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estercorazonoteolvida · 22 days ago
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MEMORIA.
Tiempo y ocasión.
(Inspirado Ec. 9:11)
Érase una vez cuatro hermanitos gatunos, el mayor blanco y bigotón, llamado Rocko (alias ojitos de huevo) muy benevolente, la segunda nombrada Piper era café y muy gordita, quien a pesar de su carácter fuerte congeniaba muy bien con sus hermanos pequeños Vaquita y Kangurito.
Estos últimos dos hacían honor a sus nombres; la primera poseía manchas negras sobre un pelaje blanco como la nieve y ojos que reflejaban valentía, mientras que el segundo, debido a una malformación congénita caminaba mayormente sobre sus patitas traseras, tratando de levantar el pecho; sin que esto le significara un impedimento para ser muy juguetón.
Uno de tantos días, para combatir el ocio, acordaron poner a prueba sus habilidades de rapidez, voracidad, fuerza y capacidad de llamar la atención. Así pues, la primera prueba consistió en darle tres vueltas al patio, corriendo lo más rápido posible. En esta el ganador fue Rocko, gracias a su complexión y conocimiento sobre la pista de carrera.
Ante tal resultado, los tres hermanos restantes sintieron admiración pero también cierto recelo e incluso desaliento al no haber sido lo suficientemente rápidos. Sin embargo, no permitieron que ello influyera en el ánimo de competencia y continuaron con la siguiente prueba.
El segundo reto se basó en ver quién podía comer más atún en menor tiempo. Indiscutiblemente la ganadora fue Piper, debido a una marcada territorialidad que no permitía a los demás acercarse a comer siquiera -razón por la cual tenía sobrepeso-. Esta actitud desde luego que hacía enojar a sus hermanos, pero no pasaba a más debido a que por su memoria inmediata animal olvidaban el suceso a los treinta segundos de haber ocurrido.
La tercera prueba estribó en determinar quién tenía el maullido más fuerte; esta vez la que ganó fue Vaquita, ya que parecía cantar el Duetto buffo di due gatti de Rossini. Esto provocó que los hermanos se sintieran un poco decepcionados de la duración, entonación e intensidad de su propio maullido.
En la última prueba se propusieron averiguar quién recibía más cuidados de parte de los humanos si se hacían los muertos; resultó que quien más preocupó a sus cuidadores fue Kangurito, a quien creyeron atragantado.
Transcurrida una semana, no conformes con los resultados y convencidos de que había sido sólo suerte, volvieron a repetir las pruebas y oh sorpresa! Los marcadores fueron totalmente distintos.
Esta vez, en la prueba rápida ganó Piper, ya que Rocko tenía una astilla enterrada que le provocaba dolor al apoyar la patita. Pero esta astilla no le imposibilitaba comer, así que ahora Rocko ganó la prueba de comida.
En cuanto al maullido más fuerte ahora fue el de Kangurito, debido a que Vaquita tenía dolor de estómago; afección que le hizo ganar la última prueba al recibir mayores cuidados por parte de los humanos.
Así, lograron comprender que fallar en alguna prueba no significaba una carencia de habilidades o incapacidad, sino que tiempo y ocasión acontecen a todos, en virtud de lo cual estimaron innecesario compararse los unos con los otros, antes bien centrarse en sí mismos.
Sabiendo esto, dieron un paso hacia el amor propio, se amaron entre sí y se sintieron amados precisamente por sus peculiaridades, aquello que los hace únicos. Toda esa semana se sintieron muy motivados, con un estado de ánimo más apacible y tranquilo.
Fin.
Elaborado en: la ventana de mi habitación inicialmente y finalizado en las mesas entre el salón de clases y la cafetería, donde usualmente se encuentran los actores de este cuento. Gracias.
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estercorazonoteolvida · 3 months ago
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Mi experiencia Vipassana
Dhamma Makaranda - México
En resumen, para mí ha sido una experiencia extraordinaria, aunque pienso que tal vez no sea el ambiente más adecuado para aprender esta técnica de meditación si eres una persona en extremo hipocondríaca o que no está dispuesta a renunciar a ciertas comodidades (destacando el tolerar olores ajenos y propios, como sudor, gases y eructos).
