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Nerviosa porque estaba él. Relajada porque estaba él.
Una canción que en ese momento se le hizo como de cuna sonaba en un rinconcito de su cabeza mientras dejaba atrás cada vez más rieles.
Se acordó de que se tenía que querer y respiró hondo un par de veces, por la ansiedad. A la tercera, Érica le dijo a Érica que si ella estuviese viendo la escena seguramente se burlaría. Érica se limitó a su cabeza y entonces, como una pelotita de tenis, toda la ansiedad del momento empezó a rodar dentro de ella.
7 > Z: ¿Por dónde andás? > É: Recién subo. Tarde. > Z: Ok. Comienza a respirar.
6 Señora y su hija suben. Se para todo.
5 La canción no era de cuna, era una balada. Y seguro que a él también le gustaba.
4 Ese lugar era horrible. Demasiada gente igual.
3 Ningún mensaje nuevo.
2 Se cerciora de que está a dos estaciones. Efectivamente lo está. > Z: Bajate en la que viene. > É: ¿Ok?
El dos fue uno entonces.
0 Se acordó de la amistad y entonces, nada. No había más pelotita de tenis.
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En casa había un reloj cucú. La gente que entraba por primera vez solía notarlo y decir cosas como: "¡UN RELOJ CUCÚ?" y demás expresiones de admiración que a Julieta tanto le jodían. No era nada más que un reloj de madera grande del que a veces salía un pájaro, de madera también, despintado y casi tenebroso por el paso de los años. Una vez había invitado a Edu a la casa y él había insistido en quedarse hasta que fuera la hora en la que al bicho le tocara salir del reloj. Pensó en lo curioso de que su cabeza todavía lo pensara como 'Edu' después de todo lo que había pasado. Eduardo. Era un nombre horrible, pero Tommi tenía razón de vez en cuando y esa vez que se enojó y le dijo que a las cosas por su nombre fue uno de esos momentos en los que tuvo razón.
Julieta se paró del sillón y antes de dirigirse hacia el baño contiguo al comedor, giró todo su cuerpo y quedó reflejada en el enorme espejo de la sala de estar, orgullo de su abuela. Se miró a los ojos y se dijo la verdad que ella sola sabía y que Tommi sospechaba. Y lloró, y no sintió que se hacía ningún favor recordándoselo, pero tampoco enterrarlo le había hecho ningún bien. Antes de escaparle a la imagen que el espejo reflajaba, se aseguró de decirlo una vez más. Eduardo.
Julieta.
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En algún punto se encontraba la timidez, y más allá de eso, tan lejos que se convertía en cerca, estaba Zacarías. Siempre diciendo mucho sin decir nada, dejaba las ideas incompletas y sus bloqueos no lo dejaban expresarse de forma que él se sintiera bien.
Un domingo, el domingo pasado, sentado en su escritorio como siempre se le ocurrió que quizás no tenía más el objeto que alguna vez tuvo hacer amistad con ella. Se le ocurrió que quizás la razón por la que la había notado inquieta últimamente era ese; se convenció lentamente de que a ella le sucedía algo similar con él. Todas las partes de su cabeza se pusieron de acuerdo y para las siete y cuatro de la tarde no le cabía más duda de que éricayzacarías era algo posible.
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Como una ráfaga, por un breve momento pasó por su cabeza la idea de extrañarla. Antes de desechar por completo la idea, pensó en que quizás sí la extrañaba: extrañaba mirarla a los ojos, extrañaba la forma en la que sentía el deber de voltear la cabeza cuando se reía para contemplar su sonrisa, extrañaba escuchar la forma en la que las palabras brotaban de su boca como si no le importara más nada en ese momento que dejar bien en claro sus opiniones, extrañaba el modo en el que contestaba las preguntas de las más simples a las más complejas y hasta las que estaban hechas con tanta malicia por gente que no la merecía, extrañaba la necesidad que sentía de consultar constantemente el reloj cuando estaba con ella para poder asegurarse de que aún tenían mucho tiempo juntas. Como si de pronto su cabeza le hubiese explicado todo lo que necesitaba saber para poder tomar una decisición estando informada, de un momento a otro se le ocurrió que estaba bien extrañarla, que era normal y aceptable, y hasta quizás Érica también la extrañara a ella.
