Foro de rol sobrenatural hispano. Pasa el ratón por encima de los botones azules para conocer mejor nuestro Tumblr.
Don't wanna be here? Send us removal request.
Photo
parejas de woodberry: churchdrews.
We will not have a happy ending. (We will not end).❞
Woodberry RPG ↞ pásate por aquí
4 notes
·
View notes
Photo
parejas de woodberry: vanmaxes.
You dance secretly inside my heart, where no one else can see.❞
Woodberry RPG ↞ pásate por aquí
0 notes
Photo
parejas de woodberry: leouie.
if you can't get someone out of your head, then they are supposed to be there.❞
Woodberry RPG ↞ pásate por aquí
0 notes
Photo
parejas de woodberry: sagicorpius.
If a monster falls in love with another monster, is it desire? Is it fate? It’s tragedy.❞
Woodberry RPG ↞ pásate por aquí
0 notes
Photo
parejas de woodberry: alice-amber-charlie.
And in the end, we were all just humans... drunk on the idea that love, only love, could heal our brokenness.❞
Woodberry RPG ↞ pásate por aquí
1 note
·
View note
Photo
parejas de woodberry: damarones.
The most intimate thing we can do is to allow people we love most to see us at our worst. At our lowest. At our weakest. True intimacy happens when nothing is perfect. ❞
Woodberry RPG ↞ pásate por aquí
1 note
·
View note
Photo
¡Celebramos dos meses! Y esos dos meses no significarían nada sin nuestros fabulosos usuarios. No somos muchos, pero somos una pequeña familia. Esperamos continuar creciendo con todos vosotros y disfrutando de las tramas, creando nuevas y escuchando todas vuestras ideas que son, en definitva, lo que nos mantiene a flote.
Woodberry RPG ↞ pásate por aquí
0 notes
Text
alerta de contenido: menciones a un intento de suicidio
No le gustan los hospitales. Supone que es una reacción habitual en todos los seres vivos: no le gustan los pasillos interminables, el color casi verdoso de las luces, la enfermedad que se respira en las esquinas como un gas que no amortigua tus sentidos sino que te hace más consciente de lo doloroso que es estar vivo. Hace un par de años, después de que los cazadores asaltaran la escuela de Woodberry justo el día de la fiesta de comienzo de curso, sus dos hermanas fueron en ambulancia directas hacia el de la ciudad y Leo fue, porque tenía que ir, pero estuvo el menor tiempo posible. No se siente particularmente culpable por ello, porque luchar contra sí mismo es algo que se prometió no hacer hace mucho tiempo.
Sabe que hay gente que no es así. Su hermano Tony (alto, castaño, los mismos pómulos prominentes que él y que el resto de sus hermanos, la sonrisa apacible y la mano siempre tendida en su dirección) es médico, en Cardiff. Trabaja para la comunidad sobrenatural en un centro aséptico y blanco, de pasillos interminables y luces frías, intentando mantener a raya la enfermedad que crece en los rincones más oscuros. Y le gusta. Leo no es capaz de entenderlo, pero lo respeta. Lo admira, quizá, los días en los que se siente particularmente amable.
Hace un par de años, después de que los cazadores asaltaran la escuela de Woodberry justo el día de la fiesta de comienzo de curso, su madre le miró a los ojos, sentada en la cocina mientras su marido hacía té, y se echó a llorar.
Te va a matar lo mismo que mató a Caradoc. Porque Cecilia era la única persona a la que Zack (moreno, más bajito y ancho de espaldas, los mismos pómulos prominentes que Tony y que el resto de sus hermanos, un muñón en el brazo, la sonrisa de un encantador de serpientes) permitía llamarle así. Leo recuerda haber alzado las cejas alrededor de su cigarrillo y haberse permitido un instante de desprecio por culpa del cansancio y la decepción consigo mismo.
No me meto coca, ma. Y su padre había derramado un poco el agua y su madre había abierto mucho los ojos, como si la hubiese golpeado y estuviera preparándose para devolvérsela, las lágrimas todavía brillándole en las mejillas.
No, hijo. Lo que te va a matar es que piensas que eres invencible.
