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Conociendo a Jorge Baylon
Conociendo a Jorge Baylon
Jueves 16 Feb 2023
Redactado por Gabriel Espinoza
Intro
En los últimos dos años viví dos pérdidas en mi familia. Mi tío y mi abuelo. Durante mi duelo, llegué a aceptar que hubo muchas cosas que no conocí de ellos como personas, como individuos. Solo cuento con la referencia familiar con la que los asocio y claro, momentos y recuerdos hay muchos, pero no me tomé el tiempo para conocerlos mejor. Entonces, espero que estas entrevistas que llevaremos a cabo, me ayuden a conocer a seres ya de por sí cercanos a mí. Cómo fue su infancia, qué pasiones tienen, qué los motiva y qué retos, tanto profesionales como personales, han superado.
¡Hola, Baylon! Actualmente vives en Estocolmo, Suecia. Oriundo de Cd. Juárez, Chihuahua, radicaste en Ciudad de México (CDMX) 9 años y en Monterrey, Nuevo León. Antes de irte a Europa, viviste en Guadalajara unos 3 años.
Gabo: ¿Tienes algún color favorito?
Jorge: Sí tengo colores que me gusta usar en ropa. Verde, azul y morado pero el verde sería mi favorito.
Gabo: Yo te recuerdo con colores claros y combinaciones con gris. Pero también le digo a Mich lo
Jorge: Intento ser colorido con lo que uso pero también tengo mis básicos. La razón es porque mi mamá siempre ha usado ropa colorida. Es fácil dar una impresión de una persona alegre, curioso o lo que sea, si usas esos colores. Por ejemplo, ahorita en Estocolmo todo mundo anda de negro. Eso yo lo siento que te hace muy unidimensional. Cómo que te combinas con el fondo. Cuando usas ropa colorida, de volada resaltas en el metro o en la calle. En la casa mi papá viste muy común, pantalón de vestir caqui y camisas de colores neutros. Mi mamá es lo opuesto y siempre me gustó eso. Se me pegó y he intentado incorporarlo.
Gabo: Qué interesante que tú, que experimentaste la Ciudad de México, con todos los colores, ruidos. Vienes de una cultura tan llamativa y fuiste a parar a una cultura más fría y homogénea.
Jorge: Sí. Lo he notado en el metro. Allá (en CDMX), era una pinche romería. Gente vendiendo cosas, peleando, gritando. Y acá todo mundo metido en el celular, con audífonos. En el trabajo, a veces, se me olvida ponerme audífonos y cuando pongo música en verdad nadie se da cuenta. Porque son introvertidos, en general. Es un contraste al que aún no me acostumbro, pero así distingues quién es de fuera y quien es sueco.
Gabo: ¿Tienes algún libro o álbum favorito?
Jorge: Tengo un recuerdo muy cabrón de dos libros. El Quijote porque lo leí en la prepa. Había un concurso en Chihuahua en el que si ganabas ese concurso te ganabas un viaje a España a la parte de La Mancha, donde transcurre la novela, entonces me acuerdo haberlo leído pero incluso tomando notas y revisando a detalle el libro. En otra oportunidad lo releí por gusto y me gustó más. Hay otro de Carlos Fuentes, Los Años con Laura Díaz. Lo tenía mi papá en la casa y es lo que *comentábamos. Es la historia de una morra que crece en la CDMX, y te va contando su vida a través de los años. La gente que conoce, sucesos que le pasan, acontecimientos históricos pero vistos desde su perspectiva. Entonces se me hizo muy interesante que fuera algo muy común pero bien contado y contextualizado. Ese fue el primer libro que leí que me gustó que no fuera muy formal. Que contara una historia directa. Lo leí a los 15 o 16 años.
Gabo: supongo que fue una apertura de conocer lugares.
Jorge: Sí. Ese libro en particular te cuenta CDMX como algo grandioso donde todo ocurre. Y yo en Ciudad Juárez, valiendo verga. Pensaba que vivir ese tipo de vida, en el que estás expuesto a todo, lo bueno, lo malo, debe ser muy interesante. De una manera te abre el mundo.
De música, pues ya sabes, Morrisey. Aunque, últimamente, no sé si es la nostalgia de México, he estado escuchando música regional mexicana.
Gabo: ¡HAHAHA! El más orgulloso con sus botas.
Jorge: ¡Sí, wey! Corridos, norteños. Es como un homesickness de querer agarrarte a lo que tienes. Cuando estaba allá me gustaba, obviamente, porque son canciones que vas escuchando en diferentes etapas de tu vida y se te quedan. Y aquí, los primeros meses, quería recordar cosas de allá.
*Antes de comenzar la entrevista, platicamos que cualquier vida, bien narrada, es muy interesante y te puede dejar muchas enseñanzas. Esa es una de las razones por las que se realizan estas entrevistas.
Gabo: Como sabes, me aventé todas las temporadas de Greys Anatomy en el primer año de la pandemia. Tu padre es médico cirujano, ¿correcto? ¿Cómo es crecer con un médico? ¿Cómo describirías tu infancia y adolescencia?
Jorge: Es médico cardiólogo. Recuerdo que sí es difícil. Tomando en cuenta que viene de una generación diferente a la nuestra en la que pues él era el proveedor y la mujer ama de casa y con los hijos. Lo recuerdo siempre en chinga, y hasta la fecha sigue en chinga. Ahorita tiene 67 años y todavía no para. Es muy bueno en lo que hace. Hay muchos pacientes agradecidos con él pero al mismo es como difícil la relación padre e hijo, porque siempre de alguna manera, consciente o inconsciente, priorizó el trabajo sobre la familia. Eso también le costó un chingo con el trato con mi mamá. Siguen casados pero mi mamá ha sentido que él dejó un vacío por todo el trabajo que hizo. Tampoco yo no tengo una mejor referencia de él como padre porque siempre estuvo trabajando. Pero al mismo tiempo, de él aprendí la ética en el trabajo. De buscar algo que realmente te guste para que se vuelva natural realizarlo. El esforzarte, hacerlo bien. Son cosas buenas y malas. Entonces el primer recuerdo que me viene es que fue un padre que se preocupó más por el trabajo. Obviamente porque el trabajo le exigía mucho. Era difícil porque tenía pacientes que lo buscaban en la noche o en la madrugada. Los sábados hacíamos el plan de ir a un parque pero le sonaba el beeper “Comuníquese a tal número”. Sacaba el celular enorme y llamaba y le decían “no sabemos que hacer con tal paciente” o “el paciente empeoró, tiene que venir”. Y ya se iba el sábado. Pero al día de hoy se topa gente en la calle que le agradece lo que hizo por ellos.
A mi mamá la recuerdo en la casa, aunque también trabajó mucho. La recuerdo con un sabor agridulce al saber que sus hijos estaban creciendo bien pero a costa de qué. Porque ella estudió enfermería y psicología. Ella, si pudiera trabajar o regresar el tiempo, hubiera preferido continuar trabajando. Le encantaba su profesión de enfermera pero al mismo tiempo quería cuidarnos, educarnos y darnos una buena vida y llenar el vacío que mi papá no estaba llenando. La recuerdo como una persona muy estricta. Con muchas reglas. De esas mamás muy old school.
Tengo un hermano que es mayor que yo por un año. Recuerdo que nos llevábamos muy bien. En los últimos años nos hemos separado porque él ya tiene su familia. Éramos muy unidos, aunque él era el rebelde de la casa. Yo siempre le decía que sí a mi mamá. Él llevaba siempre la contra. En la prepa, cada fin de semana, había tensión en la casa porque él salía. Llegaba 2 o 3 de la mañana, borracho o enfiestado. Pero a veces no le contestaba el celular a mi mamá. Entonces mi mamá despertaba a mi papá “¡mira, tu hijo, no contesta, ve a buscarlo!”. Entonces se enojaba mi papá y a mi me cagaba eso porque yo estaba escuchando cuando se peleaban, porque mi hermano no llegaba. Y luego llegaba él, estacionando mal el carro, todo borracho. Esa época en particular fue muy difícil para mis papás. En la prepa, queríamos salir pero como que al hacerlo, hacíamos que mis papás se pelearan más.
Gabo: ¿tú no salías en la prepa?
Jorge: sí salía pero empecé a salir ya al final de la prepa. Y cuando salía, yo sí llegaba a la hora que me decían. A mi no me prestaban el carro. Entonces yo dependía de que mis amigos me llevaran a la casa. A él si le prestaban el carro. Tenía una Explorer verde. Con placas fronterizas y todo. Los domingos en la mañana esa madre apestaba a alcohol. Él agarraba el carro, pasaba por sus amigos, y en lo que iban a la fiesta compraban jugos, alcohol y todo.
Gabo: ¿Cuál es tu recuerdo favorito de tu infancia o adolescencia?
Jorge: Recuerdo haber vivido en Monterrey cuando mi papá estudió la especialidad en cardiología. No tengo un recuerdo en particular, sino que la etapa en Monterrey la disfruté mucho. De mi hermano, la familia, de dónde vivíamos. La ciudad. Cuando regresé para estudiar o trabajar, intenté experimentar lo mismo pero no fue igual. Era el contexto. Curiosamente es cuando mi papá estuvo más ocupado, pero también es cuando más recuerdos tengo de él. Y todavía al día de hoy cuando me acuerdo de eso, me dan ganas de volver a Monterrey pero caigo en cuenta que ya son otras circunstancias.
Gabo: ¿Podrías hacer un resúmen general de dónde fuiste viviendo hasta antes de decidir estudiar física en la UNAM?
Jorge: la verdad no recuerdo muy bien pero a ver:
Nací en Ciudad Juárez. Ahí viví en una casita en un lugar llamado Valle Verde. Ahí fui al kinder. Mi mamá todavía se burla de mí y esto se lo cuenta a todos los que conoce. Es más, si mañana fuéramos a comer con ella, te platicaría la historia de cuando me cagué en el kinder. De esas veces que te explota la panza en el baño y no pude hacer nada. Me quité el calzón y lo metí en la lunchera.
Al llegar a casa, mi mamá tenía amigas de visita y llegué y quitado de la pena, abrí la lunchera y le dije “ah si, mira me cagué” y la amiga de mi mamá se quedó de “pinche niño asqueroso”.
El kinder fue ahí en Ciudad Juárez, luego unos años en Chihuahua (porque mi papá se cambió de hospital), y luego no recuerdo muy bien, pero empecé la primaria en Cd. Juárez, luego la mitad en Monterrey y volvimos a Cd. Juárez para la secundaria y preparatoria.
Gabo: ¿cómo fue que decidiste estudiar física?
Jorge: Pasaron varias cosas. En secundaria fue cuando me di cuenta que me gustaban mucho los números. Ahí me encantaban las matemáticas porque tuve varios maestros que estában muy cabrones. Participé en un concurso entre 5 escuelas y lo gané y eso me motivó mucho a querer seguir aprendiendo. A partir de ahí, en la preparatoria me siguieron gustando, así que elegí el enfoque en físico matemático y me gustó más porque empezamos a profundizar. A la par había un concurso de física en el que participé y me fue mas o menos bien, y surgió la oportunidad de una beca en el Tecnológico de Monterrey pero para físico industrial. Entonces empecé a indagar un poco más de óptica, electromagnetismo. Cosas que no había visto en la prepa. En su tiempo, los de orientación vocacional te explicaban que si estudiabas algo así, ganabas mucho dinero. Ahora entiendo que es porque te especializas mucho y llegas a tener más bagaje que un mecatrónico o alguien con el perfil similar. Ahí pasé 4 años y medio y luego me fui a CDMX para continuar con la maestría y el doctorado.
La maestría que hice en la UNAM fue en ciencias físicas, precisamente porque todavía no había profundizado los temas que quería. En el Tec. De Monterrey siento que el perfil fue funcional en el campo laboral, pero en la UNAM era para hacer investigación desde el inicio. La verdad no fue tan sencillo irme más por el lado teórico. Le sufrí.
Ahí comencé a vivir solo y estudiando la maestría. En algún momento sentí que era muy demandante porque acá, si perdía la beca, ya no me podría mantener. Y tenía una licenciatura en física industrial y una maestría trunca. ¿Dónde conseguiría trabajo?. Entonces fue cuando hice el cambio, al acabar la maestría, y elegí ciencias de la Tierra, también en la UNAM.
En México disfruté mucho, aunque sufrí también. Llegué en los mejores años de mi vida y la intenté disfrutar a mi manera. Hice lo mismo que ahora hago acá. Salir a caminar y perderme para encontrar lugares nuevos, zonas que me agradan. Eso lo hice mucho y por eso la disfruté mucho. Es de los recuerdos más bonitos que tengo. No tenía mucha idea de qué quería hacer, pero al mismo tiempo me definió. Todo se fue dando para ser una experiencia única.
Si regresara mañana no creo que me toque esa misma experiencia. Sí es una ciudad difícil, pero a la vez tiene muchas cosas que ofrecer.
Por otro lado, el tiempo que viví en Guadalajara lo disfruté, pero era difícil concentrarse en lo que tenía que ofrecer por cuestiones más simples como el clima o la movilidad.
Gabo: Viajaste mucho, fuera de México, por medio de la maestría y el doctorado.
Jorge: ¡Sí, un chingo! No sé cómo le hice pero sí viajé mucho. Conocí Francia, Suiza. Pero incluso viajando, siento que no los disfruté tanto porque era por trabajo. Tenía una agenda y no pude disfrutar la ciudad a mi manera.
Gabo: ¿Has pospuesto o dejado de hacer algo por temor?
Jorge: Sí. De hecho en la época del postgrado, pude haber hecho más esfuerzo por buscar relaciones de amistad y sentimentales. Varios amigos cercanos me decían que no trabajaba pero yo ya lo consideraba como una profesión con obligaciones. Tuve temor al rechazo de conocer a alguien y decir “estoy estudiando” pero ya tenía 30 años. Me imaginaba que me iban a decir “¿cómo que sigues estudiando? Ya tienes 30.”. Eso me limitó mucho a tratar de buscar una pareja o una novia. Me sentí un poco menos. Ya ahorita viéndolo en retrospectiva pienso “ah que pendejo”. Pero pude haberla hecho.
Gabo: ¡Sí, que pendejo hahaha! Digo, eres una persona muy interesante. Aparte de poder convivir con el doctorado, estoy seguro que muchas personas hubieran querido platicar o acercarse.
Jorge: es el problema. Que yo no me veía así. Iba de la casa a la escuela y viceversa. No tenía más vida que esa. Y obviamente en CDMX conocía gente que tocaba en una banda o tenían un negocio o ya tenían un puesto interesante en alguna empresa y yo pensaba que no tenía mucho que contar. No sabía cómo mostrarme. Me sentía menos comparado a otras personas en mi círculo social.
Claro, ya viéndolo en retrospectiva creo que eran pendejadas, porque aunque no me interesara ganar chingo de dinero y tener cosas, no sentía que aportara nada por estudiar algo que me gustaba. Pero ahora lo tengo claro que no necesitas estar en el mismo esquema social que todos, laborando para alguien. Mientras hagas lo que te gusta, puedes seguir aportando.
Gabo: ¿Cómo llegaste a Ternium?
Jorge: Durante mucho tiempo mi hermano y yo éramos muy cercanos. En ese entonces, cuando hablábamos de planes a futuro, me decía que él quería trabajar fuera de la Academia. En los primeros meses no encontraba nada pero se me quedó muy metido eso de “¿qué pasa si busco fuera?”. En los últimos años ya estaba muy cansado y no me daban ganas de seguir como investigador, entonces cuando salí, busqué opciones en programación de Python aunque no tenía idea del mundo de IT.
En un momento pensé buscar trabajo en la policía, porque eran de los únicos lugares donde aceptaban gente que supiera Python o tener una licenciatura en matemáticas. Eso o también pensé en el Oxxo de cajero, porque supuse que no importaría mi título y podría trabajar ahí.
Empecé a buscar y tecleaba “python”, así directo. Pero no tenía claro, aunque más o menos sabía en qué enfocarme pero enfocado en python. Les escribía y les explicaba que aunque mi CV dijera físico matemático, sabía de programación con Python pero casi nadie contestó. En CDMX me contactaron unos weyes en Galería Plaza de las Estrellas. Es un lugar donde hay un paseo de la fama estilo Hollywood, pero de Carmen Salinas, Jorge Ortíz de Pinedo. Una plaza pero con estrellas de la fama de la televisión mexicana. Y ahí hay una compañía que hacían reportes. Todas las construcciones que van a pasar en México, juntan la información para proveedores para que los proveedores busquen la concesión o el proyecto. Ellos querían modernizar todo, usando Power BI, SQL, y cosas así.
Yo siento que me hablaron porque el wey que me habló era del Tec. Y mi jefe también con un perfil de físico matemático pero truncó la maestría. Con ellos duré 3 meses, porque no me había titulado. Me enfoqué en la tesis y la presentación y en cuanto terminé el proceso, tuve la entrevista con Ternium. Ahí no me gustó por el trato que había hacia el contratista, aunque me gustó mucho lo que hacía. No me sentí a gusto en la ciudad. La cultura organizacional no me gustó tampoco. Ahí viví en Monterrey otra vez, pero luego luego llegó la oportunidad de Baxter en Guadalajara.
Gabo: en Guadalajara te fuiste con todo. Ahí compraste carro, casa. Nomás te faltó el perro.
