lizavi9
Lizavi
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lizavi9 · 4 years ago
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Rincones Secretos
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Enlace donde se puede leer la novela gráfica: https://issuu.com/lizavi/docs/rincones_secretos_-_lina_zarama_villamizar
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lizavi9 · 4 years ago
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Los colores de la neblina
Querida Laura,
Vengo de comprar un bloqueador. Cometí un crimen. Pero miento, es sólo la vida. Esta mañana fui la neblina, la muerte y el bloqueador, ahora hace viento de lluvia. Quizá en la noche se oigan truenos.
Mi batalla con las mesas va bien. No recuerdo qué te conté la última vez. Por lo demás no es mucho lo que te pueda decir. Ya no me parece ni siquiera una buena superstición estar luchando con mesas en La Mesa. Hace poco aprendí que no estoy en una conquista, sino en refriegas interminables y cambiantes como el mar. Últimamente tengo una mesa aliada, es amplia, cómoda y cuenta con dos pequeños cajones, uno a cada lado. No sé si te hablé de mi anterior mesa, era muy pequeña. Traté de optimizar su espacio, pero entre los gatos, los libros y las acuarelas la cosa no iba bien. Es triste porque desde que me la entregaron aquella mesa era mi amiga, una amiga lejana pero igual. Venía de pertenecerle a una persona rígida y disciplinada, así que era mansa y gentil. La mesa de ahora es generosa, pero muy reservada y nada sumisa. La prefiero así.
Ahora tengo un muerto en este pueblo. ¿Recuerdas en Cien años de soledad cuando Úrsula le dice al patriarca Buendía que no se podían mudar de Macondo porque ya tenían un muerto en el pueblo? Pese a que hubiera territorios más propicios para la comunicación con el resto del mundo, ya no podían irse. Bueno, pues ajá.
Todo es una gran casualidad. Casualidad es una palabra demasiado bonita, podríamos decir azar y ya se ve la cosa con un poco más de dientes. Es una lástima no creer en Dios. Esta mañana no hubo misa, menos mal, si hubiera habido me habría ido antes de que comenzara. Sólo fui a la misa del entierro de mi abuela, y no me acuerdo de nada, o bueno, recuerdo que el techo era muy alto y tenía ventanas circulares con mosaicos.
Te sorprenderá pero en los últimos meses hice amigos humanos. Quizá no sorprenda. A mí me sorprendió. Un conocido de la universidad tuvo la pésima idea de llamarme para que fuera su referencia en este pueblo. Él trabajaba haciendo talleres de escritura en municipios, en varios a la vez. Andaba en una moto grande y orgullosa. Me pidió que le mostrara un lugar desde el cual pudiera convocar gente, solo porque tuvo suerte la cuestión no fracasó. Por azar, por casualidad, porque Dios sabes cómo hace sus cosas, hace poco había ido a almorzar a una casa enorme que era también un centro cultural, se llama La Orquídea. Allí lo llevé, lo dejé, y estuve segura de que no asistiría al taller. Hasta que el día de la primera sesión, fui. Y miento. Seguí segura de que no volvería a la siguiente sesión. El taller duró como un mes o mes y medio. En La Orquídea las mesas eran tranquilas y humildes, se dejaban juntar tres para las reuniones. Menos mal los días del taller el lugar estaba casi siempre vacío. Sucedía en la terraza cubierta una vez a la semana. Cuando llovía no alcanzaba a escuchar lo que decían los más viejos. Había edades y ocupaciones diversas. Niñas de colegios, profesoras y profesores de colegio, amos de casa, pensionadas, pensionados. Animales varios. Cuando pasaban camiones por la carretera de al lado tampoco escuchaba lo que decían los más viejos.
Esta mañana la neblina era muy densa, parecía que nubes, perezosas, habían bajado para pasearse entre los árboles de mango y mandarina. Las nubes son frías, un frío distinto al de Bogotá. Los árboles se vuelven fantasmas. Los gatos desaparecen en la bruma. Caminaba entre la neblina como si hubiera desaparecido para el mundo, y mi entorno se diluía en matices de blancos.
Que este lugar se llame La Mesa es un chiste que no da risa. De mesa no tiene nada, parece una rampla para personas en sillas de ruedas, o no, quizá un tobogán. No he podido usar mi bicicleta. ¿Te había dicho que vivo en la parte baja del pueblo? La subida es muy empinada para bicicleta. Para mí en bicicleta. He visto valientes esforzados. Aunque haya neblina, siempre que subo andando al pueblo me acaloro. El tibio abrazo del clima hace que cualquier movimiento sea demasiado movimiento.
Aquí tienen un mito sobre la neblina. Es tonto y nadie cree ni remotamente en este, pero todos te lo cuentan. Quizá de eso se tratan los mitos. El nombre completo de este lugar es La Mesa de Juan Díaz. Juan Díaz es el que la fundó. El himno de aquí dice que era noble, pero el mito revela que era un pirobo. Dicen las personas y las carteleras turísticas o culturales, que cuando la niebla inundaba todo era porque Juan Díaz bajaba al pueblo a llevarse una virgen. El mito no dice más. Obvio era para violarlas, pero me queda la duda de si después las mataba.
En el taller de escritura descubrí algo que ya sabía. Últimamente me la paso en eso. Descubrí que hablar con otros es enriquecedor. Puedes reírte. Escuchar otras vidas, otros mundos, otros ojos. Hablar y encarar lo que flota en la neblina de nuestro interior, tener que acercarte a las siluetas difusas para tratar de transmitirlas. Interesante. Frustrante también. Tú debes saber de esto mucho más que yo. Me pregunto si es más enriquecer o más desesperante esa constante compañía de humanos cachorros con los que trabajas.
El camino destapado hacia el pueblo suele ser solitario. La neblina acentúa la soledad de humanos y acompaña. Me gustan las oleadas de blanco sobre el paisaje. Me gusta el frío, al caminar es refrescante. Hoy la neblina duró toda la mañana sin disminuir casi nada su densidad, a veces tiene esa perezosa imponencia. Otras veces está la primera parte de la mañana y luego la animosidad del sol la hace desaparecer. Pero es imposible verla irse. Poco a poco su blanco se va impregnando del verde de las hojas, del pasto, de las orejas de burro, del caballero de la noche, del café gris de las rocas, del blanco musgo de los troncos, del naranja de las mandarinas. Se deshace entre los colores del entorno, que dejan de ser fantasmas y la devoran suavemente.
Nunca había ido al cementerio del pueblo. Había querido ir desde que me mudé, pero pues ajá. Las mesas. Fue algo decepcionante. Desde afuera parece una fortaleza: enormes murallas se alzan alrededor de una gran cuadra, palmeras distribuidas a distancias iguales se asoman a observar el mundo exterior. Como si adentro hubiese un castillo, o un secreto. En realidad, no hay nada muy distinto delo que se puede apreciar desde afuera. Las murallas no son una antesala, las murallas lo son todo. En la cara interior de estas se entierran en pequeños hoteles bala los ataúdes, los muertos. El centro del terreno es un baldío de pasto dividido en cuatro por caminos de cemento. Algunas flores en los bordes. En el centro hay una pequeña casa. Supuse que podría ser una iglesia, pero no tenía cara de nada.No me acerqué. La muerte, más simple que las expectativas, que los temores. Aveces juego a que todo sean metáforas. Si juegas mucho, todo tiene tanto sentido como tan poco.
