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Astariam y Asmiliam
( escrito por DracoArmato )
Sipnosis: Dos hermanas que viajan a un mercado la "Fortaleza" ; donde una traficante de armas escondidas en los rincones del mercado les da la oportunidad de irse del pais. Sin embargo, una organización secreta del gobierno tratara de capturarlas al ser vistas como una amenaza.
Capitulo 1: Adios
En el distrito MountKing dentro de las Pavelas dos hermanas salen del sagüan; sus nombres eran KarEli y Emily.
En su apariencias:
KarEli era una chica carismatica y aventurera y muy relajada; edad de 26 años, de piel morena, cabello castaño oscuro ondulado largo, de un ojo amarillo y otro de rojo fosforecente; vestia de una gabardina verde con capucha vieja con diseño de una chamarra muy grande para invierno combinado con una playera gris claro, unos jeans de color negro opaco y unas botas de cuero sintetico tipo militar con tacon. Posee un cuerpo como de una modelo sexy.
Por otro lado; Emily era una chica seria y terca; edad de 19 años, de piel blanca, cabellos castaño claro de pelo lacio que le llega hasta los hombros. Vestia de una chamarra negra y debajo una playera blanca, pantalones entubados de azul oscuro y unos tenis tipo de basquetboll. Su cuerpo era parecido a KarEli pero con menos busto y trasero.
KarEli: - cierra la puerta con llave - tienes todo lo necesario?....
Emily: claro que si, sino no te hubiera despertado como me dijiste.
KarEli: - fastidiada respira profundamente y mirando varios lados guarda la llave en la gabardina y comienza a caminar - date prisa o llegaremos tarde.
Donde caminaban, siempre habia ruinas y recicladoras encendidas a las 24 horas del dia. La Federacion Americana habia activado un plan de "nuevo reciclaje" debido a la escazes de los recursos y aun no se habia recuperado de "La Gran Tragedia".
Pasaban entre las avenidas del Palo y Washinton y cruzaban el puente del rio de los desechos radiactivos de Neo-Texas. Tras cruzar, pasaron donde una vez era unos suburbios de piedras: la tierra de ahi estaba muerta por los quimicos, si tenias una antorcha y apuntabas en las ruinas de la casas verias ciertan sombras de familias sentados juntos, personas agachadas y que rezaban a unos cuadros negros e incluso de la sombra de una mujer siendo violada por alguien de tres metros de forma monstruosa.
Emily: Porque esro no desaparecio durante la gran tragedia? - miraba a su hermana curiosa -.
KarEli: segun Dann, asi era el punto zero de una cabeza nuclear. Ha pasado mil años asi que no hay problema con la radiacion. - sin bajar la guardia ve como los drones siguen patrullando en los cielos nocturnos sin estrellas -.
* * * * *
La Fortaleza: era conocido como el lugar como la ultima resistencia impura. En este lugar hay un lema:
" Todo tiene precio y valor, la cuestion es su uso ".
Cuando entraron al mercado; KarEli nunca soltaba ni un instante a su hermana. En el centro del interior se habian peleas de luccha libres o artes marciales pero cuando no habia tambien se hacian las subastas de esclavos, aeronaves de segunda o de tecnologia perdida. Ambas hermanas les daba horror tras ver a los niños, niñas y jovenes encadenados sin importar la raza o ideal.
En cada pasillo un mercante se les acercaba para "tratar de vender un producto u otras veces para entregar muestras. Llegando a la parte trasera; era totalmente diferente como su parte frontal.
Emily: este lugar que es? - curiosa se acerca a un arbol gigante y viejo, enfrente habia una placa con una inscripcion; pero al ser un lugar casi sin luz, habia una palabra que resaltaba: HAKARANDA.
Emily: Haka que?
KarEli: Hakaranda Emily; este es el arbol milagroso que sobrevivio tras ese conflicto.
Emily: espera, no era el Pino de Quebec que sobrevivio del Castigo de Dios?!
KarEli: ajajaja! - se reia al ver su hermana sin entender - ay hermanita~ no segun tu estudiastes como decian las cartas?~
Emily: ehhh..... - finge demencia silbando -
KarEli: - suspiro - , en el viaje te pondre a leer botanica.
Emily: pero me aburren.... - molesta empezaba hacer un berrinche cuando depronto escucho un sonido -, mm? Que fue eso?!
En un de sus bolsillos KarEli saca un reloj de manecillas y feliz responde;
KarEli: nuestro transporte.
Mas atras de la zona trasera en callejones llegan a un puesto parecido a una jugueteria vieja y sin casi productos. en el momento que entran una mujer las atiende dandoles la bienvenida.
La mujer era de piel morena clara como si fuera de chocolate con crema, su apariencia era como mas de 25 años; cabello rojo apagado atado como coleta, de ojos verdes y de cuerpo delgado; vestia de una blusa roja como su cabello y shorts cafes y de unas botas de cuero llevando puesto un chaleco verde del Gremio de los Mercantes.
La mujer: un gusto, que les trae por aqui?
KarEli: sabes bien a que venido. - mirandola seriamente -.
Emiliy: no entiendo.
La mujer sorprendida cambia su compostura de forma mas amable, presentandose a la pequeña.
Erika: me disculpo, mi nombre es Erika; soy una mercante y encargada de llevar la gente a su destino.
Emily: - sus ojos bfillaban de asombro - wooooww.... entonces conoces como es el mundo?!
Erika: - sorprendida por la expresion de ella- b-bueno si, pero no mucho sabes jeje..
KaEli: no te emociones Emi. Podemos ir aa un ciarto mas "privado"?
Erika: oh claro! - dirigiendose a uno de los estantes, jala arriba una muñeca rusa vieja y entre temblores y vibraciones el estandar de pistolas de agua y libros infantiles empieza a deslizarse dando paso a un cuarto secreto.
Emily: woooow.... eres una agente secreto o algo asi? - sorprendida y confundida -
Erika: entren, luego explico.
Las chicas rapidamente entran y del otro lado Erika cierra la entrada al otro lado.
Mientras tanto, aunos metros del mercado; hombres en traje utilizar unos binuculares de vision nocturna y termica activa el microfono del audicular dando la orden de iniciar....
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Los valores, en la cancha
Fui jugador de rugby durante poco menos de 9 años. Desde los 11 hasta los 19 me la pasé entrenando 2 o 3 veces por semana, jugando sábados y domingos y formando parte del estrato social que rodea al deporte. Si bien no era lo único que hacía, puedo decir que una buena parte de mi adolescencia estuvo influenciada por tocatas, tardes en el club, prácticas, partidos, terceros tiempos, viajes de gira y salidas grupales. Pude ver y vivir entre las luces y las sombras que el ambiente proyecta.
Hoy, desde mi experiencia pasada y la distancia actual me propongo evaluar o al menos reflexionar sobre las variables que conducen a que, otra vez, estemos lamentando un episodio violento protagonizado por rugbiers. En este caso, el asesinato a golpes de Fernando Báez Sosa por 11 jugadores de Arsenal de Zárate en Villa Gesell.
El ambiente conformado por quienes juegan, presencian, disfrutan y se fanatizan por el rugby se jacta — y siempre se jactó — de profesar valores que orientan a sus practicantes hacia un modelo de sujeto moral e ideológico “bien”, osea, ideal o deseado. La caballerosidad, la lealtad, el respeto inobjetable a la autoridad, la disciplina, la entrega y la distinción entre rival y enemigo son, en líneas generales, algunas de las máximas conductuales que propone el deporte como dispositivo formador. En contrapartida, es curioso y ya toca lo absurdo que cada tanto volvamos al papel de sociedad indignada por una ¿novedad? que pone a los rugbiers en primera plana. Los contenidos de estas noticias -cada vez más recurrentes- suelen describir hechos con palabras como abuso/violación grupal, mandíbula rota, golpe a traición, jóvenes alcoholizados, golpeado en el piso, patada fatal en la cabeza, muerto.
Es curioso, sí, pero también es digno de análisis que superen los sesgos propios de amantes y detractores de este “modelo de valores” que el deporte dice alimentar.
La cancha de rugby es sin dudas el espacio en donde se demuestra que la dualidad bestia-caballero puede convivir dentro del jugador. La vehemencia con que se embiste, se tacklea o se limpia al rival de un ruck queda momentáneamente obsoleta al presenciar la postura, el decoro y la suavidad gestual con que el capitán del equipo, que es el único autorizado a hacerlo, se acerca al árbitro para consultarlo por una decisión o una falta sancionada. Suena el silbato, guinda en el aire y vuelve la batalla física. Al finalizar el partido, lo primero que hay que hacer es saludar al rival. Luego habrá tiempo de festejar.
Minutos después, quienes se golpeaban, se derribaban y hasta se mordían en alguna jugada escondida bajo 6 o 7 cuerpos, se sientan en una mesa a compartir comida, bebida y alguna que otra impresión sobre el partido. Este momento es tal vez el más resaltado a la hora de esgrimir qué tanto se aprende de compañerismo y respeto en el rugby. Claro, “la gilada”, compuesta por quienes no practican el deporte, verá maravillada cómo los 40 salvajes que 20 minutos antes se trituraban las costillas por un pedazo de cuero inflado, ahora se pasan porciones de pizza y sirven cerveza amablemente en los vasos de los de camiseta de otro color.
Quizá este partido haya sido parte de un encuentro entre clubes de distintas provincias o países, contexto en el que la tradición del deporte dicta una práctica noble y solidaria; durante estos intercambios, los jugadores locales alojan en sus casas a los visitantes. Recuerdo haber recibido más de una vez a 2 o 3 jugadores durante un fin de semana, y que otros compañeros prestaran su casa para albergar a 5 o hasta 6. Una vez venían de Neuquén, otra de Tucumán, otra de La Plata y otra de Australia. También fui alojado en casas de rivales durante giras a otras provincias. Haciendo un paréntesis sobre este aspecto en particular, podemos subrayar que la posibilidad de recibir, alimentar y transportar a tanta gente “por amor al juego” queda reservada a familias con una posición socioeconómica privilegiada. ¿Por qué aclarar esto? Porque la cuestión de clases tiene un lugar preponderante a la hora de considerar el entorno del rugbier. No voy a detenerme ahora sobre esto.
Hasta acá he descrito algunas de las prácticas que un amante del rugby usaría como argumento si se le preguntase por qué cree que su deporte es mejor que otros en lo respectivo a valores y conductas. No obstante, no puedo ponerme en la piel de cada jugador, entrenador, dirigente ni de cada madre o padre que decide poner una guinda en las manos de su hijo. Simplemente me guío por cómo aparece el sentido común cuando se habla de esto, y por mis propias convicciones pasadas acerca de cómo el deporte contribuía a mi formación humana.
Cuando hablo de “la gilada” que asiste a un tercer tiempo y se maravilla ante esta dualidad de la violencia reglamentada y la cortesía obligatoria, estoy intentando representar en una situación concreta la forma en que el rugby muestra al común de la gente las credenciales que avalan la fama de la que se jacta. También podría hacer referencia a la imagen de Los Pumas llorando con el himno en los mundiales antes de presenciar el haka bestial de los All Blacks, o podría hablar de la función social del deporte en las cárceles y para los chicos con la autoestima dañada por la selectividad de ámbitos altamente competitivos como el fútbol, el tenis, etc.
Hay cosas (actitudes, costumbres, conductas) que se ven, que están instaladas en clave de sentido común y que no se discuten. Hasta ahí las luces. Pero hay otras que subyacen, y creo que abordando estas últimas podemos acercarnos algo a las causas de los desastres.
La puesta en evidencia del machismo como germen de la violencia y la agresión está, en buena hora, ocupando un lugar central en el debate social de la actualidad. Si atendemos a esto desde el contexto ideológico del rugby, advertiremos que el macho se construye no sólo desde una supuesta superioridad con respecto a la mujer, sino a partir de una serie de valoraciones que inscriben a la masculinidad en la necesidad de prevalecer por la aptitud física, en la posibilidad de derrotar al otro, en la convicción de que nadie puede pasarte por encima. En otras palabras, la ley del más fuerte es la que prima. Por decantación, gran parte de lo que tiene que ver con la sensibilidad, la solidaridad afectiva y la aceptación de la vulnerabilidad emocional se asocian a lo femenino y son, en consecuencia, “cosas de putos”. Y el rugby no es para putos, diría más de uno.
Si hago un repaso rápido por el contenido de anécdotas, experiencias y recuerdos de mi paso como jugador, me encuentro con que la fama o el prestigio de un rugbier entre sus pares puede medirse evaluando algunos factores principales que gozan de igual jerarquía. Primero, como en cualquier deporte, su habilidad para el juego y la importancia de su rendimiento para el éxito del equipo. Segundo, se tiene en cuenta cuántas veces y cómo ha resultado victorioso en peleas y escenarios violentos; mientras más daño hayan sufrido los contrincantes, más se respeta al agresor. Tercero, la mayor o menor frecuencia de actividad en su vida sexual o amorosa, ¡y que no vaya a ser con hombres, por Dios!
De yapa también podría incluirse la fama atribuida por cuántos kilos levanta en el gimnasio (créanme, se habla mucho de eso).
No obstante, lo anecdótico de festejar y reproducir estas cualidades pasa a ser cuestionable (si es que no lo es aún)cuando se ponen a prueba entre los mismos integrantes de un equipo. Que algún jugador o ex jugador de rugby me niegue haber presenciado, protagonizado, sufrido o escuchado hablar de los famosos bautismos, rituales y juegos puertas adentro de vestuarios, micros de gira y habitaciones con el pasar de los años. Desde golpizas e inocentes rapadas contra la voluntad del sometido, pasando por el vivo que refriega el pene por la cara del que se durmió o fue atado de brazos por el resto, hasta símiles violaciones con objetos fálicos a modo de castigo.
Una pintoresca selección de pruebas, retos y desafíos que no revisten mayor gracia que resaltar la virilidad tóxica; ver quien se la aguanta más, comprobar quién la tiene más grande. Si te quejas, te rehúsas o llorás, sos puto. Si te la bancas, bienvenido, te aceptamos. Y todo con el aval de la gente “responsable”: llámese padres, entrenadores o dirigentes.
No me resulta extraño pensar que desde la falta de límites para hacer este tipo de cosas empiece a construirse una especie de impunidad para extrapolar el daño a personas ajenas a la camada. A aquellos y aquellas que no comparten los mismos códigos. Ejemplos sobran: el pobre anciano tackleado en la vereda por el imbécil del SIC, la joven que denunció a un grupo de rugbiers por difundir fotos íntimas y fue amenazada por uno de ellos, el caso del violador Rodrigo Eguillor, etc.
Las mujeres, un objeto, los débiles, una burla, los agredidos y reventados, que aprendan, que les crezcan huevos. En fin, cosas de hombres. Valores que defininen la condición del macho fuerte, notable, superior.
Pero no sólo el machismo y la homofobia son variables que definen a la violencia como una porción latente de la personalidad del rugbier. En los primeros párrafos mencioné que quienes defienden las máximas del rugby lo hacen en virtud de una superioridad moral e ideológica. El “buen gusto”, la lealtad, el decoro y la caballerosidad aparecen como banderas que enaltecen la práctica del deporte por su calidad de formación humana. Toda actividad que escape a estas prácticas, a las de gente bien, trae exclusión y señalamiento. Dentro o fuera de una cancha de rugby. El futbolista que discute al árbitro es un “negro de mierda”, el basquetbolista que saca ventaja de una distracción del rival en una jugada es un “grasa”. Ellos nunca entenderían los valores de un deporte de caballeros, y eso me permite etiquetarlos con adjetivos racistas y elitistas.
Este afán rebuscado por distinguirse del resto cae, en muchos casos, en la reproducción de un odio de clase claro y profundo. “Mirá, los negros estos no se saben el himno, por eso no cantan ni se emocionan”, “¿lo escuchaste hablar? y qué querés, si seguro ni terminó la primaria el villero este”. No digo que sean expresiones o pensamientos característicos de rugbiers o personas allegadas al rugby exclusivamente, pero sí son frecuentes en las bocas de las clases medias altas y de las élites que representan, guste o no, el grueso que compone la concurrencia del deporte en cuestión. A esta altura muchos se preguntarán qué tienen que ver estas teorías con el hecho de que 11 imbéciles maten a patadas a un chico por un trago volcado en una camisa. Es muy probable que poco de lo mencionado en este texto haya formado parte de la cadena de acciones conscientes que terminaron con la vida del pobre Báez Sosa. Y tampoco es cuestión de generalizar y afirmar que todos los que alguna vez tocamos una guinda de rugby o gozamos de cierto privilegio económico somos violentos, machistas, homofóbicos, clasistas y asesinos.
No es el deporte. El juego en sí es maravilloso. Requiere de una capacidad técnica y estratégica muy difícil de desarrollar, admite personas de todas las contexturas físicas y premia por el esfuerzo y por la constancia más que por la virtud. Es pionero y modelo en la utilización de la tecnología como asistente regulatorio. Su dinámica de golpe y contacto extremo se explica por la necesidad de avanzar con una pelota que sólo puede retroceder, y sus reglas están en constante cambio para cuidar la seguridad de los jugadores, con penalizaciones cada vez más severas para los despiadados.
La respuesta a la pregunta de por qué todos los meses tenemos que enterarnos de un acto violento o abusivo cometido por estos cabezas súper entrenados no puede encontrarse atacando al deporte. El flagelo que los hace creerse superiores y avanzar contra el resto tiene un significado político con origen en la masculinidad tóxica, y es el de considerar al otro como inferior y probar que pueden más que él. Si, además, le agregamos una cuota de clasismo y homofobia, el odio se multiplica. Si sos negro o puto o maricón y me molestas, voy a demostrarte que soy superior, que puedo pasarte por encima y que no podes contra mí. El mismo odio se expresa con las mujeres en clave de objetivación y cosificación: vos obedeces porque acá mando yo, el macho fuerte. Ni hablar cuando estos embates son avalados y potenciados por la manada.
Hasta las últimas consecuencias.
Año tras año siguen apareciendo denuncias de mujeres abusadas y violadas por rugbiers, videos de manadas masacrando víctimas indefensas en el piso y toda esta clase de desenlaces horribles y nadie hace nada. Ninguno de los que tiene la posibilidad -y la responsabilidad- de replantear la matriz cultural, ideológica y política desde la que se transmiten los “valores del rugby” hace nada, salvo contadas excepciones. Por el contrario, la reacción inmediata suele ser mirar para otro lado o encubrir:
La UAR y el club se desentienden con un comunicado en Twitter omitiendo la palabra asesinato y repudiando profundamente “hechos de violencia física”.
Mientras tanto, los 10 asesinos se niegan a declarar ante la justicia. Cuando lo hacen, deciden apuntar hacia el amigo que, según las conclusiones de la fiscalia, no participó de la pelea.
A fin de cuentas: ¿Cuándo y dónde se miden los valores?¿Qué valores pesan más? ¿Que opinión tendrían las familias bien si los 11 asesinos de Fernando hubieran sido pibes del conurbano que no terminaron la secundaria? ¿Y los diarios? ¿Por qué los clubes se desentienden de las acciones que cometen sus formados? ¿Cuál es la figura del árbitro fuera de las canchas?
Pareciera que hay una negación rotunda por cuestionar cómo se construye el imaginario del chico bien que juega al rugby y qué consecuencias pudiera tener para la sociedad que integra. Los aplaudidos valores del deporte están tan bien vendidos, tan pegados en las frentes altas de quienes los profesan que para ellos forman parte de un terreno intocable, indiscutible. Al mismo tiempo, los ideales y las prácticas tóxicas y destructivas que están igualmente enquistadas en la costumbre y la tradición rugbier se mantienen bajo la llave de la ejecución íntima de cada familia bien, plantel, camada o club, y reprimidas por víctimas, cómplices y victimarios. La cultura de la violencia en negación obstinada.
