Un espacio privado a donde ir a ver que cosas nuevas hay para recordarla, quererla, desearla, nunca olvidarla...
Don't wanna be here? Send us removal request.
Text
O la musa que encendió la creación
Hace muchos años, siglos tal vez, cuando en el mundo solo había un sueño de lo que sería, se sentaron las estrellas a deliberar sobre él –el niño enamorado de la musa–. Absurdo intentar describir el fulgor de ellas, las estrellas, fueron, más bien, todos los astros. La tierra, llena de mares y colinas, con valles plagados de cafetos y montañas con niebla, no podía existir solo con un sueño, tenía que existir un deseo.
El sol, suntuoso y egocéntrico, más gravitacional que el resto de los presentes - y sentado en la cabecera de la mesa, como le correspondía- habló con luz: existirá un niño de 12 años que preparado intentará soñar despierto y volver su sueño realidad. Tiene el poder del verbo y la sentencia del adjetivo, no necesita más. La luna, escondida en la región más oscura de la mesa, esgrimió una sentencia por su compasión femenina: No - dijo menguando un poco- aún no estará listo. No tiene centro como tú. Gira desordenadamente, creando caos, haciendo vida sin ton ni son. Las constelaciones más viejas, al unísono, asintieron, brincando entre las estelas de luz que dejaban varios cometas. Un nebulosa, sencilla y pequeña, sentada al lado del sol, preguntó: ¿Qué hacemos entonces? Si el jovencito no está listo, nadie podrá generar esa luz que hace falta. Su maravilla quedará vacía, exhausta, olvidada. Todos guardaron silencio. Parecían haber encontrado la primera falla en aquel universo paralelo reciente. Se veían las caras tratando de acertar una respuesta, a tiempo que ocultaban su sentir real sobre el niño. Se adelantó entonces una pequeña enana roja, casi extinta. En un tiempo, muchos millones de año atrás, fue más poderosa que el sol. De ella solo quedaba un rescoldo, un esbozo de luz que lograba espantar un poco la oscuridad abisal del infinito. Dijo con voz quebradiza: este niño ha hecho que yo vuelva a soñar con olas que empujen nuestra luz a los mares. Crea océano y lago. Palpita, como ninguno de nosotros puede hacerlo. Sangra, suda y llora. Si alguno de los aquí presentes puede emular eso, que tome su trono en este momento, que haga que la dueña del sueño lo haga abdicar. El universo entero guardó silencio. Comprendieron de pronto, sol, luna, estrellas y nebulosas, que el jovencito había sido creado para recibir la bendición infinita de la creación del sueño, pero había algo que olvidaban. Solo el, en su condición de imperfecto, de humano, podía erigir. Se apartaron entonces de la tierra, prometiendo sendos regalos para el muchacho: el sol iluminaría sus días con rayos dorados para cubrirle el mar de oro. La luna bañaría los cafetos por las noches, con su panza de plata, para que el en su indecible timidez no se enloqueciera soñando a la musa que haría el milagro de existir a su tiempo para inspirar el poder la luz que juntos crearían, para que pudiera seguir edificando aún en la oscuridad. Las estrellas harían constelaciones idílicas, para que el rey soñara con nuevos caminos, con nuevas formas de vida, con aventuras fantásticas. Las nebulosas se ocultaron un poco, prometiendo iluminar la ciencia de aquel ser que, rodeado de neblina y universo, sería el inventor de este nuevo firmamento. Solo una terrible y celosa supernova que lejos de la mesa callada buscaba la forma de opacar aquel concilio mandó una promesa de tristeza y de separación, un fauno torpe y diáfano sería el que visitaría a la usa y la espantaría del camino del joven impidiendo el regalo de la luz que tanto anhelaban los demás.
Fue un golpe que pronto se convirtió en zumbido. La corteza de los árboles y las rocas de los ríos se acomodaron, produciendo un sonido casi estruendoso. Algo había cambiado y sin darse cuenta su inocencia de niño había cambiado a la forma del hombre. Musas y reinas llenaron de pensamientos el espacio que le pertenecía al sueño, el deseo de encontrar a la hija de las constelaciones pronto fue perdiendo intensidad, sin embargo, siempre lo tenía presente. En el lecho lacustre más claro de mundo, donde no llegaba el ruido de los cantos del fauno, ni los vientos soplaban, ni el agua buscaba el vientre del mar, el rayo no iluminaba el horizonte con garras de acero o los árboles floreaban gestando su fruto, en fin, donde absolutamente nada ocurría sin que el niño lo quisiera, justo a la orilla del muelle, allí quedaba sin perderse el sueño y el deseo, incólumes y profundos, esperando el milagro de los astros, y lo sintió, de pronto años de espera e incertidumbre se detuvieron entre la aorta y la pleura llenándole las venas, insuflándole de vida y nervios la existencia. En ese momento volvieron a juntarse todos aquellos cuerpos celestes celebrando el latido por el que volvía a escucharse la vos de la musa inspirada. El sol sonrió y explicó paciente: “algo ha pasado que se ha ordenado bien el mundo, ha cobrado vida.”