Después de que se acabó el taller como tal, cuando el chico se fue en su moto a Bogotá y no volvió, las personas que nos conocimos en las tres mansas mesas de La Orquídea pretendimos seguir viéndonos. Nos vimos unas tres veces más, creo. Distanciadas en el tiempo, cariñosas y fallidas. Una de esas veces nos reunimos en la casa de una pareja de pensionados que hace años viven aquí. Él, extranjero, preocupado siempre por la gente, queriendo ayudar y trabajar por otros. Un poco como tú, Laura. Ella, discreta y más imaginativa de lo que ella misma sospechaba. Ambos fueron generosidad infinita. Nos presentaron sus plantas, sus risueñas mesas, nos dieron agua de panela con limón y galletas. Él gozaba de ser un buen interlocutor y a su vez, cosa rara, escuchaba realmente a los demás. Poco a poco descubrí que desde hace mucho trabajaba con y por la gente, que lo había hecho en diferentes lugares de Colombia. Amable, reflexivo. Lo que más me gustaba era llevarle la contraria. Tenía una visión de la escritura demasiado sociológica, quería ser muy claro, quería hablarle a toda la gente, y hablar de toda la gente. Discutiendo con él me impacientaba ante las fantasmales siluetas de mis ideas, las perseguía por entre mi neblina para atrapar todo lo que pudiera de sus colores y formas con mis palabras. Estaba en desacuerdo con él, aunque estaba de acuerdo con él. Nos valorábamos. Su entusiasmo fue uno de los grandes responsables de que nos siguiéramos viendo, me refiero al grupo. Proponía ejercicios, hacía lecturas detalladas. Laura, hace tres días aquel hombre murió. Era viejo así que no tengo por qués o de qués. No creo que el grupo de escritura nos volvamos a reunir.
En la funeraria todos estaban vestidos de negro o de blanco. Fui de azul. Mi maleta era roja. Mis zapatos negros. El último entierro al que fui en Bogotá fue el de una niña. Su familia decidió llenar de origamis de colores todo el salón y el ataúd. También le pidieron a los asistentes que fueran de colores. La gente les hizo discreto caso. Yo fui de verde con una chaqueta carmín. No conocía a la niña, pero conocía a los que la lloraban. Querían celebrar la vida, la de su hija, la de su hermana, la de ellos mismos que la seguirían amando siempre. Con lágrimas y papeles de colores, querían celebrarla. Por eso fui de azul. Aquel hombre había tenido una vida larga, había escrito libros, se había enamorado varias veces, tenía hijos, había plantado árboles, se llevaba bien con sus mesas e incluso un atril era su cómplice.
No vi a nadie del taller de escritura en la funeraria. La gente está ocupada las mañanas entre semana. Sentados en sillones o conversando de pie con vasitos negros de plástico había señoras, señores, viejos, viejas. No hubo misa por voluntad del difunto. Dijo que no era necesario hacer rituales, ni siquiera flores; una vez muerto no necesitaría nada de eso. El funeral es para los vivos. Hola muerte. Siempre te paseas silenciosa como los gatos entre la neblina que llevamos dentro. A veces hacemos como que no notamos tu presencia, pero no en un velorio. En un velorio tu color palpita. Palpita para mí, azul y con un cuarto de siglo encima, ¿cómo palpitarás para aquellos que han pasado por miles de historias y que despiden a un amigo más? 
La vi a ella, ahora viuda, junto a un autorretrato al óleo de él. Elegante, de negro, seria. La abracé y ojalá no existieran las palabras. Agradecí. Torpe. Le hablé como si aún fueran un ellos. Torpe. Ella asintió y paseó la mirada por entre los invitados, afuera todavía la neblina era densa. No dijo nada, como si llorara. Me alejé. Recostada contra una columna contemplé el autorretrato y al conmovido atril.La pintura se parecía y no se parecía a él, sus rasgos se concentraban demasiado en el centro de la cara, haciendo una enorme frente, unos largos cachetes. Él podría haber actuado de don Quijote. 
Me gustaría que el mito de Juan Díaz dijera que es una suerte de Creonte que viene con la neblina para llevarse a los muertos, para acompañarlos en su camino de despedida. Me gustaría que aquí fuera costumbre velar a los que se han ido en medio de nubes. Que rodeados de blanco aceptáramos que aquellos fantasmas ahora sólo dejarán de ser brumosos cuando los busquemos dentro de nuestra propia niebla. 
Nunca había hecho la procesión de un velorio. La había leído en el inicio deEl extranjero, pero aquellas vueltas detrás de un carro suenan de otra época cuando se vive en una ciudad. En Bogotá se sigue al carro alargado coronado de flores en otros carros. Aquí, en cambio, el camino de la funeraria al cementerio dura quince minutos a pie. El carro conducía lentamente, muy lentamente. ¿Será más difícil conducir rápido o despacio? Pensé que sería un andar silencioso, como en el libro de Camus. En realidad estuvo poblado de murmullos. Los vecinos que no se habían visto se saludaba, se contaban alguna cosa. Yo no hablé con nadie. Seguí a un par de hombres altos que hablaban en inglés, quizá fueran los hermanos del finado, no pude colegirlo. Mientras bajábamos por la octava pasando junto a fruterías, heladerías, droguerías, mercados, restaurantes y el hospital; niños, jóvenes, señoras y ancianos clavaban sus ojos en nosotros. Una procesión de negro y blanco flotando entre la neblina. Recuerdos de la muerte para todos. 
Nunca había sido tan consiente, como si nunca lo hubiera notado, de la cercanía del hospital con el cementerio. Son vecinos. Cada uno queda a un lado de una gran avenida doble vía por la que se puede ir a Bogotá si se sube, o se puede ir a Anapoima si se baja. Me fue inevitable sentir que estaba jugando a las metáforas. Pero no. Sospeché que era La Mesa quien jugaba. Y la belleza, y la indiferencia, y la nada, nada, nada. 
Cuando cruzamos la avenida el tráfico se detuvo a lado y lado de nuestro pasar. El hotel bala para el finado que nos reunía quedaba muy cerca a la entrada, en el primer piso. Después de depositado el ataúd un hombre comenzó a sellarlo con cemento. Silencio. Titilantes historias. Había muchas personas. Un hombre dijo que aunque el finado no quería homenajes él deseaba darle unas palabras, habló de muchos de los aportes que había hecho por el pueblo, descubrí que vivía aquí hace más de cincuenta años. Convocó a seguir recordándolo en La Orquídea. Dude.No fui. Poco después de acabadas sus palabras me dirigí a ella, la viuda, acompañada por dos mujeres que le abrazaban cada una uno de sus brazos. La abracé. Esta vez si pude hablarle sólo a ella. Le ofrecí mi compañía, sabía que nunca me llamaría. Sonreí, creo. Me agradeció. Adiós, adiós. Me llamaba mi mesa, o quizá yo me llamaba a ella. 
Al devolverme crucé la gran avenida por un puente peatonal que nunca había usado, aquí se suele esperar a que no pasen carros y correr al otro lado. Al puente se subía y se bajaba por rampas de cemento en espirales. Las barandas eran amarillas. El pasillo arriba temblaba ligeramente cuando pasaban camiones. La neblina volvía fantasmas antiguos a las montañas lejanas. Los cables de luz quedaban demasiado cerca, aunque, ¿por qué alguien saltaría hacia ellos? Al bajar al otro lado la espiral pasaba junto a la ventana de un segundo piso, desde allí se podría visitar a sus habitantes. Las cortinas estaban descorridas, no se veía a nadie. Menos mal. Fue entonces, a la vuelta, cuando compré el bloqueador. Entré a una droguería como si ese lugar no pudiera ser cierto. Me atendió un hombre bajo, panzón, sonriente, vivo. Me mostró varios bloqueadores, habló de marcas, de precios, del clima. Algunos nunca volverán a sentir el sol, otros queremos protegernos de sus rayos. Al salir con el tarro blanco en la mano la neblina se había disipado, como si la hubiera asesinado y tuviera aún el arma ensangrentada en la mano.
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Cuento escrito por Lina Zarama Villamizar ganador del Fondo de Emergencia ¡Inspírese y, eche pa’ la casa! realizado por el Instituto Departamental de Cultura y Turismo – IDECUT y la Gobernación de Cundinamarca. Colombia.
