Soy Zafiro y este es mi nuevo blog para escribir en español. Un inicio de cero, porque mi lengua natal merece que le dé su propia plataforma.
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Existen diferentes formas de magia.
Se encuentra aquella que proviene de la naturaleza, que conecta a todos y a todo. Ésta es una especie de lengua neutra entre las diferentes especies, pues en algún nivel todas pueden reconocerla, entenderla. A pesar de esto, ciertas sociedades han conseguido un mayor o menor nivel de fluidez o conexión con esta magia, destacando los elementales como tan sincronizados que, como dice su nombre, prácticamente son esencia natural concentrada.
Existe también la magia de la luz y la oscuridad, la cual trasciende los elementos naturales y captura la intención del hechicero en el momento de su uso y a lo largo de su desarrollo en estas artes. Este tipo de magia depende de un pacto, una renuncia a la sociedad propia y sus reglas, para ser dirigido por una moralidad independiente, inherente a la magia misma. Se dice que aquellos que faltan a este pacto, son consumidos en venganza por las leyes que gobiernan el universo.
Finalmente, cuentan las leyendas que en contadas ocasiones han aparecido durante la historia de pequeñas y grandes culturas por igual, magos con la capacidad de usar sus almas, hasta de afectar aquellas de los demás. Serían estas figuras míticas el ejemplo de un tipo de magia que es casi solo un rumor, una silueta oscura, pero atrayente. Se dice que esta es la magia de la vida, de aquello que va m��s allá de cualquier externalidad hasta la identidad misma de un ser. Qué peligros conllevaría usar este mítico poder, las leyendas no concuerdan al contar.
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Levantó los restos del preciado collar. La cadena de oro estaba casi intacta, por supuesto, era metal, pero varias de las perlas se habían caído, y peor, hasta roto. No había forma de reparar ello, ¿cómo podrían localizar piezas de exactamente los mismos tamaños y colores? El original, según sabía, había tomado años en armarse, precisamente por la rareza de varios de los componentes. Encima, estaría el costo de tamaño emprendimiento. No, habría que darlo completamente por perdido. Era doloroso, no le quedaban muchas cosas de su abuela, ella que le cuidó como ninguno de sus progenitores se dignó a hacer, y le causaba un vacío en el estómago ver aquella joya, la que más había amado y usado, destrozada.
Un llanto ahogado le sacó de sus pensamientos. La chica que tenía en frente había agachado la cabeza, pero podía ver cómo se mordía los labios. Más aún, todo su ser estaba temblando ligeramente. Volvió a mirar lo que tenía entre manos por un instante y tomó una decisión. Dejó la inservible cadena, aún con algunas perlas pegadas, en la mesa cercana y se acercó a abrazar a la joven.
—No llores. Tu amistad significa más para mí que una reliquia rota.
Sí, podría ser que fuese una pieza invaluable de su abuela, pero ella estaba en el pasado. En el presente estaba esta muchacha, alguien que se había aventurado a entrar en su mundo pese a su temible reputación y deplorable comportamiento. Si lo pensaba así, en verdad era mil veces más valiosa.
(Inspiración: “Your friendship means more to me than a broken heirloom.”)
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Princesa de aguas turbias - Capítulo 1
La boca le dolía y casi podía sentir el sabor a sangre. Si seguía así sus encías iban a sangrar de tanto apretar los dientes, pero eso no le importaba. Mariel estaba furiosa, revolvía toda la biblioteca, los cuatro pisos de estanterías repletas de antiguos textos, como un huracán. Debía de haber una solución en alguna parte y si no podía salir de ese castillo—estúpida promesa y estúpida ella por hacerla, y doblemente estúpida Andrea por pedírsela—entonces iba a encontrarla en los condenados libros. ¿De qué diantres les servía tener tanto papel si no iba a ser de ayuda? No, algo había de existir.
—Su Alteza —llamó tímidamente una de las sirvientas.
Mariel la ignoró, no estaba de humor para atender ningún pedido. Los consejales podían hacerse cargo de la administración de los víveres y la ubicación de la gente, o cualquiera fuera el problema con proteger a toda la ciudad dentro del castillo. No eran sus tareas usuales, obviamente, pero sus hermanas habían ubicado gente con cerebro para los puestos, no iban a causar un desastre.
