Tumgik
anavictoriagarcia · 6 years
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Nubes
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El automóvil iba a sesenta, porque la transmisión ya no daba para más.
La carretera estaba finalmente libre; se habían quedado atrás los edificios, los espectaculares, los fraccionamientos uniformados con casas de interés social. Atrás. la hidra metropolitana que se extiende como un charco de mugre. Enfrente, muy enfrente, el pueblo que pronto será colonia. Pero en este único tramo todavía tenemos el derecho a ganar la carrera, aprovechar una burbuja de cielo azul y nubes blancas.
Las nubes blancas, monstruos monumentales y cegadores, suaves como para robarles un pedazo y limpios como para dejarles las marcas grises de tus dedos.
El ojo se las quiere tragar a sorbos, las quiere consumir con egoísmo hasta que no queden más, sacarlas del cielo para deshidratarlas entre las hojas del cuaderno y tenerlas, para siempre, para uno. Pero es eso lo más importante: la nube es para todos. La nube no se agota, la nube no se mancha.
No se mancha, no, pero si toma una tonalidad grisácea. Allá en la esquina, allá a la izquierda, uno puede ver una sombra oscura, como si le hubieran puesto un parasol a la ciudad. Parece que va a llover, y te alegras por el pasto que no has regado.
Hay algo mal, te das cuenta, porque la nube no está enojada sino triste. La nube no está recargada de agua, está recargada de tí.
Santo cielo, ¿qué hemos hecho? Esta nube sucia no es para todos, es de todos. Nació en las entrañas de nuestro cinismo y se instaló en su legítimo lugar para taparnos un sol que ya no nos toca.
Pero ¿qué puedo decir yo? El automóvil iba a sesenta, porque la transmisión ya no daba para más.
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anavictoriagarcia · 6 years
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El calor nos va a matar
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Tu no sabes aguantarte, ¿verdad? Con dos cervezas ya se te había acabado la prudencia, con tres ya se te había olvidado que era martes, con cuatro ya te habias ido a casa de Martín. Solo tú sabes a qué hora empezamos a fumar: yo solo sé que en nuestra bolsa hay una cajetilla vacía, y que las ansias están más cabronas que la cruda. 
Lo bueno es que hoy no nos toca trabajar hasta la tarde; es más, estoy segura que esa fue una de las excusas que usaste para ponernos hasta la madre. Tenemos tiempo para rodar en la cama, fingir que lo que queda de esta cortina es suficiente para ignorar el sol y que se nos olvide que horas son. Me da hasta miedo empezar a moverme, porque ya siento el sabor agrio en la boca y sé que descubrir la magnitud del crimen sin repetirlo va a requerir una fuerza de carácter que no suelo tener tan temprano. Ya, pues ¿dónde dejaste nuestro celular? Hija de la chingada, ni siquiera pudiste hacerme el favor de sacarlo del pantalón y ponerlo a cargar. Jalo y jalo el cable del cargador y no encuentro nada al final. Más te vale que no lo hayas perdido. Para colmo de tus males, no me dejaste el cigarro de la mañana. Hija de la recontrachingada, me voy a volver a dormir. 
El ventilador está programado para no quedarse prendido por más de tres horas: ¿qué tan tarde llegaste que hasta ahorita dejó de dar vueltas? El calor es como una pared viscosa que me cae encima al momento, y todo, desde las sábanas hasta el aire caliente en la nariz, arde. Me levanto a prender el ventilador otra vez, pero no podemos encontrar el interruptor. No hay remedio: abro la cortina, y eso de descansar se va derechito al carajo. Aunque la piel de nuestras articulaciones esté pegajosa, el dolor de cabeza es suficiente para que contemple la posibilidad de irnos sin bañar. Recapacito: si no es por la sensación desagradable, que sea por el mal olor. Hace unos meses dejamos la obstinación de usar el boiler, y ahora el escalofrio del agua helada es hasta agradable; a lo mejor eso sirva de algo. Pero la prioridad es el cochino ventilador, que sigue sin prender. Ah, mira, que sorpresa, otra pinche vez nos quedamos sin luz. Ya para este punto nos sentimos como algún pollo descabezado que gira y gira en su ensarte, rostizandose a temperaturas inhumanas, incapaz de pensar en nada más que en el ilusiorio recuerdo del fresco. Por pura asociación recordamos que en el parque, a la sombra de los pocos árboles que quedan, suelen haber brisas agradables, y salgo corriendo en piyama –para entonces sigo creyendo que no te quedaste dormida con la ropa de ayer— sin decir hola, adiós ni buenos días. Lo que importa es quitarnos el calor. 
