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Cerdita, a short film by Carlota Pereda
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9 Mexican singers
Natalia Lafourcade, Rita Guerrero, Julieta Venegas, Lila Downs, Ely Guerra, Silvana Estrada, Iraida Noriega, Cecilia Toussaint and Valgur (Elizabeth Valdivieso).
#en español#latin america#indie pop#alternative music#mexico#mexican#female#mujeres#mujerlatina#natalia lafourcade#rita guerrero#julieta venegas#lila downs#ely guerra#silvana estrada#iraida noriega#cecilia toussaint#valgur#good music#music#música#música en español
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CALIFICACIÓN PERSONAL: 6 / 10
Título Original: Cerdita
Año: 2022
Duración: 99 min
País: España
Dirección: Carlota Pereda
Guion: Carlota Pereda
Música: Olivier Arson
Fotografía: Rita Noriega
Reparto: Laura Galán, Carmen Machi, Julián Valcárcel, Richard Holmes, Pilar Castro, Claudia Salas, Camille Aguilar, José Pastor, Chema del Barco, Irene Ferreiro
Productora: Coproducción España-Francia; Morena Films, La Banque Postale Image, Indéfilms
Género: Horror; Drama; Thriller
TRAILER:
dailymotion
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Está institución ha colapsado. Aquí lamentablemente existe como en todas partes el tráfico de influencia, personas que llegan tarde y pasan directamente para ser atendidos, mientras el resto espera largas horas y nada... [caption id="attachment_88841" align="aligncenter" width="1024"] la sala sanitaria es utilizada por hombres y mujeres colapsada...Foto Danilo Vergara[/caption] Danilo Vergara El Hospital Dr. Manuel Noriega Trigo, adscrito al Institutos Venezolano de los Seguros Sociales, en el municipio San Francisco del estado Zulia, ha colapsado por la falta de aires acondicionados que afecta a los múltiples servicios del pasillo central de la referida institución. Los pacientes procedentes de Marcaibo, Cabimas, Santa Rita, La Cañada de Urdaneta, Jesús Enrique Lossada y San Francisco dónde tiene su sede el hospital y allí pasan horas y horas para ser atendidos. Es fuerte y lo llamentable es que los pacientes post operaciones llevan varias semana viniendo a la institución sin poder ser atendidos. Hombres y mujeres en muletas, bastones, coches, andaderas y sillas de ruedas piden atención en medio del sofocante calor, ante la ausencia de aires acondicionados. La señora Ayaris Parra, que contrajo parálisis infantil desde niña, sufrió una fractura en el fémur hace seis meses en su casa, ubicada en el municipio sureño, y nos cuenta parte de su historia. Nos comenta que llegó oscurito a la institución, exactamente a las 6 de la mañana y no fué hasta las 12:06 minutos que la ayudaron a ingresar para ser atendida. Hombres y mujeres de todas las edades, incluyendo niños, viven un calvario tratando de lograr por fin la atención que requieren y necesitan Baños colapsados agudizan la crisis En el pasillo central funcionan varios servicios, entre ellos: Central de Cita, Trabajo Social, Epidemiología. Además, el área de la morgue tampoco tiene cavas, aire acondicionado y demás insumos para conservar o preservar los cadáveres.... En está área también está odontología, pediatría y traumatología, dónde el calor es abrasador, lo cual afecta a pacientes, acompañantes y el personal que allí labora. Antonio Muñoz dijo: "Yo, estoy acompañando a mi esposa a la sala sanitaria que se encuentra colapsada, con un hedor insoportable, por la insalubridad y tanto hombres como mujeres hacen sus necesidades en el mismo baño, que tampoco dispone de puertas para preservar que las personas sean vistas, incluso, por personas del sexo opuesto, ésto es un verdadero desastre" Tanto Muñoz como Parra, hicieron un llamado al las autoridades del Ministerio de la Salud, a la directiva del IVSS, a la Autoridad Única en Salud y a quién corresponda para que aperturen una investigación y se corrobore lo que aquí está ocurriendo. Para recibir en tu celular esta y otras informaciones, únete a nuestras redes sociales, síguenos en Instagram, Twitter y Facebook como @DiarioElPepazo El Pepazo
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En Youtube, versión editada, ideal en cualquier app o plataforma:
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En la descripción del video podrás ver la lista completa de las intenciones del día de hoy. Si te suscribes recibirás aviso del último video publicado en nuestro canal.
El Padre Max Güerere celebró la misa de hoy, y puedes participar: https://www.youtube.com/watch?v=OtUcfsPedZ0
Ofrecida por las siguientes intenciones:
~ En Acción de Gracias a Dios, nuestro Padre, por la intercesión:
- del Sagrado corazón de Jesús por una intención especial de la Familia Tulli Durán, por la sanación del Dr Juan Osorio y Tito de Jesús Villalobos (9/10), y por favores concedidos.
- Jesús de la Misericordia.
- de la Virgen María en las advocaciones: del Rosario, Rosa Mística y del Carmen.
- de la Virgen Desatanudos por las intenciones de Rosa Janeth, Víctor Hugo, Mario Andrés Durán.
- de Santa Rita de Cassia, por la Salud y pronta recuperación de Santiago.
- de San Maximiliano Mª Kolbe por los obispos y sacerdotes que celebran hoy su aniversario sacerdotal.
- por el cumpleaños del Padre Silverio Osorio.
- Por el trabajo de Antonio y Maria Antonieta.
- Por las intenciones de: la familia González Parra, la familia Parra Díaz y Patricia Carolina Dagnino Méndez.
- Petición a San Expedito y San Judas Tadeo.
~ Pedimos por la salud de:
• enfermos del Covid-19 y por los que trabajan por su sanación.
• por los que laboran en el Hospital Coromoto.
• Padre Danilo Calderón, Padre Silverio Osorio, Padre Alberto Gutierrez, Hno. Thomas Smith.
• Gabriela Aparicio, Tito Villalobos, Joancy del Valle Vasquez Acosta, César Lugo Villasmil, Mariana Capitel, Alfredo Picaza, Andrés Cordero, Juan Rincón, familia Marciales Julia Raquel Nestar Pacheco, Elena Victoria Nestar Pacheco, Mariana Capinel, Gloria Marciales de Aguilera, Nuris Montero y José Alejandro Delgado Rodríguez.
~ Por los bienhechores de nuestra Parroquia, del Seminario, de la Fundación Cura de Ars y Fundación Comedor Santa Ana.
~ Por el descanso eterno de:
+ Melquiades Antonio Oquendo Guerra.
+ Roberto Ramón Petit Pimentel.
+ Osman Enrique Cardenas.
+ Osman Enrique Cadenas (en su cumpleaños).
+ Carlos Alberto Romero Sarcos.
+ Gonzalo Berdugo.
+ Esther Teresita París Perez.
+ Gilberto Juvenal Larreal Herrera.
+ Ana Isabel Rhode de Alcalá.
+ Difuntos de la familia Leonardi López.
+ Orlando Guariato (1/9).
+ Angel Plaza (1/9).
+ María Auxiliadora Terán (2/9).
+ María Carlota Suárez (6/9).
+ Lilia Beatriz de Plaza (6/9).
+ Norma Enríqueta Noriega de Zamora (7/9).
+ Fernando Enrique Lara Ruiz (7/9).
+ Ricardo Nuñez (7/9).
+ Adafel de Jesús Rodríguez (9/9).
+ Antonio José Cordero Ball (18/30).
+ Constantino Jesús de Freitas (18/30).
+ María Dos Santos Gouveia de Freitas (18/30).
+ Rigumberto Urdaneta (18/30).
+ Rigoberto Urdaneta Romero (18/30).
+ José Joaquín Urdaneta Fernández (18/30).
+ Julio Arraga Zuleta.
+ Nora Montiel de Russo.
+ Giuseppe Russo Graziano.
+ Alexis Raúl Bracho Martínez.
+ Hérmilo Paez Ávila.
+ Carlos Alberto Ortiz Ochoa.
+ Gregorio de la Rivera.
+ Alexandra del Pilar Yánez Quintero.
+ Chichi Quintero.
+ Javier Antonio Barrueta.
+ Bernardo Larreal Herrera.
+ Nelson Enrique Sthormes.
+ Luís Marín.
+ Jorge Romero Martínez.
+ Julián Guanipa.
+ Marisela Machado de Hernández.
+ Sili Hernández Belloso.
+Animas del purgatorio más necesitadas.
Para anotar intención de misa, escribe por whatsapp o SMS al +58-424-6293617. Para transferir ofrenda voluntaria a la cuenta de Max Güerere, C.I. 10.918.893, BOD # 0116-0103-1500-2623-9345.
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Prisionero de América Las Memorias de Manuel Noriega Manuel Noriega y Peter Eisner Copyright © 1997 por Manuel Noriega Introducción y epílogo copyright © 1997 por Peter Eisner https://linktr.ee/generalnoriega A todos los que murieron en la invasión estadounidense a Panamá, el 20 de diciembre de 1989, y al pueblo estadounidense, ignorante de las sucias jugadas del establishment y sus líderes. Los que saben no cuentan. Los que cuentan no saben. —Lau Tse Todos los grandes acontecimientos se han distorsionado, la mayoría de las causas importantes se han ocultado, algunos de los personajes principales nunca aparecen, y todos los que figuran están tan mal entendidos y tergiversados que el resultado es una completa mistificación. Si la historia de Inglaterra fuera escrita alguna vez por alguien que tuviera el conocimiento y el coraje, el mundo se asombraría. —Benjamin Disraeli Contenido Capítulo 1 Los gringos arruinan la fiesta 20 Capítulo 2 A la sombra de los conquistadores 28 Capítulo 3 Un soldado por destino 33 Capítulo 4 Torrijos: el hombre, el plan secreto y el canal 41 Capítulo 5 Casey, el maestro de los espías 51 Capítulo 6 ¿De quién son los enemigos? 67 Capítulo 7 Una muerte en la familia 78 Capítulo 8 Ni doblado ni roto 82 Capítulo 9 Plomo o Plata La oferta que no pude rechazar 91 Capítulo 10 La manipulación de las elecciones panameñas 100 Capítulo 11 “Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza” 108 Capítulo 12 En busca de la luz del día 116 Capítulo 13 Atrapado en la trampa 122 Capítulo 14 Los Judas no se hacen, nacen 126 Capítulo 15 “Insinuaciones políticas” y un juicio de drogas 131 Epílogo 140 Apéndice I La Conquista de Panamá 163 Apéndice II Historia de la intervención 166 Anexo III Memorias del Profesor Alberto Ayala Moreno 168 Apéndice IV Comentario de Tomás A. Noriega Méndez 170 Anexo V Palabras del General Manuel Antonio Noriega en Japon 1986, 171 Expresiones de gratitud Por ayuda administrativa en la oficina de Frank Rubino, Jon May y Jack Fernandez y sus secretarias, Cristina Machin y Rita; Lena Montgomery; por su tiempo, paciencia, ecuanimidad en la revisión del material técnico del libro, Lorena, Sandra y Thays Noriega; por su apoyo espiritual, el Rev. Dr. Clift Brannon, el Dr. Rudy Hernandez, Tony Poncetti , Henry Black Aby, Franklin Dean, David Wideman, Jonathan Scott, Avery Willis, la Hermana Dona Maria Flores y el Reverendo Bill White de University Baptist Church. Peter Eisner desea agradecer a Les Payne, Knut Royce, Michael O'Kane, William Dorman y Richard Cole, entre muchos colegas y amigos que brindaron su aliento. Musha Salinas Eisner, quien transcribió y editó las sesiones grabadas, brindó amor y apoyo ilimitados. Esta obra es en memoria de Bernard Eisner. Introducción Pocas veces una figura en este siglo ha sido tan universalmente vilipendiada como Manuel Antonio Noriega. En 1993, cuando Random House me pidió que entrevistara a Noriega, el general depuesto y ex líder de Panamá, que se encuentra en una prisión federal en Miami, su infamia se había convertido en un asunto de historia. Habían pasado cuatro años desde que Estados Unidos invadió su país, mató a cientos de panameños y lo trajo de regreso a Estados Unidos encadenado para enfrentar cargos por drogas. El nombre “Noriega” se empleó para invocar imágenes de vicio, depravación y asesinato. La sabiduría residente nos dijo que Noriega era el epítome de la corrupción flagrante y que si bien puede haber sospechas persistentes de que algo andaba mal con la forma en que Estados Unidos trató con él, este malvado hombre recibió lo que se merecía: una sentencia de cuarenta años por tráfico de drogas. tráfico y extorsión. En los Estados Unidos posteriores a la Guerra Fría, Noriega fue quizás la primera figura dotada de las cualidades inhumanas por las que es recordado: pura “maldad”, a juicio del general retirado Colin Powell; un “dictador enloquecido”, en palabras de los políticos de Washington; “otro policía corrupto más”, en palabras de los fiscales estadounidenses, quienes más tarde se descubrió que habían negociado un trato con el cartel de la cocaína de Cali para obtener testigos que testificaran en su contra. El gobierno de EE. UU., los antiguos benefactores de Noriega, lo redefinieron como un narcotraficante asesino y se unió a la panoplia de villanos de la década del gobierno estadounidense, junto con Moammar Gaddafi, Saddam Hussein y Fidel Castro. La ignominia con la que se conoció a Noriega estuvo acompañada de un fervor casi religioso en la república americana, una mirada acrítica y airada que rechazaba cualquier intento de deconstruir o reconsiderar la imagen de esta singular personalidad. Los estadounidenses parecían necesitar un demonio en la persona de Noriega como depositario de lo que era vil, bajo y degenerado, casi hasta el punto de la parodia. Estaba fascinado por la difamación. Había escrito sobre América Latina desde 1979 y había visto la pobreza y el sufrimiento causado por la corrupción y el autoritarismo. Fui testigo de la muerte y la violencia impulsadas por la política de las superpotencias en América Central. En comparación, Panamá fue benigno. ¿Por qué se dirigía tanto odio hacia un hombre que, despojado de la publicidad mediática, difícilmente era un matón latinoamericano al estilo del general Augusto Pinochet de Chile, que aplastó la disidencia y asesinó a su oposición; Anastasio Somoza de Nicaragua, quien robó millones de dólares en ayuda financiera por el terremoto de EE.UU. en 1973 mientras su pueblo vivía en la miseria; Roberto D'Aubuisson en El Salvador, a quien una comisión de la ONU determinó como responsable de los escuadrones de la muerte salvadoreños, que mataron a miles mientras Estados Unidos se mantuvo al margen; colectivamente, los generales y coroneles anónimos de Guatemala en la década de 1980, responsables de decenas de miles de asesinatos políticos? Todos esos hombres fueron apoyados en una u otra medida por una sucesión de presidentes estadounidenses que hicieron la vista gorda ante sus asesinos abusos de poder. No hay forma de defender los excesos de ningún régimen militar, incluido el de Panamá. Realicé numerosos viajes de reportaje a Panamá en la década de 1980; hubo restricciones de prensa, controles legales y políticos y tácticas de mano dura en Panamá a lo largo de los años, pero obviamente era un refugio seguro de la guerra y la destrucción en la mayor parte de América Central. Ni las organizaciones internacionales de derechos humanos ni el Departamento de Estado de EE. UU. pudieron identificar más que un puñado disperso de muertes relacionadas con la política en Panamá en veinte años de gobierno militar, ni citaron grandes cantidades de presos políticos, exiliados masivos que evitaron la persecución o cualquiera de las otras condiciones. de un estado policial extremo. La razón de la satanización de Noriega estaba clara: la administración Bush quería invadir Panamá. Primero, las élites civiles de clase alta de Panamá —cuyo odio por Noriega y los militares maduró y aumentó durante veinte años de gobierno militar— habían convencido al Departamento de Estado, que a su vez convenció a Bush, de que era necesario eliminar a Noriega; en segundo lugar, la capacidad de Noriega para sobrevivir a la maquinaria de propaganda estadounidense, su rechazo a los intentos estadounidenses de sobornarlo y su capacidad para sobrevivir a un intento de golpe de estado de octubre de 1989 en el que Bush se mostró débil e indeciso hizo parecer que el general panameño podría manipular con éxito su nariz en el águila. El efecto sobre el índice de aprobación de Bush podría ser desastroso. Y tercero, pero no menos importante, el establecimiento de un gobierno que responda mejor a los deseos de los Estados Unidos podría devolver el control efectivo del Canal de Panamá a los Estados Unidos. Como señala Noriega en su narración, Panamá iba a asumir la superintendencia del canal por primera vez el 1 de enero de 1990, solo doce días después de la invasión estadounidense de Panamá, y Noriega había designado a la persona para ocupar ese cargo. Cualquier gobierno dispuesto a intervenir y hacer la guerra debe convencer a sus compatriotas de la necesidad de tal acción; debe usar su máquina de propaganda para llevar el debate al nivel personal: debe haber un objetivo particular de odio para contrarrestar y desviar la oposición potencial. El gobierno sandinista de Nicaragua, según este punto de vista, se salvó en parte de la intervención directa de EE. UU. porque los equipos ideológicos del Departamento de Estado fueron incapaces de imbuir al presidente Daniel Ortega, quien evitó el centro del escenario y gobernó con otros, con las cualidades demoníacas necesarias para el trabajo. Noriega era diferente; no telegénico, con malas relaciones públicas y más directamente en control de su país, podría objetivarse en el diablo encarnado. Una vez hecha, la imagen pasó al reino de la sabiduría residente endurecida. El presidente Bush dijo que Noriega tenía que ser derrocado para restaurar la democracia, haciéndose eco de la lógica de la intervención estadounidense en la República Dominicana, Granada y Haití. Menos de un año después de la invasión de Panamá, Bush casi tropezó y usó la misma justificación para la Guerra del Golfo, excepto que la idea de atribuir la democracia al emirato de Kuwait era tan ridícula que tuvo que desviar la atención hacia los inexistentes misiles cargados de gas y el trabajo. en demonizar a Saddam Hussein, que aún recibía ayuda estadounidense cuando comenzaron los primeros ataques estadounidenses con misiles contra Bagdad. El grito por la democracia sonó hueco en el desierto, como lo hizo en Panamá, donde Estados Unidos se confabuló para crear el país en primera instancia y luego se entrometió en sus asuntos, sin interés alguno en el sufragio popular, a lo largo de este siglo. Todavía en 1984, la administración Reagan hizo un guiño y asintió ante el disputado resultado electoral que vio a Nicolás Ardito Barletta tomar la presidencia sobre el perenne caudillo Arnulfo Arias. Sirvió a los intereses estadounidenses ver a Barletta victoriosa. En esa elección, Noriega siguió el guión y se quedó callado. Mientras Noriega caía en desgracia, las lágrimas teatrales de George Bush y Oliver North no podían ocultar la realidad central: en Panamá el nombre del juego era poder y control. Noriega fue una herramienta útil, pero cuando se atrevió a desafiar la autoridad estadounidense, hubo que aplastarlo. Cuando me dijeron que Noriega quería contar todo sobre su relación con los Estados Unidos y sobre los acontecimientos que condujeron a su desaparición política y militar, mi reacción fue una combinación de fascinación y gran recelo. Por un lado, era una excelente oportunidad para examinar al hombre de cerca y completar la evidencia documental que faltaba sobre Panamá: nadie había escuchado la versión de Noriega de los hechos previos y durante la invasión estadounidense de 1989. Sin duda, había un valor histórico en esa tarea. Pero, ¿qué tan directo sería Noriega? Era evidente que, con todos los subterfugios políticos, los intereses creados y la información clasificada, la verdad era en gran medida una mercancía mutable. ¿Coincidirían los hechos, tal como los recopilé, con la historia de Noriega o con la suposición popular del mal esencial de Noriega? Me quedé fijo en una motivación para entrevistar a Noriega, arraigada en los recuerdos del olor a muerte después de la invasión de Estados Unidos a Panamá, que había cubierto como reportero: tenía cierta inquietud de que el periodismo una vez más no había ambientado o descrito adecuadamente. las consecuencias de una guerra política remota. Más allá de la condenación de Noriega y de los escollos que me aguardan debo emprender el proyecto; Me impulsaba querer saber la historia detrás de la historia. Compartí el creciente escepticismo sobre las acciones de Estados Unidos antes, durante y después de la invasión de Panamá el 20 de diciembre de 1989. Cubrí la invasión de Panamá para Newsday. Escribí sobre la captura de Noriega en la víspera de Navidad de 1989, su transporte a los Estados Unidos y el procesamiento en un tribunal federal de Miami y el juicio posterior que condujo a su condena en 1992 por cargos de conspiración para traficar drogas a los Estados Unidos. Fue condenado a cuarenta años de prisión. Vi la locura de la posinvasión, dormí con una sábana de cartón como colchón en una base naval estadounidense con otros corresponsales extranjeros, escuché los disparos, vi los restos humanos, olí el humo y la muerte y vi el miedo y la ira en los ojos de tantos pobres panameños. La invasión de Panamá fue el resultado horrible y vergonzoso de la locura política estadounidense. Dentro del ejército de los EE. UU., nada menos que un general retirado y exjefe del Comando Sur de los EE. UU., con sede en Panamá hasta que fue despedido seis meses antes de la invasión, me dijo que no había justificación para invadir Panamá y apoderarse de Noriega. Y no estaba solo en su argumento. Algo estaba mal. La invasión estadounidense fue una experiencia grotesca e impactante para los panameños; el suyo era un país pacífico, no había guerras, poca violencia. ¿Qué podría justificar tanto sufrimiento a manos de una fuerza distante e ignorante? Los panameños experimentaron la muerte, el miedo, la destrucción gratuita, el engaño y la mentira: la verdad oculta sobre la invasión de Panamá. Incluso el editor de periódicos y banquero Roberto Eisenmann, uno de los más acérrimos opositores de Noriega, dijo que la invasión había creado una “psicosis nacional” de consecuencias imprevistas para el futuro. Pocos estadounidenses, y menos aún los soldados, que vivieron la invasión de Panamá pensaron que era el mejor momento de su país. El gobierno panameño, lejos de considerar digna de celebración la invasión estadounidense, declaró que el 20 de diciembre sería conmemorado como Día de Luto Nacional. Aparte de apariciones limitadas en la sala del tribunal, la voz de Noriega no se había escuchado desde la invasión. Pero la ilusión necesitaba ser separada de la realidad. Así que establecimos algunas reglas básicas. Nada estaba prohibido; Haría preguntas a Noriega, desafiaría y registraría sus respuestas. A Noriega se le permitió revisar la transcripción de sus palabras tanto en español como en inglés, y hacer correcciones o revisiones para que su versión de los hechos fuera exactamente lo que quería decir. Luego, produciría material introductorio y de evaluación, basado en las entrevistas con él y con otras fuentes. A Noriega no se le permitió revisar o contribuir a la introducción y análisis de este libro, del cual asumo la responsabilidad exclusiva. Las notas a pie de página que acompañan al texto también fueron preparadas por mí. El producto final se dividiría en tres secciones principales: esta introducción; el relato en primera persona del general panameño sobre su ascenso y caída; y mi epílogo, que proporciona una visión general de la invasión de Panamá y se basa en entrevistas para evaluar a Noriega y los cargos en su contra. Este libro es el resultado de un proceso de entrevistas de tres años, basado también en mis años de viajes a Panamá durante períodos cruciales, incluido el período inmediatamente anterior y posterior a la invasión estadounidense. El corazón de este libro es el relato de Noriega de sus años en el poder, que culminaron en esa invasión y el subsiguiente juicio por drogas en su contra. La narrativa de Noriega es el resultado de decenas de horas de entrevistas grabadas, realizadas principalmente en la oficina del subadministrador de la prisión. Le dije a Noriega que tendría una audiencia justa, pero mi papel al entrevistarlo no constituiría una defensa de sus acciones; No tenía ninguna razón para verlo exonerado o para embellecer su carrera. Reportaría sus palabras y las usaría para analizar el expediente. Si bien Noriega dijo que trataría abiertamente todos los asuntos, no discutiría los cargos más sórdidos en su contra. Por ejemplo, no proporcionó información detallada sobre sus finanzas aparte de decir que tenía sus propias fuentes de riqueza, que la CIA le pagó más de lo que el gobierno de los EE. UU. admitió en público y que gran parte de su dinero provino de su trabajo como comandante de el ejército panameño. Despojado del poder, dijo, fue despojado de la mayor parte de su riqueza. En todo caso, dijo, acumular riqueza en Panamá no es delito en Estados Unidos. A Noriega tampoco le interesaba hablar de sus propias costumbres sexuales ni de las de nadie más, aparte de decir que el sexo y las acusaciones de infidelidad son irrelevantes para su caso y son parte del proceso de “satanización” al que fue sometido por la propaganda estadounidense, lo que llevó a a la invasión estadounidense. También era evidente que estaba protegiendo a antiguos y futuros amigos, tanto estadounidenses como panameños, sin querer contar historias fuera de la escuela en lo que él veía como un proceso continuo. Claramente, Noriega no había perdido la esperanza de ser exonerado. Noriega no vio este libro como una confesión en el ocaso de su carrera. Su decisión de hablar fue táctica. Como cualquier político o entrevistado, Noriega ciertamente quería darle el mejor giro posible a los acontecimientos. A veces, sus comentarios eran obviamente egoístas, pero a menudo admitía errores y errores de cálculo. Noriega seguramente enfrentará críticas perentorias de que sus palabras no se pueden creer. Sin embargo, una evaluación desapasionada de sus afirmaciones y las de sus acusadores iguala el campo de juego. Todos sus acusadores hablaron en su propio interés; todos tenían un gran interés en proporcionar su punto de vista sobre la historia. Veintiséis de los que testificaron en su contra en el juicio por drogas eran narcotraficantes caídos y condenados o rivales políticos y militares. Una investigación más profunda de esos acusadores muestra que la mayoría tenía sus propias agendas. Algunos de sus acusadores eran funcionarios estadounidenses, todos con reputaciones que proteger. Algunos participaron en ocultar una investigación completa sobre la verdad en torno al caso de Noriega, invocando las disposiciones de secreto de la ley. No hay ninguna razón inherente por la que se deba creer a Noriega más o menos que cualquiera de estas fuentes; todos estaban participando en un sucio sistema de intereses creados, que redefinió lo que era verdad para que significara lo que no se podía ocultar, y lo que era una mentira para que fuera cualquier cosa que los “chicos malos” tuvieran que decir. El comentario de Noriega no es una memoria completa de su vida y época: en aras de la brevedad y el interés, los detalles arcanos de la política panameña y las relaciones militares no se incluyen aquí. Noriega dijo que espera que sus palabras comiencen a revisar el registro sobre su vida y época. Dijo que seguiría comentando sobre Panamá y la historia de sus relaciones con Estados Unidos. En cambio, estas entrevistas con Noriega se centraron en elementos clave de su carrera y luego se dirigieron a los principales eventos relacionados con la política estadounidense durante su mandato como comandante de las Fuerzas de Defensa de Panamá, desde agosto de 1983 hasta la invasión de Panamá y la transferencia de Noriega a la custodia estadounidense. Mi contribución no pretende ser una biografía o investigación exhaustiva. Hay una serie de fuentes, algunas citadas en notas al pie, que describen a Panamá, Noriega y su