#then naturaly they became all queer inclusive
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Daniel nunca antes había estado tan seguro de que iba a morir. Sin embargo, en el fondo, tenía que admitir que perecer a manos de un grupo de matones brutos después de una desastrosa fiesta de Halloween, a la que ni siquiera había querido ir, tenía el toque de drama perfecto para terminar su vida repentinamente miserable desde que se había mudado. Los Cobras, aunque violentos, eran al menos lo suficientemente considerados como para sostenerlo en brazos cuando ya no podía mantenerse en pie. Nadie hubiera querido patearlo en el suelo; eso sí hubiera sido realmente feo y deshonroso. Cada respiración le dolía tanto que estaba seguro de que le habían roto algo dentro.
Cuando sus párpados comenzaron a sentirse pesados, cayó al suelo y supo que estaba perdiendo la conciencia. Lo último que vio antes de cerrar los ojos fue una sombra, una que, igual que un ninja, derribó a sus atacantes y se ganó limpiamente el título de héroe en la mente de Daniel. La oscuridad lo envolvió y, con ella, un silencio que resultaba casi reconfortante.
Su triunfal regreso al mundo de los vivos fue marcado por la sensación caliente de una tela húmeda sobre su frente, un olor horrendo a hierbas y el recordatorio simultáneo de que probablemente ya no tenía huesos, sino astillas en su lugar. Con un quejido bastante patético, intentó quitarse el trapo de la cara.
—Dejar...
—Apesta. ¿Qué es? —Daniel miró a su alrededor, desorientado porque su cerebro estaba demasiado ocupado sintiendo dolor. La habitación era pequeña, desordenada y estaba escasamente iluminada por una débil lámpara que proyectaba sombras inquietantes en las paredes.
—Oler mal, sanar bien.
—¿A dónde se fue el hombre araña? —obedeció y, en lugar de apartar el trapo, lo sostuvo con fuerza. El anciano tenía razón; ofrecía un alivio extraño a pesar del horrible aroma.
—¿Quién?
—Ese hombre que me rescató. ¿Dónde se fue? —Daniel bromeaba a medias, pero incluso su mente, a medio funcionar, parecía rechazar la idea de que fuera el viejo conserje quien hizo semejante proeza—. ¿Fue usted? ... No puede ser.
—¿Y por qué no?
—Porque... porque... —Daniel se detuvo a tiempo antes de decir algo muy seguramente estúpido. Se sentía inútil como una muñeca de trapo, intentando averiguar qué partes de su cuerpo podía mover sin querer llorar de dolor.
—¿Porque... anciano?
Mientras servía dos tazas de té, el hombre mayor sonreía divertido, como si también le pareciera gracioso pelear así de bien a su edad. Bueno, era el momento de intentar levantarse y su cuerpo protestó. El dolor en sus costillas le pinchó fuerte cuando intentó enderezarse y, joder, el binder se le enterraba en la piel herida recordándole que llevaba muchas horas con esa cosa puesta, pero a esa sensación de asfixia continua estaba más que acostumbrado.
Los brazos del señor Miyagi le invitaron a volver a intentarlo, esta vez con la seguridad de que no se iba a caer sobre la cama si no tenía la fuerza. Por un momento, se sintió como un niño pequeño al que ayuda su padre. La calidez y firmeza de sus manos transmitían una extraña mezcla de seguridad y respeto.
—Beber té, sentirte mejor.
Las manos que le mostraron cómo sostener la taza de té fueron tiernas pero firmes con él, casi como si no hubieran hecho pedazos a cinco chicos fortachones y confiados. Daniel tampoco hubiera creído que el hombre de mantenimiento de su edificio fuera capaz de algo así.
—¿Por qué no me lo dijo?
—¿Decir qué? —preguntó Miyagi con fingida inocencia, ocupado con su taza de té.
—Que sabía karate.
—Nunca preguntar.
Buen punto, pero le había visto intentar aprender por su cuenta y no le había dicho nada. Debía estarse riendo de él cuando le vio repetir sus movimientos frente a una revista.
—¿Dónde aprendió?
En la mente de Daniel, la imagen del hombre mayor en un Dojo de Karate parecía imposible. Las luces titilaban ligeramente, creando un ambiente casi místico mientras Miyagi hablaba.
—Padre.
—Pensé que era pescador...
El anciano dejó su taza a un lado para poder usar ambas manos y acompañar su relato.
—En Okinawa todos los Miyagis saber dos cosas: pescar y karate. Karate venir de China siglo XVI, llamarse "te" mano y mucho después ancestro de Miyagi llamar "kara te" mano vacía.
Daniel asintió. Había algo realmente sagrado en esa explicación, siglos de enseñanza de padres a hijos que le intrigaron, se sentía como algo grande e importante de lo cual formar parte.
