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3.
Leí un poema que me acordó de ella. Una mujer pasea a su perra y piensa en lo mucho que la perra ama tirársele encima a los carros. Es una metáfora sobre como amamos las cosas que no están vivas y sobre cómo la mujer debe jalar la correa de la perra para evitarle que muera en las fauces del carro. Me gusta cuando la mujer dice que la perra se arroja a las cosas que ama sin ningún miedo porque me hizo pensar en ella y me hizo pensar en mí. Ella también quiere tirársele a los carros y siempre que la veo haciendo eso comienzo a inventar historias sobre las aventuras que tendría si montara tantos carros como desea. Yo la amo sin reparo. Sé esto porque le hablo mucho y le cuento historias. Cuando la acompaño en su paseo le explico el mundo, como si ella necesitara de mis palabras para entender las texturas del pasto o del asfalto que palpa con sus patas. Le muestro los hitos del barrio y le invento nombres a cada uno de los parques que cruzamos. Él se ríe de todas las cosas que digo y a veces pienso que es muy paciente pues no debe ser fácil aguantar mis desvaríos y mis historias. Los amo así, con palabras, y me cuesta callarme y dejar los disparates. Tal vez con ellos intento de explicarme a mí misma lo que pasa en mi cuerpo cuando estamos juntos. Las texturas de la casa, las risa. Tal vez quisiera bautizar y clasificar todos esos parques por donde caminamos juntos, los tres, para que no se me olvide que esto está pasando. Que yo también puedo amar sin reparo, como ella ama a los carros.
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26
A veces vamos en el carro y nos perdemos. Damos mal los giros y terminamos en las calles por las que no deberíamos estar yendo. Entonces él me dice: mira, si seguimos por acá, vamos a llegar a la casa en la que vivía cuando tenía cinco años. Y pasamos frente a esa casa y nos damos cuenta que aún tiene las mismas cortinas. Por esta esquina di mi primer beso. En este andén comencé a alucinar las fiestas.
A mí me gusta conocer la ciudad así, mientras nos perdemos, porque puedo hacer preguntas difíciles y el tiene que responderlas. ¿Cómo fue la historia de ascenso económico de tu familia? ¿Crees que la nostalgia se puede zanjar subiendo a estos árboles? ¿Piensas que la música es una unidad de medición de tiempo mucho más precisa que el recuerdo de unas cortinas?
A veces me pregunto cómo se vería el mapa de mis recuerdos. Me pongo a pensar por qué calles lo llevaría y hasta dónde tendríamos que andar para que yo comenzara a contarle algo. Tal vez lo llevaría a los potreros por donde me escapaba del colegio, o los parques en donde deseé no estar viva. Otras veces me imagino dentro de veinte años, recorriendo estas mismas calles y contándole a alguien más que por acá solíamos perdernos. Me imagino diciendo: A veces íbamos en el carro y nos perdíamos. Dábamos mal los giros y terminábamos en las calles por las que no deberíamos estar yendo. Me emocionaban esos errores. Cada vez que él me contaba sus recuerdos, yo era feliz.
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6
Antes de irnos a dormir la mujer me contó una historia.
Hace algunos años, ella solía correr por el camino que bordeaba la montaña. Una tarde, mientras daba la vuelta que acostumbraba, se topó con cuatro hombres que le dijeron que querían ver que tan rápida era ella.
Le dieron unos segundos de ventaja y luego salieron a perseguirla.
La mujer supo que jamás sería más rápida que ellos. El camino de la montaña era angosto y cualquier paso en falso la haría caer al abismo.
Desde donde estaba, alcanzaba a oír el rumor de los pasos de los hombres que se le acercaban, cada vez más rápido, y las piernas no le daban.
La mujer se trepó en la montaña y comenzó a escalarla para huir de ellos.
Paró un momento y me dijo que se sintió como un conejo. Cuadrúpeda, trepó por el monte y se escondió dentro de los matorrales.
Se sintió cazada.
Escondida en su madriguera, escuchó cómo los hombres pasaban buscándola. Dieron varias vueltas pero no la encontraron.
