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Ver atardecer como quien ensaya despedidas
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no tiene una palabra
es como magia
esa sensación
que ella bebía en cada canción
por eso le gustaba regalar poesías, que aunque fueran malas, sabía que estaban hechas para cada ocasión.
Y amaba, aunque cuestionaba la forma que el amor había adoptado,
cárceles de plata, laberintos autogenerados.
y se emocionaba con las historias bonitas,
porque los cuentos estaban hechos para escucharlos en voz alta
y ella acostumbraba a leer en soledad.
Por eso se le herizaba la piel escuchando la voz susurrada, como si contara un secreto,
de las serpenteantes “eses” hondulando entre las sábanas a la luz de una lamparita con forma de estrella.
Porque en la ciudad hay demasiada luz por las noches como para mirar el cielo.
Y en esta cama hay demasiado espacio como para que solo sueñe una persona.
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El niño viejo
Tenía las manos suaves y grandes, casi tan grandes como el corazón que latía con fuerza dentro de su pecho, con tanta fuerza que hacía que todo a su alrededor vibrase, que se moviera como con vida propia. Él trasladaba pedacitos de su alma en cada latir.
Yo lo conocí cuando caminaba, era su rutina y también su pasión. Siempre hacía el mismo camino, nunca variaba su recorrido y lo hacía siempre a la misma hora y con la misma velocidad. Tanto así que si alguien lo buscaba solo tenía que esperar el tiempo exacto y milimétricamente calculado en que terminaba.
Era un niño viejo, un espíritu infantil habitaba en su interior, en sus palabras, en su sonrisa, en su honestidad. Hablaba con la misma sencillez con la que caminaba. El niño viejo adoraba silbar y lo hacía a destiempo, sin orden ni compás. Silbaba para matar el tiempo y lo hacía de una forma tan caótica como la propia vida, imitando a los pájaros que encontraba en el camino de sus paseos matutinos.
El camino, era un camino de tierra, que llevaba a su lado izquierdo una carreterilla que unía su pueblo con el de al lado. Él silbaba mientras caminaba y veía a los coches pasar de largo y a pesar de no conocer ninguno, a todos ellos los saludaba levantando la mano acompañando con un leve levantamiento de cabeza.
Tampoco conocía a los vecinos junto a los que se sentaba en los banquitos de la calle, pero con los que se juntaba cada mañana como calentamiento antes de empezar su paseo. Charlaba siempre de los mismos temas, pero siempre los hablaba con el mismo interés.
Y tampoco recordaba el nombre de las personas que con el vivían, pero a las que amaba con toda su alma. Esperaba sentado en el sillón de la casa a que cualquiera de los cuatro aparecieran por la puerta y lo acompañaran un rato, en silencio aunque fuera, compartiendo unos instantes que, junto a su paseo, para el eran la máxima felicidad.
Puede parecer que el niño viejo estaba terriblemente solo el resto del tiempo, pero no es así. Tenía una fiel compañera de caminos, silencios y esperas. Una perra que lo adoraba. Puede ser que el animal percibiera esa vibración que el viejo emitía con su corazón puro e infantil.
En todo caso, el animal se sentaba a su lado en el sillón y esperaba con el cada día. A veces, el viejo aún no se había sentado y la perra ya estaba colocada en el hueco perfecto que la cadera derecha de éste tenía reservado para ella.
El viejo amaba mucho, amaba el camino de piedras, amaba los días de sol, la primavera y el explosionar de las flores que ponía los árboles de mil colores. Amaba las cosas sencillas porque en ellas el viejo podía ver mucho. Amaba el día a día, porque el futuro no existía y el pasado se le hacía cada vez más borroso, más nublado, más alejado de su mente.
Él había amado también a una mujer, a la mujer que vio partir y a la que acompaño compartiendo hasta el último suspiro. La acompañó como el animal lo hacía con él en cada paseo, en cada espera en el sofá, en cada silbido.
El viejo era como un acordeón, respiraba sonoramente y tenía tantos pliegues en su piel que cuando sonreía se le amontonaban en ciertos lugares de la cara para luego estirarse de nuevo. Era un acordeón antiguo y hermoso, con un poco de polvo por culpa de los años pero con ese sonido que te invita a escuchar.
