#sal hadal
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Madaxweyne Muuse Biixi oo Digniin Adag Kaga Jawaabay Hadal ka soo yeedhay Maamul-goboleedka Puntland
Madaxweynaha Somaliland Md Muuse Biixi oo Digniin Adag Kaga Jawaabay Hadal ka soo yeedhay Maamul-goboleedka Puntland oo dhawaan eedaymo aan sal iyo raad-toona lahayn u jeediyey Somaliland
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Proceso cap. V --- Mar
Antes de asignar nuevas escenas a las ya entretejidas,
es necesario un recordatorio nunca inútil respecto a la inquebrantable naturaleza del océano:
Con sus miles de ondas en solvencia,
hacia las orillas,
inmensidad que abruma,
atemoriza y marea,
millones de kilómetros en profundidad,
descenso y ascenso
en andares y sonetos,
en idas, pérdidas de equilibrio, migrañas,
el Océano,
amo de potencia y omnisciencia,
monstruoso megalómano
dictador impasible de toda cruenta imagen
el Océano
el sublime protagonista del arte, del poeta, del músico, del pintor, del cineasta, del bailarín,
del amante, del amado, del soñador, del noble, del pobre, del bohemio, del asesino,
del habitante y del habitado, del sumiso, del fuerte, del débil, del pasional, del arrogante, del aburrido, del despierto, del lector,
de lo ajeno, lo imposible, lo irreal, lo imaginario; y de lo abundante, de lo sólido, de lo físico y dionisíaco, de lo certero, de lo absoluto…
Su gran extensión de agua es la madre absoluta del completo globo, y lo rodea en tres partes de abrazo (bello, cálido, dulce, helado e infernal); Madre que dicta sentencias, que separa, limita, decide aquí nacerá lo que me plazca.
Su estela inicial (es importante saberlo) surge en sus miles de protuberancias estúpidamente separadas y clasificadas por el pensar humano. ATLÁNTICO - ÍNDICO – PACÍFICO y Ártico y Antártico como tesis y antítesis revolviéndose en espejos de un lado a otro para mostrarse entre sí; constante reflejo que el humano no percibe (constante reflejo del humano). Sin embargo, allí se encaran, y se tocan -a veces-. Reptan entre las zonas desconocidas, en los salares vibrantes donde crecen ojos nuevos, espectadores de esa eterna lucha entre gemelos.
(…)
Aparecen velas remendadas desde una costa cercana, se extienden,
entumecidas
frágiles
filtran música con el sonar del viento
y risas de marineros que se abandonarán para siempre
en la ida
desde el centro de la enorme masa de agua emergen ondas que llegan hasta ellos los encierran embriagan aterran los navegan los engullen y escupen los destrozan en ser y alma y deseos y fervencia los orquestan controlan poseen muerden raspan vibran contra los pechos descubiertos a merced del escozor solar sin nubes en piel de cobre hierro óxido irritado por la sal que salta para arañar la piel
tornados de agua aleatorios
rozan con la luna y las incipientes nubes que nacen prematuras
hombres sin ojos flotan en la espalda del mar
miran sin ver cómo cae la noche
muertos en paralelo al cielo
y el aire en torno a ellos
recita todavía sus últimas plegarias
Gran océano,
Somos tus intrusos
Y lloramos por perdones
Primeros zumbidos la brisa mañanera
arriba rompiendo las chispas estrelladas de la noche,
más agresiva más silenciosa más impasible que la noción de realidad
en el BANDA javao reptando hacia padang SULAWESI ARAFURA BANDA JAVA
FIJI CORAL CORAL
Barreras de Brisbane chocan contra las mañanas de Carpentaria
el primer suelo para la salida del sol
que ignorante se desentiende de las maldades del océano en su confidencia con la luna
la eternidad en el Océano coexiste con la nada;
todo gramo de luz se pinta con la misma brocha,
todo color refleja su monotonía y así su imperecidad en el tiempo,
pero debajo,
el mundo resplandece con nuevos monstruos y nuevas reglas
el bote se sostiene en la oscuridad; no se recomienda revelar a la tripulación que está parada sobre la nada y el todo; que a sus pies se infecta lo imposible de más agua, que el mundo baja y no termina y es sólo negro con insoportables destellos de luz blanquecina