El arbolito no sirve de nada, ya los más frondosos están ocupados por perros, gatos y hasta humanos, pero se nos atraviesa un Oxxo con la bonita promesa de aire acondicionado. Me hago pendeja un ratito, haciendo como que vengo a comprar pan y refresco, pero creo que para este punto ya todos sabemos que doy a parar en el mostrador pidiendo unos Delicados de catorce. Todavía no estoy para invertirle lana al vicio: eso será mañana. 
No te puedo confiar una simple peda, ¿verdad? Catorce meses enteros sin fumar, sobria no por ganas sino por falta de oportunidad, y con una sola chela te dejas ir de lleno. Y ni se te ocurra echarle la culpa a Martín, que él es de los que se quitan si van a fumar. Tu debiste haberlo seguido, debiste haber puesto tus dos pies en el balcón sabiendo exactamente lo que ibas a hacer, y te aseguro que hasta respiraste hondo para que te inspirara el olor a humo. Muchas gracias, cabrona, ahí te van cinco meses más de chicles y ansiedad. A la que sigue vamos a masticar vidrio, para que veas. 
Me regreso a la casa porque a lo mejor ya hasta se nos hizo tarde para irnos a la oficina. Romina me pide dinero para ir a pagar la luz. Ya te la iba a armar de pedo porque según yo te tocaba a ti, pero no. Te salvas de esta, pero ya sabes, ¿eh?
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anavictoriagarcia · 6 years
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Dalia
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¡Dalia! ¡Dalia! ¡Dalia! 
La cantaleta es constante. Aguanta a medianoche, atraviesa el amanecer, gobierna la mañana y no remite en la tarde. El hombre, desde su cama de enfermo, no tiene forma de saber que la ausencia de su mujer no representa una traición. No tiene forma de saber que Dalia llora, impotente, a su lado. 
Han estado casados por más de cincuenta años: su unión es una reliquia de esos tiempos en los que la enteridad de una persona podía pertenecer a otra con tranquilidad. Se casaron en un arranque juvenil que nunca tuvieron oportunidad de evaluar, pues para él era una realidad y para ella era una inevitabilidad. Tampoco hubo motivos para arrepentirse. Ella siempre fue competente con las tareas del hogar, y él fue prudente con sus exigencias. 
Llegaron al final de sus energías sin haberse quejado jamás, hasta que el marido empezó a sufrir sus años. Un día dejó de reconocer al último de sus hijos, y entonces Dalia se volvió la única habitante de su mundo. Ella le traía de comer, lo bañaba, lo cambiaba de ropa, lo cuidaba y, si no se necesitaba nada más, se acostaba junto a él para hacerle compañía. Gracias a una disparidad en sus edades, ella aún podía moverse con cierto dinamismo, aunque terminara cansadísima.
Ahora, el tiempo se ha acelerado y la osteoporosis de Dalia la ha acabado en cuestión de semanas. Repleta de pequeñas fracturas sin tratar, se echó en un sillón junto a la cama y durmió durante un día entero. No se volvió a levantar. Sus hijos vienen de vez en cuando a visitarlos, les llevan comida y limpian la casa. Suponen que su madre ya no quiere caminar, pero no pueden saber que está en peligro de sufrir llagas en las piernas y la espalda por no moverse. 
Están hablando de contratar a una enfermera cuando terminen de pagar la hipoteca del hermano más chico. Dalia guarda silencio, escuchando en absoluta pasividad como entre los cuatro le escogen el destino.
Cuando oscurece se van, y Dalia queda donde mismo mientras su marido, ciego y sordo, la llama. Ya no puede extender el brazo hacia él, porque le cruje dolorosamente la clavícula.
¡Dalia! ¡Dalia! ¡Dalia!
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anavictoriagarcia · 6 years
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Cavilaciones de abandono
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1. Después de una decepción el alma queda como adolorida, como queriendo purgar algo ya expulsado. Aunque ya lleva tres años perdida, yo sigo llorando, sigo enojándome en las noches, sigo arrancándome pedazos de piel, sigo pensando en que no sé dónde está. 