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lizavi9 · 5 years ago
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Batallas cotidianas
¡No nos podemos quedar todo el día en esto!, dice mi padre subiendo el tono de su voz, ya ligeramente enfadado aunque al final deja asomar chispas de risa. ¡Ponete seria, solo queda un escalón y acabamos con esto!, insiste como quien cuenta un mal chiste. Yo estoy muy seria, no podría estar más seria, aunque no paro de reír, río tanto que mis ojos se rebozan de gotas y gotas; pero no me divierto. Estoy aferrada a los últimos escalones de una larga escalera negra que hemos puesto encima de unas sillas encima de la cama de mi padre para poder alcanzar la parte más alta del techo triangular de madera de nuestra casa. Debo subir un escalón más y mis manos deben soltar la escalera para aferrarse a la viga de madera más alta del techo, solo así podré atacar a nuestro enemigo. Nuestro enemigo cotidiano y diminuto con el que nos hemos acostumbrado a vivir en perpetua batalla: las termitas. Al principio mi padre las combatió con fuertes insecticidas por toda la casa, pero ellas, tercas y secretas, esperaban hasta que nos confiábamos, hasta que las olvidábamos, y volvían para construir sus caminitos grises. Detesto a las termitas, pero al menos es un enemigo tangible, me digo para calmar las risas, y se asoma en mi cabeza el invisible ser que ha hecho que desde hace ya un mes el exterior de nuestra casa sea sospechoso y restringido. Mi misión está clara, es sencilla, es evidente, levanto una mano hacia el techo y al comprobar de nuevo que para alcanzarlo debo subir primero otro escalón se vuelven a desatar mis risas. ¡No me vas a hacer subir a mi!, dice mi padre, idea por supuesto descabellada, es necesario que él, más grande y más pesado, sea quien sostenga firmemente la escalera y las sillas encima de la cama. Sólo yo puedo vencer esta vez al enemigo, sin embargo, al pensar en despegar mi otra mano de la escalera esta se aferra con más fuerza y mi voz ríe y ríe. No puedo bajar, no puedo subir, la escalera de vez en cuando tiembla ligeramente, la situación es tan delicada e insostenible como la de este país desigual, corrupto e ineficiente en emergencia. ¿Se volverán para siempre los guantes de latex y los tapabocas nuestra segunda piel en el mundo exterior a nuestras casas? ¿Habrá en Bogotá u otras ciudades más robos masivos de personas en quienes el hambre vence al miedo? No hay salida, no hay solución, y poco a poco la situación se prolonga, cada vez un horizonte sin el enemigo invisible parece más lejano. Toda noción de futuro que me narraba para mí misma está en puntos suspensivos. Inhalo las agonizantes risas y exhalo todo pensamiento de mi cabeza, ahora soy un enorme gato, un guepardo, fijos mis ojos en mi enemigo subo el siguiente escalón sin vacilar, desde la viga más alta del techo recibo el veneno y la espátula para combatir las termitas. Una vez abajo, aunque trémula, conservo mi voz de guepardo para preguntar si hay más enemigos. No, no los hay, ya habíamos atacado los que había en la sala. Mientras devolvemos a su sitio la escalera y las sillas mandamos miradas inquisidoras al techo. La cocina está invadida de un olor dulce, extrañada miro a mi padre que sonriente corre hacia la enorme olla en la que a fuego lento hierve un denso líquido rosado, lo bate con una cuchara de palo y me responde: Hice mermelada de mango, guayabas, moras y limonaria. Es quizá la mescla más extraña de las tres o cuatro mermeladas y dulces que ha hecho desde que no se puede salir de casa. Por las ventanas se asoman los viejos árboles que después de años de estarse curando han vuelto a dar mangos. Desde hace poco más de dos meses no he vuelto a visitar Bogotá, pero con frecuencia acaricio con mis recuerdos a mis familiares y conocidos que como pajaritos enjaulados han de mirar por las ventanas las calles solitarias, sospechosas y frías donde se pasea el miedo de la mano del enemigo invisible. Me gustaría darles mangos, me gustaría traerlos conmigo, aquí no salir no se siente tan jaula ni tan miedo por los árboles, las mariposas, el pasto, las rocas y los gatos. Un montón de frascos recién lavados reposan junto a la estufa y el radio, algunos redondos, otros cuadrados o alargados. ¿A quién va regalarle tanto dulce mi padre, si hay tantos tan lejos? Una lejanía que no se puede transgredir. Una lejanía que nunca había sido tan cierta. Sin embargo, no le pregunto nada, prometo volver más tarde a probar la mermelada y me voy a continuar con la serie de pinturas sobre gatos en las que he estado trabajando. En secreto mi padre y yo sabemos que estamos haciendo puentes, barcos, cuevas y cometas que se yerguen ante el enemigo invisible.
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Lina Zarama Villamizar
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Cuento Ganador del Concurso de Cuento Crónica de una Cuarentena en la categoría de adultos realizado en La Mesa, Cundinamarca, Colombia, 2020.
http://www.lamesa-cundinamarca.gov.co/NuestraAlcaldia/SaladePrensa/Paginas/Cr%C3%B3nicas-de-una-Cuarentena.aspx?fbclid=IwAR3m-infdAwo61Cfbmq42M4S3n_jA92Hv8m-r_nuTKmgjt-xKGgQDYFnpic
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lizavi9 · 5 years ago
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Estos dientes no son míos
El agua emanó con violencia tras un sonido seco, cuando alcanzó la mitad del frasco Ángela cerró la llave. Sumergió allí el paño para limpiar sus lentes, previamente lavado con shampoo y pasado por agua tibia, para que terminara de soltar toda la suciedad. Lo dejó colgado encima del fregadero y de allí recogió el otro paño que ya se había secado desde la noche anterior. Tras utilizarlo para limpiar los lentes lo dobló tres veces y lo guardó en el estuche de las gafas.
El primer tomo de La novela de Genji la esperaba en su pequeña mesa junto a la ventana. Acarició la portada lamentando que en esta no apareciera ninguna dama, le habría gustado apreciar a una de las tantas amantes de Genji. Murasaki habría sido la elección perfecta, era el punto más alto en su búsqueda del deseo, era su mujer ideal. Sin embargo, secretamente habría preferido, e incluso le parecía una elección más justa, que fuera la elegante y celosa Rokujo quien saliera a relucir en la portada. Las huellas que ella dejaba en la vida de Genji eran las más hondas y sin lugar a dudas ella era quien más lo había amado, de ahí todo su sufrimiento y todos sus demonios.
Algunos demonios o fantasmas japoneses nacen de la pasión desbordada de una persona, se vuelve tan fuerte que ya no puede contenerse. Entonces salen estos seres a asediar a quien a despertado tal sentimiento, sin que la persona de la que provienen pueda evitarlo y sin necesidad de que lo deseara conscientemente. A Ángela le habría gustado que sus dientes fueran como esos fantasmas japoneses. Que se quedaran siempre con ella era problemático. Le habría gustado nacer en Japón, quizá así sí hubiera sido una japonesa por completo. Habría aprendido la lengua nipona desde pequeña y no tendría que tener la cartelera con los silabarios katakana e hiragana colgada junto a su cama. Algún día podré leer esta novela en su lengua original, que será al fin mi lengua original, susurró para sí misma.
La portada en realidad ilustraba varios hombres de rostros idénticos que pasean en una balsa por un lago rodeado de naturaleza entre verde y dorada. Una imagen hermosa, de todas formas. Lo que más gustaba a Ángela era la pulcritud y belleza de sus kimonos. Desde pequeña deseaba vestir uno. Su familia atesoraba cinco que eran guardados en la casa de su tía Clara, sólo se sacaban a relucir como parte del intocable decorado en algunas pocas y exclusivas reuniones sociales. Pocas veces había tenido ocasión de tocar las finas sedas tejidas con hilos de plata y de oro para colgarlos en las paredes, pero jamás había visto que su tía Clara, o nadie de su familia, los usara.
Comenzaba a enredarse en la historia de la extraña adopción de Tamakazura por Genji, cuando su celular vibró y desvió su mirada de las páginas del libro. Su corazón se detuvo un segundo. Es él, Ángela, por fin vuelve a aparecer. Anda, contesta, arrodíllate ante él, arrástrate a sus pies, escuchó que decía una voz dentro de sí. Silencio, respondió sin dejar de mirar el celular. Debí dejarlo en mi cuarto, en mi cama, así no me habría enterado si sonaba, pensó. En la mesa el aparato al vibrar resonaba por todo el apartamento cual corazón delator. Antes de que lograra decidir algo, volvió a vibrar estrepitosamente y esta vez el pánico no pudo paralizarla, pese a la risa irónica que escuchaba. Desbloqueó el celular. Úlio le había dejado dos mensajes, ¿Estás en tu apartamento Ángela?; Me gustaría que nos viéramos, ¿puedo pasar? Dime qué llevo y preparamos algo para la cena.
