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Lucky I got what I wanted.
El hueón que me gusta me gusta hace varios años ya. Es un muchacho alto, de ojos grandes y nariz romana. Tenemos la misma edad, aunque él es algunos meses más joven que yo.
Nos conocimos hace un buen tiempo a través de personas en común. Fuimos compañeros de la universidad, mas no de carrera, y me gustó desde el primer momento en que lo vi. Sin embargo, desde ese primer momento supe que era una mala idea. No te puede gustar – me repetía yo en la cabeza – no te puede gustar, pues el hueón que me gusta no debió haberme gustado nunca.
Tenemos algunas cosas en común, más bien pocas. De hecho, tenemos tan pocas cosas en común que parecemos de planetas distintos. Quizás así sea. Por mucho tiempo, desde el día que lo conocí, nunca hablamos. Más bien nos hacíamos una seña con la cabeza si es que nos llegábamos a ver desde lejos. Yo no le caía muy bien; a las personas que nos presentaron, tampoco. Este hueón no te puede gustar – me repetía constantemente como un mantra.
Con el lento paso del tiempo, comenzamos a hablar un poco más. A mi se me agitaba el corazón cuando se me acercaba, como un adolescente infatuado. Puta que es lindo… pero no te puede gustar – me forzaba.
A veces él me coqueteaba. A veces se me insinuaba. A veces me ignoraba y me miraba desde lejos con displicencia. Solía persuadirme, entre caños y conversaciones. A veces, él se quedaba mirándome fijo y arrancaba la mirada cuando yo me sentía observado y me volteaba.
El hueón que me gusta no me puede gustar, porque aunque su modos digan otra cosa, él dice ser heterosexual. El hueón que me gusta no me puede gustar, porque él nunca va a aceptar que yo le gusto también.
Una vez, sin querer le dije que sus manos eran muy bonitas y me sonrojé tanto que tuve que esconderme de la vergüenza. Me gustaba tanto que tuve que dejar de mentirme y aceptarlo. Me gustaba, me gustaba mucho, como hace mucho no me gustaba nadie. A veces pensaba en cómo serían sus besos o cómo sería dormir con él. Si preferirá dormir de lado o de bruces. Otras, más subidas de tono, me imaginaba cómo se vería sin polera o en ropa interior.
El hueón que me gusta es escurridizo y un poco críptico. No dice nada, no expresa nada, no manifiesta nada. Es como un vidrio templado al que no puedes agarrar.
Recuerdo la primera vez que me contó de su familia, de su barrio, de los juguetes que heredó de su hermano mayor. Una día, por primera vez nos encontramos en una fiesta. Era primavera y fuimos los primeros en hacer un brindis en el jardín. Esa noche la pasamos juntos, hasta que se escabulló entre las luces de la pista de baile y se fue. Por meses, después de ese día no supe más de él.
A veces me preguntaba si en verdad me gustaba o es que estaba obsesionado; obsesionado con no poder quererlo. A veces me preguntaba por qué me gustaba tanto y enumeraba en mi cabeza, casi por memoria, todas las cosas que me gustaban de él: Lo rico que cocina, lo mucho que conoce del mundo, su alegría tan natural, las muecas que ponen cuando se enoja, sus abdominales tonificados, el culo increíble que tiene… Y éstas son sólo algunas cosas pues la lista es extensa.
El hueón que me gusta tiene un humor incomprensible, por lo menos para mí. Creo que nunca me ha hecho reír por completo, aunque él sí recuerda esa única vez que me vio reír más fuerte que nunca. El hueón que me gusta se da cuenta cuando cambio el perfume y me pide olerlo, distraído y casual en la mitad del pasillo, acercando su nariz a mi cuello.
Por meses no supe cómo estaba ni si se habría cortado el pelo o no. No tenía cómo saber si ya habría cambiado esa mochila roñosa y horrible que tenía o si se habría comprado finalmente ropa de su talla, en vez de usar esa otra ropa más grande para cubrirse del resto. No tenía cómo investigar en la profundidad de sus ojos grandes a ver si aún reflejaban un reflejo ajeno e inconexo, un reflejo que no es.
El hueón que me gusta es 10 veces más vanidoso de lo que asume, aunque no asume muchas cosas tampoco.