Siempre ha intentado no pensar demasiado en esa conversación. No recuerda qué le contestó, si es que le contestó algo en absoluto. Sabe, como una suerte de esprit de l’escalier, lo que le gustaría decirle ahora. ¿Qué razones me has dado hasta ahora para no pensarlo? ¿Cómo me has criado si no es para que me crea invencible? Una vida tranquila y pocos fallos. Sólo uno mortal, y ese ni siquiera fue suyo.
La vida, se le ocurre mientras baja del tren en Leeds y pone rumbo al hospital, los pasos rápidos y un cigarrillo a medio consumir por la calle, es algo más grande de lo que pensaba. Cuando la recepcionista le mira de arriba a abajo, se sonroja un poco, repite el nombre de la persona que busca más despacio. Se da cuenta de que una de sus zapatillas está a punto de romperse justo cuando sube al ascensor. Se muerde la mejilla mientras avanza por el pasillo. Louie está ahí, casi de espaldas a él, sujetando un vaso de papel lleno de café con la mano izquierda, hablando en voz baja con un chico no tan alto como él, guapísimo, de piel tostada y pelo ensortijado recogido de cualquier manera. Lleva varios anillos en los dedos y un traje que parece carísimo hasta para Leo, que no tiene ni idea de trajes. No lo ha visto en la vida, así que supone que es el hijo de Alistair, el biológico. Le dirige una mirada que provoca que Louie se vuelva y que los dos chicos que están sentados en los incómodos asientos de plástico alcen la cabeza para verlo. Un mago con cresta y los ojos bicolores y una mujer lobo de pelo negro y gesto adusto. Laura y Lester. Leo les ofrece una sonrisa pequeña a la que sólo corresponde él y se queda parado ahí, esperando a que sea Louie el que se acerque.
Y se acerca. Rubio, con una camiseta negra raída y unos vaqueros grises que ya ha visto más veces, un asomo de barba en la mandíbula y las mejillas que no reconoce casi, las cicatrices más notables, casi a juego con las ojeras bajo los ojos azules. Cuando lo conoces no es una persona particularmente difícil de leer, sólo tienes que acostumbrarte a esos cambios sutiles: Louie siempre parece dispuesto a meterse en una pelea de bar, y normalmente dirías que por diversión. Excepto cuando dirías que es para ahogar algún tipo de voz interna, algo que le vuelve cenicienta la expresión. Como ahora. Se acerca como un autómata, rubio como el sol, intenta una sonrisa que no sale bien ni con la ayuda de las cicatrices, parece que va a hacer algo con la mano libre pero se queda a mitad, la deja caer.
—Gracias por venir, Leo.
—No hay por qué darlas. ¿Cómo…?
—Mira. Este es Esdras Fortuyn. —Leo estrecha la mano del chico de los anillos. Parece de su edad, pero con los demonios uno nunca puede saber si eso es cierto—. Esdras, este es Leo. A Laura y a Lester ya los conoces.
—De tu cumpleaños —añade Lester, de nuevo la sonrisa pequeña ahí, casi alentadora—. Cuánto tiempo.
Leo asiente, sin saber muy bien qué decir. Louie da un sorbo a su café.
—Alistair está dentro. Saldrá en un rato, supongo, cuando se vaya el médico.
—¿Cómo está?
—¿Alistair? Como siempre. Calvo.
Contiene el impulso de poner los ojos en blanco. Parece que el otro está siendo denso a propósito, así que seguramente esté siendo denso a propósito.
—¿Y Gabe?
Lester se mira los pies y Laura mira a Louie. Esdras lo está mirando a él, la expresión inescrutable. Louie mira a su café, se encoge de hombros, alza la cabeza para concentrar la vista en un punto indeterminado del techo.
—Estable. Cuando lo encontró Brazos había perdido bastante sangre, pero ahora está bien. No se ha despertado que sepamos.
Leo vuelve a asentir, pliega los labios dentro de la boca. No sabe, de nuevo, qué decirle. Louie se acaba el contenido de su vaso y se frota la mejilla con la palma de la mano.
—Déjame que te invite a un café de verdad, anda.
—No sé, Le…
—Pírate un rato, Lou —interviene Laura, los brazos cruzados— llevas dos días aquí. Toma un poco el aire, fúmate un peta, tómate un café. Yo qué sé. Si se despierta, te llamo al móvil.
