El gruñido de su estomago es lo que le hace abrir los parpados, el color rosado de sus iris deslumbra bajo la tenue luz indicando que era media tarde y seguramente los malditos estarían tomando la merienda ahora como lo hacían siempre, en el jardín. La habitación donde está no tiene más allá que lo básico, una cama, un baño y una diminuta ventana que le dejaba ver el sol y conocer la hora en que vivía. Los tobillos al igual que las muñecas le duelen gracias a las cadenas que estaban hechas con alguna especie de magia para controlar sus poderes luego de que, uno de sus guardias, entrase en el radio del control mental y Seongyeol le hiciera apuñalarse en el corazón con su propia arma. Una escena grotesca que parece alarmó a sus secuestradores, porque ahora tenía que vivir como un perro amarrado y con visitas mínimas. Por ende, cuando escucha la puerta abrirse es que Seongyeol se pone alerta, ha dejado de llorar por lo que ha perdido y de pensar en sus amigos porque se ha aferrado a la idea de que tiene que liberarse para encontrarlos, porque está sobreviviendo a una guerra y debía ser el más fuerte. - —¿Qué quieres? — -el omega prácticamente gruñe, sus puños se aprietan y las cadenas brillan para suprimir el poder del mentalista. Ahí estaba otra vez, el alfa al cual fue “regalado” como un obsequio, a quien veía poco o nada desde que Seongyeol le aseguró que nunca lograría tocarlo sin perder algún miembro en el proceso. Su esencia de boque y lirio blanco se descontrola, denotándose agría y acida por el miedo natural que le produce estar indefenso bajo los ojos de un alfa que odia y desconoce.
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