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Ahí sentada, inmóvil en medio de aquel parque del Centro, Érica sentía que lo único que existía era el Sol.
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Ya estaba acostumbrado a no dormir, pero a quién le importaba. Igual era molesto. No podía hacer más nada que estarse ahí acostado por unas seis horas.
Pensó un poco en Luna, pensó un poco en Érica.
¿Se odiaba un poco por lo que le había dicho a Érica? No sabía todavía. Una voz en su cabeza se preguntó cuándo era que iba a saberlo, si había pasado ya medio año de eso. Pero cómo. Érica era alguien en quien no podía confiar del todo, era tan... prescindible de Dexter y él no sabía todavía si podía prescindir así de Érica.
Luna era parecida a Érica, pero mucho menos como ella y un poco más como él quería que Érica fuese. Eso era complicado. No se podía cambiar a Érica, porque Érica nunca hacía nada por nadie; no se podía cambiar a Luna, porque a nadie le interesaba Luna: de hecho todos habían parecido empezarle a tomar un poco de rencor.
Había empezado otro libro. O más bien, lo había encontrado en la biblioteca y se lo había apartado para sí; pero era un comienzo.
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Se despertó en medio de la madrugada del sábado. Eran algo así como las 3 ó 4. Tenía frío. Lentamente se sentó en la cama y a medida que se iba incorporando pudo apreciar la respiración agitada a su lado que sugería que Érica estaba teniendo alguno de sus malos sueños. No la despertó sin embargo; para qué.
A veces, Zacarías quería ayudar a Érica, pero se sentía completamente inútil.
éricayzacarías.
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Había una casa, después otra y después otra y así era todo igual; quizás cada tanto había alguna plaza y cada 7 a 9 casas, había una calle donde los autos esperaban el verde del semáforo.
En algún momento del recorrido, la música se volvió un ruido de fondo y nada más. En algún momento del recorrido, comenzó a sentir miedo de todo lo que la rodeaba.
Una parte de Jésica entendió todo y le dijo a la parte que aún dudaba que se tomara un momento para pensar todo en frío. Y nunca lo terminó de pensar.
Jésica.
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En un momento era la una de la tarde y estaba ansiosa, y al siguiente, el reloj ya había marcado las cuatro y de pronto, ya no estaba tan segura. O tenía miedo. Más bien, tenía mucho miedo. Una parte de ella le decía que era una decisión tomada. La otra se quedaba callada.
Las contó una vez cuando estaban sobre la mesa y otra vez más tarde, mientras se las iba metiendo en la boca.
Se fue a sentar al piso del baño porque le pareció mejor. Al final el piso del baño le pareció demasiado frío, los azulejos de las paredes muy sucios, el techo demasiado alto.
¿Qué iban a hacer en Puán con su inscripción? Pero después ya no importó porque todo pasó.
Quizás le hubiese gustado contarle a alguien, pero como ya era demasiado tarde, pensó que eventualmente alguien se iba a dar cuenta. No era un secreto, no era un secreto. No era un secreto.
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La canción encajaba perfecto con lo que quería decirle. O no. La canción hablaba de una chica, ella quería hablar de un chico, ella quería hablarle a un chico.
El problema de éricayzacarías era que iban a destiempo y por eso nunca funcionaba nada entre los dos.
Lo había estado pensando todo el viaje hasta que llegó a la casa de un amigo; a la vuelta lo había seguido pensando. Todavía estaba debatiéndose entre hablarlo o no cuando llego a su casa y suspendió todo porque lo llamaron a comer. A la noche abrió la ventana del chat y se lo dijo. Ella, claramente, no entendió lo que quiso decirle.
éricayzacarías.
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Lisa se paró detrás de su mamá mientras ella le firmaba el boletín. La mamá de Lisa ya no decía más nada de sus notas, aunque la última vez le había parecido que ella había esbozado una pequeña sonrisa; esta vez no.
A veces Lisa sentía que su mamá la relegaba al último de los lugares.
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Y mientras ella seguía comentándole un montón de cosas que no le interesaban, él se inclinó con los ojos cerrados y le dio un beso en la boca.