Jorge: Ahí me desaté (en Guadalajara). Las primeras semanas en Baxter pensaba, aquí es donde tengo que empezar a vivir. Ya no podía tener los pedos que tenía en CDMX, de no abrirme o no buscar socializar. Quise cambiar la dinámica y traté de conocer gente. Siempre me ha costado iniciar las cosas. Cuando alguien más lo inicia, soy bueno siguiendo. Por ejemplo, soy muy malo iniciando la conversación conociendo a alguien. No tengo la iniciativa de preguntar el número o haciendo amigos.
Soy de seguir y aportar cuando las cosas ya están en movimiento, pero me cuesta dar el empujón inicial.
En Baxter, llegó la pandemia, y el proyecto con el que estábamos trabajando lo extendieron pero la verdad es que ya no estábamos avanzando tanto como yo quisiera. Así que surgió la oportunidad con Apex, donde el cliente era AT&T. Comencé ahí y me gustó mucho. Lo de Suecia empezó con Brenda (mi novia), porque ella tenía una amiga con la que trabajaba en UXD de videojuegos. Al principio estaba como freelance y después se abrió una posición directa y pues aquí estamos. Yo me puse a buscar trabajo. Afortunadamente, Lendo me habló. Había una oportunidad con Volvo pero era en otra ciudad. Así que decidimos vivir mejor en Estocolmo que es donde a Brenda le habían ofrecido. Me vine yo primero y actualmente ella está en proceso de obtener su permiso de trabajo.
Gabo: ¿Qué le dirías al Jorge de hace 15 años?
Jorge: Creo que conecte más consigo mismo. Que se permitiera fallar. Que se permitiera conocerse y conocer a la gente. No tomar los problemas de los demás como propios. Que se haga responsable solamente de él mismo.
Siento que si sueltas eso, puedes ser más libre, más tú y conectar mejor con tus sentimientos y así conectar mejor con las personas.
Gabo: ¿Cómo te ves en tu vejez?
Jorge: No veo llegando a viejo, no sé por qué. Algo estaba pensando, pero me veo llegando a los 45 o 50 años. Me gustaría llegar acompañado. No ser una carga. Disfrutar las cosas que disfruto.
Me gusta mucho correr, pero aquí es muy difícil por que el pavimento se congela en esta época. Es bien importante para mí seguir activo, en movimiento.
Gabo: ¿Te ves envejeciendo en Europa?
Jorge: No. Creo que no. Si ahorita, que me siento pleno, siento que si llego a una vejez, siento que puede ser complicado. Aunque la ciudad está preparado para eso, pero por el clima. Los mismos locales no se ven viviendo aquí después de su vida laboral. Es una ciudad difícil por el tema social, es cara, el clima. Es complicado.
Jorge es de las personas más disciplinadas e interesantes que conozco. Le gusta salir a correr 10km diarios. Cuida su alimentación y es una persona que le gusta probar cosas diferentes. Ha comenzado una nueva etapa en Suecia, con su pareja Brenda. Es alguien muy interesante que le gustan diversos temas. Y cuando digo le gustan, es porque cuando se apasiona por algo, en verdad busca conocer el trasfondo y tiene una manera muy amena de compartirlo.
Parece serDo-ctor Baylon.
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Conociendo a Gabriela Zazueta (mi madre)
¡Hola, Gabriela! Actualmente vives en Mazatlán, Sinaloa. Estás casada, tienes dos hijos, una perrita y muchos nietos perritos.
Gabo: ¿Cuál es tu color favorito?
Gabriela: El morado. No sé por qué pero tengo una predilección del morado en todas sus tonalidades. Recuerdo que en mis 15 años el betún del pastel tuvo colores morados porque lo pedí pero no recuerdo bien de dónde lo saqué.
Gabo: ¿Tienes algún libro o álbum favorito?
Gabriela: Band on the Run de Paul McCartney y Tinisima de Elena Poniatowska, que es la vida de Tina Modotti. Siempre me pareció admirable que fuera alguien que desafió su época. No encajo con la temática del feminismo como tal, pero que posara desnuda, tener amantes, innovadora. Me gusta mucho su manera de enfrentar lo que todo mundo le decía que no.
Gabo: ¿Cuál es tu pasión en la vida?
Gabriela: ¿Pasión en la vida? Este… Viajar. Algo que por mucho tiempo no pude y que ahora hago esporádicamente. Cuando no tenga nada que me haga regresar u obligaciones, me gustaría ir a Tierra Santa. Veo programas donde nació Jesucristo y me pone la piel chinita. Me gustaría ir y pararme en ese arco aunque sea bajito y tenga un poco de claustrofobia. De niña viajé mucho a EE.UU., a Guadalajara. Cómo tengo una secuela de polio, cada dos meses iba con un doctor allá. Pero en general, sí llegamos a viajar en todos los medios posibles (tren, autobús, ferry y avión).
Gabo: Recuerdo una fotografía en Guadalajara, en la casa de tus papás, en la que tienes un afro con mucha actitud. Estás de pie, con los brazos cruzados como no queriendo saber nada de aquella reunión y con una mirada fija en la cámara. ¿Cómo describirías tu infancia y adolescencia?
Gabriela: Pues, tuve una buena infancia. Debo decirlo, un poco acomplejada. El tener la secuela de polio desde los 6 meses me marcó. Los niños son crueles. En el kinder o el colegio, me sentía en desventaja. No podía jugar a todo lo que hacían. Muchas veces los veía jugar y yo sin participar. Tuve etapas tristes, siempre retadora. Tuve la “presión” de mi madre siempre diciendo que yo podía hacer todo sola. Eso me ayudó a retarme a mí misma y a siempre querer demostrar que puedo hacer todo sola. Mi papá fue muy pasivo. El típico proveedor de casa pero con una relación muy superficial. Siempre vivimos en un matriarcado muy marcado.
No éramos millonarios, pero ciertamente tuvimos una infancia privilegiada. Fuimos siempre a colegios católicos, tuvimos ayuda en casa y viajábamos mucho porque mi papá era gerente hotelero. Empezó desde abajo, claro, pero a mi me tocó cuando recibía invitaciones para ir a San Diego, Anaheim, entre otros.
Mi adolescencia fue una etapa de rebeldía. No sé por qué. Nunca me prohibieron nada. Solo quería sentirme diferente. No me gustaba ser dominante. Mi madre es así, dominante. En mis XV años, por llevar la contra, pedí que mi vestido fuera de manta. En la vida ha existido un vestido de manta para una fiesta así, pero yo quería sentirme diferente. El día que lo compramos, mi mamá me dijo “es que siempre tienes que andar dando la contra. No pudiste haber elegido un vestido como el de tu hermana”. Cómo que todo eso contraponía la voluntad de mi mamá y a la fecha no hemos tenido una relación muy buena, cuando estamos más de 24 horas juntas. Tiendo a ser un poco rebelde.
Gabo: Eran 5 hijos. ¿Cómo recuerdas las interacciones con tus hermanos?
Gabriela: En general, fui feliz. Nos enseñaron a trabajar desde chicos. Desde los 17 años sé lo que es trabajar y ganar dinero. Con José Luis no recuerdo tantos momentos, sin embargo con el que le seguía, Fernando, sí tenía más empatía. Con mi hermana, ahora de grande nos llevamos un poco mejor. Mi hermana es mayor que yo, 1 año y medio, luego sigo yo, luego 6 años menor que yo José Luis, luego Fernando y luego Manolo que le llevo 15 años. Él fue un abismo de distancia porque ahí fuímos como nanas de Manolo. Tanto mi hermana como yo. Mi mamá trabaja fuera de casa, en las famosas Tabaquerías, que ahora ya son conocidas como la tienda del hotel. Ahí trabajamos todos. Ahí aprendimos a manejar dinero, a hablar inglés al tratar con los gringos y pues a aprender a pagar por nuestros gustos. Siempre frecuentamos más la familia de mi madre, en Guadalajara y en Mazatlán.
Mi familia es tremendamente católica. Mi papá perteneció a la asociación religiosa Los Caballeros de Colón, en la que fomentaban un estilo de vida meramente católico, predicando, leyendo la biblia y vivir la vida ayudando al prójimo. Mi papá, toda la vida hotelero. Empezó limpiando albercas, no tuvo preparación académica pero fue creciendo hasta llegar a las gerencias de hoteles importantes en Mazatlán del 70 al 90. Mi papá es de familia muy humilde. Contrario a mi madre, que era de clase media. A ella le afectaba mucho el clima de Mazatlán, así que mi abuela, la envió con su hermana a Guadalajara para que ahí estudiara. A mi madre le gusta mucho leer, contrario a mi papá. Ella, mucha cultura general y conocimiento, lo ha obtenido de la lectura, mientras que mi papá se dedicó a trabajar.
Gabo: ¿Cuál es tu recuerdo favorito de tu infancia o adolescencia?
Gabriela: En quinto año, no me gustaban los números, así que mi papá me metió a cursos particulares y regularización. En ese año obtuve un reconocimiento por las notas que saqué. Eso me hizo sentir muy feliz.
En la adolescencia salí de trabajar de los negocios familiares y entré con un patrón. Eso me hizo muy feliz y orgullosa porque ahora trabajo para alguien que sabía que no me iba a consentir. No me iba a dar el día libre si tenía cólicos o gripe y ahí aprendí lo que se aprende en la vida laboral real. Volvemos a lo mismo de demostrar que podía con algo más.
Gabo: Recuerdo que querías estudiar algo relacionado a periodismo. ¿Por qué no se dió?
Gabriela: No pude. No me dejó mi papá. Terminé la prepa y mi sueño dorado era ser periodista. Cuando le dije a mi papá, me dijo que estaba loca. Con la formación de mi papá y siendo tan religiosos, no estaba bien visto que una hija se fuera a estudiar lejos. En Mazatlán no había una buena universidad en la que pudiera estudiarlo, así que opté por Derecho, pero tampoco me dejaron ya que solamente estaba la Facultad de la UAS, y en aquel entonces, aparte de grilleros, la educación estaba muy limitada. Así que me metí a Administración de Empresas y me quedé en Mazatlán y mi papá nos puso un negocio “Viajes Gabriela”.
Gabo: ¿Qué pasó con esa agencia?
Gabriela: Dejó de ser negocio. El hotel donde teníamos la agencia, se vendió. Los Coppel se lo vendieron a unos empresarios de Ciudad de México. Ellos traían otro concepto. No les interesaba tener una agencia de viajes. Aunado a eso, tampoco requirieron los servicios de mi papá. La formación te alinea toda la vida porque esos señores, sus ganancias las enviaban a San Diego. Así que el hotel operaba pero no se veía reflejado nada a nivel local. Mi papá no estuvo de acuerdo porque ni siquiera daban utilidades, pero se llevaban todo para el extranjero así que renunció. Prefirió renunciar a ser un patrón malo.
Otro fenómeno interesante es que antes, no podías mover un pasajero del aeropuerto, a menos que lo sacara un familiar o un Taxi. Pero eventualmente entraron los tours. Entonces, cualquier persona podía comprar un busy llevar y traer gente del aeropuerto. Así que ya era demasiada la competencia que no fue negocio. Eventualmente mi papá se fue a La Paz a trabajar. Eventualmente me fui a trabajar para otra persona y ahí es donde conocí a mi novio Casimiro Zamudio (Mi Banda el Mexicano), porque me tocaba atenderlo y ya sabía qué asiento le gustaba y a dónde viajaba.
Mis papás se fueron a La Paz. Poco antes de eso, me casé a los 25 años. Y comencé mi vida con mis dos niños. Duré 2 años de novia.
Gabo: Te divorciaste del padre de tus hijos. Podrías entrar en más detalle de cómo fue ese proceso para ti, antes que madre, como individuo.
Gabriela: Muchas veces me pregunto cómo le hice. Porque después de casarme, duré un tiempo de ama de casa. Me cambió mucho la vida porque ahora dependía de que él cobrara, no yo, para poder disponer de la despensa y lo que los niños necesitaran. No tener mi independencia económica fue diferente.
Llevábamos una vida tranquila. Mi ex esposo trabajaba mucho, pero siempre llegó a ser creíble que viajara tanto porque era agente de ventas y se movía mucho a Culiacán, pero llegó el momento en el que lo descubrí. Que tenía otra familia. Nuestra historia es chistosa y vale la pena traer a colación que cuando nos casamos, en febrero de 1988, en la noche de bodas me dice que en uno de sus viajes que hizo a Culiacán, embarazó a una muchacha. Su hijo nacía en Abril. Yo obviamente entré en shock, yo me imaginaba como Susanita la de Mafalda (mi esposo, mis hijos, mi carro, mi perro). Todo lo veía de color de rosa durante la boda. Eso fue en la noche de bodas. Yo todavía sintiéndome generosa, le digo que ese niño no tendría la culpa de estar sin tí. Puedo tolerar que lo veamos y que crezca con un padre. Dije eso creyendo que solo estaba el vínculo del hijo.
Eventualmente cuando ya nace el niño en abril, y a los 2 meses, que vivíamos en los Cabos, en julio, me dice que vayamos a Mazatlán de viaje. Yo acepté pensando que vería a mis papás, convivir otra vez con la familia, etc. La familia de él viven en Chorogui, en Guasave. Él me dijo que me quedara en Mazatlán mientras él veía a sus papás. Después me enteré que en ese viaje fue a registrar a su hijo, porque cuando entramos en la etapa del divorcio, vi las fechas del registro de ese niño.
Quitando ese evento, yo seguí en mi nube, en mi burbuja de familia perfecta, nos devolvimos a Los Cabos. Allá teníamos un negocio de mariscos, pero nos impactó un huracán horrible que nos generó mucha pérdida (mariscos echados a perder, sin consumir). Nos regresamos a Mazatlán y yo ya estaba embarazada del primer hijo. En ese entonces todavía no me enteraba que habían registrado a ese niño. La vida transcurrió normal, por un año. Me embarazo del segundo. Ya éramos los 4. Mi hermana vivía conmigo porque se divorció. En una ocasión, se me ocurre abrir el maletín de mi ex esposo, porque en aquel entonces fumaba y estaba buscando unos cerillos. Él había salido de viaje pero por alguna razón dejó su maletín.
Al abrirlo, veo un recibo de arrendamiento de una casa.
Nunca olvidaré ese domicilio. Río Omotepec 29, Fracc. Lomas del Boulevard, Culiacán, Sinaloa.
Qué raro, pensé. Si yo le hago la maleta cada vez que viene, no tendría por qué dormir allá.
Prendo mi cigarro y cuando llega lo encaro. ¿Qué es eso? Ese departamento, le digo.
Al principio me dijo que no tenía que darme explicaciones. Pero a como fue avanzando la plática, me confesó que ahí vivía con la mamá del niño. Y que si no se había separado de mí era para no afectar a los dos hijos que tenía conmigo.
Fue algo muy traumático. Muy feo. Me acuerdo que yo, dormí a mis hijos. Me fui al baño. Lloré, vomité. Pero esos momentos te marcan y te definen. Pensaba, ya lloré, ya vomité. Ya veo que esto no tiene remedio. Ya me había dicho “es que ya no te quiero. Ya tengo una vida en Culiacán, y si no me he ido es por los niños”. Y yo dije “No, es que ni los niños te van a necesitar a ese grado. Yo tengo mi dignidad y hasta aquí”.
Y ya. Ese día se va. Fue una noche muy dura para mí porque, aunque suene trillado, cuando tienes hijos, tienes que poner tu mejor cara. El día siguiente transcurre normal. Con los ojos hinchados. Mi hermana volvió en la noche. Le platiqué al día siguiente. Y pues ya. No había mucho de qué hablar. No quería ser ni la amante, ni la esposa que sabía que tenía amante.
Esto pasó en Septiembre. Así que empezamos a tener una rutina medio rara que ya no me agradó. Cuando a mí algo no me agrada, tiendo a alejarme. Recuerdo que él llegaba por mi hijo mayor para llevarlo al kinder. Y hasta me decía “vas a acompañarnos” y yo ahí voy a subirme con el otro niño en brazos a dejarlo al kinder. Como si fuéramos una familia todavía. Incluso un día me dijo que no tenía donde lavar ropa. Y yo acepté que me la diera para lavarle la ropa. En aquél tiempo tenía una señora que me ayudaba en la casa. Jose, se llamaba. Cuando vio eso, me dijo “no sé de qué está hecha usted. Estoy sorprendida. Él la engaña, le dice que no la quiere y usted le lava la ropa”. A partir de que Jose me dijo, entendí que lo que estábamos haciendo estaba medio macabro. Jugando a la familia sin serlo. Y yo en las nubes.
Lo que hice fue poner mar y tierra de por medio. Me fui a La Paz. Mis papás ya vivían allá y me habían dicho que la vida era tranquila. Así que me subí al Baja Ferry, de Mazatlán a La Paz. Durante el viaje, recuerdo ir viendo el mar. Las olas y el cielo. Pensar “¿qué voy a hacer ahora?”. Me metí al camarote. Vi la carriola y la andadera. Mis dos hijos dormidos en la cama. Pensé “¿Podré darles una buena educación? ¿Qué será de ellos cuando sean grandes?”.