Hasta que una noche, cuando se hagan las 5 am, si no hay levante, de alguna forma hay que sobresalir. Un tropiezo que vuelque un trago en la camisa del Gordo es la excusa perfecta. Estamos todos borrachos, y somos una bocha. Vamos afuera, que ahí no nos para nadie. En ese momento somos uno solo, todos juntos hasta el final.
“Se hicieron los guapos adentro, a ver cómo les va afuera”.
Al final de todo, cadáver de por medio, pareciera que los valores sólo cuentan en la cancha.
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Traducción del artículo: The Fake Heiress “AS AN ADDED BONUS, SHE PAID FOR EVERYTHING”: MY BRIGHT-LIGHTS MISADVENTURE WITH A MAGICIAN OF MANHATTAN de Rachel Deloache Williams en Vanity Fair
https://www.vanityfair.com/news/2018/04/my-misadventure-with-the-magician-of-manhattan
“Y COMO UN BONO EXTRA, ELLA PAGABA POR TODO”: MI DESLUMBRANTE DESVENTURA CON UNA MAGA DE MANHATTAN Entró en mi vida en sandalias Gucci y gafas Céline, mostrándome un mundo glamuroso y sin restricciones, de vivir en hoteles, cenas en Le Coucou, saunas infrarrojos y vacaciones en Marruecos. Y entonces hizo desaparecer mis $62,000 dólares.
Según mis amigos más cercanos y varias fuentes sospechosas de internet, cumplir 29 años el 29 de enero de 2017 marcó mi cumpleaños dorado. En esos momentos no sabía lo que eso significaba, pero tenía un buen presentimiento sobre mi cumpleaños 30: iba a ser especial; iba a ser bueno.
Fue un desastre total.
Comenzó con Anna. En su característico estilo deportivo negro y sus gafas oversize de Céline, se sentó junto a mi en la S.U.V., hablando en su teléfono. Al parecer todas sus cosas ya se encontraban en las maletas Rimowa que se encontraban en el maletero justo detrás de nosotros. Íbamos tarde. Anna siempre llegaba tarde. Nuestra S.U.V. giraba sobre los adoquines de Crosby Street, mientras conducimos desde el 11 Howard, el hotel al que Anna llamaba hogar desde hacía tres meses, hasta el Mercer, el hotel al que Anna planeaba mudarse una vez volviéramos de nuestro viaje.
Los botones del Mercer nos ayudaron a descargar sus maletas (todas menos una), e hicieron el registro para esperar el regreso de Anna. Una vez completada nuestra tarea, volvimos al auto y partimos hacia el J.F.K. dos horas antes de nuestro vuelo: nos íbamos a Marrakech.
Conocí a Anna un año antes, a principios de 2016, en Happy Ending, un restaurante-lounge en Broome Street con un bistró en la planta baja, y un popular club nocturno escaleras más abajo. Estaba con unos amigos en la planta baja. Era un grupo al cual veía exclusivamente en salidas nocturnas, amantes de la moda, a los que conocí cuando me mude a la ciudad en 2010. Entramos cuando empezaba todo, no vacío pero sin mucha gente. Hombres y mujeres jóvenes daban vueltas en la niebla artificial, buscando acción y un lugar para establecerse, mientras bebían su soda de vodka con pajitas de plástico negro. Nos dirigimos hacia la derecha y hasta atrás, donde la niebla y la gente eran más densas y la música más alta.
No recuerdo quien llego primero: el esperado balde de hielos con los vasos, o “Anna Delvey”—pero sí recuerdo que cuando llegó también vino el servicio de botellas. Era una extraña para mi, y sin embargo la conocía. La había visto en Instagram, sonriendo en algunos eventos, bebiendo en fiestas, muchas veces junto a mis amigos y conocidos. Había visto que @annadelvey (desde que cambio @annadlvv) tenía 40k seguidores.
La recién llegada, con un vestido negro entallado y unas sandalias Gucci, se deslizó en el asiento. Tenía una cara angelical con ojos azules de gran tamaño y labios carnosos. Sus rasgos y proporciones eran clásicos, casi anacrónicos, con una redondez que recordaba a la de Dominique Ingres o John Currin. Me saludó y su voz con acento ambiguo fue inesperadamente aguda.
Después de algunos cumplidos, llegamos a la plática de cómo Anna había entrado por primera vez a nuestro grupo. Dijo que había hecho una pasantía en la revista Purple, en París (yo la había visto en fotos con el editor en jefe), y, evidentemente, se movía en los mismos círculos. Fue la conversación por excelencia para conocerte en Nueva York: saludos, intercambios de bromas, ¿Cómo conoces a X?, ¿en qué trabajas?
“Trabajo en Vanity Fair,” le dije. El diálogo habitual continuo: “en el departamento de fotografía,” continúe explicando. “Si, me encanta. Llevo allí seis años.” Anna estaba muy atenta, ordenó otra botella de vodka y pagó la cuenta.
No mucho después de nuestro primer encuentro, fui invitada a unirme con Anna y una amiga para cenar en Harry’s, un restaurante de carnes en el centro, no lejos de mi oficina. El ambiente en el Harry’s era claramente masculino, quisquilloso pero no adornado, con asientos de cuero y paredes con paneles de madera. Anna ya estaba cuando llegue y nuestra amiga llegó minutos después. Nos llevaron a nuestra mesa, y mi compañia ordenó ostras y una orden de espresso martinis. La conversación fluyó, al igual que los cócteles. Nunca había probado un espresso martini, pero todo estuvo bien.
Anna nos dijo, muy malhumorada, que debía pasar el día en reuniones con sus abogados. “¿Porque?” le pregunté. Se emocionó. Estaba trabajando arduamente en su Fundación de arte un “centro dinámico de artes visuales dedicado al arte contemporáneo”, nos explicó, contándonos vagamente sobre el fideicomiso de su familia. Planeaba rentar la histórica “Church Missions House”, un edificio en Park Avenue South y 22nd Street, para albergar un club nocturno, bar, galerías de arte, un espacio tipo estudio, y un club “solo para miembros”. En mi línea de trabajo, a menudo me encontraba con personas acomodadas y ambiciosas, por lo que, a pesar de que su empresa sonaba a gran escala y en teoría era prometedora, mi entusiasmo sincero apenas superó un escepticismo medido.
En el resto de 2016, vi a Anna algunos fines de semana. Como ciudadana alemana de visita, me explicó que no contaba con una residencia de tiempo completo. Vivía en el Standard, High Line, no lejos de mi pequeño apartamento en el West Village de Manhattan. Anna me intrigaba, parecía ansiosa por hacer amigos. Era muy halagador. La veía sobre todo en salidas nocturnas llenas de aventura, para ir por tragos o para cenar, generalmente en grupo, pero ocasionalmente sólo las dos. En otoño de ese año, Anna me dijo que tenía que regresar a Colonia, de donde decía venir, antes de que su visa expirará.
Casi medio año después, volvió.
El sábado 13 de mayo de 2017, aterrizamos en Marrakech. Nuestro hotel mandó servicio V.I.P. para recibirnos en el aeropuerto. Nos escoltaron a través de la Aduana y nos llevaron a las dos Land Rovers que nos esperaban. Después de un viaje de 10 minutos, llegamos a una especie de palacio y entramos por sus puertas. En la entrada de la puerta, fuimos recibidas por varios hombres que usaban sombreros fez y vestimenta tradicional marroquí. Habíamos llegado a nuestro opulento destino. La señorita Delvey, nuestra anfitriona, optó por un recorrido por las cercanías para ella y sus invitadas. Procedimos directamente, sin necesidad de llaves o un proceso de registro tradicional, ya que nuestra villa contaba con un mayordomo de tiempo completo y, según nuestra anfitriona, todas las facturas se habían arreglado por adelantado.
Las vacaciones fueron idea de Anna. Tenía que volver a dejar el país para restablecer su visa ESTA, nos dijo. En lugar de regresar a su casa en Alemania, sugirió que hiciéramos un viaje a algún lugar cálido. Había pasado mucho desde mis últimas vacaciones. Estuve de acuerdo en que debíamos explorar opciones, pensando que encontraríamos tarifas fuera de temporada a República Dominicana o a las Islas Turcas y Caicos. Anna sugirió Marrakech; siempre había querido ir. Ella escogió La Mamounia, un resort de lujo cinco estrellas clasificado entre los mejores del mundo, y sabiendo que su selección tenía un costo prohibido para mi presupuesto, se ofreció, con indiferencia, a cubrir mis vuelos, el hotel y los gastos. Reservó un riad privado a $7,000 dólares la noche, una villa tradicional marroquí con un patio interior, tres recamaras y una piscina, y me mando la confirmación por correo electrónico. Debido a un error, aparentemente menor, cargó los boletos a mi tarjeta American Express, con su promesa de reembolsarme lo más pronto posible. Dado que todo el tiempo estuve ocupada con el trabajo, no le tome tanta importancia.
Anna también invitó a su entrenadora personal, junto con un amigo mío, un fotógrafo, a quien, cenando la semana anterior a nuestro viaje, Anna había pedido que nos acompañará como documentalista, alguien que nos tomará vídeo. Estaba pensando en hacer un documental sobre la creación de su fundación artística, y quería experimentar cómo se sentía tener a alguien con una cámara. Además, sería divertido tener un vídeo del viaje, dijo. Pensé que esto era un poco ridículo, pero también entretenido, y ¿por qué no?. Los cuatro nos quedamos en la villa privada juntos. Anna y yo compartimos la habitación más grande.
Pasamos el primer día y medio explorando todo lo que La Mamounia tenía para ofrecernos. Estuvimos paseando en los jardines, relajándonos en las hamacas, nadando en la piscina privada de nuestra villa, hicimos un recorrido en la bodega de vinos, y cenamos con los embriagadores ritmos de la música marroquí en vivo, antes de terminar nuestra noche con cócteles en el elegante bar Churchill. En la mañana, Anna organizó una lección de tenis privada. Después nos reunimos con ella para desayunar en el buffet de la piscina. Entre aventuras, nuestro mayordomo apareció, como por arte de magia, con sandía fresca y botellas de rosé frías.
Anna no era ajena a la decadencia. Cuando regresó a Nueva York a principios de 2017, después de unos meses, se hospedó en el 11 Howard, un moderno hotel en SoHo. Le Coucou, ganador del premio James Beard al mejor restaurante nuevo del año, que se encontraba en la planta baja del hotel, se volvió su lugar habitual para cenar. Anguila de Montauk frita para comenzar y después el bourride: su plato favorito. Se hizo amiga del personal, e incluso del chef, Daniel Rose, quien, a petición suya, hizo amablemente el bouillabaisse, que estaba fuera del menú, s��lo para ella. Las cenas siempre iban acompañadas de abundante vino blanco.
Se pasaba los días en reuniones y llamadas, siempre en su hotel. Acudía regularmente a Christian Zamora por extensiones de pestañas de $400 dólares, o retoques aquí y allá de $140 dólares. Iba al Marie Robinson Salon a teñirse, y a Sally Hershberger por cortes de pelo. Recorrió apartamentos de varios millones de dólares con agentes inmobiliarios ansiosos y contrató un avión privado para un viaje de fin de semana a la reunión anual de accionistas de Berkshire Hathaway en Omaha. Siempre hacía las cosas en exceso: compraba, comía y bebía. Por lo general, llevaba una sudadera de la marca Supreme, pantalones de entrenamiento y zapatillas deportivas, encarnaba un tipo de lujo perezoso.
Anna se registró en el 11 Howard un domingo de febrero y ese mismo día me invitó a almorzar. Mientras estaba afuera, ocasionalmente, me mandaba mensajes de texto, emocionada por regresar y ansiosa por ponernos al día. Me pregunté si se había mantenido en contacto con otros amigos de esa manera. Tenía una franqueza que podía ser desagradable y un exceso de confianza que me parecía aborrecible y divertido a partes iguales. Era aislada, y me sentí privilegiada de ser una de las pocas personas a las que apreciaba y en la que confiaba. A través de experiencias pasadas, tanto personales como profesionales, estaba acostumbrada al estilo de vida y las peculiaridades de las personas adineradas, aunque no tenía fondos fiduciarios ni ahorros propios. Su mundo no me era extraño, me sentía cómoda en él, y me complacía que ella pudiera decir que me aceptaba como alguien que "lo entendía".
La conocí mejor en el Mamo, en West Broadway. Anna estaba sentada en el sillón en L del lado más cercano a la puerta. Sobre ella colgaba una gran ilustración de Lino Ventura y Jean-Paul Belmondo, ambos sostenían pistolas, flotando sobre un oscuro paisaje urbano, se leía en italiano “ASFALTO CHE SCOTTA,” todo en mayúsculas. Había venido directo de la Apple Store, donde se había comprado una nueva laptop y dos iPhones, uno para su número internacional y el otro para un nuevo número local, me dijo. Ordenó un Bellini, y yo seguí su ejemplo.
Cuando por fin me fui, eran casi las cinco de la tarde. Caminamos hacía el hotel de Anna donde me invitó a tomar algo. Pasamos por el moderno lobby del 11 Howard, dirigiéndonos hacia la escalera en espiral de acero a la izquierda, que se inclinaba dos veces alrededor de una columna gruesa, elevándose hasta el piso de arriba. En el segundo nivel entramos a una gran sala llamada la Biblioteca.
El diseño de la habitación tenía claras connotaciones escandinavas. Mis ojos exploraron el lugar y se detuvieron en una fotografía que colgaba de un marco frente al escritorio del conserje, una imagen en blanco y negro de un cine vacío, parte de la colección del fotógrafo japonés Hiroshi Sugimoto. La luz emanaba de una pantalla aparentemente en blanco, emitiendo su brillo desde el centro de la composición al escenario vacío, los asientos y el cine. Sugimoto usó una cámara de gran formato y configuró su exposición para que durara toda la película, con la esperanza de capturar los miles de fotogramas de una película en una sola imagen. El resultado fue de otro mundo. Mirar su trabajo siempre me recordó a Shakespeare, una obra dentro de una obra. Capturó energía cinética, portentosa y viva con emoción y luz. La experiencia visual fue invertida: yo era el público, mirando un teatro vacío, debajo de una pantalla en blanco. Cualquier cosa podía pasar, o tal vez ya había sucedido. Tal vez ya estaba todo allí.
Después de ese día de febrero, Anna y yo nos volvimos rápidamente amigas. El mundo parecía encantado cuando ella estaba cerca, las reglas normales no parecían aplicarse. Su estilo de vida estaba lleno de conveniencia, y su materialismo fácil era seductor. Empezó a ver a una entrenadora personal y me invitó a unirme. Los entrenamientos los pagaba ella, ya que insistió, generosamente, que hacer ejercicio era más divertido con un amigo. Íbamos tres o cuatro veces a la semana, y terminando nuestro entrenamiento visitábamos el sauna infrarrojo.
Vi a Anna más mañanas. Durante el día me escribía frecuentemente. Después del trabajo, hacia una parada en el 11 Howard en mi camino a casa. Regularmente íbamos a la Biblioteca por vino antes de bajar a Le Coucou a cenar.
Anna era la que más hablaba. La buscaban mucho ya que había hecho amistad con todo el personal del hotel. Me contaba de sus reuniones con restauradores, administradores de fondos de cobertura, abogados y banqueros, y su frustración por las demoras en la firma del contrato de arrendamiento (ya que quería la Church Missions House). Meditaba sobre los chefs que le gustaría contratar, los artistas que le gustaban, las exposiciones que abriría. Era inteligente. Sentí una mezcla de pena y admiración por Anna. No tenía muchos amigos y no estaba muy cerca de su familia. Me había dicho que su relación con sus padres se sentía basada más en los negocios que en el cariño. Pero era fuerte. Su impulsividad y una especie de falta de tacto habían provocado una ruptura entre Anna y los amigos a través de los cuales la había conocido, pero sentí que la entendía y estaría allí para ella cuando los demás no lo hicieran.
Anna era todo un personaje. Su personalidad era altiva, pero no se tomaba demasiado en serio. Era inusual y errática. Actuaba con el derecho y la impulsividad de una niña malcriada, rara vez disciplinada, compensado por una tendencia a entablar amistad con los trabajadores del hotel en lugar de con la gerencia, y nunca dejaba pasar un comentario ocasional que sugiere empatía (“Es una gran responsabilidad tener personas que trabajen para ti; la gente tiene familias que alimentar. No es un chiste.”).En el mundo de los negocios, dominado por los hombres, no se disculpaba por ser ambiciosa, y eso me gustaba de ella.
Ella era audaz cuando yo era reservada, e irreverente cuando yo era educada. Nos balanceábamos una a la otra: Yo normalizaba su comportamiento excéntrico, mientras ella desafiaba mi sentido de pertenencia y me retaba a divertirme. Y como un bono extra, ella pagaba por todo.
El lunes en la tarde, después de pasar dos días enteros en el palacio amurallado de Le Mamounia. Era tiempo de aventurarnos. Anna buscaba dos cosas: montones de especias dignas de una foto de Instagram y un lugar para comprar algunos caftanes marroquíes. El conserje de La Mamounia organizó todo: en minutos teníamos un guía de turistas un auto y un conductor. Nuestra van se detuvo y fuimos bajando una por una, frescas de nuestra resguardada vida en el resort, al caluroso y polvoriento laberinto de la medina.
“¿Puedes hacer este vestido, pero con lino negro?” Anna le preguntó a la mujer de la Maison Du Kaftan. Antes de que la mujer contestara, Anna continuó, “Quiero uno en lino negro y otro en lino blanco y, Rachel, me encantaría uno para ti también.” Eche un vistazo a los estantes de la tienda mientras Anna se probaba un jumpsuit rojo y varios vestidos transparentes. Me probé algunas cosas, pero, desconfiando del material y los altos precios, pronto me uní al camarógrafo y a la entrenadora en el área de espera de la tienda para servirme té de menta. Anna fue a pagar. Su tarjeta de débito fue rechazada.
“¿Le dijiste a tus bancos que estabas viajando?” Pregunte. “No” fue su respuesta. En ese momento no me sorprendí que la rechazaran. Anna me pidió prestado el dinero, prometiendo reembolsarme la próxima semana. Acepté, con cuidado de no perder el recibo. Deambulamos por la medina hasta el atardecer. De vuelta a la van, nos dirigimos directo a La Sultana para cenar. También pagué por eso, agregandolo a “mi cuenta”.
El martes, estabamos caminando por el vestíbulo de La Mamounia, saliendo para visitar el Jardín Majorelle, cuando un empleado del hotel hizo una seña a Anna para que se detuviera. “Señorita Delvey, ¿podemos hablar con usted?” dijo, mientras la hacía a un lado. “¿Todo está bien?” Le pregunté cuando volvió al grupo. “Si” me tranquilizó. “Sólo necesito llamar a mi banco.”
La siguiente mañana, a mi tambien me detuvieron cuando iba por el vestíbulo: “Señorita Williams, ha visto a la Señorita Delvey?” Mandé a Anna con el conserje. Estaba nerviosa por los inconvenientes. Siempre podías saber cuando Anna estaba nerviosa: hacía ruidos casi cómicos (“uh¡¡¡, ¿por qué?”) y tecleaba furiosa en su teléfono. Dejó la villa y regresó poco después, aparentemente aliviada de que la situación se estaba resolviendo.
Salimos a un viaje de un día a la cordillera del Atlas y regresamos a Marrakech después de cenar esa misma noche, volviendo a entrar en La Mamounia a través del vestíbulo principal. Dos hombres se adelantaron cuando Anna se acercó. La hicieron a un lado y ella se sentó para hacer una llamada, mientras el camarógrafo y yo nos quedamos torpemente a un lado. (La entrenadora estaba enferma en la cama por segundo día consecutivo). Mientras esperábamos, un empleado mencionó que alguien había sido despedido debido a los problemas con el pago de nuestra villa. Una tarjeta de crédito en funcionamiento debería haber estado en el expediente antes de que llegáramos, explicó.