Ella temblaba, pues no quería que se le hiciera de noche lejos del campamento, pero tampoco quería que los hombres la vieran.
Antes de terminar con la historia, la mujer se quedó pensando y me dijo:
Puede que tú nunca te hayas sido un conejo, ni hayas tenido que subir al monte. Pero ten la certeza de que te han cazado. Al menos esos hombres violentos fueron honestos.
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14
Y, ¿quién me podría asegurar que no era una película? el restaurante de comida rápida completamente vacío y la manera en la que me acerqué al desayuno, como si estuviera probando por primera vez unos huevos con queso. Y, ¿qué me dices de la música? justo las canciones que a ti te gustaban de esa banda que no es tan buena, y cómo las tarareabas y cómo nos reíamos pensando en otras bandas pésimas y en lo extraño que debe ser trabajar mientras se escucha esa música destemplada. Y cómo nos reímos y cómo especulamos sobre la vida más secreta del presidente y de todos aquellos que querían entrar adonde estábamos tan protegidos. Y esa fantasía que tenías de ser como ese hombre capaz de comerse una mesa entera de hamburguesas y mi fantasía de que todos tuviéramos libros y juguetes. Y el banquete que nos dimos, juntos, a solas, en ese restaurante inmenso, mientras hablábamos sin parar y cantábamos, a veces, mientras la gente de afuera gritaba y decía que nada de lo que escribo acá es cierto, que todo era una película y yo les decía que todo era lo que es y les prometía que las cosas son justo lo que escribo.
A veces, me confundo y le rezo a una planta y le pregunto si será que así es como en las películas para luego caer en cuenta que lo que pasa es solo la vida bien temprano en la mañana. Una coincidencia afortunada como el día en el que probé por primera vez los huevos con queso y me contaste que habías visto a Prince de cerca.
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2
Tengo una amiga que está teniendo problemas para dormir. Hace dos noches pensó que su hermano había sido estafado por una empresa de contrabando, y pasó las horas en vela pensando por qué su hermano se había dejado estafar de esa manera. Estuvo toda la madrugada pensando cuál sería la mejor manera de hablar con él y de preguntarle qué estaba pasando, si todo estaba bien en la casa, si estaba durmiendo bien, cualquier cosa que la llevara a entender por qué se había dejado estafar de esa manera. Al otro día, y habiendo pasado la noche en vela, habló con él y él le dijo que absolutamente todo lo de la estafa era una fabulación de ella. No entiendo todavía muy bien de dónde sacó la página de la estafa, que me mostró como prueba irrefutable del error de su hermano, pero estuvo toda la madrugada resolviendo un problema que no existía bajo la luz del día. Ayer se volvió a desvelar nuevamente. Esta vez se la pasó pensando en un paseo que va a hacer con unos conocidos e intentó resolver las permutaciones de la acomodación de los cuartos en su cabeza. En las mañanas está rendida y no puede trabajar muy bien y en las noches todos sus sentidos se prenden en función de escenarios que a veces parecieran salir de un sueño.
Hace poco leí en un libro que el recuerdo y el sueño eran lo mismo. Que nos enfrentábamos al recuerdo como nos enfrentábamos a los sueños y que a veces nos era difícil separar uno de otro. Ayer soñé que babeaba y que usa lápiz rojo en los ojos. Me desperté confundida, como si el sueño me hubiera dicho algo importantísimo que al final olvidé porque solo puedo pensar en lo mal que se me veía el lápiz rojo en los ojos. Me he reconciliado con personas en sueños y se me han revelado cosas ocultas. Tengo la intuición de que ayer se me apareció algo definitivo pero lo veo tan lejos, como un primer recuerdo, que me resulta imposible darle sentido. Intento escribir sobre mi amiga y su insomnio, sobre mis propios sueños y sobre el sabor extraño que me dejó anoche para poder desenmarañar todo eso que de día se enmaraña.
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8.
La última vez que se me apareció un pájaro en frente fue mientras daba clase el día en que murió mi abuela. Una paloma entró al salón y lo recorrió durante varios minutos. Mi padre, a quien le debo todas mis supersticiones, dijo que el pájaro se había aparecido justo cuando mi abuela estaba muriendo y no dudamos en pensar que esa paloma había sido la forma que mi abuela había encontrado de despedirse.