Los primeros meses empecé a ubicarme. Viví con mis papás un tiempo y también en lo que metía la demanda para el divorcio. Al principio lo llevé por la vía tranquila y él me mandaba dinero. Pero en una ocasión me dijo “no te mandé nada porque mi mujer se enfermó”. Y ahí pensé “ah no, mis hijos comen se enferme o no se enferme tu mujer”. Y esa fue la solución para que me apoyara y sacar adelante a los niños. Aunque tenía preparación, también tenía tiempo sin trabajar..
Obviamente, no era lo óptimo yo estar en casa de mis papás con los dos niños. Recibiendo instrucciones de cómo criarlos y con el tipo de relación que llevo con mi mamá, así que rápido empecé a moverme para irnos a un departamento.
Gabo: En tu carrera profesional te has dedicado a la administración de empresas, y ahora, al sector público. Podrías explicarnos tu experiencia laboral.
Gabriela: Ya con los niños, en La Paz, B.C.S., empecé de secretaria en una constructora. En 1994, cuando mataron a Colosio, en Marzo. El trabajo lo conseguí a través de mi hermano Fernando. Un socio de su agencia de viajes, que tenía una constructora estaba buscando a una secretaria, pero yo no tenía nada de conocimiento de computación. Solo tenía conocimiento teórico, no práctico.
Me dijo que no me preocupara, que buscaba a alguien con inglés y que era más fácil yo aprender computación que alguien aprenda inglés. Entonces fui a la entrevista. Me hicieron un examen y listo. Tuve mi primer trabajo de secretaria del contralor. Con horarios de Lunes a Viernes de 9am a 1:30pm y de 4pm a 6:30pm.
Mi día a día era complicado. Levantarme temprano a las 6:15, para preparar comida y a los niños e ir a tomar la “pecera”. En aquel tiempo, La Paz era como una duna con casas. Era horrible caminar. Mucho viento. Y sobre todo, con mi polio, no me podía subir a cualquier pecera. Solo me podía subir a las que tenían un escalón de apoyo más bajo. Si no lo traían, las dejaba pasar y me subía a la que seguía. Tomar taxi era carísimo así que era solo la pecera (camioncito). El kinder quedaba cerca y la niñera podía recoger al mayor. Al más chico me lo llevaba al maternal y me quedaba más lejos.
En esa constructora duré 2 años. Un auditor se la misma empresa, me dijo de un trabajo en una minera, por mi inglés porque todos eran gringos. Así que me aventé y obtuve ese trabajo que tenía más ingresos, siempre respetando mis horarios para dejar y recoger a mis hijos. En la entrevista me hablaron en inglés, como una plática casual. En ese momento, me dijo que me contrataba. La minera estaba cerca del malecón de La Paz. Migré a ese trabajo y en una ocasión llegué tarde, le expliqué mi problema para tomar camiones que no tiene el apoyo en la parte baja. Él se sorprendió de que no tuviera carro. “Es que no es de mis gastos prioritarios”. Así que después de actuar sorprendido de que no contaba con carro, me dijo que él me prestaba dinero pero que de inmediato me hiciera de uno. En ese momento, el Coutlass verde (luego conocido como aceituno), me costó 6 mil pesos. Me prestó primero 3 mil pesos porque era lo máximo que te dejaba sacar el cajero y al otro día otros 3 mil. Ni sabía manejar pero él me dijo “es lo de menos, aprendes rápido como con la computación”. Por mi misma polio, solo puedo manejar automáticos, así que así me hice de mi primer carrito
En la minera fue muy feliz. Ya iba a ser gerente de compras, pero al baja el metal de precio, se retiraron y nos liquidaron. En el proceso me hice de una casa de INFONAVIT. Recuerdo que mi casa tenía goteras. Nos llovía por dentro. Pero éramos muy felices ahí. Tenía un sofá sin una pata y en lugar de pata tenía ladrillos apilados en una esquina. Mi jefe me preguntó si lo iba a invitar a la fiesta de mis hijos, en septiembre, porque soy muy organizada y cumplen el mismo día.
A mi me daba pena invitarlo. Le dije y me contestó “bueno pero no le voy a pedir prestado, quiero que me invite”. Entonces lo invité, y le compró dos patrullas grandes de regalo a los niños. En septiembre estaba lloviendo y recuerdo que le estaba cayendo una gotera donde él estaba sentado. Pero muy comprensivo.
Gabo: En los pocos tiempos libres que tenías para tí. ¿Qué pensabas antes de dormir?
Gabriela: Pensaba siempre dos cosas. Bueno, después de la minera entré a una maquiladora. Yo trabajaba en facturación. Le pasaba, a Rosa, las facturas de las trocas (anglicismo de trucks) que pasaban por la aduana. Esto viene a cuento porque Rosa, quien vivía en Los Ángeles, me decía (con acento mexa) “ay ya es vienes Gabriela, mañana sábado es el día de mi manicure y pedicure. Ya saben mi esposo y mis hijos que no me molesten porque es mi día”. No sabes la envidia que me daba pensar eso, que ella tenía su tiempo. Yo tenía unos 36 años. Yo amanecía dándole desayuno a mis hijos, lavando los baños, con el mandil puesto. Pensaba “¿cuándo tendré ese tiempo para mí?”.
Serán tonterías pero ahora, los domingos, en el cuarto que tengo libre en mi casa, hago eso. Tengo mi kit para manicure y pedicure y le digo a mi esposo que nadie me moleste porque es tiempo para mí. Ahora soy fanática del cine y me encanta ver tele los sábados y domingos. Ese era un pensamiento.
Y el otro era pensar en la estabilidad económica para mis hijos. Mi papá se rió de mí una vez que me sinceré y le dije que pensaba eso y que temía no darles a mis hijos lo que quería. Hace mucho hubo un comercial del Afore de Banamex de una hormiguita que juntaba en su casa muchas cosas. Y yo me veía así, juntando papel de baño, café y todo para mi vejez. Mi papá se rió de mí y me dijo que estaba loca, que el papel se me picaría, que el café se humedece.
La maquiladora se fue a pique. Fue entonces cuando mi hermana me ayudó a entrar a los tribunales agrarios. Tuve mi entrevista en México. El cambio fue radical. De La Paz (en el norte) a Tlaxcala (en el centro-sur del país). Estábamos desesperados porque no sabíamos cómo hacerle para mudarnos. Así que dejé a mi hijo menor con mi hermano Fernando para que terminara su 6to de primaria. Y el mayor, se fue a Guadalajara con mi madre. Fue un momento difícil porque el 19 de septiembre viajé, y el cumpleaños de los niños era el 20, así que no los vería. El menor me preguntó “¿y dónde vas a vivir?” Y le contesté “no lo sé”.
Mi casa estaba a punto de perderla porque ya no la podía pagar. Así que me fui a México. En la entrevista me dijeron que me fuera a Zacatecas para que me entrenara mi hermana. Todavía no sabía a dónde me mandarían. Ellos deciden la ubicación. Estaba entre Huejutla de Reyes, Hidalgo y Tlaxcala. Eventualmente fue Tlaxcala, donde vivimos felices aunque al principio mi jefa me sacó lágrimas. Me hacía llorar todos los días de lo ruda que era. Ahí vivimos dos años ya con los niños. Un magistrado que nos quiere mucho a mi hermana y a mí, iba a ser reubicado a Xalapa, Veracruz, pero no había opción de irme con él, así que me postuló para la oficina de Mazatlán.
Imagínate, toda la mudanza otra vez y ahora tan lejos. Entonces ahí vamos otra vez, para el norte. Ciertamente, un lugar que conocía, con más familia cercana, pero tenía un poco de miedo de volver y sobre todo con los dos niños que ya estaban a punto de empezar a ir a bares y salir. En Mazatlán, con tanta fiesta, esa iba a ser la prueba de fuego de que tan bien los crié.
Mi mejor amiga, que tengo muy pocas o nomás ella, Paty, me ayudó mucho cuando recién llegamos. Tenía una casa en un fraccionamiento. Me la prestó un tiempo en lo que nos acoplamos y la equipamos. Eventualmente, la carrera que el hijo mayor quería no estaba en Mazatlán y, como siempre fue de muy buen promedio, accedió a una beca en una universidad en Guadalajara. Y el menor, se quedó estudiando en Mazatlán.
Gabo: En la primaria, asistíamos a encuentros con Cristo, o en el colegio hacían posadas. Era común que las madres de otros niños estuvieran brincando y corriendo o compitiendo en dinámicas. La verdad a mí se me hace rara esa imagen. Incluso crecí pensando que los adultos ya no tenían que correr o brincar porque no era algo que veía en mi casa. Después de 60 años viviendo con una discapacidad, ¿qué aprendizajes te deja el haber vivido con polio?
Gabriela: El hacer todo por mi cuenta. El saber que puedo hacerlo y demostrarlo. Mucha resistencia a las miradas. La gente es muy mirona. Incluso con tanta gente con discapacidades. Aprendes a hacerte inmune a las miradas y a ser más autónoma. A demostrar que puedes hacerlo, sin ayuda.
Gabo: ¿Has pospuesto o dejado de hacer algo por temor?
Gabriela: No. Viajar pero eso implica otras cosas. Dinero, tiempo. Pero por miedo no.
Gabo: ¿Qué le dirías a la Gabriela de hace 40 años?
Gabriela: Le advertiría de ciertos errores que va a cometer. Si hubiera tenido más neurona y menos hormona, que sea precavida. En algún momento me salí de mi casa por irme con un hombre casado. Le diría que pensara mejor las cosas. Después de tanto tiempo y reciclados, ahora es mi pareja actual.
Gabo: ¿Cómo te ves en tu vejez?
Gabriela: en mi casa, disfrutando mi cochera, con mi perrita, con mi esposo. Si acaso viajando ocasionalmente, pero disfruto mucho mi hogar. Me preocupa no liberar la carga de deudas, para vivir cómodamente. En teoría tengo 3 años para liberar lo que pueda para vivir de la pensión de mi esposo y la mía.
Gabriela escribe diario en su muro de facebook sobre la vida. Expresa sus emociones a través de imágenes que encuentra en google y da su opinión respecto a política, sociedad, economía u ocio. En su trabajo cuenta con dos periodos vacacionales, los cuales aprovecha para viajar a Guadalajara, a ver a su madre, hermanos e hijos.
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Conociendo a Oliver Gallegos
Conociendo a Oliver Gallegos
Miércoles 8 Feb 2023
Redactado por Gabriel Espinoza
Intro
En los últimos dos años viví dos pérdidas en mi familia. Mi tío y mi abuelo. Durante mi duelo, llegué a aceptar que hubo muchas cosas que no conocí de ellos como personas, como individuos. Solo cuento con la referencia familiar con la que los asocio y claro, momentos y recuerdos hay muchos, pero no me tomé el tiempo para conocerlos mejor. Entonces, espero que estas entrevistas que llevaremos a cabo, me ayuden a conocer a seres ya de por sí cercanos a mí. Cómo fue su infancia, qué pasiones tienen, motivaciones y retos, tanto profesionales como personales, que han superado.
Me encuentro con Oliver Gallegos, alguien a quien conozco desde hace 5-6 años.
Es el menor de 4 hermanos. 1 mujer y 3 varones. Es producto de un matrimonio que sigue vigente. Trabaja para una empresa de IT, en el área de reclutamiento. Es padre de dos perritas y su hobby es escalar.
Hola, Oliver. De los muchos conceptos con los que te puedo relacionar, se me ocurren, trabajador y autodidacta.
Eres alguien a quien quiero mucho porque me has ayudado a salir adelante y hemos emprendido el apoyo mutuo cuando más lo necesitamos.
Oliver se encuentra viviendo en Guadalajara. Me gustaría empezar con unas preguntas base para entender a grandes rasgos quién eres:
Gabo: ¿Cuál es tu color favorito?
Oliver: Azul rey. Pocas veces uso ese tono de azul. Me evoca, como el nombre, cierta jerarquía. Pero el primer recuerdo con el que lo relaciono es una sala de mi mamá, cuando yo era niño. Me gustaba mucho esa sala. No sé por qué se le ocurrió a mi madre, porque es un tono raro, pero a mi madre se le ocurrió. Para ese entonces ya me gustaba ese color, pero me gustaba mucho incluso cuando compró unas cortinas del mismo color.
Gabo: ¿Cuál es tu platillo favorito?
Oliver: Creo que va variando con el tiempo pero me gusta salir a comer a la calle el Aguachile. Me recuerda momentos de relax, de esparcimiento, de diversión. Ya en un tema más profundo o psicoanalítico, pechugas de pollo al limón. Es un platillo que me recuerda a ella y de niño me las hacía mucho. En ocasiones me las hacía a mí, aunque a mis hermanos les hiciera de comer otra cosa.
Gabo: ¿Cuál es tu libro o álbum favorito? Hybrid theory de linkin park,
Oliver: No soy mucho de álbum o disco, pero creo que tendría que decir Hybrid Theory de Linkin Park. Fue el primer CD que compré. Y de libro, tengo muchos, pero El Evangelio del Mal que es de terror, de Patrick Graham. Es de los pocos libros de terror que en verdad te hacen sentir tenso cuando los estás leyendo. Y hablando de otros géneros, El Hombre en Busca del Sentido de Victor Frankl. Son las bases de la logoterapia pero está escrito en forma de novela. Él era un judío en los campos de concentración y te va explicando lo que él veía en otros presos. Al final el objetivo o primicia de la logoterapia es que tienes que intentar sacar sentido, tanto de acontecimientos negativos como positivos. Es como en This Is Us, en el primer capítulo de la primera temporada, que cuando muere un trillizo, le dice el doctor al papá qué hay que tomar el limón más agrio que te dio la vida para intentar hacer lo más parecido a una limonada. También La Tregua de Mario Benedetti. Habla de temas existenciales de un hombre que está llegando a la etapa del retiro profesional y habla de cómo conoce a una jovencita de 20 años y cómo se va relacionando con el resto de la familia y cómo afronta los resultados de su vida. En general me gustan los libros con temas existenciales que te hacen cuestionar los sentidos de la vida y la realización.
Gabo: ¿Cuál es tu pasión en la vida?
Oliver: es algo que me conflictúa. Siempre he tenido claro que la psicoterapia me ha interesado. No sé si te lo había platicado pero yo supe desde niño que quería ser psicólogo. A los 7 años mi mamá me preguntó y cuando le contesté eso, le sorprendió mucho. Se sacó de onda porque también le dije que quería entender por qué mi papá era como era.
Gabo: ¿Cómo descubriste que esa era tu pasión?
Oliver: Es un tema muy ligado al alcoholismo de mi padre.
Quería saber por qué mi padre se comportaba así. En algún momento quise estudiar biología o veterinaria, pero siempre estuvo en el foco el tema de ser psicólogo y enfocado en la parte clínica. Me apasiona el comportamiento humano y entender el porqué actúan de ciertas maneras. Ni siquiera es, como muchos médicos o psicólogos, quiero ayudar a los demás. Mi motivación es entender por qué la gente es como es. El ayudar a alguien en el proceso es bueno, pero no es mi fin principal. Yo creo que alguien, hablando de psicología, regularmente tienen tres motivaciones:
1- Ayudar al paciente
2- Entenderse a sí mismos
3- Estar ahí por el conocimiento (que esa es mi motivación).
Gabo: ¿Cómo describirías tu infancia y adolescencia? Platícame un poco de tu padre, tu madre. Qué recuerdas de las interacciones con tus hermanos y amigos de la infancia y adolescencia.
Oliver: De los primeros recuerdos que tengo yo estaba en el kinder, yo vivía en Paseos del Sol y estudiaba en un kinder que estaba a tres cuadras de la casa. Vivíamos en un departamento de dos recámaras, en el cual vivíamos los 6. Todos los hijos en un cuarto y en el otro mis papás. A mis papás les pegó muy duro la crisis de 1994. Fue cuando se quedaron sin nada. Lo único que teníamos eran las camas, la televisión, refrigerador, estufa y ya. No había muebles, sala, cuadros, nada. Y un microondas que es de donde yo me alimentaba. Mis hermanos iban a la escuela en la tarde y mis papás pues trabajando, así que estaba mucho tiempo solo. Cuando yo salía de la escuela, mis hermanos apenas estaban entrando. Recuerdo que mi madre me colgaba la llave de la casa al cuello y un silbato porque estaba de moda el “roba chicos”. La idea del silbato era que le soplara si alguien me intentaba levantar porque caminaba unas cuadras solo de la escuela al departamento. Yo llegaba a la casa. Tenía que llegar a calentar la comida pero no comía porque no me gustaba el platillo. Abría la ventana y se la aventaba al perro de abajo. Nadie se daba cuenta porque pues no había nadie que me cuidara. Por eso me dio anemia dos veces. Creo que mi papá, en ese momento, ya tenía un puesto gerencial, pero no recuerdo bien a qué se dedicaba. Apenas estaba empezando otra vez en alguna empresa porque no teníamos mucho. Mi mamá limpiaba casas y en ese entonces trabajaba con Luz Elena, una amiga suya. A veces, me ponía a jugar con su hija, cuando acompañaba a mi mamá a trabajar.
Mi hermana estaba en la secundaria, ya andaba de novia con el que ahora es su esposo, pero recuerdo que ella cuidaba mucho de mí. Aunque ya en terapia, he analizado que recuerdo mucho esa etapa de mi infancia con mucho vacío y soledad. Lo relaciono mucho con la casa sola, sin muebles, sin personas. Entre semana no veía casi a nadie y para entretenerme comencé a pintar las paredes. Recuerdo una noche en especial que estaba solo. En ese entonces Luz Elena nos encargaba a su perrita y yo estaba con ella sentados, viendo hacia afuera de la ventana, donde estaba un parque y me sentía muy triste, abandonado. En ese entonces hice una canción que no recuerdo, pero sí recuerdo abrazar mucho a la perrita porque me sentía muy vacío, muy solo.
