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La chispa.
Mi huella dactilar toma forma en mi dedo.
Siento un dolor en el, intento encender el fuego aunque solo salen chispas.
Al cabo de un rato la logro prender. Es una llama intensa, me veo reflejada en ella, con tanto poder y a su vez tan impredecible. Se apaga al instante y aparece un humo efímero que me recuerda que la llama se consumió y con ella su fuerte color.
Si apago la luz ilumina la habitación. Aunque no pueda mantenerla prendida tanto tiempo sin que empiece a quemar la superficie de mi dedo.
Se mueve como si bailara, al ritmo de la brisa que entra por mi ventana.
La miro expectante, no logro comprender como algo tan delicado, puede prender fuego hasta un bosque o consumirte el cuerpo entero.
En mis noches de melancolía, le pido a la llama que se lleve todo lo que no deseo. Como si la racionalidad no existiera y junto a ella mis sentimientos se consumieran.
Valentina Grinbank gopanas
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Inocente, se escuchaban los gritos de sus suplicios,
con un gran deseo de que los dioses fueran un poco más bondadosos
y le juraran misericordia.
Ni un joven amuleto de madera,
tallado con un símbolo que prometía protección,
podría igualar sus súplicas.
De hecho, ellos reían y bebían vino,
mientras ella, en su agonía,
anhelaba un poco de compañía.
Era como una oveja oculta en la piel de un animal salvaje.
Los dioses no tendrían piedad,
mucho menos con una vikinga cristiana.
Al encontrar el rechazo, la joven se fue debilitando.
Los dioses, sordos a sus oraciones teñidas de cruz,
le negaron toda misericordia.
Fue entonces cuando comprendió
que su fe no era un escudo,
sino una daga enterrada en su pecho.
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Me aterra pensar en el día
en que ya no tengamos nada que decirnos.
Imagino que un silencio insaciable abrumaría la habitación,
aquella en la que, tal vez, en algún momento de la vida,
te dije: mi amor.
Me aterra pensar en el día
en que nuestras palabras sean insignificantes,
y aún más me aterra pensar
que no tenía miedo,
sabiendo que nuestras palabras
están por tornarse frías y tenues.
Creo en el valor de la palabra,
pobre joven, ingenua.
Nuestras miradas cómplices
solo son producto de mi intelecto.
Y ahora entiendo que el silencio no nos rompió,
sino la falta de valor a tus promesas.
Confundí tu silencio con un espejismo,
y en mi ingenuidad, llamé amor a algo vacío, el abismo.
Valentina Grinbank Gopanas
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De regreso a casa después de una noche dura de trabajo, decidí parar en el quiosco. Eran las dos de la mañana, el cansancio comenzaba a pesarme y la calle gemía en soledad. Compré un paquete de cigarrillos que nunca había probado. Era una marca nueva, llamada Phan. Fumar a veces aliviaba estas sensaciones que se intensificaban en mi cuerpo durante las noches un poco solitarias.
Llegué a casa, me tiré en la cama. Al lado, el encendedor y el cenicero descansaban, esperándome. Decidí probar uno de esos cigarrillos “convertibles”, cada uno con un color diferente. Agarré el violeta, lo encendí y le di una calada profunda. Cerré los ojos esperando disfrutar de ella. Pero de repente, una imagen nítida se formó en mi mente: un lugar lejano, el bullicio de una ciudad que no reconocía. ¿Estoy viendo el futuro? Pensé. La visión se desvaneció, y cuando quise darme cuenta, estaba de vuelta en mi cama. Entre mis dedos, lo poco que quedaba de ese cigarrillo que se había consumido. Mi respiración acelerada, mi mente atrapada en lo que había visto.
Durante los siguientes días, cada cigarrillo me ofrecía nuevas experiencias.
Al día siguiente, tomé el cigarrillo rojo, lo encendí sin pensarlo. Esta vez, cuando aspiré, sentí una presión en el pecho, como si una fuerza me empujara hacia adelante.