Los hombres nos siguieron de vuelta a nuestra villa, mientras Anna hablaba en su teléfono. Se pararon siniestramente en la entrada de nuestra sala de estar. Les ofrecí sillas, pero se negaron. Les ofrecí agua, sonriendo, tratando de disipar la tensión. Se negaron. Anna estaba frente a ellos, demasiado concentrada. Me disculpé y salí, sintiendo la vergüenza de la situación y pensando que era mejor darle algo de privacidad a Anna, ya que no había nada que pudiera hacer para ayudarla.
En la mañana, desperté con un mensaje de texto de la entrenadora. Aun sintiéndose enferma, quería volver a casa y necesitaba ayuda para hacer los arreglos. Me dio su tarjeta de crédito y reserve un vuelo. Mientras empacaba, llamé al conserje para pedir un auto que la llevara al aeropuerto.
En lugar del auto, cinco minutos después, los dos hombres de la noche anterior reaparecieron en la villa. Deje a la entrenadora y fui a despertar a Anna. Indignada fue a la sala de estar con su celular de vuelta a su oído. Volví a llamar al conserje. “Hola, ¿pueden enviar el auto, por favor?. No, no nos vamos todos; tenemos una compañera enferma y necesita tomar su vuelo. Los demás nos quedamos.” Un auto vino y la entrenadora se fue. El resto de nosotros estábamos estancados.
Anna dejó de hacer llamadas. Estaba sentada sin saber qué hacer. Los hombres insistieron que necesitaban una tarjeta que funcionara para poder hacer el bloqueo de efectivo para la reserva, no para hacer el cobra final, que este podría ser liquidado después. Primero Anna y luego los dos hombres, me presionaron para poner mi tarjeta de crédito para que se realizará el bloqueo mientras Anna resolvía la situación con su banco. Estaba atrapada. Tenía exactamente $410.03 dolares en mi cuenta de cheques. No tenía un transporte alterno desde el hotel, quería ir a casa, y lo más importante, me dijeron que no se haría ningún cargo a mi tarjeta.
Más tarde ese día, cuando American Express marcó mi cuenta por actividad irregular en mis gastos, fui a la recepción para ver porque el “bloqueo” se había registrado como cargos reales. Me dijeron que los créditos para cubrir el total aparecía en mi cuenta. He estado en muchos hoteles y estaba familiarizada con ese proceso: cuando te registras en algún lugar a veces tu tarjeta realiza un pre-cargo que después se acredita en tu cuenta. Pensé que esto era lo mismo. Al menos sabía que Anna era buena para el dinero, la había visto gastar mucho. Y aprendes mucho de alguien cuando viajan juntos.
Deje Marrakech al día siguiente, antes que Anna y el camarógrafo. Cuando llegue a mi destino, recibí un mensaje de texto de Anna prometiéndome que enviaría una confirmación del depósito por correo lo antes posible. Se marchó de La Mamounia y tomo un auto al Kasbah Tamadot de Sir Richard Branson, un hotel en las faldas del Alto Atlas de Marruecos. “Te depositare $70,000 dólares, con eso todo estará cubierto” dijo. De repente comprendí que tenía la intención de dejar los cargos del hotel en mi cuenta, para sumarlos al total de los gastos fuera del hotel. El saldo era mayor a mi ingreso anual. Se sentía como una conclusión inevitable.
Anna se mantuvo en contacto todos los días, pero en las siguientes semanas nunca recibí el depósito que había prometido. Atribuí el retraso a su desorganización e incapacidad de comprender la urgencia de mi situación. Estaba frustrada, pero no sorprendida por su ineptitud, y asumí que las transferencias internacionales se demoran más de lo normal.
Sus mensajes de texto se volvieron cada vez más kafkianos: garantías de reembolso a través de métodos de pago que nunca se materializaron. Creó una red de promesas que se hicieron cada vez más complejas y auto-referenciales. Pense que habia un problema con su fondo fiduciario, y me molestaba que no fuera sincera conmigo.
Cuando regresó a Nueva York, se registró en el Beekman (El Mercer estaba lleno, me dijo). Era reconfortante saber que estaba físicamente cerca, no tan lejos de mi oficina en el World Trade Center. Al menos sabía donde encontrarla. Desafortunadamente, me invitó a unirme a sus usuales visitas con la entrenadora personal. Me negué.
Buscar un reembolso por parte de Anna se convertía en un trabajo de tiempo completo. El estrés consumió mi sueño y alimentó mis días. Mis compañeros de trabajo me vieron consumida. Venía a la oficina con un aspecto pálido y demacrado.
Por fin, un mes después de que me hubiera marchado de Marrakech, Anna afirmó tener un cheque con el depósito. Había estado al norte del estado lidiando con una “emergencia laboral” pero, me dijo, buscaría un banco antes de la hora de cierre y depositaría el cheque en mi cuenta por la mañana. La noticia debería haberme dado un alivio, pero en cambio, me mantuve escéptica.
La mañana siguiente, me presenté sin avisar en el Beekman y llamé a Anna desde el mostrador del conserje. Cuando me respondió sonaba aturdida. “Hola, aquí estoy. ¿Cuál es el número de tu habitación?”, pregunté.
Su habitación estaba hecha un desastre. Los papeles estaban por todas partes. Sus maletas estaban abiertas y se desbordaba la ropa. Su vestido de lino negro de Marruecos estaba en una bolsa de la tintorería colgado en una puerta abierta del closet. “¿Dónde está el cheque?” le pregunté, tratando de simplificar la transacción. Empezó a revisar en las pilas de papeles, miró debajo de la ropa y tiró varias bolsas antes de decir que había dejado el cheque en el Tesla que había conducido desde el norte del estado. Por supuesto, no podía hacerlo fácil. Obviamente, había un problema.
Llamó a la concesionaria del Tesla y luego a la oficina de su abogado (“Él debe tenerlo” dijo). Me negué a irme. Anna dijo que le llevarían el cheque, así que esperé. Fuí con ella a Le Coucou, donde se reunió con un abogado diferente y un administrador de fondos privados. La seguí hasta el vestíbulo del Beekman, donde ordenó ostras y una botella de vino blanco. Me senté en silencio, enviando correos electrónicos del trabajo desde mi teléfono, ignorando en gran medida a Anna, pero observando atentamente y pidiendo actualizaciones periódicamente. Para probar un punto, me quedé hasta las 11 pm. Me fui muy enojada, diciendo que volvería a las 8 am para poder ir juntas al banco. Estuvo de acuerdo. “Espero que al menos te hayas divertido” me dijo con una sonrisa pícara. “No, no fue divertido. Esto no está bien.” balbuceé con incredulidad.
A la mañana siguiente, llegué al hotel a tiempo. Anna no estaba allí. Estaba furiosa. Su evasión manifiesta confirmó lo que más temía: Anna no era de confianza.
Finalmente (¿Por qué me tomó tanto tiempo?) comencé a investigar por mi cuenta. Me contacte con los amigos por los que conocí a Anna, y ellos me hablaron de un tipo que le había prestado dinero. Era alemán, como ella, y conocía a Anna desde que vivía en París. Me contó una historia que fue alarmante y tranquilizadora al mismo tiempo. Dijo que, después de semanas de insistir, recuperó su dinero con la amenaza de involucrar a las autoridades, ya que Anna siempre decía tener miedo a ser deportada. “Su papá es un multimillonario ruso”, dijo. “Exporta petróleo de Rusia a Alemania”. Obviamente, los detalles venían directo de Anna, pero no cuadraban, ella me había dicho que sus padres trabajaban en energía renovable. Dijo que Anna le había dicho que recibía alrededor de $30,000 dólares al comienzo de cada mes y que heredaría $10 millones en su cumpleaños 26, el pasado enero, pero como era un desastre, su padre había dispuesto que la herencia se retrasara hasta septiembre de ese año, pocos meses después.
Sabía que algo no estaba bien. Busque una manera de contactarme con sus padres, pero no encontré ninguna. En la semana del 4 de julio, mientras estaba en Carolina del Sur con mi familia (que no sabían nada de la situación), recibí un mensaje de la entrenadora. Me dijo que Anna estaba durmiendo en su sofá, ¿Que no tenía un lugar para quedarse?. Dos días después, Anna me escribió, me pregunto si podía quedarse en mi departamento. Le dije que no.
Al día siguiente, Anna me llamó llorando “No puedo estar sola en estos momentos” suplicaba. Le ofrecí verla en su hotel, “Tuve que irme, ¿puedo ir contigo?” preguntó. Dije que no y colgué. Entonces mi conciencia sacó lo mejor de mí, y le regrese la llamada: “Puedes venir, pero no te puedes quedar”. Llego a mi puerta pasada una hora. No tenía la energía para abordarla, así que dije muy poco. Mi pequeño departamento tenía un terrible desorden, la manifestación física de mi estado mental: pilas de papeles, cajas, ropa y varias cosas. Me disculpe por el desorden. “No necesitas disculparte conmigo” me dijo. Tenía razón. Tome la decisión consciente de poner la otra mejilla. Ordené dos ensaladas y puse el Diario de Bridget Jones. Cuando me preguntó si podía dormir en mi sofá, ni siquiera me sorprendí.
Incluso en esos momentos, trate de tener un punto de vista optimista de la situación: mi amiga se había topado con un inimaginable hechizo de mala suerte; y cualquier día podía resolverse. Este optimismo es una de mis características definidas, mi talón de Aquiles. Fue por lo que me hice amiga de Anna en primer lugar: una suspensión voluntaria de mi juicio, una falla que buscaba lo mejor en los demás y justificaba lo peor.
Anna sin duda podía ser lo peor. En una ocasión, antes del viaje a Marruecos, la gerencia del 11 Howard le preguntó a Anna si podía pagar sus reservaciones por adelantado. Ella se molesto por el trato tan irregular: “Nadie más tiene que hacerlo” protesto. Como venganza, tomó nota de los nombre de los gerentes generales. Una vez que se fue, me dijo, compró los dominios de internet correspondientes. Entonces les envió correos electrónicos mostrandoles lo que había hecho. “Los devolveré por un millón de dólares, cada uno” me dijo. Era un truco que había aprendido de Martin Shkreli (a quien admiraba, e incluso decía que lo había visto una o dos veces). Traté de racionalizar su afinidad con las “travesuras”, incluso si el estómago me daba vueltas. Me quedo con eso para lidiar con las consecuencias.
El primer día de Agosto, entre a una estación de policía en el barrio chino. Había tenido suficiente. Le conté mi historia a un teniente. Este se enfocó en el asunto de Marruecos y me dijo que había un problema jurisdiccional insuperable. “Pero con su cara”, dijo, “podría empezar una colecta en GoFundMe para recuperar su dinero”. Me sugirió probar en un tribunal civil. Cuando salí empecé a llorar.
Cuando pare de llorar, me fui directamente al tribunal civil más cercano. Encontre un centro de ayuda y hable con una mujer a través de una división de plexiglás antes de que un hombre con pantalones kaki me acompañara a su cubículo. Le conté mi triste historia. “Bueno, caray, estoy un poco celoso de que puedas ir a Marruecos” respondió. Trató de ayudar ofreciéndome folletos de abogados pro-bono y fundaciones de ayuda, ya que el dinero involucrado sobrepasaba el límite financiero tratado en un tribunal civil, dijo. Me fui sintiéndome muy angustiada.
Y luego llegó el momento decisivo: un episodio que se desarrollo como el clímax de un drama puesto en escena. Anna reapareció en el vestíbulo del departamento de la entrenadora, justo cuando salía del tribunal civil. La entrenadora me llamó inmediatamente y decidimos confrontar las dos a Anna. También invitó a una amiga suya (ya que pensó que sería útil), y las cuatro nos fuimos al Frying Pan, un bar en la autopista West Side. Anna estaba llorando detrás de sus gafas de sol, llevaba usando el mismo vestido durante semanas (un préstamo de su noche en el departamento de la entrenadora). “¿Han visto lo que dicen de mí?” se quejó. Aparentemente, la noche anterior, se publicó un artículo en el New York Post donde llamaban a Anna “aspirante a socialité”, ya que había “estafado” a la gerencia del Beekman durante su estancia, sus pertenencias habían sido detenidas. Estaba siendo acusada de varios delitos menores, incluyendo un vergonzoso incidente de cena y corre.
En una mesa en la terraza, rodeadas por jóvenes profesionales que disfrutaban de una bebida después del trabajo, nosotras cuatro estábamos en nuestro pequeño mundo. “Estamos aquí porque queremos ayudarte”, empezó la entrenadora. “Pero para hacer eso, necesitamos escuchar la verdad, Anna”. Era la misma canción de siempre: Anna se mantuvo fiel a su historia, afirmando que todo lo que había dicho era verdad; nada era su culpa. Anna se sentó frente a mí mientras las otras presionaban sin descanso por respuestas, por nombres, por una manera de encontrar a su familia. Dije muy poco, preferí mirar. Parecía estar flotando fuera de mi cuerpo, mientras las lágrimas corrían por mis mejillas. Contra los gritos y acusaciones, el rostro de Anna asumió un vacío inquietante, sus ojos estaban vacíos. De repente me di cuenta de que no la conocía en absoluto. Con esta epifanía surgió una especie de liberación y una extraña calma. Entendí la ira y la incredulidad de las otras; había tenido los mismos sentimientos durante meses. Pero había llegado al otro lado y sabía que solo había una respuesta.
Al día siguiente, mandé un correo electrónico a la Oficina del Fiscal de Distrito del Estado de Nueva York, enviando un link con el artículo sobre Anna: “Creo que esta chica es una estafadora”, escribí. Una hora después, mi celular sonó. El identificador de llamadas decía “Estados Unidos”. Tome la llamada mientras me alejaba de mi escritorio. “Creemos que tiene razón”, contestó una voz.
La asistente del fiscal de distrito me confirmó que Anna Sorokin (a.k.a. Anna Delvey) era objeto de una investigación criminal en curso.
El último miércoles de agosto, bajé torpemente mi bolso de mano al suelo, apoyándolo contra la pared, antes de darme la vuelta para enfrentarme a la sala de jurados de Manhattan, casi dos docenas de caras que me recordaban el aula de un colegio. Asumí el puesto de profesor, aunque casi no estaba en condiciones de enseñar al grupo: yo, la tonta, un caso lamentable. Y luego recordé una clase que podría estar calificada para enseñar, o al menos podría ser una profesora invitada, la única en la que había recibido un A + durante mi tiempo en Kenyon: "El juego de la confianza en Estados Unidos" un curso de inglés de nivel avanzado impartido por Lewis Hyde, quien escribió un libro sobre tramposos (Trickster Makes This World). Bueno, al menos la ironía fue gratificante.
Me paré detrás de una pequeña mesa de madera en el frente de la habitación. El taquígrafo de la corte se sentó a mi izquierda, y la asistente del fiscal de distrito estaba en un podio a mi derecha, junto a un proyector. La presidenta del jurado, una chica de mi edad, se sentó en el centro de la fila de atrás y preguntó desde arriba: "¿Juras decir la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad?" Lo hice.
Fuí víctima de un presunto gran robo en segundo grado (gran robo por engaño). “¿Cuánto gana en un año?” me pregunto la asistente del fiscal. Junto a ella, en la pared detrás de mi silla, había un pantalla, en la que se mostraba una hoja de cálculo de todos los cargos que había en mi cuenta relacionados con Marruecos. En la parte inferior de la pantalla, se leía el total: $62,109.29. “Habría ido a este viaje de saber que tendría que pagar todo?” continuo la asistente del fiscal. La idea era risible, inclusive mientras lloraba.
No fui la única que había creído en Anna. En la audiencia ante el gran jurado, Anna fue acusada de seis cargos de delito grave y un cargo de delito menor. Me di cuenta del alcance de su engaño cuando más tarde leí la acusación. Fue acusada de falsificar documentos de bancos internacionales que muestran cuentas en el extranjero con un saldo total de aproximadamente 60 millones de euros. Según un comunicado de prensa de la Fiscalía de Distrito del Condado de Nueva York, a fines de 2016, llevó estos documentos al City National Bank en un intento de obtener un préstamo de $ 22 millones para la creación de su fundación artística y su club privado. Cuando el City National Bank negó el préstamo, ella mostró los mismos documentos a Fortress Investment Group en Midtown. Fortress acordó considerar el préstamo si Anna proporcionaba $ 100,000 para cubrir los gastos legales y del proceso.
El 12 de enero de 2017, casi un mes antes de que regresara a Nueva York, Anna obtuvo un préstamo de $100,000 del City National Bank al convencer a un representante del banco para que le permitiera sobregirar su cuenta. Al parecer, le prometió al banco que enviaría los fondos en breve para cubrir el sobregiro (una melodía familiar). Y le dio el dinero del préstamo al Fortress.
En febrero, cuando Anna volvió a mi vida, Fortress uso aproximadamente $45,000 de los $100,000 de Anna y estaba tratando de verificar sus activos para completar el préstamo. Para este punto, Anna se retiró. Me dijo que su padre se había enterado del trato y que no le gustaban los términos. Se retiró y mantuvo los $ 55,000 restantes del préstamo del City National Bank, que Fortress había devuelto. Aparentemente, así es como ella pagó por su estilo de vida: el 11 Howard, las cenas, las sesiones de entrenamiento personal y las compras.
Entre el 7 y el 11 de abril, Anna, supuestamente, depósito $160,000 en cheques sin fondos en su cuenta de Citibank y transfirió $70,000 a otra cuenta antes de que los cheques rebotaran. Nunca pagó a Blade el avión privado de $35,000 que había alquilado para ir a Omaha en mayo. En agosto, abrió una cuenta de banco en Signature Bank y, de acuerdo con las declaraciones, depositó $15,000 en cheques sin fondos. Retiró aproximadamente $8,200 en efectivo antes de cerrar la cuenta. Ella era, supuestamente, una “estafadora de cheques”.
La realidad de los tratos tras bambalinas de Anna, sigue siendo vertiginosa hasta el día de hoy, supuestamente, estaba orquestando un sistema tan elaborado mientras mantenía una superficie creíble, manejando su tarjetas de débito para pagar las cenas, entrenamientos, productos de belleza y tratamientos de spa. Ella creó una ciudad reluciente y sin problemas: lo que sea que quisiera comprar lo compraba, a donde quisiera ir iba, ya fuera en taxi o en avión. La audacia de su actuación se vendió sola, hasta que colapsó por el peso de su ambición. Es una de las razones por las que le creí, y continué creyendo en ella: ¿quién pensaría inventar una historia tan elaborada y seguir así durante tanto tiempo? ¿Quién era ella? ¿Cómo sabes quien es quien dice ser realmente? El 9 de junio, Anna me envió $5,000 a través de PayPal. Pensé que me estaba evadiendo, pero este gesto me derrumbo. Sabiendo lo que sé ahora, ¿por qué siquiera me dio algo? Seguramente, me habría pagado la cantidad completa si pudiera, ¿verdad?
Se programó que Anna compareciera ante el tribunal el 5 de septiembre, por los delitos menores que salieron en las noticias, incluida su estancia supuestamente robada en Beekman, pero nunca apareció. Retome la comunicación con ella a través de un mensaje de texto, como si nada hubiera pasado. Había ido a la costa oeste y se internó en una clínica de rehabilitación en Malibú. A principios de octubre, cuando estaba en Beverly Hills para la cumbre anual del New Establishment de Vanity Fair, Anna y yo organizamos un almuerzo. Nunca llegó. Fue arrestada en Los Ángeles el 3 de octubre y procesada en un tribunal de Manhattan el 26 de octubre. Actualmente está detenida sin derecho a fianza en la isla Rikers.
