Tumgik
#y ahora voy con rhia !
mikuzsoy · 3 months
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adiós a la inocencia.
Una semana después del gran accidente, el despertar de Mikhail no ha sido nada fácil, especialmente debido a las nuevas sensaciones que está experimentando. Sus padres y hermanos lo visitan, pero ni siquiera eso logra mejorar su ánimo.
MIKHAIL KUZNETSOV. HABILIDAD: EMPATIA (3/3)
—FICHA INICIAL. 
Nombre: Mikhail Aleksandr Kuznetsov Mordashov.
Edad de Ingreso al Servicio: 18 años (2015)
Edad de Salida del Servicio: 24 años (2021)
Rango al Salir: Suboficial Superior (старшина)
Pelotón: Comandante de pelotón (30-50 soldados)
Experiencia en Combate: INFORMACIÓN CLASIFICADA.
Accidente: INFORMACION CLASIFICADA.
EUROPA, EN ALGUNA PARTE.
Oscuridad. 
Dolor. 
Mucho dolor. 
Mikhail abre los ojos sin reconocer su entorno: paredes blancas, sillas de plástico y una enorme ventana revelan un paisaje nevado. Confundido y adolorido, observa las máquinas que zumban a su alrededor sin entender por qué están allí. El sonido de cada máquina martillea su cabeza, intensificando el dolor que lo embarga. ¿Está en el infierno? No era un devoto religioso, pero siempre intentó actuar con bondad a su manera, y parece que ni eso bastó. Intenta moverse, pero sus extremidades parecen pesadas como si estuvieran ancladas por rocas. La garganta seca le impide hablar coherentemente.
Al levantar la mirada, nota a una mujer vestida de blanco que lo observa con ojos enormes y una expresión de sorpresa. Mikhail, casi creyendo que es un ángel, apenas logra articular:
— Agua... Necesito agua.
Un estruendo resuena en el pasillo, atrayendo a una multitud de personas hacia él.
En segundos, más personas llegan a su rescate, portando artefactos desconocidos para Mikhail. Le hacen preguntas en un idioma que apenas comprende… ¿Italiano? ¿Alemán? Solo sabe que le están hablando y que le resulta difícil responder. Siente las agujas inyectando sustancias en su cuerpo mientras, con el poco control que le queda, intenta quitarse todo, pero los hombres vestidos de blanco son más fuertes que él. Por primera vez en su vida, se siente impotente y diminuto ante el trato que recibe.
— Mikhail… Necesito que me respondas estas preguntas.
No hay respuesta; el rubio está demasiado agotado.
— Mikhail.
Silencio.
— Mikhail.
Más silencio.
El ruso no puede responder al llamado de su nombre. El dolor, la oscuridad y una profunda tristeza se han apoderado de él, especialmente esa sensación opresiva en su pecho.
En cuestión de segundos, se sumerge en la oscuridad total.
Fue una misión, una misión que debía salir bien y sin problemas. Pero el otro bando tenía un par de cartas bajo la manga: minas colocadas estratégicamente donde los rusos se encontraban, haciendo que todo saliera mal. Mikhail fue el único superviviente. Las secuelas eran graves, pero estaba vivo y, según los doctores, podría llevar una vida normal, o algo parecido. La explosión de un IED provocada por los enemigos hizo volar en pedazos su rodilla, la cual fue reemplazada por una prótesis de metal. Su brazo quedó quemado y sufrió otras lesiones que la familia Kuznetsov no quería seguir escuchando.
Su madre estaba a su lado, y parecía que los años le habían caído de golpe. Las ojeras se marcaban bajo sus ojos azules, ahora sin brillo. Fue la primera en tomar el primer avión y hacer todo lo posible para llevar a su hijo al mejor hospital de Europa, sin reparar en gastos. Su padre llegó después, con un semblante sombrío y negando con la cabeza ante los comentarios de los doctores.
Mikhail tragó en seco. ¡Cómo odiaba ver sufrir a su madre! Pero los Kuznetsov llevaban una vida marcada por el sufrimiento, y parecía que estaba en su destino sufrir trágicos accidentes. Sus hermanos también habían enfrentado problemas durante el servicio militar obligatorio, y él, el menor de todos, no sería la excepción ante los genes familiares.