Hoy, mientras estaba en terapia, me di cuenta de que mi gato estaba mirando fijamente a un pajarito café que había entrado a la casa. Mientras hablaba de mis dolores, escuché un rasguño tenue y pensé que era el gato llamando mi atención, pero no. Era el aleteo suave del pajarito que ahora miraba fijamente a mi animal. Tuve que avisarle a mi sicóloga lo que estaba pasando y ella se alarmó, pues pensó que el gato se abalanzaría sobre el pajarito y que toda nuestra consulta se volvería una sola imagen de sangre y sesos de pájaro.
Me levanté y encerré al gato, y le intenté explicar a mi sicóloga que no creía que él fuera a atacarlo. Mi sicóloga vive en el campo y sabe cómo son los animales y se rió con mi suposición de ternura que me hizo ponerme del lado del predador. Le dije que el pájaro se había escondido detrás del sofá y que podíamos continuar con la sesión. Yo me encargaría luego de sacar al pajarito de la casa.
Antes de que la sesión terminara le pregunté por los pasos a seguir para salvar al animal. Me dijo que los pajaritos eran muy torpes y que probablemente no podría ver las rutas de salida que yo le ofrecía. Me aconsejó tomar una toalla y cubrirlo con ella, y luego agarrarlo con mucha suavidad entre mis manos y llevarlo a un lugar seguro. Me dijo que los pajaritos eran muy nerviosos y yo asentí porque en ese momento supe que tal vez yo era como ese pájaro que a veces se le metía a su sala de consulta. Me describió todas las maneras en las que ese pajarito podría temblar dentro de mis manos y me dijo que tuviera cuidado pues tenían corazones débiles. Luego me dijo que mi solo tacto podía tranquilizarlo y que buscara una ventana con alféizar en donde ponerlo, pues seguramente estaba muy desorientado para emprender vuelo.
Tomé mi corazón de pájaro con suavidad y fui gentil. Me puse al borde de la ventana. Sentí amor y también sentí mucho miedo.
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27
Esa noche soñé con mamíferos peludos que me atacaban. Todos decían que eran perros pero yo no podía encontrarles la forma entre sus caras deformes y sus gruñidos y mordiscos. Tenía mucho miedo y me desperté inquieta, como si abrir los ojos no hubiera sido suficiente para alejar a esos animales que querían hacerme daño.
En la mañana recibí la noticia. Creo que no he podido dimensionarla y por eso intento contarme la historia una y otra vez. Como si contarla la hiciera visible y así certificar que lo que pasó es real. Que lo que está pasando es real. Que todo eso que no puedo ver y que no puedo tocar es real y que no se trata de cambiarlo, o de esperar a que pase, sino de vivir con ello.
En la noche hablamos y pensé en cómo la voz de las personas no cambia. Cómo es extraño conocer a alguien por medio de pantallas y luego escuchar por primera vez su voz, y cómo esa voz se queda en un registro del cuerpo que no olvida y reconoce de inmediato. En la noche, ninguna de las dos era una niña, ni tampoco eso a lo que jugábamos antes: mujeres semi adultas que creían conocerlo todo y que jamás se imaginarían las vueltas y reveses que implica el estar vivo. Le dije que pensaba que lo único que quedaba ahora era entender que esa era su historia, y que las preguntas en el aire solo eran caminos para explorar diferentes respuestas. Que si habíamos escogido una vida en donde las preguntas aparecían como objeto de estudio, pues era importante entender que cada experiencia era también una pregunta que atraviesa el cuerpo.
Y que había que vivir el día a día.
Una frase de cajón. Un consejo manido. Pero cuando me escuché diciéndoselo y viendo cómo yo no entendía lo que eso implicaba, entendí quiénes eran esos animales que me perseguían y ese miedo que no me deja. Y quise soltar.
