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Jesús tenía un amigo
Jesús tenía un amigo, uno que no lo seguía como los otros doce con quienes comía y dormía. Él tenía un amigo que estaba quizás más lejos de sus trajines diarios, pero cerca del corazón. Él tenía un amigo que lo recibía en casa, preparando junto con sus hermanas un ambiente de reposo, de amistad y compañía. Jesús tenía unos amigos con quienes disfrutar de una buena tarde en Betania sintiéndose a gusto, amado y acogido, donde quizás podía colgar su túnica, recostar la cabeza, disfrutar de una cena de las manos de Marta. Jesús tenía esta familia amiga donde era reconocido, creído y aceptado. Donde podía enseñar y ser entendido. Donde le querían y por tanto querían conocerle. La amistad con Jesús no era en búsqueda de un beneficio unilateral de los hermanos, no solamente por las cosas que podía hacer debido a su poder. Era una amistad genuina, verdadera, de mutua comprensión y compañía.
Jesús tenía un amigo, uno con quien compartió momentos de alegría y frustración, uno que había escuchado y le había creído cada palabra que salía de su boca, uno que ahora le notificaban que estaba enfermo. La noticia de la enfermedad de su amigo seguramente fue desagradable, pero no de sorpresa. Jesús entendió inmediatamente lo que ocurría con su amigo. El Padre había preparado este momento y lo comprendió en el instante mismo en que recibió el recado: “Esta enfermedad no terminará en la muerte”, pues, ¿qué es lo más temido de que otro tan querido enferme? Que tal se vuelva ahora mortal, y que por tanto sea invitado a venir a la muerte. Aunque ella sea infinitamente evitada por todo ser humano, no es evitable su acción, ni mucho menos la posible pérdida de aquél a quien uno tanto quiere.
Jesús tenía un amigo, y declaró que su padecer tenía propósitos claros pero desconocidos. “Esta muerte tiene como fin manifestar la gloria de Dios”. Palabras dichas con sentimientos totalmente encontrados. Quizás dichas no solamente para sus otros amigos discípulos que estaban con él, sino también para sí mismo. ¿Por qué Jesús declara esto también para su propio recordar? Porque quien estaba enfermo era su amigo, nadie menos que Lázaro de Betania, por tanto el más afectado de todos con la noticia era él mismo que le conocía tan profundamente y amaba entrañablemente, afectado porque a pesar de su entender previo de la causa de lo que acontecía, éste era su amigo. Saber las razones de las degracias no necesariamente lo alejan a uno del afectar propio de las situaciones. Incluso puede ser el opuesto. Debido a que se entienden las razones de Dios sobre la enfermedad de Lázaro, es precisamente por ese conocimiento que se le demandaba algo inaudito en sus relaciones con las personas en necesidad de él: a su amigo Lázaro había que dejarle morir.
Jesús tenía un amigo, y le tuvo que abandonar. Tuvo que dejar al amigo cuando más le necesitaba por la gloria y la voluntad de Dios. Le dejó en su lecho de muerte sabiendo que era posible ir y sanarle, pues ¿quién sino Jesús mismo sabía del poder que podía desplegar por otros? Hemos sido testigos lectores de miles de milagros, vasto número de sanaciones, otro tanto más de liberaciones, y sobre todo, subrayo, miles de saciados y alimetados que nunca más volvieron su rostro a él, ni mucho menos creyeron a sus palabras a pesar de haberles provisto y ayudado. A diferencia de ellos, éste era su amigo y estaba, además, en necesidad y solictándole. La respuesta en el instante fue: nada que hacer por él. Nada. Jesús incluso se quedó más días en Betábara probablemente viviendo esta agonía de abandonar a su amigo. El relato cuenta que esto fue con razón y pleno conocimiento de causa, pues se menciona que a pesar de que él sabía no se movió de allí, y se recalca que además Betania estaba relativamente cerca de Betábara. Jesús se sabía cerca geográficamente de aquel que le estaba solicitando, y para colmo, se sabía cerca del corazón de él.
