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A veces cuando camino por la calle busco el rastro de tu perfume. Cada vez que escucho los pasos de alguien acercándose, inhalo profundamente para ver si puedo reconocerte a través del olor. Me pongo los auriculares para abstraerme del mundo que tengo delante de mis ojos y mientras espero que el semaforo cambie de color, miro las patentes de los autos y me acuerdo instintivamente de cómo me enseñaste a distinguir de qué año era cada una. ¿No te parecen extrañas las enseñanzas que nos dejan personas con las que nunca más vamos a hablar? E irónicamente, es una enseñanza que quisiera desaprender: olvidarme de cómo la P o la O se fusionan con el dos mil quince, con el dos mil dieciséis. ¿De qué me sirve? Pero sin embargo a veces busco tu auto, tu patente, y juego con la estúpida idea de que estés cerca de mi casa también fantaseando con un reencuentro que poco tendría de casual. Y entonces nos encontraríamos: yo te miraría desde la calle absorta en mi música, vos desde la comodidad de tu auto, y yo quedaría expuesta con mi piel erizada y con un malestar difícil de explicar, pero vos seguirías impoluto e inmaculado sobre un cuero que te acaricie. Freno la música de mi celular. Me maravilla que hasta en un hipotético caso de choque de nuestras miradas, la tuya siga siendo inquebrantable e inalterable. Me maravilla que sigas doliendo aún cuando no me das nada.

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THE ERAS TOUR: Reputation era setlist

(Lover era, Fearless era, Evermore era) | [insp.]

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Ella escribe sin parar tecleando palabra tras palabra hasta que se frena y borra todas. Vuelve a escribir y vuelve a borrar. Cierra la hoja en blanco solo para volver a abrirla segundos después. Mira la pared y se queda quieta respirando con tranquilidad hasta que el recuerdo de su ausencia la asalta y es cómo si una daga perforara sus pulmones de manera intermitente. Se obliga a permanecer en ese estado sosegado que le regala la pared neutra y pálida hasta olvidar que algo la aprieta y la lastima. Se pregunta en silencio si el dolor que la atraviesa persistirá por sobre la valentía que ahora la visita o si se asustará ante tanto deseo por querer prosperar y huirá dejando de presionar sobre su pecho agotado. Se pregunta en silencio por qué no puede destruir los recuerdos que le quedan de él y por qué no puede dejar de pensar en las palabras abandono y renuncia pero entonces su piel se eriza y su respiración ya no es calma, su vista ya no se fija en la pared inhóspita y vacía de recuerdos sino que ahora sigue la línea de sus dedos mientras tiemblan sobre el teclado negro. Se pregunta por qué él se está apropiando de los lugares que eran de ambos haciéndolos suyos y borrando las huellas que ella haya podido dejar. El suelo crepita bajo la danza de sus pies inquietos y se siente despojada, arrojada al precipicio sin posibilidad alguna de amarrar su cintura a un arnés que le de tregua. Se pregunta por qué él quiere eliminarla de esa manera tan amarga, urgente e hiriente dejándola en medio de una corriente tormentosa y huracanada pero el silencio la acompaña y no encuentra respuestas al sinfín de preguntas que le perforan la mente y de nuevo se ve envuelta por las llamas de un infierno que lleva su nombre. Vuelve a levantar la vista y a fijarla en la pared clamando por piedad y tranquilidad a esa blancura que ahora le devuelve solo frivolidad. Cierra los ojos y se recuerda a sí misma que hay infiernos que no queman. Dice en voz alta: debo lograr que no me quemes, que no me quemes más.

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bailamos en silencio mientras nuestras manos se rozan en una falsa demostración de cariño

sabemos que esto tiene final

¿por qué sigo mirándote a los ojos?

nunca pudiste leer lo que mis labios gritaban y entonces solo bastó con fingir

seguimos vacíos cómo dos recipientes que necesitan oxigeno con urgencia

¿por qué seguís mirándome a los ojos?

creías que podías verlo todo a través de mi mirada

ahora sé que subestimaste mi poder necio y frívolo de esconderlo todo

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Bookworm

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Siento cómo mi piel se eriza y cómo cualquier brisa la congela junto al vello del antebrazo. Miro mis nuevas cicatrices convenciéndome de que tengo una sensibilidad extraña con la cual todavía no me amigo. Pienso en qué pensarías al verme. Pienso en tus manos curando mis heridas recientes, siendo paciente y tierno al limpiarme la sangre. Pienso en tus labios cálidos apoyados con suavidad en mi dolor. Y todo se detiene por un momento. No estás acá, ni vos ni tus manos ni tu creciente amabilidad por mi bienestar. Pienso en que te alejaste de mí porque sabías que yo no era capaz de hacerlo, aún si mantenerme cerca tuyo me devastaba cada día un poco más. Pienso en vos. Todos los días. Cada semana. Me contengo en no mirar tus fotos aún cuando cada impulso que corre por mis venas me diga que sí, que lo haga, que está bien. Pero sé que no lo está. Cada quién que conoce nuestra relación me dice: “Si volvieron tantas veces es porque se quieren, se quieren de verdad y eso es suficiente, van a volver en un tiempo”. Pero cada quién que conoce nuestra relación debería saber lo siguiente: el amor no debería ser tan difícil, no debería arder de dolor, no debería bifurcar los caminos, hacerlos sinuosos y zigzagueantes. Con vos aprendí que querer no es suficiente. Porque yo te quise y te quiero, y aún así, no soy capaz de funcionar junto a vos.

