Selección de textos entorno a la divinidad, el amor, la muerte, la venganza, el alma y su mundo. El nombre del blog proviene de un verso del primer canto de Pálido fuego: «My God died young. Theolatry, I found/ Degrading, and its premises, unsound./ No free man needs God; but was I free?»
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El culto a la muerte y el culto al amor
La adoración a un hombre ensangrentado, sufriente, torturado y humillado es un disparate. Si echo la vista hacia cultos antiguos es imposible encontrar nada parecido o, al menos, yo aún no lo he encontrado, y tampoco entre los no tan antiguos. La divinidad se suele identificar con la fuerza, la fertilidad, la naturaleza, la abundancia, lo vital. No con la sangre. No con la herida. No con lo mortal. En el cristianismo, Dios se revela al humano totalmente vulnerable, en el sufrimiento más profundo, aparentemente derrotado, para erigirse como rey. Esa inversión no me deja tranquila. «El que se ensalzare será humillado, y el que se humillare será ensalzado» (Mateo, 23:12), «y muchos primeros serán los últimos, y los últimos los primeros» (Marcos, 10:31). Todo se cambia de lugar.
Lo obvio es que Jesús no muere por morir, así que no se puede hablar de «culto a la muerte» dentro del cristianismo. La cruz es el medio, no el fin. La muerte es el umbral de una vida nueva y en todo caso cabe adorarla toda vez que te acerca hacia algo superior. Si Jesús hubiera sido solo un dios glorioso, invulnerable, lejano, su historia sería la de tantos mitos antiguos. Pero no: su divinidad se revela en su dolor, en su capacidad de sufrir y amar a pesar de todo. El cristiano no esquiva el sufrimiento, pues sabe que dicho dolor es el centro de la vida. Si se trata de imitar y acercarse a Dios, entonces cabe preguntarse, ¿cuál es el mayor sufrimiento que podemos padecer en este mundo?
Aquí entran precisamente lo sensorial y lo emocional, no lo puramente racional. Por eso hay que escuchar a unos cristianos muy en particular, los que hablan de su experiencia ante la presencia de Dios. Y todos ellos solo saben hablar de amor. El hecho de que los místicos hayan elegido el amor y no otros estados del corazón se explica por dos razones. La primera, porque del amor pueden surgir todo el resto de estados. La segunda y más importante para el cristianismo, porque el horror que sufre un amado es lo más parecido al sufrimiento de Jesús en la cruz. Quizá sea lo único parecido en el mundo. No se trata de buscar lo sagrado en la majestuosidad material o en el esplendor sobre los demás, sino en la fragilidad de la entrega total, sin garantías, en la sangre derramada por amor, en la sangre que se derrama sobre ti porque Dios te ama. La crucifixión no es un espectáculo que ves desde la grada, es algo que te mancha. Es una llamada a entrar en la herida. Como dice la Noche oscura del alma:
¡Oh noche, que guiaste! ¡Oh noche amable más que la alborada! ¡Oh noche que juntaste Amado con amada amada en el Amado transformada!
El amor es lo único que puede sostener el peso del dolor sin volverse amargura. El amor es lo único que hace que la cruz no sea solo un símbolo de muerte, sino de vida.
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Los mundos que están en este y en los que yo no estoy
Hay otros mundos, pero están en este.
Es célebre la cita de Paul Éluard. Proviene de las Cartas cruzadas entre Paul Eluard y Teofrasto Bombasto de Hohenheim llamado Paracelso (wow). No he podido encontrar el libro en internet para comprobar si esto es cierto, pero según la Wikipedia este último le contestó a Éluard que «la vida es fuego, el cuerpo incombustible».
Confío mucho en el surrealismo. Probablemente no haya mejor persona en quien confiar para atravesar la realidad y llegar a esas otras realidades que se encuentran detrás de la que vemos, desgranar una cebolla, pelar un garbanzo. La persona surrealista no entorpece ni puede entorpecer el camino místico, pues la mística es precisamente deshilvanar una uña. La uña del dedo que apuntó a un bicho y decidió que creciera hasta un determinado tamaño y no más. Pero el miedo también puede conquistar al surrealista, dejarle agitado diciendo lo que dice PeCasCor en sus Cuadernos amarillo, rojo, verde y azul:
Hay muchos mundos pero yo no estoy en ninguno. ¿Sabré morir? Vivir no he sabido...
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El arquero divino IV. «El dolor es el que nos personaliza»
En Pensando (prosa) están quizá los mejores fragmentos del libro. Subrayo los siguientes.
Si Dios no existiese, el hombre, a través de los siglos, lo habría creado ya a fuerza de pensar en él. Asignarle un fin a la creación es absurdo. Es tanto como pensar que un día el Universo se reducirá a la inmovilidad absoluta, una vez obtenida la plenitud de su perfección... Tal supuesto es imposible. Supondría la paralización de la fuerza y de la materia, cuyas transformaciones incesantes ni tuvieron principio ni tendrán término. ¡Oh, Señor, Tú sabes que mi corazón está vacío de deseos como un vaso limpio en que ya no hay una gota de vino! El reptil misterioso, cataléptico por excelencia, es la perfecta imagen del éxtasis. La muerte es el mayor de los bienes, tal vez el único bien. Casi vale la pena vivir con existencia miserable por gozar al fin del sublime privilegio de morirse. ¡Cómo no bendecir a Dios, que hizo el dolor... pero hizo también el tiempo! Todos los hombres somos una misma substancia, sí; pero cada uno tiene su angustia, diferente de la angustia de los demás. El dolor es el que nos personaliza. Quien sabe, si en suma, ioh, ascetas!, es un error buscar encarnizadamente a Dios en la vida. A la vida venimos a cosechar una especial experiencia que el alma necesita, no a fundirnos con Dios, en cuyo seno ya estábamos antes y al cual hemos de volver después. El está al principio y al final del camino. En el camino mismo sólo está el dolor, que es la sombra de Dios. Dios no sería capaz de condenar a un alma que no se hubiese antes condenado a sí misma.