Ya con terapia, es como soy ahora; me cuesta mucho acercarme a la gente para pedir ayuda. Estoy para ellos y sé ayudar, pero me cuesta trabajo pedir que me ayuden. Me volví muy autosuficiente y a estar solo porque la vida me fue empujando hacia allá.
De ese departamento nos mudamos cuando tenía 9 años. Pero seguimos viviendo por el rumbo. La primaria la estudié en la Urbana #9. Justo atrás del kinder. En la primaria fui muy amigable. A la fecha sigo teniendo contacto con algunos. Solía juntarme con niños más grandes porque siempre fui muy delgado y chiquito. Me estiré muy tarde. Había una maestra que era muy dura. Regaños del estilo de jalar patillas y dar con la regla. La maestra Paty. Una vez mi hermana fue la que me defendió porque me había puesto un reporte y me había castigado. Para mí mi hermana era una señora pero en verdad tenía unos 16 o 17 años. Algo que recuerdo mucho es que siempre mis padres estuvieron de nuestro lado. Siempre nos defendían y en privado nos regañaban. Eso generó mucha seguridad porque ante cualquier situación yo sabía que estaban ahí para ayudarme.
De la crisis económica nunca pudieron reponerse. A la fecha, nunca pudieron tener el nivel socioeconómico que tenían antes del 94. Recuerdo una ocasión que mi hermana me llevaba a donde ella trabajaba. Era un lugar de comida saludable. Sacaba dinero de la caja a escondidas y me lo daba para aparentar que yo compraba algo, como si no nos conociéramos. Estoy seguro que en algún momento mis papás dejaron de comer, por darnos a nosotros. Éramos de esas familias que ir a comer tacos una vez al mes era un lujo. A mi hermana es a la que le tocó ser una niña qué pasó de tener todo, a tener que trabajar porque necesitábamos que trabajes. A mis hermanos les tocó algo, pero dejaron de verlo a los 7 años. No sé qué es peor. Si nunca tener nada o acostumbrarte a ver menos.
En muchos aspectos, mis hermanos fueron motivación para mí. Claus se compró su carro a los 16 años, por su trabajo. Eso hizo que me esforzara, trabajando, para conseguir lo que quería. Fue una competencia sana.
Brenda, mi hermana, fungió como mi segunda mamá mucho tiempo. Y en terapia he descubierto que mis parejas no estaban pareciéndose a mi mamá, que es lo más común, sino a mi hermana. Porque esa fue la personalidad más fuerte con la que yo me sentía protegido. Recuerdo que me llegó a consolar cuando estaba triste, me ayudaba con las tareas, platicaba conmigo. Pero una vez que se va, porque se embaraza de mi sobrina, mis hermanos y yo simplemente vivíamos ahí. Nos ignorábamos y no convivíamos mucho. Eso sí, cuando los necesitaba, ellos respondían.
El campamento de la Roca fue algo que disfrutaba mucho. Organizaban campamentos cristianos con temáticas. Hacían fogatas, caminatas nocturnas, baile de gala. Antes lo hacían para Tlajomulco, pero para la zona de cerros. Antes no había nada. También había noches hawaianas y había lamparitas de fuego e ibas de short y guayabera. Esa fue la primera vez que invité a una niña a bailar. Fui hasta los 14 años y ahora considero que fue de mis experiencias favoritas de la infancia.
Gabo: cuando pienso en Oliver, pienso en alguien trabajador. Sé que empezaste a trabajar desde chico. ¿A qué edad empezaste a trabajar y cómo?
Oliver: Mi primer trabajo fue a los 7 años. Acompañaba a mi hermana porque tenía, en un tianguis, un puesto de bisutería y biónicos. Ese fue el primero, todos los domingos. Después, en la secundaria, en las mañanas entre 7 y 10, volanteaba y los fines me iba a la pizzeria. De todo. Cocinando, en caja, limpiando mesas. Oficialmente podría decirse que entre los 13 y 14 años, comencé a trabajar.
Gabo: Oye, el sushi, ¿cuándo fue? Recuerdo mucho tu consejo de que cuando vayas a un Sushi y pidas un empanizado, te fijes bien en el brillo y claridad del empanizado. Si es muy oscuro, es porque el aceite es de un día anterior.
Oliver: si, siempre ve que esté brilloso. Por eso nunca pido empanizados. De la pizzeria me fui a trabajar al super saladas, de ahí a las Carnes Garibaldi, luego Squalo, pero luego me fui al sushi, entre 16 o 17 años. Hubo un periodo de ocho meses que no encontré trabajo y no me pude pagar la prepa. Un temor mío es que me suceda lo que le pasó a mi papá. Estancarme, sin trabajo y que no pueda salir de eso. Fue un periodo muy feo en el que no sabía que hacer. No estudiaba, no generaba, no podía estar en la casa porque en verdad no tenía un espacio para mí. De ahí que mi mamá le dijo algo a su amiga para yo empezar a trabajar otra vez.
En ese tiempo conocí a la hija del dueño del Hotel Mendoza en el Teatro Degollado. Esa señora era Empecé en el hotel, luego una bodega y una tienda de pelotas en el centro. Le ayudaba con chambitas. Todos eran negocio de ella. Después, en la nevería en Plaza del Sol, frente a Fábricas de Francia.
Yo conocía a un amigo que trabajaba en Fábricas de Francia. Me rechazaron dos veces antes, pero en la tercera oportunidad, entré como vendedor. Duré 7 años en Fábricas y Liverpool en el área de Recursos Humanos. Me condicionaron a terminar mi prepa y estudiar la carrera. Me pagué la universidad mientras trabajaba y posterior a eso seguí ganando experiencia. Hubo un momento en el que me llevaba tan mal con mi jefa, que decidí buscar trabajo y fue como entré a banca a HSBC por medio de Manpower. La verdad me gustó mucho aunque hubo un periodo de recortes en el que me dio miedo que me corrieran, así que renuncié y me fui a Betterware. No me gustó para nada el cambio. De hecho, hice las cuentas mal y ganaba menos. En ese periodo nos dejamos de hablar unos meses tú y yo y me fui a vivir a una casa de estudiantes. Busqué trabajos y fue que llegué a Total Play. Duré dos años ahí y la verdad estaba muy feliz. Hubo unos cambios estructurales que no me gustaron. Fue mi comodidad. Estuve en un proceso de separación y mi base de trabajo estaban muy alejadas. Comencé a gastar más en gasolina, menos tiempo del día para poder hacer otras cosas. Me estaba acoplando a una nueva casa, y Mich y me había platicado cómo era trabajar en Terminal.
Gabo: ¿Disfrutaste el proceso cuando decidiste entrar a Terminal?
Oliver: No, para nada. Sufrí mucho. Soy una persona que le tiene mucho miedo al cambio. Fue un cambio a un giro del cuál no sabía nada, en otro idioma, y uno que no dominas. Eso sí, me gustó mucho trabajar ahí.
Todos tenemos ciertas personas que son maestros de la vida. Con las que tienes ciertas conversaciones que sueles evocar y tienen un impacto en tus decisiones. El día que tú, Mich y yo fuimos a platicar cuando corté con Ale, algo que se me quedó grabado fue que Mich me dijo “no puedo dejar que Gabo tenga amigos Culos”. Y yo pensé “chale, sí quiero seguirle hablando al Gabo”.
También pensé mucho en Margarito, mi terapeuta, que me decía, si no estás seguro de hacer algo, pregúntate si es algo que le recomendarías hacer a tu hijo. Entonces decidí que me iba a arriesgar.
Gabo: ¿Hay algo que no hayas hecho por temor?
Oliver: Tal vez el tomar la decisión de vivir a otro lado. He intentado irme a Canadá, pero al mismo tiempo hay sucesos en los que la vida me reitera que no me vaya en ese momento. Ha habido oportunidades de irme a otros estados pero ninguna se ha concretado.
O tal vez, yo mismo me he saboteado para que eso no suceda, porque tal vez tengo un miedo interior que no me permite irme de la ciudad que ya conozco. Algo que he hecho mucho es volver a conocer la ciudad. Ir a lugares diferentes, conocer gente, disfrutar más de la ciudad. Esto lo hago para sentirme parte de. Con mi familia se me ha complicado sentirme incluido o como parte de la misma. Pero he intentado conocer otras cosas para sentirme parte de la ciudad y sentirme mejor.
Gabo: Si pudieras decirle algo al Oliver de hace 10 años, ¿qué sería?
Oliver: Que aprenda inglés en cualquier oportunidad que se le presente y que se la lleve mas tranquilo. Todo saldrá bien.
Gabo: ¿Cómo te ves en tu vejez?
Oliver: En mi visión, me veo saludable. Viviendo en un lugar pequeño, con mi pareja. En un lugar con playa y aplicando la psicoterapia. Esperaría tener un albergue de perros en algún momento. En mi visión no veo hijos, pero si los tengo, esperaría que estuvieran viviendo su vida, aparte de la mía.
Actualmente Oliver Gallegos tiene planeado estudiar una maestría en Psicología. Planea elevar sus tiempos de lectura y seguir estudiando inglés. Ahora trabaja desde casa y próximamente tiene un viaje a Colombia, su primer viaje internacional.
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Recuerdo a Andrés
No recuerdo cómo obtuve esa invitación, pero estaba en Casa Haas, en el Centro Histórico de Mazatlán, a una cuadra de la Plazuela Machado. Fui solo. Recuerdo que Andrés me había saludado justo antes de iniciar la obra. ¿Obra? No era una obra de teatro. Era una exposición artística. Una dinámica teatral. Una puesta en… no escena. En diversos cuartos. Era toda la compañía teatral donde se desarrolló Andrés. Estaban divididos, cada quien en algún rincón, cuarto, salón, patio de aquella casona.
Salió el director de la compañía. Descalzo. Con un traje rojo que enmarcaba su pantorrillas y su espalda ancha. Aplaudió una vez. Nos dio la bienvenida y nos invitó a pasar al primer grupo.
Vi bailar a unos cuantos chavos que siempre los veía en La Querencia. Los mismos que, al bailar en algún lugar, nos hacían quedar mal al resto por usar pasos demasiado dramáticos. Los Delfos, decíamos entre bromas. La habitación tenia luces moradas y azules. No entendí muy bien qué estaba viendo pero lo estaba disfrutando.
Después de 10 minutos de ver la primera exhibición, nos pasaron a otro cuarto. Ahora teníamos que bajar por una escalera de caracol hacia un tipo sótano. Fui de los últimos en bajar. La habitación era blanca, austera, solamente con una camilla, un sujeto acostado, una señora con un velo negro y creo un espejo en la pared. ¿Es Eva? ¿Eva Audelo? Claro que sí, es mi partiente. O eso creo. Mi abuela es tía de ella. Andrés se encontraba a un costado de ella, frente a la camilla con una bata blanca. Era un médico. Me vió. Permaneció en el personaje. El tipo más profesional del mundo.
Los 3 o 4 actores no se movían. Permanecieron quietos hasta que las 15 a 20 personas que habíamos bajado, nos acomodáramos alrededor para tener una experiencia completamente inmersiva. Eva comenzó a llorar. Lloraba y lloraba y maldecía. Creo recordar a otra persona intentando consolarla. Andrés, el médico, actuaba frío y distante. Comenzó a decir su diálogo. Le creí cada palabra. Ah, pinche Andrés, dije. Lo conocía de antes. Su familia me acogió con mucho cariño. Su papá me enseñaba cosas, como un verso de Phill Collins y por qué debía escuchar a Genesis. Su mamá me saludaba con un “Qué onda Gabo!” con mucha energía. Cocinaba enmoladas deliciosas cuando me quedaba a comer después del colegio. Su hermano Daniel, de mis mejores amigos con el que han pasado años, hemos pasado de todo y aunque no nos veamos seguido, la amistad sigue ahí. A su hermano Jorge lo vi poco. En alguna que otra visita por temporada, pero lo veía platicar con su papá y mamá mientras sujetaba su guitarra. Andrés se reía de mi cuando jugábamos Xbox en su cuarto y yo no daba una. Ahora este médico decía cosas cortas, breves pero concisas. Se mantuvo en su papel hasta que…un apagón. Algunas señoras se espantaron y ahogaron un grito. Eva y Andrés se mantuvieron en personaje. 20 segundos de silencio. 20 segundos tarda en arrancar una planta de emergencia cuando detecta un corte de luz. 20 segundos de todos intentar quedarnos quietos pensando que era parte de la obra. 20 segundos de no ver absolutamente nada.
Al volver la luz, Andrés continua con su diálogo. No parecía interesado en aquellas personas que no entendíamos cómo actuar o si el apagón fue parte del show. Eva continuó con sus líneas hasta que al parecer, su participación había terminado. Todos aplaudimos. Andrés no reía. Eva, el de la camilla, la otra chica y Andrés se mantuvieron en silencio hasta que alguien más de su compañía nos avisó que ya teníamos que retirarnos. Volvimos a la escalera de caracól. Me esper�� al final para saludarlos. Al verme, sonrió.
¿Te gustó? -me dijo Andrés.
Sí, está bien chingón -le dije. ¿Las luces son parte del show?
Nah. Se va seguido aquí. Síguele para que veas el final.
Me subí y no recuerdo qué más vi. Recuerdo una azotea donde estaban haciendo la presentación final. La compañía estaba a punto de irse a Madrid.
Esa noche todos nos reunimos en La Querencia para convivir.
Gracias Andrés y Jorge por atreverse a hacer lo que querían. Por tomar riesgos y abrirse paso con talento y dedicación. Son inspiración para todos. Tengan por seguro que su familia y amigos intentaremos hacerlos sentir orgullosos con nuestras obras.
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El Bostezo
La fila es larga. Los pasajeros siguen buscando sus boletos entre las bolsas y maletas que cargan a su alrededor. El primer bostezo salió del aliento de una señora al escuchar a su marido quejarse de su equipo de fútbol. Llevaban 45 años juntos y mientras él hacía un movimiento con la cabeza, alusivo a un remate fallido del nuevo fichaje del club, ella cuestionaba cómo es que había aguantado tanto escuchar el mismo discurso en diferentes décadas. Tuvo un Déja Vú de la misma conversación cuando eran más jóvenes y se citaban en el parque para compartir palomitas, mientras que la banda del danzón afinaba los instrumentos. Al mismo tiempo que abría la boca y emitía un leve soplido, notó las canas y la calvicie pronunciada de aquel sujeto frente a ella. Aunque intentó cubrirse la boca con la parte posterior de la mano, el bostezo se expresó y fue visible a leguas de distancia.
A 10 metros, un jóven se esforzaba por parecerle atractivo a las extranjeras que subirán a su vuelo. Posaba “naturalmente” frente a ellas, cambiando de mano su equipaje, intentando que la luz proveniente de la pista le favoreciera su perfil. Sacó el celular en múltiples ocasiones, en especial cuando una de las dos, ya sea la guera o la del afro, volteaban en su dirección. Bloquear y desbloquear. Bloquear y desbloquear. Se había cansado de ver la hora pero no sabía qué otra maniobra garantizaría un “Ah, lo siento, no me di cuenta. ¿Qué? No. Vengo solo. No, ellos no son mis papás. Sí, soy de aquí, pero voy de vacaciones. ¿Ah? ¿Ustedes también? Ah claro, deberíamos vernos. ¿A quién? ¿A tu amiga? Seguro,a mi también me gusta. Dile que le invito a cenar hoy. Nos vemos.”
Seguía perdido en su pensamiento cuando un reflejo de un vehículo con maletas en la pista lo cegó. Volteó a otra parte, topándose con un bostezo gigante proveniente de una boca arrugada con labial opaco en el contorno. No lo pudo evitar e inmediatamente sintió la necesidad de abrir la boca. Poco a poco su cerebro comenzó a dar ordenes para jalar más oxígeno a los pulmones, así que apretó los labios y antes de abrir giró su vista de nuevo. Abrió grande y tendido. Pareció tener mucho sueño. La iluminación de la pista de aterrizaje parecía aluzar todos los rincones de aquella boca de león con caries. Cuando por fin cerró aquella cueva, sus ojos se cruzaron con los de la chica del afro. Intentó cerrar rápidamente y fingir ser alguien cool, pero aquella muchacha ya había tenido suficiente espectáculo.
Junto a un puesto de café, un jóven adulto veía de reojo a un adolescente hacer poses y gestos aparentando ser cool. Reía y le decía a su novia que volteara. Ella no hací caso. Está entretenida tomando fotos de los labiales que recién compró. Fenty 25. Aquellas fotos irían directo a un reservorio de imágenes inmediatas que, en unas horas, serían anticuadas.
El jóven adulto reía y reía de aquél intento fallido por impresionar. ¿Tú crees que soy cool? O ¿por qué te gusto?
No, no eres cool. Pero está bien que no seas cool. Tu eres el inteligente de la relación. Respondió ella.
Se detuvo el sorbo que estaba a punto de dar a su café. ¿Cómo que no soy cool? ¿Puedes ser más específica? Me gustan los deportes, me visto bien y voy al gym. Eso hace la gente cool ¿no?