Sin saberlo, un día nos volvimos a encontrar. Me saludó con un beso y un abrazo. Parecía distinto, un poco mejor. A veces aún me intimida cuando me mira fijo, aunque eso tampoco sucede tanto. Sin procurarlo, un día nos volvimos a acercar.
El hueón que me gusta no sabe mucho de mí. Nunca pregunta nada, no indaga, no halla, no pierde tampoco. Una vez llegó a un carrete en mi casa; una amiga en común lo trajo. Fumamos, conversamos, nos reímos. Todas las personas que estaban en mi casa ese día sabían que él existía y ahora aparecía en escena en un giro más que imprevisto de la trama. Ese día terminó durmiendo siesta en mi cama antes de irse a la suya. No creo que sepa que no tengo un segundo nombre, no creo que se acuerde en qué mes estoy de cumpleaños.
El hueón que me gusta me llama Santiago, porque sabe que no me gusta Chago, pero en su teléfono me tiene guardado como Santi U, como si aún no tuviéramos más lazos que ese.
Lo conozco hace años y nunca le he visto una polola ni una andante. Nunca lo he escuchado hablar de una mina rica que se agarró en alguno de sus viajes por el continente. Una vez lo encontré en Grindr. No llevaba nombre ni descripción. En la foto aparecía él con el margen recortado al cuello, decapitado. Llevaba una polera blanca que le quedaba muy bonita y sus pantalones anchos típicos, unas tres tallas más grandes que él. Ahí supe que yo tenía razón, pero también supe que nadie podría saber. No, nunca, nadie.
Lo conozco hace años y nunca le he conocido a un pinche, ni mirar a otro hueón en la calle. Nunca lo he escuchado hablar del amor ni del desamor, ni del deseo, ni de la soledad.
Lo conozco hace años y nos volvimos amigos un poco y muy de a poco; con él siempre todo es tan dosificado. Ahora toca el timbre de mi casa sin avisar, ahora salimos solos y vamos a ferias y conciertos. Hemos pasado juntos el año nuevo bailando por las calles de Valparaíso; hemos pasado juntos la navidad, lejos de las familias de cada uno. Hemos pasado noches de brujas, cumpleaños, veranos e inviernos juntos, solos y acompañados. Cuando caminamos de noche, me deja tomarlo de brazo mientras conversamos avanzando lento. Cuando se hace tarde lo acompaño a tomar la micro, se despide con un beso en la mejilla y se va.
El hueón que me gusta nunca me demuestra cariño. No me abraza fuerte, no se alegra de verme, no me extraña cuando no estoy.
Una vez fui a un carrete en donde estaban todos menos él. Con una amiga nos quedamos afuera en el balcón tomando vino. No entiendo por qué no se deja de huevadas y se queda contigo. Se le nota tanto que te quiere como tú lo querís a él – dijo ella, serena y despreocupada, pillándome a mí desprevenido. Hasta ese momento, yo nunca había hablado de esto con nadie. No, nunca, nadie… pero ese día cedí.
Ese día me sentí menos loco, menos delirante. Igual de desesperanzado, pero al fin alguien venía desde el otro lado del espejo a relatarme lo que veía. Pensé tanto. Pensé y pensé, por qué no mandará todo a la mierda. Por qué no querrá salir de ese vidrio en el que vive. Recuerdo esa vez que me dijo que él no le podría hacer algo así a su mamá.
Hace no mucho tiempo fue el último carrete al que fuimos juntos. Era un domingo caluroso. Yo tenía muchas ganas de ir y me tomó un tiempo convencerlo. Filo con que sea domingo, decía yo. Filo con mañana. Vamos?
Vamos.
Y ni siquiera lo pasamos tan bien. No era muy bailable, aunque igual nos quedamos tomando piscolas hasta eso de las 2. Era la madrugada de un lunes cualquiera en Santiago de Chile. El puente de Pío Nono estaba vacío, el Parque Forestal también. Las calles tenían pocos autos. La noche estaba perfecta. Lo acompañé al paradero, y nos quedamos un rato ahí, esperando por el bus que nunca vino. Le ofrecí quedarse en mi casa; hay una habitación de invitados que podía usar. En la mañana se podía ir y alcanzaba a ir a su casa e irse a trabajar. Los dos trabajábamos a las 9.
Primero dijo que no, pero no pasaban buses. Ninguno de los dos tenía más efectivo para un taxi tampoco así que aceptó. Estábamos muy cansados, aunque sobrios y lúcidos. Llegamos arriba y mientras yo habría las ventanas, él ya se había metido en mi cama.
