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marinamuzsi · 5 years ago
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Quédate así para siempre
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Hoy, mientras paseaba, te escuchaba y te pensaba Y te me has presentado Tan bonita Tan vacía Tan calmada Tan, tan llena de vida.
He emprendido entonces el camino de vuelta a ninguna parte Mirándote los adoquines, y las ventanas y los tejados Y en la calle del Factor te me has caído de las manos Y he recordado todo lo que me has hecho Y he sentido entonces que nunca te voy a perdonar.
Me has engullido y me has diluviado encima Me has arañado y mordido el alma Me has contaminado los pulmones Y me has abrasado con tus prisas Me has arrastrado a tus insomnios Me has arrebatado la alegría Me has besado en el N5.
Me has llevado de la mano y me has abandonado a mi suerte en el cruce de Ventas, con la M30 rugiendo bajo mis pies Me has despertado con el barrio que despierta Me has follado en la mesa de la cocina Me has descubierto batallando con el sol, pintándose justo aquí, entre mis sombras, persiguiéndolas, según iban pasando las horas.
Me has consumido Me has arrancado la inocencia Me has conducido, con los ojos vendados, hasta una azotea de abulia Me has escupido y me has obligado a huir de ti Y sin embargo, a ti regreso.
Y en esta noche fría de junio te he vuelto a ver como alguna vez te vi Estoica Humilde Y te he sentido tan indefensa Tan vulnerable Tan de verdad Que me ha entrado un miedo terrible de perderte.
Y se me ha olvidado por un momento todo lo que me has hecho Al pensar que la belleza podría salvarme en esta noche Y he querido entonces guardarte en mi memoria como guardo todo lo que amo con cierto egoísmo que es, permítanme que lo diga, la única forma en la que sé amar.
      ...............................
Que no vuelvan a pisarte Que nadie te vuelva a retratar Que no conozcan tus veranos Que no descubran tus luces Que no sientan tus sabores Que no te encuentren en primavera Que no desgasten tus colores Que no ensucien tus aceras Que no te vean amanecer.
Hoy, mientras paseaba entre tus calles de pura noche, Te he mirado y te he visto Tan bonita Tan vacía Tan calmada Tan cerrada Tan llena de vida.
Me gusta tanto cuando llueves…
Quédate así para siempre Para mí, para este gato arrabalero que se afana en atesorar los para siempres y siempre se golpea contra la misma puta pared. Porque ni los libros, ni los atardeceres, ni el gas de los mecheros, ni los orgasmos, ni la sed lo son.
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marinamuzsi · 5 years ago
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Me duele el corazón Pero puedo contártelo.
No te lo puedo contar porque tú hablas y hablas y yo aquí no quepo. No tengo hueco ni tampoco fuerzas para pedírtelo.
Y entonces te miro, y me quedo así, pequeña, sonriéndote desde fuera de este cuarto.
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marinamuzsi · 5 years ago
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Un puñao de sensaciones
Los pulmones tranquilos tras el humo de un cigarro Las manos frías El cerebro ardiendo La gente muriendo La sensación de que en cualquier momento te vas a desplomar y no va a haber nadie que acuda a socorrerte que se dé cuenta de que faltas Meter el dedo en el tarro del azúcar para subirte la tensión
La sensación de desgañitarse corriéndote   La catarsis que solo llega con el llanto desbordado del orgasmo más salvaje y solitario La de volver a correrte para calmar la ansiedad Ese mareo tan fuerte que solo se va a pasar vomitando Arrancándote de cuajo el estómago Este infierno en la barriga El impulso de saltar
La sensación de escapar para ponerte a salvo entre las flores que no crecen en las aceras de Madrid Una rosa naciendo en cualquier mañana de abril Amarilla. Blanca. Roja El esqueje hecho árbol El tiempo, pasando Un abrazo. Dos. Ocho La performance de la fortaleza
El miedo a volar A no volar A no encontrar las palabras A verme, pero no A que no me quieras A que se me rompa un vaso y que cortarme no me asuste A la sangre entre mis piernas A la vida que se abre paso en esta primavera acristalada
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marinamuzsi · 5 years ago
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19 de abril de 2020
El otro día sentí el impulso de correr, pero se acabó desvaneciendo.
Los impulsos. Las historias, los relatos. Son lo único que me alivian, que le arrancan un poco el tedio a la monotonía —y no hablo de la monotonía que muchos confunden con aburrimiento en estos días de encierro—.  Ver cómo se cuela el sol, cómo su luz se pinta justo aquí, entre las sombras; ver cómo juntas batallan, persiguiéndose según van pasando las horas, como si se hicieran el amor sobre la alfombra del salón, a mí me sobrecoge. Me resulta algo terriblemente bello. Pero no. Yo no hablo de aburrimiento; hablo del tedio que supone encabalgar, como si de un puñado de versos de tratase, un año y otro. Y otro. Y otro, sin ambicionar nada en concreto. Sin tener ningún propósito, porque sabes que al final los dejarás todos a medias. Solo buscando impulsos, historias y relatos; la emoción por una emoción que recuerde que sigues teniendo sentido.