Corrijo, cariño; te gusta ver programas de futbol, te visto bien y vas a hacer lo que te dice el instructor…
Casi al terminar la oración él bostezo llegó proveniente de aquel adolescente que ahora se había ridiculizado. El jóven adulto dejó su café en la mano derecha y con la mano izquierda comenzó a estirarse mientras bostezaba.
¡Ah! ¿Te parece aburrida mi plática? Por eso no eres cool.
Al terminar el bostezo supo que cargaría con esa conversación durante el resto del vuelo y camino a casa.
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Love Coffee
Ubicado en la 55, con el número 970, entre los ventanales polarizados, quedan atrapados una serie de aromas relacionados a diversos tés y bebidas con café. Boba y Mika no dejan de asombrarse con los detalles de aquel lugar tan acogedor.
Disculpa, ¿contrataste a alguien para que te diseñara el espacio o lo hiciste tú? –preguntó Boba justo antes de llevarse una porción generosa de pastel de zanahoria a la boca.
Fui yo. Me metí a Pinterest para ver diseños y contratamos a un albañil. La propietaria, mesera, barista y chef se encontraba detrás de la barra, tomando nota de los insumos que tendría que comprar para el siguiente día.
Está precioso el lugar –dijo Mika mientras tomaba a sorbos su té chai latte frío.
¡Gracias! –comentó la barista mientras una serie de ideas y vivencias se reflejaban en sus ojos. Aquellos comensales le habían recordado los pasos dados. Algunas decisiones malas, otras buenas, que la habían llevado a ese presente tan añorado por ella.
La verdad es que quería ser arquitecta, pero mis papás no me dejaron estudiar en Campeche, así que me quedé en Mérida a estudiar Administración de Empresas. Duré 12 años ejerciendo administración y contaduría, pero en algún momento me topé con la repostería artística. Siempre me gustó, así que tomé algunos cursos, hasta que decidí dedicarme a esto de lleno.
¡Wow! –dijo Boba, como si aquella persona frente a él le estuviera enviando un mensaje ya decodificado. En algún momento –pensó Boba. Los deseos no se esfuman. Los sueños-deseos se manifiestan de diversas maneras. El amor por el arte está ahí, siempre presente, esperando cualquier atisbo de expresión o reacción para salir a flote, para que el dueño de esos deseos-sueños comience a trabajar, a mezclar, a resanar, a pulir, a pintar, demoler, tumbar, desarmar y volver a empezar. Así que pusimos la cafetería –continuó ella. Pensando que también queríamos una terraza arriba, fue que pusimos este café, ampliando la cochera. Y ya llevamos 3 años.
Llevamos –pensó Boba. Es claro el trabajo en equipo y los sacrificios que supone el negocio para su familia. En otra ocasión, Mika había observado a una niña hacer tarea en alguna de las mesas, mientras cenaba y estaba pendiente de alguno que otro comensal. El sueño era de ella, pero lo había intensificado a tal magnitud que se contagió hacia el resto de individuos que vivían con ella. De un día para otro fue romántico, viable, justificable y luego tangible.
Tanto Mika como Boba salieron contentos de aquella cita en la cafetería Love Coffee, ubicaba en el Fraccionamiento Las Américas, en Mérida, Yucatán.
El menú de alimentos no es muy extenso, sin embargo, cumplen con una buena cena ligera si pides el panini con pollo al pesto o el sándwich con quesos y lechuga. Alrededor de 6 tipos diferentes de paninis y 2 sandiwches te habla de la dedicación que le pone a cada uno para no saturar sartenes y palas de sabores y texturas.
Las bebidas van desde las clásicas calientes, los golosos frappés y la nueva tendencia de cold brew. Todos con un sabor único y sin exagerar con las medidas de azúcar. Eso sí, desbordando la pasión de la propietaria por la pastelería artística.
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Londres Histórico
La mayoría no tenían idea de cómo llegar a su destino. El staff de apoyo ya estaba harto de contestar preguntas obvias, cuando la respuesta se reflejaba en las pantallas de Paddington.
Si va al centro tiene que tomar Bakerloo con dirección a Elephant & Castle –gruñó un tipo con chaleco azul marino mientras inspeccionaba algunos tickets de la recién inaugurada Elizabeth Line. Boba estaba seguro que, de alguna manera, los locales resentían la muerte de la reina Isabel II. Particularmente esa última semana se había llenado de extranjeros, sin contar que la ciudad de Londres no se detenía y los comercios se mantenían más activos que nunca.
Mika y Boba se dirigieron hacia el metro, donde bajaron y subieron algunos escalones. Bakerloo, indicaba un letrero con color café. Por aquí –dijo Mika, quien encontraba confort de moverse en un sistema similar al de la Ciudad de México. Te dije que no era tan difícil. Aquí mismo te va diciendo.
Boba tenía cara seria. Sentía que su intelecto disminuía a medida que viajaba a lugares más caóticos que los que ya había visitado.
¡Qué maravilla! –suspiró Mika.
Pero se ve medio viejo. A comparación del Heathrow Express.
Bueno, estás comparando peras con manzanas. El metro es el metro. Sí es más viejo, pero me refiero a que no se llena de gente. –a Mika se le olvidaba que Boba no había vivido la experiencia de la capital de su país.
Boba giró su tronco para asimilar todo el andén. Pues sí, se ve vacío y eso que debería ser hora pico.
Si te fijas, aquí no se llena como en México porque cada 5 minutos pasan los trenes. Pasan más seguido, haciendo que la gente no se tenga que arremolinar ni empujar. La importancia de la puntualidad y exactitud.
Si, supongo debe ser eso, también ayuda que la gente usa tranvía y el bus, y también son muy puntuales y no se andan parando por doquier.
Un chirrido de vías y un viento tibio comenzó a emanar del túnel. Poco a poco se hacía visible una luz amarilla que aluzaba el contorno de la curva de aquella bóveda subterránea.
Pasó velozmente frente a los dos, frenando exactamente donde lo indicaban las marcas en el suelo para el abordaje seguro.
Subieron sin necesidad de pelear por un espacio. Se sentaron. Frente a ellos subía otro sujeto que aventaba su mochila contra el asiento y se ocupaba cuatro espacios para poder estirar sus pies arriba de la almohadilla.
Boba observó a Mika, inclinándose hacia ella para quejarse –claro, también están los que no tienen idea de lo afortunados que son de contar con un sistema de transporte así y lo maltratan.
Boba se sentía cómodo al escupir veneno en su idioma, sabiendo que era muy poco probable que alguien le entendiera.
El sujeto, un hooligan cualquiera, se mantuvo en esa posición hasta que Boba y Mika descendieron en Piccadilly Circus para continuar caminando hacia la Plaza de Trafalgar.
Al bajarse, continuaron caminando hacia el norte, en lugar del sur, llegando al Berwick Street Market, con dirección al Soho y Carnaby Street.
Aquél mercado los impresionó. Su infraestructura era muy básica. Toldos negros acomodados en filas por toda la calle, con sus letreros donde podían leer promociones, bebidas, imágenes de los guisos. La calle estaba limpia y así como había tantos lugares preparando comida al mismo tiempo, ningún olor en particular se asomaba en el frío aire londinense.
En el Berwick Street Market probaron una especie de hot dog árabe, lleno de verduras guisadas, un embutido y aderezos rebosantes, cubriendo todo el pan. El cocinero no tardó en identificar que eran extranjeros. Al finalizar la transacción, el chef sintió curiosidad por el acento de ambos y les preguntó de dónde venían.
México –contestó Boba.
Ahhh, Mexico. ¿Y es grande allá?
¡Sí, bastante! –Boba recordaba haber visto una imagen donde casi toda Europa occidental cabía dentro de la República Mexicana.
Boba tenía curiosidad de probar comida asiática. Al ver la entrada al Soho, Boba se emocionó y comenzó a tomar fotografías de todo. Platillos, comensales, estructuras, edificios, gente comiendo platillos típicos. Después de ver algunas opciones decidieron entrar a un buffet. El espacio era reducido, sin embargo, la comida estaba deliciosa. Por la ventana del segundo piso se veían más turistas arribar a la zona, y también los college kids, los lads, con su uniforme con chaleco y saco formal, como si se tratara del mismísimo Draco Malfoy.
Exploraron un poco más y llegaron a la tienda de Lego, donde un Sherlock y una Torre de la Reina, de miles de piezas, las daban la bienvenida.
En el Soho Square Garden había de todo. Músicos, caricaturistas, turistas, gente en su descanso fumando antes de volver al trabajo. También, se asomaban carteles gigantes de las obras más recientes como, el Rey León, Matilda, Como matar a un ruiseñor y algunos musicales, como Cabaret, Wicked y ¡Mamma Mia!
El sol había salido, pero el aire gélido seguía presente. Decidieron caminar un poco hacia el sur, con dirección, ahora sí a la Plaza Trafalgar. El tráfico iba incrementando, aunque en ningún momento sintieron invasión de claxons e insultos de carro a carro. A pesar de ser calles muy angostas, los londinenses encontraron la manera de moverse entre algunas zonas con pendiente y en sentidos inversos. Los taxis no dejaban de salir por doquier, aunque algo que notó Boba es que la mayoría ya eran híbridos, o en su totalidad eléctricos, disminuyendo considerablemente el ruido del motor. Adiós, contaminación acústica.
Mientras iban colina abajo, notaron que la luz del sol se intensificaba, abriéndose paso a través del reflejo de un suelo más claro.
¡Trafalgar Square estaba a la vista! Desde 1845 recibiendo visitantes para conmemorar las victorias navales del Almirante Nelson. A lo ancho de la plaza, tráfico local y de turistas contribuyen a que la columna de Nelson se vea más imponente, viendo hacia el Támesis al sur con la campana del Big Ben al fondo. Boba había leído recientemente la historia de Inglaterra. Esta plaza aparecía en muchos capítulos como el hogar de manifestaciones y decisiones para el bienestar de la población. Estaba parado en la historia.
Continuaron su exploración hacia el sur, mientras el sol de las cinco de la tarde, comenzaba a ocultarse entre los edificios históricos. La Torre de la Reina se alzaba imponente con su brillo particular. La estatua de Churchill frente al Parlamento los observó pasar mientras admiraban aquella destreza de arquitectura sobre el gran río vivo que empujaba sus olas contra la piedra medieval.
Antes de regresar a casa, cenaron en Carnaby Street. A pesar de ser lunes, había una cantidad considerable de comensales. La vida nocturna era un evento por sí solo que debía analizarse y disfrutarse con tiempo. Caminaron a Oxford Circus, mientras la oscuridad no se hacía notar, gracias a las grandes tiendas departamentales. Ahí, tomaron el bus rojo con dirección a Sussex, para descansar y asimilar todo lo que habían visto, oído, olido y comido.
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Del Agua del Caribe al Agua de Canales
Las azafatas de Air Canada caminaban hacia la punta y la cola del avión. Intentaban dar respuesta a los reclamos de algunos cuantos clientes. Disculpe, ¿en algún momento iremos a despegar? –dijo un francocanadiense con un tono irónico. Una disculpa, estamos esperando a un pasajero que viene retrasado… -contestó ella buscando darle paz.
¡Ah! Quiere decir que, por una persona impuntual, pagamos 300 clientes. Claro, tiene sentido- refutó y resoplo, haciendo más evidente su molestia.
Boba escuchó el reclamo unas filas atrás y volteó a ver a Mika. Ambos rieron entre sí, como cómplices al ver tal drama a punto de despegar de Cancún hacia Montreal.
Y que se agarren a madrazos. –dijo Boba sin que Mika le siguiera el juego.
Después de 20 minutos de espera y algunos chiflidos, subió una chica con ojos llorosos cargando una mochila, ubicándose en las filas al final del avión. Todos la observaron, con resentimiento por ser impuntual en una aerolínea de un país que, desde su concepción, ha trabajado con una agenda con cronómetro entre iroqueses e ingleses.
Después de un despeje con cielo claro y el mar caribe de Cancún como fondo, Boba y Mika se dirigían a sus primeras vacaciones cruzando el Atlántico. Como era de esperarse, el retraso de 10 20 minutos en Cancún, les afectó las siguientes escalas en Montreal, donde cambiarían a la aerolínea bandera de Alemania.
Aterrizaron en Montreal aproximadamente a las 7pm. Su conexión les exigía moverse rápidamente por control aduanal y correr hacia la puerta G67. Al llegar al control de pasaportes, se sorprendieron de no ver a ningún agente que les pidiera sus pasaportes. Todo era electrónico.
Cada uno tomó una máquina de color blanco que indicaba escanear su pasaporte y el del acompañante. Como Mika es más rápida y dócil para la tecnología, rápidamente le dijo a Boba que dejara la otra máquina para escanearlo como acompañante. Una francocanadiense estaba validando los tickets que emitían las máquinas con el visto bueno de cada pasajero para realizar la conexión.
Antes de pasar a la sala de espera, se hizo una segunda revisión de equipaje. El tiempo marchaba como siempre, más rápido cuando tienes prisa y más lento cuando estás aburrido.
¡En la consola y banda de escaneo no se encontraba nadie! Ningún supervisor, ningún asistente. ¡Nadie!
Inmediatamente unos irlandeses y un español emitieron su queja- ¡Esto es un aeropuerto internacional! ¡No es posible que esto esté vacío y tengamos que esperar! -gruñó el español.
La asistente de los tickets solo le dijo que esperara.
Después de 5 minutos, llegó el equipo de seguridad para validar las maletas. Algunos venían con paso lento terminando sus bebidas, otros picándose algún diente, removiendo algún pedazo de baguette que había quedado por ahí escondido.
Comenzaron la revisión y Boba y Mika no pudieron ser más eficientes. Una vez que escucharon “Buen Viaje”, corrieron hacia la puerta de embargue G67. Incluso corriendo, Boba se distraía con algunos accesorios con los que contaba el aeropuerto de Montreal que le llamaron mucho la atención, como los bebederos, cuartos para dormir, sala de fumadores y pequeñas salas de juntas.
Mika iba lo más rápido que podía. Iba justo detrás de Boba y en cuanto vio la fila y el letrero que decía “Munich”, se detuvo junto a él. Los dos se encontraban sudados debajo de esos suéteres y chamarras, admirando aún uno de los aeropuertos más bellos que habían visitado.
Abordaron el avión, recibiendo saludos en alemán por parte de un staff de 14 sobrecargos, que bien podrían haber salido de las filas de la Gestapo. A medida que iban avanzando hacia sus asientos al final del avión, Boba practicaba lo que sabía del idioma germano. Saludaba y avanzaba y soltaba alguna que otra oración para ponerse a prueba. A mitad de su travesía, tuvo su segundo choque cultural (el primero había sido la queja por impuntualidad). Frenó frente a un ¿joven? No podía descifrar la edad. Tenía una barba muy pronunciada, pómulos pronunciados, un sombrero grande y un abrigo negro con una camisa blanca. Debajo del sombrero se asomaban dos rulos como patillas, en forma de cable de teléfono antiguo.
Inmediatamente, Boba recordó la mini serie que acababa de ver (Poco ortodoxa) sobre la población judía que practica el jasidismo en Brooklyn.
Frente a él se encontraba este sujeto pidiéndole a otro cliente, que moviera a su esposa hacia la ventanilla, ya que, por ser ortodoxo, según sus propias palabras, no podría sentarse junto a ella. Tanto el señor y la señora que ya se encontraban perfectamente ubicados como ellos habían comprado sus boletos, se miraron y sin decir nada aceptaron el cambio. Ella se pasó del lado de la ventana y él al medio para quedar hombro con hombro junto a este personaje.
Boba sintió mucha curiosidad de este acto, mientras seguía buscando su asiento. Por otro lado, Mika avanzó rápidamente entrando por la primera fila a la derecha. Guardó su equipaje y se colocó en su asiento en la fila media, en el asiento de en medio. Observó a Boba caminar hacia ella y le indicó dónde guardar todo. Junto a ellos, en las filas con ventanillas se sentó una señora que se jactaba de llevar mucho tiempo en Montreal, pero haber nacido en Múnich. Tenía mejillas como pasas y traía consigo un bastón. Hablaba inglés y le pidió constante asistencia en el viaje a los sobrecargos.
En cuanto tomó asiento, Boba le platicó a Mika lo que había observado filas adelante, cuando justo frente a ellos se sentó otro judío jasídico. Inmediatamente Boba hizo mención que le parecía irónico que en un Lufthansa estuviera lleno de judíos, los cuales carecían de bastantes modales hacia la atención del staff. Mika lo cayó y ella consiguió dormir durante casi todo el viaje, aprovechando que nadie venía sentado junto a ella. Durante las primeras horas del viaje, sirvieron la cena. Esto fue uno de los momentos que más emocionó a ambos. Boba no recordaba la última vez que había comida algo de una aerolínea sin que lo cobraran. Creía haber sido un vuelo de La Paz al D.F. o algún vuelo de noche en que había comido un pollo. Estos pequeños gestos y experiencias hicieron de su viaje aún más de ensueño.