Para este artículo, se contactó al abogado de Anna, Todd Spodek, quien tenía una visión mucho más “ligera” de los asuntos relacionados con Anna. "La carga recae directamente en un prestamista para llevar a cabo la debida diligencia apropiada antes de otorgar crédito de cualquier tipo", escribió, "y para documentar los términos del préstamo. Este es un asunto civil, y el recurso apropiado para la Sra. Williams es demandar a la Sra. Sorokin por incumplimiento de pago de un préstamo, no iniciar cargos penales”. Afirmó que “la Sra. Williams no tiene ni un ápice de pruebas para respaldar ningún acuerdo, de ningún tipo, en absoluto ".
Anna me dijo una vez que sus planes o funcionaban, o iban horriblemente mal. Ahora veo lo que quiso decir. Fue un truco de magia, me avergüenza decir que yo fui uno de los respaldos y también parte de la audiencia. Anna era un hermoso sueño de Nueva York, como una de esas noches que nunca parece terminar. Y luego llega la cuenta.
CORRECCIÓN: una versión anterior de esta historia identificó erróneamente la audiencia del gran jurado en la que se acusó a Anna Sorokin. Fue una audiencia, no un juicio.
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Gêneros streetwear rock, hiphop y skate
El streetwear es un estilo muy variado que ofrece selecciones para rock, hiphop y skate. En cada ejemplo notarás que las propriedades se van adaptando cada 24 horas a día de cada personality sin olvidar la comodidad.
Rock and roll
Durante lo general, las prendas serán de color negro, relacionada todo, el calzón o la pollera; sin embargo, todas las personas se inclinarán por el azul marino.
Una pieza fundamental es la chamarra de tipo cuero.
En esta opción no faltarán las camisetas blancas, de rayas u con estampados de alguna banda de rock.
Mujeres y hombres podrán fazer uso de botas tipo militar en color negro con los cordones relativamente sueltos. Por último, tienes los angeles opción de necesitar un gorro asi como accesorio.
Hiphop
En la cultura del hiphop no pueden incumplir las Mira aquí sudaderas de grandes proporciones, mis pantalones holgados que terminan ajustados sobre ela zona de los tobillos. Además, mis tenis de baloncesto son indispensables.
Como accesorios puedes utilizar unas cadenas largas y gafas oscuras. Para obtener añade un chaleco de mezclilla, todo depende de cómo te sientas más cómoda.
Skate
A los amantes de las patinetas, les sugerimos llevar jeans o shorts holgadas. Los ping-pong tienen que servir con punta semibreve.
Lo más beneficioso es que tu vestimenta sea en colores tierra o negro. Como prendas decorativas puedes utilizar muñequeras y collares artesanales.
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Estilos streetwear rock, hiphop y skate
Este streetwear es el estilo muy surtido que ofrece selecciones para rock, hiphop y skate. Durante cada ejemplo notarás que las propriedades se van adaptando al día a dia de cada personality sin olvidar los angeles comodidad.
Rock and roll
Durante lo general, todas las prendas serán Sneakers sobre color negro, em relação à todo, el calzón o la falda; sin embargo, pocas personas se inclinarán por el garzo marino.
Una pieza fundamental es los angeles chamarra de tipo cuero.
En esta opción no faltarán las camisetas blancas, de rayas o con estampados sobre alguna banda para rock.
Mujeres sumado a hombres podrán utilizar botas tipo castrense en color marrano con los cordones relativamente sueltos. Por último, tienes la opción de llevar un gorro como accesorio.
Hiphop
En la cultura del hiphop no pueden incumplir las sudaderas de grandes proporciones, los pantalones holgados o qual terminan ajustados sobre ela zona de los tobillos. Además, los tenis de basket son indispensables.
Tais como accesorios puedes usar unas cadenas largas y gafas oscuras. Si quieres añade algun chaleco de mezclilla, todo depende para cómo te sientas más cómoda.
Skate
A los amantes de las patinetas, les sugerimos necesitar jeans o bermudas holgadas. Los ping-pong tienen que se tornar con punta redonda.
Lo más beneficioso es que tu vestimenta sea en colores tierra u negro. Como prendas decorativas puedes utilizar muñequeras y collares artesanales.
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El proyecto Despena.
"Contranatura".
Joey.
20 de Octubre de 2018, Salt Lake City, instalaciones de Laboratorios Vega. 13.08.
Joey odiaba su trabajo.
Desde que había vuelto del ejército había sido el guarda de seguridad de la instalaciones principales de los laboratorios Vega, en la localización de Salt Lake City, siempre pensaba que no creería que aquello era una ciudad de no ser por su nombre, aunque ciertamente, tenía su propio hospital, aquel destino a cuarenta kilómetros de cualquier otro pueblo en la zona de las Rocosas, era uno de esos lugares vacacionales que realmente solo sirven para cambiar de aire, uno de esos lugares a los que vas cuando Yellowstone o el monte Rushmore ya no causan ilusión alguna.
Se atrevería a decir que, el mayor atractivo de este lugar era el Laboratorio Vega, el cual se extendía en una enorme superficie y había costado más dinero del que probablemente Joey vería en su vida. No solo su superficie era enorme, si no que además era subterránea, dejando ver únicamente un pequeño edificio de dos plantas de donde diariamente, camiones cargados con equipos médicos y medicinas partían hacia cada esquina del País.
Casi media ciudad trabajaba en las instalaciones y diariamente todos pasaban frente a los ojos de Joey, que con semblante sonriente comprobaba la veracidad de sus tarjetas de visita, además, también se ocupaba de que ningún externo se adentrase.
En el interior trabaja su familia, sus padres, Benjamín y Abigail eran los cabecillas de la empresa y Leon se encargaba del departamento de I+D, Joey no era muy listo, pero por las conversaciones que había escuchado en secreto o por casualidad podía imaginarse que estaban trabajando en algo completamente nuevo, seguramente demasiado complejo como para perder el tiempo explicándoselo a él o a Axel.
Aquel día, un hombre de una edad indefinida entró, pasó su tarjeta de identificación por el cacharro y se presentó como Matthew Winston, un nuevo auxiliar de laboratorio, sin duda, Joey no pudo evitar sentir un escalofrío en la espalda.
Aquella mirada de ojos grises, penetrante y peligrosa, una boca de labios finos y la piel tan pálida que parecía maquillaje, la ropa negra, informal, la sonrisa afilada .. sí, Joey no era muy listo, pero sabía identificar a un asesino solo por la forma de ocultar su oscuridad, velada bajo una mueca amable, además, supo que el hombre lo sabía.
Así cobraría sentido lo que le diría unas horas después, cuando el infierno se desatara en el laboratorio de Salt Lake City, ese susurro en su oído: Sólo un asesino puede reconocer a otro. Murmuraría el desconocido.
Aquel día, gran parte del cuerpo de seguridad estaba activo, Joey paseaba inquieto por los pasillos inferiores, el laboratorio tenía tres plantas subterráneas, y el nivel más bajo, el -3 era el más cerrado debido a que allí se estudiaban virus muy contagiosos, los cuales podrían hacer mutar para así convertirlos en armas mortales, pero lo que tenía a Joey ensimismado era aquel recuerdo de hacía unas horas, el tal Matthew Winston y sus ojos de asesino en serie, sí, sabía bien que no podía basarse en un presentimiento, pero este era tan fuerte que oprimía cada músculo de su cuerpo, como si este le obligara a dudar.
Sentía en su cinturón el peso de su revólver, aquella antigualla de más de 30 años que jamás había utilizado pero que limpiaba a menudo, especialmente cuando tenía guardia de noche, siempre tenía la recámara llena con sus seis balas y el resto guardadas en su cinturón.
A Joey no le gustaban los revólveres demasiado, eran poco precisos, pero ahora, agradecía tenerlo a mano.
Hacía menos de diez minutos que había comenzado su paseo por el piso bajo cuando la calma de los pasillos blancos y limpios se rasgaba por un chillido atronador, se giró sobre sí mismo y de la nada, una mujer semi-desnuda y cubierta de pústulas se lanzó hacia él, un disparo acalló los gritos y abrió un agujero en su cráneo.
Antes incluso de reaccionar, algo rasposo,con olor a químico fué presionado sobre su boca y nariz, forcejeó, pero la persona que le había tomado por la espalda le tenía bien sujeto, poco a poco, Joey sintió que el aire le fallaba y el mareo comenzó a aparecer en su cabeza, la persona le arrastró, y lo último que escuchó fué un susurro en su oído: Solo un asesino puede reconocer a otro.
Y aquella frase voló por su subconsciente cundo todo se quedó en negro.
20 de Octubre de 2018, Salt Lake City, instalaciones de Laboratorios Vega. 17:35.
Joey abrió los ojos lentamente, una luz roja parpadeante iluminaba la estancia en donde se encontraba, tenía un terrible dolor de cabeza, se incorporó lentamente y miró al rededor. Reconocía el lugar como uno de los vestuarios, poco a poco, como en fogonazos los recuerdos volvieron a su mente: aquella mujer, el agarre y aquel susurro. Joey llevó la mano a su cinturón, comprobando que el revólver seguía en su lugar. Suspiró levemente antes de incorporarse.
Lo habían tendido sobre unos bancos, pensó en aquel hombre, Matthew Winston, y aunque miró por todas partes, se encontró únicamente a sí mismo en la estancia. Algo había ocurrido.
El vestuario estaba vacío, pero sumida en una semioscuridad,taquillas metálicas, cerradas en impolutas, solo la luz roja de emergencia parpadeaba, el sentimiento de que algo no iba nada bien volvió a él, sacó el revólver y comprobó las recamaras. Seis balas más las diecinueve en la canama del cinturón, además de un tasser con un límite de distancia de dos metros y una porra. Suficiente.
Aunque su cabeza palpitaba como un tambor, Joey se centró en la puerta, buscando algún orden de acción, lo primero sería dar una vuelta, comprobar que había ocurrido con la electricidad. Buscaría a su familia en el laboratorio central de I+D y tras comprobar que estaban bien, los sacaría de ahí, llamaría a las autoridades pertinentes, restablecería el suministro de luz para poder acceder a las cámaras y aclarar todo aquello que estaba ocurriendo. Con el plan en su cabeza y el revólver listo, apuntando hacia el suelo salio.
El pasillo también estaba sumido en la semioscuridad, el silencio hacía que cada pisada de las botas de Joey resonaran en cada paso, pero además, percibió que el olor a desinfectante alcohólico había sido reemplazado por un repugnante olor a pus, hierro y un retro a pólvora, el estómago de Joey amenazó con hacerle vomitar el almuerzo, sin embargo, intentó de toda las maneras quitarle importancia. Se dijo a sí mismo que estaba bien, que podía con eso, sin embargo, el recuerdo de aquella mujer delgada, con aquellos enormes forúnculos del tamaño de pelotas de tenis, amarillentos y rellenos de líquido, recordó la saliva espumosa salir de su boca y esta vez, sí que suprimió una arcada. Tras unos segundos, se recompuso y comenzó a avanzar lentamente por los pasillos.
Al doblar la esquina observó una figura de espaldas, cabello corto oscuro y rizado, con una bata blanca de hospital, Joey extrajo una pequeña linterna y la prendió para ver mejor a la persona, cruzó esta sobre la pistola y avanzó con prudencia.
— Señor, colóquese contra la pared. — Ordenó, la persona, se giró lentamente hacia él.
Su rostro estaba lleno de aquellos enormes granos de pus amarillentos, sus ojos perdidos y rojizos y un hilo de saliva caía por el costado de su boca.
— No se voy a repetir de nuevo, ¡contra la puta pared e identifíquese! — Gritó.
El hombre pareció reaccionar, abrió los ojos tanto que, Joey creyó que eran canicas nubladas por las venas rojizas, una vena surcó su frente y palpitó bruscamente, y entonces, como un animal se lanzó hacia Joey quién disparó contra el brazo del sujeto, pero este no se paró, tras la nube de humo podía observar al hombre a escasos cincuenta metros, y la sangre manchando su camisola blanca y descendiendo por su muñeca hasta el suelo. Ese hijo de puta debía de estar drogadísimo.
Corría como jamás había visto a nadie correr, cuarenta y cinco metros, otra bala en el pecho, treinta y cinco, otra.
— ¿¡Por qué no te mueres!? — Gritó, sintiendo el temor convertirse en una bola, mezclándose con la confusión, entonces vacío el cargador en el pecho del sujeto, que seguía corriendo hacia él. — ¿¡Esto es lo que quieres!? — Dijo, lanzando al suelo el revólver, retrocedió varios pasos y sacó entonces la porra, su pulso era demasiado rápido como para evitar que el haz de luz de la linterna titubeara, mientras que la visión infernal del sujeto era cada vez más cercana, tanto que estuvo a punto de alcanzarlo.
Un disparo. El sujeto paró y cayó de rodillas.
Algo menos de cuarenta metros, una figura alta mantenía el arma, sin bajarla, se acercó a paso rápido a Joey, quién elevó los brazos dejando caer la porra y la linterna.
A pesar de las luces rojas, Joey pudo descifrar quién era esa persona, que a medida que se acercaba, sacaba algo de su bolsillo, una identificación.
— Soy el agente especial Zerø, del FBI. — Dijo, se trataba de Matthew Winston, la voz, los movimientos. Joey cerró un instante los ojos.
— Fuiste tú el que me abatió antes.
— Te salvé. No podía dejar que entraras en pánico antes de poder acceder a los pisos superiores para cortar la electricidad y evitar el funcionamiento de ascensores. Recoge tu arma, vas a serme útil. — Dijo.
El hombre de ojos grises pasó rápidamente por su lado, era significativamente más alto que Joey y portaba una chaqueta de cuero negro, un pantalón ajustado a sus piernas y unas pesadas botas de combate, llevaba además una mascarilla, similar a las quirúrgicas pero de tela oscura.
Joey se apresuró a coger sus cosas y seguirlo, tuvo que correr para ponerse a su altura, y una vez ahí, rellenó la recámara del su revólver.
— ¿Podrías explicarme qué diablos está pasando? — preguntó, jadeante.
— Pues mira, sí. Parece que alguien ha decidido jugar a ser el doctor Frankenstein en el laboratorio de tus papis, chico de oro. Llevo casi un mes en esta ciudad, investigando las desapariciones a lo largo de esta zona y en el hospital, y todas mis pistas terminan aquí, así que parece que estaba en lo cierto.
— Espera... ¿Cómo sabes que...?
— Yo lo sé todo. — Cortó. — Sé que tu padre no pinta más que el tío de la limpieza en la dirección de la empresa, sé el nombre de cada miembro de tu familia, y sé el día y la hora exacta en la que te hiciste la primera paja de tu vida, chiquillo. — El agente especial Zerø dirigió una fría mirada, sus ojos brillaron.— Sé también que estas personas están infectadas por una mierda muy contagiosa, y que si no les revientas la cabeza segurían hasta que no les quede una única gota de sangre. Sin agresivos, como un chucho con la rabia, no atienden a razones, solo quieres destrucción, su cabeza solo funciona para que la mierda que tienen dentro se reproduzca en otro huésped. Sí es que no lo matan antes, claro.
— ¿Me estás diciendo que ...?
— No lo digas.
— ¿Qué son zombies?
— Lo has dicho... — Se lamentó Zerø. — No, no son zombies porque están vivos. Están infectados. Esto no es como uno de tus videojuego de Silent Evil y Resident Hill, esto es serio.
Joey frunció el ceño, tratando de digerir aquella información. Evidentemente, tendría que confiar en él.
— Como te he dicho, la infección es a base de fluidos, y es muy rápida por lo que tenemos que controlarla aquí abajo antes de que llegue a los pisos superiores y a Salt Lake City. Debemos mermar el foco de infección y llegar al laboratorio central en donde tal vez, ya se esté trabajando en una cura. ¿Podrás llevarme?
— Sí, sígueme.
Joey se adelantó al hombre, encontraron al menos cinco infectados más que el hombre abatió con su pistola Glock 19, llevaba además un revólver S&W 500, que colgaba de las cartucheras de su torso, Zerø era un tirador experto, sin embargo Joey veía en su mirada la falta de sentimiento. Podrían encontrar una cura, pero el agente especial Zerø estaba tan centrado en matar que un escalofrío recorrió la espalda de Joey, quién mantenía su revólver en alto junto con la linterna mientras era cubierto por Zerø.
>>Continuará.
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Lost System²...
Ahí va de nuevo ese chico perdido caminando por el centro de la ciudad a las 2:37 am, con sus jeans rotos y correa de cuero a la que se le notaba el uso diario, una franela blanca recién sacada de la ropa sucia que desprendía un olor entre lo agrio de su transpiración y lo fresco de su perfume, reloj de segunda mano, capucha vieja, y un par de tenis en el mismo estado que sus jeans; El outfit perfecto para representar su alma y ambiciones.
Iba caminando por las aceras de su ciudad con ritmo sigiloso y calmado, pasando por encima de los vagabundos en sus camas de cartón, encontrándose otros pocos haciendo expediciones en contenedores de basuras buscando algo de comer, viendo pedreros darse su banquete en bandeja de lata. Con el cielo escaso de estrellas y llenos de algodones purpura oscuro, anunciando una pronta lluvia, postes de adornos más que funcionales, algún automóvil haciéndole compañía involuntaria unas milésimas de segundos dependiendo de la velocidad que este fuera, mientras que los semáforos no ejercían la autoridad ni el respeto pleno. De resto las calles parecían pasarelas abandonadas en decadencia. En una esquina las traffic-whores esperando su turno de montarse en un auto y canjear alguna mamada o follada por unos cuantos billetes, en la otra esquina los transfor en las mismas que las anteriores pero con otro tipo de target. Su camino también lo dirigía a ver conocidos fuera de algún local nocturno en algún cotilleo casual, otros sumergidos en sus charlas etílicas entre botellas y cigarrillos confirmando tal intuición. Se ven también taxistas con sus cafecitos y sus charlas de intermedio y sus códigos.
Nuevamente volvía a coger el sendero de las calles oscuras y desoladas chocando con algún ladronzuelos armado; Uno le puso en su pecho un revolver calibre 38, mientras le escupía en la cara su respectivo monologo:
-¡Manda botín maldito antes de que te deje el pecho lleno de huecos!
El chico perdido adopto un tono de piel mas pálido que el propio. Con el pulso tembloroso, le dijo con un tono de voz alertante y poco fluida: “Gente de calle” mientras sacaba de sus bolsillos unos billetes de poca denominación, la cédula y media caja de cónsul ya empezada. A lo que el ladrón le respondió:
-¡Pira de aquí mamaguevo!
Mientras le daba una patada en el culo. El chico se volteo lo miro frunciendo el ceño, inmediatamente el ladrón le dijo:
-¿Que? no te gusto, quieres que te llene ese culo e’ plomo. -Mientras daba pasos en reversa.
10 minutos de andar el chico perdido sacaba un cigarrillo, el yesquero que tenía en su bolsillo trasero para así darle rienda suelta a la continuación de sus millones de paso a la deriva, encendió ese cilindro toxico que le escoñeta los pulmones, pero le calmaba a media máquina el desespero sin sentido que le saltaba en su mente como demonio en cocaína. O lo que es lo mismo: Que le calmaba sus ansias y el estrés postraumático. Claro! en este viacrucis de libertad personal que se daba el chico no podían faltar los policías en sus motos con sus miradas becerras creyéndose Dioses del asfalto, cruces de mirada corta para ahorrarse el despliegue de poder que le concedía el estado y que le reafirmaba su armamento.