De forma previa, quiero destacar que la intención de esta publicación es compartir lo vivido para que darte una idea, quizá del gasto en transporte, de cómo llegar -para no perderte como lo hice yo- y volver del centro de meditación, o bien una visión del curso en general.
Lo anterior, sin tratar de influir -como pretenden hacerlo ciertas publicaciones o videos que puedes encontrar en redes sociales- en la decisión de tomar algo que puede convertirse en un reto personal. Al respecto, creo que ni la experiencia de otros, ni la que voy a relatar, podría en nada definir la tuya si decidieras asistir, ya que cada curso es único. 
Desde las personas asistentes, las y los servidores, el o la maestra, las condiciones del clima, los medios de transporte, hasta el estado emocional, la disposición y disciplina propias, podrían hacer que percibas tu experiencia de cierta forma. Por ello, solo resta decir que si aún tienes dudas, no te preocupes, ya llegará el momento, y si te sientes movido a asistir, no lo dudes más!
Dicho esto, en caso de que pueda serte de ayuda, te compartiré también los costos de transporte, porque el curso es gratis, pero se financia a través de donaciones.
En primer término, los vuelos de ida y vuelta de mi ciudad de origen a la CDMX tuvieron un costo de $1,800 MXN, con el TUA incluido (los compré en un hot sale). Viajé únicamente con lo que llaman un artículo personal (mi mochila de la escuela y un cojín para meditar).
En la mochila empaqué una sábana, una toalla, dos outfits para frío, ropa interior y artículos de limpieza. No estaba permitido usar perfume o cosas que lo contuvieran durante el curso, por lo que solo llevé una pequeña muestra para mi regreso (como verán más adelante, no fue para el regreso y no alcanzó).
Estimé viajar ligero, es decir, no llevar más outfits porque en las indicaciones decía que el clima era frío y estaba lloviendo, además creí que no iba a sudar, error. Debido al trabajo que implican las meditaciones y a la desintoxicación del cuerpo por la dieta vegana, el olor del sudor puede variar un poco del que se está acostumbrado o quizá sea sólo la percepción, pues como he leído en otras publicaciones, los sentidos parecen intensificarse. 
En este punto, te aconsejaría llevar ropa para varios días, sobretodo si te importa lo que lleguen a decir de ti los demás. En lo personal, no es que a mí me importara, yo iba con la única intención de trabajar en mi mismo, no de agradar a alguien o hacer amigos; sin embargo, para no incomodar, opté por ducharme todos los días y lavar en seco mi sudadera en tiempos libres. Creo que lo manejé bien, el olor era soportable, la citronella del repelente ayudaba.
Otra cosa, pensé que los asistentes serían en su mayoría hippies, extranjeros o personas que no usaban desodorante por los parabenos, aluminio, etcétera, y ya iba mentalizado por la cuestión del olor. Equivocación. Había de todo un poco, pero desde mi perspectiva habían más whitexicans que personas sencillas. Mi roomie era todo un caso, él sí usaba perfume y cremas con olor, además de aromatizar su cama.
Día 0. Todo comenzó con mi llegada al Aeropuerto Benito Juárez de la CDMX la madrugada (01:00 a.m.) de un miércoles; en cuya tarde (14:00 a 16:00 p.m.) estaba programado el registro e inicio del curso en el centro de meditación Vipassana Dhamma Makaranda, en San Bartolo, Amanalco, Estado de México. 
Debido a que el metro de la CDMX comenzaba a operar a las 05:30 a.m. decidí tomar algo en los comedores del aeropuerto para esperar su apertura y así poder dirigirme a la terminal de autobuses en observatorio, esto de acuerdo a lo señalado en las indicaciones que proporciona la página de Vipassana.
Llegada la hora, salí de la terminal 1 del aeropuerto, caminé a mano izquierda e ingresé al metro por un costo de $5 MXN; me encontraba en la estación “Terminal aérea” línea amarilla, por lo que tomé el metro con dirección “Pantitlán”, estando ahí, tomé otro a la estación “Observatorio” línea rosa, que me llevo directo a la puerta de la terminal de autobuses observatorio.
Para las 7:00 a.m., ya estaba en la terminal, justo a tiempo para tomar el autobús hacia Valle de Bravo que salía a esa hora por un costo de $290 MXN; el viaje duró aproximadamente dos horas, alrededor de las 9:30 a.m. ya había llegado. Antes de salir de la terminal de Valle, compré por $33 MXN un pasaje a San Bartolo, con salida a las 12:40 p.m , había otra salida a las 13:40 p.m., que era la más conveniente pero no era seguro que saliera.