Boba no podía dormir, así que vio algunas películas, el plan de vuelo y jugó con su consola durante casi todo el vuelo. Ya cuando se encontraban sobrevolando Inglaterra, él se puso de pie. Al mismo tiempo, alrededor de una docena de judíos se pusieron de pie. Eran aproximadamente las 8 o 9 de la mañana en la nueva zona horaria. Todos sacaron de sus equipajes algunas prendas y unos libros. Se colocaron en zonas específicas donde pudieran moverse con mayor facilidad y comenzaron a rezar el Shajarit, meciéndose hacia delante y hacia atrás.
Posterior a esto, el staff sirvió el desayuno que consistía en unas galletas con queso, mantequilla y café. Estaban próximos al aterrizaje. Los dos alcanzaron a visualizar, del lado de la señora alemana, el paisaje verde característico de Alemania. Pinos y árboles gruesos ocultando algunas granjas y pastizales. Carreteras lineales con vehículos, pero sin camiones doble semi-remolque o pipas gigantes que puedan volcarse. Seguridad y planeación, ante todo -pensó Boba.
El aterrizaje fue pacífico, generando aplausos de todas las almas arriba de aquel pedazo de metal. Al salir al aeropuerto, Mika y Boba volvieron al control de pasaporte, el cual fue más ágil. Entre los dos iban riendo en el aeropuerto mientras veían gente de todas las naciones correr hacia la salida. Un grupo de estadounidenses les llamó la atención. Se estaban quejando con un alemán por tener que hacer chequeo de pasaporte, cuando ellos no pensaba quedarse en Alemania. Solo tenían que realizar la conexión.
El alemán, de forma tajante y sin espacio de negociación les dijo “orgullosamente somos el único aeropuerto en la UE que realiza este procedimiento por seguridad. Favor de ir a la línea.”
El grupo de gringos bufó “esto es ridículo”. Sin embargo, fueron directo a la fila y siguieron esparciendo sus quejas con quien estuviera dispuesto a escucharlos.
El chequeo del pasaporte fue bastante rápido. Boba estaba seguro que el agente de la aduana que los entrevistó había salido de algún comercial de Invictus de Paco Rabanne, mientras Mika lo veía muy sonriente. De nuevo, se pusieron a correr hacia el siguiente vuelo el cual los llevaría a su primer destino, Bélgica.
Durante el trote, Boba asumió que Mika venía detrás de él, así que aceleró el pasó. Su intención era clara; llegar rápidamente a la puerta de salida para hacerles saber que debían abordar. Aceleró la marcha y llegó a la puerta. Observó a alguien delante de él escanear su pase de abordar, así que hizo lo mismo hasta que escuchó, detrás de él: ¡Boba, espérame! Los ojos de Mika nunca habían expresado tanto, en lo que llevaban de relación. ¿Cómo lo paso? -le preguntó ella. Solo lo pones así, boca abajo –dijo él, mientras una señora del staff de Lufthansa los veía, sin asistir.
La puerta se abrió y ambos ya estaban bajando las escaleras para tomar un autobús que los llevaría al avión al otro lado de la pista.
Los dos se encontraban en silencio. Con las espaldas encorvadas. Cansados de correr. Sin hambre, pero con ganas de ducharse y no andar a las prisas. Boba sentía que todos en el autobús lo veían con ojos culposos. Mika no lo veía. Ella tenía frío y estaba, claramente, enojada.
Llegaron al avión. Boba pidió disculpas, pero arremetió diciendo “solo tenías que pasar el ticket boca abajo”. Eso no ayudó y solo avivó la llama en ella.
Ella seguía sin dirigirle la palabra. Estaban en una pista en el aeropuerto de Múnich, con un frío considerable, sin la ropa necesaria para soportarlo. Esperando a que el avión abriera su puerta para subir.
Me ibas a dejar –dijo Mika.
Claro que no –dijo Boba mientras sonreía por lo absurdo del comentario.
Él se adelantó y le explicó su plan -… así llegaba rápido yo y les iba a decir, esperen, que ahí viene mi esposa.
Ella seguía molesta. -…es que te adelantas. Se me cayó la chamarra. No corro tan rápido como tú y aparte no te podía gritar y tu como loco avanzando. Me agaché para recoger la chamarra y se escuchó un crujido. Me dolió la espalda.
Ah, no sabía eso, no me di cuenta que se te cayó. Ok, de ahora en adelante iré más lento. –comentó Boba.
Se miraron el uno al otro. Fueron conscientes del tiempo y el espacio en el que estaban. Múnich. Próximamente, Bélgica. Se vieron y se rieron. Seguido a esto se besaron. La disculpa y el perdón estaba implícito en estos actos. La espaldas y músculos se relajaron. Subieron a su último vuelo, el cual en 40 minutos había arribado a su destino.
Llegaron a Bruselas, donde tomaron su primer tren hacia Brujas. Los dos olían feo, sus cachetes y frentes estaban grasosas y llevaban puesta la misma ropa con la que habían dejado el calor de México. Una vez arriba del tren escucharon más acentos franceses, el cual ninguno podía descifrar correctamente y se limitaban a decir entre ellos “¡Renault, Pegaut, Renault, oui oui!” como una broma interna. Boba comenzó a tomar videos y fotos de todo. Mika esperaba que nadie se sentara a un lado.
Eventualmente llegaron a Brujas, donde rápidamente compraron dos boletos para el tranvía, el cual los llevó cerca de su habitación en Middelburgstraat 6 a dos cuadras de la plaza principal.
Ahí los recibió la mamá de la host Pauline, quien les dio un tour rápido por la habitación y la casa.
Descansaron un poco, se bañaron y comenzaron a explorar aquellos paisajes que solo habían leído y visto en fotografías e internet. Lo habían logrado.
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¡Alfredo’s Alfredo’s!
Mika y Boba se pararon frente a la puerta del 42 Grétrystraat Studio en Bruselas. La calle estaba llena de restaurantes italianos, como si la mafia siciliana se hubiera adueñado de medio centro histórico. Alrededor podías leer “Alfredo’s” “La Corte Gastronomica” y “L’Altro Mondo” y demás nombres asociados a gastronomía italiana.
Boba comenzó a leer las instrucciones para el ingreso al departamento. Bruselas era el último destino de sus dos semanas por Europa. Tenían hambre, estaban cansados de deshacer y armar maletas, pero ansiosos por conocer otra ciudad.
En las instrucciones se leía claramente que tenían que encontrar primero al dueño de los apartamentos antes de poder ingresar. Junto a la puerta un candado, pero ninguno de los dos tenía idea de la contraseña.
¿También se van a hospedar aquí? Mika y Boba giraron y voltearon hacia arriba. Un vikingo de 1.95 se paraba detrás de ellos junto con el que parecía ser su hermano y madre. Con un inglés un tanto tosco les explicó que él tenía una clave pero que primero preguntáramos cuál número de apartamento era, ya que los tres estaban uno frente al otro.
Creemos que sí es este el lugar –contestó Boba. Pero no tenemos el código, aquí dice que tenemos que pasar incluso a un restaurante. Debe ser alguno de estos. Gracias.
El vikingo y su familia pasaron por un costado e ingresaron por la puerta café.
Mika y Boba retrocedieron un poco.
Que se me hace que el café y los restaurantes son de él. Porque en la instrucción de llegada dice que pasemos por una bebida de cortesía antes de subir al depa. –aportó Mika.
Sí, a lo mejor está en uno de estos. A ver –Boba comenzó a caminar a los costados y vio un restaurante con sillas apiladas en el interior. De ahí mismo provenían ruidos de construcción como martillazos, sierras y golpes huecos.
¡Mira! Este es el Alfredo’s. Deja pregunto. –Boba observó a un barista y un mesero que se le quedaron viendo cuando entró por la puerta entre aquel mundo de cosas apiladas sobre sillas, manteles y mesas aún sin instalar.
¡Aló! –saludó Boba a los dos sujetos, intentando imitar el saludo con acento francés que tanto había escuchado desde su llegada al país.
Un señor de edad avanzada con pelo negro y un mandil, mientras que el otro, un joven con bigote raso y sin mostrar expresión alguna, los miraban con extrañeza.
¿Spanish? ¿English? - Preguntó Boba.
¡Estoy buscando a Dionisio! ¡Venimos a hospedarnos al apartamento 102! - Boba tuvo que levantar la voz porque, aunque solo veía dos personas al frente, había más martillando y haciendo todo tipo de reparaciones en el fondo.
El mesero de mayor edad no entendió lo que Boba dijo, sin embargo, al escuchar Dionisio volteó a la barra donde estaba el barista con bigote de actor porno de los años 70’s.
El barista a su vez solo observaba a Boba. Se quedó quieto. Hasta que una voz salió, al parecer, debajo de él con un acento notoriamente italiano.
¡Ah sí! ¡Voy, voy! ¿Dime cómo dice el anuncio? - gritó Dionisio debajo de la barra.
Boba tomó el celular y leyó el anunció textual y añadió- ¡está a nombre de Mika Calderón!
¡Ah sí! ¡Mikaela, Mikaela! -Gritó Dionisio mientras se incorporaba sobre la barra.
Traía un suéter verde lleno de pintura. Presumía una melena con pelo güero y una barba tupida. Ambos llenos de aserrín, pintura y ¿polvo de tablaroca? Al parecer el mismo hacía sus reparaciones de los negocios que tenía.
¡Ah Mikaela! ¡español, ¿verdad? Hola, ¿cómo estás, todo bien, todo bien? –dijo mientras se flexionaba y se estiraba sobre la barra y sonreía a sus nuevos inquilinos.
Un favor. Para que no me tengan que buscar durante su estadía, envíame un mensaje para yo mandarte los datos de ingreso.
Mika se asomó detrás de Boba. Ya te los envié por WhatsApp pero no te llegan los mensajes.
Ah, es que no tengo mi celular conmigo. En seguida gritó ¡Anastasia! Alguien más gritó de vuelta, seguido de un tercer grito, aunque nadie más se asomó.
El mesero y el barista seguían observando fijamente a Mika y Boba.
Boba y Mika sonrieron de la imagen tan cómica y cliché que los italianos estaban presentando ante ellos.
No te preocupes. Son gritones pero son buenas personas. Así son ellos –dijo Dionosio a Boba.
Dame tu celular. ¡Te dejaré anotados todos los datos para que no me tengan que buscar durante su estadía porque I’m in deep shit! Como puedes ver.
Boba se rió y le pasó su celular. Dionisio anotó la clave del WiFi, la contraseña del candado y el número de habitación.
Boba y Mika seguían asombrados del caos del restaurante, los gritos, los manteles tirados, las mesas patas arriba y la gente entrando y moviéndose reparando todo y nada a la vez. No estarían listos ese viernes para recibir clientes.
Dionisio regresó el celular a Boba y agregó –la llave está pegada a la puerta. Disfruten de su estadía.
Suerte con tu deep shit –agregó Mika al final. Dionisio agradeció el comentario.
Mika y Boba se rieron de la situación y fueron a instalarse.
Por la noche, de regreso al apartamento, Mika y Boba vieron a Dionisio tomar vino dentro del restaurante, aún con mesas patas arriba, barra llena de material de construcción y unos cuantos meseros con mandil agotados.
Meses después, ese lugar reabriría sus puertas para posicionarse como la oferta gastronómica más ambiciosa de Bruselas.
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Andén 15A - Ámsterdam Central
¿Segura que este es el andén correcto? Debe ser el 15A- preguntó Boba.
¡Que sí! - le contestó Mika mientras observaba por décima vez su celular con el boleto digital.
Los dos se encontraban en la estación de trenes de Ámsterdam Central, esperando la siguiente salida con destino a Bruselas Midi, con horario de las 13:30 horas. El otoño se hacía presente a través de un viento gélido que entraba por los cristales opacos de la estación.
Habían llegado a tiempo, pero siendo su primera vez en Europa, eran demasiado precavidos a la hora de transportarse.
Alrededor, Boba identificó por lo menos tres idiomas distintos: español, neerlandés y francés. Solo entendía el primero y cada vez que escuchaba una palabra similar al español intentaba descifrar la conversación ajena. Por otro lado, Mika miraba fijamente a aquellos vagones grandes que se alzaban frente a ella. ¿Qué querrá decir el número “2” pintado en el vagón? ¿Es la clase o zona? Pensó mientras otra vez consultaba su boleto.
Las 13:20 marcaron en la pantalla digital en la estación 15A. Mika se puso de pie al escuchar una voz en neerlandés y posteriormente en inglés, el cual sí entendió; “Su atención por favor, primera llamada para el abordaje del tren con destino a Bruselas Midi.”
Boba tomó las maletas mientras se perfilaba hacia la puerta más cercana del vagón con un “2” pintado en la puerta. Al acercarse, un centenar de personas ya se encontraban frente a la puerta listos para subir. El tren se detuvo por completo y el aire liberado de las compuertas sobresaltó a Mika. Las puertas se deslizaron una a la izquierda y otra a la derecha.
Dentro del vagón, un sujeto de gran altura se asomó con un celular pegado a su oído mientras volteaba hacia el exterior de la terminal.
Todos los usuarios del tren se quedaron atónitos. Unos corrieron hacia otro vagón y otros se quedaron observando al sujeto.
¿Es sangre lo que tiene en la frente? – le preguntó Mika a Boba mientras su mano derecha apuntaba hacia su propia cabeza.
Los murmullos comenzaron a subir de tono hasta que un sujeto justo frente a la puerta pareció preguntarle qué había pasado.
Boba interpretó las señas mientras que Mika se fue caminando hacia el siguiente vagón para no perder el tren. Observó mejor el vagón donde se encontraba este sujeto y vio sangre en el piso, en la ventana, en las manijas y hasta en la boca del sujeto dentro del vagón.
El tipo con sangre le dijo a la multitud, mientras sonreía - ¿Van a Bruselas? Adelante, suban. Estoy esperando.” Mantuvo su celular pegado a su oreja en todo momento.
La multitud lo observaba y la mayoría comenzaron a caminar hacia el siguiente vagón. Boba alcanzó a Mika y ambos encontraron un lugar para su equipaje. Ya sentados, Boba encaró a Mika - ¿viste eso? ¡Eso no es normal! ¡Estaba lleno de sangre!
Mika estaba tranquila, preparando sus audífonos y su celular –De seguro se cayó. Pobrecito. –dijo mientras se ponía los audífonos.
No, no se cayó. ¡Era demasiada sangre! –Boba comenzaba a tener un mal presentimiento de lo que acababa de ver.
¡Es que había sangre hasta en las ventanas! Y hasta otro sujeto le preguntó en francés, pero creo que contestó en neerlandés. ¿Qué tal si mató a alguien? o ¿habrá estado haciendo una reparación y se cortó con algo?
Pues yo creo que si pasa algo nos dirán, ¿no? - Mika seguía configurando sus audífonos.
Los dos se quedaron callados mientras observaban a los demás usuarios tomar asiento en su vagón. Algunos se asomaban por la ventana discretamente para obtener más información. El tren se mantenía detenido y no hubo ningún anuncio al respecto.
Pasaron unos minutos, dando las 13:30, sin que el tren se moviera.
Boba estaba a punto de levantarse del asiento cuando los equipos caninos con sus oficiales se subieron al vagón, en lo que parecía, una inspección de última hora.
Seguido del equipo canino, dos oficiales también subieron a los vagones recorriendo y observando los pasillos entre cada vagón buscando algo. Aunque tampoco ellos parecían saber qué encontrar.
¿Viste eso? –la cabeza de Boba se asomaba por el pasillo. ¡Son caninos! ¡Algo malo pasó! ¿Deberíamos bajarnos?
No, ellos nos van a decir. O ve a preguntarles. –Mika estaba buscando música en su celular.
Boba, impaciente, se bajó del tren y caminó hacia tres conductores que estaban frente a un escuadrón de policías platicando entre sí.
Boba intentó llamar la atención de alguno, pero nadie volteaba a verlo hasta gritó en inglés - ¡Disculpe! ¿Dónde puedo tomar el siguiente tren a Bruselas?
Un conductor lo observó con desaire – No lo sé. Este tren se cancelar��.
Pedante – pensó Boba y al mismo tiempo agradeció la poca información proporcionada por el conductor.
Al darse vuelta observó al grupo de policías rodeando al tipo con sangre. Parecía ser un mecánico. Lo observó mejor y más cerca. Tenía puesto un overol de maquinista y junto a él se ubicaban tres cajas que parecían contener herramientas.
Un policía lo estaba interrogando mientras que el sujeto, aún con sangre en la frente y en la boca, le mostraba tarjetas que sacaba de su cartera. El policía no tomó ninguna tarjeta y de reojo observaba a sus demás compañeros.
Boba volvió a subir al vagón, buscando a Mika cuando en el audio de la estación anunciaron que, por motivos de seguridad, ese tren sería cancelado –Favor de esperar en la estación 15A el siguiente tren a Bruselas Midi.
Un murmullo de desilusión se hizo presente en todos los vagones. Rápidamente, Mika y Boba bajaron sus maletas y caminaron otra vez hacia la pantalla digital donde se anunciaban las siguientes corridas.
El sujeto con sangre seguía resguardado por los policías. El vagón seguía abierto de par en par y Boba observó aún más sangre en el piso de la que había visto en un principio.
Pasaron unos minutos cuando el tren avanzó vacío hacia resguardo. Lo mismo sucedió con el mecánico. Lo custodiaron una docena de policías neerlandeses, junto con sus maletas y herramienta de trabajo.
Mika y Boba esperaron una hora en la estación, hasta que se volvió a anunciar la salida de un nuevo tren con destino a Bruselas.