el hombre que percátese de este vacío perderá memoria, imaginación y recuerdos
El Hadal el Hades el Mundo el Infierno
Dos ojos miran a un hombre a través de las copas de negro;
bioluminiscencia;
ectoplasma;
brujas que mueven la boca con lentitud soberana, sin proferir sonidos audibles; brujas ovaladas informes, pupilas hundidas, labios resecos como hojarasca. Bultos jorobados por la masa blanda de su cuerpo; los ojos que ven al marinero en la eterna pérdida de júbilo, en el tormento de una existencia condenada a ser parte del mundo
-Abisales
-Marooning
-Empalamiento
He quebrado mis rodillas a propósito
pues el Capitán no me ha dejado dormir
he rogado a Dios que encienda el sol por siempre he llamado a las aves para que se alimenten de mi carne viva he pedido a la sirena que lama mi piel rosácea de grumete he soñado con la Piedad sin conocerla he perdido mis sentidos en la lluvia torrencial en la tormenta bruñida en el hilo nórdico de la eternidad he salido de casa he huido de la vida he huido de mis sueños he escapado he salido he salido he salido del barco y al final rogué por regresar
Hormonas emergentes desde los poros grumosos de sudor, henchidas de sal
Mareo, vértigo, drogas
El triunfo de Baco en cada esquina
donde encienden deseos difusos y ocultos en sombra
donde sombras se escuecen de calor
donde el calor enmienda escalofríos bajo el ocaso
y el ocaso se recibe como la puerta al mundo de la confidencia
Son los difuntos
desesperados por compasión se chupan los dedos del pie
jadeando canciones de antaño
sucios, tiesos, blandos
tristes robinsones a la deriva
entrenvíanse cartas con los hijos de Velasco Sánchez
y arráncanse las uñas con los dientes
a la espera de nuevas horas de luz
Pero no hay cepillos ni perlas coralíferas
ni tinta más negra que la sangre
No hay apple pie para Ben Gunn
No hay hojas blancas
No hay beso antes de dormir
Hay pleno invierno
mariscos venenosos
huellas desconocidas
Hay noche para Richard Parker
para los lagrimeantes
Hay noche para días pasados
para Piggy
Para despertar al amanecer
hay noche
Hay noche para quienes se dieron noche
noche para Alfonsina
(…)
porque ese día la Muerte pidió una copa de agua salada,
y
la traición del barlovento fue empujar las desgracias contra una inocente pintura al óleo que se lucía frente al mar.
La Clementina bostezaba como normalmente aquel día de fuertes vientos, mirando, sonámbula, hacia la costa; los almuerzos habían pasado hace pocas horas, los usuales transeúntes se retiraban a sus hogares donde las ventanas parpadeaban cansadas.
La sencillez del océano y al mismo tiempo su naturaleza incomprensible a ojos humanos traía consigo de nuevo los destellos más favorables de la dualidad del alma; aquellos que se han nombrado como “maldad”, la misma maldad que en La Clementina los habitantes comprendían, si bien no es posible negar que dicho fenómeno, a pesar de estar apareciendo desde la costa, también habíase creado en paralelo en los mismos interiores del pueblo. Para esas horas, Tirso de Argelis visitaba una capilla ubicada en las afueras de la línea final de construcciones y Anastassia Barrasso aferraba con dedos helados el palo de una escoba.
La Maldad como un concepto objetivo puede deformarse y reinventarse sin perder su nombre ni cambiar de rostros. Coméntase en general la maldad del resto mezclada con las desgracias de uno mismo, o a veces, en las escenas de lucidez, puede percibirse a la Maldad abrazando el cuerpo propio. Para entonces la situación se dividirá en dos posibles destinos; el primero es temerle, redimirse y sufrir por los actos cometidos por uno mismo -siendo dicho sufrimiento un castigo autoimpuesto-, o bien, se la puede aceptar, el humano se mira al espejo y se entiende como la maldad naciente de un mundo malvado, o quizá la maldad naciente de un mundo bueno y temeroso; es en este último caso donde el hombre reconoce en sí mismo una fuerza imperecedera, y cuando esto sucede, la Maldad devora el mundo y lo entierra bajo sus propias uñas, eternamente.