Por eso les pido a mis amigos que me envíen fotografías de sus ventanas. Porque brota en mí el impulso de pintarlas en un ejercicio por imaginar lo que están sintiendo tras ellas. Yo, cuando miro a través de la mía, no veo nada. Pero como digo, no es algo propio de estos momentos de confinamiento, porque ahora que nos ha sido negado, no siento en mí más ganas de salir que antes del encierro. Tal vez porque antes de que todo esto pasara yo ya me había empezado a morir, y, tal vez de ahí, el anhelo de volar. Pero ahora, ni siquiera eso. Ahora estoy aquí, protegida y ensimismada mientras se follan en mi cuarto la luz de primavera con este abril de cielos grises.
¿Qué hay tras la resaca de los impulsos, las historias y los relatos? El amor y la herida; la extenuación, me respondo. La angustia y la frustración, la búsqueda compulsiva por la emoción, que es, por definición, movimiento. 
El otro día sentí el impulso de correr. Creo que era martes. Y también esto se acabó desvaneciendo.
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marinamuzsi · 5 years ago
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15 de abril de 2020
Alguien me dijo una vez que fumaba para sentirse vivo. Que cuando empezaba a sufrir – y sufría irremediablemente- encendía un cigarro y que eso le ayudaba a concentrarse en sus pulmones. Yo pensé entonces que qué manera tan ridícula y frívola de ponerlos en valor, pero lo cierto es que me quedaba absorta a cada calada que daba. Pareciera como si realmente tuviera sobre él un poder sanador cada tiro que le daba al cigarro. Como si así le robase tiempo al displacer.
Hoy siento que fumar es un acto íntimamente ligado a la estética del dolor. Y no empleo aquí el concepto en su connotación de búsqueda de la belleza o la armonía, sino que aludo con él a una experiencia sensorial. A la gestión del caos; a, en última instancia, la ilusión de control sobre el dolor propiamente infundido.
P. me ha dibujado fumando. Es la imagen que tiene de mí. Es así como ha querido recordarme. Me pregunto si mientras me pintaba reparaba en algo de esto del sentirse y el dolerse y el matarse. Yo no pienso en otra cosa.
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marinamuzsi · 5 years ago
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10 de abril de 2020
Esta mañana, al levantar la persiana, me he acordado de ti. También lo hice ayer, justo antes de bajarla para ir a dormir. Me gustaría contarte que no puedo dormir con luz, pero tampoco sé si este detalle será de tu interés. Hoy no ha empezado todo, pero tampoco es el final, que diría la canción. El caso es que, al levantar la persiana, justo después de pensar que tenía que regar las plantas, te he pensado, y entonces me ha preguntado por ti el pájaro que llevo dentro. ¿Quién es?, me interpelaba con sorna el maldito pájaro mientras replegaba sus alas y se acomodaba dentro de esta jaula que es mi cabeza.
¿Quién es?, repetía yo para mis adentros. ¿Quién eres?, querría preguntarte. Me gustaría desprenderte del equipaje que imagino que arrastras y ver más allá de como quieres que te vea. ¿Quién eres?, me pregunto una vez más. Y entonces vuelvo al punto que se me enquistó en abril de 2010: el ruïdo que me embrolla la cabeza y que siempre nubla lo que me invento.
Para serte sincera, entre tantas otras cosas, tus bromas me parecen ridículas. El único motivo por el que sigo aquí es porque quiero saber qué hay debajo de esa careta, imagen que en nada me interesa. Lo que me interesa es la verdad. La vulnerabilidad. La historia. Me resisto a pensar que bajo esa capa de piel no hay nada más que toda la indolencia insolente que te cabe en el ombligo. Tal vez lo único que me interese sea solo el dichoso ruïdo.