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11
Le regalo un poema sobre una mujer que duerme y que cuando despierta encuentra a su pareja trabajando en la sala. La mujer se acerca y le dice que soñó que eran un poema y su pareja le besa el pelo. Me dice que ese poema pareciera escrito sobre nosotros. Le digo que mientras duermo y sueño con poemas, él lleva muchas horas despierto. En esas horas construye sillas, sale a la tienda y va al gimnasio. Cuando despierto lo encuentro entre todas esas cosas que ha creado —mesas, paredes, estantes, anaqueles, bibliotecas, despensas—y me dice que está listo para hacer el desayuno. Yo pienso que supuestamente soy la parte creativa de la dupla, pero solo duermo. Sueño con mi madre, sueño con otros idiomas y sueño con vestidos que olvido ponerme. Me quedo un rato en la cama pensando en que quisiera escribir un cuento sobre un hombre que ve un incendio y otro sobre una pareja que debe pasar una cuarentena juntos en silencio. Luego me recrimino porque no he sido capaz de hacer el último texto que necesito para cerrar el libro, aunque siento que está dando tumbos dentro de mi cabeza.
Paso toda la mañana pensando que no sería capaz nunca de crear una silla, no sabría cómo.
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5
Esta vez no nos vimos en un restaurante japonés al Este, sino en un café cerca de la universidad. Es raro ver a alguien que es a la vez un extraño y un viejo amigo. Un recuerdo, una proyección, pero jamás un fantasma. Lo veo, lo abrazo, y quisiera decir que siento su cuerpo y que eso activa cientos de memorias corporales, pero lo cierto es que, hasta cuando estaba cerca, olvidaba a veces su cuerpo y su cara. Lo que sí reconozco es mi cara mirándolo. Me observo mientras él me muestra unos libros sobre tarot y azar y siento como mis ojos se ensanchan y mi sonrisa se expande. Toda mi atención está puesta sobre él, al igual que cuando hablo con mi padre, con mi gato, o con quien sea que estoy saliendo, y entiendo cómo eso puede parecer atractivo. Puede que no sea la más guapa, pero sí soy la que mejor conversa, y sé perfectamente qué preguntas hacer para que el interlocutor se sienta escuchado, admirado, inteligentísimo, y mientras me veo haciendo esa pirueta pienso que debería mermar un poco la payasada. Pero me es inevitable. Me habla de escritores ecuatorianos y sobre el mal de altura y lo interrumpo para decirle algo sobre el soroche. Repite la palabra y comenzamos un juego fonético absurdo que termina en carcajadas que lo avergüenzan y es ahí cuando recuerdo las muchas veces que sentí que se sentía avergonzado de estar conmigo. Me cuenta una anécdota absurda sobre un ataque de tos en medio de un acto solemne y yo le cuento sobre cómo hace unos meses fui a donde una astróloga que me aconsejó volver a esa ciudad absurda. Le cuento también sobre mi padre y su trabajo y me dice que debería escribir todo eso.
Salimos del café y vamos a otro porque quiere que pruebe una limonada especial. Él no recuerda que yo no tomo café y está bien. Caminamos bajo la lluvia, muy cerca, y yo no recuerdo lo que es seguirle el paso. Estamos a mano. Nos sentamos y seguimos hablando sobre libros y sobre la película de la hija de Tilda Swinton y empiezo a contarle que Tilda Swinton estuvo en mi país grabando una película. Me interrumpe para decirme que el director de esa película es el director de su película favorita y yo le digo que alguna vez intenté verla pero que no entendí nada. Él hace alguna onomatopeya que se asemeja a una explosión o a un estremecimiento y me dice que tengo que volver a verla. Yo le cuento que el equipo de producción de la película me pidió un poema para la película y le cuento un poco sobre el absurdo de escribir un poema por encargo para algo que ni siquiera entendía. Él me mira extrañado, como si estuviera reconociendo nuevamente a esa criatura rara que siempre he sido ante sus ojos, y se ríe pues nada de lo que cuento tiene sentido alguno. Le muestro el intercambio de correos y de indicaciones para poder hacer un poema a sueldo. Me dice que yo debería escribir un cuento sobre todo eso y me gustaría decirle que yo no escribo cuentos, pero en cambio le digo que si todo esto fuera un cuento escrito por él, en medio de todo aparecería Tilda haciendo una pirueta de bailarina y el narrador haría otro par de piruetas para mostrar que todo se trataba de un engaño o de un western.