Cerré los ojos y, de repente, la habitación se desmoronó alrededor de mí, y me encontré en una calle antigua llena de coches que no reconocía. Mi cuerpo estaba allí, pero mi mente se movía rápido, como si viajara en el tiempo. Vi personas de otra época, escuché risas y murmullos. Fue un salto fugaz, pero al regresar, el reloj de la pared había cambiado, como si el tiempo se hubiera estirado.
Pasaron los días, mi curiosidad me llevaba a probar más. Cada pitada era diferente. El cigarrillo verde me permitió ver a través de las paredes, leer los pensamientos de las personas a mi alrededor.
Se convirtió en una rutina para mí. Cada cigarrillo que probaba era más mágico, y solo me quedaba el último.
Mi color favorito era el azul y decidí probarlo al final, lo encendí en la calle.
Al exhalar, el mundo comenzó a distorsionarse. La calle que me rodeaba empezó a desvanecerse y las luces de la ciudad se sumergieron en una intensa oscuridad. En un parpadeo, me sumergí en una profundidad abismal, rodeada por un sonido lejano de burbujas. Me di cuenta de que estaba flotando en el océano, pero no de una manera normal. Estaba completamente sumergida, pero podía respirar con mucha facilidad, como si el agua fuera aire para mí. Se sentía como un espacio vibrante y lleno de vida, todo parecía estar en calma.
El océano era un lugar que desafiaba mis expectativas, inmenso y místico, lleno de criaturas fantásticas y extrañas. Desde corales llenos de vida, hasta peces que se desplazaban como nubes.
No me sentía con miedo, sin embargo, tenía una curiosa fascinación. Continuaba nadando, y sentía una conexión más profunda con el océano. Cada movimiento de agua a mi alrededor me permitía tener una comprensión más profunda de mí misma, mi vida y mis deseos. El agua actuaba como un espejo y no solo reflejaba mi imagen, sino mis emociones más profundas.
Estaba en un gran viaje de descubrimiento hasta que vi una fuerte corriente que me atraía al fondo, hacia una zona oscura y desconocida. En la oscuridad fría y nostálgica, pude ver una puerta de coral, con inscripciones antiguas. Al acercarme, me di cuenta de que esa puerta me llevaría a un conocimiento prohibido, un poder que no imaginaba. Pero en el fondo sabía que acceder implicaría un cambio irreversible. El mar parecía hablarme, susurraba y me tentaba. Sentí una gran presión por seguir explorando el océano o dejar atrás lo desconocido.
Al final, mi cigarrillo se consumió por completo y el mundo acuático se desvaneció lentamente. Subí a la superficie, sintiendo la presión del agua y el peso de lo que acababa de vivir. Fue un proceso lento, como si estuviera renaciendo.
Cuando logré subir a la superficie, me encontraba nuevamente en mi habitación, pero la sensación de lo que había vivido me invadía. Me daba cuenta de que me había cambiado.
Aunque estaba de nuevo en mi mundo, ya no era la misma. Sentía una conexión más profunda con el océano y el agua, un poder que no entendía completamente, pero de alguna manera, me había elegido. Su magia me había cambiado para siempre.
Al día siguiente, regresé al quiosco. Entré con paso firme, le pregunté al vendedor:
“¿Tiene cigarrillos Phan?” intentando disimular la desesperación en mi voz.
El vendedor me miró por un largo momento, con ojos fríos y vacíos. Movió la cabeza lentamente, como si estuviera mirando a alguien que ya sabía la respuesta, pero necesitaba escucharla.
“No existen”, dijo simplemente.
Un estremecimiento recorrió mi cuerpo, como si un cuchillo me hubiera atravesado. ¿Cómo que no existen? ¿Cómo? Había comprado cigarrillos Phan la otra noche. Había viajado, visto el mundo de otra manera, una que nunca imaginé posible.
“¡No es cierto, dígame dónde están!” exclamé. Mi voz temblaba y la desesperación empezaba a tragarse mi racionalidad. Necesitaba regresar, necesitaba esos cigarrillos. No podía vivir sin ellos.