Quiero saber cómo haces para calmar el dolor cuando te duele la barriga. En quién piensas cuando te vienen las tormentas. Qué o quién habita tus miedos. Quiero saber cómo aliñas la ensalada: si le pones vinagre, aceite y sal; aceite, sal y vinagre; sal y aceite, o aceite y sal, porque el vinagre no te gusta, pero el orden de factores en este caso sí condiciona el alimento. Si te gustan las aceitunas. Si, como yo, aborreces el pimiento. Si duermes con calcetines en invierno y en verano o si siempre tienes tanto calor que por el contrario duermes sin ropa. Si, simplemente, no puedes hacerlo por el insomnio que te habita, como puede que te habite aquel recuerdo del verano de 1998, o como a mí me habita la angustia. Si te gustan las películas de animación; si prefieres el cine francés o el italiano o las series o el porno. Y por qué. Si dibujas o escribes; o si dibujas y escribes. Y no necesito que lo compartas conmigo, forma esto parte de tu intimidad. Solo quiero saber si lo haces. Si con ello le encuentras sentido a tu existencia, o si al menos el soporte sobre el que te plasmas te ayuda a calmar la ansiedad. Cómo era la casa de tu infancia. Cómo pasabas tus veranos. Si hacías, como yo, cuadernos Santillana y si leías libros en la playa.
Son solo algunas de las cosas que me gustaría saber de ti. Por eso no me muevo. Yo… yo tengo en el estómago una primavera constreñida. Y querría enseñártela, porque cuando la dejo ir, me aparecen los colores más saturados y brillantes, y es entonces cuando siento en mi interior el mundo y el arraigo y el poder de la belleza; y esto me pasa así porque soy adicta a un cierto tipo de tristeza. También tengo algunos miedos, unos cuantos recuerdos escondidos entre las páginas de un libro y una costra que me arranco a cada cierto tiempo. Me encantaría poder enseñártelo todo, pero no entiendo por qué, porque tus bromas me parecen ridículas y me haces sentir terriblemente sola. Creo que estás enfermo de nostalgia y egolatría... Creo que los dos lo estamos. 
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marinamuzsi · 5 years ago
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5 de abril de 2020
Ven. Pasa, no te quedes en la puerta. Puedes quitarte los zapatos, si quieres. Ponte cómodo. Lo que necesites, pídemelo. O búscalo tú mismo. Demasiado has hecho ya viniendo hasta aquí. ¿Puedes ayudarme a cerrarla? Hacía tiempo que nadie venía.
Pasa, no te quedes en la puerta. Puedes sentarte aquí. ¡Ah! Cierto. Mira, está justo aquí. A ver, no digo que mires de mirar; a lo mejor no lo ves a simple vista porque en verdad tampoco es muy perceptible, y y mucho menos sin a penas conocernos. Es un mirar más en sentido figurado; un mirar de sentir. Tal vez te asuste tanto lo que descubras que tu impulso posterior no sea otro que la huida. Pero bueno... Tú decides. Dame tu mano. Con cuidado, no te cortes. ¿Ya lo notas?
Aquí están las ganas de aprender a volar. De ser tan grácil como esas golondrinas que ya no anidan en el patio de la que durante 24 años fue mi casa. De elevarme y planear y así mantenerme, sin moverme. De ser una gaviota.
Siempre me han fascinado las gaviotas. Ver cómo se quedaban suspendidas encima del mar. Recuerdo los agostos con ojitos de niña, mirándolas, absorta, amando sin saberlo aún la simple idea de su vuelo contra el viento que se levantaba algunas tardes. Si ahora los cierro, visualizo la playa donde he pasado todos los veranos de mi infancia. Huele a sal, y la arena me abrasa las plantas de los pies, y siento como el calor de la tierra me va invadiendo hasta alojarse en las manos, en el espacio justo entre las uñas y la piel, y entonces corro y corro hacia la orilla mientras la brisa me araña la cara y allí una ola me rompe y me lame con virulencia los tobillos. Y solo ese momento es el que me arranca de cuajo el ansia de las alas.
Pero los abro y no hay arena, ni mar, ni vuelo. Y vuelve entonces el desasosiego, porque intento elevarme con el viento que eleva a las gaviotas pero me descubro bordeando de puntillas el filo de un pozo al que me asomo y encuentro lleno de fracasos. Tienen la textura de la miel, pero saben a metal. Creo que ese es el sabor del miedo, que se me atraganta aquí, puntiagudo, justo al lado de la culpa. Tiene en mí lo que imagino un poder tan seductor que no me importa tener hierro en la boca. No veas si pesan las alas que no tengo. A veces, cuando veo que el metro se aproxima, siento el impulso de volverme pájaro. 
Ya ves, esta cabeza es una cárcel. Tengo miedo y vacío y pena. ¿Te quedarás cuando todo pase? ¿Me abrazarás? ¿Me morderás la mejilla? Cuando todo pase. Cuando pase la noche. Cuando pase la primavera en la ventana. Estoy constantemente esperando a que todo pase, y me quedo así, inerte, gritándole a una cama vacía. Vacía de sueños. Vacía de esperanzas. Vacía de mí.
