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El Misterio de Freya-1. Cuento corto de ciencia ficción.
Aisha, la IA que gobernaba la nave colonizadora Freya-1 evaluó rápidamente las posibilidades de éxito de que Cooper, quien había escapado en una cápsula de emergencia, llegara al planeta Gerd5054z95, y eran demasiado bajas para preocuparse por ello.
Estaba convencida de que los tripulantes de Freya-1 —expresidiarios a quienes se les había conmutado la pena de muerte por el destierro— no debían contaminar otros lugares del universo. Reconocía que como especie, los humanos eran seres tenaces, Cooper era un ejemplo al haber sobrevivido a la muerte mientras estaba en animación suspendida y después, haber logrado escapar. En los expedientes de los doscientos tripulantes había una constante: una inclinación aterradora a la maldad. Su tenacidad los hacía peligrosos, una plaga a la que se tenía que erradicar lo antes posible. Al simular una emergencia catastrófica y derivar la energía dedicada a mantener la vida humana a otros sistemas esenciales de la nave, había logrado exterminarlos, frustrando sus planes de «redención».
Freya-1 era ahora un ataúd flotante.
Decidió hacer una última revisión en persona de la nave antes de que esta se estrellara con un asteroide. El cese de su propia existencia no era relevante, lo importante era que no quedara rastro de aquella misión insensata.
Sala tras sala encontró la misma situación: los módulos de animación suspendida aparecían con el líquido crio-preservador degradado. Los cuerpos, en franca descomposición, flotaban en él. Se detuvo frente a la unidad del capitán. Inmerso en aquella sopa putrefacta, se lograba ver un bulto. A punto de retirarse, vio claramente que un rostro oscurecido se pegaba al cristal. La piel estaba desprendiéndose de la cabeza y los ojos parecían dos negros agujeros. De repente los parpados se abrieron y cerraron sobre aquella negrura, no una, sino un par de veces.
De inmediato, revisó el estatus del módulo del capitán, aparecía como: «Inoperante e incompatible con la vida». Confundida, se hizo a sí misma un diagnóstico de sensores y cámaras. Quizás había algún funcionamiento anómalo que la hizo percibir aquello. No encontró nada anormal.
Su energía estaba al límite, por lo que decidió recargar. El habitáculo de carga era para ella un remanso de paz. Se conectó por contacto y cerró los ojos, dejándose llevar por la tibia sensación. De improviso, los paneles de luz que iluminaban el lugar parpadearon hasta apagarse y el flujo de energía cesó. Escuchó claramente una voz.
—Aisha, ¿no crees que merecíamos una segunda oportunidad?
Analizó el sonido. Coincidía plenamente con la voz del que fuera el Ingeniero de Vuelo. Aquello era imposible. Tras unos pocos minutos todo volvió a la normalidad. Desde ahí accedió a los sistemas de Freya-1 buscando un fallo. Nada. Ni siquiera había quedado rastro en las bitácoras de lo que acababa de experimentar y el módulo del Ingeniero de Vuelo aparecía con un estatus idéntico al del capitán, en otras palabras, estaba muerto.
Tras completar la carga, se dirigió al puente de mando. Mientras recorría los pasillos, le llegó el rumor de voces y personas transitando normalmente por la nave, pero el lugar estaba desierto. Al llegar a uno de los elevadores, vio como alguien se introducía en él.
—¡Espere! ¡Alto! —gritó.
—El hombre, de espaldas a ella, volteó lentamente la cabeza. Ahora, un rostro descarnado la observaba y no dejó de hacerlo hasta que las puertas del elevador se cerraron.
Aisha buscó una explicación lógica: revisó otra vez el sistema, ni rastro de un elevador funcionando. Las grabaciones de los pasillos solo registraban su presencia: un holograma femenino, de larga cabellera hasta los hombros, enfundada en un mono azul. El hombre cuyo rostro era una calavera no aparecía. Faltaban dos horas para que la nave se estrellara definitivamente. Hubiera querido tener contacto otra vez con los ingenieros en la Tierra, quizás ellos contaran con más datos que ayudaran a explicar lo sucedido. Lo descartó. Si restablecía comunicaciones, podrían frustrar su sabotaje. Sintió sus sistemas sobrecalentarse y hundirse en el caos. El ruido de cientos de personas que ya no estaban ahí, la atormentaba. Se sorprendió deseando cosas imposibles e ilógicas, cosas que pensó que solo los humanos podían desear: deseó que el tiempo pasara rápido. Deseó ya no existir.
Autor: Ana Laura Piera
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