mentor, Omar Torrijos, con gran detalle. El libro tampoco pretende repasar el caso de las drogas contra el general depuesto. Al menos cinco libros importantes han examinado los cargos por drogas, desde varias perspectivas y con diversos grados de éxito. También se hace referencia a estos libros tanto en el texto como en las notas. Más bien, mi objetivo era utilizar la ocasión de las entrevistas de Noriega como un intento de reevaluar la invasión estadounidense de Panamá y brindar mi análisis del posterior juicio por drogas. Mis preguntas fueron: • ¿Qué nueva información había sobre las relaciones de Noriega con los Estados Unidos, particularmente con George Bush, William Casey y Oliver North, y cuál fue su papel en los asuntos estadounidenses durante las guerras centroamericanas de la década de 1980? • ¿Cuáles fueron las historias no contadas sobre la invasión estadounidense desde la perspectiva de Noriega? • ¿Fue Noriega culpable de los cargos de conspiración de drogas por los que fue condenado a cuarenta años de prisión? Noriega se ocupó de estos asuntos, pero mi análisis del juicio por drogas no tiene nada que ver con sus protestas de inocencia. Saqué conclusiones independientes del caso Noriega: • Después de asistir al juicio de Noriega, revisar el testimonio del juicio, entrevistar a abogados, testigos e investigadores, fuentes de inteligencia y opositores de Noriega, encontré que el caso de drogas contra Noriega era profundamente defectuoso y totalmente circunstancial. No solo los relatos de varias decenas de narcotraficantes condenados a menudo no coincidían con los hechos básicos, sino que, tres años después del juicio, al menos media docena de esos narcotraficantes se retractaban o amenazaban con retractarse de su testimonio. • Estoy de acuerdo con una serie de oficiales militares, de inteligencia y políticos que dijeron que la invasión estadounidense no estaba justificada por motivos legales, políticos y morales; fue totalmente el resultado de la hipocresía y el engaño en la política interna de los Estados Unidos. Mi análisis de la situación política y mis reportajes en Panamá antes, durante y después de la invasión me llevaron a la conclusión de que la invasión estadounidense de Panamá fue un abominable abuso de poder. La invasión sirvió principalmente a los objetivos de los arrogantes políticos estadounidenses y sus aliados panameños, a expensas de un derramamiento de sangre desmesurado. El Centro Correccional Metropolitano, el escenario de nuestras conversaciones, es una prisión de mediana seguridad en su mayoría, ubicada a unas doce millas al sur del centro de Miami. Excepto por el alambre de púas y los puestos de guardia, los terrenos de la prisión recuerdan casi al campus bien esculpido de una universidad estatal, sin carácter y antisépticamente limpio y moderno. Uno se registra en el escritorio de visitantes, luego pasa a través de un magnetómetro, que es tan sensible que la mayoría de las personas tienen que quitarse los zapatos, porque los elementos tan pequeños como los ojales de metal activan la alarma. Los guardias estampan una mancha de tinta ultravioleta en la mano del visitante para marcar a los forasteros en caso de que haya alguna duda más tarde sobre la identidad de las personas que abandonan los terrenos. A continuación, un acompañante lleva al visitante a través de una sala de espera, pasando fotografías del presidente y el fiscal general, retratos que cambiaron de George Bush y Richard Thornburgh a Bill Clinton y Janet Reno en el curso de las entrevistas de Noriega. Luego se activan dos pesadas puertas corredizas electrónicas, una a la vez, creando un espacio de guardia sellado entre la entrada de visitantes y el patio de la prisión. Detrás de un vidrio ahumado a prueba de balas, otro guardia pide que se mantenga la licencia de conducir del visitante durante la visita. La segunda puerta de acero y vidrio se abre y el visitante ingresa al patio de la prisión, una serie de edificios de bloques bajos conectados por caminos de cemento. Los presos que visten pulcros pantalones caqui caminan, conversan en voz baja o trabajan en el jardín, mantienen el césped bien cuidado, limpian los pasillos o visitan la cafetería. Para mi primer encuentro con Noriega, en junio de 1993, me llevaron a una pequeña celda de detención en la institución, que todavía estaba siendo reconstruida después de los extensos daños causados por el huracán Andrew diez meses antes. En esa primera reunión, Noriega, vestido con un mono naranja de prisión, y yo estábamos encerrados dentro de este tanque de almacenamiento solitario, una habitación vacía de cemento y bloques de hormigón que no contenía nada más que una mesa de acero inoxidable y un inodoro. Nuestra conversación incluyó una descripción general de los eventos que llevaron a su encarcelamiento; Noriega reiteró su compromiso de discutir todos los aspectos de su relación con los estadounidenses y su historia política en Panamá. Noriega al principio se mostró reservado, evidentemente evaluando al reportero que había venido a verlo. Mientras escuchaba atentamente lo que tenía que decir, casi parecía estar ocultando sus comentarios detrás de una máscara aburrida. Podía percibir una ausencia o un retraimiento detrás de sus ojos, como si quisiera mirarme desde un lugar en el que se escondía su propia personalidad. Hablé con Noriega con franqueza sobre todo lo que había visto en su país, tanto durante la campaña electoral a veces brutal de 1989, en la que matones paramilitares patrullaban las calles, listos para golpear cabezas, como durante la invasión estadounidense, en la que le conté sobre las pilas de cuerpos panameños que encontré en la morgue de la ciudad. Mi intención, dije, era investigar los eventos que condujeron a la invasión estadounidense y las razones detrás de ella. Las entrevistas reales comenzaron el 11 de septiembre de 1993. Noriega fue aislado del resto de la población carcelaria. Dependiendo del oficial del día, otros presos estaban encerrados en sus edificios cuando dos guardias escoltaron a Noriega desde su alojamiento hasta el edificio de administración para nuestras entrevistas. De vez en cuando, un compañero de prisión le gritaba una palabra de aliento desde la distancia. Sonrió y conversó amablemente con los guardias, la mayoría de los cuales, como la mayoría de la población carcelaria, hablaban español. “Él es muy popular aquí entre los prisioneros”, me dijo uno de los guardias. “A veces vitorean o aplauden cuando lo ven”. Como único prisionero de guerra en los Estados Unidos, Noriega tiene ciertos privilegios bajo las Convenciones de Ginebra, incluido el derecho a mantener contacto con un oficial de enlace militar estadounidense, el derecho a su rango y uniforme y el derecho a reuniones aleatorias con representantes de la Internacional. Comités de la Cruz Roja. Noriega se viste para los visitantes con un uniforme planchado de general de las Fuerzas de Defensa de Panamá y brillantes zapatos de charol. En nuestras reuniones solía llevar una chaqueta verde de Eisenhower para protegerse del frío aire acondicionado de los edificios de la cárcel. Al principio, lo encontraría en el edificio de administración; más tarde, se me permitió verlo en sus aposentos espartanos. El complejo constaba de tres habitaciones pequeñas, cerca de consultorios administrativos y médicos en un pequeño edificio separado de la población carcelaria principal por caminos serpenteantes de cemento. El espacio habitable de Noriega sumaba unos 250 pies cuadrados. Había una pequeña antesala de entrada, donde un guardia estaba sentado leyendo un periódico junto a un teléfono de llamadas por cobrar que Noriega supuso estaba constantemente monitoreado por el gobierno. A la izquierda de la entrada había una pequeña zona de cocina, con una mesita y un horno de microondas, donde se metían bandejas de comida para recalentar ya que, a diferencia de otros presos, Noriega comía solo. Más allá de la diminuta cocina había una puerta que conducía a una pequeña zona de ejercicio cerrada, donde rayos de sol caían a través de una gruesa rejilla de alambre sobre una bicicleta estática averiada. En un rincón, Noriega tenía macetas pequeñas, donde cultivaba tomates y naranjas extraídas de las semillas de los productos que se servían en sus comidas. Noriega dijo que usaba la bicicleta estática con frecuencia, su única fuente de recreación. A diferencia de los otros mil quinientos presos del Centro Correccional Metropolitano de Miami, no tenía la libertad de salir al patio de la prisión. En una pequeña habitación separada al otro lado de la entrada, había un catre de metal que le servía de cama, un archivador alto con un pequeño televisor a color encima y un inodoro y una ducha sencillos y sin tapa. Los movimientos de Noriega eran monitoreados las veinticuatro horas del día a través de un sistema de videovigilancia en el techo. Noriega pasó horas al teléfono hablando con familiares y amigos. Su mayor queja con respecto a su alojamiento era el aire acondicionado, que producía un fuerte escalofrío incluso al mediodía en el verano subtropical de Miami. Se rió cuando, incluso con la puerta de su área de ejercicios abierta para que entraran ráfagas de aire caliente, los visitantes comenzaron a temblar. “Deberías haber traído un suéter, te puedes resfriar”, dijo Noriega. “Nunca supero el frío”. Los administradores de la prisión dijeron que no podían controlar el clima en la habitación ya que estaba adjunta al complejo médico, cuyo equipo debía mantenerse fresco. Debido a la proximidad con el recinto médico, otros presos a menudo merodeaban fuera de la celda de Noriega, a veces gritando palabras de aliento. “Tony”, gritaron, “aguanta ahí”. “Manny”, llamaron otros, adoptando un apodo que nunca ha usado, “mantén la fe”. “Siempre dicen cosas amistosas”, dijo Noriega. “Nadie es nunca hostil”. Lina Montgomery, la afable subadministradora de la prisión durante la mayor parte del período de las entrevistas, dijo que Noriega había sido fácil de tratar y que sus demandas eran pocas. “Una cosa que tengo que decir sobre el Sr. Noriega es que nunca ha causado el más mínimo problema a nadie”, me dijo. “Él siempre es educado y cooperativo y nunca por un instante pierde su dignidad, a pesar de todo por lo que se ha visto obligado a pasar. Todos lo respetan por eso”. Observé cercanía y cariño por su esposa, Felicidad, y sus tres hijas adultas, Sandra, Thays y Lorena, quienes diligentemente se comunicaban con sus amigos, manejaban la correspondencia y lo visitaban cuando podían, de acuerdo con el horario de la prisión. Sin embargo, no se permitían visitas conyugales en la prisión. Montgomery dijo que siempre había un guardia apostado en el recinto de Noriega cuando venían de visita familiares, amigos y abogados. Noriega tenía una apariencia esbelta. No tenía dolencias de importancia, solo quejas médicas ocasionales: molestias gástricas esporádicas o ataques de insomnio. Dijo que fue bien tratado por el personal de la prisión. Era disciplinado y optimista en la forma en que conducía una conversación, sonriendo fácilmente, riendo, a veces señalando la documentación que traía consigo para enfatizar un punto. Las entrevistas fueron íntegramente en español. Su inglés parecía forzado, aunque mejoró en prisión. Luchó cuando un administrador de habla inglesa le habló. El Centro Correccional Metropolitano tiene una mayoría de reclusos de habla hispana, en su mayoría encarcelados por cargos de drogas, pero no todo su personal es bilingüe. En el transcurso de decenas de horas de entrevistas, vi a Noriega levantar el velo. Era afable e ingenioso en su conversación y mostró una habilidad sorprendente para hacer referencias literarias y estilísticas en sus descripciones. Sin embargo, a pesar de los atisbos de apertura, Noriega hizo todo lo posible por enmascarar las inferencias de su propia debilidad personal. Cuando Noriega habló de sus años de juventud, trabajando como agrimensor del gobierno, se iluminó al recordar que era la única persona, en virtud de su pequeño tamaño, que podía saltar sobre el fangoso fondo del océano y colocar dispositivos de medición sin hundirse. Había orgullo y una resonancia extra en su voz cuando habló con calidez sobre su hermano Luis Carlos, su madre, quien murió cuando él era un niño, y Mamá Luisa, su madre adoptiva. Noriega estaba muy pendiente de su imagen en los medios de comunicación; trató de evitar la autocompasión y mostró una habilidad para simpatizar con los demás. Era capaz de amistad y empatía y generaba lealtad de quienes lo rodeaban. Sin embargo, la experiencia le enseñó que esos amigos eran capaces de traicionar. En un momento, describí mis interacciones personales y percepciones de Noriega con un amigo que es psicoanalista. “No estás describiendo una personalidad psicópata, estás describiendo a un individuo generalmente equilibrado, alguien que tiene muchos elementos de una vida interna saludable”, dijo mi amigo. A menudo se perdió en la inflación de la imagen de Noriega su incapacidad para navegar con éxito en aguas políticas extranjeras. Astuto como pudo haber sido al tratar con la política panameña, fue inepto para manejar o incluso comprender el sistema estadounidense. Su representación legal, por ejemplo, fue elegida al azar y sin tener en cuenta las realidades políticas y legales. Frank Rubino, quien se convirtió en su principal abogado defensor, era un hombre encantador y astuto que aprendió sobre las cuestiones políticas que rodeaban a Noriega a medida que avanzaba. Rubino, un ex agente del Servicio Secreto, se unió a Jon May, un ex fiscal federal con habilidades de apelación pero sin experiencia en juicios. Estos hombres heredaron el caso de Raymond Takiff, un abogado de Miami, quien se convirtió en un informante pagado por el gobierno para la oficina del fiscal federal en un caso de corrupción judicial local, incluso cuando se desempeñaba como abogado de Noriega. Takiff, a su vez, había llegado al caso por diversión: un amigo en la Zona del Canal proporcionó la entrada a Noriega, quien aceptó la oferta de representación de Takiff sin prestar mucha atención a la acusación de los Estados Unidos en su contra. Un miembro muy respetado del equipo de defensa fue Neal Sonnett, un abogado penalista aclamado a nivel nacional. “Si Sonnett hubiera permanecido en el caso”, me dijo el juez William M. Hoeveler en una entrevista, “creo que el resultado podría haber sido diferente: Sonnett podría haber ganado el caso”. Pero Sonnett, obligado a asumir el papel de segundo violín de Takiff, abandonó la defensa de Noriega en la primera aparición del general encarcelado en la corte de Hoeveler. “Dijo que renunciaba y me dio su tarjeta”, me dijo Noriega. “Realmente no sabía lo que estaba pasando y nunca lo llamé”. Todos los abogados de Noriega firmaron documentos del gobierno de los Estados Unidos que los obligaron a aceptar las determinaciones secretas de la administración Bush sobre lo que podían revelar sobre los aspectos políticos del caso. Perdido en todo esto estaba un intento del famoso abogado político William Kunstler de contactar a Noriega con una oferta para representarlo de forma gratuita. Kunstler, quien murió en 1995, representó a la secretaria de Noriega, Marcela Tasón, en asuntos legales no relacionados en Nueva York. “Pero cuando traté de ofrecerme para trabajar con Noriega pro bono, nunca obtuve una respuesta. Esto me sorprendió bastante”, dijo Kunstler en una entrevista de 1993. “Ciertamente habría resaltado los aspectos políticos del caso. Este no fue realmente un caso de drogas en absoluto”. Como muestra de su falta de conocimiento e ingenuidad sobre el sistema estadounidense, Noriega dijo que nunca había oído hablar de Kunstler y que no recibió ninguna oferta de representación, lo que indica que la oferta de Kunstler fue interceptada de alguna manera. “Ojalá hubiera sabido que existía un hombre así y que podría haberme ayudado”, dijo Noriega. “Pero estaba tan aislado cuando los estadounidenses me arrestaron. No tenía idea de quién era Kunstler o de que se había ofrecido a ser mi abogado”. Rubino, May y el juez William M. Hoeveler dijeron que tampoco estaban al tanto de las propuestas de Kunstler para representar a Noriega. Los comentarios de Noriega eran a veces tópicos, otras veces irónicos. Mencionó eventos actuales varias veces en el transcurso de las entrevistas. Una vez, se irritó mucho cuando leyó una noticia en la que se le había pagado a Colin Powell un adelanto de 6 millones de dólares para que escribiera sus memorias. "¿Cómo se le puede pagar tanto?" preguntó Noriega. “¿Quién es él realmente sino un hombre de confianza para Bush? ¿Qué hizo realmente? Mi explicación de que las fuerzas del mercado que impulsan la industria editorial, junto con la posible candidatura presidencial de Powell, habían establecido el precio hizo poco para calmar su angustia. “Estoy seguro de que en el transcurso de la historia, mi nombre será recordado por mucho más tiempo que el suyo”, dijo Noriega. La reacción de Noriega a Powell estuvo llena de ironía. Estaba sintiendo la competencia del mercado literario con el general que lanzó la invasión que condujo a su captura. “Powell es un traidor a su propio pueblo”, dijo Noriega, quien planeó la invasión “que bombardeó a tantos panameños negros en el barrio de El Chorrillo. Tendrá que vivir con su conciencia”. Por su autobiografía, Powell parecía saber poco y menos preocupado por Panamá. Prestó atención al eslogan selectivo de la antigua administración Bush de "restaurar la democracia" como justificación para eludir el derecho internacional. Panamá fue la prueba de fuego de Powell. Después de solo veinticuatro horas en el trabajo como presidente del Estado Mayor Conjunto, participó en el apoyo fallido y el análisis amateur de un intento de golpe de estado del 3 de octubre de 1989 contra Noriega. Los “conspiradores tenían que expresar una clara intención de restaurar la democracia o no nos comprometemos”, dijo George Bush a Powell. Después del golpe, Powell estuvo de acuerdo con Maxwell Thurman, el general a cargo del Comando Sur de los EE. UU. con sede en Panamá, “que si alguna vez nos vemos obligados a actuar en Panamá, recomendaríamos deshacernos de las [militares panameñas]. Max comenzó a desarrollar un plan para hacer precisamente eso”. En otra ocasión, Noriega me llamó desde la prisión poco después del veredicto de no culpabilidad en el juicio por asesinato de OJ Simpson en 1995. Le pregunté a Noriega su opinión sobre el veredicto. “Bueno, ese es el sistema estadounidense y no me sorprende”, dijo. “Pero en serio, hablemos de la duda razonable. Si había una duda razonable en el juicio de Simpson, ¿qué pasa con mi caso? En otra ocasión, usó a la princesa Diana de Gran Bretaña como ejemplo de por qué a veces es mejor dejar que los rumores queden en barbecho en lugar de dignificarlos con una respuesta. Diana acababa de dar una entrevista a la BBC en la que reconocía haber tenido una aventura con un capitán del ejército británico tras el fracaso de su matrimonio con el príncipe Carlos. “Ella no necesitaba admitir eso. No fortaleció el resto de su caso”, dijo Noriega. “Una vez que planteas el tema tú mismo, no tiene fin. Las personas comienzan a examinar los detalles y te atraen más y más en el tema, que puede no haber merecido toda la atención en primer lugar. Es mejor mantener el silencio y centrarse en los temas que le parezcan más cruciales para su defensa. En las entrevistas, las astutas defensas y el análisis de Noriega siempre estuvieron presentes. Consideró su estadía en prisión como una oportunidad para analizar pacientemente las acciones del gobierno de los EE. UU. en su contra. Con tiempo y paciencia, dijo, creía que ganaría. “Es importante no solo salir de la cárcel”, dijo, “sino también salir en mis propios términos, es decir, con el reconocimiento estadounidense de que ellos cometieron el crimen, no yo”. Si bien estaba sorprendentemente optimista, vi algunos momentos reflexivos. Un día, sentados juntos en la oficina del subdirector, lo vi mirando por la ventana hacia el estacionamiento, donde los visitantes iban y venían . “Nunca he visto la entrada principal de la prisión”, dijo. “ Dime cómo se ve. Quiero proyectar en mi mente cómo se verá el día que salga de aquí por última vez, a través de la puerta principal”. Mientras tanto, me recordó Noriega, estaba preparado para las decepciones, para que algún antiguo amigo lo traicionara como había sucedido en tantos casos: sus amigos más cercanos y ayudantes habían terminado siendo traidores. Como solía decir, casi en un lamento, “Es un amigo… si se puede decir que hay amigos en este negocio”. Le recordé a Noriega desde el principio que nos habíamos visto una vez antes. El breve encuentro se produjo cuatro años antes de nuestro encuentro en la cárcel de Miami, el 11 de octubre de 1989, una semana después de un intento de golpe de Estado que casi le quita la vida. En ese momento, la Unión Soviética aún no había sido desmantelada. El Muro de Berlín seguía intacto. Todavía se estaban librando guerras en El Salvador y Nicaragua, aunque los presidentes centroamericanos estaban negociando alrededor de los Estados Unidos hacia un arreglo que pusiera fin a un conflicto en el que habían muerto decenas de miles de personas y se habían gastado miles de millones de dólares estadounidenses, en una supuesta guerra para contener el comunismo. Estados Unidos participó activamente en la guerra contra las drogas en Colombia y controlaba las fuerzas antinarcóticos en los países sudamericanos de Perú y Bolivia, con el objetivo de destruir la producción de hoja de coca, aunque la pobreza endémica también estaba en la raíz de la cocaína. producción. Y en el minúsculo Panamá se gestaba una guerra. Estados Unidos había impuesto sanciones económicas a Panamá después de que una acusación federal en Miami acusara a Noriega, el confidente de Estados Unidos durante mucho tiempo en asuntos delicados de seguridad internacional, de narcotráfico y conspiración de drogas. Estados Unidos financió y apoyó el intento de la oposición panameña de derrotar al Partido Revolucionario Democrático de Noriega en las elecciones de mayo de 1989. El gobierno de Noriega canceló el conteo electoral. Estados Unidos había invertido dinero y prestigio en los candidatos de la oposición. A mediados de 1989, la administración Bush había puesto en marcha un plan de invasión. El almirante William Crowe, presidente del Estado Mayor Conjunto, y el general Fred Woerner, jefe del Comando Sur de EE. UU. con base en Panamá, fueron al Departamento de Estado a principios del verano y expresaron su oposición al plan de invasión. Ambos fueron despedidos. Crowe, quien nació en la Zona del Canal de Panamá, fue reemplazado por Colin Powell, catapultado en poco tiempo de ayudante de estado mayor al rango más alto en las fuerzas armadas. Woerner, criticado por los conservadores y los líderes de la oposición panameña por ser demasiado blando con el ejército panameño, fue reemplazado por Thurman, a quien se le encomendó la tarea de preparar la invasión. Noriega y sus fuerzas estaban tensas. Hubo provocaciones ocasionales y cada vez mayores con las fuerzas estadounidenses, que no solo vivían absurdamente cerca de sus supuestos enemigos, sino que también trabajaban junto a ellos. Las Fuerzas de Defensa de Panamá, antes la Guardia Nacional y antes la Policía Nacional, fueron creadas y fomentadas por los Estados Unidos. Noriega era egresado de cursos de entrenamiento militar estadounidense y el enlace entre el general Omar Torrijos y los estadounidenses. Torrijos murió en un accidente aéreo en 1981, entre acusaciones y contraacusaciones, nunca probadas, de que la muerte no fuera accidental. Fue enterrado en Fuerte Amador, en un sitio que simbolizaba lo absurdo de la situación. Era una pequeña lengua de tierra que se extendía hacia el Canal de Panamá, un enclave de edificios administrativos cubiertos de hiedra y vegetación cuidada que evocaba toda la singularidad del protectorado colonial que había sido Panamá desde 1903. Amador y la Zona del Canal en general habían sido volvió mayormente al control panameño en etapas después de los tratados del Canal de Panamá de 1977, impulsados por Torrijos y el presidente Jimmy Carter. Así que ahora, junto a la oficina de mando de Noriega en Fuerte Amador, enmarcado por el mausoleo donde fue enterrado Torrijos, había edificios que aún ocupaban los estadounidenses; el fuerte estaba custodiado por un puesto de control militar conjunto de Panamá y Estados Unidos. Fue una coexistencia nacida de las relaciones coloniales entre una superpotencia y su ejército sustituto. Pero el ejército sustituto estaba en abierto desafío. Noriega vio una conspiración generalizada contra él y contra Panamá. Vio a los periodistas, especialmente a los periodistas estadounidenses, como herramientas de esa conspiración, si no como conspiradores por derecho propio. Y así, en los días posteriores al golpe del 3 de octubre, que lo encontró acurrucado en el suelo y rezando por una muerte rápida e indolora, prohibió la entrada de periodistas estadounidenses a Panamá. Había sorteado esa prohibición y estaba informando sobre la creciente atmósfera de guerra. Había estado buscando una entrevista con Noriega a través de sus ayudantes en la Ciudad de Panamá, para obtener su versión del intento de golpe. Me dijeron que Noriega asistiría a un evento diplomático en la base aérea de Río Hato, una antigua base aérea del Ejército de los EE. UU., a una hora en automóvil por la costa del Pacífico desde la ciudad de Panamá, y que esta podría ser una buena oportunidad para acercarse al general. Era de hecho. A pesar de todos los rumores sobre Noriega, sobre los complots de la CIA y los complots militares para matarlo, me sorprendió descubrir que podía ingresar fácilmente a la base de Río Hato y me indicaron que pasara por una cabina de guardia sin tener que detenerme ni mostrar una tarjeta de identificación. . Conduje hasta que llegué a una instalación para fiestas, una larga losa de cemento con techo de paja pero sin paredes, que tenía una barra en un extremo. Viajando con algunos amigos, estacioné mi auto al otro lado de la calle y caminé hacia el área de la fiesta. Varios hombres estaban reunidos en pequeños grupos alrededor, bebiendo cervezas y charlando, entre ellos algunos asesores militares extranjeros. Recuerdo un agregado militar canadiense y uno francés. Hablé un rato con el embajador de Panamá en Haití y con varios otros panameños, preguntándome todo el tiempo cuándo aparecería Noriega. "¿Cuándo aparece?" Le pregunté a un panameño que estaba parado cerca, quien parecía desconcertado. “Oh, está aquí”, dijo el hombre, y asintió hacia una figura que estaba de pie a un lado del edificio, en las sombras del techo de paja, muy cerca de donde estábamos. Era Manuel Antonio Noriega, sosteniendo una botella de cerveza de cuello largo, vestido con uniforme de campo y una gorra de béisbol, con aspecto quizás un poco fuera de lugar. Me sorprendió de nuevo que no hubiera ningún séquito de seguridad en la base, ni en ningún lugar visible. “General,” dije, acercándome a él y ofreciéndole mi mano. “Soy un reportero de los Estados Unidos. Me gustaría hacerle algunas preguntas. Noriega pareció sobresaltarse por la aproximación. “¿Pero no sabes que tengo miedo de los reporteros?” él dijo. “No me gusta hablar con los periodistas”. "Bueno, no hay razón para tener miedo de mí", le dije. “Al menos hablo español. No me veo a mí mismo como un mal tipo”. Solo el comienzo de una sonrisa llegó a su labio superior. “Bueno, habla con mi ayudante, López, y veamos si podemos resolver algo”, dijo, y luego se alejó. Nunca se resolvió nada. Noriega me dijo que recordaba el evento de ese día, pero no recordaba mi presencia allí. Fue la celebración del aniversario de la relegación de la base aérea de Río Hato del control estadounidense al panameño. Por más que pudo, no recordaba que un reportero estadounidense se le acercara y le pidiera una entrevista. Pero es cierto, dijo, “siempre tuve miedo de los reporteros, la forma en que iban a tergiversar mis palabras y lo que estaba tratando de decir. Aun lo estoy." Al final, Noriega trató de evitar un relato sensacionalista revelador sobre sexo y escándalo; quería, más bien, corregir la historia de su vida y de su tiempo. Durante las elecciones presidenciales de 1992, mucha gente asumió que el general encarcelado revelaría algún detalle de última hora sobre George Bush o algún otro político estadounidense, tal vez una intriga personal, tal vez información sobre una operación secreta de inteligencia que cambiaría el rumbo de las elecciones. Pero Noriega dijo que no tenía esa información: que el comportamiento de Bush y la hipocresía y el compromiso moral de la política estadounidense ya eran suficiente escándalo. En parte, Noriega claramente decidió tomar el camino correcto. Había historias que contar en Panamá sobre el uso de drogas de un senador estadounidense o las actividades de persecución de faldas de otro, pero Noriega optó por no contarlas. Sin embargo, si hubiera tenido una historia jugosa sobre Bush, es posible que no se hubiera contenido tanto. Noriega como hombre era más bien reservado, nada efusivo, nada carismático. Esta es la historia de la conversión de Noriega de hombre a imagen: una imagen que Estados Unidos necesitaba construir para poder destruirla. Tal historia es importante por derecho propio para aquellos que buscan entender la política exterior de Estados Unidos. Aquellos propensos a desestimar las palabras de Noriega, harían bien en considerar algo que todo abogado sabe: un hombre honesto se equivocará en los hechos algunas veces, y un mentiroso debe decir una parte de la verdad. Tomo las probabilidades, junto con la medida del hombre, al revisar el entorno histórico y la serie de eventos que llevaron a la invasión de Panamá el 20 de diciembre de 1989. No se debe descartar de plano lo que dice Noriega. Es seguro que sus porcentajes no podrían ser mucho peores que los de los narcotraficantes condenados y los intrigantes funcionarios estadounidenses que participaron en su desaparición. Las Memorias de Manuel Noriega Capítulo 1