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El arquero divino III. «La sola puerta es morir»
En esta tercera parte, Pensando (verso), recalco:
Un tonto estaba cantando: «Se quita el hambre comiendo, se quita la sed bebiendo, se quita el amor... amando». Te amo con amor eterno, y si tú, por pecador, me condenas al infierno, en el infierno habrá amor. Eres rebelde al amor y al beso nada propicia... Mejor, amiga, mejor: así tendrá tu primicia cierto salvaje sabor, y habrá no sé qué temblor de gacela en tu caricia. Mi quimera postrer está muriendo bajo el puñal de la razón helada; pero en cambio en mi vida va naciendo la inmensa paz del que no espera nada.
Pero, sobre todo, esta gran octavilla:
Para entrar en el misterio, la sola puerta es morir.
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El arquero divino II. Santa Teresa
Poema titulado La esencia inmemorial:
En el recogimiento de su celda, la anciana Teresa (nueve lustros de amor inmaculado) platica con su Cristo. La luz de la ventana reverbera en la cárdena faz del Crucificado. Tarde glacial de Ávila... Inicia una campana con una dulce esquila su gran diálogo alado. —«Señor, dice Teresa, por ti todo martirio me es dulce; padecer quiero o morir, Señor!» Y al expresarlo, enciéndese su palidez de lirio, sus brazos, castamente, ciñen al Salvador. Los ojos del Maestro tienen más luz que Sirio, y cada llaga se abre como divina flor.
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El arquero divino I. «Soy una boca que se muere de sed junto al agua»
Amado Nervo. Poema Destino, de julio de 1918:
Destino, dime dónde, cómo, cuándo... ¡Considera que un alma está esperando! Considera su angustia, considera todo el desesperar de quien espera. Este amor, tanto y tal que es a un tiempo todo carne, todo luz, todo ideal; este amor que por grande me acerca a lo absoluto, ¿ha de morir sin flores, se ha de secar sin fruto? ¿Habré plantado en balde mis rosales? ¿Han de helarse, ya rubios, mis trigales? (Preguntar estas cosas, ¡oh!, Dios mío, con la fe que yo tengo, ¿no es impío?) Destino, cuya mano, si la toca, hace nacer la linfa de la roca y el bien o el mal con rudo impulso fragua: acuérdate de mí: soy una boca que se muere de sed junto del agua. Soy, en la altiplanicie de la vida, un alma que, a las luces del ocaso, con febril ansiedad apura el paso por llegar a la tierra prometida... ¡Destino, dime dónde, cómo, cuándo! Considera que un alma está esperando.
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El latido detrás de todo lo que late. Versos de Rumi y aproximación al propósito
El nombre que escogí para este blog no me puede identificar, pues mi Dios no murió joven, sino que nació muerto. Cuando hablo con católicos estándar, soy atea. Cuando leo a San Juan de la Cruz, tengo la certeza de que Cristo resucitó, aunque no podría afirmar esto frente a nadie sin que se me notara en el pulso que miento. Cristo resucitó y literalmente ha vuelto a resucitar en mi vida, donde nació muerto.
Hay muchas libertades y yo siempre he querido todas las que conocía. Está claro que al descubrir una nueva libertad, mi deseo va a ser acercarme a ella. Y ahí es donde están los místicos: en un lugar incómodo, en ocasiones perseguido, pero un lugar fértil como ningún otro. Es el abandono de intermediarios y dogmas, aunque el conocimiento teológico (y el conocimiento en general y la consciencia) sea necesario como paso previo para que el místico pueda llegar a ese estado y contarle a los demás de lo que se trata. A través de la teología, la mística se encuentra frente al misterio, no trata de analizarlo. Un misterio que se anhela, pero del cual no se pueden predicar el cómo, ni el dónde, ni el quién; solo puedes verte frente a él, pero no tratar de desmenuzarlo. Partimos del anhelo holístico, de la visión que lo centraliza y expande todo a la vez.
Además de la buena educación de la que hablaba, uno va poco a poco escuchando un latido conforme avanza, pensando que se está acercando al lugar donde se esconde, entre los matorrales, el misterio. Y al llegar eres tú quien se tumba a la sombra y se sorprende al escuchar su propio latido. Y entonces el dogma, la clasificación, tales atributos, cuales esencias, el justo y el impío, todo se difumina, la razón se rinde ante la vida/el sueño/la muerte. Es la fe más pura que hay. Mi sensibilidad hacia el latido por boca de otros, ¿me acerca o me aleja del latido? Claro que la mística no se alcanza de golpe —o no creo que se pueda—.
Rumi escribe:
Si hay un amante en el mundo, oh musulmán, soy yo. Si hay un creyente, infiel o ermitaño cristiano, soy yo (...). Tierra y aire y agua y fuego, ¿sabes tú lo que son? Tierra y aire y agua y fuego, más aún, cuerpo y alma también, soy yo (...).