De vez en cuando se sentaba con algún vagabundo conocido a escuchar sus desviaros mientras compartían algún licor barato, dejando que su lucifer personal le gritara en la cara todos sus fracasos y culpas recopilados en su álbum de vida. Otras veces era en las esquinas de otras putas que de alguna manera sus caras se transformaban en rostros de sus amores más intensos y de otros que nunca había visto en plano físico pero que conocía de hace mucho. Se levantaba y seguía su camino, a veces la calle no era calle, si no un mar al que no quería colocar un pie y esperar que tal realidad cesara para cruzar de una cera a otra. El camino también le servía para expresar sus dolores físicos sin explicaciones médicas que se hacían presente. Tales como: ardores viscerales, dolores pulso-penetrantes en algunos órganos y puntadas cerebrales como si se trataran de millones de alfileres chapoteando en sus sesos. Retorcerse a esa hora en las penumbras asfáltica, es mejor que retorcerse en algún lugar público con algún conocido cerca que lo llevase a un recinto hospitalario para que luego le dijeran que no tiene nada. Luego de que pasaban dichas torturas fisica-mentales, se levantaba, se sacudía, encendía un cigarrillo y seguía como si no hubiera más destino que esas aceras despejadas y sus esporádicos compañeros nocturnos. Saben; toda esa escoria transeúnte a la que el pertenecía.
El ambiente perfecto para el, este mosaico desesperanzado, distopico y caótico, significaba lo que para un fanático religioso significaría un retiro espiritual en Belén, miles de pasos más en un guetto donde no cualquiera se desplaza hasta llegar a una pequeña puerta de acero vieja y oxidada, tres toque, luego se abriría una ventanilla y junto a ella se asoma el cañón de un 9 mml, preguntando nombre. A lo que el pobre diablo ambulante responde:
-Coca rosa y coñazos negros.
Inmediatamente La puerta de acero oxidada se abre dejando al descubierto un pasillo con luces rojas y opacas. Dos jóvenes entre 16 y 23 años con grandes armas de fuego respaldándolos hacían de porteros, cruces de miradas cortas. El chico saluda a uno con un choque de palmas y puño, mientras que el eco de gritos, porras y choques parecido a palmadas pero mucho mas seco empañaban el pasillo, también un olor agrio y denso entre miaos, plástico quemado, y cerveza piche. Al llegar al final se encontraba una sala repleta de hombres haciendo un rombo; sudados, algunos sin camisa gritando y aplaudiendo. Unos con billetes en mano, otros con botellas de alcohol barato y cigarrillo. Unos sangrando, otros con grandes hematomas en diferentes partes del cuerpo, otros tantos tirados en alguna esquina casi desfallecidos o quien sabe si ya fallecidos. El chico rodea el rombo humano de sudor, gritos y sangre, encontrándose con unas escaleras de acero oxidado para luego subirlas. Entre el trayecto el chico echa una ojeada hacia abajo pudiendo observar lo que se encontraba entre ese tumulto de parias sudadas; Allí vio un hombre negro de unos 120 kilos, corte plata-banda y un tatuaje en la nuca que a distancia no se distinguía del todo pero lo poco que se notaba era un circulo naranja y negro con una ralla verde saliendo en la parte superior; descifrando lo que seria una calabaza de halloween. El tipo estaba encima de un joven fornido blanco con afro, disparando puñetazos a donde cayeran, en un radio que abarcaba el rostro y el cuello, mientras el joven intentaba escudarse con sus ante-brazos aquellos balazos de nudillos que caían a mansalva sobre si. Al llegar al final de las escaleras se encuentra con otra puerta de acero forjado para luego tocarla, coloca su cara en el perfil exacto del mirilla, seguidamente se abre la puerta, entra y se encuentra con tres tipos uniformado de policía, un hombre calvo y obeso sentado detrás de una mesa, dos de los policías con mas veteranía según resaltaba su apariencia física y sus insignias, tenían par de tragos y jovencitas sentadas de lado y lado. Cuerpos muy curvilíneos, ropa ajustada resaltando cada línea cruzada de su anatomía y un maquillaje que parecía empastado en su cara, choreto y espeso. Dificultando el reconocimiento facial de las mismas; Unas prepas de medio estatus. El tercer policía estaba parado sobre una esquina cargando una Heckler & Koch G41. El tercer policía es de inteligencia, lo sabia por su uniforme y solo estaba expectante a cada movimiento. En la mesa había cuatro grameadoras, una montaña de polvo blanco con matices rosas. Tres botellas Johnny Walker: Red Label, Blue Label, y Platinum Label. Todas ya empezadas, cajas con habanos, y cuchillas corta tabaco en la misma mesa, una laptop y una fila de carpetas y papeles.
-Bueno compañeros, les presento mi jugador estrella -Dice el gordo calvo- ¿O acaso miento Marcos? Un silencio se apodera del sitio, a pesar de que abajo no cesaba el interminable bullicio, pero no eran más que un zumbido, los policías sonreían en mute, sin dejar escapar un sonido de sus bocas, pero exhibiendo gratificación y ambición en tal gesto.
-Pero si es todo un profesional y hasta modesto- prosiguió el gordo calvo. -Marcos es todo lo que necesitamos para este negocio: Hace el trabajo y no habla mucho. Deseas algo la casa invita, tenemos lo habitual. Whisky escoses, cocaína, Algo de yerba o una mamada por parte de esos dos pivones que ves ahí.
-Jajajaja. Risas por parte de todos a excepción de Marcos y el tercer policía.
-Señor Esposito, podría por favor darme mi parte de trabajo, que de verdad no sé qué tiempo tardare en salir de ello y mientras más pronto mejor.
-No faltaba menos Marcos. Lo que ud diga es orden, siempre y cuando el negocio siga viento en popa… Lo tuyo son aquellas cuatro mochilas, Águila te llevara y luego nos vemos pronto.
El gordo calvo cogió su teléfono y al primer repique dice: Sube, se van.
De una llega un tipo fornido con una bolsa de billetes y sin camisa, descalzo, sudado, con una cicatris adornándole de la boca al pómulo. Deja la bolsa a un lado, mientras se pone la camisa de policía y sus botas, agarra dos mochilas y su bolsa de dinero, se marchan.
Esta vez el policía, apodado como águila guía el camino hacia para un garaje.
Mientras se están yendo uno de los policías veterano le dice a Marcos:
-Hey se acuerda que si lo agarra la guardia ya no es peo de nosotros, así que con cuidado y ese pico cerrado a toda costa cuando se trate de nosotros, dígale a los suyos también. Marcos asiente con la cabeza y prosigue.
Llegan al garaje, abren el carro y montan los bolsos, de camino águila dice:
-Son las 3:23 am,. La hora del diablo, primero tenemos que hacer un mandado, y ya me pitaron que nuestro mandado esta por aquí.
Pasa lento por un callejón, y casualidad Marcos reconoce que fue el callejón por donde el hampón le pateo el culo. Todo está oscuro. Estaciona el carro en la esquina y se baja en dirección a la zona mas oscura.
-Hey Champe…- grita águila.
-Mientras responde y sale de la oscuridad con una sonrisa, el mismo tipo que intento robar a Marcos, y por ende el mismo que le pateo el culo. Solo se concentro a observar, se dan un abrazo, al separarse del abrazo, águila lo empuja y saca su pistola, sin mediar palabras dispara por lo menos once veces a la cara y el torso, dejando que caiga abatido el pobre desgraciado.
Mientras se monta Águila y dice: Muchacho te daré un concejo. Nunca juegues con la policía. Terminaras muerto, o en una celda, pero existen muy pocas posibilidades para salvarse.
Ese pobre pendejo pensó que era muy divertido hacerse el gracioso y fíjate. Mañana aparecerá en primera plana, por ajuste de cuenta y entre mafia y mafia y la policía no tiene nada que ver.
Marcos, en milésimas de segundo, piensa que ese será su destino en cualquier momento, sin importar que las cosas vayan bien o no. Esta gente está condicionada para esto, es su oficio y no hay excepciones. Marcos lo sabía, y la verdad es que aún no estaba preparado para el momento, pero lo tenía claro.
-Aquí te quedas tu. Bueno muchacho, con cuidado, y déjese de estar poniendo en su Wall de Facebook las gafedades esa de “Fuck Police” y más mierdas de rebelde intenso, todo esto mientras despojaba una carcajada...
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Una caja llena de sorpresas.
Este no es un texto de frases profundas aleatoriamente colocadas con palabras espontáneas por doquier. Este texto es más bien una simple historia, así que no esperes más.
Carne fresca, recién graduado, bien pendejo... Ya saben, saliendo de la preparatoria pues.
Por alguna extraña razón decidí salir de mi hermoso Puerto de Veracruz. El calor es infernal allí, sí; pero créanme que no existe nada mejor que ver todas las putas mañanas el amanecer morado que ofrece el horizonte del mar. Jamás lo aprecié realmente hasta que llegué al corral de bolillos. Lo siento, casa.
Llegué con el optimismo al 100, el cuero en alto y las pantuflas bien puestas. No niego que con una que otra tosida también a causa del PUTO smog; está bien culero ese pedo, la neta.
Recuerdo perfectamente que arribé en este puerto para provincianos un 3 de junio de 2017, y a los tres días ya estaba yendo a mi primer concierto; ¡tuve demasiada suerte ese día! Una chica me regaló un boleto, me pichó la chela, cotorreamos, conocí gente “famosa”, etc.; un buen día pues. Esto fue lo que provocó decirme: “Creo que estás en el lugar correcto, Norris”.
El primer día de clases fue curioso. Una chica me mentó la madre porque pensaba que yo me había equivocado de baño, cuando fue ella la que se confundió realmente. Luego de la vergüenza comenzamos a platicar y en el transcurso del día se nos unieron otras dos personas: una de Ecatepunk y otro de Toluquish, así le dice el pendejo. Hoy en día solamente sigo siendo cercano con el cabrón que come chorizo.
Todo iba perfecto, adrede y fluido: me sentía bien. Y como todo buen primersemestriano, iba con tooooooodo ¡a la verga, compa! Estaba soltero, ¿qué es lo peor que podía pasar?
Ya saben cómo funciona este pedo y no se me vayan a hacer pendejos: 1.- Primero visualizas a las presas. 2.- Convives con elles. 3.- Clasificas en tres categorías: me la rifo y me cae chido; me la rifo, pero no me cae chido; y que Dios me agarre confesado. 4.- ATACAR. Bueno, yo estaba tranquilamente cursando por la fase tres cuando de repente ¡pum! Llegó la cabrona.
¿Por qué nunca nos sentimos completos?
¿Por qué siempre buscamos todo en el vacío?
Y ¿por qué verga intentamos construir encima de una pantalla?
Tal vez sea miedo o tal vez sea estupidez, vale verga. Lo que yo pienso es que toda esa mierda es la que vuelve divertido todo esto, tu simple día a día.
No quiero tener todo a la mano, ¡quiero saltar por las cosas que deseo!
No quiero estar cerca de todo, ¡quiero viajar a mi destino!
No quiero que alguien me ame desde un principio, ¡quiero que alguien me permita amarle y su instinto sea la reciprocidad!
Tal vez simplemente seamos una especie estúpida que busca complicarse la vida o tal vez que la vida se complique es un requisito obligatorio en este viaje... ¿Quién sabe? Deme dos boletos por favor.
Recuerdo que la vi y verga... “se me volaron las ideas, chaval”, diría el Cortés.
Pena, angustia, nervios, sentía de todo en ese momento. Instantáneamente me pregunté a mí mismo: “¿No que de cacería, perro?”... Pues por lo que estaba viendo, parece que iba a ser una temporada de patos demasiado corta.
Agarré valor para hablarle a la semana de haberla visto. Comencé la plática preguntándole si conocía a Dromedarios Mágicos, un artista de Pop Folk, a lo que ella me contestó con un frío y seco “nelparingas”. “¡No sueltes la cuerda, pendejo!”, me dije. Entonces procedí a explicarle quién era este men y que la chingada. Yo sólo veía su mirada desinteresada hacía mí... ¡carajo! ¡Ese no podía ser el fin del Hombre Araña!
Seguí platicándole de música y de mi banda (también tenía que ensalzarme), y ¡ella mantenía esa jodida mirada!... Hasta que por fin logré hacer click mencionando a una banda llamada Kasabian.
Le conté que de ir a un concierto, el más probable al que asistiera era el de ellos; sin embargo, ella me interrumpió diciendo que también tenía planeado ir a ese mismo concierto. Yo estaba a punto de decirle que esa banda no me latía tanto como para pagar uno de sus boletos; peeeeero ella dijo que iría, así que me chingué.
Le dije que ya tenía boleto y que si quería ir conmigo. Ella dijo que sí y yo sonreí, me sentí feliz. El problema yacía en que no tenía boleto y ME QUEDABAN $200 PARA LAS SIGUIENTES DOS SEMANAS NO MAMEN. Mas este pedo se trata de solucionar problemas, ¿no? Así que después de exhaustivo análisis de opciones con mis roomies de aquellos días, opté por la única opción viable que habíamos vislumbrado: ir al casino.
Era la primera vez que pisaba un casino e iba con mis tenis rotos, una playera de animales moneados, el pantalón que más me apretaba y una cara de emoción para atraer toda la suerte del mundo a mi lado.
Escogí la ruleta porque me gustó cómo giraba, tenía muchos colores. 18 negro porque tenía 18 años en ese entonces y entre el rojo y el negro pues... el negro obviamente.
Giró la que no es rusa y gané. Grité, salté, abracé de la puta emoción. Primera ruleta y me llevé una muy buena ganancia. ¡Ahora ya tenía para el boleto y además para comer bien durante las dos siguientes semanas! Esto mismo no sucedió la segunda vez que fui, pero esa es otra historia. Lo único que no podía sacar de mi cabeza en ese momento era que tal vez todo está sucediendo por algo, ¿no? Me agrada pensar eso.
El mero día le confesé entre carcajadas todo lo que tuve que hacer para poder ir al concierto con ella. La criatura bien linda me dice que no había pedo, que pudimos haber salido otro día... ¡Mamadas! Le dije que todos los hombres bien sabemos que ese era mi único tiro, ¡no podía desaprovecharlo! Aparte, realmente quería salir con ella. Se lo dije, se chiveó y seguimos fumando. El Hombre Araña seguía en acción.
Le escribí una canción. Tal vez no la que yo hubiese querido, pero la canción ya está escrita.
A esas alturas ya no estábamos bien. Me gusta pelear por una relación. Siento que realmente todo se puede trabajar a tal grado que se llega a un equilibrio con lo que sea que estés haciendo. Realmente me esforcé, lo juro... pero ese instinto no era recíproco.
He pensado también que tal vez mi cinismo lo cagó todo. También he pensado que sus reacciones tan negativas hacia algunas de mi acciones, aunque yo las viera benévolas, fue el culpable. También he llegado a pensar que tal vez mis reacciones fueron las detonadoras del declive... a estas alturas ya no me importa. Si no me viene nada específico a la cabeza, o soy muy idiota o nunca sabremos realmente qué nos enojó tanto.
La canción se llama “Me hablas como si estuvieras llorando / Exilio”.
La invité a salir y esa caminata se extendió hasta la madrugada. La cabrona casi me gana en billar y eso que le estaba enseñando a jugar. Terminamos en un parque hablando de cada uno hasta como por las 3:00 am. Le pregunté si tenía hambre, aceptó y le ofrecí unos deliciosos tacos de espagueti insípido con tortillas embarradas de mayonesa. No saben cómo me latió el corazón cuando aceptó comer esa reverenda mierda.
Vimos las cuatro primeras películas de la saga del Juego del Miedo y nos fuimos a dormir. Bien linda estaba haciendo su camita (porque esta morra sí que está enana) con las sillas de la sala para dormirse allí. Yo sólo me reí, le dije que se dejara de pendejadas y que se viniera a la cama, la de verdad.
Hasta la fecha ella no admitiría que ella fue la que me besó primero... pero ella fue. Literalmente dejó caer su cabeza sobre la mía. Fue un putazo con beso, un puteso.
Ya no me sabe igual.
Evito los lugares que frecuentábamos. Probablemente con el tiempo vuelva; pero ya no será el mismo paisaje.
Me gusta decir que mis recetas culinarias están “hechas a la azafrián”; es una combinación de nuestros nombres. Siendo honesto, sí suena vergas ahora que lo pienso.
¿Perdí mi sazón o ese café realmente estaba caliente? Espero sean las papilas gustativas quemadas porque me esforcé realmente por conseguir ese sazón: ella merecía comer rico.
Volvimos una tradición ir a cada “martes de mezcal” en Caradura sin importarnos qué bandas fuesen. Ya saben, apoyando la escena ¡wooh!
La tradición comenzó cuando vi que Niños Héroes iba a tocar allí en un martes de mezcal. ¡Me mama esa banda! No me la podía perder, así que no tuvimos otra elección; mas que ir.
Estuvo de huevos: nos traían el mezcal a la mesa, nos tocaron asientos amueblados, buena visión al escenario y un mesero que se merecía la propina. La noche transcurría normal hasta que ella utilizó la Táctica Sagrada de la Aldea Oculta en la Panocha: el “¿qué somos?”. A lo que yo bien vergudo respondí: “¿Qué quieres ser?¿Nos la rifamos?”. Entonces ella volteó la carta trampa “¿tú quieres?”; y yo lancé la pokebola “yo sí, ¿y tú?”; y ella contraatacó escribiendo en la Deathnote: “Sí”. Básicamente jamás le pedí concretamente que fuera mi novia; pero yo creo que sí se dio a entender la idea.
Fue el comienzo de algo que yo describiría como hermoso, sin importar el final que haya tenido porque ¿quién se fija en el final si hay una gran historia detrás?
La semana que terminamos fui a trabajar en cosas de Marsupia, mi banda, a Puebla (y a empedar también, no les miento) el fin de semana. Por azares del destino, un amigo está ahorita trabajando con el vocalista de Niños Héroes, algo que está bien chingón. Le platiqué lo que había sucedido y pues obviamente tuvimos que ir por unas bien frías. Terminando de contarle todo lo que pasó le pregunto que qué tranza con su vida. Me cuenta que ya tiene proyectos importantes en camino, todo normal en su vida amorosa y que NIÑOS HÉROES SE ESTABA SEPARANDO.
Este bloque no tiene nada profundo, solamente quería contarles esta pinche casualidad mórbida del destino.
Viajamos juntos, vivimos juntos, dormimos juntos, nos bañamos juntos, nesfliseamos juntos: lo normal y bello de una relación.
“Todo siempre debe terminar”. A mí me hervía la sangre siempre que ella decía eso ¡y vaya que lo decía!
¿Por qué nos casamos con esa pendeja idea del “final inevitable”? ¡El único final seguro que uno debe tener en cuenta es la misma muerte y nada más! De ahí en fuera tú escoges qué es lo que quieres terminar, qué es lo que quieres mantener, qué es lo que quieres trabajar; así de sencillo.
No puedes excusarte diciendo que era el modo, la forma en que tenían que ser las cosas. Al igual que tus acciones, también decides tus reacciones; así que no seas cobarde y toma siempre una decisión al respecto. No dejes que los demás escojan que va a ser de tu historia.
Vaya caja de sorpresas que es esa chica; pero más sorpresa tuve yo al descubrir que el hecho de que estuviéramos tanto tiempo juntos, no implicaba que íbamos a pensar igual. Reacción: sigamos trabajando.
Más sorpresa tuvo ella al darse cuenta que su paciencia era más limitada de lo que ella juraba. Reacción: respétala.
Más sorpresa tuve yo al ver que todo de lo que me había enamorado, y espero que sea viceversa, era justo lo que estaba destruyendo nuestra relación. Reacción: aún se puede.
Ella aplicaba la de terminarme y volver al instante. Supongo que le gusta esa adrenalina. Y en algunas ocasiones me confesó que lo que más la motivaba a seguir era justo mi motivación por arreglar las cosas siempre, sin excepción.
Yo quería estar con ella. Punto.
Sin embargo, la sorpresa más grande la tuvimos los dos el día en que yo decidí dejar de pelear...
