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P.A.S.
Personas con Alta Sensibilidad
En la ciudad de las pasarelas de aeropuertos, de esas donde las personas se paran y se dejan llevar, hay un pequeño grupo que vive desde el alma. A diferencia de quienes tienen la cabeza bien puesta, los que miran con ojos de amor a todo tienen el corazón bien puesto. No se trata que unos sean mejores que los otros, sino de diferentes maneras de sentir la vida.
Ser altamente sensible es un don como cualquier otro, pero un superpoder a la hora de caminar y experimentar la existencia. Se trata de personas que sonríen si pasan cerca de una enredadera de jazmines, o que se detienen a mirar la luna en medio de una fiesta electrónica con los mejores DJ del mundo. Es ley probada y demostrada que en esos momentos alguien les diga: “Estás en modo zen. Volvé. ¿Qué estás pensando?” Cómo responder a esa pregunta si es imposible encontrar una sola palabra que se asemeje a lo que sienten cuando un niño las mira y sonríe.
Las personas hipersensibles son las que se lanzan a amar infinitas veces porque sienten que las oportunidades del amor nunca se agotan. “Que pase el que sigue”, y el que sigue tiene la suerte de ser amado con la misma intensidad de un tsunami que se lleva todo por delante. Su poder más grande es el boomerang de sonrisas; sino se las devuelven se preocupan. Ver una película de amor es enamorarse por quinta vez en el día y está en el mismo nivel que ver un abrazo de una pareja en la parada del colectivo y que se les cierren los ojos. No son exageradas, es que ven más allá de las formas; si los demás ven una linda flor, las personas del amor ven lo increíble que es la naturaleza.
En varias ocasiones suelen refugiarse en la tranquilidad de estar solas. Son los momentos que encuentran para equilibrar su interior, después de haber sido atravesadas por las mil emociones que provoca una montaña rusa nivel avanzado. Las explicaciones que les dan a los sentimientos suelen convertirse en analogías, por lo general, de situaciones que todos entienden pero que nunca se parece a lo que realmente pasa. Esto suele perjudicarles porque se sienten incomprendidas.
Lo sé porque he tenido el deseo de tener el superpoder de transmitir lo que me pasa para que otro lo sienta, aunque sea por un rato. He estado en la paz de mi interior, y que alguien intente ponerme los pies sobre la tierra. Me enamoré tantas veces que ni 10 diarios íntimos alcanzaron a recordarlo y lloré hasta sentir que moría de amor. Me faltó el aire de impotencia al ver cómo sufría otra persona y me enojé con los malos de todas las películas. Acompañé a mis abuelos en su lecho de muerte para que se vayan con una sonrisa. Me animé a escribir cartas de amor, a regalar sonrisas mientras caminaba por la calle y a abrazar a cualquiera que diga cosas lindas en un bar. Me pelié cuando estuve de mal humor y me reí ante el primer chiste que buscaba cambiarme el día. Necesité de esos abrazos fuertes que te hacen nacer de nuevo y disfruté mirar abuelos caminando de la mano por la calle. Ni les cuento lo que me gusta la luna y cuántos tropezones me comí por andar mirando hacia arriba mientras caminaba. Me dolió mucho cuando alguien quiso lastimarme adrede y me levanté para ir al baño y llorar. Fui rechazada muchas veces y rechacé otras tantas sin querer presenciar el momento; no está en mi agenda lidiar con ese dolor.
Pensé en cambiar el mundo buscando uno nuevo en mi imaginación. Me toqué el pecho y fruncí el ceño pensando en la guerra y en lo mal que funcionan las cosas. Quise irme del mundo por no soportar los sentimientos malos, pero cómo me iba a ir si eso iba a generar tanto dolor en los demás. La psicóloga me diagnosticó un “tipo de neurosis”, nada grave. Me dijo que pensaba a grandes escalas y que tal vez ese era mi “problema”. Dudé de mi tantas veces que llegué a pensar que algo andaba mal en mi cabeza. Si, le tengo miedo al dolor. Es que ese miedo no sólo está en mi cabeza sino en mi recuerdo de cada vez que me lastimaron y me dolió de manera descomunal. Amo el amor y no puedo hacerles entender la sensación de estar flotando a menos que hayan consumido drogas; la mejor parte es que soy capaz de alcanzar un estado de paz y tranquilidad interna sin usar ningún tipo de estupefacientes.