No sé si me siento acelerada por estar con él, por hablar con él o porque finalmente capturé su atención y no sé que hacer con ella. Le pregunto por otra película y comienzo a hacerle preguntas como si el fuera el director. Él no sabe si tomarme en serio y parece desconcertado con mis preguntas y yo sigo el juego hasta que me doy cuenta que está comenzando a fastidiarse y decidimos que ya es hora de irnos. Caminamos entre la lluvia y, a pesar de que yo conozco esas calles y conozco ese cuerpo, me encuentro desorientada y quiero parar un momento para que se me pase el vértigo. Me pregunta hacia donde voy y le digo que para el sur y comienzo a caminar hacia cualquier lado, él me sigue y me dice que me escoltará unas cuadras con su sombrilla. No tengo idea para donde voy, pero siento que debo fingir que lo sé, como si en ese fingimiento pudiera mostrarle que no soy la niña que lo avergonzaba, sino una señora muy seria, o al menos una con un buen sentido de orientación. Al final termino acompañándolo al metro y nos despedimos con otro abrazo. Él me guiña el ojo y recuerdo que cuando pensaba en él, pensaba justo en ese gesto.
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4
Al volver del viaje todas las hojas de la violeta de A. se habían secado. Sin embargo, fuera del bulbo, sobre la tierra, habían nacido tres hojas nuevas, grandísimas y fuertes. Pensé si debía o no contarle a A. sobre esto, y pensé que definitivamente él no tenía idea de todo lo que le había pasado a su planta en estos meses pues, cuando recuerda que la planta aún está acá, me pregunta si ya floreció, como si el bulbo aún estuviera recubierto por hojas expectantes de la llegada de una nueva flor. Siempre que A. me pregunta esto yo respondo lo mismo: en mi casa nada florece. Llevo meses esperando el nacimiento de una orquídea, las flores que pongo con agua se marchitan y, hace poco, Alejandra me regaló una enredadera florecida que no ha parado de vomitar flores secas y a la que quedan muy pocos botoncitos de color.
Durante el viaje leí un libro en donde la poeta habla sobre Albertine, un personaje de Proust. Habla sobre cómo en el libro Albertine aparece en 807 páginas y sobre cómo el 19% de las veces en las que aparece, Albertine duerme. La poeta dice que el narrador dice que cuando ella duerme, Albertine se convierte en planta. La poeta también dice que las plantas en verdad no duermen y que tampoco mienten o hacen bluff. Asegura que lo único que las plantas hacen es exponer sus genitales. La poeta habla sobre mentir y sobre bluffear porque cree que ahí está la clave de la relación entre el narrador y Albertine. Al igual que en Hamlet, dice la poeta, Proust utiliza a las plantas como metáfora para hablar del deseo femenino. La poeta menciona que la locura de Ofelia y su ahogamiento podría también leerse en clave de un deseo sexual voraz que debe ser encubierto. Algo en esa idea sobre las mentiras y las flores me hizo pensar en todas las maneras en las que evado las preguntas de A. sobre su planta.
Antes del viaje A. les dijo a mis amigos algo sobre mí. La mitad de mis amigos se emocionaron profundamente y la otra mitad despreciaron sus palabras. Yo solo las observé porque intuí que en medio de su discurso había algo de cierto y algo de falso y que, a pesar de que eran palabras sobre mí, poco tenían que ver conmigo. Cuando le miento a A. lo hago de manera silenciosa. Prefiero callar y cambiar de tema que inventarme una ficción. Cuando me pregunta por su planta, cambio de tema. Frente a todo lo que llegué a sentir por él, guardo silencio. Las plantas que me rodean no están dormidas y cuando yo duermo no me siento como si fuera una planta. La primera vez que pensé en cuidar plantas fue cuando visité a mi tía enferma y entendí que tanto ella, como las maticas, permanecían en silencio, muy quietas, pero aún respirando.
Cuando le miento a A. lo hago con silencio de planta.
Tal vez le diga a A. que su planta está dormida.