2. No sé dónde está. Esas palabras son complemento eterno, matiz continuo, de todas mis ideas. Me estoy fumando un cigarro, y no sé dónde está. Tengo hambre, y no sé dónde está. La mesa cuatro pidió la cuenta, y no sé dónde está. Antes, me quejaba de que no pasaba suficiente tiempo con ella; ahora, su ausencia me sigue a todos lados. Supongo que su fantasma tiene más ganas de hacerme compañía que ella. 
3. Le he dado tantas vueltas a las posibilidades que ya ni cuenta me doy cuando cruzan mi cabeza: el pensamiento las recita de memoria, como una plegaria de las que me enseñaron de chiquita, y termino rezando el rosario de que si me la mataron, que si se escapó, que si me la secuestraron, que si se accidentó, que si me la mataron, que si se escapó—
4. No me queda más que morirme de vieja en esta casa vacía. No me queda más que desaparecerme igual que ella, aprovechar que ya nadie me conoce, tirarme al rio con todo y ropa, tomarme todas las pastillas que me dio el doctor, no dejar que me encuentren hasta que ya no puedan tolerar el olor, morirme sola y de pasada ver si hay forma de volverla a ver en algún más allá. 
5. Dicen que mi problema es que no pude despedirme, pero yo no creo que eso sea cierto. Unos días antes de que se fuera, me le quedé viendo mientras dormía: algo habrán adivinado mis ojos, porque decidieron verla hasta quedar rebosantes de su rostro. Lo bueno es que me he ido chiquiteando el recuerdo, para que me durara el mayor tiempo posible. Lo malo es que ya casi se me acaba. 
6. Ya no le contesto el teléfono a su impostora, a la que me cuenta que se casó con una doctora y que quieren adoptar a un niño. Yo sé que esa mujer no es mi Chavela: es alguna fulana que amaneció en su lugar y me dijo que era ella. 
7. Es evidente que la impostora no puede ser Chavela. Chavela nunca se pone trajes sastre como el que ella traía. Chavela no tiene ganas de irse a vivir al norte sin mí. Chavela es incapaz de verme llorar y no hacer nada. 
8. Chavela no es la que me dejó aquí sola: si no está conmigo, es porque anda perdida y no puede volver.
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anavictoriagarcia · 6 years
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La Malinche
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Ahí te va; a mi mamá le iban a poner Marlene, porque mi abuela había visto en la televisión a una actriz que se llamaba así y se le hacía un nombre muy suave y elegante. Pero, el día que nació una tía llegó a visitar y se puso a armarla de tos; que porque la tía Rayito ya se iba a morir, que porque no le iba a tocar que ninguna de sus sobrinas se llamara como ella, que porque el nombre llevaba no-se-cuantos años en la familia. El punto es que, al final, mi abuelo se enojó, se llevó a la niña al registro civil sin decir ni agua va, y le puso María del Rayo. Incluso cuando yo ya estaba grande, mi mamá todavía se enojaba mucho cuando contaba esa historia. Aún peor fue que, cuando ella tenía unos trece años, el hijo de la tía Rayito se puso a contar que lo trataba muy mal, que le pegaba y lo dejaba encerrado en la casa por horas, así que ya nadie quería hablar de la tía. Mi mamá aprovechó ese momento para pedirle a todos que le dijeran Mari, y era tan intensa sobre eso que mi papá no se enteró de su nombre completo hasta que no fueron a casarse por el civil. Imagínate, aunque él le pidió el divorcio antes de cumplir el año de casados, dice mi mamá que como era güero y de ojos azules, le sirvió para lo que lo quería; que porque me parezco mucho a él. Así que me puso Marlene y, según mis tías, pasó meses bromeando con que en la calle iban a creer que yo era francesa. De hecho, es fecha en que se empeña con decir que soy pelirroja: como de bebé se me veía el cabello medio naranja, antes de que se oscureciera, y con eso de que en sol se me ven brillitos como rojos, ella no entiende porque la gente dice que soy castaña. Tampoco quiere creer que saqué la textura de su cabello; de hecho, una vez me pidieron en la escuela que me vistiera de Adelita para un 20 de noviembre, y yo, pues claro, me hice mis trenzas. En ese entonces tenía el cabello lacio y grueso, así que eran unas trenzas grandotas y parejas que a mí me encantaron, pero a mi mamá no: me llevo, en ese momento, a que una tía me cortara el cabello por capas. A mí me dio muchísima lástima que luego se me hacían unas trencitas delgaditas, y con un montón de cabellos salidos, pero no pude decir nada. 