Mientras tanto, aproveché para desayunar y tomar algo en el parque central de Valle, conocer su iglesia, el lago, y algunas calles aledañas, caminando puesto que todo estaba muy cerca. Llegada la hora, abordé el autobús que me llevaría a San Bartolo, todo parecía indicar que iba a arribar a tiempo, pero sorpresa!, justo en la salida (el arco) el autobús se descompuso.
Las opciones que tenía eran: i) esperar a la siguiente salida o ii) pedir el reembolso y tomar un taxi colectivo. Decidí que iba a esperar a la siguiente salida, pues estaba comenzando a llover, además de que el taxi debía llenarse para poder partir. Así que esperé ahí hasta las 14:40 p.m. (sí, debí haber tomado el taxi). Para eso, ya estaba algo preocupado pues el registro había comenzando.
El siguiente autobús me recogió a las 15:00 p.m., y cerca de las 15:34 p.m. me bajó a orilla de carretera un poco antes de la calle que me llevaría hasta el centro (tenía pendiente de pasarme). Caminé un poco bajo una leve llovizna y llegué a una tienda, en la que una señora me confirmó que iba por buen camino.
Tenía 20 minutos para llegar, y de acuerdo con las indicaciones de la señora en comento tenía que subir y pasar un panteón -que no vi, ni al entrar, ni al salir- pero sin llegar a la iglesia, porque esto significaba que me había pasado y tenía que regresar. Entonces avancé conforme al camino que también llevaba a unas albercas, mientras caminaba iba pensando en qué persona se metería a nadar con semejante clima.
Así, llegué a una y griega donde encontré a una niña a la que pregunté sobre el centro. Me dijo que tenía que tomar el camino hacia arriba, le agradecí y continúe sin titubear pues era acorde a lo que me había dicho la señora. Sin embargo, me encontré de pronto en un camino de terracería que se iba haciendo estrecho y sin señalamiento alguno. Justo ahí el celular que llevaba conmigo se apagó. No había podido cargarlo.
Me asomé en una lomita en la que desde lo lejos vi casas, pero nada que se pareciera a los fotos del centro. Así que decidí seguir por la calle, pensando en que seguramente el centro estaba muy aislado y por eso no era visible. De repente, la calle se terminó y comenzó un sendero formado por las marcas de llantas, de lo que supuse eran cuatrimotos.
El sendero continuaba subiendo así que seguí adelante, rodeado únicamente de árboles. No me di cuenta que estaba perdido hasta que el sendero comenzó a ir cuesta abajo. No había de otra más que regresar. Entonces empecé a correr, se me había hecho tarde y me había perdido. Llegué de nuevo a la lomita y lo más viable que se me ocurrió fue ir a preguntar en alguna de esas casas visibles.
Atravesé el campo y al llegar a la calle vi frente a mí un letrero que decía Vipassana. Al fin, había llegado. Entré corriendo y pregunté si aún podía registrarme. Habían dos personas más bajando de su coche, así que caminé cerca de ellos, debíamos ser los últimos.
Pero no, llegaron muchas más personas después de mí. La bienvenida estaba programada par las 18:00 p.m., así que supongo todos llegamos a tiempo. En la recepción estaban dos jovenes, una chica y un chico, encargados de proporcionarte el formulario para hacer el registro y asignar una cama.
Al principio los servidores me parecieron demasiado serios, no sonreían, eso me hacía sentir extraño, como si no fuera bienvenido, luego entendí que es parte de sus convicciones y la formación del centro. En esencia, ser ecuánime, sin avidez ni aversión. Supongo que eso incluye no mostrar emociones.
Esa tarde dieron una plática introductoria, una cena vegana y comenzó el voto de silencio. Debido a mi personalidad, el voto de silencio no significó problema alguno. Durante los diez días no hablé, salvo en dos ocasiones. La primera cuando alguien trató de abrir la puerta del baño en que me encontraba, fue puro instinto. Y la segunda para agradecer a mi roomie por haber limpiado la habitación .