—Y come algo —añade Lester, el gesto de nuevo amable.
Esdras no dice nada. Se recuesta contra la pared, todavía mirándolos. Louie se muerde el labio un segundo y duda durante dos antes de asentir.
—Venga, vale. —En un gesto inesperado, le tiende la mano y Leo desliza los dedos por la palma. Está frío.
Tiene la sensación de que tira un poco de él mientras recorre de nuevo el pasillo. La mano sigue ahí, firme contra la suya, un poco más áspera que de costumbre. Como una suerte de Orfeo, no mira atrás. Sabe que le sigue. Cuántas tragedias se solucionarían con un gesto, se le ocurre, y tiene que controlarse para que no se le escape una risa tonta. No le gustan los hospitales. Le ponen nervioso.
—Vamos a fumar un cigarro primero. Por favor —se le rompe un poco la voz al final, no como si fuera a llorar, sino como si no tuviera fuerzas para seguir hablando mucho más. Leo asiente, le guía a la puerta, deja que se apoye en la barandilla de la cuestecita que hay, le pone uno entre los labios y lo enciende antes de sacarse uno para él.
Tiene la expresión gris y el ceño fruncido. Da una calada y suspira el humo, que se pierde enseguida entre la niebla de la tarde en Leeds.
—No sabemos qué ha sido esta vez —empieza, y luego guarda silencio. Leo no dice nada. Sabe que en estos casos es mejor darle espacio. Louie no sabe bien cómo hablar de las cosas que le importan tanto—. Estaba bien. Lo parecía, al menos. Estaba yendo a terapia, ¿sabes? No sé. No sabemos qué ha sido esta vez, pero le ha ido por un pelo. No sé qué decirle cuando se despierte. No sé. —Suspira. Se encoge de hombros de nuevo. Da una calada honda al cigarro y echa la cabeza hacia atrás, expulsando el humo por la nariz, estirando la espalda—. No sé.
Leo le acaricia la mejilla y Louie parece temblar, pero no se aparta. Tiene la piel menos suave que de costumbre, un asomo de barba. Es la primera vez que lo ve y no se ha afeitado esa misma mañana. Le mira a los ojos un segundo, un azul enorme. La vida era más grande de lo que Leo pensaba. Nadie es invencible, ni siquiera él. Ni siquiera Louie. Deja la mano apoyada en su cuello, se lleva el cigarrillo a la boca con la otra.
—¿Cómo estás tú, Louie? ¿Estás bien?
Louie hace un ruido entre la risa y el bufido.
—¿Te parece a ti que esté bien? —Muerde, y Leo le deja morder. No está enfadado con él, al fin y al cabo.
—No. Pero es importante hablar las cosas.
Él agacha la cabeza. Ya lo sabe, supone Leo. Ese es el problema.
—Estoy enfadado, creo. No con él. Conmigo. No sé, Leo. Tendría que haberme dado cuenta, ¿no? Laura está igual. Tendrías que haberla visto cuando vino… Y Lester, joder. Lester no lo parece, porque es así, pero está fatal también. Y TJ y Xerxes han dormido en el pasillo, se han ido hace un rato. Y Alistair… Joder, Alistair está tan preocupado que ha hecho venir hasta a Esdras. No sé. No sé, Leo. De verdad.
No puede evitar abrazarle. Louie se deja, con calma, y luego devuelve el abrazo, lo estrecha contra él como si temiera que Leo fuera a desaparecer de repente (sin el como, se da cuenta de repente, sin el como).
—Saldrá de esta —susurra, más esperanza que voz.
—Lo sé —responde Louie, el acento curvo al final de la frase—. Pero joder.
Leo se separa un poco para mirarlo, le da un beso corto en los labios y luego otro, junto a la cicatriz derecha. Siente su nerviosismo como electricidad debajo de la piel.
—Acábate el piti, venga. Te invito a comer algo y volvemos dentro.
—¿Comida de verdad, quieres decir? —Louie intenta una sonrisa, le sale mejor esta vez.
—Se hará lo que se pueda, que esto es un hospital.
—Venga, vale. Pero como te empieces a quejar de los postres que veas te juro que te dejo hablando solo.