Jesús tenía un amigo, y Dios mostraría quién es a través de él, aunque eso significara dolerse. “Volvamos a Judea” dijo Jesús, cuando se cumplió el tiempo, a sus discípulos. “Nuestro amigo Lázaro duerme, pero voy a despertarlo”, les aclara y los invita a cruzar el Jordán nuevamente. Ellos, en cambio, lo veían peligroso al punto de que no valía la pena ir si solo dormía. ¿Qué hacía necesario para Jesús ir allá si Lázaro solo duerme? Debería despertar por sí mismo. Pero no. Su amigo dormía y necesitaba que lo despierten, y sólo él podía despertarlo. Hacer esto era la voluntad de Dios. El propósito no era sanarle, no era evitar el sufrir de la enfermedad, no era evitarle la muerte misma inclusive, era despertarle. Jesús les aclara la urgencia de ir: “Lázaro ha muerto, y por causa de ustedes me alegro de no haber estado allí, para que crean. Pero vamos a verlo”. Esa urgencia era para ellos. De la pena de no haber respondido a la solicitud de su amigo se respondería a otras, de la pena de abandonarle habrá vida para crean. La pena pero alegre de Jesús está puesta no en una respuesta inmediata sino mediata, en una pena alegre que traería vida a otros amigos suyos, una pena alegre llena de fe en el Padre.
Jesús tenía un amigo que tenía hermanas, las cuales también eran sus amigas. Marta, como siempre compuesta, enérgica y práctica, lo recibe y le dice lo que él ya entendía: “Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto”. Se vislumbra un asentimiento en el semblante de Jesús como una señal de “sí, lo sé”, pues ambos entendían que la sola presencia de él ahí hubiese hecho que la enfermedad de Lázaro no fuese mortal; es decir, la primera y la única solución posible a la enfermedad de su amigo era él mismo presente ahí. Tal recriminación de su amiga declara a su vez fe en sus obras, poniendo de relieve una situación temporal no menor. Si él hubiese estado todo este dolor sería otra cosa, sería alegría pura sin un mísero dejo de pena o tristeza, sin que nada de esto hubiese pasado, ni dolores, ni llantos, ni funerales, ni ungüentos, ni vendas. Nada. Marta interviene otra vez: “Sé que Dios te dará lo que le pidas, aún ahora”. Aún ahora, aunque es un ahora tarde, un ahora no ahora, un ahora con sabor a pasado irrevocable. Sin embargo, si Jesús hubiese estado ahí antes, la posibilidad del ahora de Dios no sería. “Lázaro resucitará”. ¡Lázaro volverá a la vida, ahora!, ¡Marta lo acabas de decifrar! Aunque digas después que sí crees y que sí sabías que tu hermano resucitaría según las promesas que te enseñaron en la sinagoga, entendiste otra cosa cuando Jesús te dijo “Yo soy la resurreción y la vida”, ¡Marta lo supiste!, Jesús es el ahora que hará que Lázaro resucite, pues él es quien lo hará ahora, y aunque no entiendas cómo es que se superponen ese hará ahora de tu amigo Jesús.
Jesús tenía un amigo, y le iba a resucitar, aunque su hermana no entendiera. Marta sabía muchas cosas, pero no entendía qué significaba que su amigo fuese el Cristo, y que por eso su hermano resucitaría ahora. Jesús venía a despertar a su amigo en respuesta a su solicitud. Jesús venía en ese ahora que le corresponde a él, y que tiene que ver con la voluntad y la gloria de Dios, porque en el antes no hay lugar para la experiencia de Jesús y para la creencia de los otros muchos. Esa la razón, esa era la causa y la misión que movía ahora al Hijo de Dios.