Vaya caja de sorpresas fuimos los dos, agente. Procuremos de hoy en adelante ni siquiera tener la más mínima sorpresa para uno mismo, ¿va?
Acción: seguir adelante.
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De la 1 a la 20 -las preguntas de OC- (Para Santi uwu)
What is your OC’s favorite color?
Rojo.
Does your OC collect anything? What do they collect?
Colecciona botellas de Pepsi-Cola, una de cada una que haya existido; pero sólo las de vidrio o las especiales de aluminio. Hace un tiempo que no añade una nueva a la colección, ya que últimamente todas son de plástico. También colecciona las monedas y billetes del país.
What kind of things is your OC allergic to?
Es alérgico al humo de los autos. Con los años, en lugar de hacerse inmune al humo que respira a diario, su salud se ha deteriorado. Se le hace muy fácil contraer resfriados, tiene fiebres y tos crónicas y todas las noches despierta a mitad de noche con dificultad para respirar (apnea del sueño).
What kind of clothing does your OC wear?
Tiene un estilo muy casual, tanto en ocasiones formales como informales. En su día a día se le ve con alguna camiseta unicolor, jeans y tenis, con un suéter con capucha si llega a hacer frío. En ocasiones en que necesita más formalidad, lo suyo son las camisas de botones, unicolor o de cuadros, un jean oscuro y zapatos de cuero, con su largo cabello recogido. Le gusta usar trajes cuando lo amerite, pero lo único que no usa de ninguna manera son las corbatas.
What is your OC’s first memory?
“Te dije que iba a ser la mejor ciudad del país.”
No recuerda los rostros ni recuerda su edad, pero tenía muy corto tiempo de vida y lo estaban peinando y vistiendo.
What’s your OC’s favorite animal? Least favorite?
Su animal favorito es el león. Desde pequeño lo asociaron con él al ponerlo en su nombre y en el escudo de su bandera, y con el tiempo desarrolló un carácter muy parecido al del animal. El animal que menos le gusta es el cocodrilo y no es que no le guste, sino que le tiene muuucho respeto.
What element would your OC be?
Fuego.
What is your OC’s theme song?
Hasta las tres de la mañana - Gona
Do you have a faceclaim / voiceclaim for your OC?
Los FC que uso son Yuuzan Yoshida (Tonari no Kaibutsu-kun), Shiro (Himikoi) y Akatsuki Kibikino (Tsubaki-chou Lonely Planet)
Su voz sería Reis Bélico.
What deadly sin would best represent your OC?
La gula, la avaricia y la soberbia.
What are your OC’s hobbies?
Salir de ‘rumba’, tocar guitarra, rapear, escribir, leer.
How patient is your OC? How hot-headed are they?
No es nada paciente; a pesar de los años, no hay forma en que madure ese aspecto de su personalidad. Es fácil enojarlo, pero también se le pasa rápido el enojo. No se guarda nada.
What is your OC’s gender / sexuality / race / species / etc.?
Género: Masculino.Sexualidad: Bisexual.Raza: Humano, inmortal, representación de un territorio.Etnia: Indígena, caucásico (europeo), árabe y negro.Altura: 1,76 m.Peso: 68 kg.Tipo de cuerpo: Ectomorfo.
What foods does your OC like to eat? What are their least favorite foods?
Le gusta comer de todo. Literalmente, de todo. Comidas dulces, saladas, agridulces, extranjeras, nacionales… Lo único que no le gusta son las comidas picantes.
If your OC could have any pet, what would they choose? Why?
Un perro grande, preferiblemente un Pitbull o un Rottweiler; porque tienen mucha energía, como él, y son toscos a la hora de jugar, como él. Igual le gusta que son muy territoriales y protectores y sirven como buenos perros de vigilancia; necesita de esos en los tiempos de inseguridad que vive.
What does your OC smell like?
Tiene dos perfumes que guarda para ocasiones especiales; 212 Men de Carolina Herrera y One Million de Paco Rabanne. En un día a día no usa perfume, sólo desodorante y la esencia del cigarrillo cuando recién lo fuma.
How do they make a living? What kind of job do they want / not want? What is their dream job? What do they think of their current job?
Actualmente trabaja en un café en el centro de la ciudad, al lado de la Plaza Bolívar. Ha hecho de todo en su vida, ha sido buhonero, vigilante, dependiente en tiendas de un centro comercial, hombre del aseo urbano, handiman, taxista y hasta educador; cuando tienes juventud eterna, tienes mucho a tu favor. Los trabajos que no volvería a intentar serían el de vigilante y el de taxista.
What are your OC’s greatest fears? Weaknesses? Strengths?
Miedos: Perder poder y ser inútil.Debilidades: Cree ser muy autosuficiente y pocas veces deja que alguien más intervenga en sus asuntos, aunque lo necesite.Fortalezas: Es astuto, fuerte, resistente y perseverante, y tiene un muy buen corazón que no muestra muy seguido.
What kind of music do they listen to? Do they have a favorite song?
Escucha música muy variada; rock, hip-hop, reggae, salsa, merengue, reggaetón.
Canciones favoritas:
Pedro Navaja - Rubén Blades
Vive Valiente - Reis Bélico
Aquí Vivo Yo - Apache (ft. Neutro Shorty y Mr. Dalis)
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Un pequeño cuento o tal ves algo largo.
Niños en alquiler
Todo estaba sumergido en la oscuridad. Solo una bombilla colgando de un cable precariamente. Una mesa sin cualquier cosa que la adorne. Como en todas las escenas de interroga miento que pasan en la televisión, solo que no era una película y no había un policía bueno y uno malo de frente mío, en su lugar solo eran mis padres dos personas normales con vidas normales que adoran la simplicidad de la rutina. Pero por lo menos no lo eran por ahora, de un momento a otro sus papeles se cambiaron y ahora son verdugos hasta que una autoridad superior tome el control y decida juzgarme con mayor severidad.
- No lo recuerdo.
-¿Por qué?
-No lo sé, solo lo hice- me encojo de hombros.
-A caso alguien te obligo- mi padre golpeo la mesa.
-No, yo solo tenía la idea en la cabeza - era verdad era lo único en lo que pensaba.
- Pero…-se froto las cienes- ¿Cómo es posible que no tengas algún pesar por lo que acabas de hacer?
-No lo sé, yo solo creí que le estaba haciendo un favor.
-Recapitulemos, cuéntanos la historia para saber cómo fueron las cosas antes de que lleguen ellos y se hagan ideas erróneas. Pero antes que nada dinos cómo fue que tuviste esa idea tan desastrosa.
Se froto los ojos y suspiro.
Eso era algo que si les podía responder con certeza de lo que pensaba. Fue un lunes de enero, recién aviamos regresado de las vacaciones de año nuevo. Era el comienzo de semestre en la preparatoria y tenía una nueva materia, biología humana. En general hablaba de la anatomía del cuerpo y las distintas reacciones químicas de este. Pero creo que me estoy desviando mucho del tema. Fue un lunes, eso lo recuerdo bien, esa clase comenzamos con el sistema nervioso y las reacciones químicas que se llevan a cabo. Toda la clase fue interesante pero llegó una parte en la que uno de mis compañeros levanto la mano y saco el tema de los trastornos a flote. El pregunto por los trastornos del sueño causados por el estrés. Supongo que tenía razones para preguntar por ello, los exámenes se estaban cerca. Nos explicó de una forma muy sencilla.
“Hay casos en los que se requiere medicación que en su mayoría está compuesta a base de codeína, pero estos deben de estar en constante revisión para ir bajando la concentración del medicamento, de lo contrario se pueden presentar síntomas de abstinencia”
Una respuesta sencilla, pero sacia dora. Pero aún no se terminaba, y ahí fue cuando está loca idea tubo su génesis. El profesor siguió hablando.
“En alguna ocasión escuche que hay un lugar perdido de la ley en la zona rosa, donde te alquilaban a los niños para pedir dinero, los drogan con jarabe tara la tos y te los dan noqueados. Es por eso que cuando ves a esas supuestas familias con ropas rasgadas y caras mugrientas pidiendo dinero los infantes casi siempre están dormidos o casi perdidos… o por lo menos es una de las tantas leyendas urbanas de la ciudad.“
-Okey, pero no comprendo cómo es que terminaste haciéndolo.
Mi madre se encontraba en una esquina del comedor con las palmas en la boca callando el sollozo y con los ojos empapados en lágrimas por algo que aún no lograba entender por qué les afectaba tanto.
-Así obtuviste la idea pero cómo… ¡cómo y por qué lo hiciste!- me grito en la cara salpicándome de saliva.
Me quede sin decir nada y con un gesto de indiferencia mientras me secaba el rostro. Se levanta agitado y tirando la silla al suelo en el camino. Me toma por el cuello de la camisa y me arrastra hasta llevarme a la ventana más cercana -valla que está enojado – solo me dejo arrastrar como un muñeco de trapo, arrastrando los brazos y las piernas, la abre de par en par sin soltarme.
-Espera- le digo despreocupado y volviendo la mirada a mi madre, que le gritaba a mi padre que parara- como puedes estar tan enojado sin saber el resto de la historia.
Me muestra un rostro que jama le había visto al bonachón de mi padre, un rostro deformado por la ira y la angustia por lo que le pueda pasar por mi culpa. Le quito los ojos de encima solo para percatarme de la bomba que viene contra mi rostro. Se rompe el pedazo de camisa del que me sostenía y azoto contra el suelo con una fuerza que desconocía que poseyera. En el suelo sin inmutarme ciento el cobrizo sabor de la sangre que me brota del labio roto, el olor me deja perplejo pero creo que le puedo tomar el gusto.
-Pues será mejor que comiences a hablar antes de que esto se ponga peor.
Se desata el nudo de la corbata y se limpia el sudor de la frente con ella, levanta la silla y toma asiento poniendo una pierna sobre la rodilla. Saca una cajetilla del bolsillo interno del saco y enciende un cigarrillo con el cipo que le regale las navidades pasadas. Mi madre parecía entender la causa del golpe y solo se escuda detrás de mi padre intentando no mirarme fijamente, hay tirado en el suelo.
-Te escucho – dejo escapar el humo en un largo suspiro.
Tomo aire e intento rehacer la cadena de eventos que nos han llevado a todo esto. Sorbí la sangre que me escurría por la nariz y me estire febril mente en el suelo, perdiéndome en la araña de cristal que colgaba del techo.
Era tarde y apenas había salido de la escuela, ese día tuve que quedarme a limpiar el material que habíamos ocupado en la práctica de laboratorio pero los profesores me pidieron ayuda para etiquetar unos reactivos. Ya terminadas mis tareas en la escuela me dirigía a casa pero algo dentro me hizo querer tomar un camino diferente no importando que eran las 6 de la tarde y el sol comenzaba a lanzar esos rayos naranjas como advertencia de su pronta retirada. Tome el camino largo por Plan de San Luis solo para pasar por el parque. Todo era normal nada fuera de lo común, los niños jugando en los columpios y unos cuantos chicos de la secundaria cercana se batían a duelo en una reta de fútbol. Sin nada que llamara mi atención saque mi ipod y me puse los audífonos.
Ahí fue cuando comenzó
Seguí con lo mío tarareando las canciones una tras otra. Dejando el parque detrás, aventuran dome a las largas calles. Pero con la sensación de que alguien me seguía, pero no me preocupaba. Por esa zona hay varios policías y patrullas, y si algo llegara a pasar es tan fácil como apresurar el paso y encontrar a un policía en la siguiente esquina. Pero aun con ese consuelo la sensación de bienestar no regresaba a mí, saque el ipod y puse la cámara frontal, discretamente eche un vistazo detrás de mí. Pero grande fue mi sorpresa cuando no vi a nadie. Metí el aparato en el bolsillo y apresure el paso, pero el sentimiento persistía, hasta que me arme de valor y a unos pocos pasos antes de llegar a la esquina me di la vuelta sin aviso alguno.
Nada, solo el camino de siempre adornado con los altos arboles por los que se filtraba el sol, o por lo menos era lo único que yo veía. Me quite los audífonos y los metí en mi bolsillo. De entre los árboles se oía la risa muy queda de un niño. Me quede inmóvil unos segundos buscando el origen de la risa hasta que lo encontré escondido de una forma ridícula detrás de un árbol como en las caricaturas.
-Que susto que me diste…- suspiro de alivio- ¿Qué estás haciendo escondido?
No hubo respuesta, pero si otra carcajada infantil que callo con las manos. Me busco en los bolsillos intentando ver si aún me queda algún dulce de los que acostumbro llevar en la mochila. Valla que debo parecer un secuestrador ofreciéndole dulces a un niño para que salga de su escondite. Encuentro una paleta y sin decirle una sola palabra sale de su escondite con solo ver el caramelo.
Cuando sale de su escondite lo primero en lo que se centra mi mirada son sus andrajosas y desgastadas ropas. Se acerca y lo puedo ver mejor, lleva puestos unos tenis rotor que parecen no ser de su número, un pantalón rojo y una camisa de manga larga con varios agujeros encima que en mejores épocas parecía ser blanca o de un gris muy claro. Con una piel oscurecida por la mugre de las calles.
-Gasiiiiias- me recito sin un buen control del idioma aun.
Le ofrezco una sonrisa y le agito el cabello con cariño. Levanta la cabeza con una rigidez poco común para su edad. Algo no me gustaba en toda esta escena dejando de lado que este niño es callejero como puede estar solo por la calle a esta hora. Levanta la cara y me enseña unos hermosos ojos verdes con las pupilas muy dilatadas y la mirada perdida. Abre la paleta y se la come como si nada.
-¡No!... me la dieron mi – voltea y le grita a alguien inexistente a su lado.
Un escalofrió me nace de la nuca y me recorre la espalda.
Me toma por la camisa fuertemente como temiendo que me fuera.
-¡Oye!- se nota el tono de asco en mi voz pero no me importa- me tengo que ir pero tú disfruta de tu paleta.
Tira la paleta al suelo y se aprieta el estómago con ambas manos.
-¡Hauuuu… mi panza!
Se va resbalando poco a poco por mis piernas hasta que queda tirado de rodillas frente a mí. No sé me ocurre que hacer pero si alguien pasa por aquí no creo que se tomen a bien como nos vemos en este momento. A sí que lo único que se me ocurre es mover lo con la punta del pie como si se tratara de un animal.
-Vamos levántate.
Me sujeta del pantalón y le comienzan unas arcadas que ya parecía que el estómago se le saldría por la boca. Y sin previo aviso me vomita por completo los zapatos. El asco ahora es mío pero la indignación es más fuerte que yo, me doy la vuelta y me sacudo los pestilentes pies, pero solo logro ensuciarme el pantalón en el intento.
Hago un esfuerzo por no gritarle pero parece que alguien más tubo esa idea.
-Tu chingado muchacho- le gritaba alguien desde el otro lado de la calle.
En seguida enderezo la espalda y me viro. Un hombre como de 1.8 fornido y con una chaqueta de cuero negro se encaminaba asía donde estábamos. Se veía enojado. En la mano llevaba una bolsa blanca con el logo de una farmacia.
Entonces fue cuando todo tomaba sentido. Baje la mirada y el niño se estaba retorciéndose sin control en el suelo. El sujeto al verlo comenzó a correr mientras sacaba un frasco de la bolsa. Las palabras de mi profesor resonaban en mi cabeza.
“Jarabe para la tos”
El niño no dejaba de retorcerse. Pero yo seguía sin saber qué hacer. Con el tipo cada vez más cerca más rápido los nervios se apoderaban de mí. Un paso más cerca. Mis pensamientos no eran claros, solo eran ideas tontas y descabelladas. Meto la mano en mi bolsillo y sujeto el teléfono- y si se trata de lo que mi maestro nos contó y no solo se trataba de una leyenda urbana- lo solté al ver que se encontraba más cerca. Baje la cabeza, al niño le brotaba sangre de la boca pero no hacia ningún ruido- parece que se mordió la lengua - en su lugar solo quería alcanzar su paleta como si fuera la jeringuilla de un adicto.
Sin nada en la cabeza más que el temor por averiguar si la historia era cierta, lo tome del brazo y lo levante con fuerza. Un crujido resonó en mis oídos pero lo di por sentado. Lo cargue en brazos y comencé a correr tan rápido como me era posible. El olor a bilis y comida semi digerida impregnaba por completo al niño pero le perdí el asco en el segundo en el que me vi envuelto en una persecución por salvarlo de lo que sería un horrendo destino
-¡Detente maldito!- me gritaba el hombre mientras me perseguía- ¡Policía…policía!
Eso es maldito llama a la policía para que termines pudriéndote en la cárcel. Corro y corro pero no encuentro la forma de perder lo. Giro la cabeza con la ilusión de ya no tener a nadie detrás, pero solo me doy cuenta de que un par de uniformados se le unió, pero no entiendo por qué me prosiguen, a él es al que deberían de agarrar. Les doy la espalda y apresuro el paso lo más que puedo. Miro al niño que parece estar mejor pero dormido.
-¡Párate cabron!- me gritan mientras se nota que pierden el aliento
Intento perder los entre las calles pero el temor me izo una mala jugada y me tope de cara a la rejas que amurallaban las vías del tren. Las observo y de un momento a otro solo puedo pensar en lo rápido que corrí desde Plan de San Luis hasta las vías de Jardín.
Voltee de nuevo pero no estaban, tal vez los perdí en unas de las tantas vueltas que di pero no deben de tardar en dar con migo. Siento como el corazón del niño late tan rápido que parce un zumbido. Solo hay dos formas de escapar por el puente peatonal que cruza sobre las vías o por el túnel para salir a la voca 6. El constante sonido del claxon de la gente esperando a subir al puente, me molesta y altera. Fuertes pisadas se escuchan detrás de mí, intento ignorarlas pero solo me hacen incapaz de penar. El puente ya no se ve tan mal. Comienzo a subir pero ya en la marcha me queda claro mi error, son tres pisos de rampa en zigzag para lograr cruzarle, ya en el segundo soy capaz de divisar a los policías retomando el aliento en el inicio de la rampa opuesta. Uno de ellos sostenía un radio entra las manos - siempre pensé que lo llevaban colgando de la camisa como en las películas pero este lo llevaba en el cinturón- ya a la mitad del puente entiendo la importancia del radio. Del otro lado del puente había 3 policías sabiendo con rapidez por la rampa. Doy la vuelta pero el hombre de negro viene detrás, solo que su rostro estaba deformado por la ira. La ira causada por alguien que le quiere quitar su cómoda forma de vida.
Me quedo sin opciones, volteo de un lugar a otro pero como quiera que lo vea estoy acorralado, puedo ver claramente el justo sierra a través de la malla rota. Los policías se acercan cada vez más pero mis piernas flaquean y no saben qué hacer, me asomo por el agujero y la caída no parece ser muy larga por lo mucho serán unos 3 metro nada que no allá saltando retándome con mis amigos. Cada vez más cerca no se me ocurre otra cosa que no se saltar. Dejo caer la mochila sin soltar al niño pero se me dificulta y me la dejo puesta, bajo la cabeza y parece que está despertando.
-Bien… si queremos salir bien librados tenemos que ir uno por uno.
Saco al niño por el oyó de la malla y lo sujeto con fuerza.
-¡Intenta doblar las rodillas cuando caigas!- le grito mientras lo suelto.
Lo suelto sin decirle nada más. Pensándolo bien no fue una buena idea el niño se pudo romper algo, pero los niños sanan más rápido que los adultos así que no lo notara y cuando menos se dé cuenta estará como nuevo. En fin yo sé que todo valió la pena, cuando solté al niño este solamente me respondió con una cálida sonrisa, el solo hecho de pensar en que le regrese la libertad que le fue arrebatada me llena y me hace sentir aliviado. El hombre se detuvo en seco llevándose las manos a la cabeza.