Yo quedé un poco atónito, pero claro, no dije nada. Me di un par de vueltas, me cepillé los dientes, me saqué la ropa y me acosté. Y ahí estábamos los dos, por primera vez así de solos, casi desnudos, mirando el techo. Yo no entendía nada, pero entre piscolas y calor, nos quedamos dormidos al poco rato. Nos quedamos dormidos así, mirando el techo, sin tapar mucho.
Al rato desperté y aún era de noche. Yo estaba durmiendo de lado, abrazado de su guata por debajo de su polera. Con mi brazo en su cintura sentía su erección no-tan-matutina. Él parecía dormir mientras yo no pude volver a conciliar el sueño. Qué raro mirarlo tan de cerca. Cómo se movía el aire que respiraba, como era el contorno de sus ojos con sus párpados cerrados.
Se notaba que él también estaba despierto, aunque seguía con los ojos cerrados. Mi corazón latía fuerte, entre nervios, dudas y desdén. De pronto se cortó el aire cuando trajo su mano y puso la mía sobre su erección. Y ahí estaba yo, agarrándole el pico al hueón que me gusta, en mi cama, un lunes en la madrugada. Luego vinieron los besos en el cuello que le di y el resto de su ropa que tiré al suelo. Con nervios seguí recorriendo los surcos y contornos de su cuerpo, que por primera vez en años, parecían haber bajado la guardia. Por la forma en que él recorría el mío con sus manos, se notaba que no era la primera vez que le agarraba el pico a otro hueón tampoco. Y ahí estaba yo, con el hueón que me gusta en pelotas en mi cama, en una madrugada calurosa.
El hueón que me gusta me dejó agarrarle y chuparle el pico, darle besos en el cuello, en la tetillas y en los huesos de la cadera, pero él no me dio ningún beso a mi. Ni en el cuello, ni en la boca. Cuando mis labios tocaron lo de él, corrió la cara y me dijo – sin besos, sin besos – preocupado, como si fuera alérgico.
Tampoco hubo penetración. No me culió ni me dejó culiarlo. Estuvimos a punto, pero creí, en el frenesí de ese momento, que sería mejor que no. Me sentí tan sucio cuando rechazó mis besos. Me sentí transgredido, me sentí frágil, me sentí consumido.
Ya acabemos – me dijo, cuando ya había empezado a aclarar. Él acabó primero, cuando yo estaba arriba de él. Cuando se incorporó después del orgasmo, me pidió por favor que yo no acabara arriba de él, así que me quedé de vuelta mirando el techo y acabé arriba mío. Qué calor hacía esa noche.
Me levanté a buscar papel para que nos limpiáramos y me volví a recostar. Y ahí estaba yo, con el hueón que me gusta, en pelotas, mirando el techo, quasi post coitus. Tan asqueado como dañado. Ahora ya sabía cómo era dormir con él.
Intenté pretender que estaba todo bien. Entre risas, le pregunté que qué le pasaba – no me diste ningún beso – le hablé mirando al techo. Nada, no me gustan no más – dijo él sin mirar.
Volvimos a dormir un rato. Nos bañamos por separado, le pasé una polera y un par de mis calzoncillos favoritos limpios que, hasta ahora, nunca me devolvió. Me acompañó a comprar desayuno y tomamos la misma micro en dirección a la cordillera. En el camino, todo parecía normal, un lunes como cualquier otro.
Por días hablamos y nos vimos sin que hubiese algo raro, pero con el tiempo todo se fue distorsionando. Nunca volvimos a hablar del tema, por su puesto, pero además de eso no hubo mayor desenlace que la distancia y el desapego. Ya no carreteamos juntos, ya no caminamos del brazo. En muy pocas ocasiones se me acerca a hablar y cada vez es con más desprecio.
El hueón que me gusta no es más que eso, un hueón. Un hueón de casi 30 años con miedo de ser quién es.
No importa cuan sincero, obseso, obtuso y caprichoso el amor de uno pueda ser, siempre habrá una última vuelta de tuerca que cambia todo. No importa cuan sincero sea el amor de uno, porque eso nunca es mérito. No importa cuan sincero sea el amor de uno, que aunque parezca correcto o correspondido, te obliga a tragarte la sinceridad del corazón y te lleva a la asfixia. ¿Qué es un amor correspondido?