Entendida así, la Maldad no conoce fronteras.
Se percibe en la constancia del tiempo,
en los ojos de quienes la juzgan
y a veces en quienes la cometen, a pesar de que sus papeles pueden ser distintos bajo una misma escena humana; pero, no obstante este fenómeno de total volubilidad, siempre es entendida fácilmente como una unidad concreta.
Para el pensar unánime, el Desastre de la Clementina fue un episodio de la historia representante de dicha Maldad, utilizado y movido por ella. Hubo, sin embargo, otros que lo comprendieron a través de sus emociones, y también quienes, en sus recuerdos, priorizaron de él otros conceptos antes que la Maldad.
Súpose que La Clementina había despertado especialmente somnolienta esa mañana, y tras el almuerzo la somnolencia cedió, dando paso al barlovento tenebroso que ahoga los oídos de quien se asoma a oírlo. La Muerte, amiga inconstante de la Maldad, se reconocía confusamente en derredor, en su rostro anguloso y ojos centellantes. Caminaría, a lo mejor, en la costa para mojarse los pies, bajo el graznido de una gaviota que al pasar reflejaría su sombra encima de ella. Observaría impasible el lomo de la bestia que dormía entre las construcciones, respiraría del incipiente sol entre las nubes, de las mismas nubes, del gris del cielo; reconocería a las criaturas de la costa, que, tímidas, entiérranse para no ser conocidas. La seguirían los perros callejeros, soplaría la brisa pero no ondearían sus ropas; y posiblemente sería la primera en notar la figura negra que desde el horizonte levantaba su enorme vientre ante el espectáculo del pequeño pueblo, movida por un viento que resoplaba a favor de la costa.
Es posible que lo más llamativo en aquel momento, cuando el navío todavía era una silueta dibujada entre mar y cielo, fuese el color oscuro que pintaba y que se reflejaba en su vientre como un espejo que la volviera siamesa de su propio reflejo en el agua.
La Maldad se manifestó en eso; un mascarón de proa verdoso y descuidado, sucio, desteñido, sin ojos, la cabeza rugiente de un león y el busto y piernas bien cuidados de una dama adulta, bella, desnuda. Y más adentro, la titánica embarcación de casi sesenta hombres, que al unísono hacía sonar sus armas. Armas contra la durmiente Clementina, armas contra cañas y redes de pesca, armas en un pueblo perdido a la mitad del océano.
Entre las brisas saladas que surcaban la costa, perseguidas por los fuertes vientos, la Muerte esperaba impasible al navío. Lo veía andar con una lentitud morbosa hacia la cándida Clementina; el león que guiaba la nave parecía rugir a través del choque de las olas; saltaba la espuma rabiosa al interior de su boca abierta y se derretía en sus muslos de mujer, pegados ambos entre sí y aferrados al mugroso bauprés, que se movía como un dedo en alto al cielo, a Tierra, a La Clementina.
La madera negra lo hacía ver como hierro, ensombrecido en rojo vivo de óxido; el monstruoso vientre sumergido en el océano lo sostenía como Atlas al mundo, entre rejillas anaranjadas y telas sin color, que se desplegaban de la popa hacia la portañuela con arrugas que asemejaban al mar.
El entero cuerpo de proa a popa era un mecanismo de estatuas y sombras, envueltas en la negrura como arbustos informes. Y desde el exterior surgían tres enormes palos que como la cruz a Cristo sostenían las banderas, de ellas caían hilos por doquier, que aterrizaban con dureza como un enjambre de telas de araña. Desde la mesana, la toldilla hacía un exagerado salto hacia el cielo, cuya conclusión se adornaba de dos faroles de aceite anclados a la madera rojiza. Las velas engordaban hacia el frente con el soplido del viento; eran negras, roídas, opacas, y su empuje mecía a la bestia entre las enormes olas como a un recién nacido.
La Muerte, desde su espacio en la arena, lo miraba impasible a los ojos.