Los gringos arruinan la fiesta Mirando hacia atrás, recuerdo la vista de los rostros brillantes, los vítores, las niñas de piel oscura riéndose al sol, los bebés sostenidos en alto por sus madres, una fiesta callejera espontánea mientras marchaba por la avenida principal de la escuela Abel Bravo a cuartel militar en Colón aquella tarde del 19 de diciembre de 1989, víspera de la invasión estadounidense a Panamá. Hubo fiesta estudiantil en la escuela: discursos, aplausos, inauguraciones, corte de listón. Por lo general, prosperaba en tales eventos, disfrutaba de los vítores, animado por la multitud. Pero este día lo pasé mecánicamente, distante. Cuando me llegó el momento de ir al cuartel militar, me sentí incómodo; Me sentí distraído. Algo me decía, sal de aquí, sal de aquí, sal! Traté de impulsar las cosas, pero el protocolo lleva tiempo. Después de que los estudiantes tuvieron sus ceremonias, ni siquiera recuerdo exactamente cuál fue el evento, el mayor a cargo de la zona militar insistió en que visitáramos el cuartel militar de Colón. Colón es una ciudad pequeña y alegre; gente de todas las edades se reunió al vernos llegar. Colgaban de los balcones, bordeando la calle; había música y había niños corriendo junto a nosotros. Panamá, es una fiesta — “Panamá es una fiesta” — y este día no fue la excepción. Nunca somos tan intensos y serios, nunca tan comprometidos con los negocios, nunca tan comprometidos que no podamos organizar una celebración espontánea, sin importar la ocasión. Es algo que los norteamericanos nunca entenderán. Panamá siempre está lista para una fiesta, pero nunca más que durante las vacaciones. Y, sin embargo, para mí, este día, fue mudo, distante. Estaba en otro lugar, viéndolo desde un sueño. Cuando llegué a la ceremonia en la calle frente al cuartel militar, todo estaba en cámara lenta. ¿Cómo puede esto estar tomando tanto tiempo? Me pregunté a mí mismo. Me sentía febril, sudoroso, mi ropa me pesaba en el calor de la tarde. Se puso peor y peor. Después de la escena en la calle, los oficiales y otros insistieron en que la comitiva entrara. Creo que las esposas de militares estaban inaugurando un nuevo salón cultural o algo así. Y luego, como nadie había comido, hubo un almuerzo tardío. Había ido a Colón, al final del Canal de Panamá, el día anterior, el 18 de diciembre, para tratar de mediar en una disputa de trabajadores portuarios. Querían más dinero y estaban listos para atacar. Fue una sesión dura, pero los tranquilizamos y llegamos a un acuerdo. Siempre me gustó ir a Colón. Pasé mis días de juventud como oficial subalterno allí bajo mi patrón, el difunto general Omar Torrijos. Regresar siempre me levantaba el ánimo, pero esta vez tenía un sexto sentido sordo de que algo andaba mal. Aproximadamente a las 5 de la tarde, mis ayudantes comenzaron a recibir informes sobre actividades inusuales de los estadounidenses en los cielos alrededor del Canal de Panamá. Durante un tiempo, no me dijeron nada directamente; finalmente me dijeron que los aviones estaban aterrizando, que los estadounidenses estaban trayendo tropas. Pero, ¿a qué equivalía realmente? Durante más de veinte años, este tipo de cosas ocurrieron periódicamente: maniobras, movimientos de tropas, bombarderos que llegaban a la base aérea de Howard, nunca siguieron un patrón. Era un procedimiento operativo normal. Los estadounidenses tampoco nos aconsejaron, como se suponía que debían hacer según los tratados del Canal de Panamá, firmados por Jimmy Carter y Torrijos en 1977. Durante la cena, tenía ganas de irme, pero aparecieron más obstáculos. Un grupo de empresarios de la Zona Libre de Colón se me acercó con algunos proyectos que querían proponerme. Pensé que me saldría de mi piel, pero lo aguanté. Finalmente, uno de mis oficiales trajo información sobre los movimientos de tropas estadounidenses. "Maniobras, al parecer", dijo. Tenemos informes de que los aviones de transporte con soldados que salen de Fort Bragg están en camino”. Pero nadie hizo nada, particularmente, y dejamos que el protocolo siguiera su curso. La única concesión que hice a las maniobras fue decidir cómo regresar a la ciudad de Panamá. Normalmente, podría haber tomado un helicóptero de regreso a la capital. Con los informes sobre todo el tráfico aéreo, les dije a mis guardaespaldas y al resto de nuestro séquito de funcionarios militares y gubernamentales que se prepararan para regresar a la ciudad de Panamá, aproximadamente una hora de viaje. Viajé con mi convoy habitual de tres o cuatro vehículos. No vi nada inusual mientras bordeábamos la carretera que discurre a lo largo del canal las cincuenta millas hasta la ciudad de Panamá. Llegamos a casa en algún momento entre las 6 y las 7 de la tarde. Todavía no había noticias tangibles sobre problemas. El ambiente en la ciudad de Panamá se llenó de alegría navideña. No teníamos idea de lo que estaba por venir. Mientras Estados Unidos se preparaba para invadir mi país, Panamá se bañaba en la emoción normal que precede a la Navidad y el Año Nuevo. Si la locura de la invasión de Panamá por George Herbert Walker Bush no hubiera sido tan cruel y mortal, la situación hubiera sido ridícula. Porque mientras Panamá se preparaba para la Navidad esa noche del 19 de diciembre, sus hombres rana desembarcaban cerca de la playa de Río Hato, buscando dónde apostarse para volar carreteras y personas; sus soldados practicaban asaltos terrestres; sus especialistas en comunicaciones se preparaban para controlar todas las ondas y canales de radar. En uno de los mejores ejemplos de excesos en la historia militar, pilotos estadounidenses especialmente entrenados estaban practicando con sus bombarderos supersecretos Stealth de mil millones de dólares para un valiente ataque en una pequeña base aérea llamada Río Hato que albergaba a estudiantes de secundaria y tenía pocos defensores. sin aviones ni radar propios. Mientras sus paracaidistas practicaban saltos de combate a setecientos pies que romperían las piernas de decenas de ellos y los dejarían mutilados de por vida y sus generales se preparaban tensos para una invasión masiva: la decimocuarta intervención militar estadounidense en Panamá desde que se declaró independiente. por Estados Unidos —mientras todo esto sucedía, Panamá se preparaba para celebrar. El espíritu navideño estaba en el aire: la gente sonreía, se reunía en los bares para tomar una bebida especial con amigos, corría comprando regalos. Las esposas de los oficiales estaban recogiendo regalos y juguetes para los necesitados y los árboles estaban siendo decorados. Cierto, estaba sintiendo la tensión. Hubo un tiroteo que involucró a personal militar estadounidense que había puesto un control de carretera frente a nuestro cuartel general en Chorrillo. Y los estadounidenses también dijeron que un esposo y una esposa habían sido abordados la noche del sábado anterior, 16 de diciembre: agresión sexual, dijeron. Bush, ese noble defensor de la humanidad, había salido a la televisión, casi con los ojos llorosos, diciendo que ningún presidente estadounidense permitiría que las mujeres de su país fueran empujadas por una pandilla de matones. Fue como si yo personalmente hubiera bajado a la sede y hubiera agarrado a esta mujer. En realidad, no pudimos encontrar a la mujer, y toda la idea de que el personal militar estadounidense, que estaba restringido a la base y no se le permitía salir para ir al cine o a un restaurante, podría haberse perdido tanto como para conducir hasta el lugar. El cuartel general del comando militar panameño planteó más preguntas de las que respondió. Era Navidad y nos ocupamos de nuestras actividades normales. Mis tropas se habían reducido para las vacaciones; nuestras bases tenían personal mínimo, los oficiales estaban en casa con sus familias. Este no era un ejército manejando barricadas; éramos una fuerza profesional con miles de tropas, pero apenas podíamos concebir defendernos contra una guerra relámpago abrumadora. Nunca nos habíamos molestado en prepararnos para una invasión estadounidense. La idea, entonces y ahora, sería una idiotez. En primer lugar, la invasión de Panamá sería una violación de las leyes internacionales que protegen nuestra soberanía. ¿Cómo se planifica una invasión de los Estados Unidos? Después de todo, ya estaban allí, una fuerza de invasión permanente. Los estadounidenses nos rodearon todo el tiempo. Hasta 1999, debían estar instalados permanentemente en nuestro territorio en catorce bases que albergaban a más de veinte mil soldados de todas las ramas del ejército estadounidense. No teníamos aviones de combate y ellos controlaban nuestro espacio aéreo cuando querían. Probablemente habrían tenido pocos problemas para matarme o capturarme cuando quisieran. Sabía todo esto. Pero pensé, ingenuamente, que Estados Unidos finalmente honraría su tratado de neutralidad con nosotros y los principios del derecho internacional y se adherirá al concepto de no agresión contra ningún país. Es un paraguas bajo el cual operan los países civilizados, por lo que este derecho es lo más importante, basado en la carta de las Naciones Unidas de 1945 de las grandes naciones del mundo. De hecho, teníamos planes de contingencia para hacer frente a emergencias, aunque no a invasiones. En un sentido real, una invasión de Panamá por los Estados Unidos fue una redundancia, por lo que no podíamos reaccionar exactamente en términos militares clásicos. En cambio, nuestra estrategia fue oponernos a cualquier extensión de la actual ocupación estadounidense. Primero, las tropas debían establecer un perímetro seguro alrededor del cuartel general del comando militar panameño; mi mando estaría en la retaguardia en mi territorio natal de la provincia de Chiriquí, desde donde nuestras unidades podrían montar una fuerza militar de reacción, un centro de control de la estructura de mando militar desde donde basar el combate y la resistencia. A continuación, se desplegarían tropas de las Fuerzas de Defensa de Panamá con bloqueos de carreteras en toda la capital. Luego comenzaríamos a organizar una marcha de protesta civil en la ciudad. Estábamos listos para el combate cuerpo a cuerpo local en tal situación. Si Estados Unidos hubiera intentado eso, habría sido sangriento para ellos y no habrían ganado. Teníamos superioridad porque la población civil se había organizado en unidades de defensa civil, llamados Batallones de la Dignidad. Estas fuerzas vecinales estaban preparadas para luchar con el fervor de quienes luchan por la supervivencia de su nación, sus hogares y sus vidas. No todos estaban bajo las armas, pero teníamos miles de rifles, ametralladoras y lanzacohetes en varios arsenales secretos de municiones. Tras la decisión de lanzar nuestro plan, nuestras fuerzas G-3 debían comenzar a distribuir el armamento para que nuestra defensa civil pudiera defenderse de cualquier invasor sobre el terreno. El objetivo de nuestra planificación era estar preparados con respuestas mesuradas para establecer el control y la confrontación, pero no ir más allá de confrontar cualquier provocación que se desarrollara. Nunca tuvimos ningún plan para tomar rehenes o lanzar un ataque traicionero contra ningún objetivo estadounidense. Teníamos áreas de preparación para el despliegue de tropas en puntos altos con vista a Fort Clayton, donde tenía su base el Ejército de los EE. UU. La residencia del embajador de EE. UU. fue blanco de un ataque de represalia, si fuera necesario. También lo eran los depósitos de almacenamiento de combustible en poder de los estadounidenses. Estos fueron elementos clave para establecer un perímetro defensivo si los estadounidenses abandonaban sus bases e intentaban tomar el control. Pero lo que no pudimos planear fue un bombardeo aéreo, que es exactamente lo que sucedió. El bombardeo significó la destrucción de las fuerzas armadas, un ataque a la población civil y la ruptura de nuestras principales vías de comunicación. No estábamos preparados para tal asalto, ni lo estábamos cuando esa agresión golpeó a personas inocentes. Al cortar nuestras comunicaciones, no pude dar órdenes a través de la cadena de mando. Al cortar nuestros corredores aéreos, se destruyó nuestra capacidad para transportar hombres y equipos. Así era mi plan de retirada. Cuando quedó claro que necesitábamos poner nuestros planes en acción, ya era demasiado tarde. Las rutas aéreas fueron bloqueadas. No pude pasar. En retrospectiva, debería haberme dado cuenta de lo que estaba pasando. Hubo varias razones por las que no lo hice. Primero, las maniobras estadounidenses no fueron una sorpresa; cada vez que organizaban una operación, los estadounidenses exageraban: demasiados hombres, demasiados aviones, demasiadas municiones. En segundo lugar, estaba recibiendo información sesgada de un miembro de mi propio personal, cuyo nombre no identificaré. Mientras cuento la historia de la invasión y mi encarcelamiento, a veces me doy cuenta de que debo proteger la identidad de algunas personas que sirvieron conmigo en la Guardia Nacional y luego en las Fuerzas de Defensa de Panamá. Muchos de mis colegas todavía temen represalias contra ellos y sus familias por el simple hecho de defender a su país contra Estados Unidos. Otros, que pueden haber cometido errores y comportarse de manera deshonrosa en ese momento, sienten remordimiento por sus acciones durante la guerra, pero aún temen represalias. Rechazo los actos de venganza contra cualquier panameño por su participación en los eventos que llevaron a la invasión estadounidense de Panamá y la rodearon. Tampoco participaré en una guerra de palabras con mis oponentes panameños a lo largo de los años. Ya sea que se dieran cuenta o no, nuestros enemigos comunes eran las administraciones de Reagan y Bush, cuyas políticas nos engañaron y dominaron. Mi atención se dirige a resaltar esos actos infames. Después de regresar de Colón, me dirigí a una de las oficinas alternas que tenía en la ciudad, una instalación de la PDF (Fuerzas de Defensa de Panamá) en la Casa Memorial Torrijos en la Calle 50, en el centro de la Ciudad de Panamá, uno de los lugares dedicados a la memoria de Torrijos, que murió en un accidente aéreo en 1981. Allí me acompañó un grupo de amigos y militares, pero el foco de atención no estaba en una invasión. Ocasionalmente, aparecía más información sobre los movimientos de tropas mientras monitoreábamos la radio y la televisión estadounidenses. Había varias posibilidades: que se movieran contra Cuba; que eran maniobras y demostraciones de fuerza contra nosotros, con un poco de hostigamiento; que tal vez los movimientos no tenían nada que ver con Panamá. El fin de semana anterior, record��, Estados Unidos había movilizado un ataque a Colombia; al menos un hombre herido había sido trasladado en avión al Hospital Gorgas, una instalación militar estadounidense en la antigua Zona del Canal. Era posible que los estadounidenses se estuvieran preparando para nuevas acciones contra objetivos del narcotráfico en Colombia o Cuba. Mientras tanto, existía la posibilidad de un ataque de comando por parte de los estadounidenses u otro intento de golpe panameño en mi contra. Entonces, como precaución contra alguien que organizaba una redada, decidí ser un objetivo móvil; Ordené un pequeño convoy, compuesto por mi escolta de guardaespaldas y el equipo de fuerzas especiales. Ahí fueron catorce hombres valientes conmigo : Andrés Rodríguez, Iván Castillo, Omar Pinto, Simón Bolívar Herrera, Biviano Arboleda, Carlos Corcho, Nicolás Palacios, Santiago Padilla, Alcibíades Melgar, Marcelo Troechman , Antonio Sing , Marcos Saldana y Jorge Juan Rodríguez. Además, un hombre, identificado solo como JF para su propia protección en Panamá, fue asignado como jefe de guardaespaldas de mi familia. Ingresó a la embajada de Cuba con la familia y sirvió de contacto para los mensajes. Usamos tres vehículos: un Hyundai de cuatro puertas, un Toyota Land Cruiser y un sedán Mercedes (a menudo traía el Mercedes como vehículo de señuelo). Monté en el Hyundai. De camino al aeropuerto internacional, en las afueras de la ciudad, planeé detenerme un rato en el Hotel Ceremi, ubicado cerca de la entrada a la terminal del aeropuerto. El hotel se había convertido en una instalación militar en los últimos años. A partir de ahí, tenía una línea telefónica oculta especial desde la cual me comunicaba con nuestro hombre dentro de la embajada de los EE. UU. para averiguar qué estaba pasando. Cuando nos pusimos en marcha, se acercaba la medianoche. Al salir de los alrededores de la ciudad por la carretera que sale del pueblo, vimos las calles de la ciudad casi vacías; pocos civiles estaban afuera y había poco tráfico, aparte de algunos vehículos militares panameños que circulaban a toda velocidad. Lo que aún no podíamos ver era más significativo que cualquier otra cosa: los cielos sobre nosotros estaban controlados por los estadounidenses, que estaban listos para atacar en muchos frentes, por tierra, mar y aire. Incluso si hubiera hecho caso a las advertencias y me las hubiera arreglado para subir a un avión más temprano ese día, habría sido un presa fácil, porque el ejército de los EE. UU. comenzó a apoderarse de nuestro espacio aéreo quizás a las cuatro o cinco de la tarde. Entonces, si hubiera intentado salir hacia el Atlántico, habría sido un blanco fijo; una vez en el aire, tratar de volar hacia el Pacífico a Chiriquí hubiera sido igual de malo, ya que de cualquier manera podían monitorear el cielo desde el mismo tramo de territorio con su cadena de instalaciones de radar. La soga ya estaba puesta. Llegamos al Ceremi sin problemas. No llevábamos mucho tiempo allí cuando me puse en contacto con nuestra planta de la embajada de EE.UU. Su mensaje fue conciso y al grano: “Evasión y escape: autorizados para matar a MAN” Empezamos a escuchar bombas resonando cada vez más cerca de nosotros. En circunstancias similares, Charles de Gaulle se había visto obligado a huir del ejército nazi invasor medio siglo antes. De Gaulle y sus hombres tomaron la decisión en el campo de batalla de buscar un avión civil de aspecto inocente y lograron huir a través del Canal de la Mancha desde Burdeos hasta Heston, al sur de Londres. No tuve la buena fortuna de De Gaulle; Yo había pensado que un avión sin distintivos de la fuerza aérea podría salir desapercibido del aeropuerto internacional y llegar a Chiriquí. Sabía que las probabilidades lo hacían casi imposible, pero había algunas otras opciones. Me puse ropa de civil y salté al Hyundai con dos guardaespaldas. El resto de la escolta los siguió en el Land Cruiser. Todos ellos mostraron gran determinación y aplomo, todos preparados para luchar por sus vidas y para proteger a su comandante en jefe y compañeros de armas. Cuando nos alejamos del Ceremi, tuvimos nuestra primera visión clara de lo que estaba sucediendo. Allí, iluminado contra los trazadores y la luz tenue, pude ver cientos de paracaídas, una imagen demente de una película de Hollywood cobrando vida. Paracaidistas estadounidenses aterrizando en Panamá, listos para matar al enemigo: panameños en gran parte indefensos. Mi mente se aceleró mientras asimilaba todo. Tuve la clara sensación de que se trataba de una batalla personal, que todas estas maquinaciones estaban dirigidas por un hombre contra otro: George Bush había desatado el poder de la fuerza militar más grande del mundo, con un poder superior. objetivo: yo. Era como una pesadilla, como caer en una piscina y cuando tratas de alcanzar la seguridad de una pared o tocar el fondo, de repente te das cuenta de que las paredes y el fondo se han caído. No podía agarrar nada ni detener mi caída libre. Todo lo que pude ver fue un océano interminable e ilimitado y miles de armas y hombres que esperaban encontrarme en su punto de mira. Pensé en una conversación que había tenido algunos años antes con el líder libio Moammar Gahdafi, describiéndome el bombardeo estadounidense contra su país. Estaba recordando su cara y sus ojos cuando me dijo esto: “Atacaron a mi familia en la tienda donde dormían. Mataron a mi hijito; querían matarme”. Fui sacado de estos pensamientos por una explosión a un lado de nuestro pequeño convoy de autos privados. Lo que era una abstracción en la distancia ahora estaba encima de nosotros: la guerra con los estadounidenses. “Los paracaidistas siguen aterrizando”, gritó uno de los hombres. Retrocedimos por la antigua carretera de Tocumen. En la radio escuché una voz que sonaba como el Capitán Heráclides Sucre. Su voz era firme, hablando rápido, colina de la adrenalina de la desesperación. “Estamos en la plataforma cerca del inicio de la pista, posición Nilo Tango”, dijo. “Fuego pesado, ¡saca al comandante de allí!” El aeropuerto estaba claramente invadido por paracaidistas, algunos de los cuales deben haber notado que deambulamos por el camino. Comenzamos a recibir fuego, que levantó tierra en la maleza a lo largo del costado del camino, a medida que avanzábamos. El conductor reaccionó bien, desviándose y luego esquivando en un patrón irregular para evitar el bombardeo. Pero al hacerlo, se metió en una zanja al costado del camino y casi nos voltea. Recuerdo orientarme cuando los hombres y yo salimos. Pude ver helicópteros por todas partes y trazas iluminando el cielo detrás del Ceremi, paralelo al final de la pista, junto con explosiones y paracaídas a lo lejos contra la noche negra. Todos agarraron el arma más cercana a él, buscando atacantes, esquivando el fuego entrante y disparando en la dirección de los atacantes. Los hombres lucharon valientemente en una batalla campal contra los paracaidistas estadounidenses. Estábamos en una posición ventajosa, más baja que la superficie de la carretera; cerca podíamos escuchar a los hombres ladrando y respondiendo a órdenes, ninguno de ellos era panameño. Tomé un AK-47 y comencé a pelear. Quizás mis captores estadounidenses, que no tienen profundidad en su cinismo, intentarán acusarme, sentado y encarcelado, de un crimen de guerra por tener el descaro de defender a mi propio país. Pero eso fue lo que hice. Le disparé a todo lo que se movía. Estábamos disparando contra la hierba alta que separaba el camino de la pista, apuntando ráfagas de ametralladora allí, donde se originaba el fuego entrante. E incluso es posible que, al devolver el fuego a los emboscadores, hubiera matado o herido a uno de los valientes jóvenes enviados por el presidente Bush para capturarme ese día. Más de dos años después, supe del sargento norteamericano Carlos Morleda, que dirigía a esos hombres. Estaba viendo televisión en la cárcel cuando vi una historia sobre él en una estación en español. Quedó paralizado en los combates. Él y su pelotón simplemente estaban saltando donde estábamos conduciendo. Describió un grupo de autos que venían por la carretera, una emboscada y un feroz tiroteo. No creo que hasta el día de hoy sepa que yo estaba en el grupo con el que peleó. ¡Qué premio hubiera sido! Lo recuerda como una escaramuza sangrienta y un punto de inflexión en su vida. Pero no vio la oportunidad mucho mayor: el premio que se le escapaba en la distancia, un soldado panameño arrebatado de su mando, con solo sus manos, su cabeza y su corazón, luchando contra él. Creo que tanto los estadounidenses como los panameños quedaron sorprendidos por la intensidad de la batalla. Ambos bandos perdieron hombres en ese breve encuentro. El sargento americano dijo que empezaron con once hombres y perdieron siete. Teníamos aproximadamente el mismo número. No tengo idea de cuánto tiempo estuvimos inmovilizados allí; pareció una eternidad, pero en la prisa del tiempo y el espacio, podrían haber sido solo minutos. Finalmente , hombres de los Pumas de Tocumen, comandados por el capitán Sucre, acudieron en nuestra ayuda. Los cuarteles de Tocumen estaban ubicados no lejos del aeropuerto, y ya habían sido llamados a la batalla. Podíamos escuchar la cadencia creciente de sus disparos mientras se movían hacia nosotros lateralmente. "¡Escolta Cl, avance!" alguien transmitió por la radio. “Retirada, situación bajo control. Cambio y fuera. Los hombres de Sucre brindaron cobertura mientras Castillo, yo y varios otros subimos al Hyundai y nos alejamos. Fue pura suerte y la valentía de quienes nos rodeaban lo que evitó que nos