—Siempre pensé que provenía de los templos budistas o algo así...
—Tú mirar mucha TV.
—Mi madre me dice lo mismo... —Daniel se preguntó si el señor Miyagi tenía hijos que habrían aprendido de él sus artes marciales ancestrales—. ¿Alguna vez le enseñó a alguien?
—No.
Le colocó de nuevo el trapo, esta vez sobre su mandíbula adolorida.
Rayos, esperaba que se ofreciera a enseñarle después de verlo en problemas. Pero Daniel no se iba a rendir tan fácil.
—¿Y lo haría?
—Depende.
—¿De qué?
—Razón.
—Por venganza —parecía tan obvio. ¿Qué otra razón tendría? Más allá de intentar balancear las cosas después de un claro intento de homicidio.
—Daniel-san, si buscar la venganza así, empezar a cavar dos tumbas.
—Al menos tendré compañía, ¿no? —Después de sonreír con su propia broma, dejó la taza frente a él. No iba a dejar que el intento de sabiduría lo persuadiera.
—Pelear siempre última respuesta al problema.
Daniel cambió la tela de mano y, mientras comprobaba que en efecto la mandíbula le dolía al abrirla, se jaló el binder un poco para intentar respirar mejor.
—No se ofenda, señor Miachi, pero no creo que entienda mi problema.
—Mi-ya-gi —el hombre mayor hizo énfasis en su nombre de nuevo—. Entender problema perfecto... Tus amigos todos... ser estudiantes de karate.
—¿Amigos? Ah, sí, esos chicos. —Ahora que la hierba había hecho su trabajo, Daniel se entretuvo buscando daños en su rostro. Su madre iba a estar mortificada cuando lo viera.
—Problema actitud.
—No, el problema es que me patean el trasero cada dos días, ese es el problema.
La cara le dolía, justo arriba del ojo, y al tocarse notó que le había limpiado la herida y puesto un curita donde la piel se había abierto por los golpes.
—Sí, porque chicos tener mala actitud... Karate solo para defensa.
—No es lo que a ellos les enseñan.
Se metió la mano entre el binder y las costillas para tomar aire, como si eso ayudara.
—Entender. No haber malos estudiantes, haber mal maestro. Maestro decir, ellos hacer.
—Oh, genial, eso me soluciona todo —contestó sarcásticamente—. Iré a la escuela y lo hablaré con el profesor, no hay problema.
—Ahora usas cabeza para otra cosa que para atacar.
—Era sólo una broma.
Daniel sonrió a medias, incrédulo de tener que explicar ese punto.
—¿Por qué broma?
—Porque me matarían si fuera allí.
—Mmm, igual te matarán. —En otra circunstancia, Daniel se habría reído de la tranquilidad con la que el Sr. Miyagi dio un sorbo a su té después de semejante declaración. Pero tal vez valía la pena intentarlo.
—¿Vendría conmigo?
Miyagi negó de inmediato, como si Daniel hubiera sugerido una tontería.
—No poder.
—¿Por qué? Dijo que era una buena idea...
—Para ti buena idea, para mí buena idea no involucrarme.
—No, pero usted ya está involucrado, digo...
¿Salvarlo esa noche no había sido involucrarse? Ahora parecía que quería lavarse las manos con él como si nada.
—Tttt, lo siento mucho.
—¿Qué? ¡Ah! ¡Gracias por nada entonces!
Lanzó el trapo y se levantó enojado, ignorando por completo la protesta de su cuerpo por el ímpetu repentino.
—¡Gracias por nada, como si ya no tuviera suficientes problemas! Ahora también tendré que responder por lo que hizo usted. No me haga más favores, ¿de acuerdo?
—Daniel-san...
—¿Qué? —Se detuvo bruscamente, aún con la mano en la puerta.
—De acuerdo, yo ir.
Daniel deshizo sus pasos y se acercó con una sonrisa. Por un momento, quiso abrazarlo, pero se arrepintió en el último instante.
—¡Excelente! ¡Excelente, señor Miachi! ¡Es genial!
En cuanto lo tuvo cerca, el hombre levantó la mano y le acercó el trapo húmedo qué había recuperado a Daniel, presionando de manera firme pero amable contra su piel adolorida.
—Miyagi —le corrigió.
—Miyagi, Miyagi. ¿Qué cinturón tiene?
El señor Miyagi se separó de él para poner las manos sobre el cinturón, dedicándole una sonrisa enorme.
—De tela. ¿Gustar? Comprar a sólo 3.98.
Daniel no hizo ningún esfuerzo por reírse.
—No me refería a ese cinturón, digo...
—En Okinawa, cinturón ser solo para sostener pantalones —lanzó una carcajada con ganas, a costa de Daniel.
—¡Qué gracioso!
—Daniel-san...
—¿Qué?