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Cada noticia que tengo de vos me termina de romper. Cuando pienso que te superé, que me olvidé de lo que causas en mí, todo vuelve, vuelve como si nunca se hubiese ido.

Te borré de todos lados. Eliminé tu número de teléfono. No tengo manera de encontrarme con vos y sin embargo una y otra vez, alguien te nombra, alguien sube una foto con vos, alguien me sigue conectando con el recuerdo que necesito eliminar.

No sé cómo escapar de vos.

No sé cómo hacer para que no duela verte con otra mujer, ver que quizás te estás volviendo a enamorar. No sé cómo hacer para dejarte ir. Y me duele. Me atormenta. Me empequeñece. Me vulnera.

No sé cómo vivir sin vos.

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El reloj anuncia las doce y veo las copas de sidra de mis hermanos chocar con la mía en un gesto de cariño. Papá y mamá se acercan a darme un abrazo. Mi abuela es la última en hacerlo. Todo pasa rápido y con música de fondo. Supongo que cumplir años en navidad es agridulce. Siempre lo fue: siento la protección que necesité durante todo el año encapsulado en minutos, pero también siento la amargura de saber que vos estás lejos festejando pero no conmigo.

Admitir que esperé tu mensaje me hace vulnerable, me convierte en una tonta, en una víctima de esta relación que creamos, que ¿terminamos? hace meses. Admitir que dolió que no pensaras en mí me destroza cada día un poco más.

Me queda pararme y aplaudir. Siempre fuiste el más fuerte de los dos. No queda más nada de nosotros, solo estas cenizas que se esparcen en mis dedos ya pulverizadas.

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Siempre supiste qué decir cuando mis silencios temblaban sobre la mesa. Siempre supiste qué decirle al temblor de mis palabras abrigadas por la soledad. Llevabas la comunicación como un líder nato y como si estuvieras manejando otro más de tus equipos. Siempre admiré eso de vos, tu capacidad de ser tan analítico ante situaciones tan sentimentales. Nos habíamos encontrado un año atrás, en el mismo café, para decidir que nuestro futuro era estar juntos. Y un año después, con las mismas tazas en nuestras manos, para decidir que lo mejor era separarnos. Siempre supiste cómo tolerar mi lejanía, esa distancia abstracta que anteponía entre nosotros, esa soga que nos mantenía unidos pero lastimando con su fricción nuestras pieles. Tantos años de amor y de dolor que nos convirtieron en dos adultos con el corazón roto. Siempre supiste cómo terminar las frases, darme el último abrazo, decirme que me vaya, que me quede. ¿Qué querés? me preguntaste mirándome a los ojos. Ojalá pudiera responderte, ojalá tuviera respuestas inmediatas para sanar nuestros corazones, pero no las tengo. Solo tengo este dolor en la palma de mi mano, latiendo desesperado como un corazón recién abierto: buscando volver a conectarse con su interior para volver a latir con calma. Te amé y te quise como a nadie en la vida, sé que vos también. Pero nunca supimos cuándo parar, cuándo dejar de tirar de esa soga que, tarde o temprano, nos iba a dejar en carne y hueso.

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Si hubiese tenido un motivo para odiarte, este dolor no sería tan profundo. Utilizaría mi odio para olvidarte, para no pensarte. Lo utilizaría al máximo hasta exprimirle cada momento que pasamos juntos. Pero no hubo motivo. No lo hay. ¿Cómo puede ser que esté tan cerca de tu corazón pero tan lejos de tu piel? Se me agrietan los labios por el frío, se me cae encima una avalancha de sentimientos agridulces, todos y cada uno protagonizados por vos. ¿Cómo puede ser que querernos no sea suficiente? ¿Que querernos no abrigue las heridas abiertas? ¿Cómo puede ser que con querer no baste para sanar un vínculo como el nuestro? Si hubiese tenido un motivo para odiarte, me aferraría a él hasta el cansancio: sería la única forma de olvidarte.