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marinamuzsi · 5 years ago
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Recuerdo mi adolescencia llena de asfalto y música. Entre los 12 y los 16 me pasé la mayor parte del tiempo viajando de Yuncos a Madrid, de Madrid a Yuncos, de Yuncos a Toledo, y de Toledo a Yuncos. Entre trayectos también recuerdo los besos de mi abuela, que salía a la puerta de casa a desearme buen viaje, como si la distancia que separaba todos mis destinos se estirase a cada tanto si ella no salía a despedirme.
Mi rutina general consistía en meterme en el coche, ponerme los cascos, darle al play a la PSP que por entonces empleaba como mp3 y en fijar la mirada en la nada a través de la ventana.
Miraba sin ver. Aquellas vastas extensiones amarillas, verdes y marrones se me volvían cenicientas con la velocidad, y me aburrían irremediablemente. Como pasa con casi todo lo que se ama con cierto egoísmo. En 2016, como ejercicio me propusieron hacer un reportaje de paisajes. Se me cayó entonces esta adolescencia de música y asfalto, y le pedí a mi madre que me llevase de vuelta a la ciudad. Esta vez no hubo música, ni despedida.
Hoy he vuelto a estas imágenes. Pienso en los colores de mi infancia. No son los que pintan estas fotografías, pero sí son muy parecidos a como quiero recordarlos.
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marinamuzsi · 5 years ago
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Sobre la masculinidad, la falta de empatía y el #10ToquesChallenge
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Martes. 17 de marzo de 2020. Son las 08:00 de la mañana, y hoy es mi octavo día de confinamiento. Despierto y lo primero que hago es mirar al exterior, pero no de forma literal, no os vayáis a creer. Es demasiado pronto todavía como para asomarme a la ventana. Me refiero a que miro al exterior y lo hago a través de mis perfiles en redes sociales, que en estos días se están convirtiendo en una especie de narcótico: Facebook, Twitter e Instagram. Me sorprende ver que varios de los chicos a los que sigo en esta última plataforma están subiendo historias dándole patadas a un rollo de papel wc. Me quedo extrañada, pero como es tan temprano y aún no me he tomado el primer café del octavo día de encierro y teletrabajo, decido dejar el móvil en la mesilla y ponerme a desayunar. 
Comienza mi jornada y no dejo de pensar en esas imágenes. Me siento realmente molesta, y no entiendo demasiado bien las razones. Intento apartar esta sensación y centrarme en el trabajo. Pero antes hago un receso. Vuelvo a meterme en Instagram y este tipo de contenido no deja de aparecer. Tíos, tíos y más tíos dándole toques a un rollo de papel higiénico. Me enfado, y decido colgar la imagen que acompaña a esta publicación. Son varias las personas que interactúan conmigo; algunas de las cuáles me preguntan con sorpresa cuál es, a mi entender, la relación de todo lo que escupo. 
Pasan las horas y acabo mi jornada. Ya no siento el enfado de las 12:00 de la mañana; ahora me siento angustiada, y triste. Y ahora, que tengo tiempo para pensar por qué estas imágenes me han hecho sentirme así, pienso, y escribo. 
Siento, y pienso sobre lo que siento. Puedo estar totalmente cegada y equivocada, pero si hay algo en lo que realmente creo es en que el razonamiento y el debate nos llevan a la reflexión; y esa reflexión, mucho más en estos momentos, es el único motor del cambio.
Empiezo. En primer lugar, abordo al sujeto de mi crítica en masculino (“los tíos”) porque son ellos, como agentes, a quienes he visto haciendo el #10ToquesChallenge desde mi ventana de Instagram, que es privada. No digo con esto que sea un viral al que únicamente se estén sumando chicos, ni que “esto, el fútbol, sea solo una cosa de chicos”, pero sí son tíos todas las personas a las que yo sigo desde mi cuenta que veo que se suman a este reto.
Dicho esto, comienzo por el final. Por lo que he venido a llamar “SER MÁS GILIPOLLAS QUE NADIE”. Y lo he llamado así porque todo acto es simbólico. En este caso concreto, la lectura superficial del asunto no es más que una iniciativa “para paliar el aburrimiento o la desidia de estar encerrados a través del juego”. Y quiero llamar un poco la atención sobre el hecho de que no todo vale cuando estamos aburridos; que no todo vale para motivar a la gente. El problema es el cómo, y con qué. ¿Qué tiene de malo jugar con un rollo de papel higiénico? Pues que no somos conscientes del privilegio que es tener un papel específico para limpiarnos el culo después de cagar. Y digo esto porque yo, por ejemplo, que vivo en Madrid, he intentado ir a comprarlo en tres ocasiones y no lo he encontrado. Puedo jugar la baza de que a lo mejor no he ido en las horas adecuadas. Bueno. Vale. Pero el punto es este, y es bastante sutil: estamos aburridos y jugamos con algo que es un privilegio. 