—¡Es que no puedes poner que es una tarta Tatin cuando claramente es un…!
Louie le da un beso y se ríe, un poco, como un rumor en el pecho ahora que están tan cerca.
—Lo que tú digas, Leotard. Vamos, antes de que me de una lipotimia.
Es Louie el que tira de él mientras protesta por el nombre y las tartas, la mano áspera sobre la suya. No todo el mundo es invencible, se le ocurre, pero nunca está de más intentar serlo.
0 notes
Text
TE HAS COMIDO MIS CEREALES (louie/leo)
En el norte de Inglaterra hace un frío que pela.
No es algo que Louie vaya a decirle a nadie en voz alta, claro, porque tiene una reputación y recuerda su infancia en Howth bastante más gélida, pero está claro que esto tampoco es agradable. La lluvia golpea la luna del coche con fuerza, montones de gotas que sólo puede agradecer a Dios que no sean granizo. Louie conduce bien porque está acostumbrado a ello y ni siquiera se ha mojado tantísimo, pero puede sentir a Leo empapado en el asiento del copiloto, la boca firmemente cerrada, los ojos clavados en la carretera. Desliza los dedos por los botones bajo la radio para encender un poco la calefacción, porque de verdad que Leo está empapado y temblando y parece que no ha tenido una comida decente en los últimos meses pero, a los dos segundos, el resorte vuelve a saltar casi con violencia y el poco calor que estaba empezando a formarse se disipa.
Es un momento terrorífico, en realidad. Leo ni siquiera ha parpadeado, no se ha movido un ápice, pero la calefacción está apagada. Louie no está acostumbrado a esa clase de cosas o, al menos, a que esa clase de cosas encajen en la idea que tenía de Leo: humor retorcido, uñas pintadas de negro, carácter suave. No sabe muy bien cómo reaccionar, cómo manejar el silencio, la repentina materialización de que Leo podría hacer que diera un volantazo, obligarlo a conducir contra un árbol, hacia un acantilado. Provocar que se mataran los dos con la misma facilidad con la que ha apagado la calefacción de un coche que no conoce.
—A diferencia de otros, no soy tan sumamente imbécil. —Su voz sí es la de siempre. La misma que recuerda casi metálica al otro lado del teléfono, el acento del norte ligeramente más agresivo, como si estuviera enfadado. Le dice eso sin mirarle, vuelve a callarse. Es la frase más larga que le ha oído en tres años. También es la tercera que le ha oído en general, todas ese día, primero un qué cojones y luego un mira, no, y luego eso después de que Louie saliera a buscarlo como un loco y le rogara que sube al coche por el amor del cielo, vas a coger una pulmonía.
Louie no sabe muy bien qué hacer con ese silencio. Es demasiado grande para poder manejarlo con calma, está empezando a apretarle las costillas, amenaza con aplastarle como un airbag mal colocado. Así que hace lo de siempre, que es bajar un poco la velocidad, volver a encender la calefacción, mirarlo de reojo con las cicatrices estiradas mientras le suelta que
—Estás enfadado.
y ni siquiera es una pregunta, porque es más que evidente.
Leo le devuelve la mirada casi como si no se lo pudiera creer. Tiene los ojos muy abiertos y la cara ligeramente desencajada y parece que lo único que separa a Louie de una muerte inminente y dolorosa es el hecho de que está detrás del volante. Que es el hecho por el cual no ha aparcado en un arcén, por otro lado.
—¡A ti qué coño te parece! ¡Te has comido todos mis cereales!
No puede evitar que se le escape un poco la risa por la nariz, por las comisuras de la boca. Coge un cigarrillo de la cajetilla y el mechero que descansan junto al freno de mano y se lo enciende antes de dejar caer el mechero con calma. Leo arruga la nariz.
—Si sólo es por eso puedo llevarte a un Tesco y comprarte un paquete de Lucky Charms que no estén rancios, Leo.
—¡Llevas fingiendo tu muerte tres años, Louie, claro que no son sólo los putos cereales lo que me cabrea!
—Ya decía yo. ¿Si paro en el arcén y hablamos como personas normales me matas?