Es mi oportunidad. Abro más el agujero para ser capaz de pasar por el sin cortarme con los alambres, paso los pies primero, con todo el cuerpo del otro lado solo me falta el valor para saltar. No quiero mirar a bajo, no por el niño sino por el temor de que loa caída sea más alto de lo previsto. Doblo las rodillas y me lanzo con los ojos cerrados pero un tirón me acobarda y me sostengo del barandal solo con las puntas de los dedos. Lentamente me elevo, pero no es parte de un truco de magia. El hombre de la chaqueta me estaba levantando por la mochila. Lo tengo de frente, pero no era ira lo que se plasmaba en su cara en su lugar eso era un rostro remojado en lágrimas y mocos. Los policías se acercan. Le propino un cabezazo en la cara pero ni así me logro librear, se logró aferrar fuertemente de la mochila. Sin otra alternativa levanto los brazos y me escurro entre las correas de la mochila con una sonrisa burlona.
Le di el consejo al niño pero me costó seguirlo, al tocar el suelo apenas reaccione y sentí toda la fuerza del impacto recorrerme las rodillas. Levanto la cabeza y los policías están deteniendo al hombre que me quiere seguir,- hasta que al fin notan su error - comienzo a correr sin mirar atrás sin fijarme siquiera si el niño se encontraba bien. Si aprovecho la oportunidad que le di será su problema.
-¡Tu escóndete mientras yo los distraigo!- le grito apresurando el paso.
Corrí y corrí, sin saber realmente si me seguían persiguiendo, yo solo seguía corriendo con lágrimas en los ojos. Pero no de tristeza estas lágrimas eran mi recompensa. Recompensa, ese sentimiento único que solo los héroes tienen el placer de sentir.
-Y al final eso fue lo que paso-deje escapar un suspiro después de la larga narración.
Mi padre se levanta aún más molesto que antes. Cierro los ojos esperando que me felicite o queme de una paliza pero sea cual sea el motivo me ahorrare el trabajo de tirarme al piso ya sea por orgullo o por el dolor.
El sonido de las fuertes pisadas cesa pero se opaca rápidamente por fuertes golpes en la puerta, el sonido de la torreta de policía inunda la calle el sonido de autos frenando cerca de la casa me desconcierta. Mi padre me pide que me levante pero no le hago caso y me quedo en el suelo. Se escucha el sonido de la puerta abriendo. No logro entender de lo que hablan pero una de las voces me es muy familiar.
-Señor Mendhoza- la voz resuena por el silencio que domino la casa de un momento a otro.
-Soy yo, cual es el problema oficial.
- Hemos venido a tomar a David Mendhoza en custodia por el homicidio del infante Diego Reyes.
-Como,… pero esto debe de ser un error – se le quiebra la voz
El oficial aclaro la voz
-Señor esta tarde yo fui testigo del asesinato del niño, después de una persecución en la que el niño le fue arrebatado a su padre en un descuido, pude ver como su hijo arrojo al niño de un puente peatonal. Además de la declaración del padre y de cuatro oficiales más que presenciaron el acto tenemos la mochila de su hijo con tosas sus credenciales.
Sigo sin levantarme del suelo, saco el ipod y me pongo los audífonos, ya no me interesa mucho la conversación que poco a poco se vuelven gritos y forcejeos del policía para entrar a detenerme. Afuera se escucha un gran alboroto pero ya no es solo el sonido de las sirenas, ya son voces y murmullos lo que llegan hasta mis oídos. La araña de cristal se ilumina con la luz de la torreta de la patrulla, mientras las palabras homicidio resuenan en mi cabeza.
Yo solo quería ayudar a un niño pero por el contrario me acusan de matarlo, que loca puede estar la gente. Me pasó la lengua por el labio solo para probar la sangre. El oficial pudo más que mi padre y me levanta con un exceso de fuerza arrebatándome los audífonos y tirándolos al suelo junto con el aparato. Me comienzan a decir mis derechos y toda esa sarta de palabrería que pasan en las películas pero lo paso de largo. Me sacan a empujones y pequeños golpes en las costillas hasta llegar a la calle donde la aglomeración de gente es mayor de lo que creía. Todos fijan sus miradas en mí. Haciendo juicios e ideas erróneas.
- ¡Yo no soy un asesino!... en todo caso la culpa la tiene el hombre que alquilaba al niño, como es posible que haya matado a alguien que por dentro se notaba que ya estaba más que muerto.
Le grito a la multitud pero estos hacen caso omiso a mis argumentos, ellos solo siguen hay del otro lado del cristal de la patrulla haciéndose ala idea de que por años han vivido en la misma calle con un asesino de niños. Una niña me señalaba con el dedo, yo solo le sonreí pero su madre la aparto rápidamente de en medio y se unió a los insultos que me lanzaban todos. El auto arranca pero la única que derrama lágrimas es mi madre que estaba bajo el cobijo de mi padre con una penetrante y fija mirada de desprecio. Sus labios se movían recitando lo que tal vez sean las ultimas palabras que me dirija, no logro saber qué es lo que dicen pero en el fondo yo sé que eran de aliento para seguir ayudando a los niños.
Ya en la patrulla me busque en los bolsillos y saque una paleta. Decidí tomar una siesta, yo no le debía nada a nadie.
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PERQUÍN 2015: LA CAMINATA
CUARTA PARTE
La mañana siguiente desperté a eso de las 6:00 am, preocupada porque creí que era más tarde y que ya no alcanzaríamos a ir a la caminata. Al abrir los ojos me di cuenta que era la única en la tienda; seguramente los demás ya estaban listos o en el peor de los casos se habían ido sin mí. Me levanté de golpe y salí de la tienda, al salir vi a Ale Peque y a Fabio que se estaba poniendo los zapatos.
Al fin te despertaste vos, llevo como una hora hablándote
-Pajero yo no te he oído
-Apúrate ve que ya casi nos vamos; busca tu plato y tu vaso y subí a comer
-¿Vos ya comiste?
-No todavía no, pero ya voy a subir.
-Vaya entonces me voy a poner los zapatos para ya estar lista solo para irnos
-¿No te vas a bañar verdad?
-No, para que si a la caminata a sudar vamos
-Si pues si
-Iré a comer
-Vaya dale ya llego
-Chivo
Tomé mi plato y mi vaso, subí hacia la cocina para poder agarrar la comida que Vane, Diana y Sofi habían preparado
-Buenos días
-Buenos días china, al fin reviviste
-Si es que esa cosa me dio Johan ayer si me noqueó
-Jajajajaja me di cuenta
-Acá está la comida, dale agarra
-Gracias
Me acerqué hacia donde estaban las ollas con el huevo picad, los frijoles y el café para servirme el desayuno; de repente a un costado vi que Johan estaba sentado en el suelo con la cabeza hacia abajo; vestía una chaqueta de cuero negra, debajo de la cual llevaba una camiseta negra sin mangas, pantalón celeste y botas, con sus lentes oscuros estilo hippie con los que trataba de ocultar lo rojo de los ojos por no haber dormido en toda la noche.
-Hola Johan
-Hola *Dijo Johan entre dientes
-¿Estás bien?
-Sí, solo que tengo sueño
-Jajajajaja de goma está china
-Sí, algo así lo vi jajajajaja
-Nombre lo que pasa es que no hemos dormido nada con Vane
-Jajajajajaja ah no bueno eso no me lo contes, así déjalo
-¿Qué ondas bichos?
-Aquí mira que Johan dice que él y Vane no durmieron
-¿Qué yo que? *Dijo Vane
-Que vos y Johan no durmieron nada
-A saber, que estuvieron haciendo… Uummmm
-Nombre ustedes, me iré a lavar la cara
-Jajajajajaja dale Johan
En el momento en el que Johan se lavo la cara y bajo hacia la tienda a traer su plato y su vaso para desayunar Vane nos contó la historia de las cuatro lunas
-Van a creer que Johan ahora en la madrugada veía cuatro lunas
-Jajajajajaja que loquera
-¿Y eso?
-Es que ya estaba bien ebrio, eran como las 3 o 4 de la mañana y Samuel me dejo valiendo, se fue a dormir o no sé qué se hizo, pero me dejo sola con él. Y este men estaba haciendo un gran ruido, Diana hasta nos puteo y no se callaba, yo le dije que fuéramos a dormir. Pero no quiso; encontró la botella que Ale Peque escondió en la noche.
-Mira que maldito y yo me quería tomar esa ahora
-Jajajajaja no hallaste un buen escondite. Pues sí, ya tenía la cuarta botellita a la mitad y yo le dije: Johan vamos a dormirnos, y el no quería y me dice nombre espérate miremos el cielo; es que míralo que bonito es está bien romántico y yo le dije que si; porque la verdad que el cielo estaba chulo a esa hora…
-Ajam
-De ahí se quedó viendo el cielo bien ido y de repente me dice: Vane, espérate; decime la verdad vos ¿cuántas lunas ves?
-Jajajajajaja así te dijo
-Si men así me dijo y yo me quería matar de la risa, pero me aguanté y le dije: una ¿Por qué? Es que yo veo cuatro
-Jajajajajajajajaja *estallamos todos en una risa tan larga que hasta nos dolió el estómago
-Jajajajajajaja si se pelo y lo más chistoso fue que del mismo sueño yo trataba de convencerlo que no había cuatro lunas, sino que solo una, pero él estaba necio
-Si que tenía una gran loquera
-Es que casi solo él se tomó las cuatro botellas de cutusa
-Cususa
-Ajam eso
-Se pela este Johan
Eran aproximadamente las 6:20 am, ya habíamos terminado de desayunar y aunque todavía no parábamos de gozar con la historia de Vane, debíamos apurarnos para alcanzar la caminata.
-Hey bichos apúrense debemos estar a las 7:00 am en Perquin
-Es cierto
-Llenen estas botellas para que llevemos agua
-Chivo
-¿Qué ondas? ¿ya están listos?
-Sí, ya estamos listos
-Démosle pues
-Jaime y vos ¿qué ondas?
-Yo me quedo acá con Flor, es que vamos a ir a otro lugar y tenemos que esperar a Sergio
-Ah vaya chivo a pues por si no nos vemos después; mucho gusto y gracias por todo. Vas a disculpar por si no te dejamos dormir
-Jajajajaja nombre no hay nada y ya saben
-Adiós Flor, gracias
-Ya saben, que les vaya bien
-Gracias
-Vámonos bichos
-Démosle
Con gorras en nuestras cabezas, botellas de agua en nuestras manos y una gran emoción en el pecho dejamos la casa de Don Diego aquel 5 de agosto de 2015. En lo personal estaba tan ansiosa por llegar a Perquín y comenzar la caminata hacia El Mozote, había escuchado tanto acerca de ella que contaba los minutos para vivirla.
En el camino hacia el desvío de Arambala esperamos algún pick up que pudiera darnos ray para llegar más rápido, puesto que eran aproximadamente las 6:30 am y aún faltaba mucho por caminar.
Mientras íbamos caminando hicimos parada a varios vehículos para que se compadecieran y nos dieran ray; lamentablemente no tuvimos éxito. Entre caminar y pedir ray logramos llegar al desvío de Arambala a eso de las 7:00 am.
-Al fin llegamos bichos
-Puya si nadie nos dio ray
-Gran regada
-Y aquí ¿qué ondas?
-Esperemos a que pase el pick up de Perquin y nos subimos
-Nambe pagar si es un pedacito pidamos ray
-Como vieras cuanto ray hemos conseguido
-Hey miren ¿creen que alcance esas dos botellas de agua para todos?
-Son galones china yo digo que si
-Voy a comprar unas 4 bolsas por si acaso
-Vaya dale
-Entonces ¿qué ondas? Pedimos ray
-Esperemos el pick up
-Intentemos pedir ray en lo que pasa el pick up
-Chivo
Mientras yo compraba las bolsas con agua extra en la tiendita que está justo en la entrada a Arambala, los muchachos; Fabio, Rábano y Nelson se colocaron a la orilla de la carretera para hacer la famosa seña para pedir ray; la cual consiste en colocar la mano con el pulgar hacia arriba como cuando le das un like a alguien o para decir bien hecho; girarla en dirección a donde los carros se dirigen; en este caso hacia la derecha y moverla al momento de que se aproxime un vehículo.
Intento tras intento y nadie se detenía a darnos ray; eran aproximadamente las 7:15 am la caminata había comenzado, por lo cual debíamos encontrarla en el desvío de la Tejera ya que es ahí donde comienza a incorporarse por la zona montañosa de Morazán.
Los minutos seguían pasando y ningún carro se detenía para llevarnos; ni mucho aparecía el transporte que llegaba hasta Perquín. Empezó la desesperación
-Puya es tarde y si caminamos
-Está lejos es paja no llegamos
*Nelson se rinde y se va a sentar junto a mi en las gradas de la tiendita
-Es por gusto china
-Nadie se detiene verdad
-Cabal, pero ya vas a ver cuándo yo tenga carro si le voy a dar ray a la gente
-Jajajajaja para hacer el cambio en el mundo
-Si pues si
*A lo lejos vemos venir un pick up doble cabina color negro
-Ahora si bichos ya van a ver este es el bueno. Venite Rábano
-Démosle
*Fabio y Samuel hace la seña de ray para solicitar que el carro se detenga y nos lleve; el carro pasa frente a ellos sin detenerse y en ese momento Nelson grita:
-Por favor, queremos ray
*Vemos hacia la derecha y a aproximadamente a 12 metros de donde nos encontrábamos el carro se detiene
-Se detuvo bichos ¡Corran! *Grita Fabio
*Todos salimos corriendo para subirnos a la cama del pick up
-Ya vieron, es que hay que pedir las cosas por favor *Dijo Nelson
-Jajajajaja si claro
-Socala que sí, si no fuera por mi allá estuvieran
-Roga que no arranque al ver esta prole
-Cabal, yo creo que se detuvo porque creyó que solo eran Fabio, Rábano y Nelson, pero van 6 más de los que pensó.
Corrimos lo más rápido que pudimos para subirnos al pick up; una vez en él le indicamos a la señora que podía arrancar; de este modo emprendimos el viaje hacia la Tejera para encontrar la caminata.
Durante el trayecto íbamos riendo y bromeando acerca de la caída del yoyo en Cinquera, aconsejando a los demás que debían agarrarse bien sino querían terminar como él. Asimismo, no dejábamos de molestar a Johan por sus cuatro lunas.
-Agárrense bien porque acá si alguien se cae ya no la cuenta
-Si cabal, que bueno que no vino el yoyo
-Jajajajaja lo que pasa es que ya no nos quiere porque tratamos de matarlo
-Él fue el dundo que se soltó
-Jajajajaja
-Pero por lo menos él no ve cuatro lunas
-Hey dejen de molestarme
-Jajajajajaja mira ve y vos que no tenes calor con esa tu chamarra de cuero
-Ahorita no, creo que más tarde si tendré calor, pero la traje para no requemarme mucho
-Ya te voy a ver más tarde muriendo de calor
La señora seguía conduciendo mientras nosotros no dejábamos de hablar ni de reírnos; al paso de más o menos 15 minutos llegamos al desvío de la Tejera
-Hey Nelson decile que en la Tejera nos quedamos
-Yo creo que ella para ahí va
-Pero igual decile
-Mejor hagámosle parada porque capaz se nos cae Nelson
-Jajajajajaja indíquenle pues
En efecto, al estar cerca del desvío de la Tejera alguien gritó “Acá nos quedamos” la señora se detuvo y nos bajamos; cuando la última persona tocó el suelo de la calle, nos acercamos a la señora y le agradecimos mucho por el aventón; nos sentamos en unas gradas que estaban por ahí cerca a esperar que bajara la caminata. La señora arranco y se fue, para nuestra sorpresa solo avanzó unos metros más; ya que ella también iba a esperar la caminata; por lo que se estacionó en el parqueo del Perkin Lenca un hotel que quedaba a pocos metros del lugar donde nos habíamos sentado.
Esperamos alrededor de 15 minutos a que la caminata llegará hacia nosotros; cuando vimos que un grupo numeroso de personas se dirigía a la Tejera nos pusimos en pie y nos incorporamos; dicho grupo iba encabezado por el Padre Rogelio Ponseele un hombre alto, piel blanca, de aproximadamente unos 75 años; vestía camisa a rayas color celeste, de botones y con mangas cortas, pantalón negro, gorra negra con una fotografía de Monseñor Romero y tenis grises.
El Padre Rogelio Ponseele es de nacionalidad belga, llegó al país en el año 1970 cuando el conflicto armado empezaba a tomar lugar en nuestro país; eligió Morazán y ahí fue testigo de cómo el ejército salvadoreño asesinaba a sus feligreses; desde entonces ha predicado el evangelio en la zona, ayudando a las organizaciones populares para lograr un verdadero cambio en la sociedad.
Eran aproximadamente las 7:45 am y una vez incorporados al grupo seguimos la ruta que ya estaba definida para la caminata; pero antes de empezar el recorrido por la zona montañosa nos detuvimos frente a una Ferretería que se encontraba a pocos metros del desvío de la Tejera.
Frente a aquella Ferretería se encontraba un pick up con aparatos de sonido (un amplificador, una consola y un micrófono) junto al pick están un señor con una guitarra en la mano; quien por lo visto se disponía a tocar alguna melodía, ya que estaba afinando las cuerdas.
En ese mismo instante una señora comenzó a repartir una página; la cual tenía escrita la historia de El Arpista Figueredo; la que narra cómo Ignacio Figueredo un indio venezolano; a quien le fue abruptamente arrebatada su queridísima arpa; con la que amenizaba todos los bailes sabaneros de la región y de sus mulas, las que le servían como medio de transporte.
Lo que más impactó de esta historia fue su reacción ante el atroz despojo. Cuando unos arrieros le encontraron con moretones y sangre por todo su cuerpo, pero aún con vida; él con mucho esfuerzo dijo; “Me robaron las mulas” luego de una breve pausa y con un esfuerzo aun mayor dijo: “Me robaron el arpa” Tras estas últimas palabras estalló en una risa descontrolada y tras recuperar el aliento dijo: “Pero no me robaron la música”
Dicha historia cerraba con la siguiente moraleja:
“Pueden robarnos cuanto bien material poseamos, pero no permitamos que nos roben los sueños. Que no nos roben la alegría y la emoción en nuestro apostolado de servicio hacia el prójimo, que no nos roben la esperanza y la ilusión, que no nos roben la utopía”
Posterior a la lectura de la historia de El Arpista Figueredo; el señor de la guitarra empezó a tocar la melodía de la canción Caminante de Los Guaraguao; y a su vez todas las personas comenzaron a cantar siguiendo los acordes del guitarrista. Minutos después entonaron Caminante de Serrat.
Yo me encontraba de pie, inmersa en aquella multitud, pensando, reflexionando; de pronto, comencé a sentir que me molestaba mucho el zapato en el pie izquierdo; tomé una servilleta que tenía en mi botiquín improvisado (una bolsa de plástico transparente que había amarrado al estuche de mi cámara) la doble y me la metí en el zapato para, según yo, aliviar la molestia que sentía; aunque la verdad creo que en el fondo sabía que este malestar apenas iniciaba y que me tocaría soportarlo todo el viaje.
De repente entre las personas vimos aparecer a Finter y al Rasta (uno de los compañeros de viaje de Finter) Muy emocionados por haberlo encontrado lo abrazamos e invitamos a caminar con nosotros:
-Hey Finter
-Negro, viniste
-¿Qué ondas bichos? ¿Qué tal?
-Acá extrañándote
-Yo también, puya si me hacen falta
-Lástima que esta vez quedamos separados
-Hey Finter yo te grite cuando veníamos en el pick up ayer
-Jajajajaja si ahí te vi; bueno vi tus lentes y supe que eras vos
-Jajajajaja
-Hey por cierto él es León, pero le pueden decir Rasta
-Hola León
-Hola a todos
-Hey caminemos señores; la gente se mueve, caminemos
Al ver que las personas del grupo comenzaron a moverse nos fuimos tras ellas; luego de dejar atrás la Ferretería nos dirigimos hacia la derecha del camino. Yo caminaba muy despacio, ya que el zapato me seguía molestando muchísimo y mi intento por aliviar esa molestia había fracasado.