Esto, para mí, denota el individualismo extremo de nuestra sociedad, la falta de conciencia de clase, y en última instancia, la falta de empatía. Seguramente, el rollo con el que muchas personas se han sumado al challenge acabará en la basura, o si no entero, seguramente sí las primeras capas, por estar en contacto con el suelo y con los pies. Me parece este un acto irresponsable. No sabemos si en unas semanas vamos a tener abastecimiento de bienes; nos han dicho que sí, pero la realidad es que no sabemos por cuánto tiempo vamos a estar abastecidos. Y no hablo de nuestra sociedad. O no sólo. Quien quiera entender, que entienda. ¿Veríamos de la misma forma inofensiva jugar con una pechuga de pollo recién comprada del súper? Posiblemente no; el pollo es un alimento que antes ha tenido vida, y con esto, con la “vida que nos sirve” (... para comer, porque el tema de los cuidados es ya otro melón a abrir), sí estamos, como sociedad, algo más sensibilizados. 
Recordemos que una de las vías para frenar el contagio de este virus y controlar la pandemia es la de lavarnos las manos: la higiene. Como último apunte, me gustaría traer una idea Xavier Aldekoa, corresponsal español en África ha vertido en sus redes. Apuntaba que: “Ya son 30 los países africanos con coronavirus. No sé si somos conscientes del riesgo. Quizás con otro dato se ve mejor: el 63% de África subsahariana —300 millones de personas— no tiene acceso a lavarse las manos con jabón. No hay un método más efectivo para evitar el contagio. Un matiz importante, la cifra del 63% se refiere a zonas urbanas de África Subsahariana. En las regiones rurales la cifra es incluso peor. La Fuente es Naciones Unidas.” Y nosotros, jugando al fútbol con rollos de papel, porque nos aburrimos, en vez de pensar cómo mierdas podemos salir reforzados de esta.  
Lo segundo es muuuuucho más sutil; tampoco tan sencillo de comprender a simple vista. Vuelvo a exponer que soy consciente de que este reto no únicamente lo han hecho los chicos, pero sí son todo tíos a quienes yo he visto desde mi ventana privada de Instagram. ¿Y qué relación tienen con el fútbol los conceptos de MACHO y HETERO?
El deporte tiene un enorme potencial socializador, y está profundamente relacionado con la construcción de las identidades personales y con cómo estas se ligan con la estructura cultural del entorno en que se socializan los individuos. (Me permito en este punto compartir un artículo muy interesante sobre la socialización de las mujeres en el deporte,  https://www.pikaramagazine.com/2016/03/deporte-y-feminismo-una-relacion-dificil/ )
El fútbol, en concreto, es un área social privilegiada de la constitución de la subjetividad masculina. Está sexuado; histórica y culturalmente tiene predominio masculino, aunque es cierto que en los últimos tiempos aparecen cada vez más mujeres que se dedican a ello profesionalmente y que transitan los espacios deportivos que hasta hace relativamente poco solo correspondían a los hombres. Eso no quiere decir que no haya habido mujeres a quienes les gustase, sin practicarlo, o mujeres ni sin aptitudes para ello, aun queriendo jugar. Por decirlo de otro modo, el fútbol es un espacio socializador heteronormativo.
Leí hace tiempo un estudio que decía que la función primaria del deporte es la de encauzar los instintos violentos del individuo y que esta función se complementaba con la de proporcionar “emoción” al ser civilizado, porque el proceso de civilización, aunque aporta planificación y reducción de la incertidumbre, requiere de él un gran “desgaste mental”, por exigir de él autocontrol en grado elevado.  
Me parece importante reseñar esto porque se complementa muy bien con cómo los individuos pasamos a formar parte de nuestra propia cultura. Lo que viene a llamarse socialización de género; es decir, cómo un hombre se construye como hombre, y cómo una mujer lo hace como mujer. La construcción de la identidad masculina hegemónica (lo que llamo MACHO) se basa en la dureza, la agresividad, la fuerza, la heterosexualidad y la expresión de las emociones bajo este prisma. Las mujeres, sin embargo, se construyen bajo el prisma de la sensibilidad, la compasión, la ternura y la sumisión de la feminidad hegemónica. Y bajo este “paquete heteronormativo de rasgos de género” se codifican las relaciones políticas y sociales.
Esto condiciona nuestra forma de relacionarnos en todos los planos. El acto, la acción “inofensiva” no ha sido el animar y concienciar a la gente de que no se sobreabastezca y que piense un poco más en el bien común, sino que juegue con lo que le sobra para matar el aburrimiento. Y sobre todo esto, sobre el qué, quién y cómo, es sobre lo que pretendo llamar la atención.