(Trad. ¿Carlos Blanco?)
Estaba muriendo de hambre. Me siento voraz a la mesa, pero la paz no llega al pegar el primer bocado, sino con la certeza de que mi plato ya se está preparando. Pronto, ¡prontísimo! me lo van a servir, solo queda en mí un dulce y pacificado apetito. Voy a tragarme el mundo sin masticar, sin desmenuzarlo, sin tratar de identificar cada sabor. Y de repente: me he saciado con mi propio apetito. La voracidad mengúa hasta que se alimenta a sí misma. Entonces, en el último estadio, uno necesita que su latido sea escuchado; descubres el fuego en el interior e iluminas a los demás. Esta es la forma más alta de consorcio entre lo humano y lo divino. No hacía falta sostener el latido de otro. No se trataba de sumisión obligada y ahogante a Dios como se suele entender. El místico se somete ante Dios como ningún creyente habitual, pero esa sumisión plena es la consecuencia de la intimidad plena con Dios, de haber sido desbordado. La sumisión pasa de ser producto de un dogma externo, forzado y temible, a ser consecuencia natural e inevitable del propio estado interior.
La sumisión por amor es la del amante que se rinde al amado sabiendo que con ello no está anulando su libertad, sino tomando la decisión más libre de su vida. Y, a diferencia de lo que a veces ocurre en el plano «solo» humano, el deseo no se apaga con el contacto del amado ni con el de otros cuerpos.
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«En pena, de libres, que fueron creados,/Esclavos los hizo; tiranos les dio»

El bulto vestido del negro capuz, Carlos Luis de Ribera, El Artista (Madrid, 1835-1836). Tomo I
Patricio de la Escosura escribió en 1835 El bulto vestido del negro capuz, un relato en verso que tiene lugar en Simancas en 1521 cuya segunda parte, La prisión, recoge un diálogo entre dos condenados a muerte en el marco de la guerra de las Comunidades de Castilla, el obispo de Acuña y un joven comunero apellidado García:
«Muchos, repetidos, muy graves pecados Los hombres hicieron y Dios se enojó: En pena, de libres, que fueron creados, Esclavos los hizo; tiranos les dio. »¡Tiranos! con ellos, cadenas, prisiones, Castillos y guerras y el potro cruel: ¡Tiranos! con ellos, rencor, disensiones ¡Tremenda es la ira del Dios de Israel! »Castilla, hijo mío, sintió el torpe yugo, Y a fuer de briosa lo quiso arrojar. En vano: ayudarnos al cielo no plugo: Padilla el valiente cayó en Villalar. »Nosotros, Alfonso, también moriremos; También nuestra sangre, vertida será. ¡Qué importa! Muriendo felices rompemos Las férreas cadenas, que el mundo nos da.» Acuña, el obispo, patriota esforzado, Aquel que al tirano no quiso acatar, El cuerpo de indignas cadenas cargado, Cual cumple a los libres, acaba de hablar. En pie, silencioso, con aire abatido, Mancebo, que apenas seis lustros cumplió, Le escucha; y responde con hondo gemido, Que el eco en la torre fugaz repitió. ¡Tan bravo en las lides! Acuña le dice, ¡Tan bravo! y cobarde tembláis al morir... Teneos, obispo: muriendo es felice Quien sólo en cadenas espera vivir. Morir es más dulce, que ver, como he visto, Caer a Padilla y a ciento con él. Yo burlo la muerte, más ¡ay! no resisto De amor a los otros, ¡fortuna cruel! Oyóle el obispo con pena y callóse: Magüer que ordenado, tiene corazón, Lágrima furtiva al ojo asomóse. El joven su mano, besó con pasión.
En otras partes del poema se presenta a ese «bulto» que anda por Simancas cantando sus penas. La sexta parte, El beso, continúa lúgubre ante la ejecución de García, quien se encuentra al mismo tiempo ante la muerte y ante la identidad de esa misteriosa persona encapuchada:
Levantan en medio de patio espacioso Cadalso enlutado, que causa pavor: Un Cristo, dos velas, un tajo asqueroso Encima; y con ellos el ejecutor. En torno al cadalso se ven los soldados, Que fieros empuñan terrible arcabuz, A par del verdugo, mirando asombrados Al bulto vestido del negro capuz. ¿Qué, tiemblas, muchacho, cobarde alimaña? Bien puedes marcharte, y presto a mi fe. Te faltan las fuerzas, si sobra la saña; Por Cristo bendito, que ya lo pensé. Diez doblas pediste, sayón mercenario; Diez doblas cabales al punto te di. ¿Pretendes ahora, negarme falsario, La gracia que en cambio tan sola pedí? Rapaz, no, por cierto ¡creí que temblabas! Bien presto al que odias verásle morir. Y en esto, cerrojos se escuchan y aldabas, Y puertas herradas se sienten abrir. Salió el Comunero gallardo, contrito, Oyendo al buen fraile, que hablándole va. Enfrente el cadalso miró de hito en hito, Mas no de turbarse señales dará. Encima subido, de hinojos postrado, el mártir por todos oró con fervor; Después sobre el tajo grosero inclinado: «¡El golpe de muerte!» clamó con valor. Alzada en el aire su fiera cuchilla, Volviéndose un tanto con ira el sayón, Al triste que en vano lidió por Castilla Prepara en la muerte cruel galardón. Mas antes que el golpe descargue tremendo, Veloz cual pelota que lanza arcabuz, Se arroja al cautivo «¡García!», diciendo, El bulto vestido del negro capuz. «¡Mi Blanca!» responde; y un beso, el postrero, Se dan, y en el punto la espada cayó. Terror invencible sintió el sayón fiero, Cuando ambas cabezas cortadas miró.
