a tus promesas y a tus demonios. Volver a buscarlos y perderte en ellos.
Y es que eso mismo es lo que nos gusta de los viajes. Que no se acaben, que sean eternos y que podamos permitirnos el lujo de vivir en ese túnel temporal de forma infinita.
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Que se expanda en vertical, ascendiendo. Que tu cabeza se vuelva globo de helio y se eleve a base de contradicciones e historias consentidas.
Vivir a base de fotos del verano pasado. Hacer de tu memoria a largo plazo la mejor tienda de nostalgia de la ciudad.
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El momento antes de que suene el despertador. La armadura hecha nórdico. La luz tramposa colándose entre cada listón. Telas de araña en los ojos y tú preguntándote si tendrás algo para desayunar en la nevera.
La respuesta seguirá siendo “no” hasta que decidas ir al supermercado. No lo decidas un domingo.
¿Y ahora qué? Que se pasen. Las horas, los días, las ideas y los delirios. Y que llegue la playa y hacer el muerto en el mar y la lagarta en la arena. Cuanto más inerte, más viva me siento.
Decía Everett Hale algo así como que aunque solo fuera uno y no lo pudiese hacer todo, no quería dejar de hacer el “algo” que sí podía. Pero después de hacer ese algo muchas veces, mejor tira la toalla. Desde la arena todo es mucho mejor.
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Si partimos de las ganas, el asfalto queda lejos.
Tan lejos que apreciar la indiferencia deja de ser insultante.
Pero.
Nunca han hecho camas tan altas como para que
tirarse al vacío deje de ser indoloro a medio camino.
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Si pruebas a exhalarlo todo (muy despacio) y aún te quedan ganas de volver
a probarlo todo,
acuérdate de ti,
que de nosotros ya lo hago por los dos.
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No quiero. No quiero y no quiero.
Quédate y no te vayas de mi lado que yo me muero de amor. Patidifusa, ocaborrosa.
Verano, te quiero.
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Las mañanas, tardes y noches.
Cual lagarta, que queme. La arena debajo, que rasque. La brisa baja y el agua que corte poco. Porque va a cortar. Ctrl+x y adiós piernas. Que nos corte y que la piel nos sepa a sal. Que nos piquen los ojos y que el bocata se llene de arena.
Que no me quiten la vitamina mar.
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Tengo hora con el médico para morir.
Hazme zumo de naranja como todos los días pero con un chispazo.
Dime que después de todo, mereció la pena.
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El arte de encender el cigarro por el filtro y otros efectos secundarios del realismo mágico.
Corría el verano de 2015 (digo corría porque ya estaba extasiado), donde la tanorexia brillaba por su presencia y las ganas de comerse el mundo a bocados ponían en riesgo cualquier dieta milagro. Traficar con chismorreos o hacerse de oro con el chinchón en el chiringuito se asemeja la mejor forma de ver los relojes consumirse y derretirse, que los minutos bajo el sol pasan más despacio y bajo el manto de la noche todos acabamos estrellados. Con una rubia. Me refiero a las de espuma. Ya me entendéis.
¿Dónde estaremos en diez años?
Huele a agosto, que Dios nos coja bronceados.
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“ (...) te amo como se aman ciertas cosas oscuras, secretamente, entre la sombra y el alma. “
Pablo Neruda.
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Hay ojos que miran, -hay ojos que sueñan, hay ojos que llaman, -hay ojos que esperan,
hay ojos que ríen -risa placentera, hay ojos que lloran -con llanto de pena,
unos hacia adentro -otros hacia fuera.
Miguel de Unamuno.
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Y la ciudad, ahora, es como un plano de mis humillaciones y fracasos; desde esa puerta he visto los ocasos y ante ese mármol he aguardado en vano. Aquí el incierto ayer y el hoy distinto me han deparado los comunes casos de toda suerte humana; aquí mis pasos urden su incalculable laberinto. Aquí la tarde cenicienta espera el fruto que le debe la mañana; aquí mi sombra en la no menos vana sombra final se perderá, ligera. No nos une el amor sino el espanto será por eso que la quiero tanto.
“Buenos Aires”, Jorge Luis Borges.
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Debe ser el tiempo, las ganas o el martillo de verano. La caña con los tuyos. Dos. Tres.
Cuatro.
La Semana de los Iluminados agota.
Invoquemos a Santa Paciencia y que sea lo que E.T. quiera.
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