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De vez en cuando y de cuando en vez, caminaba yo sobre la arena, o mejor, sobre el polvo, que marcaba el camino de los andenes en Ciénaga, impresionado por el cara y sello que significaba el asfalto que divide ese pueblo. De un lado, mucho de la arquitectura republicana bien adornaba el “lado de los ricos”, mientras que del otro, ya era el barro el que terminaba de darle forma a las paredes de las casas en el “lado de los pobres”. Para colmo de males, dividieron igual el cementerio.
Pero bueno, habiendo llegado a mi destino después de intentar resguardarme bajo la sombra de los pocos almendros, recuerdo cuando caminaba yo, por esas baldosas de casa vieja que tocaba trapear como 3 veces al día pa’ despercudirles aquel polvo que no se separa de la pobreza.
Ahí, donde mi abuela, podía desayunar de aquellos fritos miniatura que costaban apenas 200 pesos, con un buen café con leche hirviendo y el inmondable café con pan.
Recuerdo yo, terminar ese manjar, para dar las gracias a esa vieja linda, que me servía aquel café de último entre sus nietos, porque me daba vasca frío.
Lo recuerdo, mientras me tomo uno parecido, pero ya no tierroso -como dice mi ma’e al café barato-, sino molido, de origen, más elaborado y sobre 3000 mts al nivel del mar, sin turno que esperar… pero nunca mejor, porque al fin y al cabo, este no tiene el hermoso ingrediente jamás comprable, que era aquella frase mágica de la barista y autora con el nombre de Ediltrudis que pregonaba «espera de último Danielito, pa dartelo como a ti te gusta, hirviendo», esa misma que tuvo 8 hijos, una de las cuales me parió a mí y a mis dos hermanos.
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¿Estamos locos? Mi abuelo -Opas-, decía en su basta experiencia del campo, que todos teníamos un grado de locura. Hoy, mientras más viejo me pongo, menos entiendo a la gente, supongo que por la misma razón que Opas decía aquello. Claro, es que nadie queda del todo cuerdo en este trasegar de vida.
De lo único que puedo estar seguro, es que, si de loco me diagnosticaran, tú serías mi locura.
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Bienaventurado el aventurero, que del camino seguro, prefirió subir con riesgo a una montaña atiborrada de espinas, donde alcanzó la mejor vista para admirar y disfrutar el colorido atardecer del instante de la vida.. encima de una nube que, allá abajo, donde transitó, no había forma de dispersar. Claro… hubo raspones, pero mucho valió la pena ese final.
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Es difícil luchar con el ansioso subconsciente fatalista que a veces nos persigue de madrugada. Se alimenta de los involuntarios recuerdos de un hecho fatal.
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Si alguna vez volvemos a la vida en otro ser, sin tiempo a considerar, quisiera ser el padre de mi madre, para permitirme cumplir los sueños, que ella a mí me abrió y que la vida, a ella no.
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Era un atardecer hermoso desde la azotea e intentó capturar el momento, pero fue aquel viento, el que lo capturó. Se lo llevó a otro instante, a otro tiempo. Allí quedó conectado involuntariamente por “un par de minutos”, que se esfumaron cuando el calor de la media noche, le recordó sus menesteres.
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No hay sentido en el tener, si no hay con quienes compartir.
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De niño, recuerdo de vez en cuando acercarme a abrir el closet de mis padres para jugar. Al fondo, siempre relucía un color negro en paño, extraño ante las demás prendas de tono caribe.
De adolescente, comprendí que era un traje. Era el único que el viejo poseía para las pocas ocasiones que debió ascender hasta la capital a desenfundar las espadas de nuestra noble labor del derecho.
Aquel traje entonces, poco usado, era para mí una armadura únicamente desempolvada en las grandes batallas, hasta que por designios divinos, el guerrero fue llamado a servir en la patria celestial.
Hoy miro atrás y puedo decir, que a aquel guerrero, le sucedió uno con suficiente determinación para ascender a la capital, pero no con armaduras ocasionales. Estaba destinado a las grandes cosas que permitió la existencia y astucia de su predecesor.
«No soy general, pero sí juez. Vengo con la venia bendita de Temis a hacer justicia. El Ius Naturale es mi espada y el Ius Positivismo, mi escudo. No importo yo, importa el servicio». Esas, serían mis palabras de iniciación, si mi labor fuera contada en un cuento de la época grecorromana.
Ahora, corresponde cumplir la misión.
¡No les fallaré!
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La aflicción del cuerpo, destapa la inquebrantable gracia de la vida. Recuerdas que, además de todo, eres nada. Incluso simplifica.
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Hay una intriga incontrolable en lo desconocido, pero percibido. Ahí está, mucho o poco, pero siempre está. Abstracto, pero tuyo, tal vez para siempre.
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No hay nada más nostálgico que el delicado silencio de la noche.
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Sin salud, la mente y el cuerpo no funcionan bien. Cuídate, no te destruyas.
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Leo anécdotas de altos deportistas y encuentro muchas historias en que los padres pasaron a otra vida, antes de verlos triunfar. En mi caso, supongo que hasta ahora te he cumplido viejo, prometí darlo todo y aquí estoy, en la selección colombia del derecho, la Corte Suprema de Justicia. La tarea será ahora mantenerse y llegar al siguiente nivel. Te recuerdo con mucho amor, ese es mi impulso. Saludos arriba!
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La ironía persigue a los osados sin brújula, pues caminan en medio de decisiones de las que fácilmente se arrepienten para luego, voltear la mirada donde, irónicamente, ya no hay ojos, sino espaldas.
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