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«En larga cadena aherrojado»
El Bernardo/Victoria de Roncesvalles, primera parte, estrofas 77 y ss.
Así en larga cadena aherrojado, el preso Conde sin vivir vivía, cuando un hombre de nuevo aprisionado su tristeza aumentó y su compañía;
Ese preso es Teudonio. El Conde le pregunta lo siguiente:
«Señor, aunque en mis culpas he aprendido que jamás el castigo faltó en ellas, sé también que no siempre un afligido padece y sufre agravios por tenellas; que el tiempo muchas veces compelido del contrario rigor de las estrellas trocarse vemos y enviar al suelo, en vez de alegre sol, borrasca y yelo. »Y ahora vuestra presencia resplandece aun entre estas tinieblas de tal modo, que en su compuesta gravedad parece retrato singular del valor godo; yo, señor, soy un hombre en quien fenece de mi principio y fin el nombre todo: no tengo más valor ni más estado que ser dichoso ayer, y hoy desdichado. »No os quiero ya informar de mi derecho; que en la cárcel no hay preso con delito; todos están sin culpa, y sin provecho es dorar á la culpa el sobrescrito; solo os ruego, señor, si á un noble pecho amor con sola ceremonia y rito puede obligar, conozca ahora el vuestro que le deseo servir en mas que muestro. »Y en recambio me déis, de vuestras cosas la parte que sin riesgo os pareciere; seguro que en las tristes o dichosas mi gusto os seguirá como pudiere: mas si estas son demandas peligrosas que ni el lugar ni el tiempo las requiere, contadme en trueco, porque así se ahorren en el mundo ¿qué mundo y tiempos corren? »¿Qué cetro le gobierna y rige ahora? ¿Qué guerras hay de nuevo? ¿Qué dictados? ¿Si es ciega todavía la señora Que da y reparte reinos emprestados? ¿Quién se señala en armas? ¿Quién adora la fama? ¿Quién celebra sus cuidados? ¿Qué ritos, qué premáticas, qué leyes, O qué lisonjas privan con los reyes?» Así el conde, y Teudonio así admirado de la prudencia y gravedad del preso, en tanto que habló estuvo colgado de su dulce discurso y raro seso; de aquel discreto preguntar pagado, de las preguntas y su grave peso, la entereza del ánimo y el modo, tan de pecho real y heróico en todo. Y en sus penas suspenso y divertido, sin conocer al olvidado conde, Teudonio, más de honrado y comedido que gustoso de hablar, así responde: «Si los agravios con que me ha traído Fortuna aquí, lugar me dan por donde aliviar tu cadena y mis prisiones, gran campo han descubierto tus razones. «La tierra está sembrada de portentos, de grandeza hasta ahora nunca vistas, famosos hombres, de altos pensamientos, armas, guerras, furor, pleitos, conquistas, fieros jayanes, bárbaros intentos, altivos reyes que en copiosas listas el mundo sacan al soberbio alarde de un desmán nuevo en que hoy se enciende y arde. »En gran riesgo está España de perderse, preñada de costosos enemigos, ligero el rey y fácil de creerse y sin lealtad y fe los más amigos; harto de esto en mis causas puede verse y servir mis agravios de testigos, pues mis nuevas cadenas y prisiones son de eterna lealtad los galardones.
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«Las expresiones y las indicaciones son para hacer posible la conexión; la Palabra está más allá de todo esto. Puesto que el Oído sigue a la Palabra, el Oído también está más allá»
Sobre la audición, segundo capítulo de El Libro de la Enseñanza por medio de las sentencias alusivas de los inspirados de Ibn Arabi (Trad. Pablo Beneito Arias).
Allāh -Ensalzado sea- ha dicho: «Acepta su vecindad [la vecindad del politeísta] hasta que haya escuchado la Palabra de Alláh (C. 9:6)». Ha dicho uno de los inspirados: «Quien Le ha escuchado, ha escuchado de todas las cosas (min kulli say’)». Otros dichos de los inspirados: «Quien Le contiene, Le escucha». «Aquel que Le ha escuchado, Le ha escuchado en todas las cosas». «No oye Su Palabra sino quien tiene oído sin órgano auditivo (sam bi-lā āla)». «Quien Le ha escuchado en una cosa y no Le ha escuchado en otra, no Le ha escuchado». «Nadie Le escucha, en principio, hasta que Él mismo le haya llamado desde su secreto íntimo (sirr)». «Para quien Le ha escuchado. el Corán ya no se diferencia». «A quien pretenda haberLe escuchado, preguntadle lo que ha comprendido sobre ello, pues no se Le escucha sino comprendiendo (bi-l-fahm)». Hay quien dice haberLe escuchado recitarlos Libros revelados y los Pliegos (ṣuḥuf) y toda palabra (kalām) manifestándose en el universo en una sola lengua. Otros dichos de los inspirados: «Sé tú aquel a quien Él se dirige cuando dice en el Corán “¡Oh aquellos que tienen fe!”...». «Desde que Le he escuchado no ignoro ninguna lengua, y ningún significado me resulta incomprensible». «Si es válida la delegación (niyāba) en cuanto a la Palabra, asimismo es valedera en cuanto a la Audición (samā), y la delegación en cuanto a la Palabra ha sido validada en la aleya que dice: «Acepta su vecindad [la del politeísta] hasta que haya escuchado la Palabra de Allāh (C.9:6)»; las orejas oían, en efecto, las expresiones de Muḥammad -Allāh le bendiga y salve- en tanto que el oído escuchaba la Palabra del Verdadero (kalām al-Ḥaqq) -Exaltado y Enaltecido sea-». «Las expresiones (´ibārāt) y las indicaciones (dilālāt) son para hacer posible la conexión; la Palabra (al-kalām) está más allá de todo esto. Puesto que el Oído (sam´) sigue a la Palabra, el Oído también está más allá de todo esto». «La señal externa, por la cual se reconoce a aquel que ha escuchado es su comportamiento (yaryu-hu) con relación al estatuto de lo que haya escuchado, pues quien ha escuchado, está sujeto a la autoridad de lo escuchado.