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25
Sobrevolé las islas a la madrugada. El cielo estaba completamente oscuro, aterrador, pero cuando nos aproximábamos a alguna de las islas, comenzaba a encenderse en amarillos, reflejando las luces en la Tierra. Antes de que todo se comenzara a sacudir, me fije en el suelo y vi como las ciudades se extendían como radiografías de animales inmensos o incendios. Pensé, esta es la hora de la pesadilla. Pensé, tal vez sea el momento del fin del mundo. Pensé, todo se sacude porque no habrá mas Tierra. Pensé, tal vez esto sea el desamparo.
Tomé la mano de mi madre e intenté mostrarle el paisaje incandescente. Pero ella solo quería seguir durmiendo.
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16.
Fui al mercado y compré una planta que podría parecerse a mí.
Sus hojas están manchadas de verde neón y fucsia, y algo en sus colores fuertes y en su despeluque me hizo pensar en los días en los que no estoy tan triste.
En la noche fui a cenar con Alejandro y hablamos sobre un hombre que me parece bello.
Le dije que era hermoso porque parecía el hijo de Jesús Moro y un caballo. Alejandro dijo que más que un caballo parecía una yegua y reímos durante un rato pensando en lo acertada de nuestra descripción.
Continuamos un rato más buscando parecidos entre personas y animales y le hablé de otro hombre hermoso que tiene nariz de oso y de otro que parece un perro.
También hablamos de otro hombre y le confesé a Alejandro que me había enamorado. Desde que lo vi intuí el tipo exacto de pájaro que sería nuestro hijo.
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11
Toda la noche soñé con plantas.
En un momento del sueño iba a la sala y las revisaba. Me daba cuenta de que todas estaban recubiertas por un líquido viscoso y pálido que olía a vómito dulce.
Me angustiaba e intentaba limpiarlas, pero a medida que tocaba el líquido el olor nauseabundo se hacía cada vez más fuerte y yo sentía mucho asco.
En la escena siguiente entendía que tenía que sembrar de nuevo.
Tomaba pequeños retoños y los intentaba plantar en macetas con tierra.
Mis dedos no eran hábiles y no podía cavar. Las pequeñas plantas se resentían y se secaban en mis manos.
Una vez más pareciera que mis manos, mis cuidados, las dañaban.
Luego soñé con un avión que no lograba despegar del todo. En el sueño tenía miedo de volar, pero tenía más miedo de que mis compañeros de vuelo se dieran cuenta de que no era una mujer valiente.
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31
A. me cuenta que ha estado enfermo. Dice que siente como si algo se le hubiera roto en la cabeza y yo me lo imagino como un robot averiado. Le pregunto si es algo físico o mental, si se siente desorientado o si siente como si a un día de sol de repente le hubieran puesto muchas nubes, si siente sed o si siente que su cabeza es ahora incapaz de mandar órdenes a su cuerpo y él responde que no, que nada de eso, que solo tiene un dolor de cabeza muy fuerte y me promete que tomará más agua.
Le cuento de su violeta, que también ha estado enferma. Le cuento que le pregunté a mi madre y que mi madre dijo que debería tirarla a la caneca y aprender una lección o dos sobre el apego y el ciclo de la vida y le hago un par de bromas sobre los desviados instintos de mi madre. Le cuento que fui a un vivero a preguntar por consejos y que me dijeron absolutamente todo lo contrario a lo que dicen los foros de internet y le digo que cuidar plantas, al igual que la astrología o la economía, es una ciencia muy abstracta. Le cuento que le escribí por Instagram a un doctor de plantas y que estoy esperando sus recomendaciones. Le cuento también que a la pregunta adjunté una foto de las hojas marchitas, en un esfuerzo porque A. vea que realmente estoy haciendo lo mejor por ocuparme de ella.
En la tarde A. me llama y hablamos de otras cosas. Comentamos las elecciones y nos reímos sobre cómo me ha pedido que lea un artículo que sabe que me va a servir mucho para lo que estoy investigando, pero que yo he sido muy necia y jamás he reparado en sus consejos.. Hablamos de películas y de otros viajes que pronto emprenderá y yo le digo que mientras hablamos el doctor de plantas me está escribiendo.