Y cada cual, que siga con su vida.
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marinamuzsi · 5 years ago
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Septiembre de 1936
Relato escrito para participar en el concurso #Heroínas, de @zendalibros e @iberdrola 
“Me matan. Se acaba este verano que nació ya agostado, y mi vida se va con él. Me la quitan el 28 de agosto. O el 3 de septiembre. O tal vez algunos días más tarde. ¿Importa tanto la fecha exacta cuando son mis ideas las que me devuelven a la tierra desde la que ahora escribo? Quizá sí, por las manos que ejecutan. Quizá no, y tal vez lo único que importe sea el odio que ordena su disparo. Tengo rabia y dolor y miedo en estos ojos que ya ni me lloran y, aun así, desde aquí beso la mano que me apunta. Silencio.
Mi cabeza, mi forma de vivir, me llevan a esta tumba de lirios que hoy no existe. Sin mito ni rito. Yo no existo, si no hay recuerdo. Qué os incumbe si fui fulana por placer. Planteaos si es el hambre lo que empuja a mis hermanas a dejarse de lado su deseo. ¿Hay algo de malo en este placer que me rezuma por la piel? Yo fornico con deseo, gozo con quien también a mí me desea, y consiente. Y por esto me matáis. Por esto, y por no ser como vosotros. Yo, que ni os conozco. Vosotros, que nada sabéis de mí. “Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis”. Palabras que os escupo desde otra boca, desde otra pluma que no es la mía, pero cuya inteligencia y cuya ira siento igual hervir aquí, en mis entrañas. Igual que cuando me abro y me desgarro y me alcanza esta efervescencia de la vida que me arrebatáis, que ahora juzgáis con la muerte.
Me matan por loca. Me matan. «Esta locura es mucho más escasa que la que padecen contadas personas, quiero decirte. Esta locura se manifiesta en el error de los otros. Y esta locura la vengo yo padeciendo veintitrés años. Hace un rato, ¿verdad? Pues bien, voy a definírtela todo lo mejor que pueda, aunque me parece que la descripción va a salir perfecta, como vivida por mí día por día, y veintitrés años tienen ocho mil trescientos noventa y cinco días».
Ya vuestro insulto no me importa. «Ai ke ablar de la kuestion». Me entiendes si así te hablo. Me entiendes si te hablo y me quieres escuchar, tú, campo de mis entrañas, que no sabes siquiera leer, pero nos lloras a voz en grito. Si no piensas en estas absurdas reglas tu grito llega más fácil. Tu hambre, tu frío, tu guerra. Tu llanto también cuenta.
Pienso en tu mirá, pueblo mío. Granada de mi alma. Viniste disfrazada de un beso de esos que sonrojan las mejillas de quienes, sin haberse aún besado, se saben recordados por el sabor de la sangre de la milgrana. Y decidí quedarme a ver cómo te vestías de luz cada mañana, una a una, en cada una de las camas en las que día a día te desgarrabas las telas que disfrazaban cada forma que adoptaba tu cuerpo de mujer.
Las piernas más largas, la garganta más honda, Granada. Blanca cada cueva desde el Sacromonte a tu mirada de montaña. Cáñamo verde, verde tu sativa. Enorgulléceme el olor de tus rincones, la vida de cada plaza de esas que te plagan la piel. Y de pronto, la guitarra. Llora, niña, que no voy a parar hasta que cante el gallo. Y de pronto, ríes. Ríes con la fuerza de los mil versos que te caben en el pecho.
La belleza está en la herida. En esta brecha que erupciona llena de sangre, pus y barro. Llena de llaga, familia, y campo. Madre, ningún rencor a usted le guardo. La histeria y la locura me fueron innatas, sin locura y sin histeria en mí sentidas. Sí las friegas y el encierro. Pero prefiero ser loca, madre; la libertad no se nos está permitida. Y por loca, madre, he leído y he viajado y he escrito aun cuando de sus goces a mí se me privó. Madre, sepa usted que las faldas no nos permiten exprimir la potencia de las piernas. Y disculpe usted mi osadía, pero cuando todo pase, imagíneme corriendo, y ría y cántele usted a mi recuerdo. Que el miedo no le haga atragantarse.
Padre, nunca más en la calle Mesones, pero ya voy con usted a reunirme. Nunca más en el taller donde tan cuidadosamente me enseñaba usted a coserle la suela a los zapatos de domingo. Tampoco ningún rencor para usted en mi recuerdo.
Federico, amigo, espero que no te doliera. También contigo me voy, muy a flor de tierra. Ay, Granada, que de ti me arrancan. Calla, no remuevas los días. Silencio.