Lo que recuerda inexorablemente al «audivit arcana verba, quae non licet homini loqui».
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«Aquel que Le ha visto, no ha visto nada»
Aquí el primer capítulo —Sobre la visión— de El Libro de la Enseñanza por medio de las sentencias alusivas de los inspirados de Ibn Arabi.
Abū Bakr, el Confirmador (al-Şiddīq) -Allāh esté satisfecho de él- ha dicho: «No he visto cosa alguna sin haber visto a Allāh delante de ella (qabla-hu)». Umar, el Discerniente (al-Fārūq) -que Allāh esté satisfecho de él- ha dicho: «No he visto cosa alguna sin haber visto a Allāh simultáneamente con la cosa (ma'a-hu)». "ʻUtmān -Allāh esté satisfecho de él- ha dicho: «No he visto cosa alguna sin haber visto a Allāh tras ella (ba da-hu)». De entre los inspirados, alguno ha dicho: «No he visto cosa alguna sin haber visto a Allāh junto a ella (ʻinda-hu)». De entre ellos, otro ha dicho: «No he visto cosa alguna sin haber visto a Allāh en la cosa (fï-hi)». Ha dicho otro: «No he visto cosa alguna cuando he visto». Otro ha dicho: «No he visto cosa alguna». Según otro: «Aquel que Le ha visto, no ha visto nada». Otro ha dicho: «Él no puede ser visto sino en una cosa». «He cerrado los ojos -ha dicho otro-, después he vuelto a abrirlos, mas no he visto en ambos estados más que a Allāh». Según ha dicho otro: «Quien se ha visto a sí mismo, Le ha visto, pues la visión (ru'ya) se corresponde con el conocimiento (maʻrifa), ya que según el dicho del Profeta: «quien se conoce a sí mismo, conoce a su Señor». Otro ha dicho:«La visión no se afirma sino por su negación; así pues, aquel no Le ha visto, Le ha visto». Ha dicho otro: «Después de haberLe visto, no veo a ningún otro más que a Él». También se ha dicho: «No Le ve sino quien Le ha conocido según lo que Él mismo le ha dado a conocer»
(Trad. Pablo Beneito Arias)
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Ser cortesana, concubina o querida tuya antes que emperatriz con Augusto. Ardores II
La primera carta de Heloísa a Abelardo (trad. Cristina Peri Rossi):
Tú sabes, amado mío, y lo saben todos los demás, cuánto he perdido en ti; sabes en qué terribles circunstancias la indignidad de una traición pública me arrancó del siglo al mismo tiempo que tú, y yo sufro incomparablemente más por la manera en que te perdí que por tu pérdida misma. Cuanto más grande es el objeto del dolor, más grandes deben ser los remedios que lo consuelen. Tú solo, y no otro, tú solo, que eres la única causa de mi dolor, me podrías ofrecer la gracia del consuelo. Tú solo, que me has entristecido, podrás devolverme la alegría, o al menos aliviar la pena. Tú solo me lo debes, pues ciegamente cumplí todos tus deseos, al punto de que tuve el coraje de perderme a mí misma, a orden tuya, por no poder decidirme a oponerte la menor resistencia. Aún más; mi amor, por un efecto increíble, se volvió tal delirio que se robó a sí mismo, sin esperar recuperarlo nunca, el único objeto de su deseo, el día en que por obedecerte tomé el hábito y acepté cambiar el corazón. Te probé, de ese modo, que tú reinabas como único dueño sobre mi alma, como sobre mi cuerpo. Dios es testigo, nunca he buscado en ti más que a ti mismo. Eras tú únicamente lo que yo deseaba, no lo que te pertenecía o lo que representabas. No esperaba ni matrimonio, ni conveniencias materiales, no pensaba ni en mi placer ni en mis deseos; no traté más que satisfacer los tuyos. El título de esposa parece más sagrado y más fuerte; sin embargo, el de amiga me ha resultado siempre más dulce. Habría querido, permíteme decirlo, el de concubina y el de querida, por cuanto me parecía que al humillarme más, aumentaba mis títulos a tu reconocimiento y dañaba menos la gloria de tu genio.