Desde la última vez que había visto a Úlio, hace dos semanas y tres días, se había metido a clases intensivas de yoga para calmar su ansiedad y llegar al desapego. También se había propuesto leer una antigua novela japonesa para sólo pensar en sí misma. Para olvidarlo. Todo este esfuerzo se fue al traste cuando el corazón empezó a palpitarle por todo el cuerpo. No pudo evitar responderle enseguida: Sí… Estoy en mi casa… Está bien, si quieres pasa… No es necesario que traigas nada… Esperaba que su mensaje no sonara demasiado resentido pero si le mostraba su emoción tal vez lo echaría todo a perder. Primero era necesario regañarlo un poco para que no volviera a tratarla como lo había hecho. Ok, dijo la siguiente vibración del celular y Ángela no pudo seguir sentada de tanto gozo.
Habías dicho que aunque te llamara no le ibas a contestar ni lo ibas a buscar hasta que acabaras La novela de Genji, tu voluntad es ridícula, dijo con acidez la voz femenina que la perseguía. Hoy no es una noche para sentirse mal. Hoy no es una noche para decirme cosas feas, dijo Ángela procurando sonar segura y espantando la culpabilidad o el remordimiento que sus promesas pasadas a sí misma podían causarle.
Corrió a guardar la ropa lavada que se había acumulado en su cama, luego se puso un saco que cubriera sus brazos amoratados. Piensas que todo va bien, que puedes ocultar las sombras de tu vida, que una noche te devolverá la felicidad. Lo repites tanto, solo quieres convencerte, sabes tan bien como yo que estás a un paso del abismo, que él nunca soluciona nada. Ángela inhaló y exhaló lentamente, como le habían enseñado en yoga. Luego buscó qué aretes ponerse. Decidió que tendría la cena preparada para cuando Úlio llegara. ¿Denotaba eso demasiada emoción? Podría inventar que ya estaba cocinando cuando él le mandó los mensajes, y que siempre cocinaba para dos o tres personas para no tener que cocinar en un par de días. Recitó para sí tal excusa en voz alta con naturalidad, imaginando que se la decía a Úlio, y le sonó convincente.
Todo está bien porque viene Úlio, te dices siempre, pero de antemano sabes que es falso. Úlio viene, te sientes bien mientras está callado o amable, pero cualquier cosa fuera de lugar te desestabiliza. Úlio terminará haciendo que todo sea horrible. Y tú, tú no lograrás nada. La voz de la otra mujer la estaba poniendo nerviosa. Fue al cuarto de baño, se lavó la cara y mirando al espejo murmuró: Eres otra y te irás, hoy no hay espacio para ti. Luego sonrió apretando los labios, su cara se deformó en varios gestos por unos segundos. Inhala… exhala… inhala… exhala… Observó atentamente su nariz arrugada como el hocico de un perro al gruñir, hasta que se deshizo este gesto. Miró sus cejas hasta que se relajaron. Recuperar su boca era lo que siempre le causaba más trabajo, trataba de abrirse y de tensionar de nuevo el resto de la cara. Los dientes mordían los labios y querían seguir rugiendo barbaridades. Inhala… exhala… inhala… exhala…Cuando pudo sonreír tranquilamente con la boca cerrada fue a la cocina y se puso el delantal: haría berenjenas con queso y pastas con salsa de tomate y albahaca.
Estoy exhausto, no te imaginas cuánto he estado trabajando últimamente, dijo Úlio mientras comenzaba a comer, están deliciosas estas pastas, a veces extraño cuando me preparabas la comida en el taller. ¿A veces?, se preguntó Ángela en su interior, ¿sólo a veces? Hablando sin pensar, como siempre, Úlio apenas si la miraba: Puedes volver a ir cuando quieras, no tenemos que pelear. Ángela respiró hondamente, luego habló con voz lastimosa: ¿Para que me hagas tu sirvientica? No quería recriminarle nada directamente, pero creía que era necesaria una disculpa y una compensación si esperaba realmente que ella volviera. Nunca te vi así, dijo Úlio y siguió comiendo como si esas palabras solucionaran algo.
Veo que estás leyendo una novela de una autora japonesa, señaló Úlio cuando Ángela traía copas y sacaba una botella de vino de la despensa. Ella solo asintió esperando que así no se hablara más del asunto. ¿Nunca te preguntaste por qué nunca te enseñaron japonés cuando eras pequeña? ¿Será que nadie en tu familia lo sabe? Ángela no quería responder, su tía evadía toda pregunta al respecto hasta ponerse furiosa. Una vez, para probarla, le señaló el título de un anime en kanjis y ella dijo: Claro que los reconozco y sé que significan, pero debes buscar tus propias respuestas por ti misma. Al final decidió decir la respuesta más frecuente de Clara: Mi tía dice que es maleducado hablar en una lengua que nadie más comprendería. Enseguida se afanó por servirle vino a Úlio para que se distrajera y comenzara a hablar de su nuevo trabajo con los vitrales. Él acabó la copa de un trago y miró a la ventana mientras suspiraba. Estoy muy alegre con mi nuevo estilo de trabajo: primero destruyo los fragmentos que no había podido terminar, todo queda hecho pedazos y polvo; luego, selecciono según mi intuición fragmentos y los voy pegando en un retablo. Se crean formas muy interesantes e incomprensibles, es hermoso. Creo que estoy construyendo mi verdadera obra.
Hacia el final de la segunda botella Ángela no paraba de reír, Eres tan chistoso, Ulio, sus carcajadas eran olas de mar incansables. Úlio sonrió y fue al baño, el mar alegre se secó en un parpadeo y vació la copa de vino en un sorbo. Sonrió satisfecha. Soy feliz, susurró quedo como si temiera que alguien le robara el pequeño aire de felicidad que exhalaba su sonrisa, exenta del brillo de sus dientes. Llegó Úlio mirando al piso y se perdió la aterciopelada sonrisa de Ángela porque apenas habló la borró: Me voy ya, ha sido una cena fantástica. Ángela aspiró aire tan rápido que casi se ahoga, Aún es temprano, crujió su voz. Sí, lo sé, quizá alcance a encontrar a Alexa volviendo del trabajo. Dejé mis llaves en su casa. Mientras hablaba Úlio miraba la novela que reposaba en la pequeña mesa junto a la ventana. ¡Mentiroso!, rugieron los dientes pero la voz de Ángela no se escuchó, su boca se tensó hasta ser una línea recta en la cara casi inexpresiva. Se limitó a asentir. Desde que apareció Alexa, Ángela era el pasatiempo, el segundo lugar, era las visitas pero no los amaneceres juntos. Alexa ahora era la protagonista. Pero Ángela sabía que ella no amaba a Úlio, ni siquiera pensaba en él tanto como ella misma lo hacía. Alexa era hueca, pero Úlio amaba los espejismos. Alexa se desharía en el aire un día y nadie estaría ni siquiera para ayudarle a arreglar su taller hecho fragmentos y polvo.
               Úlio sonrió amable y afanado, le dio a su antigua querida un beso en la frente y ya se iba cuando notó torpemente que aguaba la fiesta. Volvió para despedirse lo más cariñosamente que se le ocurrió: Me alegra mucho que podamos seguir siendo amigos, sabes que aún te quiero, hablamos pronto, pásate por el taller cuando quieras. Sus frases un poco atropelladas le sonaron tiernas. Satisfecho abandonó todo arrepentimiento y dejó el apartamento.
A Ángela en cambio le sonaron a una afanada despedida sin sentimiento y llena de cortesías. ¿Seguir siendo amigos?, estallaron en risa los dientes, esta vez la boca no pudo resistir su fuerza, ¿dejaste las llaves? Eres odioso Úlio, eres odioso, eres desagradecido, eres hermoso, eres divertido, eres una rata, eres un fastidio, arruinas todo, no debí aceptar que vinieras, no debiste venir, eres odioso, odioso, odioso. Con rabia tiró La novela de Genji al piso, apretaba los dientes con todas sus fuerzas, Ojalá estos dientes me abandonaran y te persiguieran lentamente, con fatalidad pero sin prisas, que te encontraran cuando con alguna excusa estúpida entras a la casa de Alexa, que te atraparan cuando la besaras una vez más. Mis dientes te destrozarían, los destrozarían a ambos, pero yo no me sentiría mal como Rokujo, no, yo no ocultaría mi emoción ante mi triunfo.