Te puedes dar una idea, entonces, de cómo me crio. Me metió al colegio francés, me mandó a clases de tap, no compraba tortillas sino pan blanco, y todas las televisiones tenían el audio secundario prendido para que sonaran en inglés. Una vez, juntó a un montón de mamás para ir con la madre superiora y pedirle que en la clase de deportes jugáramos softball y no fútbol. Ya cuando empecé a ir a fiestas a ella le empezó a ir mejor en el trabajo, así que nos íbamos dos veces al año a comprar ropa a San Antonio. Una vez, yo habré de haber tenido unos veinte años, estábamos caminando en un centro comercial, cuando un chavo se me quiso acercar como para ligar y me empezó a hablar en inglés: mi mamá estaba súper emocionada después de eso. Siempre le andaba diciendo a mis tías que yo le podía enseñar francés, inglés y computación a mis primos, al punto en que les empecé a caer poquito mal. La verdad es que, de tanto oír esas cosas, si me volví una personita medio presumida, así que fue terrible cuando me fui a vivir con Martín.
Mira, no es que Martín haya estado muy en contacto con sus raíces, tampoco. Su sueño de toda la vida fue irse a hacer la maestría a España, y ver cómo hacerle para no volver (creo que ya se le cumplió, pero no me consta). Lo que pasó fue que, cuando entró a la carrera, tuvo un arranque de patriotismo que le duró unas tres semanas, y ahí fue cuando empezó a decirme que yo era una malinchista. Nada más para que te des una idea: yo no sabía ni siquiera que significaba la palabra, creía que tenía algo que ver con el hincha del futbol. Otro amigo me explicó, y ¿qué podía contestar? Era cierto, ¿no? De repente me sentí súper agüitada, y me di cuenta que todo, absolutamente todo lo que yo era, era como un juego, como una imitación. A mí no me gustaban las cosas porque fueran bonitas, ni porque estuvieran padres; más bien, como que me imaginaba a esta niña europea que mi mamá quiso tener de hija, y si a ella le gustaba, a mi también. Ahora, yo quería saber que me gustaba a mí.
Empecé queriendo ver la tele en español, pero lo único que había eran programas de chisme y series de televisión extranjeras con doblaje. Terminaba viendo las noticias. Así pasé como un año que, la verdad, me sirvió mucho para aprender a hablar bien, sin meter palabras en otros idiomas —ah, sí, es que las niñas del colegio teníamos la mala costumbre de decir ciertas cosas en francés o en inglés, aunque hubiera una traducción perfecta en español—. Me emocionaba mucho cuando salía en el cine una película mexicana y la iba a ver, aunque no fuera de mi estilo. Tardé como dos años en darme cuenta que todas esas cosas eran también imitaciones de cosas gringas, como las noticias en formato de veinticuatro horas, las comedias románticas, y el rock. ¿Ubicas una versión en español que hicieron los Teen Tops del Jailhouse Rock de Elvis? Así me sentía yo. Me dije a mi misma que tenía que encontrar algo verdaderamente mexicano, algo puro.
Ahí fue donde comenzaron los quebraderos de cabeza. Todo lo que me planteaba como cultura mexicana, si lo pensaba por mucho rato, tenía algo de europeo, algo de gringo. Terminé comprándome unos huaraches de tiritas que no me podía llevar al trabajo, un montón que pulseras de chaquira que hacían un desorden cuando se rompían, y unos discos de norteña para el carro a los que tenía que bajarle cuando me paraba en los semáforos. Salía de la casa vestida con bordados y faldas largas, y me sentía disfrazada: ahora, en vez de querer ser como una niña francesita, me imaginaba a una mujer súper latina y hacía todo lo posible para parecerme a ella. Me tomó cinco años darme cuenta que la cosa tampoco iba por ahí.
Ahora creo que, de la frustración, ya me dejó de importar. Cada vez que sale una película de superhéroes voy a verla, y no entro si no la ponen subtitulada. Me encantan los tacos de pastor, y es la quinta vez esta semana que ceno quesadillas, porque no quiero ponerme a hacer algo más complicado. Cuando alguno de mis amigos va a Estados Unidos, le pido que me traiga unos dulces que solo se consiguen allá. Ya casi no veo la tele, pero me encontré en Internet a unos chavos de Ciudad de México que hacen unos videos muy padres. Como que ya no me fijo mucho de donde vienen las cosas, ni las implicaciones que tiene usarlas o no. Pero no sé bien, la verdad.
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