El paso de los años hizo efecto en su desbocado corazón y los latidos se fueron haciendo más sutiles. Ya cambiaba el viejo su forma de caminar, ya su memoria se olvidaba del día y de la noche. Ya olvidó a su amor aunque tenía momentos de lucidez que lo devolvían a aquellos días junto a ella.
Al viejo empezó a dolerle la soledad y cada vez aguantaba menos la espera aunque estuviera acompañado del fiel animal. Al viejo niño se le olvidó silbar y fue caminando cada vez más hacia ese lado infantil de su dualidad.
Olvidó también caminar por lo que prefería permanecer en la cama y llegados a tal punto, el viejo durmió, pero su fulgurante corazón seguía haciéndolo vibrar, negándose rotundamente a olvidase también de latir.
Alrededor, su familia lo observaba sin ser consciente de que de su pecho brotaba una rama que ascendía con fuerza, transformándose en un árbol que extendió sus ramas ocupando la habitación y alcanzando cada rincón.
Era invierno, el árbol permanecería seco y aparentemente inerte, pero la primavera aún estaba por llegar, era solo cuestión de tiempo.
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Gente que camina
Sigo a desconocidos. No creo que sea patológico, sólo un pasatiempo. Hay gente que va al bingo, hace planes o tiene hijos. Yo prefiero recorrer ciudades siguiendo a desconocidos, imaginar sus historias mientras me llevan por calles y avenidas hasta su casa, su lugar de trabajo o algún bar donde hayan quedado con otros desconocidos. A veces, cuando hace malo, recorro una línea de autobús entera, la elijo al azar y hago ida y vuelta. La mejor manera de conocer una ciudad y la gente que la habita. Por menos de dos euros Madrid, París o Roma puede ser tuya. Ayer, por ejemplo, alguien me llevó hasta un barrio del extrarradio, un lugar que nadie visita, a salvo de los turistas y su inmoralidad, a salvo de quien viaja como si tachara propósitos en una lista, a salvo de quien dice conocerse por haber atravesado un desierto el último verano, a salvo de quien coge un avión creyendo que, allí donde va, conocerá a gente maravillosa, como si no hubiera gente maravillosa en las panaderías de barrio o los autobuses urbanos. Luego, cambié de persona. Deambulé un poco hasta encontrar otro desconocido que me apeteciera seguir. Perderse para volver a encontrarse en otro rastro: una mujer, un anciano, un paseador de perros, una madre y, finalmente, un hombre que andaba erguido y solo. Toda la tarde y toda la noche estuve con ese desconocido. Era un andar trágico. Le seguí hasta el portal de una casa, subimos juntos la escalera, se calzó las zapatillas, me lavó las manos y cenó de mi plato.
Julio Béjar
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La loba en tí
Hablar desde las entrañas te arranca algo profundo y te provoca una arcada y hasta el vómito. Te hace saborear lo amargo, sentir asco, mucho. Hablar desde la herida es el único modo que encuentro para que la mierda no se pudra dentro tuyo. Y aunque exponerse escuece esa purga te va depurando, te libera, limpia la herida supurante y te pone en orden para seguir, seguir viviendo. Cuando logras mirar de frente y dar voz a tus fantasmas de pronto algo cambia, tu cuerpo que antes era tu prisión ahora es tu propio refugio, tu regazo, tu salvación. Asumir nuestra vulnerabilidad animal es tan necesario como descubrirnos a nosotras mismas y lamernos las heridas.
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Escribe como quieras, usa los ritmos que te salgan, prueba instrumentos diversos, grita en vez de cantar, sopla la guitarra y toca la corneta. Odia las matemáticas y ama los remolinos. La creación es un pájaro sin plan de vuelo, que jamás volará en linea recta
Violeta Parra
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Saltar al vacío, dejar sentir la inevitable fuerza gravitatoria sobre nuestras carnes. Que ninguna otra norma sujete nuestro movimiento. Luchar entre el miedo al vacío y las infinitas posibilidades que nos ofrece.
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EXILIO
Abandonada al exilio
A la diáspora
Soy víctima de mis propios deseos, deseos que no son propios
Sino señuelos.