Los ojos de Ángela estaban a punto de desbordar mares, dejó caer su saco y acarició sus brazos maltratados con ternura. Al final llorarías su muerte, lo volverías un ideal religioso, serías una devota inútil, susurraron sus colmillos, es evidente si vemos lo arrastrada que fuiste hoy. Rokujo es tan refinada y pulcra que sus demonios escapan de ella y actúan por su cuenta, pero tú y yo somos diferentes. No puedes tratarme como si fuera otra persona. Un mordisco voraz aprisionó un pedazo de su brazo que aún era blanco, Estos dientes no son míos, no son míos, gritaban las lágrimas que mojaron el brazo.
Texto publicado en Sombralarga, revista virtual de literatura colombiana.
http://www.sombralarga.com/articulo.php?numeroArt=7&articulo=135&fbclid=IwAR1Bhh9NzZ7MA0FjOrd1iv2MZcGDJPGrIMbxQZsm8f2z_6ST5kf8leo2a4s
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lizavi9 · 7 years ago
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Pequeña historieta realizada en 2015.
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lizavi9 · 7 years ago
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Pequeña historieta realizada en 2015.
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lizavi9 · 7 years ago
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Un extraño y una extraña . Cuando él entró ella todavía lo esperaba, todavía se miraba al espejo, todavía no veía nada. Se quitó su chaqueta y sombrero con lentitud; ni un saludo, ni una palabra voló por el aire. Pensó que ella era injusta, pensó también que las otras mujeres con que había compartido habitación aquella noche ya no tenían nombre, ni rostro, ni cuerpo, ni cariño, ni mezquindad, ni amabilidad, ni injusticia. Ella todavía hablaba cuando él se fue. No volteó su cabeza para verlo partir, no desvió su mirada de los ojos de la extraña que se asomaba al espejo. Su ausencia se instaló como un pesado silencio, sin embargo, ella siguió hablando en su cabeza hasta que pensó que explotaría; entonces dejó que el ambiente se infiltrara en ella. Cuando él había finalizado su monólogo tomando la cara de ella con las manos y guiándola hacia el espejo para que se reconociera, ella todavía lo buscaba con la mirada, todavía lo quería cerca, todavía no estaba tan lejos. Le susurró algunas promesas y recuerdos al oído. Creyó que ella sólo estaba confundida, que al reencontrarse a sí misma podría reencontrarlo a él. Ella todavía añoraba su tacto cuando él caminaba por la habitación y la llenaba de ecos. No lograba comprender lo que decía, no entendía la idea o mensaje general y las pequeñas frases se le refundían entre el temor que le inspiraba esa caminata que lo acercaba tan pronto como lo alejaba. Su presencia se convirtió en confusas palabras suaves y fría falta de tacto, mientras lo miraba lo seguía llamando a su lado. Cuando él comenzó a hablar ella todavía lloraba, todavía temblaba, todavía temía, todavía lo escuchaba. Se extendió en divagaciones que pretendían ser claras, no la rozó ni abrazó ni tocó. Sintió que aún podían arreglar las cosas, derrumbar muros, tomarse de la mano; la sintió también lejos, más lejos desde que ella se había alejado de sí misma. Ella todavía se sentía sola cuando él llegó. Se arrojó a sus brazos, no recibió respuesta. Sus ojos lo buscaron, no recibió respuesta. Sus palabras trataron de balbucear algún puente entre ambos, no recibió respuesta. Su frialdad derrumbó el cuarto, derrumbó sus recuerdos, la derrumbó a ella; en aquellas cuatro paredes sólo había un extraño y una extraña.
Lina ZV
Publicado en: Revista Cultura(s). Edición 8 y 9. Bogotá. 2014-1015.
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lizavi9 · 7 years ago
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Por una cuchara . Ella está sentada en una pequeña mesa al interior del Café Trementina junto a la ventana. Desde que pidió su capuchino no ha hecho más que mirarlo absorta mientras le da vueltas con la cuchara. La copa de brandy con la que venía se la tomó haciendo caras de asco apenas se la dieron. La observo descaradamente aunque no parezca notarlo o darle importancia. Cuando me traen las dos copas de brandy que he pedido me siento confiado y cogiendo una en cada mano me dirijo a su mesa y me siento con familiaridad. No me mira, no para de mover en círculos la cuchara, no parece sentir el mundo exterior. “¿Le gustaría tomarse conmigo otra copa de brandy?”, le digo con tono jocoso, ante todo tiene que notar que soy un ser seguro de mí mismo, tiene que saber que cuando quiero algo siempre lo consigo. Apenas se entere sabrá que es irremediablemente mía. “No me gusta el brandy”, dice sin cambiar su postura. “Pero parecía necesitarlo hace un momento, ahora podría sentarle bien otra copa”, al hablar sonrío amistosamente para que sepa que no necesita ser desconfiada conmigo. No soy cualquier tipo. “Hace un momento no la necesitaba, aunque quizá la necesite ahora, por eso no la quiero, ni quiero este café, quédeselo.” Mientras habla saca la cuchara, la mete en su bolsillo y empuja hasta mí el cappuccino y la copa de brandy que le había ofrecido. Silenciosamente se para y se dirige a la puerta. “Te vas a arrepentir”, le digo un poco más agrio por su extraña negativa. “Si, -dice al detenerse un segundo antes de salir,- y entonces podré escribir”. Me quedo aún mirando un rato como se aleja aquella extraña ladrona de cucharas.
Lina ZV
Publicado en: Revista Cultura(s). Edición 8 y 9. Bogotá. 2014-1015.
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lizavi9 · 7 years ago
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Adiós sin voz . ¿Puedes sentir la distancia que nos separa? Lees silencioso, absorto y serio en tu escritorio junto a la ventana. Si creyera en las explicaciones te hablaría del abismo que se está rasgando en el aire. Mi boca se abre pero no se forma ninguna palabra. La puerta está bien cerrada, incluso le he puesto seguro desde dentro, temo que si me descuido termine desapareciendo de este universo tuyo. Mis manos rodean con fuerza la taza de café con leche, ya frío. Te miro, ¿sientes que te miro?, desde lejos, cada vez más lejos. Una de mis manos no puede evitar la tentación de  alcanzarte, de llamarte, para que me ayudes a estar de nuevo a tu lado; mis dedos rozan tu suave mejilla, frunces el seño y apartas delicadamente la cabeza de mi caricia, procuras mantener la concentración de tu lectura. ¿Puedes sentir como me alejo? Nunca he logrado intuir lo que se desarrolla dentro de ti. Te pregunto algunas cosas cotidianas, atenta espero que tu mirada me busque para que capte el abismo cada vez más grande que rasga el aire. Me contestan tus monosílabos, sigues en el libro. Suspiro, miro la taza de café con leche que mis manos aferran y no he sido capaz de llevar a mis labios, luego la suelto, la dejo en la mesa. El aire desquebrajándose de esta habitación no me deja respirar, un impulso de salir a buscar otros aires en los que pueda de nuevo volar me invade. Inmóvil junto a la puerta siento el miedo, el vértigo, la tristeza, la excitación. Pendiendo aún de un hilo a este universo tuyo invento alguna cosa, te pregunto si quieres acompañarme balanceándome al borde del abismo y sin atreverme a buscarte con la mirada. Un refunfuño tuyo responde negativamente, quizá ya irritado por tantas tentativas de distracción a tu lectura. ¿Puedes sentir que me voy? Mis manos tiemblan mientras quito el seguro. La puerta está abierta, aún espero alguna cosa unos segundos en el marco de la puerta. Silencio, incomprensión, aire que se desgarra. ¿Puedes sentir que desaparezco de ese universo tuyo? Cierro la puerta al salir sin decir más palabras.
Lina ZV
Publicado en: Revista Cultura(s). Edición 8 y 9. Bogotá. 2014-1015.