Jesús tenía un amigo, y le iba a resucitar, pero su otra hermana vino donde él totalmente desecha en lágrimas. María que también era su amiga, que la conocía muy bien en la intensidad de su corazón, en las demostraciones públicas de su amor, en las preguntas en primera fila sobre su persona y sus pensamientos, en su incontenible voluntad de conocer quién era él. María no pudo más consigo misma y la pérdida de su hermano. Se encuentra con Jesús desarmada completamente, sin ánimos de contenerse, repitiendo las mismas palabras de su hermana, “si hubieras estado aquí…”. Algunas personas que la vieron salir corriendo totalmente turbada y desconsolada, lloraban también con ella con el mismo reclamo a Jesús con sus tiempos tan extraños e incomprensibles. ¡¿Dónde estabas Jesús, si esta vez se trataba de Lázaro tu amigo amado?!, ¿es que acaso todos importan menos él?, ¿te era tan difícil venir?, ¿qué era más importante que Lázaro y su muerte? María no dijo nada más. A diferencia de su hermana, ella no tuvo fuerzas de decir algo más y se entregó al llanto por su hemano, sintiendo quizás al mismo tiempo una total incomprensión del actuar de Jesús con su familia. ¿Nuestro amigo nos olvidó o es que nunca supo del recado?
Jesús tenía un amigo, y estaba en una tumba. Jesús se desploma y se entrega a la pena al verle defintivamente sepultado. Jesús llora porque su amigo ha muerto y ya no está. Y esto no solo por empatía con su amigas o con los amigos de su amigas, o solo por acompañarlas en su sufrir, o por hacer un esfuerzo identificatorio con la humanidad sufriente de la muerte.
Jesús tenía un amigo, y lloró perderle. La pena de Jesús era desde antes o quizá desde siempre. Jesús llora la pérdida, llora el abandono, llora su propio duelo. Jesús es Dios llorando por haber perdido al objeto de su amor aquel día en el Edén cuando le abandonamos para no volver. Jesús experimenta en la máxima expresión de Encarnación la separación de su querido amigo a quien no le respondió para librarle, sino para abandonarle y ahora despertarle. Jesús es Dios llorando en lo humano la pérdida. Lo que días después ocurriría otra vez con pena de Dios, hoy ocurre con pena humana. Jesús llora el abandono y la pérdida pues Dios llora el abandono y la pérdida.
Jesús tenía un amigo a quien tuvo que dejar morir. Jesús tenía un amigo a quien iba a resucitar. Este milagro no era con alguien desconocido, con alguien lejano, con alguien cuyo rostro no le era familiar y muy amado, este milagro era con Lázaro de Betania, que incluso dos mil años después le sabemos el nombre. Este milagro cobra un valor mayor debido a que precisamente era el amigo entrañable y cercano de Jesús, por medio de quien se efectuaría el comunicar de Dios no solamente para él, sino que, para todo espectador del milagro, sea este ocular o no. “Quiten la piedra”, ordena Jesús a quienes podían hacerlo, y Marta se le opone. “¿No te dije que si crees verás la gloria de Dios?”, insiste una vez más para Marta y para todos, diciendo que para ver algo inmediato de Dios se debe creer en la posibilidad de eso.
Jesús tenía un amigo, y el Padre lo sabía muy bien. “Padre te doy gracias porque me has escuchado”. Jesús clama al Padre por su amigo muerto, por su amigo ahora lejos de él pues un abismo de separación mortal había entre ellos que le hacía entrar en una pena como la de los hombres. Esta pena de la separación que imposibilita la cercanía de la relación cara a cara. En esa pena el Hijo de Dios, que es la Resurrección misma, despierta a su amigo Lázaro quien escucha entre sus sueños de muerte el poderoso, firme e implaclabe “¡sal fuera!” de vida. Lázaro responde a la solicitud de su amigo desde la ultratumba porque él estaba ahí ahora respondiendo a su solicitud primera. Lázaro resucita y sus amigos fueron testigos del milagro aún mayor que otros hechos por él. Ahora ellos creen en las palabras de Jesús; por la traída a la vida de su amigo ellos ahora también fueron vivificados.