Tú no lo has olvidado completamente. En la carta de consuelo a tu amigo, has expuesto algunas de las razones que yo invocaba para disuadirte de esta desdichada unión. Sin embargo, has mantenido en silencio la mayor parte de aquellas que me hacían preferir el amor al matrimonio y la libertad al vínculo. Dios es testigo: si Augusto mismo, el dueño del mundo, se hubiera dignado solicitar mi mano y me hubiera asegurado para siempre el imperio del universo, yo habría encontrado más dulce y más noble conservar el nombre de cortesana a tu lado que escoger el de emperatriz junto a él. La verdadera grandeza humana no proviene ni de la riqueza ni de la gloria: aquélla es consecuencia del azar; ésta de la virtud. La mujer que prefiere desposarse con un rico, antes que con un pobre, se vende a él y ama en su marido más sus bienes que a él mismo. La mujer a quien tal codicia impulsa al matrimonio merece una paga, más que el amor. Ella se vincula menos, en efecto, a un ser humano que a las cosas; si la ocasión se presenta, se prostituiría seguramente a uno más rico aún. Tal es, evidentemente, el pensamiento de la sabia Aspasia, en la conversación que cuenta Esquino, discípulo de Sócrates: habiendo intentado reconciliar a Jenofonte y a su mujer, concluyó su discurso del siguiente modo: «Si vosotros llegarais a convertiros, uno en el hombre más virtuoso, la otra en la mujer más amable del mundo, tendríais como única ambición, no conoceríais más virtuoso deseo que ser el marido de la mejor de las mujeres, la mujer del mejor de los maridos». ¡Piadosa opinión, y más que filosófica, dictada por una gran sabiduría, no por las teorías! Piadoso error, bienaventurada mentira, entre esposos, aquella según la cual un afecto perfecto cree guardar el bien conyugal por el pudor del alma más que por la continencia del cuerpo.
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Morder las cortinas. Ardor I

Releyendo los Cuadernos amarillo, rojo, verde y azul de Pedro Casariego Córdoba, he decidido (re)reunir los dichos y hechos amorosos que compila en el primer cuaderno este magnífico periodista del amor.
"Te quiero, sartencita mía". (Un cocinero a su novia, en el parque de Luxemburgo; abril de 1988; el cocinero se había puesto migas de pan en la cara para que le afeitaran las palomas). "Suena el timbre. ¡Es Ella! ¿Qué es la música de Beethoven comparada con el ruido del timbre cuando la que llama es Ella?". [Franz von Kleist, pianista alemán que encontró la muerte en la daga de un marido burlado en una acogedora alcoba de Hamburgo. Las cortinas de la habitación estaban plagadas de corazones, y Von Kleist (¿POR QUÉ?) mordió uno antes de morir]. EL AMOR SEGÚN ENOCH SWING "Mis enemigos me describen como un hombre zafio y grosero. No tengo amigos, así que nadie sino yo puede describirme con benevolencia. Estoy casi siempre solo y por la noche no me acompaña mujer. No conozco el amor. Bueno, quizá lo conozca un poco. Quizá sea lo que siento cuando veo a esa tunanta del puerto, la rubia que lleva faja. Siempre fui partidario de las señoras que usan faja. Qué le vamos a hacer. Hay cosas mucho peores". [Enoch Swing, abstemio, moreno, tosco, gandul, ni mejor ni peor que los otros]. "El amor es un viaje de ida y vuelta en el que durante la ida está terminantemente prohibido hablar del regreso" Jean-Louis Bouvatier, marqués de Theunisse, galán exigente y obsequioso, amante de Josefina durante los días (o semanas) que precedieron a la batalla de Austerlitz. Después de seducir a una dama le regalaba siempre un perrito de lanas elegantemente vestido que respondía invariablemente al nombre de "Adieu"). Kierkegaard dijo que amar consiste en transformar la viruela en varicela sin ser médico, ni científico, ni hechicero. "Cada hombre es una pregunta sin respuesta. El amor es una respuesta sin pregunta." (Anna Magyar, filósofa húngara del siglo pasado). "Mi madre jamás tuvo una idea original: era una simple ladronzuela intelectual... No le guardo ningún rencor, no me interprete mal, no se trata de eso.." (Anna Magyar, hija de la anterior, en una entrevista concedida a este periodista del amor). "Húngara mía, algodón dulce, no me ames por lo que fui, ni por lo que soy, ni tampoco por lo que seré; ámame únicamente por lo que no fui, por lo que no soy, por lo que no seré nunca". (De una carta de Lord Stone a Nancy Rivers; epístola escrita en una barquita que flotaba en el plateado río Devon de la madrugada del día 18 de septiembre de 1886). "El amor siempre ha tenido una pierna rota; cuando te enamores no corras frenéticamente hacia tu elegida: la dama advertiría tu cojera y atrancaría todas sus puertas. Camina lentamente hacia ella; avanza un poco y retrocede un poco menos; cuando la alcances serás algo más viejo, pero ella te estará esperando sin paciencia, y te devorarán sus caricias y sus dientes de marfil" (N. A. Die, Eton, 1916).
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Introduccionándome al sufismo. «En las oraciones y en los ayunos no vi sino el cansancio del cuerpo y el hambre del estómago»
«Quienes beben los cálices de su amor, se sumergirán en los mares de su intimidad y, alcanzando un verdadero conocimiento de Él, en su magnificencia, se vuelven perplejos e inconscientes de sí mismos».
En su artículo «Bāyazid Bastātmi. El rey de los gnósticos», Mahmud Piruz traduce y recopila algunas sentencias del sufí persa presentes en Tazkerat al-Oliā (‘Attār) (Teherán, 1975) que reproduzco a continuación. Bāyazid rechaza el ascetismo más extremo, pero, al parecer, Abu Nuʿaym al-Isfahani cuenta que se lavaba la boca antes de recordar y repetir el nombre de Dios (dhirk), en una obra que no he conseguido encontrar más que en árabe (Hilyat al-Awliya' wa Tabaqat al-Asfiya').