—Disculpe, su Alteza, pero necesito que… —Si no te largas —interrumpió al tiempo que soltaba sobre la mesa un grueso tomo de lingüística— voy a enojarme. ¿No ves que estoy ocupada? —Ni se molestó en voltear, seguía con cinco documentos abiertos en la mesa, usando uno para descifrar el otro, tratando de averiguar si lo que estaba descrito era lo que buscaba u otra tontería mítica como las últimas ocho veces. —Me envía Su Majestad —apuró la pobre mujer, aterrada de enfadar aún más a la joven princesa, nunca tan amable o caballerosa como su hermanas mayores.
La mención de Celeste la hizo parar en seco. La garganta se le atoró, perdió la noción de lo que estaba viendo por un instante y el corazón le empezó a latir tan fuerte que le retumbó en los oídos por varios segundos. «No me puedo adelantar a la situación», se dijo, tratando de tranquilizarse. «Debe haber una explicación razonable, seguro que sí.»
—¿Su Alteza…? —¿Dónde está mi hermana? —Su Majestad pidió que la vaya a buscar a su habitación. —Entendido. —Se levantó rápido y dio dos pasos largos antes de detenerse—. Gracias por venir a avisarme. ¿Podrías, por favor, asegurar que nadie mueva mis cosas? —Quería también disculparse, había sido grosera, pero no sabía cómo. Ser buena persona nunca le había sido tan fácil como a sus hermanas. La perfección se había agotado en Andrea y ella había salido sumamente defectuosa, para mal de todo el reino. —Es mi placer servile —respondió la mujer. —Gracias.
Con eso, la princesa se retiró. Tomó los pasillos más pequeños y menos importantes en dirección a las habitaciones reales, evitando así a la mayoría de refugiados. No era que no le importara su gente, pero no quería escuchar sus halagos o sus gracias, ni las quejas de la nobleza por compartir espacio con la plebe. Ella no estaba haciendo nada para merecer gratitud, y los otros se tendrían que chantar la incomodidad, porque a ella no le importaban sus sensibilidades. Iba a salvar a la mayor cantidad de ciudadanos que pudiese, eso era todo lo que iba a decir al respecto.
Se negó a voltear y mirar por la ventana, sabía lo que iba a encontrar: vacío y muerte. Esa condenada enfermedad los tomó a todos por sorpresa, y hubiera arrasado con toda la población en unas semanas si nadie hubiera hecho nada para detenerla. Pero alguien interrumpió. Celeste tomó sus ropas rituales y entró al templo a rezar, desde entonces la enfermedad se había detenido, pero Mariel sabía que era una falsa seguridad, porque solo la magia y la vida de su hermana mantenían a todos a salvo. Una vez que parara, los efectos dañinos volverían.
Esa era su gran preocupación. Celeste era la mayor, era la que gobernaba, con ayuda de Andrea, claro, así que no podía mantener rezo para siempre. Si tan solo ella misma supiese cómo hacer eso… Pero no, ella era la princesa imperfecta, así que los dioses nunca habían escuchado sus llamados, no de la forma en que atendían toda súplica de su hermana.
Por eso necesitaba una solución y estaba pasando casi las veinticuatro horas de cada día tratando de encontrar algo. Claro que había magos y curanderos en la tarea, pero se negaba a quedarse de manos cruzadas y simplemente esperar. Especialmente desde que se percató de que la normalmente inagotable energía de su hermana mayor estaba flaqueando.
Llevaban dos semanas de rezos cuando lo notó, el aura curativa estaba desapareciendo por pequeños, casi insignificantes, lapsos de tiempo. Se asustó tanto que casi comete la idiotez de meterse al templo sin purificarse. Ay de ella que hiciera eso, por suerte fue interrumpida por una condesa. Bien que fue desagradable tener que atenderla, pero le devolvió la cabeza lo suficiente como para pedir a una de las consagradas que se asegurara de revisar la salud de su hermana por ella.