Lázaro tenía un amigo, un amigo muy especial, que no solamente consoló las lágrimas de dolor, ni acogió meramente su sufrimiento, ni curó como a otros de su enfermedad. Lázaro tenía un amigo que le dio vida nuevamente, que le hizo nuevo a costa de sí mismo y sus propia pena hecha llanto. Lázaro tenía un amigo capaz de abadonarse a sí mismo al abandonarlo por amor a él, al Padre y a otros. Lázaro tenía un amigo que era la Resurrección misma, pero que le llora con pena de Dios.
Lázaro tenía a Jesús el Hijo de Dios como su amigo para toda la eternidad.
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I could be brown, I could be blue, I could be violet sky, I could be hurtful, I could be purple, I could be anything you like.
Say what you want to satisfy yourself... but you only want what everybody else says you should want.
#sowhat
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Ayer fue nueve veces tres; número bonito, número para mí. ¿Enumeras tus tiempos? ¿O solo yo lo vi así?
Aquí estabas aunque lejos quizás distinto y con dolor quizás con temor para extrañar quizás detenido en demostrar.
Aquí supe qué es amar: La tal angustia lejana hecha ya cercana La ansiedad de perderme en tus tiempos Y la vanidad de que mires mi era.
Aquí entendí que sin ti nada soy, porque encontramos nuestras horas al sumar, valoramos el cariño y el chocolate entre dos.
Vi ese uno y ese nueve Vi que eran solo para mí. Pero vi también al múltiplo de tres y vi que era yo solo parte de ese distante sinfín.
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Mira, ahí está él - el Dios. ¿Dónde? Allí, ¿no lo ves? Es el Dios y no tiene donde apoyar su cabeza, y no se atreve a apoyarla en el hombre alguno para que no se escandalice. Es el Dios y su paso es cauteloso que si le llevaran los ángeles, no para que su pie no tropiece, sino para no hundir a los hombres en el polvo escandalizándose de él. Es el Dios y sus ojos reposan preocupado sobre el género humano, porque el tierno brote del individuo puede ser hollado tan rápidamente sobre la hierba. ¡Vaya vida! ¡Puro amor y pura pena: querer expresar la unidad del amor y entonces no ser comprendido, temer la perdición de todos y así, sin embargo, poder salvar en verdad a uno solo! ¡Pura pena, cuando los días y las horas están llenos de la pena del que aprende y se confía! ¡Así es como está el Dios sobre la tierra, igualando al más humilde por su amor todopoderoso! (...) Pero la figura del siervo no era algo postizo. Por eso el Dios tenía que sufrirlo todo, aguantarlo todo, probarlo todo: pasar hambre en el desierto, tener sed en el suplicio, ser abandonado en la muerte, absolutamente igual al más humilde - ¡he aquí el Hombre! Porque su sufrimiento no es el sufrimiento de la muerte, sino que toda esa vida es una historia de sufrimiento, y es el amor que sufre, el amor que incluso necesitado lo da todo. Prodigiosa abnegación cuando, pese que a quien aprende es el más humilde, él pregunta preocupado ¿me amas realmente? (...)
- S. Kierkegaard
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El Absoluto nos encuentra en contigencia, se hizo nuestro más acá, por igualdad en amor.
El Absoluto llevó gloria en nuestra situación.
El Eterno ha vuelto su rostro a nuestro tiempo, se ha hecho instante, por igualdad en amor.
El Eterno se entreteje a sí en relación.
El Eterno Absoluto se ha vestido de mortalidad, de circunstancia anormal, de afecto carnal.
El Dios lo existe mundano, incluso en el morir. ¡Misterio profundo, insondable, pavoroso! Tú eres, oh Dios, todo aquello que yo no soy.
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I stand amazed in the presence of Jesus the Nazarene, and I wonder how He could love me, a sinner condemned, unclean.
How marvelous, how wonderful and my song shall ever be.