Se subieron y se pusieron cómodos para emprender su último viaje en tren de esas vacaciones.
Durante el trayecto Boba decidió que recordaría a ese sujeto como un mecánico, el cual tuvo un incidente fuera de su hora o zona de trabajo y es por eso que los policías no parecían creerle.
Mika reflexionó sobre el pobre mecánico. En su intento por reparar algo en el trayecto antes de llegar a la estación, se cortó, provocando salpicaduras de sangre por doquier.
Ambos estaban satisfechos con sus conclusiones y ansiosos de llegar a Bruselas para concluir esas fantásticas y bizarras vacaciones.
1 semana después
Cerca de la estación Central de Ámsterdam, un mecánico estaba validando la calidad del riel. Su compañero de turno hacía lo mismo unos metros dentro de la vía. Cada cierto tiempo hacían un recorrido para asegurarse que ningún material pudiera quedar expuesto sobre la vía y que esto pueda dañar la máquina del tren, o bien, salir proyectado hacia la gente.
Utilizaban una linterna para destacar cualquier brillo de algún objeto metálico o roca.
Caminando cerca de la estación, unos de los mecánicos, observó algo brillar debajo de la plancha de asfalto donde se encuentran los cables eléctricos. Al acercarse y apuntar con la linterna, un reflejo devolvió el brillo de la luz.
Llamó por radio a su compañero y comenzó a mover algunas piedras. Después de mover un centenar, el brillo se amplificó, mostrando un overol del mismo tipo que ellos usan como uniforme. Las franjas luminiscentes se hicieron más nítidas, dando contorno a la sombra de un rostro que había sido golpeado 1 semana atrás cerca de las 13:30 horas.
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Expedición (Capítulo XIX)
Capítulo XIX
Estaba nervioso por su cita y con obvia razón. Andreev sería quien le explicaría todo a detalle. Madrugó y fue a la marina del pueblo. Compró café en el kiosko mientras veía a un grupo de turistas preparar la lancha donde saldrían a altamar para avistamiento de ballenas. Era una actividad que había sido adoptada recientemente ya que la pesca no estaba en su mejor momento productivo. Los locales ofrecían equipo, comida y leyendas de los mares cercanos a Groenlandia para atraer a turistas. Las embarcaciones eran pequeñas, lo cual era útil para poder rodear los icebergs que navegaban desde el norte.
Con sus binoculares observaba el movimiento del puerto, sin embargo no había señal de Andreev. Era aún temprano y solo reconocía embarcaciones de sus compañeros docentes.
Justo faltando dos horas para el mediodía, entró al puerto un navío de dos velas con acabados de madera. Alberto lo observó por medio de los binoculares. Dentro se encontraba un sujeto alto al timón. Alberto vio quien se suponía sería Andreev se dirigía hacia un espacio claro de la marina. Alberto se acercó y cuando por fin el velero se había acercado al muelle, dejó las bebidas en el suelo y corrió a asistir a Andreev amarrando la embarcación y acercándola. Faltando dos metros para que la embarcación tocará el muelle, el capitán de la embarcación saltó al muelle y apoyó a Alberto con el amarre. Una vez afianzada la nave, volteó a verlo y lo saludó con un apretón de manos. Alberto sonrió y se presentó, explicándole que él era el interesado en el proyecto. Andreev agradeció el interés y le pidió que fueran a comer.
Todo St. Anthony se encontraba en silencio. Entre semana la mayoría de los habitantes iban a otros puertos a trabajar o cruzaban a Blanc- Sablon para manejar a las minas de cielo abierto.
Cuando llegaron a una cafetería que se encontraba casi vacía Andreev fue el primero en abordar el tema del proyecto –me comentó Yecko que escuchaste la conversación sobre el proyecto que se plantea establecer en la zona cercana. La verdad es que fue muy descuidado de su parte. Tengo mucho tiempo trabajando con él y no es la primera vez que alguien externo a nosotros se entera del tipo de trabajo que hacemos.
Alberto no pudo probar bocado mientras escuchaba a Andreev con atención. Por otro lado, Andreev comía y hablaba sobre el tema
-Yo trabajo para un grupo selecto de inversionistas. Este grupo se conforma por la elite de laboratorios privados de todo el mundo. Tu eres paleontólogo… probablemente sepas de quienes hablo…- Durante mucho tiempo Alberto había escuchado hablar de patrocinios exclusivos para investigaciones que involucraban aspectos climáticos o de transcendencia mundial pero nunca había sabido de una inversión en esa zona del país. -… digamos que proporcionan equipo y tecnología que no se encuentra fácilmente, así como la logística para llevarlo a cabo. A la fecha no conozco un centro de investigación que pueda valerse económicamente para lo que vamos a hacer. ¿Conoces las siglas NSF?- Asentí emocionado con la cabeza. Andreev tomó un sorbo al café y sonrió. –Bien… ahora imagina lo que puede resguardar el círculo polar ártico…
Volví a asentir con la cabeza pero no supe a qué se refería.
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Expedición (Capítulo XVIII)
Capítulo XVIII
Después de haber entrado en calor, cada uno sacó de sus mochilas provisiones que nos devolverían las calorías perdidas por el esfuerzo de la caminata. Yo comencé por romper un pedazo de chocolate con mis dientes. La barra estaba congelada y no podía percibir el sabor del chocolate.
El mexicano sacó una bolsa con dulces de caramelo y comenzó a chuparlos mientras observaba al chileno… supongo que esperaba indicaciones respecto a mi estatus. El nipón y el ruso se acercaron a mí y me ofrecieron pan y una barra de granola. Recordé que tenía una pequeña olla de metal, así que metí el chocolate, le puse un poco de agua y comencé a calentarlo. Entraríamos más rápido mientras más en casa nos sintiéramos. El chileno, después de haber vaciado su mochila, se veía molesto. Le susurró algo al mexicano mientras el otro me veía de reojo.
El ruso se acercó más hacia a mi y me susurró al oído –vi lo que te hicieron en la cocina aquella noche… no te preocupes, permaneceremos juntos- mientras llevaba su mano a su mochila donde descubrí que tenía una navaja en su funda de cuero.
Agaché la cabeza y decidí que si no era yo, nadie hablaría de lo que tendríamos que hacer después de haber entrado en calor. Analicé el espacio donde nos encontrábamos. Era aproximadamente de cuatro metros cuadrados. El techo estaba formado por vigas pesadas de madera. La madera crujía no había ni una sola ventana que proyectara luz del exterior. Estaba oscuro y solo podía ver siluetas en movimiento por el reflejo del fuego.
Me pregunto si me llegué a sentir solo el primer viaje. Seguramente estuve aquí poco tiempo porque no recuerdo si quiera haber visto la chimenea.
Me puse de pie y llamé la atención de todos –dormiremos aquí. Prepararemos una buena cena para desayunar ligero y en cuanto el sol despunte, retomaremos el camino… - no pude terminar de explicar el plan cuando el chileno se puso en pie –ese no es el plan. ¡Hoy mismo tenemos que continuar! Si nos acostumbramos al techo, será más difícil estar tanto tiempo ahí fuera- estaba alterado. Quería gritar más pero nadie lo volteo a ver. El nipón y el ruso se acomodaron para dormir, mientras que el mexicano solo veía sus provisiones, pensando en qué más comerse en una sentada. –Entiende, no podemos salir así. Menos a oscuras. Se supone que no tendríamos estas condiciones y que no tardaríamos tanto en llegar aquí desde el campamento. Si gustas adelantarte es decisión tuya.- Al darle la espalda escuché un suspiro en mi nuca. –Otra vez te estás saltando el plan. Pero está bien. Ve a tu ritmo…que descansen.
No le contesté a Yecko. Preparé mi tendido y me acosté dándole la espalda a los compañeros latinos. La ventisca golpeaba fuerte contra la estructura. Tuvimos que apagar la fogata para evitar ahogarnos con tanto humo. La madrugada sería fría pero el chocolate caliente funcionó y no solo entramos en calor, sino que nos relajamos y la tensión desapareció entre el grupo. Todavía no caía dormido cuando escuché a alguien beber de la olla con chocolate.
Supongo que no todos venían tan preparados para esto.
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Expedición (Capítulo XVII)
Capitulo XVII
Tenía 4 años sin haber ascendido de puesto. Su situación económica y la de su familia era una preocupación regular. Como cuando te cortas con una hoja de papel y pasan tantos días que eventualmente la cortadura solo es una incomodidad que contemplas sentir diario. La aceptas y aprendes a convivir con ella.
Trabajaba en un centro de investigación gubernamental. Por lo regular tenía dos proyectos mayores al año. Tenía el apoyo de sus colaboradores y directores del campus pero faltaba la inversión económica, así que regularmente se veía obligado a salir de la comodidad de su pueblo para buscar patrocinadores. Vivía en un pequeño pueblo a las afueras de St. Anthony, Canadá. Su esposa Natalia se encargaba de cuidar a su hija cuando salía de la escuela. La niña iba en sexto de primaria y siempre presumía en clases que su padre era un paleontólogo reconocido.
La bahía de St. Anthony basaba su economía en el turismo de aventura. Aquellos visitantes que veían la cercanía con el Ártico como algo novedoso. Esperaban ver osos polares caminando en las calles y morsas reposando en el malecón. Ciertamente era un lugar encantador, pero Alberto estaba harto de cómo pintaban las cosas. Su vida se vería sujeta a seguir estudiando antiguas civilizaciones, de las cuales ya no había mucho que descubrir. Los corporativos mineros se habían encargado de remover todos los posibles espacios donde quedaban restos arqueológicos.
Una tarde en particular, mientras esperaba un transbordador que lo llevaría a los centros de investigación privados en búsqueda de fondos, escuchó a dos hombres hablar sobre un nuevo proyecto que traería mucho dinero a los pueblos del noreste de Canadá.
Al subir, se sentó cerca de uno de los trabajadores bien informados que detallaba la cantidad de dinero que se invertiría en cuanto a hospedajes, transporte y prestación de servicios. A uno de los trabajadores le incomodó la presencia de Alberto, y le pidió a su amigo que lo acompañara a fumar un cigarro. Los amigos se pararon cerca del barandal y fumaron unos cuantos cigarros exhalando el humo a proa.
Alberto, decidido a querer escuchar toda la narrativa, se puso de pie, se acercó a uno de los fumadores y le preguntó de qué proyecto se referían. Sin dejarlos contestar, les explicó su situación financiera, el tipo de vida que llevaba y lo difícil que era para él estar yendo por dinero a otras ciudades, cuando los temas de investigación se le estaban agotando. Les dijo que tenía una esposa y una hija y las amaba demasiado como para dejarlas solas tanto tiempo y eventualmente les contó que cuando su hija tenía 4 años se había perdido en una excursión en las montañas rocosas de Quebec y tuvieron que acudir el departamento de salvamento para rescatarla sana y salva. Que a partir de ese suceso, su esposa se había vuelto muy aprensiva y tenía pocos amigos reales en el pueblo. Les dibujó un panorama que pocos podrían imaginar en un investigador serio con 2 volúmenes de publicaciones interesantes sobre herramientas y utensilios de antiguas civilizaciones ocultas en el hielo ártico.
Al escuchar con mucha paciencia uno de los trabajadores le pidió su tarjeta para contactarlo si sabía de algo.
Alberto en ese mismo momento le escribió su número privado en la parte trasera de la tarjeta y sin dejar de sonreír se la entregó cerrando el trato con un apretón de manos. Alberto recuerda haberle preguntado su nombre pero era muy inusual como para recordarlo.
Cuando terminaron de platicar, el transbordador había llegado a Blanc-Sablon, una pequeña comunidad de pescadores arraigados a un estilo de vida que no era sustentable para los jóvenes que buscaban estudiar y ser ingenieros de las modernas mineras.
Todo el pueblo estaba conformado por casas de madera que parecían galerones. Un solo camión hacía el recorrido hasta la ciudad más grande y más cercana que es St. Agustin donde la zona industrial es la principal fuente de empleo para los jóvenes.
Era un recorrido largo y cansado. Muchas de las ocasiones volvía a casa desilusionado pues cada vez eran menos los patrocinadores para investigación antropológica. La mayoría de los corporativos deducía impuestos llevando a cabo programas de reciclado y educación ambiental con las familias locales.
Una tarde de otoño, con la pradera frente a su casa un poco más teñida de café y veía a su hija jugar, sonó su celular.
Contestó inmediatamente.
Buena tarde… ¿Alberto? Habla Andreev, no nos conocemos, pero un trabajador mío te conoció en un transbordador proveniente de St. Anthony. Por lo menos es lo que me dijo. ¿Recuerdas a Yecko?
La garganta de Alberto se cerró de la emoción. Recordó estrechar la mano de Yecko y el movimiento de los labios del fumador cuando le dijo su nombre inusual. -Sí, lo recuerdo. Hola, sí soy Alberto. Dígame, Señor, ¿cómo le puedo servir?- le costó trabajo no tartamudear de lo emocionado que estaba.
-¿Qué le parece si nos vemos en St. Anthony? Planeo atracar mi bote en el maravilloso puerto suyo. ¿Le parece bien la siguiente semana?- Alberto asentía a lo que escuchaba pero no pronunció palabra alguna hasta que Andreev confirmó el día.
-Excelente, muy bien. Nos veremos pronto. Gracias, señor… Andreev. ¡Gracias!- Colgó el teléfono y de inmediato se encontró con Natalia en la cocina para contarle todo lo que había pasado. Desde el transbordador hasta la llamada telefónica.
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Expedición (Capítulo XVI)
Capítulo XVI
“La cadena rocosa se extiende por kilómetros. A menos que los quieras guiar por la parte suave, te recomiendo adentrarte con ellos”.- Yecko.
Comenzamos a caminar entre las rocas. Tenían un color gris, combinación del negro natural con la poca nieve que se adhería a ellas. Debajo de nosotros se escuchaban las cascadas de agua. Reventaban en lo profundo de la roca pero aun así nos salpicaban escarchas que atravesaban nuestros pantalones y botas. Habíamos formado una columna para poder apoyarnos en las rocas resistentes que pisaba el compañero de en frente. Naturalmente me dejaron ir al último. Era demasiado valioso como para que empezando la expedición quedara atrapado entre columnas de agua. El chileno marcaba el ritmo y a pesar de que era muy pronto para librarme de ellos, tuve que fingir que lo seguía ciegamente. -Alberto viene a monitorear tu avance. No es momento de hacer algo fuera del plan. Te mantendré informado.- Al ser el último en la fila pude levantar mi mano en señal de agradecimiento por la información. Por el momento seguiré el juego y veremos a donde nos lleva. Antes de comenzar nos habíamos colocado el calzado con pico. Tenían un mejor agarre en la superficie rocosa pero era extremadamente peligroso errar un paso. Las cuchillas atravesarían mis tobillos y tendríamos que regresar al campamento.
El rescatista mexicano era ligero y caminaba entre las rocas sin siquiera desprender la nieve de ella. El grupo avanzaba lento, pero con pasos firmes. Cuando llegamos a un claro de nieve en medio de roca y grietas el chileno apuntó hacia el horizonte, donde apenas se distinguía una silueta de lo que solo podía ser una cabaña. Base 1 se encontraba justo en frente. Cuando reanudamos el paso lo hicimos más aprisa. Sentíamos la urgencia de estar debajo de un techo, rodeados de madera y paredes. En cierta manera, sabiendo que el viaje apenas comenzaba, estábamos decididos a llegar lo más pronto posible para reacomodar nuestras ideas y sacudirnos el tenso viaje que hemos tenido. Los chicos de Japón y Rusia avanzaban delante de mí, cuando uno de ellos intentó apoyarse en una roca más elevada, su bota no se ancló a la superficie provocando que cayera de frente. El otro rescatista se avalanzó hacia él y lo tomó de la mochila, jalándolo hacia atrás para que mantuviera el equilibrio. Me apresuré a llegar a la mochila que estaba delante de mí e hice lo mismo, lo jalé hacia atrás para evitar que el peso los jalara a ambos al vacío. Con un movimiento brusco lograron girar sobre la roca y anclarse mejor. Estábamos demasiado agitados por el susto y la adrenalina que decidimos esperar para avanzar.
El chileno había visto la maniobra parado desde una roca sólida. No se inmuto ante toda la escena que habíamos realizado con éxito. Nos sentamos sobre una roca con una espesa capa de nieve. El chileno hizo lo mismo y comenzó a intercambiar palabras con el mexicano. El grupo se había dividido, lo que me dio confianza para preguntarles al chico nipón y al ruso qué les parecían aquellos dos –ni siquiera hicieron el intento de regresar a ayudar- les dije esperando generar empatía entre nosotros tres.
No tenían que haberlo hecho, pero agradezco que ustedes son se hayan arriesgado… gracias- dijo el nipón inclinándose un poco hacia el frente con la cabeza baja.
El ruso asintió también pero no dejaba de ver al chileno y al mexicano que se encontraban ahora en cuclillas observándonos, ansiosos. Sentí la mirada del ruso sobre mí pero decidí ignorarlo. Eventualmente sabría si puedo confiar en él o no.
Después de un rato, decidimos continuar, pero avanzamos hacia por el costado de la línea rocosa para encontrar rocas más confiables. Vimos un pequeño montículo oscuro, donde las puntas de las rocas eran más claras y no tenían casi nieve. Esto se debía a que el agua las lavaba con charpeos constantes.