Desde entonces supo que el esfuerzo estaba teniendo sus repercusiones en Celeste, pero mártir que era no escuchaba sus súplicas de detenerse, de pedir ayuda. Ella objetaba, diciendo que era una ofensa a los dioses hacer eso, y que bien podían dar por sentado que nunca más iban a protegerlos si hacía eso, así que negó que cualquier persona, aún sea una consagrada o el mismo sacerdote, interviniese. Y ninguna orden suya podía contradecir a la de su hermana.
Por eso mandó a meter a todos en el castillo. Si expandir su magia estaba costando tanto, pues limitaría el campo de acción. Sabía que igual tenía que extenderse por todo el reino hacia los demás castillos, pero había menos riesgo, y eso era todo lo que podía hacer por el momento. Era la única victoria en sus manos.
Tenía un nefasto presentimiento de la razón de su llamado. Celeste no era ridículamente seria como ella misma, pero había tomado el rol de reina, si bien no el título, cuando sus padres fallecieron, no hacía las cosas a menos que fuera por algo. «No, no puede ser eso, cálmate», se repitió por enésima vez.
Sin percatarse había acelerado el paso, así que cuando se vio forzada a pasar por un pasadizo ocupado casi arrolla a todos en su camino. Si hubo los que trataron de llamar su atención, no se dio cuenta, solo tenía mente para su destino y su intento de disminuir la velocidad de su respiración.
Ya parcialmente recompuesta llegó a la recámara de su hermana. Tocó la puerta ella misma, no necesitaba criados para ello, igual solo las princesas se visitaban entre sí en sus aposentos, y Andrea seguía afuera, explorando los reinos vecinos y lejanos en búsqueda de una cura. Cuando recibió permiso, entró a la habitación solo para detenerse en la puerta. Celeste se había cambiado y vestía puramente de blanco, hasta el pelo donde solo una cinta impecable recogía sus largos cabellos marrones y oscuros como el árbol sagrado del emblema de la casa real.
—No. No, no, no, no. Celeste, no puedes estar pensando… —No tenemos otras opciones. —¡Estamos bien! ¡Solo danos un poco de tiempo! —Me estoy cansando, Mariel. Dentro de poco ya no podré mantener rezo como ahora, entonces la enfermedad volverá, y con todos aquí adentro será una trampa mortal. —¡Pide ayuda! —Sabes que eso no funciona así. —¡Los dioses no pueden ser tan desalmados! Además, ¡esto va a ser peor aún! —No. Una vez que entre no saldré, no tendré que atender ni que hacer las preparaciones cada vez que regrese al puesto, podré dedicarme solamente a la vigilia. —¡Vas a quedar atrapada ahí para siempre! ¡Uno no sale de reclusión permanente! Y si quisieras romper esa regla… Las consecuencias serían graves. —Lo sé, sé incluso que es probable que no llegue a vivir mucho ahí dentro. —Le sonrió cuando vio el terror plantado en su cara, como si eso fuera a calmarla—. Es verdad, Mari, y estoy bien. Andrea y tú harán un buen trabajo cuidando del reino. —¡No seas ridícula! Todos te adoran, eres la luz que ilumina a nuestro pueblo, sin ti estamos perdidos, no puedes hacer esto. —La mayor negó lentamente—. Celeste, por favor… —Ustedes también son la luz que ilumina este reino. —¡Taradeces! —Te quiero mucho, gatita, ¿te lo había dicho antes? —Y así sin más le cambió la conversación, le dedicó esa sonrisa suave con los ojos de paz que solía usar para calmar cualquier conflicto. —No. Eso no es justo. —Tuvo que tragar para no ahogarse, hacía mucho que nadie la llamaba así, no desde que su padre murió y sus hermanas empezaron a hacerse cargo de las tareas del trono y el reino—. No puedes decirme eso ahora. Celeste… —Es verdad. Te quiero mucho, un montonón, gatita. —¡No te despidas de mí como si fueras a morirte ahora! —Se apartó un paso, no dispuesta a aceptar un abrazo final, porque no iba a dejar a su hermana morir—. Dame dos semanas. Dos semanas y te traeré a Andrea y una solución. Te traeré algo que sirva de verdad, que no te obligue a… Sólo dame dos semanas. —No puedes salir, hiciste un pacto, no puedes romper una promesa. —Prometí no cruzar las puertas del palacio, y si tengo que hacerme una catapulta afuera, pues lo haré. —Te mataría la caída. —¡Celeste! —Solo quiero un poco de tiempo contigo. —¡Pues yo no quiero un poco de tiempo, yo quiero el resto de nuestras vidas! ¡Quiero décadas! ¡Un siglo! —Apretó los ojos cuando sintió las lágrimas empezar a salir, pero los abrió de nuevo rápidamente, no fuese que la mayor pensara que podía hacerle cambiar de opinión mientras lloraba—. Y vamos a tenerlo, te lo juro. ¡Así que espérate dos semanas! —Se largó sin más, no dispuesta a escuchar otra retórica, no fuera que desplomara en llanto y súplicas. Lo único que escuchó pudo bien ser una fragmento de su imaginación. —En verdad eres la princesa que necesitamos.