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lizavi9 · 7 years ago
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Por decir adiós . Cuando quieras matarte, visítame a las tres. Susa nunca especificaba si en el día o en la noche pero lo mismo le daba porque nunca dormía más de dos horas seguidas y jamás trataba de dormir a las dos de la tarde o las dos de la mañana. O antes o mucho después. Para su suerte el negocio fue próspero y pronto compró su propio títere cerdito de peluche, este era incluso más rosado que el alquilado. A veces los clientes le rogaban que ella los visitara o acudiera a citas en cafés o terrazas o junto a caños, jamás aceptaba, sin importar los llantos ni las amenazas. Tampoco aceptaba los regalos ni el dinero en efectivo, por sus servicios había que consignarle. Trataba de no mezclar directamente el dinero con la relación con el cliente ni con el cerdito. La última vez que la visité la cosa le iba bastante bien, incluso se había dado el lujo de tener dos gatos corpulentos que saltaban de un lado a otro rompiendo muebles, cortinas, tirando jarrones, robando comida, desordenando la basura. Susa estaba radiante y me dijo que pensaba arriesgarse a comprar un títere de conejo azul, pero que necesitaba una socia. Le expliqué que me iba bien sirviendo capuchinos, aromáticas, cafés, ensaladas, emparedados y escuchando las historias de los que dejaban plantados o los viejos mientras contaban monedas o comentaban el diario o cualquier cosa. Ella y su cerdo parecían decepcionados de mi respuesta, insistieron otro poco y ante mi segura negativa se puso seria. El cerdito puso sus manos en su cabeza y habló: lo vas a hacer, pese a todo, y ya lo sabías antes de venir, ¿por qué sigues viniendo entonces? Susa se ve hermosa pétrea, como una escultura de marfil, pero su mirada penetra llena de vida, y su cerdito, él único que siempre menciona la razón de la cita, tan rosado se ve angustiado en esa postura. Por costumbre, mientras me oxido, por testigos, por decir adiós. Adiós Susa, adiós.
Lina ZV
Publicado en: “Cuentos para leer sobre una tortuga y una bolsa para el mareo”. Editorial Tinta Ebria. Bogotá. 2017.
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lizavi9 · 7 years ago
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Me veo . El mareo te convierte en un lagarto sin movimientos frenéticos o nerviosos, solo una piel elástica y escurridiza tendida en algún lugar, en alguna cama, y que cada vez se escuuuuurre, se escuuuuurre más. Es un sentimiento acuático cuando está acompañado de un soplo de debilidad. El lagarto se estiiiira en gotas que no pueden separarse. No hay tensión, solo un deslizarse hacia la expansión que te deja ligera, sin abarcar algo más, sin ser algo menos. Simplemente un escurrirse de respiración pesada.          Las gotas se distraen de su escurridiza tarea sin propósito y se levantan cansadamente. Ya no soy ningún lagarto. Me asomo a la ventana. Oscura, titilante, fría y llena de viento encuentro la noche. En un pozo a lo lejos se desata una tormenta, espero que allá tengan paraguas. Aquí hay un paraguas y un techo.        Entonces me veo corriendo en medio de la calle, los carros pasan, las personas pasan, nada choca contra mí, nada volteaba su cabeza hacia mí. ¿A dónde me dirijo con tanta energía?, ¿tendré prisa?, ¿terminaré en el pozo? Me sorprende encontrarme a cinco pisos y varias transformaciones de distancia, corriendo como si huyera. No tengo afán, me digo en voz baja, hoy no te persigo yo.           Ojalá que allá también tenga paraguas.        Mientras corro en medio de la calle, sin que nada repare en mí, alzo la cabeza para mirarme asomada a la ventana del último piso de un edificio. Allá soy raices, allá soy intentos por respirar. Me sonrío desde aventuras de distancia. No volveré a mí aún. Dejaría de inhalar aire sin notarlo. No quiero detenerme, no quiero tenerme. Dejo de mirarme y es la noche la que envuelve mis ojos y vuelve mi piel plumas de pájaro. Sigo corriendo. Tengo sed de calles desconocidas, de esquinas aún no sentidas.        Me veo desaparecer tras una esquina, o quizá un arbol, o una pluma. Me he perdido de nuevo. Podría preguntarme si alguna vez me encontraré, pero el frío envuelve mi cuerpo y lo eriza con helada dulzura. Quisiera alejarme de la ventana, alejarme de la curiosidad de mis ojos que husmean por doquier. Pero el frío te convierte en un coral semejante a un árbol pero más suave, más pequeño, aferrado a su suelo mientras sus ramas ondulan con las olas del frío de la noche. Me iré de la ventana, me digo. No me muevo, solo ondulo. El pozo lejano va creciendo, un día será cercano.
Lina ZV
Publicado en: Revista Agua Salada
https://www.aguasalada.co/single-post/2016/11/05/Me-veo
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lizavi9 · 7 years ago
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Cigarrillos . – ¿A usted no le gusta el olor del cigarrillo? – dijo Paulina mirando al muchacho de sombrero gardeliano y gabán gris que fumaba junto al puesto ambulante de dulces, paquetes, cigarrillos y minutos situado en la esquina  de la cuadra que iban dejando atrás a medida que caminaban. Fumaba Pielroja, sin lugar a dudas. Constantino volteó a mirar displicentemente al treintañero con sombrero gardeliano.             – Hace mucho dejé esa cosa, me hace daño y todo eso.    Paulina tornó los ojos al cielo y sacudiendo la cabeza ligeramente insistió:             – ¿Pero le gusta el olor, o no? ¿Por qué nunca responde las preguntas que le hacen?             – Ya le contesté Paulina. Que me hace daño.             – ¿Entonces, no le gusta?             – Que no, no me gusta, no joda.      Cuando entraron en el hospital Los Mártires ella se encargó de pedir las indicaciones y de apretar el botón que llamaba al ascensor.             – Yo nunca pensé que viviría tanto Paulina. Siempre creí que moriría antes de cumplir sesenta. Y ya ve, los cumplí hace mucho rato y sigue pasando tiempo y sigo vivo y ahora hasta enfermo.      Cuando llegaron al cuarto piso tomaron un número de la máquina táctil y se sentaron en la sala de espera. Tras una hora de silencio y observación de extraños que también los observaban, la pantalla indicó su número y el número del consultorio al que debían ir. Constantino decidió entrar solo a ver al doctor. Después de un rato largo salió cabizbajo y con mala cara.             – Pues a mí sí me gusta el olor a cigarrillo, sobre todo el Pielroja. – dijo Paulina– Lo fumaba mi padre cuando era pequeña.     Ambos bajaron por las escaleras sin palabras.             – Pero nunca aprendí a fumar – musitó ella en el último escalón.             – ¿Nunca?, no le creo.             – Nunca. Yo no miento Constantino.             – Pues venga y le enseño.     Se dirigieron al puesto ambulante de dulces, cigarrillos, minutos y paquetes donde antes había estado el treintañero. Constantino compró dos Pielrojas y se sorprendió de que ahora valieran doscientos pesos. “La vida se está volviendo cara”, pensó. Se sentaron en las bancas de cemento frente al hospital y tuvieron que pedir fuego a los transeúntes. Las personas que entraban o salían del hospital decían no tener, negaban con la cabeza o solo fruncían las cejas, arrugaban la frente y seguían caminando. Entonces salió el muchacho de gabán gris y sombrero gardeliano, él les prendió sus cigarrillos y se fue sonriendo tras sus gafas oscuras. Paulina tosió como si fuera una adolescente.
Lina ZV
Publicado en: Revista Agua Salada
https://www.aguasalada.co/single-post/2016/10/30/Cigarrillos
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lizavi9 · 7 years ago
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Te miraré . Cómo te miraré cuando recuerde como te miro ahora. Serás magnífico, intrigante, un misterio que se me escapó de las manos. Ahora todo lo complicas, ahora me enredas porque no sabes qué hacer contigo mismo y no eres capaz de tomar una decisión respecto a quien te busca, a quien te espera. Pero serás indescifrable, una delicada obra del azar, de la caprichosa honestidad, de las más estéticas contradicciones. Ahora tan sólo soy confusión, tristeza, tedio y odio. Pero seré una persona insensible que no supo valorar el enigma que se le presentó tan cerca. Seré demasiado susceptible ante cambios que no era capaz de comprender. Seré la culpable. Cómo te miraré cuando no estés, tan hermosamente, tan llena de arrepentimiento. Cuánto te miraré, en las noches, en los detalles, en los cafés con leche: no podré dejar de mirarte nunca, será impensable dejar de admirarte, de extrañarte. Porque te miraré es que te miro ahora, pero en este momento lo intolerable es seguir mirándote, llenándome de dolor, que luego será egoísmo. Por eso siempre recordaré como un error el irme de tu lado sin mirar atrás, aunque un susurro grite que no podría haber sido de otra forma.