De cualquier forma, la regla era la distancia, casi todos se evitaban, incluso con la mirada. Lo que hacíamos mi roomie y yo era darnos espacio en las horas de descanso, a veces el se quedaba en la habitación y yo salía a caminar o viceversa. A veces los dos estábamos caminando, pero por caminos distintos y todo estaba bien.
Días 1, 2 y 3. En estos días el enfoque estaba en la respiración. A grandes rasgos la rutina era despertarse a las 4:30 a.m. para ir al salón a meditar dos horas, después de las cuales tocaba el desayuno. Luego de la meditación grupal o en la habitación, estaba la comida. 
Otra meditación de una o dos horas y se tomaba una merienda. Después de la cual no se comía nada, hasta el día siguiente. La meditación continuaba. Se escuchaba una grabación, seguido de una pequeña meditación que culminaba las 21:30 p.m., hora de ir a dormir.
Los primeros días el estómago nos rugía a todos, era algo un poco vergonzoso pues al estar en completo silencio se escuchaba todo, incluso si tragabas saliva, y los estornudos espantaban -sí, empezaron a haber personas con gripa, debido al clima-. En este punto, eran pocos los que se tiraban pedos o eructaban. Creo que al tercer día los organismos empezaron a acostumbrarse porque ya no había tantos ruidos, salvo por los estornudos.
Días 4, 5, 6, y 7. La rutina era la misma, pero el enfoque de las meditaciones ahora era identificar las sensaciones del cuerpo. Fue a partir del cuarto día cuando, ya entrados en confianza, comenzaron a haber lo que parecían competencias de pedos y eructos en las sesiones grupales. 
El olor a sudor nunca fue un problema, ya que al ser constante la nariz se acostumbraba y pasaba desapercibido, pero los pedos o eructos al surgir de un momento a otro, definitivamente desconcentraban, fuera por el olor o por el sonido. Algunos hasta se reían despacio y el maestro parecía molestarse pero solo se limitaba a mirar.
A causa de esto, gran parte de las sesiones grupales no pude concentrarme completamente, sentía que solo estaba perdiendo el tiempo, pensaba que podría haber meditado mejor estando en casa. Llegué a frustrarme y dejar de intentarlo. Cuando esto pasaba, me sentaba estático, con los ojos abiertos a esperar que terminara la sesión. Nunca me quejé, pues estaba consciente de estar en un lugar público.
Días 8 y  9. Para el día octavo, quería salir huyendo, no me pasó eso ni el segundo, ni el sexto día en que por lo regular quieres irte. Ya era insoportable para mi tener que soportar a la persona que estaba detrás mío, alguien de treinta y cinco a cuarenta años con sobrepeso. El día octavo no paró de tirarse pedos y eructar, llegué a pensar que lo hacía a propósito. Además respiraba como si hubiera terminado un maratón, jadeando.
Al inicio del curso nos indicaron que debíamos reducir la cantidad de alimento para facilitar la concentración y reducir el gasto de energía que implica para el cuerpo digerir los alimentos. Muchas veces vi a esa persona servirse alimentos como si estuviera en un buffet, de todo un poco en cantidades generosas y con lácteos. Traté de no juzgar pero era inevitable no verlo, porque todos nos servíamos en una fila.
Mi molestia principal radicaba en que parecía no ser consciente de que estaba perturbando a los demás. Si tan solo hubiera reducido la cantidad de alimentos o al menos no combinarlos, podría haber disminuido la cantidad de gases y sonidos que producía su digestión. Además de que llegó a invadir mi espacio personal, usaba una silla y ponía un cojín a mi espalda para poner sus pies. Una cosa incómoda.
Me pareció interesante que en una de las grabaciones finales, el maestro decía que había sido todo un logro haber soportado a nuestros compañeros y mencionó que los pedos y eructos debían ser producto de la ignorancia o de alguna enfermedad. A partir de ese momento, mi compañero de atrás, casi por arte de magia, se volvió silencioso. Si tan solo hubieran puesto esa grabación antes…
La negatividad que se generó por esta situación irradió hasta la convivencia con mi roomie -como les comenté antes, él usó perfume y cremas todo el tiempo, también aromatizaba su parte de la habitación-, quien para el día octavo se empezó a poner pesado conmigo, honestamente yo sabía que tenía un ligero olor a sudor y comida impregnado en la ropa, pero no era insoportable.