Dos semanas no eran nada, ¿cómo se suponía que iba a cumplir lo prometido? No tenía idea, pero era el tiempo que tenía para salvar a su hermana de una decisión estúpida. «Si tan solo Andrea estuviera aquí… Ella sabría cómo hacerla entrar en razón.» No por primera vez en su vida deseó ser la mitad de persona que una de sus hermanas. «Pero ella no está, así que no vale la pena desear que así fuera.»
Había que ser realistas, tendría que buscar sus propias soluciones, así que tomó el camino de regreso a la biblioteca. Aún no sabía cómo hacer para darle la vuelta a su promesa, así que no perdía nada intentando ahí un poco más mientras se ideaba algo. Salvaría a Lunamar y a Celeste, y traería de vuelta a Andrea, entonces las dos podrían gobernar juntas y el reino volvería a ser un paraíso de paz. Ningún otro escenario era válido.
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El final de una historia sin inicio
Nuestras miradas se encontraron por última vez. Tantas aventuras juntos, tantos descubrimientos, todas las veces que nos hemos salvado mutuamente, todo lo que pudo cruzar por mi mente… y lo que vino a mí fue que iba a extrañar su flauta.
Quise reír, así sólo fuese para no llorar, porque no era la flauta misma, ni que la tocara tan bien, ni que no había en mi mundo un instrumento que suene igual. No, yo sabía la verdad, lo que iba a extrañar sería la oportunidad de escuchar sus emociones sin los tropiezos de las palabras, sin tener que ponerles nombres. También, o puede que aún más, el hecho de que incluso cuando yo era la que estaba mal, él podía tocar una melodía y ayudarme a entenderme a mí misma. Así de mágica era su música, al menos para mí.
No tuve cómo decirle eso, o cualquier otra cosa, el hechizo estaba hecho, pero una palabra en falso y se malograba, mandándome a sabría el cielo dónde en vez de a casa. Así que le sonreí, y esperé que eso bastara para expresarle todo, porque ya era hora de entrar en el círculo mágico. Caminé al centro sin dejar de mirar sus ojos, tratando de guardar para siempre su marrón oscuro, del exacto mismo color que la tierra que sus ancestros tanto veneraban.
Mis pies empezaban a desaparecer cuando vi que levantó sus manos y empezó a hacer unos gestos. Demoré un instante en entender, pero de pronto, como un rayo, recordé. Había visto esos gestos antes en un libro. Levanté mis manos para responderle justo a tiempo. No bien terminé, mis manos desaparecieron, y poco después el resto de mí. Me fui con el corazón contento.
Nos volveremos a ver. Te estaré esperando.
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Un fragmento de una historia sobre la luna
Es una noche blanca, la luz de la luna hace desaparecer la oscuridad, protegiendo sus haces plateados a una figura encapuchada, alejando de ella a los temibles seres que la persiguen. Tengo que llegar, tan solo tengo que llegar donde Padre. Por favor, que me alcance el tiempo para llegar. La muchacha corría desesperada, rogando por lograr su objetivo, la razón por la cual se hallaba en ese bosque prohibido. No podía morir, tenía que decirle… No temas, yo te llevaré a él. No se asustó de escuchar una voz en su mente, sabía que era la luna. Ya hacía bastante manteniendo al margen a las criaturas tras ella, incapaces de tolerar la pureza del brillo del astro, pero siempre haría más, nunca la dejaría sola. Su padre la había puesto a su protección y jamás le fallaría.
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