Después de años me veo hoy enfrentado a tener que asfixiar el amor etéreo y sincero que siento por alguien porque es violento, tormento y agraz. Porque no importa cuanto desee que exista, no existirá. Porque no importa cuan real sea nunca lo será en realidad.
Después de años, logré eliminar todas las distancias que habían entre el hueón que me gusta y yo. Siento que traspasé vallas que pensé era incapaz de saltar. Me quedé sin aliento, sin sudor, sin fuerzas y sin corazón, pero supongo que encontré algunas de las respuestas que procuraba encontrar, sólo para quedarme con más incertidumbre de la que tenía al principio.
La historia tuvo que terminar así para finalmente abrir los ojos y darme cuenta que el hueón que me gusta no me quiere tanto, que tiene más miedo del que yo creía y que no importa cuánto yo lo intente, no depende de mi… que esta realidad no va a cambiar, y eso que ahora ya sabía cómo era dormir con él.
Lucky I got what I wanted.
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Lo normal, la ofensa y la justificación.
Creo que hay muy pocas cosas que me ofenden. Creo que es muy bueno procurar ir por la vida sin tomar en cuenta a la gente negativa principalmente, como ya lo he mencionado, pero también sin pescar aquello que nos llega de igual forma al corazoncito.
De allí viene no pescar a esa muchacha que el otro día me trató de ridículo por tener este blog para escribir. Qué sentido tiene, preguntaba ella. Yo le dije que no entendía por qué era ridículo, apostando a que su elección de vocabulario hubiese sido errónea, pero ella sin más dijo que – sí po, es ridículo; picao a blogger, jaja.
Filo, no pescar y ya. Y así muchas otras cosas como lo que dijo la muchacha, que podrían ser meras opiniones bien vertidas pero son expresadas como juicios injustificados, ocurren todo el tiempo. Que eres huevón por comer esto y no lo otro, que erís súper gay por escuchar tal música o ponerte tal ropa, que qué asco que te guste esa banda o qué pésima elección de medio de transporte es ir en micro y no en metro. Son huevadas, y tal como a la gente huevona, hay que pasarlas por alto. Sin contar que cuando estas opiniones vienen de amigos no dejan de ser súper penca.
Sin embargo, hay algunas cosas que mis formaciones valóricas, personales, civiles, educacionales y humanas por sobre todo, me hacen detestar al universo y no puedo dejarlas pasar.
Hace algunos días me hallaba yo en una conversación con un grupo de personas. Era una conversación un poco forzada, a ratos caprichosa, pero iba con ritmo. Disculpen la falta de contexto. Mientras una de las personas hablaba sobre la diversidad de parejas hetero y homosexuales, otra citó a un ausente diciendo que si bien debe haber diversidad, debe predominar lo normal.
Y boom.
Sin ni siquiera pensarlo un segundo, interrumpí súbito en voz alta – ¿normal? – y todos reímos. Y claro, me reí, porque en el 2017 y siendo yo, a mis quasiquasi 30, uno de los miembros más jóvenes de la mesa, me pareció tan ridículo como irrisorio llamar normal a la heterosexualidad. Habíamos dos gays presentes y, entre más risas, rematamos discutiendo sobre lo poco normal que éramos.
Lo peor vino después, cuando otro participante, con historial homofóbico, justificando al citado ausente, dijo que lo que éste había querido decir era sobre otra normalidad.
Boom again.
Pero ahí ya no me reí más. De hecho, mejor me quedé callado y seguimos la conversación.
Usualmente cuando me enfrento a un homofóbico, lo dejo ser. Y lo dejo ser porque usualmente, mientras expresan su homofobia expresan su intelecto limitado, y qué pena. Pero una vez más, es más triste enfrentarse a personas cercanas o conocidas, a quienes uno les puede atribuir mucho valor – profesional, creativo, humano – pero que en verdad son una basura.
Esto lo dejé pasar por las circunstancias en las que estaba así que no pude si no meditar sobre la situación hasta la tarde de ese día, y no pude dejar de detenerme en la ofensa y la justificación.