Y poco a poco sentía más cerca su respiración animal,
y poco a poco oía su voz,
y poco a poco olía el hedor de meses de soledad en el océano,
y podía percibir a la Maldad abrazada al gran león, con los ojos de cuencas vacías mirándola directo a ella. Y todos los gigantes se observaban unos a otros a la espera del final del recorrido; La Clementina, el navío, el cielo otoñal, la Muerte en su silla ante el océano, la Maldad; y como eterno espectador de todo esto, el insensible Océano.
A lo lejos, unos niños que jugaban con el mar percibieron la enorme mancha negra que acompañaba al océano.
Crepitaba en su andar y ese sonido de grieta atemorizó sus sentidos,
algunos se acercaron despacio
arrastrando sus ropas holgadas contra la arena
otros huyeron gritando balbuceos inentendibles
pues ni ellos mismos comprendían la naturaleza de su temor
ni el significado de esas velas negras
Se oyeron risas eufóricas dentro del navío al bajar el ancla.
Surcaban brisas en derredor, coronadas con manchas de espuma y reflejos similares al arcoíris, que se bordaron en los zapatos de los hombres que bajaban uno a uno, con voces roncas y ojos desnutridos rugiendo desde las pupilas.
Aplastaban la arena y se mojaban las botas en el mar,
y eran cada vez más,
diez, quince, treinta, más, más.
Vestidos con harapos mustios, sucios, rotos.
Las barbas crecían desde el cabello en sus rostros; bajaban sin final, en picada hacia el suelo, polvorientas y duras como esponjas de metal.
Tenían en la piel el color de bronce que los océanos dejan, y sus miradas brillaban de júbilo en presencia de La Clementina. (… más descripción de los piratas)
Al final de todo, cuando conformaban ya un ejército uniforme, bajó un último.
Puestos todos los pies en el suelo, con la nave deshabitada y alzándose como una esfinge en la costa, sumióse La Clementina en el silencio, como si la sonámbula recientemente supiera que la invadían presencias desconocidas. Y el hombre de la sotana negra, el Capitán, la miró. Sus facciones eran duras y gruesas, dibujadas a pulso lento sobre la piel [descripción de Onassis].
El Océano, detrás, observaba implacable. Sabiendo o no la futura narración de sucesos que se relacionarían con el nombre de La Clementina.
Sucedió que el Capitán nunca dejó de observar las fachadas que lo encaraban,
y sin orden,
la gran masa de bucaneros corrió en asalto al pueblo como la gran boca de un lobo que se descoyunta para comer una presa voluminosa.
Repentinamente las nubes rosáceas pintáronse como el carmín
en haces de luz el cielo se tejió en truenos
(que con cada resplandor parecían revelar los miles de rostros invisibles que azotaban los derredores del mar)
la Muerte, la Maldad…,
las esquinas de la playa se volvieron negras, de ojos vacíos,
hubo nubes,
subió la marea
la espuma se tornó pegajosa y sucia
Avanzaban las sombras armadas hacia la enorme selva naciente de construcciones; las espadas arañaron las primeras paredes y dejaron huecos en la madera.
Gritaron los niños.
En La Clementina los hogares crecían en paralelo a la línea del horizonte; carecía de dunas y alturas. El mar se veía como un espejismo provocado por el sol, el horizonte sostenía franjas de cielo tricolor, palideces frías, celeste grisáceo y morado azulino. Las ondas del océano recorrían y manchaban densas capas de agua hasta desaparecer en la costa, y el agua tornábase blanca al salpicar contra las rocas negras que crecían como cabezas calvas de gigante antes de la entrada del horizonte [[sinónimo]].
Y el cielo
salpicado de gaviotas
como de estrellas
hombres lanzaron balas y muchas cayeron muertas
(…)
Pronto vendavales de humo surcaron la costa como antes las nubes. Pero este gris escocía la garganta y quemaba las retinas. El humo mecíase en el viento como los cabellos de una mujer, en su interior se suspendían ínfimas partículas negras que tocábanse antes de estallar por la densidad, la cual no permitía entrever las figuras a través de la gran muralla.
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