— Mamá… —su voz es seca, apenas un susurro que Maria Kuznetsov puede escuchar. La mujer lo mira de nuevo, con una mirada cargada de dolor, preocupación y una tristeza que solo una madre podría expresar en ese momento.
— Sí, cariño.
— ¿Cuándo me sacarán todo esto? —pregunta con la inocencia de un niño.
Maria suspira. Le acaricia el cabello con delicadeza y niega con la cabeza.
— No lo sabemos, gatito.
Mikhail asiente. Las máquinas le molestan, los artefactos en su pierna también, y aún debe usar un respirador mecánico por precaución. Se pregunta qué pasa con su pierna. ¿Podrá volver a caminar y hacer deporte? Sabe que, de alguna manera, se buscó esto, porque la guerra nunca cambia y siempre será así. También se pregunta cómo podrá enfrentar a las madres de sus amigos, cómo podrá mirarlas a la cara. Y, sobre todo, ¿cuándo se irán el dolor en su pecho y la tristeza infinita?
Sus hermanas lo visitan, al igual que sus hermanos, y su padre lo observa con preocupación en cada visita. Mikhail sabe que no pueden detener su vida por su accidente; los Kuznetsov son guerreros y ya han enfrentado situaciones difíciles. Pero una parte de él aún anhela que su padre le diga unas palabras de aliento, que le diga: "Todo está bien, hijo". Sin embargo, sabe que esperar eso de su progenitor es complicado; no es un hombre de muchas palabras, y las emociones nunca han sido su fuerte. "Así son los hombres Kuznetsov", decía su hermana mayor.
— Gatito, pronto irás de nuevo a la sala de operaciones —le dice su madre, quien ha estado a su lado, cuidándolo como una leona cuida a sus crías. A pesar de estar en el hospital más lujoso de Europa, el rubio se siente abrumado por la preocupación de su madre. Ella lo ayuda a comer, a bañarse y con cualquier otra necesidad, como si volviera a ser un bebé. Esto le molesta, pero para no preocupar más a su madre, se queda en silencio, le sonríe—hasta donde puede—, y deja que ella siga cuidándolo.
— Lo sé.
Otro silencio se instala, interrumpido solo por el sonido de las máquinas y la lluvia que se intensifica fuera. Su madre sigue arreglando la habitación privada y haciendo llamadas a conocidos y familiares para avisar sobre la operación. Mikhail sabe que una de sus tías—la más devota—estará organizando una oración grupal. Aunque él no es creyente, siente que eso podría ayudar un poco, o al menos quiere creerlo.
Mientras lo preparan para la operación, Mikhail observa por la ventana y una parte de él lo sabe sin duda: su adolescencia ha terminado, su vida como la conocía ha cambiado, sus sueños han acabado. Las palabras de sus hermanos resuenan en su mente: "Dile adiós a tu inocencia, Mikhailo. Dile adiós a tus sueños, dile adiós a tus fantasías, porque ahora eres un hombre". Sabe que las pesadillas, donde sus amigos mueren por su culpa, volverán. Sabe que la vida puede darle la espalda y que la sensación de hundirse cada día será algo que no podrá bloquear como solía hacerlo en el ejército.
Por primera vez, llora. Llora por todo lo que ha perdido, por lo que perderá y por lo que nunca tendrá. Llora por haberse metido en el servicio militar y no haber seguido su sueño de ser pianista. Llora por haber querido seguir el sueño de su abuelo. Llora por el dolor en su rodilla, y llora simplemente porque siente un dolor inmenso.
— Oh, gatito… —su madre, su querida madre, viene en segundos a su lado para abrazarlo y darle esa sensación de consuelo que tanto necesita. Pero lamentablemente, ni siquiera eso puede aliviar el dolor en su pecho.
Mikhail Kuznetsov despertó una semana después de su operación. Los problemas se hicieron presentes: su corazón había reaccionado mal a la anestesia, complicando todo para los médicos. ¿Lo peor de todo? La operación, la hospitalización y el cuidado constante no eran nada comparado con la verdadera prueba que ahora enfrentaba: volver a caminar y recuperarse de sus lesiones. Esto sí lo afectó profundamente.
Recordando uno de sus poemas mientras lloraba al observar su nueva rodilla, las palabras resonaban en su mente: "¡Adiós, mi juventud, adiós, mi alegría!"
Y así era; su alegría se había ido.
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