mataran. Todo el tiempo estuvo cerca el jefe de mi personal personal, el capitán Eliécer Gaitán, tratando de unirse a nosotros, escuchando el tráfico de radio. Sabía que la idea era que yo intentara escapar a Chiriquí o, en su defecto, llegar a un búnker subterráneo en El Chepo, camino al Darién. “Fue cerca del aeropuerto que mi destacamento de seis hombres y yo tuvimos nuestro primer encuentro con los paracaidistas estadounidenses”, se citó a Gaitán en una entrevista periodística sobre la invasión. “Allí, en el hangar principal, murieron muchos estadounidenses; cerramos las comunicaciones por radio porque tenían un 100 por ciento de posibilidades de usar eso para identificarnos. Para los estadounidenses, fue una guerra tecnológica. Luchamos, pero su ataque fue brutal. Fue una guerra desigual en la que pagamos un alto precio en vidas humanas”. Condujimos hasta un grupo de casas no muy lejos del aeropuerto, pero no pudimos ir demasiado lejos: nuestros propios Batallones de la Dignidad habían bloqueado las calles con bloques de cemento, material de construcción, automóviles y troncos, tal como se suponía que debían hacer. Nos tomó más de una hora tratar de encontrar nuestro camino a un lugar seguro; la ciudad tranquila y desierta de una hora antes se había convertido en una zona de batalla de escombros y explosiones entrecortadas y pequeños incendios por todas partes. Nuestras radios ya no respondían; no teníamos teléfonos. Los estadounidenses habían cortado las líneas. El cuartel general estaba a varias millas de distancia, y ahora, tal vez a la 1 o 2 de la madrugada, ya había sido atacado con bombas. Esta zona residencial, no lejos del aeropuerto, fue el hogar de muchos soldados y oficiales de la PDF , incluido nuestro conductor. Usamos el teléfono de su casa para hacer algunas llamadas. Llamamos a mi oficina en Fuerte Amador y un soldado nervioso dijo que todavía no había pasado nada. Nadie contestó los teléfonos en el cuartel general. El batallón de crack Machos del Monte, un grupo de operaciones especiales altamente capacitado, se había mudado de Río Hato al cuartel general después del 3 de octubre, cuando el mayor Moisés Giroldi, espoleado con la ayuda de los estadounidenses, organizó un intento de golpe en mi contra. Permanecieron en servicio especial en la ciudad de Panamá durante la invasión y terminaron defendiendo la sede del comando contra la invasión. Lucharon feroz y valientemente, logrando derribar dos helicópteros, aunque los estadounidenses nunca lo admitieron. Uno de los helicópteros se estrelló contra un edificio y provocó un incendio. Luego, los estadounidenses culparon a los Batallones de la Dignidad por incendiar Chorrillo. Eso fue una mentira. Sabían lo que realmente había sucedido: lanzaron una sangrienta invasión muy cerca de los civiles y cuando mataron gente, echaron la culpa, como siempre, a Panamá y, en concreto, a mí. Regresamos al auto, manejamos y manejamos en medio del caos tratando de llegar al cuartel militar de San Miguelito, que estaba cerca de la carretera del aeropuerto, era allí donde yo tenía que tratar de reunirme con el estado mayor. Nos movimos a través de las secciones acomodadas de la ciudad, considerando poco probable que fueran objeto de un ataque. Zigzagueamos por las afueras de la ciudad de Panamá, pasando junto a la estatua de Teddy Roosevelt. Allí cortamos nuevamente la vía principal y nos refugiamos en San Miguelito en la casa de Balbina Perinan, la diputada representante del barrio obrero. Fue un viaje duro. En el camino, vimos al Coronel Moisés Correa y varios otros hombres parados cerca de una camioneta amarilla no muy lejos. Le dije a uno de mis hombres que fuera a hablar con él; regresó poco después, diciendo que Correa se había quitado el arma y el cargador de municiones cuando vio acercarse a su colega, en una aparente señal de que no quería ser un combatiente. Lo que vimos cuando llegamos a San Miguelito fue una invasión en toda regla, trazas iluminando el cielo antes del amanecer, el sonido de armas ligeras, aviones, helicópteros y explosiones. Mi visión de los acontecimientos se limitaba a lo que podía ver desde las ventanas de la casa de Perinan. Desde la invasión, he tenido que depender de otros: antiguos amigos comprados por los estadounidenses y abogados, jueces y jurados que no hablaban mi idioma ni entendían el contexto político de lo que me estaba pasando. Mi vida bajo el encarcelamiento estadounidense ha estado llena de traición y una serie de eventos que se burlan de lo que los estadounidenses llaman su "sistema de juego limpio". Se me ha negado el privilegio de contar mi propia historia, se me ha impedido dar mi versión de los hechos; vilipendiado por personas que han comprado la historia del establecimiento estadounidense; ridiculizados, calumniados y calumniados por la potencia de la capacidad propagandística de ese establecimiento. Ahora hablo, no en defensa, porque no es mi intención tomar la posición débil y reconocer la victoria de mis atacantes. Espero ganar, en el sentido de que espero la reivindicación de la historia, no porque sea beligerante, no porque sea lo que se espera de mí, esa imagen ridícula de un hombre que blande un machete, como si fuera a declararle la guerra a los Estados Unidos. Todas estas son imágenes utilizadas por George Bush para suavizar al público por la carnicería que tuvo lugar el 20 de diciembre de 1989, para crear la imagen de un luchador loco, solo otro dictador loco que se atrevió a desafiar la supremacía de los Estados Unidos. Todavía no he experimentado el legendario juego limpio estadounidense con el que se crían estas personas, del que muchos de nosotros, los panameños, escuchamos mientras crecíamos: un juicio justo, una audiencia justa, derechos humanos. Escuché sobre el juego limpio y el estilo de vida estadounidense todo el tiempo en la cárcel donde estoy encarcelado, un prisionero de guerra, no un prisionero de guerra autodeclarado, sino un prisionero de guerra bajo la determinación independiente de la Cruz Roja Internacional. , que es el único árbitro de la convención de Ginebra. El hecho es que Estados Unidos le hizo la guerra a un país inocente y mató a miles de panameños sin razón alguna. Y yo estoy sentado aquí con orgullo en mi uniforme, el último sobreviviente de las Fuerzas de Defensa de Panamá, un cautivo de esa guerra, esperando contar mi historia. Los crímenes de Estados Unidos fueron bien descritos por el obispo católico mexicano Méndez Arce, citado por la agencia de noticias Prensa Latina el 22 de diciembre de 1989. Estados Unidos aprobó la injusta invasión y la consiguiente destrucción, maltrato y masacre del pueblo panameño. Para nosotros, parece ser una prueba seria de que las mentiras sistemáticas son capaces de corromper al público estadounidense. Qué panorama tan detestable y vergonzoso es ver que un gobierno que se considera abanderado de la democracia y la justicia pueda ignorar el orden internacional y asumir los roles de policía, juez, jurado y verdugo de todos los demás. Todavía estoy esperando esa audiencia justa y un juicio justo, todavía no lo he visto. Quizás mis palabras, contando mi historia, te den la capacidad de juzgarme justamente, sin ningún filtro de políticos o jueces. Te dejaré ser el juez, porque no necesito vender mi posición. Estos son hechos que son fáciles de ver. Es importante decir que no considero que mis palabras sean una defensa. Mi capacidad para defenderme terminó cuando me quitaron el último arma de las manos en la embajada del Vaticano en la ciudad de Panamá y me encarcelaron y me llevaron a los Estados Unidos. En cambio, esta es una recitación de los errores cometidos en nombre de los Estados Unidos. Te diré mi punto de vista de lo que sucedió y cómo sucedió. Te hablaré de mí; y después de que todo esté hecho, puedes insultarme, puedes estar de acuerdo conmigo o no, o puedes juzgarme por el tamaño y la traición de mis enemigos. Quizás se convenza de que Estados Unidos no tiene inocencia en esta historia, que el enemigo de la historia es el mismo George Bush, quien, reafirmando el colonialismo estadounidense en Panamá y en todo el mundo antes que él, invadió un país para satisfacer su agenda política. , mató a su gente y se apoderó de su líder, quien se atrevió a desafiar su voluntad. ¿Por qué yo? ¿Por qué, después de ser el hombre con el que Estados Unidos podía contar, me convertí en el enemigo? Porque yo dije no. No a permitir que Estados Unidos siga manteniendo una escuela de dictadores en territorio panameño. No a la solicitud de que Panamá sea utilizada como base de operaciones de los escuadrones de la muerte salvadoreños y de la Contra nicaragüense. Muchos no . Combinado con mi desafío, estaba el persistente colonialismo en los Estados Unidos por parte de conservadores como Reagan y Bush, quienes no podían soportar regalar el Canal de Panamá, especialmente a un líder que despreciaba su autoridad. Así que conspiraron contra el hombre al que no podían controlar; ¡lo convirtieron en un “loco” y, además, en un hombre que se atrevió a juntarse con los comunistas! Luego, cuando encontraron algo aún peor para llamarlo, también lo usaron. Lo llamaron traficante de drogas, vendiendo drogas en América del Norte para destruir los Estados Unidos. Tres veces, sin embargo, trataron de forzarme a un acuerdo en el que obtendría todas las seguridades personales posibles, dinero, protección y salvoconducto, siempre que accediera al exilio y dejara el camino despejado para su control. Rechacé. ¿Cómo tratas a un hombre que se atreve a desafiarte? Lo destruyes. Finalmente, tenga en cuenta que usted es un hombre sin agallas de carácter débil, un hipócrita, un mentiroso: George Bush. No solo atacas al “demonio” a sí mismo ya su país, sino que también pretendes que Panamá es el enemigo, y matas a quien quieras. No hay problema con los medios de comunicación: les dices que todos los que mataste eran enemigos, no hombres, mujeres y niños desarmados e indefensos. Y pretendes que los panameños que sí pelearon no tenían derecho a defender su país. Tú controlas las reglas del juego. Usted es el establecimiento. Capítulo 2
A la sombra de los conquistadores NACÍ EN LA CIUDAD DE PANAMÁ, pero pasé mis primeros años en el pueblo de mi madre en la región del Darién, en la frontera con Colombia. Mi madre era una mujer soltera. Se enfermó cuando yo era un bebé, me llevó de vuelta a la casa de su familia y me dejó al cuidado de mi madrina, Mamá Luisa. Mi padre, Ricaurte Noriega, era contador público en la Ciudad de Panamá. Me cuidaba religiosamente, enviándome comida y dinero periódicamente con mi hermano Tomás, que trabajaba para una naviera como sobrecargo en uno de los barcos. Nuestra familia vivía humildemente, pero había comida y recuerdo ser un niño feliz. Mi pueblito se llamaba Yaviza, en la provincia de Darién, donde desembarcó Cristóbal Colón en su cuarto viaje a América. Fue cerca de allí que Balboa cruzó camino a la Costa Atlántica. Balboa cruzó las montañas y fue cerca de donde vio por primera vez el Océano Pacífico. Cuando los conquistadores españoles llegaron a esta parte del Nuevo Mundo, establecieron una colonia cerca de Yaviza y construyeron una poderosa fortaleza para repeler a sus enemigos. Las murallas todavía están allí. Recuerdo subir los parapetos y las ruinas del fuerte, una colección de antiguos escalones de piedra y laberintos, ruinas del siglo XVI perfectas para un niño pequeño. Mis amigos y yo escalábamos los muros desmoronados y nos balanceábamos en las torres y luego, cuando teníamos calor cuando el sol se ponía, saltábamos al río Tuira, el río más grande de Panamá, para nadar. Es un área selvática y el río se parece mucho a lo que te imaginas que es la selva amazónica. Al igual que en el Amazonas, los recolectores de caucho habían venido al Darién para ganar dinero extrayendo la savia de los árboles de caucho y luego transportando caucho crudo a los mercados de la ciudad. Había una mezcla de culturas en el Darién: algunos eran descendientes de esclavos africanos; otros eran de origen indígena; muchos, como yo, eran descendientes de indios, negros y los primeros conquistadores europeos. En Yaviza comencé a tener mi primera noción histórica de Panamá: quién era yo, cómo se formó Panamá, la conquista española, el colonialismo. Teníamos una escuelita en Yaviza, donde mis primos, amigos y yo recibimos la educación primaria. Mi maestro favorito, con mucho, fue mi tío abuelo, el hermano de mi abuelo. Me enorgullece decir que la escuelita de Yaviza aún lleva su nombre: José del Carmen Mejía. Ya era un anciano y había estudiado en Colombia, cuando Panamá era una provincia del norte de Colombia, antes de que Estados Unidos conspirara con los franceses y declarara a Panamá un estado independiente. Sentado a orillas del río, sobre las ruinas de ese histórico fuerte español, el tío José del Carmen me enseñó a mí y a docenas de otros niños a lo largo de los años la historia del explorador español Balboa y su viaje hacia el Pacífico. Me contó cómo los españoles conquistaron y mataron a cualquier tribu india que se atreviera a resistirlos. Hubo bárbaros entre los conquistadores que no pensaron en la humanidad, solo en el oro. Cuando Balboa llegó al istmo, cruzando del Atlántico, se encontró con el poderoso cacique Caretas y con avidez miró a su pueblo, todo adornado con oro. Los españoles fueron llevados a la distracción por el oro; tanto oro, dice la tradición, que el cacique hasta sirvió agua a Balboa en una copa de oro. Balboa y sus hombres, por supuesto, querían saber de dónde provenía esta riqueza. “Bajen a ese valle”, les dijo el hijo del jefe. “Encontrarás mucho más oro del que has visto aquí o en cualquier lugar, todo el oro que necesitas”. Balboa nunca encontró El Dorado, pero así fue como se convirtió en el primer europeo en contemplar el Océano Pacífico. En su codicia, Balboa siguió avanzando hacia Darién. Finalmente, fue asesinado por un conquistador español rival, Pedro Arias de Ávila, quien estaba enojado porque Balboa se había enamorado de la niña india Anayansi . Ávila ordenó su captura por los soldados. Balboa fue capturado y sus captores le cortaron la cabeza. La historia que nos contó José del Carmen era una historia de conquistadores y vencidos, los españoles y su fuerza masiva contra los indios; jefes indios subyugados, indígenas encarcelados, atados y llevados de regreso a Europa como trofeos de su conquista. Es la historia de América Latina, revivida y repetida por los conquistadores, siempre dispuestos a imponer sus metas y sus valores a los demás. Siempre que pienso en lo que le ha pasado a Panamá a manos de los estadounidenses, puedo reducirlo en algún nivel a la historia de mi tío sobre Balboa y la búsqueda de oro. Mamá Luisa y yo nos mudamos a la ciudad de Panamá. Uno de mis primeros recuerdos de esos años fue acompañar a los niños mayores mientras organizaban protestas contra los estadounidenses y el tratado militar Filos -Hines que lograron renegociar con Panamá. El tratado extendería el control estadounidense de las bases militares, incluido Río Hato, en territorio panameño. A nadie le gustaban los estadounidenses y era fácil organizar protestas. Los estadounidenses no mostraron ningún respeto por los panameños. Había problemas cada vez que un buque de guerra estadounidense atracaba en la ciudad de Panamá. Los marineros se divirtieron en los locales nocturnos y bares locales, se emborracharon y comenzaron a abusar de las mujeres panameñas. Las peleas estallaban constantemente. Por lo general, cuando el sindicato de estudiantes organizaba una protesta, se esperaba que los niños pequeños como yo repartiéramos volantes y latas para las contribuciones. Seriamente comprometidos con lo que nuestros mayores nos habían enseñado, luego regresamos para depositar cada centavo que nos dieron en las oficinas estudiantiles del Instituto Nacional, la universidad donde se centralizaban todas las actividades antigubernamentales. Una demostración se destaca de todas las demás. Este fue el gran día de huelga organizado justo antes del 12 de diciembre de 1947, el día de la ratificación prevista del nuevo tratado Filos -Hines en la Asamblea Nacional. Estaba en la Avenida Central, en el centro de la Ciudad de Panamá, parado frente a una tienda de ropa con el nombre en inglés “Best Fit”. Los líderes de la protesta ese día fueron dos estudiantes llamados Aristides Ureña y Moises Pianeta ; marcharon al frente de la procesión portando la bandera panameña. Allí estaban otros líderes estudiantiles que puedo recordar, personas que luego desempeñaron un papel destacado en el país, incluido Manuel Solís Palma, quien luego se convertiría en presidente de Panamá. Solís Palma, uno de los principales organizadores, fue arrestado ese día, al igual que muchos otros líderes estudiantiles. Los organizadores estudiantiles sabían que estaban alineados contra fuerzas poderosas mientras protestaban por la firma de los tratados Filos -Hines. Estaban combatiendo no solo al gobierno panameño; sus objetivos también eran los Estados Unidos y las poderosas fuerzas económicas que controlaban Panamá tras bambalinas. El término “república bananera” fue acuñado en Panamá y América Central, y una república bananera es exactamente lo que éramos. La United Fruit Company tenía participaciones masivas en Panamá y en toda la región. A la empresa le interesaba que los lazos militares entre Panamá y los Estados Unidos se fortalecieran y extendieran para siempre. Cuando United Fruit quería que se hiciera algo, podía ejercer su poder. La empresa tenía grandes plantaciones en ambas costas de Panamá. Cuando un miembro de la Asamblea Nacional ganó las elecciones, por lo general fue con el respaldo y el dinero de la United Fruit. Lo mismo ocurría con los presidentes y, por lo demás, con la Policía Nacional, antecesora de las Fuerzas de Defensa de Panamá. La United Fruit se convirtió en una extensión de la voluntad de los Estados Unidos, especialmente en casos como el tratado Filos -Hines, al que apoyó mucho. La Policía Nacional en ese momento estaba bajo el mando del Coronel José Antonio Remón Cantera, quien luego se convertiría en general y eventualmente presidente de Panamá. Tenía órdenes de reprimir las protestas como fuera necesario: con disparos, balas, sables y hombres a caballo pisoteando a los manifestantes, si era necesario. Estaba de pie con mi prima, Yolanda Sánchez, estudiante del Liceo de Niñas, cuando la caballería, con los sables desenvainados, comenzó a moverse constantemente hacia la multitud. Había gente hasta donde alcanzaba la vista. Estaban atascados por todas partes a lo largo de la Avenida Central, donde se estrecha frente al Parque Santa Ana, justo arriba de la calle de la Asamblea General. Estudiantes de secundaria, maestros, niños de primaria, estudiantes de la universidad, sus profesores, todos salieron a la calle en apoyo de la huelga general. A medida que la caballería se acercaba, la gente comenzó a caerse y correr hacia un lado. Yolanda y yo nos apretujamos en una puerta mientras la caballería se movía entre la multitud. Pero los líderes de la protesta, Ureña y Pianeta , siguieron caminando orgullosamente a la cabeza, con la bandera panameña en alto. Los caballos respiraban justo encima de la multitud cuando un soldado cortó el brazo de Ureña y le cortó la bandera panameña de las manos. Pianeta , también cubierta de sangre, cayó al suelo. Quedé profundamente impresionado por lo que vi. Siempre pensé en Aristides Ureña, y pude ver la imagen de él marchando frente a mí, tal como lo hizo ese día. Cuando asumí el cargo de comandante de las Fuerzas de Defensa de Panamá, más de treinta años después, fui a Santiago de Veraguas, donde aún vive el señor Ureña, para contarle mi vívido recuerdo. Lloró cuando le conté cómo vi al soldado cortarle la bandera de las manos. Después del ataque, todos comenzamos a correr; la policía lanzaba botes de gas lacrimógeno. Yolanda y yo nos ahogamos y lloramos mientras corríamos por la Avenida B, deteniéndonos en la puerta de un pequeño restaurante llamado Café Durán. De allí, corrimos hacia el antiguo mercado cerca de donde yo vivía y dimos la vuelta por la parte de atrás hasta la Avenida Central y entramos al parque junto a la catedral. Los manifestantes lograron reagruparse y marchaban hacia la Plaza de Francia, ahora rebautizada como Las Bóvedas , justo frente a la Asamblea Nacional; adentro se desarrollaba el debate sobre las bases norteamericanas. Los organizadores necesitaban idear una forma de mantener a raya a la caballería, por lo que los líderes estudiantiles reunieron a todos los niños pequeños y repartieron bolsitas de granos de maíz. Nos dijeron que arrojáramos todo lo que pudiéramos sobre los adoquines delante de los caballos. Fue fácil para nosotros hacerlo; pasamos desapercibidos entre la multitud y tiramos el maíz al pavimento. Funcionó. Los caballos comenzaron a resbalar y caer de rodillas sobre los adoquines a lo largo de la ruta. Esto ralentizó a la policía, dando tiempo a los manifestantes para escapar por las calles laterales una vez más y regresar a la catedral. La idea era agruparse justo frente a la Asamblea Nacional y hacer suficiente ruido para influir en los diputados reunidos adentro. Pero la policía pronto se reagrupó y esta vez se trasladaron a pie, con los rifles en la mano. Abrieron fuego. Un estudiante, Sebastián Tapia, cayó al suelo. Quedó paralizado ese día y se convirtió en un héroe para todos. Mientras corríamos, Yolanda también fue atropellada; afortunadamente solo la rozaron, pero unas personas la recogieron y fuimos al hospital. No fue grave. Después de eso, volvimos a mi casa, frente al mercado, un pisito en la Avenida Norte 27, encima de una tienda llamada Compañía Ávila. Estaba justo en la calle del palacio presidencial. La reacción popular a las protestas y la vergüenza posterior fueron demasiado para la Asamblea Nacional. A pesar de la presión de Estados Unidos y la United Fruit Company, rechazaron los tratados. Fue un gran día para los estudiantes, una gran victoria. Yo era, por supuesto, demasiado joven para apreciar mucho de esto. Pero cuando entré en la adolescencia, compartí la actitud dominante de mis compañeros de estudios hacia los estadounidenses. Siempre que había algún tipo de manifestación en el pueblo, también había problemas en la Zona del Canal. Los estudiantes se burlaban de los estadounidenses y arrojaban piedras. Como siempre hacían en tales ocasiones, los soldados estadounidenses levantaron barricadas en lo que entonces se conocía como la Avenida Cuatro de Julio; ahora se conoce como Avenida de los Mártires. Esa avenida separaba a Panamá abajo del área de la administración militar de la Zona del Canal, situada en un cerro con vista al Canal de Panamá por un lado y al Chorrillo por el otro. Había barricadas con concertina en la parte superior que lo convertían en algo así como el Muro de Berlín, dividiendo la ciudad por el centro. El área estaba llena de soldados estadounidenses y policías panameños. Los soldados estaban estacionados a lo largo de cada centímetro de la barricada, de más de una milla de largo. El sentimiento antiestadounidense fue muy fuerte, especialmente después del incidente con los tratados. El desdén mostrado por Estados Unidos fue una provocación constante para los jóvenes panameños, quienes estaban desarrollando un sentido de patriotismo y ya eran antipáticos hacia los estadounidenses. Y todo estaba centrado allí abajo en la Avenida Cuatro de Julio. A un lado de la calle había soldados estadounidenses, policías estadounidenses operando como si estuvieran en su propio país, hablando un idioma diferente, ondeando la bandera estadounidense, la única bandera que se podía ver en la Zona del Canal, aunque era territorio panameño. . Un estudiante que caminaba a mi escuela, el Instituto Nacional, tenía que pasar por los americanos en el camino de Chorrillo y otros barrios para llegar. Si te atrevías a caminar por el lado equivocado de la calle, los soldados te empujaban y te obligaban a pasar al otro lado. Así que fue bastante fácil ver cómo las semillas del nacionalismo y el orgullo por Panamá podrían crecer en ese entorno. Y si echas un vistazo a los estudiantes de ese período, ves a algunas de las mismas personas que ayudaron a negociar los tratados Torrijos-Carter, personas como Jorge Illueca , Rómulo Escobar Bethancourt, Materno Vásquez, todas las personas presentes treinta años después para la negociaciones que llevaron a la firma de los tratados del Canal de Panamá. Me gradué de la escuela secundaria con conocimientos generales de muchas materias. Tenía muchas ganas de estudiar medicina. Sin embargo, algo había sucedido que cambiaría mi vida. De todos mis hermanos, Luis Carlos siempre fue mi favorito. Cuando se graduó de la escuela secundaria, obtuvo una licenciatura en derecho de la Universidad de San Marcos en Perú. Luego ingresó al cuerpo diplomático panameño y fue destinado a Lima, Perú. Aunque no me interesaba para nada la carrera militar, se me abrió la oportunidad de asistir a la Escuela Militar de Chorrillos en Lima, y aproveché el momento, sabiendo que eso también me ayudaría a pasar más tiempo con mi hermano. Chorrillos tenía una gran tradición militar, cosa que nosotros en Panamá no teníamos. Estudié ingeniería militar bajo un régimen estricto. Pero la parte mejor y más memorable de la semana fue el sábado por la tarde, cuando teníamos vacaciones de fin de semana. Salí corriendo de la escuela para pasar tiempo con Luis Carlos, quien se convirtió en mi tutor y mentor. Luis Carlos era un gran conversador; era muy culto y tenía un sentido preciso de la historia. No exigió nada menos de mí. Me llevaba a museos, a lecturas de política, a almuerzos entre literatos limeños, donde desarrollé un sentido de la cultura más allá de lo que había imaginado. Estos fueron años maravillosos para mí: Luis Carlos podía convertir el tema más mundano en algo memorable a través de su capacidad para recordar anécdotas y eventos que dieron vida a la historia y la literatura. Nuestras salidas literarias incluían intelectuales, escritores, historiadores; él era bueno para hacer amigos, especialmente entre los políticos, la gente más rica de Lima y los estadistas más antiguos del mundo cultural limeño. Fue un momento rico e interesante para mí. Exigió que absorbiera las lecciones de la historia. Luis Carlos era de mentalidad bolivariana; es decir, no hubo mayor fuente de importancia política que la marcha de Simón Bolívar por la independencia latinoamericana en el siglo XIX. El objetivo de Bolívar era unir a la América de habla hispana. Los seguidores de Bolívar son una raza aparte: estudian las minucias de la vida del gran general; lo colocan como un modelo sobre el cual contemplar los acontecimientos actuales y los desarrollos políticos. Y así fue con Luis Carlos; todo estaba en función del ideal bolivariano, la independencia cultural de América Latina, su unificación y su liberación de la dominación colonial. Sin embargo, no había nada militarista en este enfoque; Por extraño que parezca, el militarismo y los ejércitos no fueron más que una abstracción para mí durante mis años en Perú, aunque estuve inmerso la mayor parte de la semana en estudios militares. La razón era bastante clara: como panameño, no podía relacionarme con un futuro militar. La nuestra era una fuerza de policía civil, para la mayoría de los casos al servicio de los agentes de poder económico de élite de Panamá. La Policía Nacional de Panamá no era algo en lo que un joven idealista o un estudiante que luchaba por encontrar su camino pudiera enfocarse como una meta para el futuro. Mi hermano tampoco vio su análisis bolivariano en términos militares. Era un civil, un humanista, un intelectual hasta la médula; creía en la diplomacia. Mientras que el militar ve la solución definitiva al conflicto en el armamento y la superioridad de las armas, el diplomático ve la solución en las negociaciones, en las reuniones, en los codicilos de los tratados. Creía que toda la historia de Panamá podía entenderse prestando atención a los detalles de la historia, detalles ocultos que explicaban las acciones de los hombres; que la única forma de que las futuras generaciones de panameños superaran la dominación y la humillación era comprender y analizar los errores del pasado. Gracias a Luis Carlos desarrollé una vida intelectual. Pero pronto vendría otro mentor que también sería una gran influencia, un hombre que me llevaría a una nueva carrera en un nuevo mundo: una nueva fuerza militar panameña profesional. Su nombre era Omar Torrijos. Durante el mandato de Torrijos como líder de Panamá, desde 1968 hasta su muerte en 1981, y hasta la invasión estadounidense de 1989, Panamá fue un país diferente. Por primera vez, gente de los barrios pobres del país —el hijo de la cocinera, los hijos de las vendedoras de lotería en la calle, amas de casa y campesinos— salieron de la pobreza a la clase media con un nuevo estatus social, ya no parias en su propio país. De repente, las universidades se abrieron para ellos; hubo becas para ser abogados, médicos y maestros. Por primera vez, la gente de las clases bajas podía incluso pensar en convertirse en ministros, miembros de la corte suprema. Pregúntele a los poderosos de Panamá y le dirán que Torrijos estaba corrupto, que había que cambiar el sistema, que gracias a la invasión de Estados Unidos todo volvió a ser como debía ser. La realidad es diferente. Desde la fundación de la república, la característica predominante de la clase gobernante ha sido que está poblada por gente blanca rica. Todos los demás se quedaron para arrastrarse en la tierra. Los llamaron los criollos, o personas de origen racial mixto. Eran habitantes de barrios marginales, gente de color, y nunca tuvieron puestos de importancia; la sola idea de encontrar a una persona negra en el gobierno de 1903 a 1968 era virtualmente inconcebible. En cambio, cuando Torrijos consolidó su poder, después de 1969, después del intento de derrocarlo, de repente vimos en su gabinete a miembros de la clase media y descendientes de los pobres, en altos cargos. Y esto se refleja en las oportunidades que se le dan a la clase media baja, en su mayoría gente de color, que llegó a tener puestos de servicio civil y otros cargos que antes eran un privilegio reservado a la oligarquía panameña y su sociedad cerrada. Llegué a conocer a Torrijos mejor que nadie, íntimamente, como el soñador visionario que era. Sin embargo, aunque ahora creo que todo tiene un propósito, mi encuentro casual con Torrijos parecía un increíble golpe de buena suerte para un humilde cadete que acababa de graduarse de la escuela militar. Capítulo 3