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Vuelvo a la casa de mis papás. Me alejo de los lugares que tienen tu nombre. Lavo las sábanas donde hicimos el amor por última vez, hasta tiro los preservativos que compraste. Tiro tu cepillo de dientes y lavo la toalla con la que te bañaste, todavía envuelta en tu perfume. Me siento en el sillón y me atormentan los recuerdos de tu presencia, tu mano en mi muslo izquierdo, tus caricias serenas. Me atormenta tu rostro que no tiene color. Me asusta este miedo que me asola cada vez que tu ausencia se incrusta en mi garganta. Me levanto y camino, doy vueltas en el departamento. Cada esquina tiene tu esencia. Siento que no puedo respirar, que tengo que salir y correr de esas paredes que me destruyen en silencio. Cuando llega la noche y el sol ya no abriga mi cuerpo tembloroso, vuelvo a sentirme culpable. Quiero reanudar la partida y deshacer mis palabras, volver a caer en tu bucle interminable por más que grite que quiero salir. Susurro para mis adentros que debo aprender a quererme sin vos y que el amor no debe ser culpa sino libertad.

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Papá me pregunta por qué no quiero dejar la estufa prendida en el departamento con este frío invernal. No sé como decirle que el calor que emana me recuerda al último día que vi a mi tía con vida: postrada en su cama, delirando de dolor, con la estufa al máximo para abrigar su cuerpo débil. No sé como decirle que el gas, su fuerte olor, me penetra y me devuelve a esa tarde vacía. Papá me pregunta, pero le miento. Le digo que me da miedo dejarla prendida cuando no hay nadie y que el departamento se vea envuelto por llamas. Papá me pregunta pero no puedo decirle la verdad: una estufa me recuerda a la muerte.

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Ella sabía que lo había idealizado durante mucho tiempo, incluso cuando se juró a sí misma no hacerlo. Ella sabía que lo que habían tenido había durado lo que tenía que durar y que el fin de sus encuentros marcaba un punto de partida sin retorno. Ella sabía que jugar con fuego terminaría por quemarle la piel y que pronto se encontraría escribiendo sobre cómo fue capaz de quererlo aún con el alma quebrada. Jugaban a quererse, enredados en latas de cerveza y en música tenue para callar los silencios. Jugaban a arrancarse la ropa y a ser exclusivos en voz baja, confundiendo el laberinto al que se abrían paso cada vez que se miraban. Ella lo quiso, tanto que su realidad se desvirtuó cuando se alejaron. Sabía que él también la había querido, pero no lo suficiente. Ella aplacó sus sentimientos, se dejó caer y se hundió hasta olvidarlo. Ella sabía que, si lo volvería a ver, no sentiría nada. Pero entonces la certeza que creyó tener durante tanto tiempo se tergiversó, si al final, encontrarlo a dos días de año nuevo era inesperado y sorpresivo, si su beso en la mejilla y su mano en su cintura despertaron el dolor que había acallado años atrás, si su abrazo dulce y caliente a la vez estaba apretándola, extrañándola, reclamándola. Ella le sonrió en cada momento, embriagada en el presente de sus ojos, y le devolvió el abrazo, sabiendo que su amor era y siempre iba a ser atemporal, que no podían volver a enredarse en cervezas y a jurarse exclusividad, que su tiempo había pasado aún sabiendo que siempre iban a quererse.

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Pienso que si te olvido, el pánico que se instala en mis costillas cada vez que te vas, se evaporaría como por arte de magia. Pienso que si te olvido, disfrutaría de tomar el vino que tengo en la heladera sin pensar en el rastro que dejó sobre tus labios. Pienso que si te olvido, también olvidaría lo que se sienten las caricias a la madrugada: poderosas y enérgicas, dueñas de una piel esclava. Pienso que si te olvido, borraría de mi mente lo que es amar. No sabría reconocer al amor aún si me lo encontrara frente a frente. Pienso que si te olvido, renunciaría a vos para siempre. Pienso que si te olvido, la magia de nuestros encuentros fugaces dejaría de existir y por ende el tiempo ya no estaría de nuestro lado para curar heridas que aúnen nuestra saliva y nuestra piel. Pienso que si te olvido, le dejaría servido el juego a quién esté esperando detrás de mí. Pienso que si te olvido, estaría abandonando esa fuerza arremolinada que se acurruca en mis venas cada vez que nos besamos. Pienso que si te olvido, estaría desistiendo de nuestra historia, de nuestros años combatiendo las diferencias que nos unieron tantas veces. Pienso que si te olvido, los días serían más cortos, todo pasaría rápido y sin dolor, sin pausa para pensarte, sin sentido como para frenar en un café perdido de Buenos Aires. Pienso que si te olvido, las cosas positivas de mi vida no tendrían sentido al no poder contártelas. Pienso que si te olvido, mi dolor se apaciguaría. Pienso que si te olvido, le abriría mi corazón a alguien más. Y cuando pienso en olvidarte, la piel se agrieta y me empiezan a doler los dedos por el frío que arriba para lidiar con tu ausencia invernal y duradera. Y cuando pienso en olvidarte, me derrumbo. Caigo. ¿Por qué me estás dando la posibilidad de olvidarte? ¿Por qué vos no querés luchar por esto que decimos que es amor? ¿Por qué tu amor terminó siento tan cobarde? Y cuando pienso en olvidarte, el pánico que se instala en mis costillas cada vez que te vas me grita en silencio: no estás dispuesta a hacerlo, todavía.