La ofensa es un sentimiento directamente unido a la humillación – un acto – y al insulto – una palabra –. Desafortunado es que todos estos conceptos son más bien escurridizos y son muy difíciles de interpretar porque están sujetos a convencionalismos sociales y culturales. La humillación, por su parte, tiene muchas acepciones en el diccionario. La pronominal es de la que estamos hablando aquí: Dicho de una persona: Pasar por una situación en la que su dignidad sufra algún menoscabo.
Sin duda, de estas descripciones y de nuestra cosmovisión de la vida podemos inferir que tanto la ofensa como la humillación son algo negativo. ¿Pero qué pasa en sociedades como la nuestra? Se les baja el perfil a estos actos con la justificación que es bullying amistoso, algo muy chileno, y con que el sujeto ofendido es muy grave y se toma las cosas mal, demasiado a pecho. Son bromas, dicen los que ofenden como si fuera un atenuante. Y esto cuenta no sólo para los insultos homofóbicos, si no que aplica para todos los demás. Es casi mal visto ofenderse en vez de que sea mal visto ofender.
El asunto pasó y nadie más dijo nada, pero yo me quedé con la bala pasada, hundida. Es inevitable ofenderse cuando alguien habla sobre la normalidad, refiriéndose a la heterosexualidad. Peor aún es cuando subsecuentemente alguien lo justifica. Es inevitable ofenderse cuando los homofóbicos hablan con superioridad y defienden a la heteronorma, evidenciando cómo el resto del tiempo sólo ocultan su homofobia.
Me causa tristeza y un poco de gracia que en este ejemplo la justificación haya sido que se hablaba de otra normalidad, como si me estuviera diciendo que a los que se están discriminando es a otros gays. Me causa tristeza que los heterosexuales comunes tampoco digan nada, porque no tienen idea lo que se siente ser juzgado por con quien uno se acuesta. Me llama la atención aquellos heterosexuales que no tienen amigos ni cercanos gays porque se quedan ahí perplejos, con carená, como si no pudieran empatizar con la ofensa ni el juicio ni la discriminación. Me da impotencia vivir inmerso en una sociedad tan llena de trancas y comportamientos sociópatas, estancada, podrida.
¿Y qué saco escribiendo esto? No mucho; me quedo picao a blogger. No hay mucho que hacer detrás de las palabras más que intentar educar – un poco – a las personas a respetarse.
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La Búsqueda del Entusiasmo
Cuando cumplí 25 me vino un alcachofazo muy heavy y propio de la edad. Siempre he sido muy autoreflexivo y no encontré nada mejor que ir a pasar mi cumpleaños perdido en los bosques del sur de Chile.
Entre las tantas meditaciones y evaluaciones que hice, fue cuando cumplí 25 que decidí que necesitaba hacer algún tipo de limpieza en mi vida, principalmente de la gente que me rodeaba. Y es que ha sido inevitable a lo largo de mi existencia no sentirme un poco incómodo de cuando en vez con las personalidades de mis amigos y conocidos y cuando pasa eso, pah, uno cacha que la cosa ya no da para más. Bueno, eso lo descubrí a los 25 recién, jaja.
Así que de allí en adelante fui de apoco arrancando de raíz a quienes me parecía que aportaban más bien negativamente que otra cosa. A veces peco de drástico, pero creo que no hay muchas otras formas de hacerlo y para qué mentirse a sí mismo, si uno cacha re bien cuando la gente a tu alrededor es tóxica, así que chao no más.
Me parece que este episodio fue y ha sido uno de los más cruciales en mi paso a la adultez y me parece también que fue extrañamente fácil. Borrón y cuenta nueva decía la teleserie esa del TVN.
Sin embargo, como todo en la vida, este alcachofazo venía con efectos secundarios. Demás que es común que uno tenga la epifanía de necesitar amigos nuevos de puro aburrimiento y rutinas cíclicas-viciosas, pero cuando uno va creciendo y contorneando más y mejor la propia personalidad de pronto te das cuenta que hay que empezar de cero como sea. Demás que hay personas a las que no les pasa y que siguen siendo amigos de sus amigos del colegio por siempre y esas cosas, pero el mío no era el caso. La cantidad de amigos que he conservado desde la niñez o adolescencia es mínima, aunque tampoco es que tenga tantos amigos realmente.
La personalidad es algo que tiene un millón de factores distintos en su contrucción y aunque uno entienda los fundamentos y ejecuciones del psicoanálisis no siempre las personalidades son fáciles de describir ni desenredar.