Esta es la respuesta:
“Es normal que eso pase, la violeta tiene un ciclo.
Incluso puede pasar que pierda todas sus hojas verdes.
Debes retirar las hojas secas y muertas para que la plata no gaste energía en ellas y se ocupe de lo que tiene que hacer.
Puede que pasen varias semanas o meses antes de que veas empezar a nacer nuevas hojas verdes, solo ten paciencia.
La planta no está muerta, aunque a veces uno así lo piensa.
Las violetas se reproducen a partir de bulbos y los bulbos tienen un periodo de “dormancia” (no sé si se dice así), como que quedan dormidos por un periodo. Incluso ahí la palabra no requiere ser regada.
Luego ya empiezan nuevas hojas verdes a salir y todo a regenerarse y ahí puedes aplicar un fertilizante para florescencia que encuentras en nuestro vivero”.
Termino de leer el mensaje y le digo a A. que estoy más tranquila. La planta, al igual que él en su invierno, solo está hibernando. Luego hago un chiste sobre como tal vez él también debería intentar hibernar para curar su dolor de cabeza.
A. me dice que le pregunte al doctor con cuánta frecuencia pasan esos ciclos de “dormancia”, pues unos meses antes de haberme dado la planta, ella había perdido todas sus hojas.
El doctor responde que no sabe muy bien porque en países sin estaciones los ciclos cambian. Le leo a A. el último mensaje:
“Espero que tu violeta se vea mejor pronto pero no la vayas a tirar a la basura.
Está viva y seguramente muy bien”.
Le mando a A. un pantallazo acompañado de un comentario sobre los ciclos de la vida y sobre como todos, la violeta, su cabeza y yo, necesitamos tener un poco más de paciencia. Él solo me responde con una pregunta:
“¿Usted estaba pensando en tirar mi planta a la basura?”
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24
Antes de irse de viaje A. me pidió que cuidara una de sus plantas. También me regaló una penca de sábila y, desde el primer día que entraron a la casa, decidí mantenerlas juntas pues supuse que en la casa de A. ya se habían hecho amigas o, al menos, eran vecinas conocidas. En esos meses la violeta adoptiva creció muchísimo. Sus hojas se pusieron de un verde que solo podría describir como el verde más perfecto dentro de una caja de colores y sus tallos se pusieron fuertes y robustos. La penca de sábila comenzó a crecer pero de una manera extraña. En un momento hablé con A. y le conté que sus hojas parecían como si los dedos de un dinosaurio estuvieran rasgando la tierra. Desordenados, robustos, largos y cortos, pero sin un orden claro, todos desperdigados sobre la tierra. Me preocupé porque pensé que no podía ser esa persona capaz de cuidar cualquier planta menos una penca y la cambié de lugar. En la sombra, la penca resplandece. De la tierra comenzaron a brotar tréboles morados y los dedos de dinosaurios, aunque entrópicos, parecieran estar más contentos y verdes. Sin embargo, lejos de la penca, la violeta pareciera estar triste. La mitad de sus hojas se han puesto amarillas y los tallos están mirando hacia abajo. Intenté ponerla cerca de la penca, pero tampoco logró adaptarse del todo al lugar de la sombra. He pedido consejos y me dicen que debería cantarle, ponerle música que le guste y crearle un hábitat en donde vuelva a sentirse feliz y tranquila. Esta era una historia sobre amigos y distancia y los lugares en donde cada uno resplandece y crece. También sobre lo difícil que es para mí pedir ayuda, pues en momentos de angustia mis hojas no se amarillan sino que se hacen mucho más verdes (estrategia de camuflaje para no pensar en eso) y sobre como yo no resplandezco en la sombra, sino que me dejo tragar por ella hasta que me apaga de súbito. También quería hablar sobre como odio mostrarle al mundo mis hojas amarillas y sobre como jamás le pediría a la penca que usara la energía que emplea para florecer desde su tierra, en hacerle compañía a una violeta que se siente incómoda. Hace un tiempo le dije a A. que iba a escribir un poema sobre las extrañas dimensiones geográficas. Le dije que uno de los versos iría más o menos así: “Justo cuando estabas hablando con Nick Cave yo intentaba salir de Cali”. Ahora pienso que si lo escribiera tendría que hablar sobre la dimensión geográfica de las plantas. Sobre las condiciones aleatorias que cada una necesita. Sobre la manera aparentemente muda en la que se hacen compañía.