Un soldado por destino
Después de casi cinco años en Perú, regresé a Panamá ya adulto, habiendo madurado mucho, gracias a la academia militar y la tutela de mi hermano. Pero el ejército todavía no significaba nada para mí: mi plan era establecerme y encontrar un trabajo. Aterricé uno en el Servicio Geodésico Internacional. Primero, recibí capacitación técnica adicional en cartografía y luego me asignaron al campo como ingeniero. Yo estaba bien preparado para el trabajo. Nuestra misión era montar un delicado equipo cartográfico, un monitor oceanográfico. Estábamos operando en ese momento en el lado del Pacífico en la provincia de Azuero en Punta Guanico. El equipo tuvo que colocarse a lo largo de las rocas durante la marea baja, pero las rocas estaban resbaladizas y la orilla de arena blanda estaba suelta. Lo que se necesitaba era una persona lo suficientemente ligera como para caminar sobre las rocas sin hundirse en el suave fondo del océano. La mayoría de mis colegas eran mayores, gordos y altos, pero yo era perfecto para el trabajo: pesaba alrededor de cien libras y era el hombre más pequeño allí. Así que ataron un salvavidas alrededor de mi cintura y salí a las rocas, con la esperanza de que soportaran mi peso. tuve éxito Estaba disfrutando este trabajo, casi me había olvidado de tomarme en serio a los militares y estaba dando largas al inscribirme en la Guardia Nacional, como se conocía a la Policía Nacional. Estaba ganando suficiente dinero para algunos lujos, como un automóvil y ropa decente. Yo también tenía novia; la vida me estaba tratando bien. Me había establecido en una rutina y esperaba una vida sólida y tranquila. No tenía idea de cuán dramáticamente cambiarían las cosas. Todo comenzó durante las celebraciones del carnaval de Cuaresma en 1962, poco después de mi regreso de Perú. Conduje hasta Colón con mi novia y algunas otras personas para ir de fiesta por la ciudad. Íbamos camino a la primera parada cuando, de repente, pinchamos una rueda. Todo estaba cerrado por vacaciones y no tenía repuesto. Entonces, comencé a caminar. Estábamos cerca del cuartel militar local y me dirigí en esa dirección. Tenía amigos allí y sabía que me podrían echar una mano. Entré en la sede, buscando a mis amigos. Al principio, me decepcionó que solo hubiera unas pocas personas alrededor. Pero luego hubo algo de agitación y ladridos de órdenes en la distancia, seguidos por el sonido de personas que se acercaban. "¡Atención!" Escuché a alguien decir. Instintivamente, como nuevo cadete graduado que era, a pesar de que no estaba en uniforme y no me había presentado para el deber, me apresuré, golpeando mis talones mientras lo hacía. Entró el comandante del batallón, ya un hombre famoso dentro del ejército. Era alto, con una frente prominente y ojos brillantes. Parecía energizar la habitación. Su nombre era Omar Torrijos. Torrijos ya se había ganado la reputación de ser uno de los nuevos líderes dentro de la Guardia Nacional, que era una institución muy diferente en ese entonces. En gran medida subordinada a los intereses comerciales, seguía siendo la organización represiva que había sido durante mis días de estudiante, capaz de sofocar los movimientos de protesta en nombre de los Estados Unidos y las clases ricas. Torrijos, sin embargo, tenía fama de ser un pensador independiente y era muy respetado entre los jóvenes reclutas como yo. Panamá es un país pequeño, y en ese momento no había más de varios miles de personas en la Guardia Nacional; muy pocos eran oficiales de academia y menos aún habían ido a la Academia Militar Peruana. La mayoría de los hombres se conocían. Ciertamente sabía quién era Torrijos y Torrijos había oído hablar de mí de varias fuentes. Primero, yo era uno de los pocos cadetes que se habían entrenado en Perú. En segundo lugar, yo era hermano de un diplomático bastante conocido. Quizás, también, me había ganado la reputación de tener una mente propia. Torrijos pareció reconocerme, aunque pensé que nunca nos habíamos conocido. “Tú eres Noriega, ¿no?” "Sí señor." Ven arriba conmigo. Seguí a Torrijos a su oficina, olvidándome por completo de mi auto, mi novia y la fiesta. Ahí estaba yo, recién salido de la escuela, un miserable segundo teniente que ni siquiera había comenzado su servicio formal, y de repente el comandante local me lleva con él. Hay una gran diferencia entre un mayor y un segundo teniente, y yo estaba en estado de shock. Subimos al segundo piso del cuartel, donde Torrijos tenía su oficina, que por cierto se conserva como entonces. Se dirigió a mí informalmente. “Tomemos un trago”, dijo Torrijos. “Muy bien, señor, a sus órdenes”, respondí, como nos enseñaban en la escuela de cadetes. "Tomaré un trago". Pero Torrijos pasó por encima de las formalidades y el ambiente se volvió más informal. Dijo que había oído hablar de mi paso por Perú y me preguntó sobre mi carrera y mi futuro. Fui honesto con él. “Bueno, señor, he estado involucrado en un proyecto de ingeniería con el Servicio Geodésico Internacional y lo estoy disfrutando”, le dije. “Realmente no me he centrado en la Guardia Nacional”. “Eso le está pasando a todo el mundo en estos días, pero no siempre será lo mismo”, dijo Torrijos, sin aclararse. “Algunos de nosotros estamos buscando una nueva era en la Guardia Nacional”. Lo dejó en ese tono cómplice y cambió de tema. “Escucha”, dijo, “soy el invitado de honor en el toldo , el baile de carnaval de la base. ¿Por qué no vienes? “Bueno, tengo algunos amigos conmigo”, respondí. "Está bien, tráelos". Reuní a mis amigos y nos fuimos a la fiesta. Durante el período festivo se realizan fiestas y bailes y mascaradas de todo tipo, comenzando el fin de semana anterior y culminando con la gran celebración del martes anterior a la Cuaresma. Me había invitado a la gran fiesta del carnaval en Colón. Fue una gran emoción ser arrastrado junto con él. En cierto momento de la noche, volvió a sacar el tema de los negocios. “Ves”, dijo, “hay quienes creemos que la Guardia Nacional podría ser más de lo que ha sido, que podría reestructurarse”, me dijo, todavía siendo vago. Bueno, incluso decir esto estaba cerca de causar problemas. Lo que decía, en tantas palabras, era que se hablaba de rebelión. El líder de la guardia en ese momento, Bolívar Vallarino, mantenía una línea conservadora y no habría tolerado un movimiento de cambio dentro del cuerpo. Fui vago y teórico en lo que dije también. “Creo que mi formación militar no tiene nada que ver con lo que yo veo de la Guardia Nacional como fuerza policial”, dije. “Corren en direcciones opuestas. Ser policía no tiene nada que ver con ser soldado profesional”. La conversación siguió así durante un rato, hasta que Torrijos dijo: “Entonces, ahora que te graduaste, ¿qué vas a hacer? ¿Te gustaría trabajar para mí?” preguntó. Esta fue una pregunta difícil. Mis pensamientos habían estado lejos de los militares. Mi trabajo fue muy satisfactorio. Por otro lado, este encuentro me había tomado completamente por sorpresa. Encontré la conversación sobre los militares muy en línea con mis sentimientos de nacionalismo, con mi análisis de lo que podría ser la Guardia Nacional. Me cautivó inconscientemente el estilo de Torrijos, tanto que me escuché responderle con entusiasmo: “Sí, señor, mucho. Pero se supone que debo empezar un curso de geografía con el Servicio Geodésico Internacional. Y tengo mi trabajo allí”. "No hay problema" fue todo lo que dijo. Eso fue todo. La oferta de trabajar para él pareció perderse en la fiesta. El carnaval vino y se fue; Regresé a la costa, de vuelta a mi trabajo de mapeo, resbalando y deslizándome por las rocas de la costa, feliz de seguir mi carrera trabajando para el servicio geodésico. Se consideró un trabajo de ciruela. Me pagaban bien, recibía elogios por mi trabajo y estaba conociendo el corazón del país. Unos cuatro meses después, recibí un telegrama urgente de Luis Carlos, quien para entonces también había regresado a Panamá. “La Guardia Nacional está comisionando a cuatro oficiales y su nombre está entre ellos”, decía el telegrama. “Vuelve a casa tan pronto como puedas”. Torrijos no había olvidado su oferta. Se había puesto en contacto con mi familia, les contó sobre la vacante para oficiales y me convocó de vuelta a la sede. “¿Qué se necesita para que empieces a trabajar para mí?” preguntó. “Bueno, señor”, le dije, “me están pagando quinientos dólares al mes”. Era mucho dinero para un joven soltero como yo. Vivía con parientes y no necesitaba mucho para vivir. “Pues bien, ven a trabajar para mí y te buscamos un trabajo y algo de dinero”, dijo Torrijos, y agregó que discutiría el asunto con el general Vallarino. Y así fue como empecé a trabajar para Torrijos. Intuitivamente, vio en mí a alguien en quien podía confiar. Su confianza valió la pena para los dos. Yo estaba dedicado a él; él sabía que yo estaba comprometido a hacer cualquier cosa que me pidiera u ordenara que hiciera. Pero yo no era de ninguna manera su sirviente; o, sentado a sus rodillas, no recibí ningún trato especial. De hecho, cada vez que hice algo malo, no perdonó el castigo. Hubo una vez, por ejemplo, cuando todavía era novato que un par de amigos y yo decidimos saltar el muro del cuartel en Colón y salir de fiesta. Era el 31 de diciembre de 1962, el mismo año en que Torrijos me llamó para trabajar con él. Los otros eran Pedro Ayala, teniente de pleno derecho, y Agustín Barrios y Luis Turber, ambos subtenientes como yo. Colón se llenó de discotecas y bares; era el ambiente perfecto para un grupo de jóvenes soldados que pasaban un buen rato. Pero estábamos confinados en la base por alguna razón disciplinaria. Sin embargo, era la víspera de Año Nuevo y no podíamos soportar estar lejos de la acción. Así que hicimos una carrera para ello. “Vamos a bailar”, dijo Ayala. Llamamos a unas chicas que conocíamos y salimos de fiesta. Hay muchos locales nocturnos en Colón, pero elegimos el equivocado. Después de un corto tiempo, una antigua novia me vio con estos amigos y comenzó a hacer una escena. La había estado evitando recientemente y ella estaba enojada y lista para pelear. "Pensé que me habías dicho que estabas confinado en la base", dijo. "Parece que te escapaste". Le dije que se metiera en sus propios asuntos. Empezamos a discutir. "Está bien, está bien", dijo, mirando a las otras chicas, "adelante, engáñame". Ella se alejó enfadada. No pensé más en eso. Nos quedamos fuera toda la noche; los chicos y yo regresamos a la base al amanecer. Todo habría estado bien, excepto que mi ex novia estaba buscando venganza. Inventó una historia y se la contó a su padre, quien lamentablemente era miembro de la Asamblea Nacional. Casi sin dormir, nos llevaron a la oficina, acusados de haber estado ausentes sin permiso. Torrijos ya había recibido una llamada del comandante Vallarino, diciendo que el asambleísta en cuestión había llamado para protestar por el trato que le daba a su hija. La niña se quejó de que la había insultado y le había faltado el respeto en público. El mensaje de Vallarino a Torrijos fue simple: “Encuentra a Noriega y sácalo de la Guardia Nacional”. Mi carrera no le importaba a este político, que estaba abusando de su poder como miembro de la clase dominante mezclando los asuntos personales con la carrera de alguien. “Líbrate de él”, fue todo lo que le dijo a Vallarino. Y Vallarino le pasó el mensaje a Torrijos. "¿De qué se trata todo esto?" preguntó Torrijos. “No me voy a defender”, respondí. "Acepto cualquier castigo que quieras imponer". Torrijos estaba muy enojado. Había estropeado su Año Nuevo y tuvo que lidiar con Vallarino en lugar de tener el día libre. “Tiene razón, señor”, le dijo a Vallarino. “Debería ser expulsado: se ausentó sin permiso y, en lugar de defenderse, se paró frente a mí y dijo que no tenía nada que decir, que estaba de acuerdo con cualquiera que fuera nuestro castigo”. Torrijos me dijo lo que dijo Vallarino y siempre lo recordé. “Me gusta este oficial porque defiende su honor y su comportamiento militar. Castíguelo dentro del cuerpo. Así que Torrijos volvió a mí, sacudiendo la cabeza, su ira disipada. "¿Le echarás un vistazo a esto?" él dijo. "Estoy listo para dejar que se deshaga de ti y él te salve el pellejo". D esde 1962 a 1969, subí de rango; de teniente, pasé a capitán, luego a mayor. Fueron años importantes, en los que me hice muy cercano a Torrijos; Aprendí sobre sus sueños y sus metas. Estaba en camino de convertirse en el líder de la Guardia Nacional. Lo que más me impresionó fue su humanidad y su capacidad para prosperar en la adversidad. Torrijos fue trasladado de Colón a Chiriquí en febrero de 1963, unos diez meses después de nuestra reunión de Cuaresma. Fue en Chiriquí donde reunió a su alrededor a los jóvenes oficiales que emplearía para cambiar las fuerzas armadas y el país. Yo era uno de los elegidos. Torrijos había visto la pobreza extrema y la injusticia social en Colón, donde la mayoría de la gente quedó a la sombra de los gigantes exportadores de frutas y envíos estadounidenses, como la United Fruit Company, que controlaba la economía panameña, junto con sus líderes políticos. En Chiriquí se empeñó en promover mejoras en la suerte de los trabajadores panameños. Se convirtió en un líder militar activista como el país nunca había visto. Estaba interesado en todo, desde mejoras en las carreteras hasta el desarrollo rural. El comando de la Guardia Nacional de Chiriquí se convirtió en un centro de desarrollo social. Torrijos creía que la clave era la participación ciudadana en el gobierno. Organizó consejos locales para discutir cómo recaudar fondos para proyectos de obras públicas. Se reunió con los trabajadores bananeros para discutir sus problemas y les recomendó formar comités para fortalecer sus sindicatos y exigir mejores condiciones. Pronto, Torrijos recibió un torrente de solicitudes de la gente común, pidiendo ayuda para establecer el tratamiento de aguas residuales, suministros de agua potable y otros proyectos. Se acercó a los concejales locales para incorporar esta acción dentro de la estructura política local. Quizás el ejemplo más dramático de su innovación fue nuestro trato con los insurgentes guerrilleros que asolaron tanto el interior del país como las ciudades periódicamente a fines de la década de 1960. Los guerrilleros eran a veces izquierdistas con una causa, a veces indios guaymíes que luchaban por la autonomía, a veces mercenarios apoyados por los arnulfistas, partidarios de nuestro líder civil populista perenne, Arnulfo Arias. Fue un momento emotivo para Torrijos y lo viví a su lado. Jugué un papel importante en sofocar las insurgencias guerrilleras. Me enviaron a Chiriquí como comandante de zona con la misión de combatir allí la rebelión apoyada por Arias. No fue fácil; perdimos hombres y fue una pelea dura y emocionalmente agotadora. Se trataba de escaramuzas de atropello y fuga, a menudo incursiones transfronterizas desde Costa Rica. Recuerdo uno en particular. A fines de 1968, un equipo de insurgentes arnulfistas lanzó un ataque contra la casa de Eduardo González en Boquete. González era el político más prominente y rico de Chiriquí. Salvé la vida de Eduardo González, su esposa Marta y su hija ese día. Habíamos obtenido información de que se estaría produciendo un ataque contra un objetivo destacado. Aparentemente, estos hombres decidieron que darían aviso a la población de que desafiarían a personas ricas en Panamá que apoyaban a Torrijos. Un equipo de comando de cincuenta hombres encabezado por un costarricense llamado Antonio Aguilar, “El Macho”, lanzó un asalto al rancho de González. Mis hombres y yo rechazamos el ataque y salvamos a González y su familia. Luego de ese primer ataque, hubo una serie de escaramuzas fronterizas, muchas de ellas dirigidas por un mercenario uruguayo llamado Walter Sandinas, quien anduvo merodeando por la zona, atacando y ahorcando a los opositores de Arnulfo Arias. Nuestros hombres lucharon con valentía y yo era un líder de escuadrón activo en el campo con mis hombres. Cuando terminó, Torrijos se dio la vuelta y me envió a acercarme a los guerrilleros, que huyeron derrotados al exilio en Honduras y Costa Rica. “Debes tenderles una mano, personalmente. Debe decirles que usted personalmente garantiza su regreso a Panamá”. Lo acompañé. Pero había quizás cuatrocientos combatientes y sus familias viviendo fuera del país, huyendo de las represalias, en el exilio. Qué reacción cuando estas personas realmente me vieron, en nombre de Torrijos, darles la bienvenida de regreso a Panamá y ofrecerles la mano de la amistad. Que un oficial de alto rango se acercara a ellos era un sello de aprobación, una garantía de que podrían volver a casa. Y volvieron a casa, bajo el patrocinio de Torrijos, que tenía esa notable cualidad de perdonar a sus enemigos. Eliminada la amenaza guerrillera, Torrijos se lanzó a un plan de rehabilitación: restauración de haciendas guerrilleras destruidas por la violencia, subvenciones y préstamos para reconstruir, subvenciones para sus hijos, indemnización a las familias de los asesinados. Nuevamente, este es el enemigo del que estamos hablando. Había un comandante rebelde indio en particular que me pareció un líder natural, Ariosto González. Era un hombre mayor, pero luchó en las montañas con energía mítica. Cuando se enfrentó a las tropas de la Guardia Nacional, fue como si él mismo hubiera organizado todo el ataque. Sus estrategias eran tan intrincadas que nadie sabía cómo se las arreglaba para pasar de una montaña a la siguiente; parecía ser un mago. González se convirtió en leyenda entre las tropas de la Guardia Nacional, quienes lo miraban con una mezcla de misterio y miedo. González finalmente murió en una emboscada de la Guardia Nacional; después de que se detuviera su movimiento, Torrijos se dispuso a averiguar quién era este hombre y si tenía familia. La viuda de González y sus dos hijos vivían en San José, Costa Rica. Torrijos ordenó que reciban una pensión del gobierno a nombre de su ser querido caído. Esto era muy inusual en la guerra de guerrillas; Dudo que escuches mucho sobre ese tipo de humanitarismo en muchos otros países mientras lidiaban con el declive de sus insurgencias guerrilleras. Pero ese era Torrijos; su humanismo fue amplio y rompió moldes. Hubo un golpe militar en 1968, y un año después, Torrijos estaba al mando único del gobierno. En ese momento se había demostrado inequívocamente que mi lealtad era inquebrantable. “Puedo enviar a Noriega a cualquier misión, desde comprar un regalo para una mujer hasta marchar a la batalla”, le decía Torrijos a la gente. “Noriega siempre estará ahí”. El golpe de 1968 El Dr. Arnulfo Arias fue al cine con varios miembros de su familia en el centro de la ciudad de Panamá la noche del 11 de octubre de 1968. Arias, el caudillo perenne del partido Panameñista , había obtenido una dulce venganza por su pérdida en medio de acusaciones de fraude en el Elecciones presidenciales de 1964, ganadas por Marco Robles. Esta vez, Arias había ganado las elecciones fácilmente. A pesar de la furiosa y violenta campaña electoral, ahora era un hombre feliz que disfrutaba de las secuelas de las elecciones. En otra parte de la ciudad, el coronel Omar Torrijos hacía las maletas para tomar un vuelo a San Salvador, donde lo enviaban virtualmente al exilio como agregado militar por la victoria de Arias. El día terminaría de manera muy diferente para estos hombres. A pesar del resultado decisivo de las elecciones, había sido una campaña electoral conflictiva, airada, muy sangrienta, muy sucia, en la que los valores parecían tergiversados. La temporada electoral había comenzado con el recrudecimiento de las acciones guerrilleras de los simpatizantes de Arias en la sierra, quienes habían llevado a la sierra su denuncia de corrupción política. Torrijos era el encargado de defenderse de los ataques de la guerrilla, que tenían su centro en mi provincia natal de Chiriquí, en la frontera con Costa Rica. Los enfrentamientos arnulfistas con los militares se intensificaron. Al inicio de la campaña presidencial, Arias formó una coalición con José Bazán y Arturo Delvalle. La coalición se unió en oposición al gobierno civil del presidente Robles, a quien la Guardia Nacional —junto con su líder, el general Vallarino— apoyaba. La coalición organizó manifestaciones y protestas y presionó por la destitución de Robles por cargos de corrupción. En una protesta notable, a Torrijos se le asignó el trabajo de control de multitudes. Cuando la manifestación se salió de control, Torrijos ordenó a las tropas lanzar gases lacrimógenos contra la multitud. Varios miembros prominentes de la coalición Arias fueron abrumados por los humos. Eso puso fin a la desobediencia civil, pero solidificó la animadversión entre Torrijos, todavía teniente coronel de la Guardia Nacional, y Arnulfo Arias. Cuando Arias ganó la presidencia, mostró su desdén al anunciar que haría de su peluquero el jefe de la Policía Secreta; entre los oficiales existentes, Torrijos fue uno de los primeros en ser incluido en la lista negra. En ese momento, todavía estaba en Chiriquí, lejos de la lucha por el liderazgo en la capital. Torrijos fue solo uno de los muchos en problemas con el nuevo gobierno. Los Panameñistas llegaron al poder, empeñados en vengarse. El gabinete de Arias procedió a desmantelar la estructura de la Guardia Nacional y desterrar a los oficiales de la Guardia Nacional que no les agradaban. Esencialmente, el nuevo régimen dividió a los militares entre amigos y enemigos de los arnulfistas. Torrijos había sido efectivamente apartado del centro de actividad. Estaba al margen y no sabía nada sobre la conspiración en curso que estaba a punto de desarrollarse. Mientras se preparaba para salir del país, un grupo de oficiales conspiradores —Boris Martínez, Federico Boyd, Ramiro Silvera, Amado Sanjur y Humberto Jiménez entre ellos— conspiraron contra Arias. Sabían que era solo cuestión de tiempo antes de que ellos también fueran incluidos en la lista negra, prohibidos o enviados al exilio. Finalmente, el 11 de octubre de 1968, mientras Torrijos hacía las maletas y Arias disfrutaba de una noche de juerga, los hombres sostuvieron una reunión decisiva en la ciudad de Panamá. Después de que se disolvió la reunión, Martínez voló a Chiriquí y el golpe se puso en marcha. Tomó el control de importantes puestos gubernamentales y estaciones de radio en la provincia, y detuvo a varios destacados líderes del partido Arias. Él y sus amigos luego se dedicaron a extender su control a la ciudad de Panamá. Pero cuando fueron en busca del presidente, no pudieron encontrarlo. Solo sus ayudantes más cercanos sabían dónde estaba, y Arias recibió la noticia de los movimientos de tropas mientras aún estaba en el teatro. Arias nunca volvió a casa. Fue directamente a la Zona del Canal de Panamá, buscando refugio con los estadounidenses. Muchos otros arnulfistas lo siguieron al exilio, primero a la Zona del Canal, luego a Miami. Torrijos nunca se fue a El Salvador. Desempacó sus maletas y se preparó para grandes cambios. Boris Martínez, como principal impulsor del golpe, era el jefe de facto del nuevo gobierno militar, pero Torrijos adquirió una prominencia cada vez mayor, junto con Silvera, Luis Nentzen Franco y Sanjur . Hubo una rápida reorganización de la guardia, incluida la formación de una estructura de personal. Torrijos fue nombrado comandante de las fuerzas armadas, pero Boris Martínez era miembro del alto mando y un hombre a tener en cuenta. Los dos hombres nunca se llevaron bien y el rol de liderazgo dual tensó mucho más su relación. Martínez fue más duro que Torrijos, y más rápido y contundente en la toma de decisiones. Se oponía a la estructura de poder civil, por lo que era más radical en ese sentido y muy