Text
Una historia del Velorio: Caleb, el hijo de Josiah
El sol se había escondido ya tras las montañas, y el crepúsculo teñía el cielo de un rojo sangriento. Sentado en el porche de nuestra cabaña, sentía una inquietud creciente. Había pasado más de una hora desde que Caleb salió a por leña. Ya sabíamos del Velorio, de la niebla negra que descendía de las cumbres y de los horrores que traía consigo. La precaución era nuestra compañera constante, pero mi hijo, siempre valiente, había insistido en salir.
Los minutos se alargaban como las sombras en el crepúsculo. Cada crujido del bosque, cada susurro del viento, me ponía en alerta. Me levanté varias veces, caminando de un lado a otro, esperando ver la figura familiar de Caleb emergiendo entre los árboles. Pero no fue Caleb quien apareció.
Al principio, era solo una sombra entre las sombras. Un movimiento apenas perceptible. Luego, una figura retorcida apareció de entre los árboles, moviéndose de una manera antinatural. A medida que la criatura se acercaba, entrecerré los ojos, tratando de distinguir sus rasgos. La reconocí de inmediato, era otro errante, pero algo no iba bien. Algo iba terriblemente mal.
La figura avanzaba tambaleante, con una gracia macabra, como si cada paso fuera una lucha. La luz moribunda del atardecer iluminó su rostro, y un escalofrío recorrió mi espalda. Era Caleb, pero no lo era. Su rostro, desgarrado y retorcido, mostraba una mueca de agonía y corrupción. Sus ojos, antes brillantes y llenos de vida, eran ahora pozos oscuros de vacío.
Mi mano tembló al empuñar el rifle. Nunca había sido un hombre religioso, pero en ese momento recé. Recé para que esto fuera una pesadilla de la que despertaría pronto. Pero la realidad era implacable, y Caleb avanzaba inexorablemente hacia mí.
Lo llamé por su nombre, con la voz rota por el miedo y la desesperación. No hubo respuesta, solo un gruñido gutural que no tenía nada de humano. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, pude ver las llagas y la putrefacción que cubrían su cuerpo. El olor a muerte era insoportable.
Las lágrimas corrían por mi rostro cuando apreté el gatillo. El disparo resonó en la quietud del bosque, y la figura de mi hijo se desplomó pesadamente. Me quedé ahí, con el rifle todavía en mis manos temblorosas, mirando su cuerpo inmóvil. La oscuridad del Velorio había reclamado a mi hijo, y yo había tenido que liberarlo de su sufrimiento.
Esa noche, el Velorio no solo había tomado a Caleb. Había tomado una parte de mí, dejándome con un vacío que el tiempo nunca se podría llenar. Y mientras la niebla negra se arremolinaba alrededor de nuestra cabaña, supe que el verdadero horror del Velorio era su capacidad de arrancarnos no solo la vida, sino también el alma.
0 notes
Text
El bosque
Otra noche más
Ya vienen. Incansables. Insaciables. 1734 noches. Esta puede ser la última, como siempre. No se oyen todavía, pero están viniendo. Nunca fallan. Siempre vuelven. Siempre son más.
Empiezo a oír los ruidos en la lejanía. Les oigo susurrar, husmear y murmurar cada vez más cerca.
Ya están aquí. Lamentos, chasquidos y chillidos agonizantes en todas direcciones. A veces noto su aliento húmedo y putrefacto en la cara, pero no los puedo ver. Estoy inmóvil, sin parpadear, aguantando la respiración. Que pase rápido, lo que sea, lo que tenga que pasar, pero que sea rápido.
Hace un rato que estoy pensando en esa noche. La noche que desapareció. La noche que me dejó.
Cuando vuelvo del recuerdo el silencio agudiza mis sentidos. Exhalo. 1735. Otra noche más. Mañana volverán. Incansables. Insaciables. Siempre vuelven. Siempre son más.
*
Un día más
Sigo aquí. Un día más. Amanece. La luz del sol se filtra tímidamente entre las retorcidas grietas de la ventana apuntalada. Cientos de motas de polvo se reflejan suspendidas danzando entre ellas. Inspiro profundamente. Regaliz. Me recuerda al olor de regaliz.
