Tumgik
#togo:aa
blemaernefoedd · 1 year
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⸻STARTING OVER.
La parte de atrás de la iglesia está ya iluminada. El café está servido. El tic tac del reloj no se detiene y no consigue opacar de ninguna forma el silencio que se va creando en la sala a medida que se acerca la hora de empezar la reunión.
Togo se pasea entre los presentes, con la cabeza agachada y las manos metidas en los bolsillos, como diciendo “por favor, no os acerquéis”. Hacía tiempo que no vivía con esta vergüenza que le va llenando el pecho y le impide respirar con normalidad.
Siente la necesidad de marcharse, pasar de que le vuelvan a dejar en la mano una puta ficha de felicitación por llevar un par de semanas sobrio. La última está con el resto, en una caja de zapatos escondida debajo de la cama, donde nadie pueda ver que en lo que se ha convertido.
Es la viva imagen de su padre y eso le destroza tanto que no sabe ni cómo salir de casa cada mañana sin antes servirse un vaso de whisky. Algo que, irónicamente, le estaría acercando más a una figura que detesta.
Entre susurros y sorbos a los vasos de plástico, todos toman asiento. Ya conoce a la mayoría de las caras, aunque, como la suya, aparecen y desaparecen cada poco tiempo. Sólo los que consiguen escapar de esa espiral son los que se quedan allí para ayudar a los demás. Togo nunca se ha planteado si hará lo mismo. Para él, la recuperación está más lejos que algún planeta del sistema solar.
—¿Quién quiere empezar?
La mano del galés queda levantada, después de unos segundos de duda entre el resto.
Como siempre, se presenta mientras se sienta delante de ellos. Le saludan. Se siente ridículo y tiene que agachar la cabeza para no mirarlos a la cara mientras habla.
—La semana pasada me pidieron que hablara de cómo me están yendo las cosas, y no sé muy bien qué deciros —Los hombros de Togo se encogen un segundo, dándole tiempo a pensar en cómo contar aquello—. Empecé a beber de pequeño, cuando mi padre se despistaba y dejaba la cerveza a la vista. No sabía por qué lo hacía, supongo que porque me gustaba dar por saco.
Sonríe, a medias, y ahora sí levanta la vista hacia los demás.
—Con quince ya me pillaba unos pedales descomunales con mis amigos. Rompía cosas. Me peleaba. Mi madre murió de una sobredosis y yo no supe cómo… —Se detiene. Parece que va a romper a llorar y tiene que llevarse una mano a la boca para calmarse.
—Estaba enfadado. Y esa rabia la alimentaba el alcohol. Era como tirarme gasolina por encima y prender el mechero. Una vez me quemaba por dentro, todo estaba en paz. Y cuando la rabia volvía, bebía más, y me prendía fuego, y me acostaba en las cenizas, y volvía a empezar. Una y otra vez.
Cuando termina de hablar, se echa hacia atrás en la silla y deja las piernas cruzadas. Parece cómodo allí hablando, pero todavía tiene las mismas ganas de pirarse que antes de que diera comienzo la reunión.
—Ahora estoy jodido, porque tengo un crío y no quiero quemarlo a él también. Así que estoy aquí, todas las semanas, la haya cagado o no. Me dé vergüenza o no sentarme y deciros que siento la misma rabia que cuando tenía quince años, y que no sé cómo pararla. Pero no puedo dejar que esto me gane, ¿no?
Su mirada se dirige al sacerdote que lidera la sesión, quien asiente.
—Bueno, pues eso. Me voy a por café. Gracias por escucharme.
Se levanta de forma abrupta, dejando que los aplausos sean los que ahoguen ahora el tic tac del reloj.
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