Hace no mucho, estábamos conversando con una amiga mía sobre el entusiasmo como un rasgo determinante de aquellas personalidades de las que deberíamos rodearnos – ella y yo, quizás, no todos-nosotros-personas necesariamente – y sobre cómo deberíamos filtrar un poco y quedarnos tan sólo con los entusiastas, que consensuamos sería lo mejor. Volveré a este punto en un momento, pero no pude evitar pensar en los otros rasgos y en la convención para definirlos y categorizarlos.
Gordon Allport (1897 – 1967) fue un psicólogo gringo que se pasó por la raja el psicoanálisis y otras formas de estudiar las personalidades porque encontraba que estaban desenfocadas, así que inventó la suya propia.
En términos simples, según Allport la personalidad es lo que determina el comportamiento y el pensamiento característicos de una persona.
Suena fácil, pero de fácil, zero. Allport se dedicó a buscar todas las palabras del diccionario que describieran personalidades y encontró la módica suma de dieciochomil, principalmente pares de antónimos. Luego las filtró a 4500 y formuló una teoría sobre razgos de personalidad que separaba estos términos en 3 grupos: los razgos cardinales, que son los que dominan y forman el comportamiento; como las pasiones y las obsesiones de uno, los razgos centrales, que son características generales que se pueden encontrar en distintos grados en todas las personas, como la honestidad; y por último, los razgos secundarios que son caracteristicas que sólo son evidentes en ciertas circunstancias, como gustos especificos que podrían conocer nuestros amigos cercanos, y que son piezas que completan la compleja figura humana.
Finalmente, Allport pensaba que elementos tanto internos como externos influyen en la construcción de la personalidad y el comportamiento humano y los llamó genotipos y fenotipos, respectivamente. Todo esto en 1936.
En el 40, proponiéndose mejorar esta lista, Raymond Cattell (1905–1998) quitó todos los sinónimos y redujo los conceptos a 171, diferenciandose de Allport mencionando que indistintamente si un rasgo está presente o no, lo importante es el grado en el que está efectivamente presente en cada individuo.
Como Cattell hizo con la teoría de Allport, otros psicólogos y teoristas continuaron con la investigación y especificación del comportamiento humano hasta que llegamos al presente – sí, me salté como 60 años de una – en donde la teoría más aceptada es el modelo de cinco factores (FFM, en inglés). No es la principal porque hay estudios que se hacen en base a otros marcos teóricos y el Five Factor Model está basado en una hipótesis léxica, es decir términos calificativos comunes son agrupados según un análisis de factores y no en pruebas con humanos.
En nuestros días, la personalidad está definida como: un grupo de características dinámicas y organizadas poseídas por una persona que influencia de forma única sus ambientes, cogniciones, emociones, motivaciones y comportamientos en distintas situaciones. Personalindad, del latin persona, que significa máscara.
Y, los cinco grandes rasgos se denominan de la siguiente manera:
Factor O (Openness): Apertura a nuevas experiencias, Factor C (Conscientiousness): Responsabilidad o escrupulosidad, según el diccionario, Factor E (Extraversion): Extroversión, Factor A (Agreeableness): Amabilidad, y Factor N (Neuroticism): Inestabilidad emocional.
Sí, OCEAN. Y cada uno de estos factores tiene un conjunto más específico de razgos, así como el factor E incluye cualidades como la sociabilidad, la búsqueda de emociones o las emociones positivas. Es algo así como la teoría de las islas en esa película de Pixar, Intensamente, pero distinto, jaja.
Y el entusiasmo nunca supe dónde ubicarlo bien. El antónimo de entusiasmo es desinterés, apatía o frialdad, pero siento que esas cualidades son mucho más terribles que lo bueno del entusiasmo. Si son extremos de una balanza, la balanza cae más por el peso del impasible que el del entusiasta.
Entonces por qué no tengo más amigos entusiastas? Soy acaso yo mismo un entusiasta? Dónde reside el entusiasmo? Pues creo que el ser serio, introvertido o callado no hace del sujeto alguien desinteresado, apático o frío. O por lo menos no del todo.
Es entonces el entusiasmo una sola cosa? No dependerá entonces de la conjugación de nuestros entusiamos lo que importa al final? No será que algunos tienen que estar juntos y otros separados, no más?