Se adentró en el bosque de cedros soñando con el futuro. Sus pasos resonaron en el vientre de la tierra que, húmeda, intentaba asirlo con manos de barro. Sabía bien que la lluvia había cesado desde hacía horas, más el eco de las gotas que pendían de las hojas remedaban el diluvio reciente. Se sentía natural, liviano, como si acabara de nacer de entre las piernas de una estrella. Avanzó aferrándose a las cortezas empapadas hasta que no tuvo voluntad. Tomó asiento sobre el musgo que crecía cerca de unas raíces y suspiró con fuerza. Le pidió que hablaran, la musa de ojos grandes y luz en el vientre le pregunto por cosas tan banales que apenas eran una excusa del destino para volver a ponerlos frente a frente. Intentó mantener la compostura, pero el canto de sirena que profería, endulzó su mente y sus ganas haciéndolo perderse de nuevo entre le sueño y el deseo. Conforme pasaron los días el hombre recordó que fue niño y que de niño no tenía más que ojos para ella, y reconoció el poder de aquel mundo en agitación, aprendió a sentirlo y, a su vez, sentía con él. Intentó alcanzar al aliento que se perdía entre la muchedumbre de árboles. Estaba tan agitado que creyó que perdería la conciencia. Estos ataques ocurrían cada vez con más frecuencia en su compañía, en aquel edificio nuevo como en el camino al bosque del lago. Su respiración huía agitada por cualquier camino, el corazón se aceleraba a proporciones descomunales y el sudor brotaba falsificando al rocío en su piel. Tanta sensación terminaba por fatigarlo y, abatido, tomaba asiento para tratar de eludir la conmoción de su cuerpo. La luna le explicó el mundo de las emociones mientras menguaba, pero el enamorado no logró entender como tanta palabra podía explicar algo que, según él, solo ocurría en su interior. La noche lo alcanzó sentado con ella a la orilla del lago, confuso y presionando sus sienes para tratar de contener la vigilia de su mente inventó un juego para acercarse a ella con sigilo, un juego de dedos quizá. La oscuridad fue más penetrante de lo que el rey previó, la luna nueva dormitaba entre los brazos del sol y no iluminó el firmamento o sus dudas. Alterado, se sujetó de del malecón y lo apretó hasta que empezó a sentir cosquilleos en sus brazos, cerró los ojos buscando alguna respuesta en la oscuridad. Pretendía fundirse en su mundo para abandonar la incomodidad que le producía estar intranquilo. Delicado tomo la blanca mano entre las suyas, tan café como la corteza del cedro, y mientras estrujaba delicadamente aquellos dedos alcanzó a balbucear unas torpes instrucciones hasta que ella, cansada de siglos de espera le invitó a sentir la creación en sus labios, a perder los miedos contenidos y a dejarse llevar por la luz descomunal del universo que los había llevado hasta ese lugar en esa noche. Ella volteó la cara lo suficiente para atraerlo y juntos iluminaron las estrellas desde abajo. apareció un cúmulo estelar de aspecto globoso. Los millardos de estrellas ancianas lo vieron perplejas. ¿Por qué te enciendes bello joven?, preguntaron mientras refulgía pacientes. No entiendo que me pasa, dijo el hombre viejo que ya era, sin siquiera abrir los ojos o soltar a su musa. Dentro de mí estalla otro universo, toda gira obedeciendo la gravedad de un astro que desconozco y, para colmo, mi cuerpo se somete a la voluntad cambiante de estas sensaciones. La luna intentó explicarme hace poco, pero no logro entender como se resume esta intensidad con palabras. La estrella más antigua, quizá también la que poseía más gravedad, se acercó un poco y le dijo, suspira.
El primero de los suspiros vino con las mareas hubo vientos huracanados como suspiros en la estepa. La superficie del lago tembló delicada de emoción al sentirlos allí. Los seres espectaculares que eran a partir de allí exhalaron la noche. Los demás fueron suspiros breves, cotidianos, de despedida, como mujeres colgando la ropa en el lazo de la vida, cantaron versos para anticipar al futuro un calendario. Los suspiros más famosos serían los que vendrían, los de la cotidianeidad, los de las pieles encendidas juntas, los que dejaban las cuentas interminables de los lunares en la piel, fueron ciclones como abrazos nocturnos de cuerpos en el soplo del verbo amar una vez la tempestad -como suspiro-. el viejo le prometió aprender a tallar las estrellas en el límite de su cuerpo, mapa del retorno, invitándola a realizar la travesía del límite en el polvo estelar, viajando en el suspiro del fin, a inventar juntos la respiración el día del paraíso y a tener suspiros como parte de un tratado.