Lina ZV
Publicado en: Revista Agua Salada
https://www.aguasalada.co/single-post/2016/10/23/Te-mirare
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lizavi9 · 7 years ago
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Deberías ir al café . No te vayas así, prométeme que mañana irás al Café. Alexa tiene dos opciones: o no sabe lo que quiere o no quiere nada. La alcancé corriendo, mis manos rodearon sus muñecas, obligué a nuestras miradas a encontrarse. Cada vez que Alexa intenta buscar algo, hacer algo, todo se tuerce, se daña, a último minuto no funciona. Sus ojos estaban rebosantes de caos, pocas lágrimas se escapaban, no volveré a hacerte escenas de celos, por favor, prométeme que irás mañana. Sin embargo, cuando Alexa se deja bailar por el aire, la vida fluye y realmente se siente viva. Ella no articuló palabra aunque sus delgados labios parecían querer decir algo, sabes que te quiero y yo sé que también tú me quieres, ¿no es así? Por eso Alexa cree que las cosas no funcionan, sólo suceden. Ves, no puedes decirme que no me quieres mirándome a l os ojos; no te alejes de mí, no lo harás, ¿verdad?, mañana volverás a ir al Café, ¿verdad?, promete que irás. Alexa prefiere no pensar la vida, prefiere vivirla. Ella se liberó de mis manos, dijo que intentaría ir, pero que ahora se despedía de mí, me deseaba suerte para encontrar algún día alguien a quien pudiera monitorear; deja de decir pendejadas, te espero mañana. Irás, ¿verdad? Tienes que ir.             Me dijo que tenía que ir al Café, que no volvería a tratar de controlarme, quiere volver a ser dulce, me quiere a su lado, debería ir, su ser es tan cálido que sin él podría enfriarme. Cuando él se despierta toma el teléfono enfurecido y piensa en llamarla para sorprenderla en un húmedo amanecer junto a su amante. Debería ir en la tarde cuando él está atendiendo, será amable  conmigo y me traerá un café con leche y azúcar aunque no haya pedido nada. Sólo la existencia de un amante le permitiría comprender por qué ella había querido irse tan rápidamente la noche anterior. En realidad no estaba ofendida por el escándalo que él le había hecho la noche anterior con el mesero coqueto, sólo que le pareció que había exagerado y se sintió cansada. En esta peluquería siempre se puede pasar el tiempo en tranquilidad. Aquí podré prepararme para ir al Café y sonreírle. Le diré que trataremos de ser felices juntos. Al tener el teléfono entre sus manos se controla y avergüenza. Anoche le prometió que no haría más escenas de celos, quizás ella esté sola en su apartamento o trabajando en la peluquería y cuando vaya hoy al Café le sonría conciliadoramente. Es divertido cuando al cambiar el cabello de alguna persona parece transformarse la persona misma, quien se mira una y otra vez en el espejo, agradablemente sorprendida por la extraña persona que le mira y que al aprenderse sus rasgos será su propio ser. Se viste enojado e inseguro, al final la culpa es de ella que es tan hermosa y tan despistada, pero no importa porque él la perdona por su inocencia. Trabajar en esta peluquería es anestésico y felpudo, debo ir al Café y ver a aquél ser que completa esta vida de adorables rutinas interminables y llenas de decoraciones. Mientras desayuna decide comenzar a pensar en las palabras que le dirá cuando aparezca para que la reconciliación sea tan perfecta que podría aparecer en una película. Llega la extraña señora de interminables sombreros y mirada de pájaro, esta vez quiere que le pinte el pelo de azul, sonrío encantada. Por supuesto él compra rosas. Sin rosas no hay amor pasional. Mientras arreglo a la señora me dice que ella de hecho es una artista, una excéntrica artista, y que hasta ahora no había logrado encontrar a nadie en quien confiara para dejarle el cuidado de su cabello, sus uñas, su maquillaje y demás decorativos. Él también compra una coqueta cajita de caros chocolates, sin chocolate no hay amor dulce. Dice que por lo regular viaja y que sólo pocas veces pasa, como ahora, largas temporadas en un mismo lugar, sonrío ante la coincidencia pero callo y la dejo seguir hablando con su fascinante voz. De camino al trabajo él piensa en pasarse un rato por la peluquería donde ella trabaja, podría verla a lo lejos para mantener su dulce imagen mientras la espera y saber a qué color de ropa estar atento para reconocerla cuando llegue al Café. Me propone que viaje con ella, que ella me pagará como su estilista profesional aunque no tuviese cartones pues en realidad las que los tienen se creen tiranas en el cuerpo ajeno para el que las han contratado y por ello ha despedido centenares. Al final él se arrepiente y decide ir directamente al Café, prefiere que ella lo sorprenda con la hermosa ropa que se habrá puesto para su reconciliación de película. Pero, en cambio yo soy diferente, le agrado y la escucho, le gusta mi actitud y quiere contratarme. Él llega demasiado temprano al Café pero con un humor y apariencia excelente, sin necesidad de preguntarle nada todo el que lo vea pensará que es la viva representación del amor. Si acepto su oferta debo irme con ella esta misma tarde, le han programado una ópera de última hora en otro país donde posiblemente, según el éxito de esta representación, se quedará un tiempo haciendo varias obras. Cuando él comienza a trabajar es en extremo generoso con sus sonrisas y coquetas cortesías, cuando ella llegue quiere que aprecie al cotizado hombre con el que está y se sienta orgullosa. Acepto sin darme cuenta, su propuesta es tan precipitada como mi respuesta, no podría haber sucedido de otra forma. El tiempo pasa y él se extraña de que ella se demore tanto en aparecer. Debería haber ido al Café, debería haber tratado de ser feliz con aquella persona cálida, debería ir a despedirme al menos, él dijo que debía ir, sin importar nada, debería ir. Él ha estado preparando sus palabras desde la mañana: mi querida Alexa, no volveré a hacerte escenas de celos pero debes intentar comprenderme, aquel hombre te sonreía tanto, tanto, tanto… yo quiero ser el único que te sonría todo el día. Cuando se acabó mi turno en la peluquería y salí a la calle la señora de interminables sombreros me esperaba en un taxi. Él estaba seguro que ella entendería que él necesitaba saberse y sentirse el único para ella, después de hablar le daría las rosas y chocolates que había comprado, todo estaba planificado, todo funcionaría, hablarían de ellos, de lo felices que serían. Al subirme me pregunta si necesito ir por mis cosas a mi apartamento, a algún lugar a anunciar mi ausencia, a despedirme o a solucionar algún deber. Ya comienza a oscurecerse el día y él a llenarse de impaciencia, muere de ganas de poner a filmar la magnífica escena de amor que ha estado planificando desde que se despertó. No, no necesito ir a ningún lugar, le respondo con una sonrisa temblorosa y fría.