How marvelous, how wonderful is my Savior’s love for me.
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¿Y te quedarás solo con mirar? Observador testigo, atento al suceso, a detalle estudiado lo ocurrido. Abierto, concluido, cerrado.
¿Y te quedarás solo con lo que ves? Observador indiferente. Tocarte difícil es, o saberte cojea tu verdad detenida. Estático, alerta, inmóvil.
¿Y te quedarás solo con entender? Alimentaste multitudes, a niños acogiste. Te involucraste en entrega sin miedos, sin medidas. Por ellos los que sobran, por los que nadie contó. Testigo fiel, hacedor, maestro de amor.
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No Te Rindas
No te rindas, aún estás a tiempo de alcanzar y comenzar de nuevo, aceptar tus sombras, enterrar tus miedos, liberar el lastre, retomar el vuelo.
No te rindas que la vida es eso, continuar el viaje, perseguir tus sueños, destrabar el tiempo, correr los escombros y destapar el cielo.
No te rindas, por favor no cedas, aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se esconda, y se calle el viento; aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus sueños.
Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo, porque lo has querido y porque te quiero.
Porque existe el vino y el amor, es cierto. Porque no hay heridas que no cure el tiempo.
Abrir las puertas, quitar los cerrojos, abandonar las murallas que te protegieron.
Vivir la vida y aceptar el reto, recuperar la risa, ensayar el canto, bajar la guardia y extender las manos, desplegar las alas e intentar de nuevo, celebrar la vida y retomar los cielos.
No te rindas, por favor no cedas, aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se ponga y se calle el viento; aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus sueños.
Porque cada día es un comienzo nuevo. Porque ésta es la hora y el mejor momento.
Porque no estás sola. Porque yo te quiero.
M. Benedetti
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Pan del cielo tú eres para mí, la poderosa ofrenda de perdón. Pan del cielo tú eres para mí, bendita gracia y redención feliz.
Hoy puedo libre en el santuario entrar, y contemplar en tal excelsa luz, a quien por mis pecados se humilló.
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-No -dijo el principito-. Estoy buscando amigos. ¿Qué significa domesticar?
-Es algo olvidado. Significa crear vínculos.
-¿Crear vínculos?
-Justamente. Para mí, tú no eres más que un niño igual a otros cien mil niños. No te necesito. Y tú, por tu lado, tampoco me necesitas. Para ti, yo no soy un zorro igual a otros cien mil zorros; pero si me domesticas entonces tendremos necesidad el uno del otro. Para mí, serás único en todo el mundo. Y para ti, yo seré único en todo el mundo. (...)
-Por favor, ¡domestícame! -dijo.
-Me gustaría mucho -respondió el principito-. Pero tengo poco tiempo. Tengo amigos que descubrir y muchas cosas que comprender.
-Solo se comprenden las cosas que se domestican. Los hombres ya no tienen tiempo de comprender nada. Compran cosas que ya están hechas en las tiendas, pero en ninguna tienda se puede comprar la amistad. Es por eso que los hombres ya no tienen amigos. Si quieres un amigo, domestícame...
-¿Y qué debo hacer para domesticarte? -preguntó el principito.
-Debes ser muy paciente -respondió el zorro-. Primero te sentarás en el pasto a una cierta distancia de mí. De esta forma, yo te miraré con el rabillo del ojo y no me dirás nada. Las palabras son fuente de malos entendidos. Pero cada día, te sentarás un poco más cerca de mí...
El principito volvió al día siguiente.
-Hubiera sido mejor que volvieras a la misma hora -dijo el zorro-. Si por ejemplo, vienes todas las tardes a las cuatro, desde las tres comenzaré a sentirme feliz. Me sentiré cada vez más feliz, en la medida en que se acerque la hora. A las cuatro ya estaré alerta y agitado. ¡Te mostraré lo feliz que estoy! Pero si vienes a cualquier hora, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón para recibirte. (...)
Así fue como el principito domesticó al zorro.
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