El sufismo de Bāyazid es un sufismo amoroso y apasionado, que lejos de las prácticas ascéticas de la mayoría de los sufíes de los primeros siglos del Islam, se apoya más en la gracia divina que en los propios actos devocionales. Cuando preguntaron a Bāyazid acerca del ascetismo, contestó: «Para mí el ascetismo no tiene valor. Yo fui asceta durante tres días, el primer día, rechacé este mundo; el segundo día, rechacé el otro mundo; y, el tercer día, rechacé todo cuanto no era Dios. Y preguntó: ¿Qué valor tiene este mundo para que uno lo rechace?». En una época en que toda virtud y bienaventuranza del hombre se resumía, según las autoridades religiosas, en la estricta observancia de la Ley, en el número de las oraciones, ayunos y peregrinaciones y, en un permanente y absoluto temor a un Dios trascendente, Bāyazid aclara: «En las oraciones y en los ayunos no vi sino el cansancio del cuerpo y el hambre del estómago».
Me gusta el proceso que plantea de rechazar el mundo terrenal y luego el espiritual (pues la esperanza de entrar en el Cielo también es una forma de apego); y, en última instancia, no sé si entiendo del todo el rechazo hacia el rechazo a todo lo que no es Dios. Supongo que cuando entras en contacto con lo divino, cuando tocas el absoluto, no sientes la necesidad de rechazar el mundo porque no se rechaza lo que nada ofrece. El rechazo al mundo se vuelve irrelevante si el mundo no tiene ningún poder sobre ti ni dádivas que entregarte.
Claro que la segunda cita solo la puedo encajar si lo que critica son las oraciones y ayunos como fin en sí mismo y no como medio para alcanzar un estado superior. Algún rezo y algún ayuno habrá que hacer, digo.
E insistiendo en que: «La perfección del gnóstico es su ardor y aniquilación en el amor del Amigo. Los peregrinos giran con sus cuerpos alrededor de su Casa en busca de la vida futura; sin embargo, los enamorados, giran con sus corazones alrededor de su Trono en busca de su encuentro». La compasión y el servir en este sentido llevan a la liberación de su propio «yo», de su propio ego; pues no hay otro obstáculo en el camino del sufí hacia Dios que su propio «yo» relativo. Bāyazid cuenta: «Vi al Señor en mi sueño y le pregunté: «¿Cuál es el camino hacia Ti?» Me contestó: «Abandónate a ti mismo y habrás llegado a Mí».». Y por eso Bāyazid aclara: «La recompensa del gnóstico es de Dios a Dios».
El abandono de toda subjetividad parece contradictorio con la propia idea de mística, pues leyendo a autores cristianos queda muy claro que para ellos el misterio se alcanza por dentro, no por fuera. Es decir, para poder llegar a ser Dios es necesario un intenso trabajo personal para potenciar el ego en el mejor sentido; o quizá el ego más perfeccionado es el que tiene tanta seguridad, rigor y voracidad que se desprende de sí mismo.
En la senda de Bāyazid todo lo ritual, vacío del amor y presencia del corazón, carece de valor y no conduce a la experiencia de Dios. Por ello insiste: «Recordar a Dios con la lengua, es signo de estar desatento de Él».
Entonces, ¿por qué se lavaba la lengua? Muchas preguntas y, por desgracia, pocos textos traducidos a un idioma que conozca.
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El demonio me empuja a pensar cosas bellísimas. El peregrino, IV
Por último, en el capítulo cuarto se amplía el significado y sentido de centrarse en la oración de Jesús a todas horas. Curiosamente, el demonio no solo actúa implantando en el alma deseos pecaminosos, sino también pensamientos bellos pero que, de igual manera, alejan al hombre de la soberanía de la oración de Jesús.
Mi difunto maestro decía también, otras veces, que los obstáculos para la oración interior provienen de dos partes: de la derecha y de la izquierda. Si el enemigo no consigue alejarnos de la oración por medio de pensamientos vanos y deseos pecaminosos, aviva en nuestra memoria edificantes recuerdos y nos sugiere bellas reflexiones, a fin de impedir que oremos, siendo la oración lo que él más teme. Se llama un vuelo hacia la derecha, cuando el alma deja el trato con Dios para dedicarse a agradables conversaciones consigo misma o con las demás creaturas. Me decía que durante la oración no debía dar cabida ni aún a los pensamientos más sublimes; que si empleaba la mayor parte del día en elegantes especulaciones o en conversaciones piadosas y no en la oración interior, debía considerar todo esto como un error y como una satisfacción de mi vanidad espiritual. Esto perjudica, sobre todo, a los principiantes, que deben dedicar a la oración la mayor parte del tiempo. [...]
Basta con sumergirse silenciosamente en el propio corazón, invocando con la mayor frecuencia posible el nombre radiante de Jesucristo. La luz interior inmediatamente nos inunda, y todo se hace comprensible; hasta los misterios del Reino de Dios se pueden vislumbrar en el resplandor de esta luz. ¿No es ya un gran misterio el hecho de que el hombre pueda reconcentrarse en sí mismo, sacar fruto de este conocimiento propio, derramar dulces lágrimas sobre sus caídas y su voluntad pervertida? No es difícil discutir con los hombres; es posible a todos, ya que la razón y el corazón han existido antes de la sabiduría humana. Cuando se posee talento, es siempre posible cultivarlo con la ayuda de la ciencia y la experiencia, pero cuando el talento falta, no hay instrucción ni educación que, por altas que sean, puedan producir fruto. Lo malo es que estamos muy alejados de nosotros mismos y con muy poca voluntad de volver a nuestro interior. Anteponemos nuestras bagatelas a la ver-dad; pensamos que sí, que es muy bello darse a la oración y a la meditación, pero que las ocupaciones de la vida no nos dejan tiempo para ello. Pero ¿qué es más importante: la vida eterna y la salvación del alma o la precaria vida del cuerpo, que tratamos con tanto regalo?