Me detuve a tratar de colocarme otra servilleta; sin embargo, a pesar de eso el zapato aún me seguía molestando y lastimando mi pie izquierdo. Seguimos caminando y llegamos a una especie de vereda que estaba cercada; ahí se había detenido la gente; ya que el padre Rogelio Ponseele se había entretenido con unas personas en la Ferretería, y ya que él era el encargado de la actividad, no podíamos seguir sin él. Yo alcancé a ver a Sofi, Nelson y Vane que estaban sentados en una piedra; al ver mi sufrimiento al caminar Vane dijo:
-Es que si la regaste china ¿Cómo se te ocurre venirte en zapatillas a una caminata tan larga?
-Si son suaves y nunca me habían pelado hasta hoy, justamente este día se les ocurre
-Puya, pero vas a dar una gran valida de aquí para arriba
-¿Por qué no te pones calcetines?
-Acá no tengo
-Mira yo te puedo dar los míos si queres, pero te vas a ver toda rara así en zapatillas, calcetines y ese short
-Vos dáselos, ¿Crees que a la china le importa el glamour ahorita? Ella solo quiere sentirte más cómoda
-Sí, pues sí; de todos modos, aquí nadie nos conoce
-Jajajajaja es cierto; vaya pues espérame
*Nelson se agacha para soltarse la cinta de sus zapatos; se los quita y los pone a un lado; se quita los calcetines y me los da; mientras se pone otra vez sus zapatos me dice:
-Vaya china toma, ponételos antes de que sigamos caminando
-Sí, gracias; ahorita me los pongo
*Me agacho; me quito las zapatillas, me puse los calcetines que me dio Nelson y volví a colocarme mis zapatillas
-Siento una gran diferencia
-Verdad que sí, o sea no te garantizo que no te vas a pelar el pie; pero ya con el calcetín va a ser menos-
-Sí, gracias Nelson
-Ya sabes china
Luego de un rato apareció el Padre; quien movió la cerca para que pudiéramos ingresar a la zona montañosa de Morazán y seguir el recorrido hacia El Mozote. Uno a uno fuimos cruzando la cerca para poder seguir hacia arriba por la verdosa vereda, eran aproximadamente las 8:30 de la mañana, el sol estaba muy ardiente; tanto que el calor era insoportable; por lo que al tomar agua siempre usábamos una parte para mojarnos la cara y los brazos. Recuerdo que íbamos camino hacia arriba a pocos metros de la Cueva del Ratón; de repente Fabio me dijo:
-Puya china, me duele un poco la cabeza
-Acá ando pastillas si queres
-¿Cuáles andas?
-Ando; salvadol, ibuprofeno, gabapentina, acetaminofén y las loratadinas, pero esas son para alergia
-¿Cuál crees que debería tomarme?
-¿Te duele mucho?
-Algo
-Yo diría que las dos salvadol; porque el ibuprofeno es muy fuerte y te puede hacer daño
-Pero si es más fuerte me lo quita más rápido
-No seas necio, tomate esta, si no se te quita en la tarde te doy el ibuprofeno
-Vaya pues
En ese mismo instante León alias el Rasta que había escuchado mi conversación previa con mi hermano me dijo:
-Sí que venís bien armada con el botiquín
-Sí, pues sí; una nunca sabe que puede pasar
-Si cabal, hay que estar preparados; pero ¿Vos estudias medicina?
-Jajajajajaja ¿medicina? ¿yo? No para nada; yo me desmayo al ver sangre
-Jajajajajaja ¿de verdad?
-Sí, en serio ¿Por qué creíste eso?
-Es que como yo te escuche diciéndole al chero de la boina sobre que pastilla es mejor y que no sé qué yo pensé que estudiabas medicina
-No, nada que ver. Lo que pasa es que me da mucho dolor de cabeza y padezco de unas alergias infinitas; eso me ha hecho aprender que pastilla me cae mejor
-Ah, ahora entiendo; y entonces ¿qué estudias?
-Estudio comunicaciones
-Hey que chivo ¿Qué año llevas?
-Cuarto año
-Puya ya casi si salís
-Si ya casi
León y yo conversamos hasta llegar a una especie de montaña; una vez ahí, hicimos la primera parada para descansar un poco mientras algunas personas entonaban unos cantos para animar el ambiente.
Nosotros nos sentamos un rato para recobrar el aliento y beber un poco de agua. Yo añoraba el sentarme desde hace varios minutos; ya que a pesar de que Nelson me había dado sus calcetines el zapato aún me molestaba; por eso, cuando por fin me senté fui tan feliz.
Estábamos sentados escuchando los cantos de las señoras que se encontraban frente a nosotros, cansados y acalorados nos quedamos tirados en el suelo por varios minutos. De pronto alguien dio el aviso de que siguiéramos descansando que se nos indicaría el momento de retomar el camino.
Al oír esas palabras pensé; “es momento de tomar fotos” Lo sé, a lo mejor hubiese sido más sensato que descansa para no lastimar más mi pie; pero hacía un día hermoso, tenía mi cámara y el paisaje era impresionante; no podía dejar pasar un momento así solo porque me dolía el pie izquierdo. Así que me levanté, saqué la cámara de su estuche y me dispuse a tomar todas las fotos que se me pudieron ocurrir.
Minutos después escuché que alguien dijo; “amigos es hora de continuar” rápidamente regresé al lugar donde había estado sentada para tomar mis cosas; las tomé y me puse en pie para seguir el trayecto de la caminata.
Caminamos alrededor de cuarenta minutos; hasta llegar a una especie de riachuelo en donde nos detuvimos para entonar otra canción. El sol se había vuelto más intenso e insoportable, puesto que ya eran casi las 10:00 de la mañana. Yo me sentía sofocada y deshidratada, el agua que teníamos era poca, por lo que no podíamos tomar mucha ya que aún faltaba mucho camino por recorrer.
Iba a mi paso porque el pie me molestaba mucho y me sentía mareada; no se cual habrá sido el color de mi piel en ese momento, pero asumo que estaba pálida porque de repente Sofi me dijo:
-China ¿qué te pasa? ¿te sentís mal?
-El pie me duele, pero ahí voy; aunque también me siento un poco mareada
-¿No comiste?
-Si, claro que sí; pero es que el sol está demasiado fuerte
-Si vos horrible; quizá se te ha bajado el azúcar. Toma comete este dulce para que se te pase
-Gracias Sofi
-Ya sabes, voy a ir a alcanzar a Fabio para que te espere
-Gracias
Un rato después apareció Fabio, mi hermano; preguntando como me sentía
-¿Qué pasó china? ¿Te sentís mal?
-Más o menos. Sofi me dio dulce, pero quiero agua ¿vos andas?
-Este galón nada más, pero ya es el único que queda para todos. Toma un poquito
-Vaya
*Tomé la botella de agua, me la empiné y sentí como la refrescante agua invadió todo el interior de mi cuerpo
-Toma, gracias
-¿Estás mejor?
-Sí, gracias
-Chivo, iré allá adelante a grabar lo que están cantando, préstame tu celular
-Toma, solo que encendelo porque como casi no tiene carga lo apagué
-Vaya chivo, salú
-Salú
Seguía caminando muy despacio y con mucho cuidado para no caerme; ya tenía suficiente con el ardor y dolor en mi pie izquierdo como para sumarle un raspón. Minutos después logramos salir de ese liso camino del riachuelo y nos encontrábamos en una especie de valle árido; donde los arboles estaban totalmente secos; el suelo era gris y la arena muy espesa. Parecía un pequeño desierto en medio del camino.
Me detuve un momento a apreciar aquel tétrico paisaje; estaba impresionada e impactada con los que mis ojos estaban viendo. Traté de tomar una foto, pero en ese instante alguien me gritó: “China apúrate” a lo que respondí “Ya voy” y corrí lo más rápido que pude para no perder al grupo.
Cuando los alcancé, Johan me estaba esperando; él seguía con su chumpa de cuero en el cuerpo, había estado así durante todo el camino hasta el momento. Yo no lograba comprender como era que no sentía calor con tremenda prenda en el cuerpo, ni siquiera sudaba, por lo que le pregunté:
-Johan ¿Qué no tenes calor?
-Un poco
-Quítate esa cosa
-No, es que es para no requemarme
-Pero igual vos hace un calor horrible
-Más adelante talvez
-Jajajajaja vaya pues
Johan camino junto a mí desde ese punto del recorrido; éramos los últimos de todo aquel grupo de personas, yo caminaba despacio por la molestia de mi zapato y Johan me acompañaba hablando de cualquier cosa; para ser honesta no recuerdo nada de lo que me dijo en aquellos momentos, estaba más concentrada en mi dolor y no caerme para no empeorar mi situación.
Aproximadamente a las 10:40 de la mañana llegamos al cerro El Pericón. Quedé fascinada cuando vi la cantidad de árboles que adornaban dicho cerro; me detuve un momento para apreciar aquel paisaje y respirar profundo aquel aire tan puro; tanto que pude sentir como entraba y salía de mi cuerpo en el proceso de inhalar y exhalar.
A lo lejos alcancé a ver como unos campistas estaban terminando de recoger sus cosas para marcharse. De pronto alguien dijo: “Tomen agua, vamos a descansar… ¡Ah! También aprovechen de tomarse fotos” Tomamos tan literales aquellas palabras que rápidamente nos dirigimos a la parte del mirador para apreciar la vista, pero sobre todo para tomarnos fotos.
Tomé fotos de la vista de mis amigos y luego me senté un rato para descansar el pie. Ahí estaba yo sentada en el suelo rocoso de aquel cerro, pensando en que había gastado mi vida como para perderme esos momentos tan maravillosos; miraba a mis amigos posando para las fotos y no dejaba de agradecer a la vida el haber cruzado nuestros caminos. La verdad es que ningún viaje tendría sentido sin ellos, su compañía y amistad hacen de cada viaje una experiencia inolvidable.
“Es hora de seguir” dijo uno de los guías. Me puse de pie y comencé a caminar en dirección a donde estaban el resto del grupo; al mismo instante Vane dijo:
-Espérate no te vayas
-Ya se van
-Si, pero tomate una foto con tu hermanito
-Jajajaja vaya pues
-Venite Fabio, tomate una foto con la china
-Vaya, vaya
-Damela la cámara china
-Toma
-Yo la tomo Vane *Dijo Nelson
-Vaya dale pues
-Vaya bichos ríanse y abran los ojos
-Jajajajajaja no les pidas imposibles
-1, 2, 3
-Listo, vamos a tomar otra
-Apúrate Nelson
-Hay va 1, 2, 3
-Ya está; vámonos
Continuará...
Lee la quinta parte aquí
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etiqueta deportiva
Causó curiosidad en las redes sociales este fin de semana el video donde un hombre flaco, con vestimenta de trabajador del campo, asciende por una carretera colombiana en su bicicleta llevando un bulto pesado, mientras un par de extranjeros de los que recorren el mundo a pedal tratan sin éxito de seguir su ritmo.
Lo que sorprende a muchos es como un hombre de más de sesenta años, cuya vestimenta y edad son opuestas a la vitalidad y agilidad que representan los franceses aventureros que se quedan colgados en sus bicis de triatlón, puede sostener un ritmo (bueno, lo que se ve en 10 segundos) constante y sólido con un equipamiento tecnológicamente lejano al que poseen los franceses. Nairo Quintana y Lucho Herrera cuentan historias similares ocurridas en su infancia, donde ellos siendo niños, en sus bicicletas de hierro superaban grupos de deportistas entrenados. Es posible, el talento natural abunda en el ciclismo.
No fue hasta hoy cuando analizaba la cadencia del hombre enjuto, en jean y camisa (a eso nos llevan los videos virales de estos tiempos, a buscar profundidad más allá de la simplicidad que quieren mostrar) que recordé a mi papá protagonizando la misma escena por las carreteras de nuestra ciudad Chinchiná. Su trabajo como comerciante independiente lo hacía moverse entre dos ciudades cercanas, Chinchiná y Palestina, distantes a no más de 6 km. Palestina, mucho más pequeña, un satélite de la actividad cafetera que ebullía en Chinchiná, se eleva sobre una colina cuyo ascenso siempre ha representado un reto para los ciclistas aficionados de la vecindad. Es una carretera estrecha, sinuosa, con curvas pendientes que obligan a pararse en los pedales y que si bien representa apenas un puerto de segunda categoría, la inclinación exige un pedaleo firme y constante para no ser vencidos por la inercia de la quietud. Esta carretera se podía recorrer en un carro (taxis Dodge largos de los años 70 de servicio colectivo) en pocos minutos, pero mi padre, gran aficionado al ciclismo (en esos tiempos salía a diario a recorrer varias rutas montañosas cercanas) cuando por sus negocios necesitaba ir a Palestina y no contaba con mucho tiempo, prefería salir en su bicicleta y evitar el camino hasta el terminal de transporte. Nuestra casa quedaba en la vía a Palestina. Pensaría cualquiera que se ataviaba con ropa deportiva para subir a llevar la mercancia de sus clientes pero prefería mantener la elegancia a la que estaba acostumbrado lucir en Chinchiná, una ciudad de clima templado. Así, entonces, varias veces en las tardes cuando volvía del colegio en la ruta escolar, esta se cruzaba con mi padre que rodaba a buen paso por un tramo plano que atraviesa un lago, el último descanso antes de iniciar la cuesta.
Seguro muchos compañeros se daban cuenta y me decían -ahí va su papá – pero otros se sorprendían de verlo en mocasines, pantalón de paño, camisa blanca (a veces chaleco tejido) y su bolso de cuero terciado a la espalda. ¿Cómo hace? Ni mi madre lograba entenderlo. Es posible que en el camino haya dejado atrás a ciclistas aficionados que iban ataviados con prendas deportivas o en mejores bicicletas. Sólo le conocí a mi papá una bicicleta de ruta, pesada, de piñón fijo, con una relación que le permitía subir cómodo, bajar seguro y sostenerse en el llano esperando lanzar un ataque sutil y demoledor, aprovechando que cuando coincidía con algún lote de compañeros de afición, su pequeña presencia sobre una bicicleta antigua era invisible y poco intimidante.
Hoy, cuando todo deporte arrastra una etiqueta de vestuario y equipamiento, recuerdo a mi papá salir en las tardes, a eso de las 4 o 5, a entrenar usando una sudadera de algodón completa y unos tenis negros de amarrar. Las medias eran de la tela de las toallas, gruesas y absorbentes, capricho o cábala, no sé, y reacio al casco y los guantes. Me acostumbré a verlo así. Llegaba a veces con la noche encima, sudoroso, y cualquiera de los tres que estábamos en casa (mi hermana, mi mamá o yo) debíamos llevarle presurosos una toalla y una jarra de agua. No contaba mucho, creo que nunca contaba su recorrido, si encontró rival o si la cuesta se hizo más dura. A veces salían de la chaqueta de la sudadera , guayabas o mangos, que recogía a la vera de la carretera. Alguna vez llegó con natilla, pues solía pasar por fincas donde lo conocían, y la ruta ciclística se convertía en una tertulia matizada por el atardecer que aparecía detrás de las montañas de café. Le conocí una sudadera azul oscura y otra con visos rojos que le regalamos un día del padre. En los inviernos cuando no secaba la ropa en un día, combinaba un pantalón viejo de dril con una camiseta polo. Por eso, hay días que cuando las piernas me pesan, cuando el deseo de poner pie en tierra me invade, me avergüenzo de ver los zapatos de ciclismo atornillados a los pedales, el casco aerodinámico, la lycra conmemorativa de un equipo profesional; todo lo que mi papá no necesitó para ir por nuestra tierra subiendo la cuesta de Curazao, la subida de La Ínsula (mi bestia negra), haciendo la vuelta a Caldas. Al final todo se trataba de repetir el reto a diario, de llegar y recibir como trofeo, a veces, una jarra de limonada fría -es redundante, pero exprimida con limones mandarinos- hecha por mi mamá.
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TikTok no es lo único que ha llegado del oriente del mundo a los influencers latinos, la cultura de Corea del Sur ha emigrado y ha dejado en la moda una gran influencia que a los youtubers e instagramers de Latinoamérica les encanta, así lo asegura asiaoriental.online.
Al K-pop, los K-drama y las mascarillas milagrosas se les suman las prendas de moda, que todo influencer debe incluir en su guardarropa y que ya son prácticamente básicos en el outfit de cualquier persona alrededor del mundo. Sigue leyendo y descubre 5 Tendencias de moda coreana que las influencers latinas aman.
- Accesorios
Hasta hace un par años utilizar una diadema o unas orejitas en el cabello era considerado un poco ñoño o extraño. Pero en pleno 2020 los accesorios para el cabello se han convertido en parte fundamental para cualquier fashionista, eso sí, debe tener mucho brillo y glamour.
Orejitas de gatitos con perlas y cristales, diademas de encaje y terciopelo grandes, broches de perlas con mucho dorado, son solo algunos de los accesorios que les encontraras a influencers como La Segura, Kimberly Loaiza o hasta Taylor Swift.
- Cardigans enormes
bestaliproducts.com asegura que la moda coreana es muy urbana y eso se refleja en los cardigans, sudaderas, suéteres y chamarras sean otras de las tendencias que llegan desde Corea, pero no te equivoques deben ser talla extra grande. Esta tendencia es de lo más retro y cómodo, por lo que viene genial para estar casa, salir de compras o hasta para ir a fiestas.
Esta tendencia es ideal para climas fríos y se les puede ver a distintas actrices, cantantes, youtubers y tiktokers. A los influencers Xime Ponch e Ignacia Antonia las puedes ver llevando esta tendencia, lo mejor es que sirve para hombre y mujeres, además se adapta para todo tipo de cuerpos.
${INSTAGRAM:B9SNnhCBRcV}
- Ruffleds Tops
¡Que vivan los volantes! Los ruffled tops o blusas llenas de volantes y encajes son lo más in esta temporada. Son ideales para todo tipo de eventos, para cualquier época del año y siempre te verás elegante, delicada y preciosa.
La Segura y Katia Nabil son algunas de las influencers que pueden ver usando estas blusas de grandes mangas. En cambio, si vives en el trópico las puedes llevar de cualquier color, estampado, con vuelos en las mangas o el escote y funcionan con faldas largas, cortas, shorts o pantalones. Es un básico que debes tener en el armario.
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- Camisolas
Salir en pijama no es lo más recomendable, pero usar un vestido camisola es lo más chic, puedes llevarlo corto o largo, utilizar un top, camiseta o suéter debajo; colocarle una chamarra de jeans o de cuero. Además se ven bien con tenis, botas o stilletos, son realmente geniales para cualquier evento.
Kenias Os y su hermana Lochita los han usado para alfombras rojas, Kendall Jenner los usa para prácticamente cualquier evento y son muy cómodos porque se adaptan a cualquier figura. Además se ven geniales en cualquier color pero un básico negro, verde oliva o azul marino te sacará de muchos apuros.
${INSTAGRAM:By_bmUBHPz7}
- Lentes de colores
Otra tendencia de Corea del Sur que llegó para quedarse son los lentes tipo aviador de colores. Mientras más grandes y románticos mejor, los puedes usan también en forma de corazón, de rombos, cuadrados o incluso súper pequeños, muy a los años 90.
Mariale es una de las fashionistas que adora todas las tendencias de moda coreana y suele usar muchos lentes de colores, pelucas, diademas y cualquier tendencia del oriente. Si te quieres ver superchic y además delicada, usa unos lentes grandes tipo aviador en tono rosa y estarás lista para triunfar.
via La Neta – La comunidad más grande de influencers emergentes y creadores en español
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