La tierra tembló un segundo, devolviendo el gesto con la aparición de un viento anabático que hizo girar la tierra y a la musa temblar, y lo invitó de regreso adentro temblando, fría como estaba luego de iluminar los cielos y el firmamento, sonriendo y con rojo en las mejías. El hombre tomó asiento de nuevo, con el alma saciada de paz. Entendió aquella noche que la tierra giraría eternamente, movida por los suspiros.
0 notes
Link
0 notes
Text
Dos tonos de rosa para soñar despierto
Colgando de una estrella, detenida de una cámara y de rosa vestida me robó el aliento y me hizo saltar las ganas, las risas, los nervios y las palabras desde el fondo del alma. Los ojos grandes solo fueron la puerta de entrada por donde nadando por sus pupilas pude sumergirme en su belleza sobria y delicada. Sin darme cuenta cómo me encontré recordando 30 años de historias sin escribir, de cuentos que se quedaron callados al ritmo de las canciones de Dávila o Lerner como le conté una vez. Del suelo y como emergiendo de un sueño de verano la vi subir por esas columnas jónicas que presagiaban el cielo arriba como un profeta mesiánico que promete el paraíso, me perdí imaginando que por un momento tenía permiso de disfrutar la belleza contenida entre esos negros pantalones apretados que apenas lograban esconder su indecible perfección. Sin querer vinieron a la mente la arena y el mar de fondo donde conocí a escondidas y gracias a alguien mas lo que con calcetas altas y falda larga siempre quiso esconder. De rosa la vi y me encantó. De su cuello largo y estilizado, salpicado por las pecas soñadas que nunca antes había visto, o no me había percatado, partido como el mar muerto al poder del báculo se dejó ver a lo lejos un espacio en el que podría decirse, confluyen el ying y el yang. Y esas pecas… Tenia razón, ella se conocía y me lo cantó. Su rostro entero era un poema. La sonrisa deliciosa y fresca me hizo solo fijarme mas en los labios delgados y delicados, suaves, rosa también. Sonreía y hacía que todo tuviera sentido. Y saberme regalado de la imagen me emocionó. Como podría decirle que era una mujer perfecta, soñada, una vida entera pensándola, viéndola tan esporádicamente que los encuentros en lo que me ignoraba dolían, como decirle que hoy mas que nunca podía robarse la mirada, el hambre, el deseo, la tristeza de cualquiera sin ofenderla ni que me dejara de hablar. Concluí que lo mejor era escribirle un mensaje sobrio: intento numero uno –hola Fabiola, es usted muy guapa y esa sonrisa suya es tan hermosa que podría perderme en ella, su figura me fascina y siento que decirlo sin decir que es una diosa romana en ropa deportiva sería un insulto a la delicia de sus formas–, no, quizá sea muy fuerte… intento numero dos –Fabiola, podría cerrar los ojos a partir e hoy y recordar cada línea recta, curva, esquina o centro de su cuerpo porque su imagen se ha quemado a fuego en mis retinas como ya lo sabe, sus labios rosaditos y delgados hacen que el mas parco sienta ganas de robarle un beso, y sus ojos sería lo más lindo que podría cerrar con un comentario en que chiveada no me dejara verlos…– definitivo tampoco. Diantres, ¿me espera a que le mande su mensaje, que hago? Ya sé, algo gracioso –Fabiola que barbaridad de mujer tan chula es, sabe que dice uno cuando la mira, ¡42 años y es tan así de guapa! ¿Que putas? –…jajá NO voy a ofenderla. Así las cosas me quede callado dos minutos pensándola hasta que me iluminó la mente y pensé que el mejor mensaje lo podría mandar con el corazón y el alma del niño enamorado de 13 años que la había conocido: fabi, perdone que nunca fui yo el que le dijo que me encantaba, siempre he pensado que es muy linda, no solo por lo bonita que es por fuera (que ahora a su edad parece que hubiera como fénix renovado todo su ser) sino porque siempre fue educada, correcta y dulce, porque su voz me enloquece y endulza los oídos y sabe qué? De rosa o de negro, de verde o de azul con puntos blancos usted es la mas bonita, nunca l olvide, y si cuando tenga más de 40 alguna vez me atrevo al fin a decirlo, no me deje colgando como ahora, hágame reír, compártame su cariño y déjeme que la siga admirando como ahora por siempre…. Y justo cuando estaba por mandarle el mensaje entró como tromba la magistrada a la oficina haciéndome saltar de susto, pareciera que me pudiera cachar en la mirada que el niño que enamorado soñaba con una niña de suéter cerrado y calcetas altas estaba allí y no el letrado al que le pedirían que salvara la tarde de nuevo, morí de vergüenza con las dos y me quede callado de dedos, no sabia que más decir, me habían robado el aliento y cortado la respiración los tonos rosados de sus labios…
0 notes