El señor Miyagi volvió a un semblante serio, solemne.
—Karate aquí —señaló con su mano a su cabeza—, karate aquí —señaló su corazón, y por último, se volvió a sostener el cinturón—, karate nunca aquí. ¿Entiendes?
—Creo que sí.
Daniel asintió pensativo.
El señor Miyagi lo miró fijamente y, después de un segundo de silencio, cuando le vio de nuevo con la mano sobre las costillas, preguntó:
—Daniel-san... ¿Esa prenda bajo tu playera? ¿Estar lastimado antes?
Daniel se quedó congelado un momento. El miedo comenzó a subir por su garganta mientras se llevaba la mano al hombro, donde metió los dedos entre el binder y su piel nerviosamente. Ahora que había conseguido un aliado, era el peor momento para quedar así de expuesto. ¿Se negaría el señor Miyagi a ayudarlo cuando le contara la verdad? Nadie fuera de su familia sabía, ni sus amigos más cercanos en New Jersey. Y aquí, a kilómetros de su hogar, en una ciudad llena de extraños hostiles y adolescentes intentando matarlo, era seguramente el lugar menos probable para encontrar alguien que pudiera entenderlo. Una gota resbaló desde la tela que sostenía contra su rostro hasta su mejilla y cerró los ojos un momento. El líquido permanecía tibio y ese terrible olor a hierba le picaba directo en la nariz, pero le hacía sentir seguro. Deseaba tanto sentir que podía dejar de pretender con alguien que comenzó a hablar antes de poder pensarlo mejor.
—Lo uso porque... mire, es un tema complicado, pero soy un tipo de chico diferente, ¿entiende? Eso me ayuda a ocultar algunas formas que mi cuerpo no debería tener...
Miyagi se quedó en silencio, esperando que continuara con su explicación, y cuando pasado un buen rato no lo hizo, volvió a insistir.
—Daniel-san, no ser tan viejo como para no entender...
Y aun así, a Daniel le pareció que realmente no entendía. ¿Quién podría hacerlo?
—Se equivocaron conmigo, ¿de acuerdo? Cuando nací, el mundo entero, incluso el universo, pensó que debería ser una mujer, pero fue un error. El cielo me dio este cuerpo frágil y estoy un poco atorado aquí. Pero yo sé que soy un hombre, y esta prenda...
Se levantó la playera, para mostrar el binder, pero también los moretones sobre su piel, dejando un patrón floreado y nauseabundo donde Johnny le había pateado.
—Me ayuda a que nadie se dé cuenta de este error, pero no soy una mujer, jamás he sido nada parecido a una.
Miyagi asintió lentamente, se llevó las manos a la barbilla en un gesto pensativo y meditó un momento. Daniel habría podido revelarse como una chica para detener el abuso físico; incluso ese grupo de salvajes aceptaría sin chistar que no podían golpearla y ese sería el final de su tortura. Pero no lo había hecho. No cuando le habían empujado por un acantilado, ni esa noche, cuando sabía que había llegado a tiempo para impedir una tragedia (y muy a su pesar, no sólo salvar a Daniel, sino impedir que esos chicos terminaran en la cárcel). Ni siquiera cuando su vida corría peligro se retractaba, y él respetaba eso, lo respetaba en serio.
—Si tú decir ser hombre, nadie poder negarlo...
Admitió finalmente, y al abrir los ojos, lo miró como si lo viera por primera vez, como si intentara encontrar alguna diferencia. Ahora tal vez podía forzarse a notar lo delgado de sus hombros, o una curva ligeramente más pronunciada en su cadera. Pero poco más, nada que no hubiera visto en otros cientos de chicos como él. Si confiaba en lo que veía, jamás hubiera dudado que Daniel era, en efecto, un muchacho normal, demasiado testarudo, orgulloso y flaco, pero perfectamente normal.
Daniel había estado jugando con su pie mientras el señor Miyagi pensaba. Ahora no había vuelta atrás, y el temor de haberse equivocado arañaba su estómago con cada bocanada de aire. Pero sus palabras, tan simples como eran, fueron las primeras de aceptación sincera que recibía en toda su vida. Si no le doliera cada músculo de su cuerpo, lo hubiera abrazado.
—No, nadie puede. —Con una sonrisa, ahora sí continuó su camino hacia la puerta—. Buenas noches, señor Miachi... Miyagi, Miyagi... ¿Mañana por la mañana?
—A las 10 en punto.
—Bien... Amm gracias por ayudarme con mis "amigos" esta noche.
Con cuidado, Daniel cerró la puerta y dejó solo al señor Miyagi.
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Listen everyone... That was the reason they put them together in the first place... Young Justice started as support group for trans youths (??
I'm living for trans Kon but... Bart and Tim are trans too 🩵🩷🤍🩷🩵
In my head they r all trans. Cassie too
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