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18
Soñé que me encomendaban alimentar unos peces y veía como ellos se tragaban lo que les ponía. Luego comenzaban a comerse los unos a los otros. El último que quedaba, el gran depredador, se hinchaba y crecía ante mis ojos. Luego vomitaba a todos los otros peces y volvía a su tamaño original.
Soñé también que un fantasma tocaba a mi puerta y que el único indicio que yo tenía para saber que era un fantasma era que mi energía se tornaba turbia después de que él me contactaba. Sentía una fuerte opresión en el pecho y tenía que tenderme un largo rato. Luego descubría en mis cajones unos cristales enormes y me los ponía sobre el cuerpo para limpiarme y protegerme, aunque el fantasma insistía en tocar mi puerta.
Alguien en otro lado del mundo tiene pesadillas. Durante el sueño se le ocurre que tiene que contarme eso que le está pasando.
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22.
A. me ha pedido que cuide su violeta mientras está de viaje. El día que me dijo que me iba a pedir ese favor me explicó que tenía que dejar las hojas secas de la planta sobre la tierra para que ésta pudiera volver a florecer y que en eso había una lección para mí, o algo así, sobre no desechar aquello que yo doy por muerto. Creo que A. no terminó de explicarme porque lo interrumpí y le dije que quería escribir un libro enteramente dedicado a las plantas y que también iba a escribir un texto sobre él y sobre su buena mano para las orquídeas. Le conté que en mi casa las orquídeas morían y que ya no sabía si era por las corrientes de aire frío o por mi mala mano y luego le señalé una orquídea inmensa que tenía en su mesa de centro y a la que siempre había visto florecida. A. dijo que eso no era cierto, que a esa orquídea también se le habían caído las flores y yo pensé que, a pesar de todas las cosas que han pasado, yo llevaba muy poco tiempo conociendo a A., pues desde la primera vez que fui a su casa la orquídea se veía abierta y muy bella. A. también dijo algo sobre la paciencia y sobre cómo tocaba seguir cuidando de esas plantas aún cuando no tenían flores porque solo así volvían y yo me distraje pensando que esa era una metáfora perfecta y que si alguna vez escribía sobre A., escribiría sobre su buena mano para las orquídeas y sobre la manera en la que me había enseñado sobre tiempos y paciencia pero, ahora que intento escribir todo eso para que no se me olvide, pienso también en lo difícil que será escribir sobre A. y el tiempo y sobre mis deja vus extraños.
A. también me dijo que me iba a regalar una plantita que él mismo había sembrado y a mí me pareció el regalo más encantador, pues sentí que era como si me estuviera regalando el don de la jardinería. A medida que pasaban los días y su viaje se acercaba, A. me iba narrando lo que estaba pasando con nuestra plantita. Había días en los que decía que ya no me la iba a dar, pues no había prendido en la tierra, y otros en los que se alegraba porque la veía mejorar y crecer. El último día antes de dejar su casa intentó decirme que no me la iba a dar porque la veía muy fea, que la iba a cambiar por una más bonita, y yo no lo dejé terminar porque esa planta y su progreso era mucho más fuerte y elocuente que cualquier palabra para hablar de nosotros y sobre la manera en la que nos hicimos amigos.
Ahora A. está de viaje y lo extraño, pero nada de lo que quería escribir sobre él me está saliendo. Supongo que una combinación de timidez y miedo a que lea lo que escribo. A veces me gustaría poder ser capaz de explicarle que detrás de todas las cosas que me ha enseñado sobre el cuidado de las plantas, el desecho de los muertos y el tiempo de florecimiento, también me ha enseñado muchísimo sobre mis emociones y que eso es algo para agradecer, por encima de todas las otras cosas.
Antes de su viaje le regalé un poema sobre árboles. Me pareció un intercambio apenas justo.
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