Leo aprieta los dientes y vuelve a callarse. Louie suspira, sin atreverse a bajar todavía la velocidad: Leo es impenetrable. Ilegible. Tan difícil de alcanzar que a veces piensa que vaya tontería, no haberse dado cuenta antes de que no sólo es un psíquico sino que es uno aún mejor que él.
—Prueba.
—¿Disculpa?
—Prueba. Para en un arcén y prueba a ver si no te mato.
—No estás siendo muy halagüeño, Leotard.
—No me llames así.
Louie asiente, sin mirarlo. La lluvia cae como un manto sobre la luna delantera pero lo que le preocupa es el temblor en la voz del otro, ese instante de duda. Aparca en el arcén enseguida, la carretera vacía excepto por ellos. El norte de Inglaterra es una mierda: hace frío y no tiene cobertura en ningún sitio.
Le da otra calada al cigarro y abre el cajetín del cenicero antes de enfrentarle.
—A ver. —Le busca la mirada con los ojos. Leo tiene los dientes apretados y las cejas alzadas, el pelo negro empapado y revuelto. Los brazos cruzados—. Lo de tus cereales admito que no lo pretendía. Es decir, en realidad estaba esperándote para sacarte a cenar y todo eso, pero no llegabas y estaban ahí y estaba muerto de hambre. Pero te compro unos. Prometido. Y estaban rancios de todas formas. Y no tenías mucho más en la nevera, a todo esto. ¿Estás comiendo b…?
—¿Puedes pasar a la parte en la que me explicas lo otro? ¿Qué coño pasó? ¿Dónde cojones estabas?
Es la parte peligrosa. Lo más cómodo sería encogerse de hombros, claro, pero supone que no se ha hecho todo el viaje para encogerse hombros.
—He estado… Con el curro. En Asia, mayormente, y en Australia, pero en Australia menos. Llegué a Europa hace un par de semanas, pero he estado con mi madre. Por eso de que, bueno. Lo de morirme y eso.
—El curro de mafioso quieres decir, ¿no?
—Ese.
—¿Y cómo coño sobrevive uno a una explosión? ¿Por qué no me dijiste nada?
—Ah, eh. En realidad es la misma respuesta, en fin. Técnicamente me dieron por muerto, pero sólo estaba desaparecido. Y… No estaba en el Center cuando explotó, si tengo que ser sincero. Creo que ni siquiera estaba en este huso horario. —Al ver que Leo vuelve a alzar las cejas, alza una mano, para que le deje hablar, y le da una calada más al cigarrillo antes de estamparlo contra el plástico—. Estaban cerca de pillarnos a mí y a unos cuantos más, era la opción más sencilla. Y la más barata. —Se encoge de hombros y abre la cajetilla en dirección a Leo cuando siente sus dedos buscarla. Le tiende el mechero—. Mira a ver si puedes abrir la ventanilla un poco sin calarte, porfa.
Leo obedece con calma, se lleva el cigarro apagado a los labios, le mira con el mechero en las manos, el gesto a medio hacer, el pensamiento completamente formado.
—¿Y te parece bien?
—¿El qué?
—No sé. Vivir así. Fingir tu muerte y dejar atrás a toda la gente que te qu… A la que le importas, desaparecer tres años. Volver. Comerte todos mis cereales.
Ahora sí, Louie se encoge de hombros.
—Cada curro tiene sus cosas, Leo.
—Ya, pero…
—No te estoy pidiendo que lo entiendas, o que vengas a trabajar conmigo.
—Pero podré opinar, digo yo.
—Puedes, ¡claro que puedes! Pero tienes que entender que soy yo el que elige, al final. En esto. Estuvo mal lo de fingir morirme y eso, pero, bueno. Ya está hecho, ¿no?
Leo termina de encenderse el cigarro, suelta el humo en su dirección, las ojeras y las uñas negras.
—¿Me vas a pedir perdón?
—Si me dejas invitarte a cenar para compensar los cereales, a lo mejor.
Leo le devuelve el mechero, un asomo de sonrisa en los labios. La calefacción vuelve a encenderse, un clic en medio del silencio. Louie ladea la cabeza, las cicatrices estiradas, los ojos azules como el cielo en un día de sol. Lo más sinceros que puede.
—Bueno.
0 notes
Photo
21 notes
·
View notes