#y no ando del animo para soportar nada
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Lo suelto todo y aun así no encuentro cómo escapar. ¿Cómo lograrlo? ¿Huyendo de mi misma quizá? ¿Cortando no solo los lazos que me unen a mi decadencia sino tambien todo lo que me conecta a gran parte de lo que soy? Eso que soy no por elección, sino por desgracia.
#no se por alguna razón hoy me encuentro más aturdida por mis obsesiones que cualquier otro día#y no ando del animo para soportar nada#dios! lo voluble que es mi animo tan solo por interrumpir mi sueño pffffvsha#personal
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Coxis
Me está saliendo la cola. Me duele muchísimo el coxis. Ando como si me hubiera cagado encima. He ido al médico y estoy tomando antibióticos. No sé cómo sentarme ni tumbarme. He vuelto al médico y me ha dado más antibióticos. Me da igual quedarme sin conocimiento si así consigo sentarme como un ser humano funcional. No consigo escribir ni leer. Ahora mismo está haciendo efecto el antiinflamatorio y por eso estoy en el escritorio. Tengo que idear alguna forma de trabajar de pie, como los standing desks que están de moda en las empresas. Churchill, Hemingway, Woolf escribían de pie. Me gusta mucho el escritorio de pie de Woolf.
Han venido los adorables padres de M. Se quedan en casa 3 semanas. Me agobia un poco pero me siento bastante acompañado. Me preguntan mucho sobre mi coxis y yo no pienso en otra cosa que en mi dolor de coxis, así que bien. Hablando con M. (otro M., da igual) le digo que quizá tengo cáncer de ano pero luego compruebo que te tiene que sangrar el culo. También le admito que me da igual el cáncer y solo me preocupa que esta semana tengo una posible cita. ¿Le doy largas? ¿Me invento una excusa? Me quedan como mínimo 10 días así. Puedo andar, si andamos estaré bien. Al sentarnos será más complicado: o me tumbo en posición fetal o no s�� qué hacer. Puedo llevarme el cojín donut que uso. O le puedo preguntar si no le importa que apoye mi cabeza en su regazo.
He encontrado dos soluciones domésticas a mi dolor: trabajar en el váter y trabajar de pie. Ya tengo mi standing desk en la mesa de la cocina, el ordenador encima de una montaña de libros.
La historia de mi dolor de coxis es un intento de combinar a Woody Allen con Philip Lopate. Esto de Lopate sobre Montaigne me gusta mucho:
lo que lo llevó a su estoica y noble conciencia de que “debemos aprender a soportar aquello que no podemos evitar”, y lo que sirvió para unir ese último ensayo [“La experiencia”], fueron las piedras que tenía en el riñón. Esa enfermedad fue la principal maestra de sus años finales: “¿Hay algo que pueda compararse en dulzura a ese cambio súbito, cuando paso de un dolor extremo, al evacuar la piedra, a recobrar como si se produjera un relámpago la hermosa luz de la salud, tan libre y tan plena, como sucede en nuestros cólicos repentinos y más violentos?” No, gracias. Prefiero mi prolongada e irresuelta inmadurez a su iluminación adquirida por medio de piedras en el riñón.
Montaigne tiene algo de razón. El alivio tras el dolor no tiene parangón. De adolescente tenía una broma con amigos. No era un chiste sino una observación macabra: que te corten un brazo tiene que ser horrible, pero el placer que te debe producir el fin del dolor tiene que ser una maravilla.
Uno poetiza la enfermedad como poetiza todo: por vanidad.
Los padres de M. no dejan de contar historias. Ella (E.) es de origen irlandés y muy orgullosa. Se hizo la prueba del ADN y le sale 100% irlandesa. Odia a los ingleses (duh). Fueron a Ciudad de México hace poco y encontraron herencia irlandesa de la guerra mexicano-estadounidense en los años cuarenta del siglo XIX. La madre de E. murió cuando ella tenía 10 años, en Wisconsin. Vivió en un barrio de alemanes y suecos. Había varios judíos supervivientes del Holocausto. Es muy fan del fútbol americano y dice que tiene “football tourettes”: solo se le escapan palabrotas cuando ve fútbol.