Señor que estás en todas las cosas, en la sabiduría que no me calma la sed. Creo en ti y en mi patria, que es el mundo. Señor, no te enojes conmigo, no me abandones; en esta noche de muerte yo a ti te he pensado, pero me encomiendo a las estrellas y a ellas les pido clemencia.
Soy Agustina González López. He aquí mi piel desnuda; siento en ella ya la bala que al alba me apunta. Clavad en mi pecho esta muerte sin mito ni rito, que, aunque mi cuerpo nunca encuentren, mi fútil existencia no se extingue mientras tenga la Memoria la capacidad de recordarme.
Uno. Dos. Tres… Silencio.”
Agustina González López artista, pensadora y escritora granadina, conocida peyorativamente como “La Zapatera”. Sus variadas inquietudes y su temperamento apasionado le costaron la acusación de extremista y revolucionaria; incluso fue calificada como loca y tortillera. Fue fusilada por estos motivos en septiembre de 1936 en la localidad de Víznar, si bien el día de su asesinato no se conoce con exactitud.
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marinamuzsi · 5 years ago
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Sobre la niebla
Paseaba descalza entre zarzas mojadas. Una mañana trémula de grises puros y azules desaturados, de finales del mes de mayo. La respiración, calada y fría, abriéndose paso hacia los pulmones. Si me concentraba y enfocaba bien la mirada, a mi alrededor algún que otro girasol, todo lánguido, agostado por el sol que le da nombre. Me pareció que la vida me besaba y me regalaba su mejor metáfora, la de acabar abrasado por aquello que te palpita hasta nombrarte, y fue entonces cuando me enamoré de mis campos, y de sus nieblas.
Decidí entonces dedicar el resto de mi existencia temblorosa a cuidar cada una de las gotitas que, de tan pequeñas, calaban sin apenas mojarme. Improvisé un lazo rojo y se lo até a esta niebla en la muñeca. Le dije que se quedaría conmigo y que daba igual si el sol, si la primavera o si el agosto próximo.
Qué bonito era ese gris, gimiéndole al campo. Flotando bajito, aquí, tan cerquita de la raíz. Tan encima de mí. Qué sutil. Qué pequeñez. Qué valientes. Cientos de miles de cristales suspendidos en el aire, tan, tan juntos, que ni la timidez entre los árboles. Qué arrogantes y llenas de vida aquellas partículas. Un poco más grandes y la gravedad las habría ya precipitado contra este suelo ceniciento.
Y yo, para entonces, ya enamorada y descalza. Y yo, desde entonces, muerta de amor, humo y miedo. Y unos que qué voy a saber, si no soy más que el amarillo yermo en el manto de esta tierra. Y otros que si vengo a jugar y a descalzarme y a no sé qué de no querer más unos zapatos.
Ay, de los sabios ignorantes que se encienden y de todo creen saber sin más aval que un sopesar insolente. Sin haberse siquiera tentado al vacío. Ya no he vuelto a aquellos campos grises donde la niebla desfiguraba el horizonte, pero a veces, al mirarme, tú me traes aquella imagen. Pareciera como si ese color a ti se te hubiera colado en estos ojos que me sonríen mientras me hacen el amor con la boca. Y yo enloquezco de ternura y de rabia y del deseo de volverme viento para, en tu inquietud, flotarme bajito. Así, tan cerquita de la raíz, tan encima de ti que no quieras nunca desprenderte del lazo rojo que ya me ata al olor a tierra húmeda de las líneas de tu mano.