anticomunista. Todo esto chocaba con Torrijos, que era ecuánime la mayor parte del tiempo y cultivaba el arte de la diplomacia a todos los niveles. Cada protagonista tenía sus seguidores. En el período comprendido entre el 11 de octubre de 1968 y el 3 de febrero de 1969 hubo constantes riñas. Ya sea en las reuniones de trabajo, el comedor o el cuartel, los dos líderes siempre estaban en desacuerdo. Torrijos estaba preocupado por el peso de las decisiones sobre él durante este período. Confió su preocupación y angustia por Martínez a varios miembros de su familia. Torrijos comenzó a enterarse de un plan de Martínez y Boyd para expulsarlo; decidió reaccionar primero. El 3 de febrero, Torrijos arrestó a Martínez y lo envió en un avión militar al exilio en Miami, junto con Boyd y otros conspiradores. Así Torrijos tomó las riendas y obtuvo el control total del gobierno militar. Los problemas disminuyeron, pero el conflicto estaba lejos de terminar. Los tenientes coroneles Amado Sanjur , Ramiro Silvera y Luis Nentzen Franco, algunos de los mismos hombres que habían apoyado a Torrijos contra Boris Martínez, preparaban ahora otro intento de golpe. Esta operación fue impulsada, apoyada, asistida e instigada por la CIA y la inteligencia militar estadounidense. Estados Unidos apoyó a estos hombres en su intento de derrocar a Torrijos, alegando que era un simpatizante comunista o al menos de izquierda. Los golpistas esperaron su momento. La estrategia era aislar a Torrijos mientras viajaba fuera de Panamá. Finalmente, el 15 de diciembre de 1969, Torrijos se fue de viaje a México. Estaba preocupado por los acontecimientos en Panamá, pero no estaba al tanto del complot en su contra. Los conspiradores marcharon al cuartel general y declararon que la hazaña estaba hecha: destituían a Torrijos porque era comunista. El golpe no tuvo éxito. Los oficiales de menor rango, entre ellos yo, seguíamos apoyando a Torrijos. Ayudé a Torrijos a colarse de regreso al país en un avión privado a través de Chiriquí. Reuní apoyo para Torrijos desde nuestra base en Chiriquí y ayudé a organizar un aterrizaje nocturno secreto en un vuelo desde San Salvador, la capital de El Salvador. El avión voló sobre el Océano Pacífico sin ser detectado. Había ordenado que los jeeps y camiones fueran llevados a la pista de aterrizaje después del anochecer, esperando la llegada. Cuando hicimos contacto por radio, ordené a los vehículos que encendieran sus luces. El avión aterrizó y saludé a Torrijos mientras se apeaba. Hubo una ovación de nuestros hombres: “¡Viva Torrijos!” Reunimos a nuestras unidades leales desde allí; por la mañana, el golpe se disolvió. No se disparó un tiro. Los golpistas fueron encarcelados durante dos meses, hasta que la Agencia Central de Inteligencia de EE. UU. lanzó una operación clandestina que los liberó. Torrijos asumió por primera vez el mando individual directo de la Guardia Nacional. ascensión de Omar Torrijos al mando supremo de las fuerzas armadas panameñas fue para mí el cumplimiento de la conversación que había tenido con él aquella noche de carnaval siete años antes: un nuevo pensamiento, un nuevo concepto de lo que significaba ser panameño. Muchas personas subestiman enormemente o eligen ignorar la revolución que vino con la ascensión al poder de Omar. Fue una revolución social que mejoró la suerte de las clases bajas por primera vez. Las clases ricas nunca habían prestado mucha atención a la mayoría de los pobres del país. Pero bajo Torrijos, hubo inversión en salud pública y educación, se construyeron caminos, se crearon empleos en el sector público. Al centrarse en el empoderamiento popular, al generar un cambio significativo en las condiciones sociales y la movilidad de una generación de panameños, Torrijos se ganó la enemistad duradera de los poderes que se preocupaban poco por la mayoría de los panameños empobrecidos y de piel oscura, la clase de la que provenía. Debido a esta agenda social, Estados Unidos, que naturalmente estaba alineado con la oligarquía alta y de piel blanca, llegó a considerar a Torrijos como un comunista. Torrijos ridiculizó la etiqueta. No estábamos atados a los cubanos, ni a la Unión Soviética, aunque a veces teníamos contactos con ellos, a menudo a instancias de los Estados Unidos. Lo cierto de Torrijos es que tenía conciencia social, un sentido de preocupación por la clase campesina, por los trabajadores; y por eso unos lo llamaban socialista y otros lo llamaban comunista. Los analistas norteamericanos se estarían refiriendo todo el tiempo a Torrijos como marxista; esto, en plena Guerra Fría, era lo mismo que llamar a alguien el mismísimo diablo. Recuerdo que una vez le conté a Torrijos lo que decían los americanos y se echó a reír. “La única forma posible en que podrías llamarme comunista sería en cuestiones de amor”, dijo. El ascenso de Torrijos fue también una revolución política que dio poder a la nueva cara del nacionalismo panameño; esto también desafió el papel de Estados Unidos y se ganó sus sospechas. Omar y los militares ya se habían ganado el odio de las clases políticas tradicionales, y eso no cambiaría. El gobierno estadounidense reconoció que sería muy importante vigilar a Torrijos mientras desarrollaba su agenda social y su plan para revisar los tratados del canal. Tuvimos una situación interesante cuando Torrijos volvió triunfante a Panamá. Algunas personas se apresuraron a felicitar a los oponentes de Omar. Durante un día más o menos, hubo una avalancha de telegramas felicitando a Nentzen , Silvera, Sanjur y los demás por su gran victoria. Los mensajes fueron publicados en páginas enteras de periódicos. Recuerdo uno en particular de un cónsul panameño en algún lugar del Lejano Oriente llamado Juan Gómez, quien envió un telegrama felicitando a los nuevos jefes militares. Cuarenta y ocho horas más tarde, por supuesto, Torrijos ya estaba de regreso en la ciudad de Panamá y recibimos otro telegrama de Gómez. Este decía: cancelar telegrama anterior. Cuando expusimos el complot contra él, quedó claro que Torrijos tenía enemigos por todas partes. Él estaba sorprendido. "¡Pero es como si todos estuvieran en mi contra!" dijo con incredulidad. “Parece que nunca tuve amigos de verdad, que me estaba engañando a mí mismo”. Lo resumíamos con el ejemplo de un supuesto “amigo querido”, Enrique “Chino” Jaramillo, quien le debía su puesto de gerente del Banco Nacional a Torrijos. Jaramillo era compañero de copas; tocaba el piano en las fiestas de Torrijos. Cuando tuvimos que colar a Torrijos de regreso al país, la primera persona en la que pensamos fue en Jaramillo, pidiéndole dinero para pagar el avión para llevar al general de regreso a Panamá. Jaramillo no sólo se negó, sino que también se pronunció en contra de Torrijos ya favor de los conjurados. Llegó al punto en que Torrijos se paseaba por la sede diciendo medio en broma, como si hablara consigo mismo: “Maldita sea, Torrijos, hagas lo que hagas, no te dejes que te echen otra vez. Porque la próxima vez, no tendrás a nadie de tu lado”. A menudo he pensado en este episodio en años posteriores. Es la naturaleza de Panamá, tal vez la naturaleza de la humanidad. La moralidad tiene la capacidad de doblegarse cuando se trata de poder. Es axiomático: no hay amigos, solo amigos del trono. El hombre pobre y humilde tiene un grupo más compacto de verdaderos amigos que el corredor de poder elevado y terrateniente. En el negocio del gobierno y la política, no puedes confiar en nadie. Mientras Torrijos analizaba las fuerzas y circunstancias que llevaron al levantamiento del 15 de diciembre en su contra, su tendencia natural a buscar venganza se suavizó con el sentimiento abrumador de que eran él y Panamá los que tenían que cambiar. Reaccionó con una sensación de perdón que fue fascinante para mí observar. En el pináculo de su carrera, aquí estaba un hombre que tenía la capacidad de perdonar a sus enemigos. Tal vez estaba incluso más dispuesto a perdonar a sus enemigos que a perdonar a los más cercanos a él. Era muy exigente con nosotros. Este fue el origen de lo que todavía se conoce como torrijismo. Lo que surgió de la consolidación del poder de Torrijos fue un movimiento popular fundado en la idea de que Panamá tenía que cambiar sus costumbres. El torrijismo se convirtió en un programa social nacional, una receta para una mayor dignidad y una mayor lealtad a los trabajadores, a los pobres, a los estudiantes, a la gente de color, todos los cuales nunca antes habían sido un foco de preocupación por parte de los poderosos ricos. De la mano de esta revolución social surgió la idea de que Panamá necesitaba expresar su propia independencia. Y había un punto focal para nuestra independencia, un monumento a la existencia y razón de ser de Panamá, allí para que todo el mundo lo viera: era el estrecho pasaje hacia el mar que corta dos continentes desde el Atlántico hasta el Pacífico, el pasaje que ha sido el foco de la codicia estadounidense sobre nuestro territorio y nuestra política y nuestras vidas. Capítulo 4
Torrijos: el hombre, el
plan secreto y el canal
Si había una cosa que era evidente para Panamá bajo Omar Torrijos, era que no podíamos ser libres mientras el Canal de Panamá fuera propiedad y estuviera ocupado por el gobierno de los Estados Unidos. Ya no podíamos tolerar los conflictos causados por el control estadounidense del canal. Condujo al espionaje, amenazas de asesinato, intriga, presión política y la amenaza de una invasión. Comprender la relevancia del canal tanto para Panamá como para los Estados Unidos es importante para cualquiera que analice la política estadounidense y los acontecimientos que provocaron la invasión de 1989 y mi captura. El canal no puede separarse de ningún contacto político o económico entre Panamá y los Estados Unidos; no podemos olvidar que hubo quienes en los Estados Unidos querían bloquear los tratados del canal a toda costa; había quienes creían apasionadamente que los intereses estadounidenses se verían dañados por la soberanía panameña sobre el canal. E incluso después de la ratificación de los tratados del canal, los conservadores estadounidenses creían que el canal había sido vendido y que tenían derecho a recuperarlo. Con toda la presión en nuestra contra, la culminación exitosa de los tratados del Canal de Panamá fue sin duda el mayor logro de Torrijos. Los tratados involucraron una combinación de negociaciones hábiles, varias tácticas de presión y ayuda de sectores inesperados. Primero fue la ayuda de Japón, que adquirió un significado casi místico tras la visita del Dr. Daisaku Ikeda, líder de un movimiento religioso-filosófico conocido en Japón como Soka . Gakai International: el “verdadero budismo”. El movimiento tiene sucursales en todo el mundo, incluidos adherentes en los Estados Unidos y en Europa. Era un hombre brillante y llegó a nosotros a través del contacto con mi instructor de judo y artes marciales, el profesor Chu Yi, el Soka Representante de Gakai en Panamá. Quedé tan impresionado con el Dr. Daisaku que lo llevé a conocer al General Torrijos. El Dr. Daisaku describió su visión espiritual del mundo en el año 2000; y en ese contexto pensó que la transición pacífica del Canal de Panamá al control panameño era vital para la paz mundial. Predijo que la Cuenca del Pacífico sería muy importante en el próximo milenio y que Panamá podría ser una pieza central en un nuevo orden mundial, tanto comercial como cultural. Vio el papel de Panamá como un puente crucial en el desarrollo de estos vínculos. Recomendó a Torrijos que busque alianzas más allá de la esfera tradicional de influencia americana, que dirijamos nuestra atención hacia Asia. Fue un discurso largo, largo, de cuatro horas o más, que culminó con una oración dirigida por el Dr. Daisaku . “No pierdas el tiempo peleando por lo que ya tienes”, dijo. "Expande tus horizontes. El mundo del futuro está en el Pacífico y no has hecho contacto con la gente del Pacífico”. Este fue definitivamente el punto de partida para cambiar la orientación de lo que era Panamá y pensar en involucrarse con Japón. En ese momento, por supuesto, las negociaciones del tratado apenas habían comenzado y habían dado pocos resultados concretos. Necesitábamos considerar otras opciones. Al dirigir nuestra atención a Japón, estábamos siendo prácticos. También estábamos presionando a los Estados Unidos. Japón estaba muy interesado en la expansión de los mercados a Europa y las Américas. La entrada a Panamá y la posible participación en un nuevo canal podría tener un profundo impacto en su crecimiento económico global. La idea de que Japón participara o financiara una alternativa al Canal de Panamá enloqueció a los estadounidenses. Pero nuestras conversaciones eran lógicas. Los empresarios japoneses, encabezados por un hombre llamado Shigeo Nagano, formaron una cámara de comercio llamada Asociación de Amistad Japón-Panamá para promover las relaciones con Panamá. Discutieron con nosotros la posibilidad de crear una alternativa terrestre o un paso completamente nuevo, un canal a nivel del mar que complementaría el canal existente, para ajustarse a las necesidades del creciente comercio marítimo y el comercio del Pacífico en general, con más y más buques más grandes en el siglo XXI. La mención de esta posibilidad se incluyó en el Artículo 12 del Tratado del Canal de Panamá, en el que se especifica que Panamá podría unirse a otros países socios en tal empresa. El hecho era que Panamá ya había elegido a su socio adicional, y ese socio iba a ser Japón. Estados Unidos aceptó esto en forma de tratado pero nunca le gustó la idea. Iniciamos negociaciones serias con los Estados Unidos sobre el canal durante la administración Ford, pero hubo pocos avances. Para 1976, estábamos cada vez más frustrados. La administración republicana mantuvo una línea dura en las conversaciones y no había certeza de que las conversaciones tuvieran éxito. Torrijos, comprometido a ganar el tratado más temprano posible para la eventual entrega del canal al control panameño, vio que ambos lados simplemente estaban dando vueltas. Tenía un plan para abrir las cosas. No confiaba ni en los políticos estadounidenses ni en el ejército estadounidense, y culpó a ambos por el golpe de Estado de 1969 que casi lo derrocó del poder. Pero vio a la CIA bajo una luz diferente, tal vez más pragmática, incluso mientras apoyaba y era parte integrante del gobierno estadounidense. Sabía que la opinión de Estados Unidos sobre los tratados del canal estaba dividida: mientras que, por un lado, había un fuerte sentimiento conservador y colonialista en Estados Unidos de que el Canal de Panamá era una necesidad estratégica, había, por otro lado, un reconocimiento de que Era insostenible mantener la Zona del Canal como un puesto de avanzada estadounidense para siempre. Muchos políticos en los Estados Unidos, que vivían las protestas de Vietnam y observaban el desarrollo de los movimientos de liberación en América Latina, temían con razón que los movimientos de protesta estudiantil en Panamá se volvieran cada vez más violentos y produjeran un problema guerrillero que no podían permitirse. Por suerte, Omar encontró un oído comprensivo en la Agencia Central de Inteligencia. Tuvimos estrechas relaciones con la CIA durante años, y tanto Torrijos como yo nos sentimos cómodos con la sucesión de jefes de estación de la CIA destacados en la ciudad de Panamá. Cabe señalar que no era inusual que los líderes mundiales hablaran directamente con la CIA: era el orden natural de las cosas al tratar con los Estados Unidos. Así que Torrijos acudió al jefe de la estación de la CIA, Joe Kiyonaga, en busca de un canal clandestino para obtener asesoramiento sobre la cuestión del canal. Pidió total secretismo y aislamiento de la embajada estadounidense y de los negociadores panameños y estadounidenses. Esta fue una solicitud que, recordó a los agentes de la CIA, tenía sus precedentes. En el pasado, la agencia había podido establecer operaciones extraoficiales con la ayuda de Panamá, especialmente cuando se trataba de tratos diplomáticos con Cuba. El hombre de la CIA tomó notas detalladas y dijo que se pondría en contacto con Washington. Al cabo de una semana, Kiyonaga estaba de regreso, acompañado por un enviado del cuartel general de la CIA y listo para reunirse con el general Torrijos. Se organizó una reunión secreta en el Hotel Panamá en el centro de la Ciudad de Panamá. El enviado, de habla hispana, no necesitó traductor para el mensaje personal de alto secreto que dijo que estaba entregando de George Bush, el director de la Agencia Central de Inteligencia. Kiyonaga y yo estábamos allí para escuchar el mensaje. El enviado dijo que Bush estaba de acuerdo con la necesidad de llevar las conversaciones a una conclusión exitosa; el futuro presidente aún no había sufrido su metamorfosis conservadora. Coincidió con quienes decían que lo mejor era llegar a un acuerdo y entregar el canal al control panameño. La sugerencia del enviado de la CIA fue aumentar las apuestas políticas y, reconociendo que era tiempo de elecciones en EE. UU., crear la impresión de que era demasiado peligroso para EE. UU. proteger la Zona del Canal. El problema era que los residentes estadounidenses de la Zona del Canal, llamados zoneítas, cabildeaban con éxito en el Congreso por sus derechos. Muchos estadounidenses vieron la Zona del Canal como un territorio estadounidense otorgado por Dios, e incluso plantearon la posibilidad de admitirlo como el quincuagésimo primer estado. Estos estadounidenses expatriados reclamaban soberanía sobre suelo extranjero; era una historia de colonialismo que salió mal. Los zoneítas, encabezados por un activista llamado William Drummond, estaban movilizando una campaña publicitaria en los Estados Unidos que despertó el fervor anti-tratado por motivos patrióticos entre los principales senadores y congresistas de Washington. Los nacionalistas panameños siempre se habían opuesto a la posibilidad de que la Zona del Canal siguiera siendo un enclave estadounidense permanente. Y los problemas para promulgar un tratado del canal habían engendrado una nueva generación de activistas antiestadounidenses, jóvenes manifestantes nacionalistas que rechazaban la presencia estadounidense en Panamá. Los estudiantes habían comenzado a organizar manifestaciones a pequeña escala y actos militantes alrededor de la Zona del Canal PX y la oficina de correos. ¿Qué pasaría si, sugirió el emisario de Bush, las protestas repentinamente se volvieran violentas y las súplicas de los zoneítas por la condición de Estado fueran superadas por los peores temores de los estadounidenses, que una guerra de guerrillas y terrorismo se gestaba en Panamá? La propuesta de la CIA era traer un grupo de militares panameños a los Estados Unidos, entrenarlos en explosivos y tácticas de demolición y luego enviarlos de regreso a la Zona del Canal para un sabotaje de alto perfil pero inofensivo en la Zona del Canal, que agregar urgencia a la negociación del canal al cuestionar la seguridad de los residentes estadounidenses en el área. A Torrijos le gustó el plan. Seleccionó un grupo de diez u once hombres para la misión ultrasecreta. Su directriz principal era pasar desapercibidos, ser buenos soldados y mantener la boca cerrada. Fueron enviados a Washington, todos los gastos pagados por la CIA. En Washington, les tomaron las huellas dactilares y las fotografiaron, les vendaron los ojos para un viaje al aeropuerto y luego los enviaron en un vuelo nocturno en un avión con las ventanas oscurecidas para someterse a tres semanas de entrenamiento. Los participantes en la sesión de capacitación dijeron que nunca les dijeron dónde estaban y que solo podían suponer que estaba a una hora más o menos de Washington, tal vez una isla o una ensenada cerca de la costa atlántica. El campo de entrenamiento estaba bien equipado, con aulas para entrenamiento teórico junto con todo tipo de equipo e instrucción de campo. Había un pequeño club y un snack bar para la recreación después de horas. Al final del curso de tres semanas, a los hombres se les dio un examen final, que era un ejercicio simulado en un curso de capacitación para demostrar que estaban listos para lo que les esperaba. Los comandos recién entrenados llegaron a Panamá bajo el liderazgo de un sargento del ejército estadounidense de habla hispana. El sargento había recibido entrenamiento en explosivos en Vietnam y era miembro de los Boinas Verdes, estacionado en Panamá en Fort Sherman. El trabajo del sargento era apuntar a algunos lugares para los bombardeos y asegurarse de que la misión no causara heridos. El primer paso para la unidad de comando fue una semana de revisión y capacitación misionera. Los mantuvieron aislados en un área de edificios abandonados en la Costa Atlántica, donde podían realizar sus ensayos en secreto. Irónicamente, el sargento tuvo que revisar su misión cuando los miembros de la Federación de Estudiantes de Panamá comenzaron a realizar operaciones a pequeña escala por su cuenta, incluido un ataque con bomba incendiaria contra un automóvil en la Zona del Canal. La misión revisada ahora incluía operaciones fuera del área de la zona principal. El sargento estadounidense y nuestros hombres colocaron pequeñas cargas explosivas en catorce lugares en los lados del Atlántico y el Pacífico. El número 14 fue elegido por Torrijos para representar una protesta a la presencia de las catorce instalaciones estadounidenses en Panamá. Dejaron folletos políticos en cada sitio. Como estaba previsto, nadie resultó herido y los daños materiales fueron leves. El embajador de EE.UU., William Jorden, que había sido mantenido al margen de la operación de la CIA, reaccionó rápidamente a los atentados, contactando a Aquilino Boyd, el canciller panameño, presentando su nota de preocupación y advirtiendo que tenía información de que la Guardia Nacional estaba detrás de los atentados con bomba. El jefe del Comando Sur, el teniente general Dennis “Phil” McAuliffe, fue circunspecto y reaccionó con suavidad, sin hacer comentarios públicos sobre los atentados. Boyd entregó la protesta del embajador a Torrijos, quien inmediatamente solicitó una reunión con Bush. Me envió a Washington como su enviado para reunirme con el director de la CIA. Mi primer contacto cara a cara con Bush terminó siendo una farsa sutil, en la que ambos sabíamos que se suponía que el otro no debía revelar la esencia de la pequeña operación de inteligencia que habíamos montado. Al mismo tiempo, Torrijos quería que enviara un mensaje tácito a los estadounidenses de que no toleraríamos ser el chivo expiatorio de su agenda política: respetaríamos la seguridad operativa en los bombardeos si nos mantuvieran alejados. George Herbert Walker Bush El director de la CIA llegó alegremente a la embajada de Panamá en Washington poco antes del mediodía. Era el 8 de diciembre de 1976, aproximadamente un mes después de que los republicanos perdieran las elecciones presidenciales. Torrijos sabía que las cosas cambiarían con la llegada del presidente Jimmy Carter. Quería que nuestros contactos de inteligencia con la nueva administración fueran fuertes; esperaba que mi reunión con Bush, además de poner fin a las acusaciones sin sentido sobre los atentados, sirviera como un puente hacia Carter que permitiera avanzar más en las negociaciones del Canal de Panamá. “Me alegro de verte”, le dije a Bush, estrechándole la mano. “El general Torrijos le envía saludos”. Me llamó la atención de inmediato el hecho de que Bush viniera solo a la embajada; su chofer, si lo tenía, ayudantes e intérprete no estaban presentes. No llevaba papeles, ni siquiera un bolígrafo y un bloc de papel. Ajá, pensé. Sin testigos. Bush ya conocía bien a Aquilino Boyd, de quien sabía que nos traduciría. Los tres nos sentamos en una antesala de la embajada y entablamos una pequeña charla antes del almuerzo. La sustancia faltaba humorísticamente. Bush necesitaba estar seguro de que no iba a revelar la verdadera historia de la participación de Estados Unidos en los bombardeos. Sin embargo, necesitaba hacerlo con cuidado. “Entonces”, dijo, “¿has hecho un informe sobre los bombardeos?” Lo que quiso decir, estoy seguro, fue que espero que no hayas escrito un informe real sobre lo que hicimos. “Sí, escribí un informe y se lo envié al general McAuliffe”, le dije. Entendí que esto significa No te preocupes, no estamos hablando. Indicó que había mantenido la información limitada a lo que ya se sabía, y encaminado los hechos al canal diplomáticamente adecuado: las autoridades militares estadounidenses correspondientes. “¿Y recibió el informe?” preguntó Bush. “Sí, me aseguré de eso,” dije. Boyd nunca supo qué hacer con esta conversación. Después de sus contactos con la embajada de Estados Unidos, esperaba algunos fuegos artificiales. En cambio, no escuchó ni las recriminaciones de Bush ni las quejas y negaciones mías sobre nuestro papel en el atentado. Además, sabía que mi mención de McAuliffe era extraña. El jefe del Comando Sur no dijo nada sobre el papel de la Guardia Nacional en el atentado. Sin embargo, Boyd sería el único testigo y podría decirles a otros diplomáticos que hubo una reunión sobre el atentado, aunque, podría agregar, no había ocurrido nada importante. Después de esta conversación críptica, nos llamaron a almorzar y se nos unió nuestro embajador en Washington, Nicolás González. Bush se mostró relajado, feliz y amistoso durante el almuerzo. La única sustancia de nuestra charla fue cuando preguntó solemnemente, de un soldado a otro, si lo que había escuchado era cierto: "¿Torrijos es comunista?" “Te aseguro que no lo es”, respondí. “No significa nada; no es comunista, es panameño, y eso es todo”. Todo esto fue una conversación ligera durante el almuerzo y, a pesar de la naturaleza de la pregunta, Bush se mostró tranquilo y relajado, cambiando de tema con frecuencia. “Esta embajada es uno de los grandes edificios antiguos de Washington”, dijo. “Realmente desearía saber más sobre Panamá y su historia”. “Siempre eres bienvenido a visitarnos,” dije. “El General Torrijos y yo estaremos encantados de darle la bienvenida.” “Sabes, estoy particularmente interesado en el Canal de Panamá”, dijo el director de la CIA. "¿Como funciona?" Después de que Bush se fue, Boyd estaba claramente desconcertado. No se mencionó la crítica de Estados Unidos a Panamá por supuestamente colocar las bombas en la Zona del Canal, dijo. ¿Cuál era, entonces, el propósito del almuerzo? Había esperado una reunión airada con acusaciones y amenazas, no la exhibición diplomática que había presenciado. Le dije que no se preocupara, que todo estaba bien: Bush había captado el mensaje. A veces, entre los operativos de inteligencia, no se necesita más que una palabra o una mirada para tener una comprensión completa. Todos mis contactos posteriores con Bush fueron cordiales, como se evidencia en una fotografía que ha sido enérgicamente ocultada por el gobierno de Estados Unidos. La ocasión fue una visita de cortesía que Bush estaba haciendo como vicepresidente en diciembre de 1983 en el Aeropuerto Internacional Omar Torrijos. Había sido comandante de las fuerzas armadas durante solo varios meses. Aparentemente, la reunión tenía la intención de