Y posteriormente:
Sentí como un hambre de oración, como una necesidad suprema de dar rienda suelta a mis sentimientos, pues hacía ya veinticuatro horas que había dejado el silencio y la soledad. Mi corazón estaba como inundado por una riada, que intentaba abrirse paso para derramarse por todos los miembros. Al reprimirse, sentí en el corazón como un dolor violento, pero un dolor dulcísimo, que pedía el alivio y el consuelo de la oración. Entonces me fue revelado por qué los que de verdad practican la oración interior huyen del trato de los hombres y se refugian en lugares desconocidos. Comprendí también por qué el venerable Hesiquio llama charlatanería a las conversaciones más instructivas, más altas y teológicas, cuando se prolongan demasiado. San Efrén de Siria dice: Una buena palabra es plata, pero el silencio es oro puro.
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El peregrino, III.
En este breve capítulo, el protagonista revela más datos biográficos a su padre espiritual a modo de despedida, pues parte de Irkustk con ánimo de llegar hasta Jerusalén (peregrinación que nunca se completa). A lo largo del relato de su niñez y juventud, cuenta lo siguiente:
Con razón me decía un director espiritual que en el fondo del corazón humano vive una secreta oración; el hombre no lo sabe, pero hay algo misterioso en su alma que le empuja a rezar como puede, según su entender.

Инок (Послушник), Константин Аполлонович Савицкий, 1897
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La condensación del Evangelio en la piedad. El peregrino, II
En sus viajes, el peregrino conoce a gentes muy distintas, más y menos predispuestas a la unión con Dios. Ya fallecido el straretz que tanto le ha enseñado, acompañado de su Biblia y su Filocalía, no deja ni un segundo de practicar la oración de Jesús y adquirir conocimientos a través de la propia práctica.
—¿Qué pensáis que es mejor —preguntó el capitán—, la oración de Jesús o los Evangelios? —Son perfectamente la misma cosa —respondí—. Lo que son los Evangelios lo es también la oración de Jesús, porque el nombre divino de Jesús encierra todas las verdades del Evangelio. Los santos Padres nos dicen que la oración a Jesús resume todo el Evangelio.
Esta afirmación que, como se indica, no es invención del peregrino, es singular. Normalmente las doctrinas filosóficas huyen del reduccionismo o, para ser más bondadosos, del minimalismo. Hacen falta muchas explicaciones, muchas palabras, para entender el mundo. O así he pensado siempre. No existen las cosas sencillas. No existe una causa y un efecto. No existen respuestas concisas al sentido de las cosas ni afirmaciones sin peros. Y de repente me entero de que esos grandes sabios condensaban toda una vida —la de Dios mismo— y sus testimonios en una sola frase: «Señor Jesucristo, hijo de Dios, ten misericordia de mí, [que soy] pecador». En otros casos: «Señor Jesucristo, hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador». Aunque, realmente, puede ser aún más condensada: «Señor, ten piedad», esto es, «Kyrie eleison», «Господи, помилуй», etc. Si se sabe que Jesús es hijo de Dios, qué es la piedad y por qué se es pecador, no hay más Escritura que conocer.
Es por ello que no sirve el mero actuar bondadoso, pues la intención no la podemos esconder de quien tiene que tener piedad de nosotros. No basta vivir como si se fuera bueno, como si temieras a Dios.
Se lo leí e intenté hacerle comprender que era inútil y vano abstenerse de pecar selo por temor a los tormentos del infierno; que el alma solo conseguía librarse de sus pecados mediante la inteligencia de la verdad y la purificación del corazón y esto no se puede obtener sino mediante el recogimiento interior. Quien hace obras buenas solo por temor del infierno sigue, según los santos Padres, el camino de la esclavitud; quien las hace para ser recompensado con el reino de los cielos, se porta como un mercenario. Dios quiere que vayamos a él como los hijos van hacia su padre; quiere que nos portemos bien por amor y respeto suyo, que seamos felices uniéndonos a él con una unión beatificante de espíritu y de corazón.
El siguiente extracto trata también las vías por las que no se puede llegar a Dios, en respuesta a quien duda sobre la resurrección de un muerto. Subrayo especialmente la «ingravidez» en la que queda el corazón al emitir sus plegarias.
—Por más mortificaciones corporales que te impongas, no encontrarás la paz si no tienes a Dios en tu alma y la incesante plegaria a Jesús en tu corazón; ante la pequeña ocasión, volverás a caer en el pecado. Tú puedes muy bien ejercitarte en esta oración aquí, en la soledad, y pronto alcanzarás la paz. Entonces ningún pensamiento ateo podrá turbarte y tu amor por Jesucristo hará que resplandezca tu fe. No te parecerá imposible que los muertos resuciten y el juicio universal se te mostrará bajo su verdadero aspecto. Sentirás en tu corazón una ingravidez, una dicha, que tú mismo te admirarás. Ya nada te atormentará ni te impedirá tu vida.
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