De tanto alejarme, ya no se trazar mis cartografías
Y hay algo en el propio lenguaje que me atrapa.
No hay nada prohibido,
pero los caminos se unen para dar paso a un estrecho pasillo
lleno de oscuridad, donde nadie se reconoce.
Tantas veces repetí lo deseable que acabé deseando.
Tantas veces me quise lejos de mí, que así estoy: exiliada
Caí en el señuelo, en la extraña red que flota en el aire
y se cuela por las grietas de mis labios pasando por la garganta
y atrapando mis entrañas.
Abandonada al exilio
Ahora busco en los orígenes
Alguien dijo que lo hiciera “en los antepasados que me hagan más libres”
Y yo solo encuentro a las brujas, las locas, las putas.
Indómitas sin patria
Abandonadas al exilio
A la diáspora
Son dueñas de sus propios deseos, deseos que no son de esos otros
Sino sus pesadillas
De tanto viaje por mi cuerpo, reconozco cada uno de mis accidentes geográficos
Y el lenguaje ya no me anula ni me ultraja
Y exploro los múltiples caminos, los que nadie prohibió por miedo a hacerlos deseables.
Me miro de frente y me reconozco en mis infinitas formas.
Tantas veces fui que acabe siendo tantas veces
Tantas veces me quise, que así soy…. Peligrosamente libre.
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Si eres una mujer fuerte protégete de las alimañas que querrán almorzar tu corazón. Ellas usan todos los disfraces de los carnavales de la tierra: se visten como culpas, como oportunidades, como precios que hay que pagar. Te hurgan el alma; meten el barreno de sus miradas o sus llantos hasta lo más profundo del magma de tu esencia no para alumbrarse con tu fuego sino para apagar la pasión la erudición de tus fantasías. Si eres una mujer fuerte tienes que saber que el aire que te nutre acarrea también parásitos, moscardones, menudos insectos que buscarán alojarse en tu sangre y nutrirse de cuanto es sólido y grande en ti. No pierdas la compasión, pero témele a cuanto conduzca a negarte la palabra, a esconder quién eres, lo que te obligue a ablandarte y te prometa un reino terrestre a cambio de la sonrisa complaciente. Si eres una mujer fuerte prepárate para la batalla: aprende a estar sola a dormir en la más absoluta oscuridad sin miedo a que nadie te tire sogas cuando ruja la tormenta a nadar contra corriente. Entrénate en los oficios de la reflexión y el intelecto Lee, hazte el amor a ti misma, construye tu castillo rodealo de fosos profundos pero hazle anchas puertas y ventanas. Es menester que cultives enormes amistades que quienes te rodean y quieran sepan lo que eres que te hagas un círculo de hogueras y enciendas en el centro de tu habitación una estufa siempre ardiente donde se mantenga el hervor de tus sueños. Si eres una mujer fuerte protégete con palabras y árboles e invoca la memoria de mujeres antiguas. Haz de saber que eres un campo magnético hacia el que viajarán aullando los clavos herrumbados y el óxido mortal de todos los naúfragos. Ampara, pero ampárate primero Guarda las distancias Constrúyete. Cuidate Atesora tu poder Defiéndelo Hazlo por ti Te lo pido en nombre de todas nosotras. Gioconda Belli
http://www.giocondabelli.org/consejos-para-la-mujer-fuerte/
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A veces, no puedo tirar abajo mis muros
así que decoro sus paredes,
abriendo bien las ventanas para que la luz me alcance entre los barrotes.
Me veo a rallas.
Y descubro que las prisiones también son de carne y hueso.
Me declaro presa de mis fantasmas, carcelera de mis sueños.
¿Cuáles son los tuyos?
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Sea
Últimamente estoy harta de escuchar la palabra futuro, de esperar algo de la vida, de buscar sentidos y objetivos, de hacer y rehacer. Cansada de intentar cuadricular cada milímetro, en vez de esparcirme.
Hoy sólo quiero hablar de las nubes, solo quiero ver como pasan, se deshacen, se quedan, se ocultan. Hoy solo quiero ser nube, indefinido gas etéreo sin forma fija, sin rumbo, sin dirección. Tan real como perecedera. Tan diversa como fugaz.
Solo ser.
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