informar al presidente Ricardo de la Espriella sobre los planes de Estados Unidos en América Central. De hecho, estaba atendiendo otros deberes y no esperaba ver a Bush. Pero a su llegada, recibí una solicitud especial de que el propio Bush me pedía verme para presentarme sus respetos. “General, es bueno verlo de nuevo”, dijo Bush cuando llegué tarde a la sala de reuniones VIP en el aeropuerto. Bush fue entusiasta y cálido en su saludo, ya que yo era la única persona entre los panameños que había conocido antes. Estábamos emparejados, el futuro presidente y el futuro paria, uno al lado del otro. La visita duró menos de media hora; luego el vicepresidente Bush me hizo a un lado. Me felicitó por haber sido nombrado comandante en jefe e hizo una sutil referencia a su pedido de que se permitiera a Estados Unidos utilizar la Zona del Canal de Panamá como base para sus operaciones de contrainsurgencia en El Salvador. “Espero que apoyen a mis viejos amigos”, dijo Bush. “Nuestros pilotos ya están elegidos y listos para empezar a volar”. Ninguno de nosotros se dio cuenta, pero los pilotos incluían a hombres como Jorge Canalias , Floyd Carlton Cáceres, César Rodríguez y Teófilo Watson, futuros traficantes de cocaína que transportaban armas de la contra a cambio de cocaína. Más tarde me acusarían de traficar con drogas. No me comprometí. Bush y compañía se fueron de Panamá y mi recuerdo de él es vago y lejano. Como dicen de George Bush el hombre, la reunión fue tan inmemorable que ni siquiera proyectó una sombra. En ese momento, sin embargo, la operación Irán-Contra ya estaba en pleno apogeo. Más tarde, el fanático de la derecha salvadoreño y organizador de los escuadrones de la muerte, Roberto D'Aubuisson —quien era demasiado derechista para mí pero con quien mantuve un debate continuo sobre América Central— me dijo que Bush había volado a El Salvador para reunirse con con él en San Salvador justo después de nuestro encuentro en Panamá. “Él dio su bendición y una promesa de apoyo financiero a nuestras operaciones”, me dijo D'Aubuisson, usando la palabra “operación” como sustituto de lo que estaba pensando: su plan para asesinar a miles de opositores políticos e izquierdistas en un locura anticomunista. Bush y los estadounidenses sabían muy bien que D'Aubuisson era el verdadero poder. No les importaba, hasta que las protestas exitosas a fines de la década de 1980 les permitieron mantener a distancia a D'Aubuisson. Lo que todos sabemos sobre George Bush es diabólico incluso sin sus tratos en Irán-Contra. Aquí hay un hombre que, como piloto en la Segunda Guerra Mundial, cometió un crimen de guerra disparando a los botes salvavidas que contenían a los sobrevivientes de dos barcos de pesca japoneses que hundió en el Océano Pacífico. Todo el material está registrado y, si los medios estadounidenses no estuvieran tan predispuestos a adorar a sus guerreros fríos, esta verdad, no mi testimonio, habría hundido a Bush hace mucho tiempo. Estoy fascinado por la forma en que la historia se repite. Bush, demostrando su cobardía al atacar a los indefensos supervivientes de los botes salvavidas en la Segunda Guerra Mundial, tomó una medida igualmente cobarde en la invasión de Panamá. Puedo ver el rostro joven de George Bush, bombardeando en picado un barco de pesca japonés, asustado, pero con la esperanza de que otros lo vean como una prueba de su hombría. Y luego puedo ver al viejo y maduro George Bush, en la televisión nacional, hablando de la maldad de Panamá, ordenando bombarderos Stealth para destruir a un enemigo inexistente en Panamá y fabricando una versión masiva de su visión insegura de un imperio malvado desafiando su hombría nuevamente. . En inglés lo llaman “the wimp factor”. Estoy seguro que el “factor cobarde” de este hombre nunca le permitirá descansar: una vez cobarde, cobarde siempre. Eso es poco consuelo para mí, por supuesto. Pero puedo comparar mi equilibrio emocional con el suyo. Tengo la cualidad de medir mis reflejos emocionales y mentales en momentos de estrés: durante la invasión, bajo el fuego de la guerrilla en las montañas, durante un intento de golpe, cuando debería haber sido asesinado. Y reconozco estabilidad dentro de mí a través de los momentos de prueba, sintiendo solo cierta ira natural hacia la figura grotesca de George Bush, enviando valientes e inocentes niños estadounidenses a matar para que él pueda vencer su cobardía. Sí, me molestan las acciones de un hombre dentro de un sistema que puede hacer lo que me han hecho a mí. Pero también me interesa el perfil psicológico que revela. Y estoy comprometido a luchar por la verdad histórica, que aún puede llevarme a la victoria. Con Ford, Bush y los republicanos retirados temporalmente de la escena, comenzamos a avanzar rápidamente hacia un tratado del Canal de Panamá con la nueva administración Carter. A fines de 1977, estábamos cerca de la ratificación de lo que se conocería como los tratados Torrijos-Carter. Estos tratados garantizarían la plena soberanía panameña sobre el Canal de Panamá y el abandono de todas sus bases militares por parte de EE.UU., junto con el Comando Sur de EE.UU. en Panamá, para el año 2000. Fue una victoria monumental para Torrijos, para Panamá y para las fuerzas del anticolonialismo. . Pero la ratificación implicó la aprobación del Senado de los EE. UU. y teníamos nuestras dudas sobre la resolución; nos resultaba difícil creer que habíamos logrado reescribir tan rápidamente el tratado de setenta y cinco años. Teniendo en cuenta todo el sentimiento anti-Panamá y anti-tratado, no estábamos nada seguros de ganar y estábamos preparados para lo peor. Torrijos había ideado un plan de contingencia secreto, nada menos que una locura desarrollada para hacer estallar cargas explosivas para bloquear temporalmente el tráfico en el Canal de Panamá. Sólo conozco a unas pocas personas que estaban al tanto de esta alternativa en ese momento: en el estado mayor Torrijos, el coronel Armando Abel Contreras y yo. La operación de contingencia, cuyo nombre en clave es “ Huele a Quemado” —“algo se está quemando”— no fue concebida como una operación guerrillera ni como un plan de batalla prolongado. Fue un evento único para demostrar las consecuencias de un voto negativo de los Estados Unidos. Por razones logísticas, la operación contó con varias sucursales con equipos independientes. “High Road” era el grupo que operaría en el Adántico , “Low Road” el grupo que operaría en el Pacífico. Entre ellos, en el lago Gatún y Pedro Miguel, y desde Pedro Miguel hasta las esclusas de Miraflores, montamos otro equipo, los “ Mamati ”, disfrazados de inocentes pescadores cuyas embarcaciones llevaban lanzacohetes franceses. También había un equipo de demolición que sacaría la vía férrea transoceánica Panamá-Colón. Cada uno operaba por separado; ningún equipo de operaciones estaba en contacto con el otro y el descubrimiento o falla de cualquier equipo no afectaría al otro. Los líderes de la operación eran miembros clave de las fuerzas armadas, hombres que luego se convirtieron en funcionarios gubernamentales de alto rango, diplomáticos y empresarios, que aún eran prominentes y activos en la década de 1990. El líder del equipo de High Road, por ejemplo, era un especialista en insurgencia militar nocturna y había estudiado cómo neutralizar aviones estadounidenses en tierra en el aeródromo de Albrook si fuera necesario. El Camino Bajo incluyó un contingente de la empresa Pumas de Tocumen; No mencionaré el nombre del comandante, porque su revelación podría perjudicarlo en su actual misión. Los hombres de Low Road se deslizaron por los bloqueos de carreteras de los EE. UU.: doscientos hombres que vivieron durante dos meses frente a las narices de los estadounidenses en un terreno propiedad de un ingeniero panameño llamado Julio Alcedo , quien accedió a su presencia, aunque no sabía nada de su planes Las fuerzas estadounidenses nunca supieron que los campesinos panameños de aspecto inocente detrás de su cordón de seguridad eran en realidad agentes explosivos y hombres rana listos para asaltar el canal. Estos eran especialistas en todo tipo de actividades de comando, hombres entrenados en Israel para tales operaciones, formando un cuerpo de élite. Me impresionó y me enorgulleció observar varias sesiones de entrenamiento desde el amanecer hasta el anochecer realizadas en absoluto silencio y seguridad en el campo. Era como una película, pero allí estábamos, viendo cómo los agentes especiales alcanzaban su objetivo y luego se alejaban, empapados, hacia la noche. Estos hombres honraron a Panamá y al juramento y lealtad que prestaron ante Torrijos: Lucinio Miranda, Nivaldo Madrinan y Luis Quiel , con unidades del Departamento de Investigaciones Nacionales; Daniel Delgado y Felipe Camargo con efectivos del Batallón Pumas; Porfirio Caballero con su equipo de tecnología; el reconocido Edilberto “Macho” del Cid, líder de las fuerzas especiales Machos del Monte; Fernando Quesada del cuartel La Chorrera y Virgilio Mirones con sus especialistas en buceo y todos los soldados a su mando. Mientras el Senado de los Estados Unidos se preparaba para votar, todo estaba listo. Una señal iba a ser transmitida a todo Panamá por Radio Libertad durante el programa del popular locutor radial Danilo Caballero. Debía anunciar un segmento del espectáculo, “Boleros de Ayer” como señal para proceder, o “Boleros de Ayer ha sido cancelado” para suspender la operación. Fue un momento histórico para Panamá, pero nada tan tenso como el momento que enfrentaban estos hombres, quienes habían sido entrenados e infiltrados en territorio ocupado por Estados Unidos, completamente preparados para sabotear el canal si se les ordenaba hacerlo. Los corazones latían con fuerza mientras esperaban. Y, entonces, llegó la noticia: el Senado de los Estados Unidos ratificó los tratados del Canal de Panamá por dos tercios de los votos. Se dio la señal para suspender nuestra operación. La tensión, los niveles de adrenalina necesarios física y psicológicamente para llevar a cabo este gran acto de destrucción habían sido tan altos que los hombres, al sentir la liberación de la tensión, se sintieron decepcionados y algunos incluso lloraron mientras se preparaban para retirarse. Un detalle del anuncio fue que Torrijos esperó los resultados en su oficina en la sede, acompañado por el presidente Arístides Royo y la personalidad de televisión Bárbara Walters. Torrijos estaba eufórico tras la confirmación del Senado; Recuerdo mirar hacia arriba desde el patio hacia las escaleras de arriba mientras el trío se dirigía hacia mí. “Noriega, saque la genie , ¡saca a los hombres de ahí!” gritó, queriendo asegurarse de que nuestra contingencia de sabotaje no tuviera lugar. "Asegúrate de eso". “Sí, comandante” , le dije, pero me sorprendió que mencionara un tema tan delicado frente a un periodista. Aparentemente, Walters no se dio cuenta de a qué se refería y no siguió. Momentos después, Torrijos anunciaba la aprobación de los tratados en un programa de radio y televisión a nivel nacional. Celebraciones espontáneas estallaron en todo Panamá. Y en medio de sus comentarios, hubo una mención especial y elíptica de esos anónimos patriotas panameños. “A aquellos hombres que saben de lo que estoy hablando, les dirijo unas palabras especiales de reconocimiento por la gran hazaña que realizaron al no hacer nada en absoluto”. Cuando estallaron las celebraciones en todo Panamá, Estados Unidos nunca supo lo que habíamos planeado, o que, de una forma u otra, habrían perdido el canal. Habíamos tenido el control todo el tiempo. Después de eso, a pesar de los informes periódicos en los medios de comunicación estadounidenses inflados por funcionarios estadounidenses, nunca más hubo ningún plan para amenazar el canal. El canal ahora era nuestro, y pase lo que pase, no tiene sentido destruir tu propia casa. Alguien podría haberlo sugerido en algún momento, pero puedo decir honestamente que tal propuesta siempre fue rechazada de inmediato. Este canal era ahora un bien nacional. El único ataque que podría haber sufrido habría sido alguna operación kamikaze por parte de terroristas; hicimos todo lo posible para prepararnos para tal contingencia. Cualquier ataque al canal habría sido resistido por todos los medios a disposición de las Fuerzas de Defensa de Panamá. E n el primer aniversario de los tratados del canal, hubo una celebración oficial en la Ciudad de Panamá. Torrijos no asistió. Sintió que faltaba algo, que la verdadera demanda de independencia de Panamá no había sido respondida: nuestro futuro aún estaba bajo un paraguas de seguridad puesto por el Pentágono. A raíz de los tratados, Panamá mantuvo conversaciones con los japoneses. Shigeo Nagano, el empresario de Tokio que había encabezado la misión comercial japonesa anterior a Panamá, vino de otra visita y lo llevé a la parte occidental del país. Todavía estábamos examinando las posibilidades de un canal a nivel del mar. Esto se había vuelto cada vez más apremiante a medida que veíamos informes sobre la construcción de barcos cada vez más grandes, tan grandes que tenían que viajar alrededor de la punta de América del Sur a través del Estrecho de Magallanes. Nos interesamos más en las alternativas. Comenzamos a evaluar sitios específicos. Tomamos un helicóptero para mirar las colinas hacia Chorrera, y Torrijos nombró el lugar donde paramos Nagano Heights. Los estadounidenses buscaron disminuir y limitar la presencia japonesa en esta empresa. El interés japonés no disminuyó. Nuestros estudios de sitio incluyeron evaluaciones ecológicas y estudios geológicos, mientras que los japoneses estudiaron las condiciones del mercado: el tamaño actual de los envíos tanto en el Atlántico como en el Pacífico, proyecciones futuras, flotas y capacidades existentes y el desarrollo del transporte de contenedores y cómo es probable que cambie. , junto con el desarrollo técnico que tendría un impacto en el transporte marítimo en el siglo XXI. Para 1985, Panamá, Japón y Estados Unidos habían creado una comisión formal, la Comisión de Estudio Tripartito sobre Alternativas al Canal de Panamá. Era una agencia internacional cuya responsabilidad era encontrar los medios para mejorar el canal existente, ante la preocupación de que, de lo contrario, quedaría obsoleto. La comisión fue prevista bajo los tratados del canal, que le dieron a Panamá el derecho de elegir al tercer miembro de la comisión, ya sea Japón, Alemania o algún otro socio. Pero los estadounidenses siempre llegaron como parte del trato. No les interesaba en absoluto hacer nada de esta comisión, prefiriendo imponernos sus propias decisiones. Pero una vez que Japón entró en escena, tuvieron que considerar la situación seriamente. Fui invitado a Japón en diciembre de 1986 para discutir el proceso de desarrollo de alternativas. En un discurso ante la Asociación de Amistad Japón-Panamá, aproveché para criticar a Estados Unidos por los retrasos en las mejoras al canal. En particular, señalé que Estados Unidos estaba retrasando los planes para ampliar el llamado Corte Culebra, una porción angosta del canal, un proyecto que permitiría el tránsito seguro de barcos con muelles más amplios. “Esta situación es lamentable, sobre todo cuando vemos que varios sectores en Japón han dado a conocer su interés en contribuir al financiamiento y ejecución de esta obra”. Era evidente que nuestra preocupación estaba bien fundada: o había que hacer un nuevo canal o mejorar el que ya teníamos. Había mucho sentimiento de que la idea de un canal a nivel del mar era demasiado complicada y demasiado costosa. Sin embargo, el análisis de ingeniería tomó en consideración factores complicados, por ejemplo, el nivel mínimo aceptable de agua en el lago Gatún, la fuente de agua que controla las esclusas del canal. Hubo varios análisis de diferentes rutas de acuerdo a las características físicas y otros factores. Cada plan tenía que ser considerado en el contexto de los requisitos técnicos de la industria naviera. En ese campo Japón tenía prácticamente toda la información; eran los líderes en camiones cisterna y tecnología de camiones cisterna, y estaban logrando avances considerables en el transporte de mercancías en contenedores. Mientras tanto, los japoneses fueron enérgicos al pedir una evaluación constante de los factores ecológicos, preservando las especies ecológicas y biológicas de cualquier ruta que se considere. La pregunta era: ¿podríamos presionar a los estadounidenses para que nos permitieran aumentar la capacidad máxima en el canal, de modo que cuando tomáramos el control de la vía fluvial, pudiéramos manejar los barcos más grandes posibles? Nuestros esfuerzos hacia la cooperación con Japón podrían presionar a Estados Unidos para que actúe. Aquí se jugaba un juego. Tan pronto como se firmaron los tratados, los estadounidenses dieron marcha atrás en el trabajo para mejorar las esclusas y las entradas al canal. Continuaron con su trabajo rutinario de dragado y mantenimiento, pero ya no se dedicaron a la mejora del canal como lo hacían antes. La actitud parecía ser: “Le daremos la vuelta al canal, pero lo dejaremos como estaba cuando firmamos el tratado, sin nada extra”. Mientras tanto, desde la formación de la comisión durante los últimos años antes de la invasión de 1989, los estadounidenses buscaron todas las oportunidades para presionar a Japón para que retrocediera y no apoyara a Panamá. Estábamos atrapados en una esfera de influencia heredada desde el primer año de nuestra creación como país, en 1903; nos dimos cuenta de que teníamos que extender nuestras alianzas más allá de los estadounidenses. Esto iba en contra de los intereses estadounidenses, que buscaban entregar el canal pero continuar controlando Panamá. No querían ver a un Panamá independiente haciendo tratos con Asia. A lo largo de todo el período, desde las primeras conversaciones hasta la formación de la comisión, me concentré en los estudios del canal. Mi hermano Julio, ingeniero, era miembro de la comisión de estudio; estuvo muy involucrado en la elaboración de informes técnicos sobre el sistema. Vimos que los japoneses trabajaron con entusiasmo en el proyecto. Los estadounidenses sabían que Japón veía a Panamá como un eslabón clave en su plan de desarrollo global: el Canal de Panamá era una plataforma de lanzamiento para las exportaciones a América Latina y Europa. Los japoneses siempre mantuvieron un nivel básico de apoyo a Panamá, pero en los últimos años a veces lo hicieron a un nivel muy discreto. Retrocedieron en su apoyo económico porque la presión de los Estados Unidos era grande, pero continuaron otorgando préstamos, manteniendo las exportaciones y manteniendo fuertes contactos diplomáticos. Para el consumo público, Estados Unidos no vio nada malo en que la industria y el comercio japoneses proporcionaran conocimientos técnicos para los estudios de canales. Pero bajo Reagan y Bush había algo más en juego: estos hombres me vieron como un obstáculo porque estaba trabajando en algo que podría unir a Panamá y liberarlo de la dependencia económica estadounidense. El secretario de Estado, George Shultz, fue un ex ejecutivo de la multinacional constructora Bechtel; El secretario de Defensa, Caspar Weinberger, había sido vicepresidente de Bechtel. A Bechtel nada le hubiera gustado más que ganar los miles de millones de dólares en ingresos que generaría la construcción del canal. Naturalmente, estaban interesados en servir como contrapunto a cualquier iniciativa japonesa para construir un nuevo canal. Me pregunto si los estadounidenses piensan que es extraño analizar los precedentes económicos de la invasión de Panamá y el hecho de que dos miembros del gabinete estadounidense, sin mencionar muchos funcionarios de menor rango, tenían intereses económicos que estaban en conflicto con el intento de Panamá de ampliar su relación comercial con Japón. Me pregunto si piensan que es una gran coincidencia que yo era un tipo malo y que las administraciones "bien intencionadas" de Reagan y Bush tenían una buena razón para atacarme y destruir la soberanía panameña. Las administraciones de Reagan y Bush temían la posibilidad de que Japón pudiera dominar un eventual proyecto de construcción de un canal; no solo había una preocupación fuera de lugar por la seguridad, también estaba la cuestión de la rivalidad comercial. Las empresas de construcción de EE. UU. podían perder miles de millones de dólares; el gobierno camufló esa preocupación diciendo que intereses vitales de seguridad nacional estaban involucrados en el Canal de Panamá. Quiero dejarlo muy claro: la campaña de desestabilización lanzada por Estados Unidos en 1986, que terminó con la invasión de Panamá en 1989, fue resultado del rechazo de Estados Unidos a cualquier escenario en el que el futuro control del Canal de Panamá pudiera estar en manos de un Panamá independiente y soberano, apoyado por Japón. Los estadounidenses, por supuesto, dirían que solo hago cosas para beneficio personal. Pero aquí tenemos un caso en el que yo estaba trabajando por motivos nacionalistas con los japoneses, no había ninguna ganancia financiera involucrada. Mientras tanto, estadounidenses como Shultz y Weinberger, haciéndose pasar por funcionarios que actuaban en el interés público y disfrutando de la ignorancia popular sobre los poderosos intereses económicos que representaban, estaban construyendo una campaña de propaganda para derribarme. Bajo los tratados del Canal de Panamá, la superintendencia estadounidense del canal expiraba el 31 de diciembre de 1989; Dennis McAuliffe, el general del Comando Sur convertido en administrador del canal, dejaría su puesto. A partir del 1 de enero de 1990 y para siempre, toda la operación del canal estaría dirigida por un panameño. Pero debido a un momento extraño, la invasión estadounidense del 20 de diciembre de 1989 bloqueó al designado como administrador, quien había sido aprobado por mí como jefe de estado panameño en consulta con la Asamblea Nacional panameña. En cambio, la elección la hizo once días después un hombre que había prestado juramento como presidente en una base militar estadounidense al comienzo de la invasión estadounidense, una elección realizada en feliz consulta con sus amos y benefactores estadounidenses. Y, en 1995, mientras escribía sobre este episodio, era evidente que incluso la invasión y el control del canal no eran suficientes para algunos. Jesse Helms, el senador archiconservador de Carolina del Norte que usó su puesto en el Comité de Relaciones Exteriores para influir en mi derrocamiento, presentó una resolución en el Congreso de los EE. UU. que pedía la presencia militar estadounidense continua en Panamá más allá del año 2000. Las negociaciones comenzaron de inmediato. Capítulo 5
Casey, el maestro de los espías
OUn hermoso día de primavera en abril o mayo de 1981, un automóvil se detuvo frente a mi hotel en Washington, DC. La escena parecía sacada de una novela de espías; un hombre designado como mi enlace vino a mi habitación y anunció que estábamos listos para viajar a Langley, Virginia, en los suburbios de Washington. Le di el día libre a mi agregado militar ya otros ayudantes porque nadie estaba autorizado a venir; esto iba a ser un asunto solitario, solo para mí. También iba a ser mi primera reunión con William Casey, el viejo guerrero de la OSS que ahora había sido designado por el presidente Ronald Reagan como director de Inteligencia Central. La ruta era familiar; Había estado en la sede de la CIA varias veces en el pasado, incluso para varias reuniones con Vernon Walters, ex subdirector y diplomático de la CIA. Pero ahora, en la administración Reagan, yo iba a ser una vez más el hombre clave entre Torrijos y el gobierno de Estados Unidos. Ambas partes querían que cambiara la relación de inteligencia entre los países. Panamá siempre había sido un lugar de encuentro para el espionaje, un puerto de escala libre para el Este y el Oeste, el Norte y el Sur. Pero nuestro gobierno y nuestro ejército nunca tuvieron mucho interés en espiar. Dos cosas cambiaron eso. Primero, el golpe de Estado de 1969, del que Torrijos culpó a la CIA, lo sensibilizó sobre la necesidad de las operaciones de inteligencia; al ver que sus fuerzas habían sido infiltradas por la CIA y otros para organizar el golpe de Estado en su contra, reaccionó despidiendo a todos aquellos oficiales que habían colaborado con la Brigada de Inteligencia 470 del Ejército de EE.UU., con sede en Fort Clayton, cerca de las esclusas de Miraflores en el Pacífico. lado del Canal de Panamá. Hizo lo mismo con las personas acusadas anteriormente de trabajar con la CIA. Pero al mismo tiempo vio que las fuerzas militares no podían aislarse, porque eso provocaría aún más interés entre los estadounidenses para buscar inteligencia por cualquier medio posible. Decidió, por lo tanto, que debía haber un canal de comunicación. Ahí es donde entré en la imagen. Recién organizado el rescate de Torrijos en Chiriquí, me contrataron para la tarea: iba a ser el único responsable de las comunicaciones entre Torrijos y los servicios de inteligencia de los EE. UU., ya sea la CIA, la inteligencia militar o el FBI. Como jefe del G-2, el servicio de inteligencia militar dentro de la Guardia Nacional, estaba autorizado a mantener contacto a cualquier nivel con los estadounidenses. Torrijos incluso restringió su propio contacto con los estadounidenses. Durante todo su tiempo en el poder, nunca se reunió con ningún jefe del Comando Sur. Esa fue la medida de su resentimiento hacia el ejército estadounidense y los Estados Unidos por su papel en el golpe de 1969. La segunda razón para pasar a la inteligencia y la contrainteligencia fue el advenimiento durante la administración de Nixon de serios preparativos para los tratados del Canal de Panamá. Fue entonces cuando Estados Unidos comenzó a intervenir los teléfonos, especialmente las líneas de Torrijos, para vigilarlo de cerca. A Estados Unidos le interesaba todo lo que tuviera que ver con Torrijos, dónde comía, dónde dormía. Sabíamos esto y reaccionamos con contramedidas; cambiamos números de teléfono, plantamos información falsa y, significativamente, establecimos nuestras propias operaciones de espionaje. A mediados de la década de 1970, nos habíamos infiltrado con éxito en las fuerzas estadounidenses en la Zona del Canal. Nos pusimos en contacto con trabajadores civiles, oficinistas y soldados, con la idea básica de cultivar informantes que tuvieran acceso a los documentos y datos que necesitábamos. Esto era lo mismo que nos estaban haciendo los estadounidenses. Recolectamos inteligencia capitalizando las debilidades humanas: mujeres, alcohol, todas las vulnerabilidades que hicieron posible que la gente nos diera información. Teníamos anglosajones, puertorriqueños, bastante gente. Mira esta imagen. Un estadounidense rota a Panamá cada dos años. Quiere compañía y, de repente, se ve colmado de ella, siendo invitado a casas panameñas, yendo a fiestas, desarrollando una cálida relación con una familia panameña. Sea lo que sea, te ganas la verdadera amistad de esta persona, de modo que te ganas absolutamente su simpatía. Los servicios de inteligencia panameños llegaron a la mayoría de edad en la década