Al alcanzar al grupo nadie dijo nada. Chileno y mexicano nos observaban mientras nosotros nos acomodábamos nuestras mochilas. Ni siquiera comunicamos lo que había pasado.
Creo que mis compañeros soviético y asiático interpretaron bien el lenguaje corporal del resto del grupo.
Al salir de la cadena rocosa, llegamos a un terreno claro y llano. Teníamos que avanzar a pie pero la cabaña era más clara ahora. Volví a colocarme en la parte trasera del grupo y esperaba que pronto Yecko entendiera que lo había hecho para recibir un mensaje de él.
Nada. Ni un solo sonido salió por el audífono. No me quedó de otra más que avanzar e ir planeando mi siguiente movimiento.
Habían pasado aproximadamente tres horas desde que salimos del campamento. El sol había casi todo su recorrido y podíamos sentir un pequeña brisa de agua helada proveniente del norte. Al avanzar notamos que ya no pisábamos nieve fresca, sino una gruesa capa de hielo que se extendía kilómetros a la redonda. Observé un pequeño mapa que había guardado como acordeón en mi brazo, cual Quaterback utiliza su guía de jugadas debajo de sus muñequeras.
Me detuve un momento para intentar reubicar la cabaña. La brisa se había convertido en ventisca y el grupo entero se había detenido. No podíamos visualizar la cabaña de Base 1.
No puede ser ¡estaba justo en frente!- gritó el mexicano dando zapatazos al hielo seco. –Calma, no estamos perdidos, solo tenemos que ir en línea recta o esta ventisca nos congelará si continúa así.- el ruso tenía razón pero no teníamos tanto tiempo. Cuando comencé a reconocer dónde estábamos lo escuché –Vas bien, solo tienes que girar tu cuerpo hacia tu derecha. La última vez no te costó tanto trabajo.- Yecko volvía a sonar en mi conciencia. Sonreí y grité al grupo que nos direccionáramos hacia la derecha de nuestra posición actual. – ¡¿Cómo lo sabes?! ¡¿Cómo es que estás tan seguro?!- gritaba el nipón un poco más desesperado que los demás, mientras saqué debajo del brazo el pequeño mapa que había dibujado.
Sonrió y se acercó dándome una palmada en la mochila. Me indicó que comenzáramos a caminar, lo que los otros copiaron inmediatamente.
Pretenderé que ese gesto del japonés iba dirigido a mí- dijo Yecko, mientras que se escuchaba claramente que habría una bolsa de chucherías y las masticaba ruidosamente.
La ventisca golpeaba con más fuerza que antes y las montañas al fondo del páramo ocultaban el sol. La sombra que se proyectaba era inmensa, proyectando los relieves de la cadena montañosa. El ruso se adelantó a todo el grupo y comenzó a amarrarnos una cuerda a la cintura de cada uno. En caso de que alguien se perdiera, podríamos orientarlo con el grupo. La temperatura bajó considerablemente y mis pies estaban entumidos. Solo sentía el golpetear contra el duro suelo, cuando escuché gritos de festejo por alguien del grupo. Habíamos topado con Base 1. Justo cuando abrimos la puerta un sinfín de nieve y escarcha invadió la sala. Al ser el último del grupo cerré la puerta rápidamente y me tiré sobre mis rodillas. Mi condición física no era tan buena, definitivamente nada te puede preparar para esto. Era un juego mental. Entre querer entrar en calor lo más pronto posible y a la vez pensar que en cualquier momento alguno de ellos podría atacarme sin previo aviso.
Todos estábamos en el suelo, agitados, candados y con la mente en blanco. El ruso, el más acostumbrado al frío siberiano, con mucho esfuerzo se puso en pie y colocó unos leños en una chimenea. Sacó de su mochila dos piedras y comenzó a generar chispas. Cuando logró encenderlo, sin dudarlo todos nos acercamos a la pequeña flama que flotaba en una hebra de color rojizo.
Cerré los ojos e intenté vaciar mi mente.
¿Ya dentro, eh? Bien hecho, solo queda encontrar al animal y volver a casa. Por hoy, descansa.- suspiró Yecko dentro de mi cabeza. Al fondo escuché una tetera chillar anunciando que estaba lista para servirse. Te odio, Yecko.
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Expedición (Capítulo XV)
Capítulo XV
Conforme nos distanciamos del campamento, comprendí la magnitud del proyecto. Un centenar de personas volvían a los contenedores y a la galera para seguir trabajando en lo que sería el nuevo hogar de lo que encontráramos allá fuera.
Al arrancar la motonieve, encabezando la fila, se encontraba un explorador voluntario que conocía el camino a Base 1, seguido de cerca por el chileno y el mexicano con sus motonieves a máxima velocidad. De cerca los seguían los otros cuatro personajes con los que me topé en el comedor. Por más que quisiera apresurar el paso, preferí tomar mi distancia y observar el comportamiento de cada uno. En momentos, me miraban por encima de sus hombros.
Supongo que era para asegurarse que siguiera con ellos o solo querían corroborar que no me hubiera regresado al campamento. Cuando comenzamos a avanzar, aproximadamente a doscientos metros del campamento, me tuve que detener para colocarme los lentes y el gorro. No supuse que el viento frío de la tarde, a aproximadamente 60 km/hr, me fuera a dejar la cara completamente sin expresión. Mientras me colocaba mi equipo, escuché cuatro motores acercándose hacia a mí. Eran cuatro de mis seis jinetes del apocalipsis. Mis guardias personales.
-No planeas volver a campamento ¿o sí?- el chileno tenía poca paciencia y no paraba de ver mi mochila con mis pertenencias. Los demás se colocaron detrás de mí, dando a entender que no me dejarían volver.
-Si tengo dudas respecto al viaje, no te las haré saber a ti. Avancen. Ya los alcanzo- les dije sin perder el tiempo mientras colocaba mis lentes en posición. El tabique de la nariz lo tenía completamente frío, por lo cual no sentía que traía puesta mi protección.
Después de treinta minutos de avanzar sin parar y mientras yo estaba sumergido en mis pensamientos, escuché una voz muy cerca de mí. Era como si mi consciencia quisiera decirme qué hacer. –No esperaba que la situación se pusiera tan tensa tan pronto.- la voz de Yecko se hacía presente en mis oídos, mientras que delante de los motores contemplaba un páramo vacío y blanco.
¿Cómo le hiciste? ¿A qué hora colocaste el micrófono en mi chamarra?- Yecko reía en el fondo.
-Te dije que te estaría vigilando en todo momento. Mientras Yecko hablaba podía imaginarlo sentado frente a sus pantallas. Observando todo al mismo tiempo. Ahora, dime qué pasó hace un momento. ¿Ya sabes que harás con tus guaruras?
-No lo sé aún. Pero no me gusta que sean tan impacientes. Estoy seguro que en el minuto que entremos a Base 1, intentarán acorralarme. Tengo que adelantarme a sus planes.- Mientras seguíamos avanzando el grupo completo comenzó a disminuir la velocidad. Delante de nosotros se encontraban grietas y se podía escuchar el chorro de agua corriendo debajo de la capa de hielo. –Ten cuidado, esas rocas se ven peligrosas. Concéntrate y estaremos en contacto. Hacia tu derecha se ve un espacio amplio para motonieves.
-¿Cómo es que sabes dónde estamos?- comencé a voltear a los lados esperando ver un dron o un satélite espiando nuestros movimientos. –Te dije, estaré contigo. Por cierto, gracias por darme ojos con tus lentes. No te los quites e intenta conservar tu abrigo en todo momento.
Dejé de escuchar a Yecko cuando uno de mis guaruras me volteó a ver. Me di cuenta que yo tenía una sonrisa dibujada en mi cara. Bajé la vista y al frenar por completo, nos bajamos de las máquinas para ver de cerca las rocas y grietas que se atravesaban en el camino.
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Expedición (Capítulo XIV)
Capítulo XIV
Al caminar hacia mi contenedor, me topé con Alberto y Natalia. Ambos se veían sonrojados. Supongo que era el alcohol que habían tomado en el comedor. Los dos me desearon suerte. Alberto se acercó a darme un abrazo y pude oler el vodka saliendo junto con sus palabras –Nos vemos en la salida. Hoy por la tarde comenzará otra expedición que nos llevará muy lejos, amigo.- Se apartó de mí y con dificultad volvió a caminar con Natalia en dirección a su habitación.
Natalia solo se volteó y me despidió con la mano. Supongo que ya ha hecho suficiente al informarme de todo en el hospital. Me hubiera gustado despedirme de mi esposa y mis hijos. Solo quiero que acabe esto para volver con ellos y decirle adiós a la nieve y habitaciones metálicas.
Cuando llegamos a mi cabina Yecko también se despidió de mí pero fue más rápido –Te dejaré para que descanses. Nos vemos en un rato.- Sonrió y salió de la habitación.
Comencé a empacar mi mochila y mis cambios de ropa. Todo lo que había pedido en el hospital y que lograron recuperar estaba en mi tocador. Acomodé mi maleta y decidí dormir un poco. Antes de volver a pensar en cómo sobrevivir, pensé aprovechar las instalaciones que ahora odio y eventualmente extrañaré.
Cerré los ojos por un breve momento. Recordé a mi esposa e hijos. Comencé a sentirme muy cansado y con el cuerpo pesado. Después de unas horas, de lo que debió haber sido un sueño profundo, me desperté escuchando los golpes como los de la grabación. Golpes contra la nieve. Me pude ver a mi mismo golpeando un vidrio y la escarcha impactándome. No traía guantes, ni chamarra o lentes. Las manos me sangraban y la sangre se congelaba en el hielo en cuanto lo tocaba. Después sonó un rugido seco.
Me desperté de un salto con todo el cuerpo sudado. Vi el reloj en el tocador. Había dormido por 3 horas. Ya casi era hora de partir. Terminé de empacar y me dirigí hacia el área de montacargas donde se encontraba mucha gente y motos para la nieve con embalajes a los costados. Estaban listos para despedirme.
No sé si yo lo esté.
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Expedición (Capítulo XIII)
Capítulo XIII
“Lo que escucharás a continuación es lo que se grabó cuando volviste a la superficie y la ventisca había acabado.”-Yecko
Seguí los pasos de Yecko, que se dirigía hacia la cabina de control, donde estaría monitoreando las variaciones en el ambiente y mi salud. Arriba de la cabina se postraban dos antenas de gran diámetro. Lo vi entrar a la cabina, no sin antes sacudirse la nieve espesa de las botas.
Antes de entrar detrás de él, me abrió la puerta y apuntando a la antena más grande me dijo que esa era la única tecnología avanzada que tenía para mantener contacto conmigo. Hace casi un año, tuvimos problemas en la ventisca. La señal comenzó a verse interrumpida desde que bajaste a la caverna. Aquí, la máquina solo captó estática, pero la dejé encendida en caso de que recibiera señal de vuelta.- Nos metimos a la cabina y mientras se quitaba el abrigo, me ofreció té y galletas. Nos sentamos y por un breve momento hubo total silencio. Era raro que Yecko estuviera callado. En el último año que lo había tenido presente casi diario, no paraba de hablar de su trabajo y lo emocionado que estaba con el proyecto. Sus manos abrazaban la taza de té y sus pies casi juntos uno del otro, no paraban de marcar un ritmo en el suelo metálico del contenedor.
Sin más, dijo-Ven, te mostraré algo antes de que te vayas.- Lo seguí al cuarto de control y todo estaba en perfecto orden. Al fondo de la cabina, en un espacio en el que pareciera que ya no lo usaron porque no cabía nada, estaba un catre con una cobija y una almohada. La cama de Yecko.
Al parecer él, como yo, carecería de ciertos lujos durante la expedición.
Nos acercamos hacia el tablero principal donde tenía seis pantallas. Abarcaban casi toda la habitación. Estaban montadas sobre una estructura metálica, mostrando imágenes y videos diferentes en cada una de ellas. Las dos pantallas de la izquierda tenían imágenes de noticieros locales y redes sociales. Yecko también se encargaba de monitorear que nadie estuviera compartiendo información clasificada con los medios locales.
Al centro tenía dos pantallas. La superior mostraba un software que mide ritmo cardiaco, temperatura corporal y condición física en general. En la de abajo se dividía en pequeños recuadros donde había imágenes satelitales de condiciones climáticas y en las pantallas de la derecha se veía la calidad de la comunicación, grabaciones, comunicados internos y un mapa del terreno que yo atravesaría.
Yecko, es bastante impresionante todo lo que tienes aquí. Supongo que sí hemos recibido mucho apoyo de los patrocinadores.- Quería tocar algún botón para ver cómo funcionaba el sistema de comunicación pero cuando me acerqué demasiado al tablero, Yecko me golpeó la mano en el aire.
Sí, tienes razón, hemos recibido apoyo, pero no la suficiente. Mira, la última vez que perdimos comunicación creí que habías muerto. Todos lo creímos. De hecho, la instrucción directa era apagar todo tipo de comunicación e información que nos llevara contigo. Como te dije hace un momento, no desactivé la antena de comunicación en cuanto perdimos comunicación tú y yo.
Cuando pasó, dejé una grabación corriendo, que fue momentos antes de que bajaras. Seguías en la superficie. Ahora, quiero que entiendas esto… cuando yo repito la comunicación, Alberto y los demás se encuentran en otra cabina y muchas veces reciben la grabación tarde o solo por radio. En general, cuando ibas avanzando solo platicábamos de cosas triviales porque así lo quisiste.
Al bajar a la caverna, comenzaste a dar más detalles de lo que veías. Alberto, lógicamente, me pidió que transmitiera directo todo lo que decías o yo te decía. Al descender más, se cortó la comunicación, así que mandaron a un equipo a desinstalar todo lo que ves.- Yecko tomó aire y se acercó más a la pantalla de la derecha.- No podía creer que te dejaran morir así nomás sin escuchar, así que conecté el sistema a una computadora que había traído conmigo. En ella dejé corriendo el sistema y cuando los técnicos vinieron a desinstalar todo, se encontraron solo una pantalla apagada y desconectada.
Lo que escucharás a continuación es lo que se grabó cuando volviste a la superficie y la ventisca había acabado.
Yecko se puso de pie y sacó debajo de su catre una computadora bastante antigua. Abrió el monitor hacia él mismo y pulsó una tecla. Se escuchaba mucha estática entrecortada. Sin continuidad. Después de 5 minutos de ese sonido sin sentido, comencé a desesperarme y a punto de decirle a Yecko que lo parara, se escuchaba una respiración y golpes en la nieve. Me recargué en una mesa y escuché con atención.
El ruido era continuo. Se escuchaba como si estuviera rompiéndose vidrio. Mi respiración se aceleraba. Comenzaron a sonar gemidos y gritos de desesperación junto con golpes en la nieve. Después como si la misma escarcha callera sobre mi micrófono, se escuchó agua correr. Era mucha agua y sonido rasposo pero se empezó a desvanecer. Era muy poco lo que se escuchaba de aquella agua que Yecko detuvo el sonido. –Me parece que ahí habías penetrado en algún sitio que no teníamos mapeado. Por favor pon atención a lo siguiente y dime si recuerdas algo.- Me tranquilicé y me incliné hacia la computadora. Quería meter mi oído en ella.
Después de más golpes en lo que parecía ser nieve y mi respiración acelerada, se escuchó un vacío. Nada en absoluto por 3 minutos. Eventualmente se escucharon pisadas. Pasos lentos sobre lo que debía ser nieve. Como péndulo y con mucho ritmo. –De reojo vi la reacción de Yecko al escuchar las pisadas y una sonrisa se le dibujó en la cara.- Yo no tenía reacción alguna. La grabación continuaba. Después de varios pasos, un rugido seco pero muy ruidoso. Por como sonaba debió haber sido un animal y estuvo muy cerca de mi micrófono. Volvió la estática y posterior a eso mucho viento. Hubo unos minutos de silencio y solo ventisca. Cuando pensé que había terminado la grabación se escuchó un gemido. Muy bajito pero un gemido y algo que raspaba el micrófono. El sonido continuó por lo que parecía una eternidad pero mi mente estaba en blanco. No podía hablar y no sabía que decir o qué preguntar. La grabación volvió a su sonido de estática y fue cuando Yecko lo pausó.
-Eso es todo- dijo Yecko bajando el monitor y rápidamente volvió a guardar su computadora en una mochila debajo de su catre. -Estos minutos de la grabación solo los hemos escuchado ahora tú y yo… aunque creo que es la décima vez que la escucho pero aún no puedo descifrar cómo fue sucediendo todo, ni qué es eso que suena. Lo que sabemos es que cuando te encontramos estabas en una zona muy lejos de donde tenemos ubicados los restos del animal. ¿Recuerdas algo o se te hacen familiar los sonidos? Digo, es la primera vez que los escuchas pero a lo mejor activa algo en ti que recuerdes…-
Después de haberme quedado pasmado y sin habla pude decirle lo que había soñado en el hospital y aquí en el campamento. Los pocos recuerdos que tengo, pero no sirvió de mucho. Después de quedarnos en silencio y un clima de nervios en la cabina, decidimos salir a tomar aire y preparar mi equipaje para mi partida. Saldríamos esa misma tarde hacia Base 1 y tenía demasiado en qué pensar. Para empezar, estaría rodeado de seis personas de las cuales no conozco intención alguna.
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