Al padre lee fascina Pedraza y Segovia y tiene muchas pegatinas y llaveros y merch de ambos sitios. Puede hablar durante horas de Pedraza. Y ambos pueden hablar horas de Ciudad Real, que la visitaron hace unos años y se enamoraron.
Me duele el culo.
Los padres de M. se dejan siempre siempre siempre las luces encendidas. En su casa en California me di cuenta. Dejan la luz de su cuarto encendida, la del baño, todas las de la casa.
Algunos estereotipos: los estadounidenses son un poco como niños. Una combinación de ingenuidad, puritanismo, moralismo, asombro, ternura. No saben ser emocionales sin ser sentimentales. Son como los catalanes: se creen tanto el centro del mundo que acaban siendo provincianos.
No duermo casi nada por las noches, me despierto por el dolor. Me tomo una pastilla pero tarda en hacer efecto. Por las mañanas llego a tomar, en total, unas 5 pastillas (entre las que ya tomo normalmente y las nuevas para el dolor).
De pronto el dolor se ha ido. No puedo todavía sentarme ni tumbarme mucho y he intentado andar hasta el centro pero solo he podido llegar a Ríos Rosas. Poco a poco va desapareciendo hasta que ya apenas noto nada. Me han hecho una ecografía cuando ya casi no me dolía nada.
He entrado en Patio de butacas y me he acordado de ella. Cuando lea esto cambiará la contraseña, imagino.
Han venido A. e I. (su nombre real es en singaporense y le molesta tanto cómo lo pronunciamos los occidentales que dice que la llamemos I.) de Marburgo. Se quedan dos noches. Cenamos y les enseño lo que tengo montado del vídeo del viaje a California. Al verlo con alguien más me parece que es todo aburridísimo. Es una película de consumo interno. Al día siguiente no hago absolutamente nada. Apenas leo, no escribo ni trabajo pero cuando empieza a anochecer disfruto muchísimo de Sonata de otoño y luego me tiro en el sofá a escuchar los grupos más oscuros que se me ocurren: Lingua Ignota, Body Void, Sunn0))), Wreck and reference. A. e I. vuelven sobre medianoche, llevan todo el día pateando la ciudad. Están encantados con mis recomendaciones (Taberna Sanlúcar y Casa Manolo). Me escribe M. Me manda una foto de un mezcal que están tomando y me animo a salir. Llego a una fiesta de treintañeros casi cuarentañeros. Me esperaba algo raro: o una rave o a la abuela dormida en el sofá. Es un término medio. Hay dos catalanas y una dice que “No hay una palabra en castellano para prou”, al estilo John Carlin. Los madrileños cosmopolitas nos sentimos amenazados por los catalanes. Sentimos la necesidad de demostrar que no les odiamos y nos fustigamos con autoodio. Pero no sirve de nada ni nos lo pide nadie.
El novio de M. cuenta anécdotas del mundo del cine y la televisión: trabajó en una serie con Lolita Flores, Miguel Ángel Muñoz, una miss España, Toni Cantó. Se llamaba Vida loca y se emitió una temporada en Telecinco. Tiene un 2 en FilmAffinity. Él era, básicamente, el gag man, o así lo llamaban. Se dedicaba a corregir los chistes del guion, que era de un humor blanco insoportable. Añadía pequeñas pullitas, digresiones ridículas y absurdas (una mención al pasado como prostituta en Calcuta de una de las protagonistas, por ejemplo). Solo podía escribir borracho. Dice que se llevaba genial con Lolita Flores porque casi todas las bromas se le ocurrían para su personaje. Bebo gratis durante mucho tiempo y de un mezcal demasiado caro.
Tengo que aprender a aburrirme. Me obligo a tumbarme en el sofá a oscuras y escuchar música sin hacer nada más, bebiendo té, para aprender a no hacer nada. Me obsesiona llenar los huecos. Tengo demasiadas cosas pendientes: tres traducciones, dos reseñas, una transcripción de una entrevista, un post.
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