Ser altamente sensible en un mundo donde los sentimientos sólo acarician las mejillas de la mayoría de las personas, no es fácil. Leí por ahí que con “inteligencia emocional”, los sentimientos podían encauzarse de manera positiva y usarlos a mi favor. Sea cual fuere la solución al “tipo de neurosis”, sólo quiero decirles algo: no intenten traernos problemas cuando estamos sintiendo la paz. No se enojen si no estamos prestando atención cuando alguien está de mal humor y no le seguimos la charla. Si nos paramos a ver la luna o manejamos más despacio para alcanzarla, no nos digan que están apurados.
Los invito a cerrar los ojos y a lanzarse a amar desde el corazón. Bien puesto.
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Encuentros
Más allá de Puente Saavedra
Cuántas cosas que pasan en nuestro mundo cuando estamos encantados y qué pocas son las personas que lo sienten. El amor es la expresión de la libertad y es casi tan lindo como sonreír después de un beso. Es una vibración que nos envuelve y nos cuenta una historia distinta, de largas caminatas respirando aire de montaña aunque estemos bajo el refugio de Puente Saavedra. Es que “encantar” es como estar cantando y, de un momento a otro, parar el mundo y sentir. Que tire la primera piedra quien nunca se quedó quieto, inspiró profundo y entregó el aire al momento presente, con una risita que le hizo cosquillas desde adentro. Que de un paso al frente quien sintió esa fuerza sobrenatural que empuja y abraza. Ahhh… ese abrazo... Quién iba a decir que la magia se encontraba sólo en ese abrazo que te parte la armadura, soltanto cada músculo del cuerpo y reinicia tu mente para empezar a viajar. Porque “encantar” también es un viaje a la aventura de no tener ningún plan más que ese momento. Sin embargo, hay algún mecanismo cerebral activado que nos paraliza cuando el encuentro se formaliza con alguien importante: EL / ELLA (así, en mayúscula, negrita y subrayado). Esa persona se viste de encanto en nuestra imagen proyectada y nos quedamos parados como si no estuviésemos sintiendo nada. Ahí nosotros, firmes, mientras nos encanta.
¿Cuántas serán las personas que abren las ventanas de los balcones a gritarle al amor y cuántas las que se sientan a imaginar que dibujan corazones? Es probable que la balanza de la justicia no esté del lado de los aventureros porque siempre es más fácil que todo suceda en la mente como nosotros queremos que sea. No es raro porque en ese mundo interno donde todo es lindo, no existen las derrotas; meter goles de media cancha nunca fue tan fácil. En cambio, en la realidad de las formas y el cemento, nos encontramos que hemos sido programados (a nivel de producción en serie) para vivir novelas de amores tristes. “Juguemos a ver quién se enoja más”, como lema de los salvajes de la ciudad. Es entendible que seamos constantemente testigos de lo triste y desgarrador que es enamorarse porque, sea o no correspondido, siempre hay algo que se termina. Es como si fuéramos la resaca de pulsiones pasajeras de amor: tomamos todo lo que entra en nuestro orgullo para llegar a casa y quedarnos en la mitad de la escalera. El problema es cuando nos despertamos y nos sentimos tan mal que vamos y buscamos la manera de que pase rápido; otra víctima del marketing de guerrilla que le inventamos al amor. A partir de acá, dos puntos que tienen una buena noticia que contarnos: no todo está perdido, esto también pasa en nuestra cabeza.
Entonces, ¿qué es lo pasa en la realidad? Estamos encantadas/os. Sim-ple-men-te eso. No, no hay hechizo como en los cuentos de hadas ni bajó cupido a clavarnos una flecha (que por cierto, sería bastante sangriento). Estamos sintiendo de verdad y eso nos asusta. A vos, que le sonreís a la luna y después mirás a ver si alguien te vio, y a todos los demás que te vieron cómo le sonreías a la luna y pensaron lo boluda/o que te veías.
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