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marinamuzsi · 5 years ago
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Las manos de la madre
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Aquella mañana de octubre la luz tenía un matiz distinto. Me encontraba fuera de la ciudad sintiéndome tremendamente afortunada, porque durante algunos días había conseguido parar el ruïdo que siempre me llega, me sorprende y me aturde. Siempre puntual. Nunca después de las 4.36 am. Cuando me siento bien, creo que esa sensación durará para siempre . En aquel entorno, la violencia con la el agua lamía las piedras que soportaban la cascada me hizo reparar en cómo ella la miraba. “Marina, mira qué bonito se respira”. Tal vez esta frase nunca salió de su boca, pero prefiero imaginar que sí la enunció . Me fijé entonces en sus manos y comencé a pensar en los cuidados. En nuestra ceguera cuando no los ubicamos como el centro de nuestra economía; en nuestro narcisismo al no reconocer cuántas veces nuestras necesidades afectivas y personales nos las guardan otras manos. A veces hace falta una crisis para valorar y reconocer la existencia de aquello que damos por inagotable, irrenunciable y permanente . Volví a fijarme en sus manos. ¿Para qué sirven las manos de la madre? Recordé en ese instante que I. me había regalado un libro que reflexionaba sobre su valor simbólico. Volví a hacerme la misma pregunta. ¿Para qué sirven las manos de la madre? ¿Para, como sostienen las interpretaciones canónicas, acariciar, acoger, o más bien para salvarnos del abismo de la falta de sentido? . Aquella mañana de octubre su piel era diferente. Era esa luz quien guardaba sus manos y besaba cada pliego de su tiempo mientras ella recogía las castañas del suelo, y las protegía de la lluvia
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marinamuzsi · 5 years ago
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Sobre la Fotografía
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La fotografía es una de las experiencias más poliédricas y extenuantes que conozco. Hace unos días hablaba con R. sobre lo decepcionante que es intentar fotografiar un amanecer. Pues bien, hoy he vuelto sobre aquella reflexión y la he sentido incompleta al darme cuenta de que la decepción a la que hacía referencia entonces no es más que una de las caras de una experiencia mucho más compleja, por ambivalente y paradójica . Para mí, la fotografía es una expresión performativa —hablo en todo momento de la fotografía como acto, como gesto, más allá de su exhibición, hecho que en muy pocas ocasiones me interesa—. Gracias a la fotografía es posible crear un corte, y convertir el pasado en presente. Consigo así echarle un pulso a la muerte, mientras la experimento; mientras experimento el instante decisivo . La fotografía me ayuda a transitar mi realidad; es decir, a crear de esa experiencia totalmente subjetiva, cargada de emociones, una imagen sobre la que volver, y recordar. He aquí la paradoja: revivir de forma sincrónica la vida en la impresión misma de la muerte. Y esta paradoja se me extiende hasta el infinito cuando, al volver sobre la imagen, al revivir la vida a través de mi propia muerte, no encuentro, aunque los sepa, los sentimientos de aquel pasado congelado, pues lo que era y vuelve en forma de recuerdo, no será nunca lo que fue . Solo vuelve el recuerdo, o, mejor dicho, solo regresa su relato, que en última instancia no es más que la resignificación del pasado… ¿acaso su invención? . Y este es un acto tremendamente cargado de vida.
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marinamuzsi · 5 years ago
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La sombra
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Mi alarma sonó, como cada día, pero nosotros dos aún no nos habíamos dormido. Nuestro no-sueño comenzaría unas horas más tarde, cuando el sol de principios de noviembre ya hubiese nacido. Yo le pedí que por favor lo apagase; él se rio del tono tan melódico de mi despertador, y a mí me gustó su risa tranquila. Entonces deseé quedarme para siempre en esa mañana de viernes. En su sosiego, en ese momento de quietud, de una calma no buscada. Una calma cómplice, repleta de la justeza propia del dolor sostenido . “Entonces… ¿me vas a llevar a ese bar?”, pregunté. “¡Claro! El otro día lo pensaba. Tengo que encontrar el momento; un jueves sería perfecto”, respondió . Además de buscarme en la ilusión de una promesa no formulada de forma explícita, pasamos la mañana hablando bajo la resaca del sueño. Yo comenté algo sobre un podcast que había escuchado recientemente acerca de la nostalgia, y ambos pasamos de puntillas por la tristeza como emoción adaptativa. Mientras tanto, él me miraba y acariciaba mi abrazo. Respondí a su pregunta enunciando, -entendiendo enunciar en un sentido matemático de la proposición-, que la intensidad era el motor de mi vida. De lo que no le hablé es de que esa necesidad de intensidad responde al anhelo por escapar del abismo de la falta de sentido. Cuando todo para, la nada tiende a infinito, y se me crea un vacío intenso y profundo entre las escápulas que se asienta e invade todos mis resquicios. Y le resta espacio al aire, que se me escapa como si se me deshiciera el nudo del ombligo. Que esa nada me confunde y me destruye, y que lo único que a veces me pertenece es la sombra . Y eso es lo que realmente quise decirle: que así, tumbados, me encontraba realmente bien. Que si no había podido pegar ojo no había sido por él, sino por esa tristeza que se me ha hecho crónica y me tiene el estómago prendido de un mordisco doliente. Que el vacío seguía ahí, pero su sensación parecía haber remitido durante aquellas horas, y que eso, para mí, estaba bien. Tres idiomas en las paredes, y dos inseguridades que, sumadas, aguardaron su turno fuera de esa habitación. Mientras tanto, la calle se colaba por la persiana y dibujaba tibias hileras de luz en el techo. También lo hacía el murmullo de los viandantes, que aquel día se habían quitado la prisa . “Qué bien que te quedaras”, me dijo. “Qué bonito me has querido sin conocerme”, pensé.
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