Para dormir, yo me ponía mi pijama y la ropa la colgaba para que se ventilara, la olía y no me parecía que oliera mal, pero cómo el usaba perfume era lógico que el olor a sudor de los demás resaltara. Ahora que lo pienso, no se si llegaron a llamarle la atención, pero sí me percaté que comenzaron a poner letreros que no debía usarse perfume.
Si me lo preguntan, a mi parecía demasiado infantil. En las noches de los días ocho y nueve se puso a patalear y llorar en su cama como un niño, creo que no durmió. Yo decidí ignorarlo porque sentía que iba a explotar y no quería que me salpicara. Además no podía hablarle. Ambos días se despertó como si nada. Y a mi nadie me dijo nada, digo alguna queja o algo. Siempre traté de no incomodar a alguien.
Día 10. El día diez se sintió especial, tenía tintes de libertad. La hora de despertarse, meditar y desayunar fue la misma, con la diferencia de que se nos darían nuevas indicaciones; entre ellas se encontraba la terminación del voto de silencio y reducción de las meditaciones. 
Una vez se pudo hablar, todos comenzaron a formar grupos. Yo que soy de pocos amigos, entablé conversación con una sola persona, a la que tan pronto como pude me atreví a preguntarle si yo apestaba (por lo que había pasado con el roomie) y me dijo que no.
No le conté de la situación con el roomie, sino hasta que salimos del centro. Lo curioso fue que el roomie me preguntó que si había sido bueno y yo para no generar conflicto y aplicar lo enseñado me limité asentir. Él, sin yo preguntárselo, me dijo que estaba agradecido que le hubiera tocado yo. Quién sabe si fue real.
Esa tarde hubo una charla sobre la culminación del curso y la designación de personas que al día siguiente tendrían que limpiar las zonas comunes, así como para organizar los rides. Acudimos nuevamente a una meditación grupal por la noche y mientras algunos se quedaron platicando hasta tarde, yo opté por ir a dormir, estaba realmente cansado.
Día 11. Al día siguiente, nos despertamos como de costumbre y asistimos a la última meditación grupal. Aquí ya se sentía el relajo en el ambiente. Había risitas tenues y cuando sonó el último cántico, todos suspiraron de alivio. Después de la despedida por parte del maestro, tocó ir a desayunar. Finalmente, algunos partieron y otros se quedaron a limpiar.
Luego de dejar una donación, en compañía de otros compañeros del curso, tomamos un camión hacia la CDMX a orilla de la carretera. El costo fue de $246 MXN, pero si me permites hacerte una recomendación regresa a Valle de Bravo y toma un camión directo que no sea vía Amanalco, pues está vía está llena de curvas, yo sentía que se me iban a salir las tripas por la boca, después de haber estado tanto tiempo estático.
Una vez en la CDMX tomé nuevamente el metro $5 MXN, pero esta vez me bajé en una estación con conexión al Zócalo, para pasar una noche en una habitación de hotel que había reservado. Al día siguiente, desayuné y tomé nuevamente el metro $5 MXN hacia el aeropuerto para volver a casa.
Por todo, estoy agradecido con la vida y conmigo mismo por haberme permitido asistir y culminar de forma favorable mi primer curso vipassana de diez días.
De esta experiencia rescato el aprendizaje sobre el cambio, la impermanencia y ecuanimidad (no sentir avidez o aversión), en primera instancia ante lo pedos, olores y actitudes; así como a sentir compasión por los demás y por uno mismo. Todos tenemos cuestiones que requieren ser sanadas.
Si asistes a este curso espero que te toque convivir con personas respetuosas, que puedan restringirse de los alimentos que les generan gases por lo menos diez días, que puedan aguantarse un momento a salir de la sala para tirarse todos los pedos que quieran, se tapen la boca para estornudar y sean conscientes de las limitaciones que impone el centro en una cuestión de comodidad.
Y si no es así, piensa en qué tal como lo dice la grabación del maestro, se trata de personas ignorantes o enfermas acreedoras de nuestra compasión. Tal vez en las próximas vacaciones vuelva para servir. Si eso pasa, estaré escribiendo mi experiencia aquí. Por último, si tú has asistido, no dudes de compartirme tu experiencia. Gracias por leer.
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estercorazonoteolvida · 4 months ago
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estercorazonoteolvida · 3 years ago
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