El bosque siempre está aletargado durante el día. Sombrío. Inquietante. Observador. El bosque silencioso. Así lo llaman. Así me lo han contado. No existe ninguna salida. Todos los caminos se adentran hacia en interior.
El aire del bosque es muy denso. Difícil de respirar. Incluso de puede masticar. Una espesa neblina enturbia y tiñe todo de un tono anaranjado. Ámbar.
Hoy tendré que salir del refugio. Una vez más. Como ayer. Como anteayer. Como cada día desde hace muchos días. Más de los que puedo recordar.
*
Esperanza
No sé cuánto rato llevo ya caminando. ¿Treinta minutos? ¿Una hora? ¿Tres? Es imposible saber la hora. La luz es uniforme, el cielo no deja ver el sol y los árboles no dibujan sombras en el suelo. Tengo que encontrar el camino viejo. Pronto. Antes del segundo cambio de luz.
No se oye nada. Ni mis propios pasos. El aire es tan denso que hasta los sonidos más fuertes se silencian a pocos metros de su origen. Sólo puedo oír el eco sordo de los latidos que retumban en mi interior. Me recuerdan que sigo vivo.
Sólo por la noche el aire se aligera y se puede oír hasta el llanto más lejano. El lamento. El horror.
Humo. De repente huele a humo. Aquí delante. A cinco metros. Hay un cadáver junto a un árbol quemado. No, espera. No está muerto. El cuerpo se retuerce desnudo en posición fetal agonizando en el suelo. La cara tapada por los brazos. Tirita. Balbucea. No le he visto nunca. Puede venir del exterior.
*
La salida
Tercer cambio de luz. Dos cambios más para el anochecer. Llevo arrastrando el cuerpo helado desde el árbol quemado. Agarrotado. Barboteos y lamentos constantes e ininteligibles. Demente. Vesánico.
Llego al refugio antes del siguiente cambio de luz. Aún tengo algo de tiempo hasta el anochecer. Arrincono el cuerpo rígido sobre una manta. Intento separar los brazos de su cara. Imposible. Una especie de rigor mortis mantiene el cuerpo rígido y tenso.
Si viene del exterior sabrá por donde salir. Conocerá la salida de este bosque. Por dónde llegó. Tengo que saberlo. Me lo tiene que decir. Se lo tengo que sacar. Cueste lo que cueste.
Prioridades. Tengo que asegurarme que está todo preparado para esta noche. Antes de nada. Es lo más importante. Es primordial. Después me encargaré.
*
Por fin
Todo está preparado. Debería dormir un poco, pero hoy no puedo. Sentado en una incómoda silla de madera. Pienso. Hace unos minutos que le observo. Tirita y se retuerce en un rincón de la habitación. En el mismo rincón donde lo dejé hace un rato.
La luz en el exterior ya es de un color entre rojizo, ocre y negro. El último cambio. Ahora o nunca. Tengo que hacerlo. Mañana no estará. Esta noche se lo llevarán. No le puedo proteger. No le puedo retener.
Me levanto decidido. Tengo que verle la cara y saber de dónde viene. Tengo que conseguir que me mire. Que me diga algo. Tiro de sus brazos para separarlos de su cara. Rígidos. Fuertes. Inmóviles. Tiro con más fuerza. Toda la que puedo. Leves crujidos desgarran los músculos y fracturan los huesos. Por fin le puedo ver. Por fin se ha callado.
*
Espejo
Ya está. Le puedo ver la cara. Torcida. Espantosa. Muecas de horror en su expresión. Le reconozco. Estoy confuso. Sé quien es. Tiene mi cara. Es mi cara. Soy yo. Ya no emite ningún quejido ni lamento. Me mira fijamente sin parpadear. Sin párpados. Parece que también me reconoce. Me veo a mi mismo en otro lugar. En otro estado. En otro momento.
De repente un grito chirriante. Agudo. Muy agudo. Ensordecedor. Desencaja la mandíbula con un crujido seco y abre la boca de forma desproporcionada. Terrorífica. Sobrenatural. No lo puedo soportar. Me duele mucho. La habitación se llena de una luz muy brillante. Cegadora.
Estoy pensando en esa noche. La noche que desaparecí. La noche que le dejé. La noche que le abandoné a su suerte.
Tengo que encontrarle. Tengo que encontrarme.
0 notes