Corrí hacia la calle, sentía la brisa fría que acariciaba mi rostro. Todo me parecía distante. La ciudad, el cielo, las luces, todo era irreal. No podía ser real, no podía dejar ir todo lo que había pasado.
Corría desorientada, sin rumbo, crucé calles que no reconocía, el eco de mis pensamientos se hacía cada vez más fuerte: ¡Necesito más!
Recorrí cada quiosco, cada esquina, cada lugar donde vendían cigarrillos. Phan nunca estaba. Nadie los vendía, ni conocía.
En mi cabeza, se comenzaba a apoderar la locura. El vacío era tan profundo que sentía que caía al abismo. Mi respiración se volvía cada vez más rápida, comenzaba a sudar. Solo me quedaba el recuerdo de los mundos que había experimentado, las sensaciones que ya no podía alcanzar.
Corría sin parar, hasta que la fuerza de mi cuerpo me abandonó. Me desplomé en medio de la calle, entre luces tenues y sombras, mirando el cielo estrellado.
¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué no me dejaban volver? ¿Qué sentido tenía haber vivido todo eso, si no podía volver a repetirlo? La abstinencia me mató.
Era el precio que había pagado por probar algo más grande que yo. Sin los cigarrillos, estaba vacía.
-Valentina Grinbank
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MAGIA
Cuando el reloj marca la hora, cada una cuenta…
Los minutos se transforman en segundos, corren.
Las aguas del reloj nos vienen a desnudar.
Cuando marca las 00:00, la realidad toma presencia.
¿Hada madrina, no me regalas un rato más? Quisiera creer que existe la magia, al menos en algún lugar.
La madrugada se asoma, pierdo mi antifaz.
La calabaza se transforma en menguante melancolía. Y la gota de agua termina de rebalsar.
Mi vestido solo es un sucio delantal,
la fiesta acabó.
Valentina Grinbank
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EL MUSEO DE LOS AMANTES.
Lúgubre, destemplado.
Un rincón de poca lucidez, seducido por los encantos nocivos de noches de pernoctación.
Solo los que alguna vez conocieron el amor, o alguna parte de él, se encontraban desolados, anhelando el deseo de lo que alguna vez recorrió su cuerpo en gotas. Lugar seguro que llamaron hogar.
Últimamente, los amantes comenzaron a vestir diferente; cambiaron sus coloridas prendas por túnicas oscuras y cultas.
Saciaban un poco su soledad con algún licor amargo, que ayudaba a lidiar con los encuentros de disensión con sus amantes.
Se exhibían infinitas personas, con diferentes personalidades, virtudes y defectos.
Dilema.
Perdieron todo tipo de lucidez; creían que el amor se trataba de una elección.
Valentina Grinbank
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Soy el hombre araña
𝑨𝒔𝒊 𝒆𝒔 𝒎𝒊 𝒗𝒊𝒅𝒂, 𝒎𝒊𝒍𝒆𝒔 𝒅𝒆 𝒓𝒖𝒎𝒐𝒓𝒆𝒔 𝒚 𝒏𝒂𝒅𝒊𝒆 𝒔𝒂𝒃𝒆 𝒍𝒂 𝒗𝒆𝒓𝒅𝒂𝒅
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Tú y yo teníamos un idioma privado como el poeta con su poesía.
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Buenos Aires
Una canción hermosa que alguna vez escuché.
Una ciudad interminable, escandalosa en cada esquina.
Un par de pies que caminan en la infinidad,
abundancia de deseos.
Un sinfín de miradas efímeras, junto a oportunidades.
Secas de cigarrillos intermitentes, colillas destruidas.
Personas destempladas, con caducidad.
Poetas desapercibidos observando la soledad.
Un sombrío y a su vez, esclarecedor hogar.
Avenidas inmensas, cada quien buscando algo.
Amor o simplemente un refugio en una noche irremisible.
Valentina Grinbank
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