Dexter sonrió brevemente cuando ese pensamiento se le cruzó por la cabeza y levantó la vista del libro que leía para darse cuenta de que estaba subiendo una mina embarazada al colectivo y él estaba en el primer asiento. Cerró el libro, se levantó del asiento sin decir nada y se paró en el fondo. La mujer embarazada se sentó en un asiento cedido por un señor aleatorio y en el asiento de Dexter se sentó una chica fea.
A veces Dexter se odiaba.
Dexter.
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Se levantó un poco tarde, pero no lo suficiente como para que alguien le dijera algo. Todavía estaba buscando el equilibrio para sentirse más o menos a gusto con su nueva rutina. Mientras se vestía pensó que al final no era tan libre como a una parte de él le gustaba pensar a veces. Todos dormían cuando se fue y quizás eso también haya contribuído a su mal humor. Perdió un colectivo cuando estaba por la esquina pero no le importó, total no iba a ningún lado.
Tomi había dejado la facultad y no podía decirle a nadie.
A las nueve menos veinte pasadas, le mandó un mensaje a su hermana para avisarle que había llegado bien y pensó en cuán estúpida era esa costumbre. La gente había sobrevivido mucho tiempo sin avisarse esas cosas. Mientras caminaba por el interior de una librería enorme, imaginó que mantenía una conversación con Julieta, pero no se le ocurría de qué podrían hablar.
Tomi.
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Érica nunca había creído eso de que todas las minas que estudiaban Psicología están buenas, hasta el día en el que acompañó a Julieta a anotarse al CBC y volvió sintiéndose un insectito. La tarde del día siguiente se la pasó entre grupos de Facebook que habían hecho estudiantes y perfiles que arrancaba de ahí.
Érica con frecuencia se sentía como un insectito.
A las cuatro y pico, notó un puntito verde al lado del nombre de Lisa y entonces decidió pasar el resto del franco intentando convencerla para que estudie Psicología. Érica siempre pensó que Lisa estaba buena.
Érica.
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Giraba la última clavija de la guitarra por enésima vez ese día.
O era la primera, ¿cómo estar seguro? A esta altura, Tomi no sabía qué pensar acerca de nada y casi que se había convencido de que no sabía nada y que nunca iba a saberlo. Llegaba a un Si, pero cuando intentaba llevarla al Mi que necesitaba, la cuerda se soltaba; así toda la tarde.
Tomi tocaba la guitarra desde hacía casi cinco años y aún no sabía cómo cambiarle las cuerdas de una forma más o menos eficaz. Tomi prendió la tele con guitarra todavía acostada encima suyo y se puso a mirar la serie de Zooey Deschannel que es una mierda, pero en ese momento a Tomi le vino bien porque quería odiar a otra persona que no fuera a él mismo.
Tomi
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El Guardián Entre el Centeno, La Campana de Cristal, Las Horas, 1984, Rebelión en la Granja, Fahrenheit 451, La Vida Está en Otra Parte, Crimen Y Castigo, El Túnel, Los Premios.
Había empezado a leer alrededor de 40 libros en los últimos tres meses. Casi sin darse cuenta, leía algo así como veinte hojas y miraba la cantidad de hojas que tenía el libro en total. No podía evitar el abandonar los libros a la mitad, todos y cada uno de ellos, abandonados a la mitad.
A veces Dexter se odiaba un poco a sí mismo.
Dexter.
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Últimamente, Jésica miraba mucha tele. Jésica odiaba mirar tele. Ayer Tomi la echó del sillón del comedor porque quería mirar la serie de Zooey Deschannel.
El problema de Jésica era que no sabía que hacer si no estaba sentada en frente a la computadora o al televisor.
Ayer, Jésica se sentó en su computadora y abrió todas las páginas que solía abrir, excepto Facebook. Hoy Tomi la forzó a loguerarse indirectamente cuando le dijo que le iba a mandar un privado cuando salía de la facu porque no tenía crédito; no podía decirle que no. Y como highlight ahí estaba, la noticia más importante era una foto de cinco chicas abrazándose mientras sonreían y las muchas personas a las que les había gustado esa foto. Muchas personas que habían comentado lo lindas que eran. Las chicasprotagonistas mismas diciéndose lo mucho que se querían entre sí.
15 personas no han notado que en esa foto no está Jésica.
Jésica.
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