Lina ZV
Publicado en: Revista Agua Salada
https://www.aguasalada.co/single-post/2016/10/17/Deberias-ir-al-cafe
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lizavi9 · 7 years ago
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No me mires . No me mires cuando no me miro, debes dejarme en la inexistencia, que me trague la nada y las no-miradas. Llegaste solo, mojado y triste con tres cajas de vino, querías pasar un buen rato de olvido general. Pero querido, yo estaba pasando un rato de olvido de mí. Te dije que te marcharas, que no estaba presentable para nadie, que podíamos vernos al día siguiente. Miré por el ojo de la puerta, mirabas al suelo con una sonrisa frustrada que me dolía, rogaste que te abriera la puerta, que no te dejara sólo en la lluvia, que me querías cerca, que me necesitabas cerca, que no te importaba si no estaba tan perfectamente maquillada como siempre, que me querías de cualquier forma, estuviera como estuviera. Me dolía que te doliera la puerta cerrada, no creía que pudieras entenderme pero dejé esta y todas mis ideas de lado, cuando te veo sufrir, nada más ocupa mi mente y me pospongo cuanto o  como sea necesario hasta poder abrazarte y darte un tranquilo cobijo. No debí, no debiste. Temblando junté los pedazos de mi rostro, los encajé lo mejor que pude y me los coloqué, puse en mi cara desecha. Por el afán les puse poca crema adherente, no los maquillé bien, no disimulé nada bien, como suelo hacerlo. Pero estabas afuera y me necesitabas y te dolía la puerta cerrada. Te pedí, cuando abría la puerta, que no te fueras a asustar de mí, que me quisieras pese a todo. Me abrazaste y llenaste de palabras dulces, dijiste que me veía diferente, quizá un poco descompuesta, pediste perdón por interrumpir mi descanso. Comenzamos a beber vino, hablabas y hablabas, te dejaba ser para que sacaras de ti todo lo que te hacía daño, mientras bebía a pequeñísimos sorbos que no desencajaran mis labios. Me besabas, te paraba como podía y sostenía mi cara armada y daba excusas que entendieras lo mejor que podía. Ninguna cosa la hice bien esa noche. Te llenaste de sospechas y miradas interrogantes, mi cara terminó por caerse a pedazos, te recordé que me querías, te pedí que no me miraras. En nada me hiciste caso. No debiste, no debí. Juntaba mi cara con manos temblorosas y ansiosas, no era capaz de mirar tu cara ni de armar la mía. No me mires, no me mires, sin mi rostro perfectamente armado nadie debería verme y yo debería olvidarme. Las lágrimas aguaban la crema adherente, no  lograba armarme ni podía parar de tratar de hacerlo. Tu silencio me partía, tu partida me desoló. Después de todo nadie me quiere cuando no tengo mi imagen exterior, pulida y preparada. Te comprendo si no vuelves más, si pudiera, también me dejaría y nunca volvería ni miraría atrás.
Lina ZV
Publicado en: Revista El Arado
https://revistaelarado.wordpress.com/2015/06/12/no-me-mires/
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lizavi9 · 7 years ago
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SIN UN LUGAR PARA LEER . Me dije que leería en el tren, pero a última hora mi hermana decidió viajar conmigo: no paró de hablar todo el trayecto sobre los miles de planes de trabajo que planeaba hacer en la gran ciudad a la que nos dirigíamos, por lo cual prefería hacer un viaje preparatorio para conocer el lugar. A medida que el tren avanzaba, mermaban los bosques y aumentaban los carros y edificios. Me dije entonces que leería en casa de él, pero al llegar me recibió felizmente con una gran cena. No se enojó por tener que hospedar también a mi hermana para que no tuviera que buscar un hotel ya tan tarde, incluso quiso hacer gala de su generosa sonrisa y hospitalidad al invitarla a quedarse en su casa el tiempo que quisiera. Nos quedamos comiendo y bebiendo hasta tarde alimentos fríos y sin condimentos. Me dije que leería a la mañana siguiente, pero mientras me desperezaba en la cobijas llegó él y no dejó de endulzar con palabras y caricias hasta el hastío, luego me arrastró a su restaurante favorito. Salí con él convencida que leería después de comer, pero me invitó a caminar largo rato, me habló de su vida, de sus planes, de sus cambios, de sí mismo hasta el abismal vacío de las palabras. Las calles estaban atestadas de gente que caminaba rápidamente, evadía miradas nerviosamente, se aferraba a sus cosas con desconfianza; los carros pitaban hasta ensordecer el aire y se estancaban continuamente; todas las ventanas tenían las cortinas cerradas; el denso aire hacía agotadora la respiración mientras oscuras y pesadas nubes se movían a su lado. Aún no había leído nada ni lograba que surgiera en mí sentimiento alguno por este viaje al que él me había invitado. Pensé que leería cuando volviéramos a casa, pero allí estaba mi hermana para hablarnos de su trabajo, de sus planes, de sus posibles nuevos contratos, de sus dudas, de sus esperanzas, de sus posibles cambios, de sí misma hasta ahogar la sala del eco de palabras vacías. Quería leer, sumergirme en historias muertas que jamás han existido para hacerlas existir una vez más, pero todos parecían tan llenos de futuro y planificaciones y cambios y con tantas ganas de hablar de ello y de sí mismos que no me dejaban ningún rincón sin el ruido de su voz. Me dije que leería a la mañana siguiente, pero terminé dejándome arrastrar al bar favorito de él aquella noche; irritada, tomé más de lo que mi cuerpo puede procesar mientras puede seguir manteniéndose de pie: al día siguiente me levanté muy tarde y con dolor de cabeza a martillazos. No había nadie ni nada que comer. Pensé que leería después de comer algo, salí a alguna cafetería cercana. Seres anónimos le servían maquinalmente a seres sin rostro pero con billeteras, nadie te miraba a los ojos pero te devoraban a hurtadillas. Al salir de la cafetería no me apetecía leer en parques, llenos de sol hasta la ceguera, llenos de niños gritando hasta la sordera, llenos de gente desocupada hasta el ahogamiento; así que volví al apartamento. Abrí por fin el libro, al fin un lugar donde no era invitada ni extranjera, donde podía disolverme en historias y palabras que recorrían infinitos laberintos y me enfrentaban a quienes he sido, a mis recuerdos, a mis sin salidas, a mis voces mudas y tantas cosas, tantas cosas… Pero entonces el orgásmico grito de una mujer desesperada quebró mi atmósfera. Enfurecida fui al cuarto de visitas donde estaban mi hermana y él entrelazados, ambos me miraron con delicia y culpabilidad. «No me dejan leer», les dije, y me fui definitivamente de esa gran ciudad ajena con mi libro bajo el brazo.
Lina ZV
Publicado en: Revista Contestarte
http://revistacontestarte.com/sin-un-lugar-para-leer/
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lizavi9 · 7 years ago
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De la miel las melodías . Tengo tanto sueño que podría derretirme en pequeñas marmotas que cabalgan manzanas voladoras buscando la miel que se ha perdido y sin la cual no hay melodías, sin embargo, lo mío esta noche es tomar calientes cafés tan amargos y oscuros que le quitan sensibilidad a mi lengua mientras aprendo a fumar. Los que a mi alrededor están hacen la música de ambiente, cada uno ha respirado cuatro o más cigarrillos, yo he tratado tres, cada uno de diferentes marcas, sin poder acabar ni gustar ninguno. Mierda. Las marmotas se esconden en mi pelo y me susurran junto al oído que les facilite rápidamente sus transportes porque la ausencia de miel deshará el mundo en desarmonías, les doy la razón cuando miro a mi alrededor y sé que ninguno de los que me rodea existe, la dulce presencia perdida hace que los sonidos de todos carezcan de estética y real vida. Mierda. Estoy sentada en este sillón verde pero no estoy en nada verde, el vacío sin sonido dentro de mi cabeza es donde me encuentro sin encontrarme: floto, soy la cruda mudez misma; pero escapo de allí inmiscuyéndome en esta horrorosa música de ambiente, en su respiración tabacosa y sabor amargo. Los sonidos de la gente suenan entremezclando palabras, discursos, gritos, risas, preguntas; unión inarmónica de resonancias caóticas, disonantes, destempladas, nada los enlaza dulcemente. Las marmotas saltan a mis párpados y tratan de cerrarlos a la fuerza, saben que me gusta el dulce y que me molesta lo inarmónico, por lo cual no tengo fuerzas para oponer mayor resistencia. Mis párpados se van derritiendo y dejo de oír la música de ambiente desentonada, sin embargo, abro espantada los ojos al hundirme en el erizarte silencio dentro de mi cabeza; sé valiente, me animan las marmotas saltarinas, si te enfrentas a tu silencio viajaremos en las manzanas voladoras en busca del melifluo y cuando despiertes estará allí para que todos los sonidos tengan una o miles de armonías en cada ambiente o momento. En un suspiro dejo atrás los calientes cafés amargos y los tosedores cigarrillos, entonces me derrito. El silencio me taladra, estoy en búsqueda de la miel que hace melodías los fragmentos de vida.
Lina ZV
Publicado en: Revista Ex-libris
http://revistaexlibris.com/2015/10/de-la-miel-las-melodias/
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