He estado pensando en las resoluciones de año nuevo que el mundo suele hacer, y quizás una de las mías podría ser rodearme de gente más entusiasta, gente apañadora, motivada. Esos que apañan a ir a bailar un miércoles y que nunca abandonan por una eterna última piscola. Gente que te apoya cuando estás poniéndole todas las ganas a un propósito y que te mira a la cara y te dice la firme cuando te estás equivocando. Gente que no teme a enfrentar a otros, gente que no teme decir ni demostrar lo que siente.
Aunque quizás la fórmula es sólo repeler a la gente tóxica no más y fin. Filtrar. Evaluar. Dar vuelta la página… como quieran ustedes llamarle.
#amistad#entusiasmo#buena onda#amigos#psicología#teoría#teorías#personalidad#psicoanalisis#pixar#intensamente#inside out
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Génesis
Supongo que para empezar algo como un blog, hay que excusarse diciendo por qué uno está aquí. Es como llegar de paracaidista a un carrete y no tener una coartada lista por si alguien pregunta quién eres y qué haces allí.
Llegar al mundo de los blogs me da(ba) susto porque entre las web-revistas y los content-creators y los fashion-bloggers y todos los términos que se puedan asociar a escribir una hueá en internet tiene tanto trasfondo posero que tengo la sensación que los blogs ya no son de gente que quiere escribir una hueá que se le ocurrió y quiere comentar con alguien y fin.
Veremos.
Como habrán notado por mi elegante y elaborado vocabulario soy de Chile, un país 70% bacán en donde hablamos como el hoyo.
Me llamo Santiago, tengo casi casi 30 y para peor, llevo el nombre de la ciudad donde vivo. Supongo que porque mi vieja no tenía más imaginación y cuando fue al Registro Civil fue la primera tontera que se le vino a la cabeza. Igual me gusta mi nombre, pero tiene unos diminutivos asquerosos, aunque nunca me he logrado decidir cuál es peor: Santi o Chago, jaja. Ojalá algún tocayo alguna vez me lea y me de su opinión. No conozco a muchos Santiagos en Santiago – y no es chiste.
Decidí abrir este blog después de escribir muchos monólogos y soliloquios en papel tratando de decir lo que pensaba. Bueno, lográndolo de cualquier forma, pero al releer lo que escribía siempre me queda(ba) la sensación de vacío igual. Porque no llegaba a ningún lado después de escribirlo o porque aunque fuese una vía de echar afuera, la huea igual queda(ba) entre nos – yo y lo que sea que esté en mi cabeza.
Decidí abrir este blog después de tener muchas conversaciones en el espejo. En el espejo de mi pieza, en el del baño, en el de la pega. En el del quitasol de los asientos de copiloto de los autos. En mis reflejos sobre el metal, en los vidrios de los edificios en la calle. Un día alguien me dijo que ese rollo con los espejos, y de conversarse a uno mismo con ellos, era menos raro de lo que yo estaba pensando y que debería explorarlo un poco más.
Decidí abrir este blog después de que sin siquiera buscarlo, encontré otro blog en la internet, en esta misma plataforma del Tumblr, de alguien que hablaba solo, retórica y literalmente, y ahí me dije a mi mismo: ya hueón, estai dao. Y aquí estoy, dao… entregao quizás.
Y por favor no crean, amigos del internet, que no tengo amigos en la vida real con quienes conversar, pero en esta era en donde los mileniales, grupo del que se supone soy parte, destacan por su avidez en la tecnología, las redes sociales, la creación de contenido y todas esas cosas a las que el siglo XXI ha hecho que nos adaptemos – como el tumblr o los blogs, sin ir más lejos – son las personas menos empaticas que el siglo XXI pudo inventar. Hay cierto síndrome de Peter Pan que está muy presente en personas de mi edad y otras edades cercanas que no logro desenredar tan bien pero que me choca de frente, bien violento, y que en los últimos años me ha hecho abstraerme un poco de los grupos sociales y refugiarme más en otras hueás, como en Sartre, Sontag, Derrida, la marihuana y las piscolas.
Y entre vuelta y vuelta y ensayo y ensayo llegué a pensar que sería entretenido escribir aquí sobre lo bueno y lo malo, sobre algunas apreciaciones de lo que pasa a mi alrededor, de los humanos contemporáneos de Santiago de Chile, sobre las canciones que suenan en la radio y en mi cabeza. Sobre mis reflejos, los espejos, los diarios y los otros.
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