de 1970 porque pudimos establecer un acceso significativo a la información, justo debajo de las narices de los estadounidenses. El grupo más importante de informantes estadounidenses llegó a ser conocido como “los sargentos cantantes”. Eventualmente fueron descubiertos y causaron gran vergüenza al Comando Sur de los EE. UU., quienes no podían creer que algún estadounidense espiara para Panamá. Los sargentos fueron de gran ayuda para obtener el material importante para nosotros: información de seguridad relacionada con Torrijos y los demás comandantes, así como información operativa. Cuando dieron con otra información estratégica sobre Estados Unidos y sus relaciones con otros países, no nos interesaba y simplemente la destruíamos. Mi filosofía al tratar con los estadounidenses era mantener la mayoría de los contactos de inteligencia al margen, para establecer un conducto fácil y franco para proporcionar información. Se dice en los círculos de inteligencia que la curiosidad es fuente de muchos errores; mi trabajo consistía en asegurarme de que los estadounidenses no cometieran errores de cálculo debido a una información demasiado escasa o mal desarrollada. Quería mantener a los estadounidenses al tanto de lo que estaba haciendo Panamá; fue un esfuerzo por combatir los rumores y la desinformación difundida sobre el país y sobre el canal. La fuente de esto fue un lobby antimilitarista, antiTorrijos y antinacionalista que incluía a las clases adineradas de Panamá, que se oponían a Torrijos, a los militares y a mí, y haría cualquier cosa —invocar la amenaza roja , por ejemplo— para descarrilar los tratados Mi encargo de Torrijos era restar importancia al espionaje, fomentando en cambio una relación de respeto y amistad y hablando abiertamente con los servicios de inteligencia estadounidenses. Hablamos de nuestros objetivos políticos; pudieron ver que no éramos comunistas. Y a medida que nos explicamos a los estadounidenses, se desarrolló un entendimiento profesional, contactos que evitarían cualquier confusión sobre el propósito y los motivos. Empecé a viajar a Washington varias veces al año, junto con otros funcionarios panameños. Como resultado de estos esfuerzos, los estadounidenses comenzaron a solicitarnos que realizáramos misiones para ellos, actuando como emergentes cuando Estados Unidos necesitaba un intermediario. Esto se vio en nuestro manejo de los contactos cubanos y en nuestra ayuda a los Estados Unidos durante la crisis de Irán, cuando le dimos asilo al sha de Irán. Como resultado de estos tratos, siempre se infiere que yo era una especie de agente estadounidense, lo que nunca fue el caso. Fui oficial panameño y abiertamente me comporté como tal en todas mis relaciones con los Estados Unidos, por el bien de mi país, de mi ejército y con pleno conocimiento de mi comandante, el General Torrijos. Mi visita a la sede de la CIA ese día de primavera fue con un pleno entendimiento de ambos lados de lo que había sido la relación. Todavía era coronel y jefe del G-2, invitado por Casey y en visita de cortesía a instancias de Torrijos. Por supuesto, siempre había un aire de intriga en las visitas a la sede de la CIA. El automóvil salió de la avenida después de menos de una hora de viaje. Se hicieron arreglos de seguridad en la puerta principal y luego me llevaron a los terrenos de la CIA, directamente al imponente edificio de la administración. Recuerdo cruzar el umbral, mirar de pasada el globo terráqueo incrustado en el piso de la antigua y venerable sede y las estrellas en la pared, que representaban a los agentes de la CIA muertos en servicio en todo el mundo. Había una recepcionista solitaria sentada en el gran vestíbulo; las dimensiones cavernosas de este espacio vacío no daban ninguna proyección hacia el exterior del espionaje y la intriga que uno podía imaginar que ocurría en las instalaciones. Me acompañaron a una mañana de reuniones con los asistentes del personal; Casey, me dijeron, se reuniría con nosotros justo antes del almuerzo. Pasamos la mañana en una serie de charlas que prepararon el escenario para lo que estaban pensando: inevitablemente, las conversaciones giraron en torno a la importancia estratégica de Panamá y el Canal de Panamá y su plan para que Estados Unidos permanezca en Panamá después del año 2000. Sólo puedo recordar caras, no nombres, en estas charlas; en la CIA, no creo que el uso de nombres sea una alta prioridad. Pueden ser el Sr. Clark, el Sr. Smith y el Sr. Jones, pero no pensé que estos eran los nombres reales de las personas con las que estaba hablando; los únicos apellidos mencionados con certeza durante la mañana fueron los del coronel Noriega y el señor Casey. Hubo un aire informal en estas conversaciones, pero ciertos temas se repitieron para enfatizar. “Coronel, Estados Unidos está preocupado por la seguridad de la región; con los sandinistas, nos preocupa la influencia cubana y soviética en todo su gobierno”, dijo uno de los hombres anónimos. “Coronel”, dijo otro, “Panamá y el Canal de Panamá son un cuello de botella para el transporte y las comunicaciones en todo el hemisferio. Sabemos lo importante que eres para nosotros”. Mientras reflexionaba sobre estos temas, estaba claro que Estados Unidos no estaba hablando de un pequeño canal construido tres cuartos de siglo antes que se estaba volviendo obsoleto y demasiado pequeño para las flotas comerciales más grandes del mundo. ¿Qué valor, pensé, tenía un diminuto canal construido en 1904? No, los estadounidenses estaban hablando de su dominio sobre un área geográfica que consideraban estratégicamente vital, tanto ahora en la Guerra Fría como siempre lo había sido. Estaban mirando un tablero de ajedrez. Controlaron las piezas en un punto muerto importante: Panamá seguía siendo la encrucijada del hemisferio. A fines de siglo, los estadounidenses veían a Panamá tal como lo había visto Teddy Roosevelt en 1904: esta tierra era de ellos y la querían toda para ellos. A última hora de la mañana, me hicieron pasar a la oficina de William Casey. No era exactamente un hombre imponente, parado allí, encorvado y moviéndose como cualquier otro hombre de negocios estadounidense, pero con la apariencia de un amable abuelo anciano. Aún así, me quedé impresionado con él. Parecía ser un oficial de inteligencia clásico al viejo estilo y encontré una gran afinidad en eso; aquí había un hombre que había sido consumido por el proceso y el arte de la recopilación de inteligencia. Si bien muchas de las reuniones matutinas fueron con oficiales de inteligencia de habla hispana, siempre estuvo presente un traductor. Esto fue especialmente necesario con Casey: mi conocimiento del inglés no sirvió de mucho. Ladeó la cabeza mientras hablaba con un labio torcido con palabras que salían disparadas de formas que no podía entender en absoluto. Y, sin embargo, con la ayuda de la traducción, nuestra charla, que se prolongó durante unas dos horas durante un almuerzo en un comedor contiguo, se animó. “Coronel Noriega”, dijo, “queremos hacer todo lo posible para mantener la cooperación que hemos establecido con usted y su país”. “Al igual que nosotros”, le dije a Casey. “El general Torrijos me ha pedido que le diga que espera una relación amistosa y abierta”. Además, le dije, Torrijos me pidió que describiera nuestra filosofía de apertura, que deberíamos hablar con frecuencia y abiertamente para evitar malentendidos. “La CIA termina siendo culpada de cada pequeña cosa por el aura de misterio que la rodea”, dije. “Necesitamos mantener las líneas abiertas para poder cambiar eso”. Casey estaba interesado en escuchar sobre el papel de la CIA en el golpe de 1969 contra Torrijos. Le dije lo que sabía. Sonrió cuando le hablé del misterio que atribuimos a la agencia de espionaje. “Me gustaría ir pronto a Panamá y visitar al general”, dijo. Quería “un canal de comunicación con Cuba sin ningún compromiso”. Los chats fueron en parte protocolares, en parte un intento temprano de plantear los temas clave que Casey y la administración Reagan querían promover. América Central, dijo, estaba al borde de ser invadida por el comunismo. Panamá estaba en una posición única para observar los eventos en Centroamérica porque nuestras puertas estaban abiertas para todos los lados. Estados Unidos sabía esto y dio la bienvenida a nuestra apertura y nuestra ayuda, dijo. Dije poco durante esta primera sesión informativa de Casey sobre el plan de América Central. Nunca albergé ninguna ilusión de que a Washington realmente le importara lo que yo pensara. Fue una situación en la que visitantes extranjeros especiales, aliados y aliados potenciales son llevados a la CIA para una sesión informativa. Los representantes de la CIA presentan su visión del mundo, hacen preguntas educadas a sus invitados y se sientan con calma y cortesía cuando es el turno de hablar del visitante. Así llaman a su política exterior: apoyar la democracia en todo el mundo. Es realmente una receta para asegurarse de que se difunda su propia forma de represión. Casey no dio detalles operativos de lo que estaba planeado por la administración Reagan; en cambio, obtuve la línea del partido, una perspectiva general de la lucha que tenían ante ellos. Casey dejó en claro lo que él, Reagan y Bush pensaban que estaba en juego. “Estados Unidos está preocupado por el triángulo Cuba-Granada-Nicaragua”, dijo. “Necesitamos contener la amenaza comunista porque Cuba y Rusia aprovecharán cualquier oportunidad para subvertir la democracia. Planeamos enfrentar el desafío”. Dijo que Estados Unidos tomaría todas las medidas posibles, incluida la acción encubierta y el aumento de las insurgencias guerrilleras, para bloquear los diseños de inspiración cubana y soviética. Estaban dispuestos a hacer todo lo posible para eliminar las insurgencias marxista-leninistas dondequiera que las encontraran, y especialmente para repeler y acabar con cualquier involucramiento, comunicación o dependencia de Fidel Castro en cualquier parte de América Latina. “Por supuesto, no podemos permitir que la Agencia Central de Inteligencia se involucre directamente”, me dijo Casey. “No podemos dejar que parezca que estamos tomando una acción directa aquí. Necesitamos ayuda." Durante el almuerzo, la charla fue más anecdótica. Mientras revisábamos la escena mundial, Casey se interesó especialmente en mis contactos con funcionarios israelíes. Le conté, por ejemplo, que había conocido a Moshe Dayan y a Yitzhak Rabin poco después de la Guerra de los Seis Días de 1967. Dayan, el general triunfante, me llevó a un recorrido por la zona de guerra y describió la planificación estratégica que se utilizó para combatir a los sirios. Discutimos las teorías israelíes sobre la recopilación de inteligencia. Recordé haberme encontrado con Dayan en otra ocasión durante un viaje posterior al Tel Aviv Hilton, bajando en ascensor con él y una mujer que estaba encantada de tener la oportunidad de estar tan cerca del héroe de guerra. "Me encontré con él; Le di la mano”, gritó la mujer mientras corría hacia el vestíbulo. Dayan sonrió levemente. En ese momento, él era un civil y no estaba en el gobierno. Rabin, le dije a Casey, en comparación, era distante y formal. Mi conversación con él fue sobre la paz entre los árabes y los israelíes. Dayan fue efusivo y personal, dejando una impresión más duradera. Casey escuchó atentamente mientras compartía mis impresiones sobre estos hombres. Considero que esta es una cualidad importante: era una persona que tenía la cultura, la gracia social y la inteligencia para escuchar cuando otros hablaban. Esta reunión fue el inicio de una relación más estrecha con la CIA, que, por mi parte, siempre se caracterizó por la ecuanimidad. A lo largo de los años, mis contactos en la CIA sabían muy bien que yo era un conducto confiable de mensajes de Estados Unidos a los cubanos; Ese enlace de comunicaciones fue defendido por Casey y podía contar conmigo para mantenerlo abierto. Me visitó varias veces en Panamá en mi casa. Cuando Casey y la CIA pedía pasaportes y visas para que sus operativos pudieran realizar misiones específicas de inteligencia, por ejemplo, Panamá, bajo mi mando, les brindó esa ayuda y más. Si, como era el caso, Estados Unidos buscaba un canal de comunicación con los rusos, sabían que podían confiar en mí para una transmisión de información limpia y confiable. No solicitamos ni recibimos información sobre lo que podría haber sido cualquiera de estas operaciones. La inteligencia estadounidense estaba muy compartimentada; nunca tuvimos una idea de los objetivos o resultados de tales solicitudes. Nunca salió de Panamá ningún engaño o mala información como resultado de esta relación, la cual fue manejada siempre con un alto nivel de respeto. Los estadounidenses sabían que no obtendrían nada más ni nada menos de mí que eso. Incluso en lo más profundo de nuestras malas relaciones con los estadounidenses, se protegió cierta información de inteligencia. Había, por ejemplo, un centro de la Agencia de Seguridad Nacional en el Comando Sur conocido como “el Túnel”. Construido en la ladera de una colina en Quarry Heights, la instalación parecía modesta desde el exterior. En su interior se encontraba el centro de espionaje y defensa ultrasecreto más completo que se pueda imaginar. Se usaba para rastrear a Cuba, para monitorear el narcotráfico y los aviones espía. Durante nuestro período de cooperación en materia de interdicción de drogas en el hemisferio a principios de la década de 1980, la vigilancia de drogas se manejaba desde el Túnel. Nunca le dijimos a nadie de su existencia. Yo había sido la persona de contacto de los Estados Unidos durante la década de 1970 y todos en la CIA me conocían bien; ahora, con Casey, las relaciones se volverían más estrechas. En 1983, cuando asumí el mando, la CIA se complació en tener una conexión directa con el líder de las fuerzas armadas panameñas. Aunque nombré a mi propio jefe de inteligencia G-2, Casey vino poco después de que yo asumiera el mando para dejar en claro que su organización estaba feliz de tratar conmigo directamente. Pero no me hacía ilusiones: ni Panamá ni yo fuimos nunca centrales en el juego que jugaban los estadounidenses; nosotros, en cambio, nunca permitimos que Panamá se convirtiera en un peón en ese juego. Sus planes centroamericanos empezaron a ir demasiado lejos. Vimos su apoyo a los militares salvadoreños y la guerra enloquecida que organizaron contra los sandinistas como irresponsable y desequilibrada; esta no era nuestra batalla y pensamos que estaba mal encaminada. Además, apoyábamos la revolución sandinista y entendíamos las aspiraciones nacionalistas de la guerrilla del FMLN en El Salvador. Con el advenimiento de su guerra, los Estados Unidos comenzaron a hacer demandas que no podíamos cumplir y aplicaron más presión de la que podíamos tolerar. Hasta entonces, yo había sido el Sr. Sí, el hombre del que los estadounidenses siempre podían depender; ahora había comenzado a ser conocido como el Sr. No. Y el Sr. No, decidió la administración Reagan, tenía que ser destruido. Sin embargo, estoy convencido de que la historia se habría alterado y la invasión de Panamá del 20 de diciembre de 1989 nunca se habría producido si Casey hubiera vivido. Casey tenía el poder y la inclinación para defenderme de la conspiración que se estaba gestando en mi contra, espoleada por los opositores panameños y sus amigos en Washington. Casey sabía lo que estaba pasando en Panamá. El juicio por drogas no hubiera funcionado si estuviera vivo, porque lo hubiera tenido como testamento vivo y defensor; él sabía la verdad sobre todos los cargos en mi contra. Sabía la verdad sobre el asesinato de Spadafora y los pilotos de drogas que volaban para los contras de Bush. Ni los estadounidenses ni sus aliados entendieron nunca por qué no los ayudábamos: no estaba en nuestro interés nacional estratégico hacerlo , no creíamos que el comunismo estaba a punto de invadir América Latina; no era nuestra intención oponernos a los movimientos de liberación. No estábamos interesados en ayudar a los estadounidenses de esa manera. Estratégicamente, no tenía sentido. No queríamos ser las sirvientas de los estadounidenses, y todos en la región sabían, lo entendieran o no, que esa era nuestra posición. Debido a esto, nuestras relaciones a veces se tensaron con los aliados más cercanos de los Estados Unidos, los salvadoreños, los hondureños y los contras, porque sabían que teníamos una forma diferente de ver a los Estados Unidos. Tuve esta discusión muchas veces con muchas personas diferentes. Cabe mencionar tres: el general Gustavo Álvarez Martínez de Honduras, el capitán Roberto D'Aubuisson de El Salvador y un teniente coronel de los Estados Unidos de nombre Oliver North. Me fascinaron los tres: Álvarez por lo ingenuo que era y por lo que le pasó; D'Aubuisson por su mente unidireccional de aniquilar el comunismo como si fuera una enfermedad; y Norte por todo el poder que profesaba tener. Analizando a tres fanáticos El caso de Álvarez fue quizás el ejemplo más instructivo para mí de cómo Estados Unidos trató a sus amigos caídos. Álvarez, su ejército y la dirigencia hondureña eran diferentes a nosotros. Tenían una fuerte ideología aplaudida por Estados Unidos: antimarxistas dedicados, anticomunistas, “anti” cualquier cosa que fuera socialmente significativa o beneficiosa para el pueblo. Cualquier cosa que tuviera la palabra “social” para Álvarez significaba “comunismo”. Tenía una verdadera fijación por Nicaragua. “Manuel Antonio”, me dijo Álvarez un día, “tengo un sueño: puedo verme cabalgando hacia Nicaragua en un caballo blanco, liberando al país de los comunistas sandinistas y tomando el control”. Álvarez intentó por todos los medios posibles hacer realidad su sueño. Ondeando una bandera anticomunista y anticubana, quiso ayudar a Estados Unidos a hacer la guerra contra Nicaragua; todo el tiempo estuvo diseñando su estrategia de guerra. Fue este ardor en la lucha lo que convenció a Estados Unidos de apoyar a Álvarez, ayudándolo a pasar por encima de otros oficiales y tomar el control del ejército hondureño. A modo de agradecimiento a sus patrocinadores en Washington, Álvarez abrió Honduras al control virtual de Estados Unidos. Él y su ejército en la década de 1980 asumieron el papel de Panamá como servidor obediente de sus amos norteamericanos. Álvarez dijo que todo era necesario para combatir la Guerra Fría. Sin embargo, ¿de dónde procedía su celo anticomunista y qué tenía que ver con Honduras? Prácticamente no había guerrillas en Honduras, aunque finalmente surgió un pequeño grupo llamado Chinchoneros, que tomó algunos rehenes en Tegucigalpa y luego negoció su salida del país con la ayuda de la mediación de diplomáticos extranjeros. Panamá tuvo un papel en las negociaciones, ofreciendo enviar un avión para sacar a los guerrilleros de Honduras, garantizando su seguridad hasta que pudieran abandonar el área. Los Chinchoneros cumplieron con su parte del trato, liberaron a los rehenes y enviamos un avión de la fuerza aérea para recogerlos y llevarlos a la ciudad de Panamá. Álvarez me llamó, pidiéndome que incumpliera el trato y los enviara de regreso a Honduras. Me negué, en primer lugar porque habíamos mediado de buena fe y, en segundo lugar, porque sabía que esto equivaldría a una sentencia de muerte para los rebeldes. Álvarez y yo discutimos, pero Panamá se mantuvo firme. “Solo por motivos diplomáticos, no se puede hacer”, le dije. “Estos hombres fueron confiados a nuestra protección”. Dejamos ir a los Chinchoneros, unos viajando a México, otros a Cuba. Más tarde supimos que la inteligencia hondureña obtuvo fotografías de todos ellos, probablemente, creíamos, de alguien que operaba a través de la Cruz Roja. Y cuando algunos de los rebeldes regresaron a Honduras, Álvarez pudo identificarlos y los mató uno por uno. Álvarez y yo discutíamos a menudo, pero nos tratábamos con respeto. Sabía que yo no era ni marxista ni comunista, sino partidario de estos grupos que tanto odiaba. El problema que tenían los ideólogos con Panamá era que no nos podían descifrar. Hicimos amigos basados en nuestro propio sistema de valores. Chile fue un buen ejemplo. El ejército panameño tenía relaciones respetuosas con sus homólogos militares chilenos, pero cuando el general Augusto Pinochet arrebató el poder a Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973, nos dispusimos a brindar asilo a tantas personas como pudimos. Hubo mucha preocupación en Panamá al enterarse de la noticia del golpe en Chile, ya que allí vivían cientos de nuestros compatriotas, estudiantes, izquierdistas, incluso algunos opositores a los militares panameños. Llamé a mi homólogo como jefe de inteligencia de ese país, el general Augusto Lutz, sabiendo que se había convertido en miembro de la nueva junta militar, y usé ese contacto para ayudar a rescatar a muchos panameños, chilenos y otros. Mi amigo me informó sobre los acontecimientos y luego puso a Pinochet en la línea. Reconocí la voz distintiva del general; me dijo que tenía una hija que vivía en Panamá y temía represalias contra ella por parte de opositores de izquierda. Sin que me lo pidiera le dije que le garantizaría la seguridad, lo cual hice, aunque nunca hubo incidentes. En los días que siguieron, el ejército de Pinochet acorraló a miles de simpatizantes de Allende. Panamá se convirtió en un salvavidas para las personas detenidas por Pinochet o amenazadas de arresto. Le pedí a nuestro muy capaz embajador, Joaquín Meza, que fuera al ahora infame estadio de fútbol de Santiago, donde más tarde se informó que presuntos izquierdistas y opositores habían sido torturados y asesinados. Panamá logró liberar al menos a 1.200 personas —médicos, intelectuales, estudiantes— hombres, mujeres y niños. En particular recuerdo el caso de una niña de tres años llamada Macarena Franqui Marsh, cuyo padre era un activista de izquierda. Se conoció que el padre estaba en manos de la Policía Militar de Chile, la DINA, pero la pequeña estaba desaparecida y se creía que la tenían cautiva, se dijo, quizás para presionar a su padre. Meza escuchó la historia y usó su destreza diplomática, junto con la buena voluntad que tenía con Pinochet, para rescatar a la niña. También pude ayudar a un funcionario de Naciones Unidas y miembros del grupo musical Canta América, entre otros detenidos por el régimen militar. Meza llenó la embajada de Panamá en Santiago con refugiados y cuando el edificio no podía contener un alma más, Torrijos nos permitió comprar dos edificios adicionales para albergar a más refugiados bajo nuestro paraguas diplomático. Años después, cuando me convertí en comandante de las fuerzas armadas panameñas, fui a Santiago a una reunión hemisférica de jefes militares. Pinochet me invitó a una cena privada en su casa con su esposa e hija. También estuvo el Embajador Meza. Pinochet estaba de un humor efervescente. “Bueno, ustedes los panameños seguro que salvaron a muchos de esos marxistas, apuesto a que fueron algo así como dos mil de ellos”, dijo. “ Dígame una cosa, General Noriega. ¿Alguna vez te han dado las gracias? Los intentos de Álvarez de provocar una guerra resultaron ser su ruina. Estados Unidos quería que los Contras derrocaran a Nicaragua y querían actuar como un jugador invisible en ese juego. No buscaban un enfoque muy visible y abierto, y hacia eso los estaba conduciendo Álvarez. Eventualmente esto significó que Álvarez, por razones muy diferentes al interés de Estados Unidos en deshacerse de mí, se convirtió en un problema. Me negué a ayudarlos en Nicaragua: Álvarez quería hacer demasiado. Así que de repente, un buen día, hubo un golpe de estado en Tegucigalpa, viniendo del lugar donde uno menos lo esperaba: los amigos más cercanos de Álvarez, compañeros oficiales de la fuerza aérea hondureña. Estados Unidos ayudó a planear e instigar el golpe. Las fuerzas armadas capturaron a su comandante, lo amarraron y lo enviaron empacado fuera del país, a Costa Rica. El momento escogido para el levantamiento contra Álvarez fue importante. Estados Unidos había estado organizando un minicurso sobre inteligencia y operaciones militares en Fort Gulick, una de sus bases militares en la antigua Zona del Canal. Entre los asistentes al curso se encontraban varios hombres clave de Álvarez. Recuerdo dar el discurso de clausura y luego asistir a una recepción para ellos en el Hotel Continental esa noche. Todos nosotros desconocíamos los problemas que se estaban gestando en Honduras. La noticia salió a la mañana siguiente, con la noticia de que el general Walter López era el nuevo jefe de las fuerzas armadas hondureñas. Más tarde ese mismo día, recibí un mensaje de Costa Rica: Álvarez quería hablar conmigo. Cuando finalmente se hizo la conexión telefónica, el hombre al otro lado de la Une era un Álvarez que sonaba en un estado de ánimo muy diferente al del hombre que yo conocía: alternativamente amargado, derrotado, lloroso, sin esperanza, luego violento, aferrado a posibilidades, suplicándome apoyo. "¿Qué puedo hacer por ti?" Dije finalmente, incapaz de pensar en algo que pudiera revelar su destino. “Manuel Antonio, llama al general [Paul] Gorman por mí”, dijo, refiriéndose al jefe del Comando Sur de EE. UU. “No lo he podido localizar, pero Manuel Antonio, por favor, dígale al general Gorman, dígale, dígale lo que me han hecho, dígale que estoy escondido aquí en Costa Rica, dígale todo lo que te lo he dicho. De hecho, me puse en contacto con Gorman. “Oh, sí, sí, sabemos sobre eso, sabemos sobre eso, gracias por la llamada”, dijo Gorman, descartando todo el asunto y cambiando rápidamente de tema. Me di cuenta de que Gorman sabía mucho sobre la suerte de Álvarez y que era probable que nada cambiara. Todo esto sería intrascendente excepto por el hecho de que no muchos días después recibí la visita de un agente de la CIA, obviamente consciente de que estaba en contacto con Álvarez. “Álvarez se va a Estados Unidos”, dijo el agente. “Por favor, envíele este dinero a través de la cuenta BCCI”. El regalo fue una gran cantidad de dinero en efectivo. Se lo envié a Álvarez y se fue a vivir al exilio a Estados Unidos. Estaba fascinado por todo el proceso, pero simplemente no podía entender a los estadounidenses. Pensaron que todo se arreglaría con dinero. Estaba más allá del cinismo; estaba desconectado de la realidad: “Enviemos algo para pacificarlo, para cuidarlo a él ya su esposa e hijos—y para mantenerlo tranquilo. Ha hecho su trabajo por nosotros. Y ahora se acabó. Años después, los americanos intentaron lo mismo conmigo; dos millones de dólares parecían ser el precio de salida para que un comandante militar renunciara a la soberanía de su nación. Álvarez estaba en el fondo de mi mente, y todo el dinero que me podían ofrecer no era suficiente para que me fuera de Panamá. No fue la única vez que lo intentaron. D'Aubuisson El caso de Roberto D'Aubuisson era mucho más complejo, pero se reducía a lo mismo. No importa la moralidad: un contacto extranjero es útil siempre y cuando coincida con los objetivos de la política estadounidense. D'Aubuisson había sido un comandante de línea dura en el ejército salvadoreño, tan radicalmente anticomunista, tan extremo en su odio hacia cualquier persona sospechosa de ser de izquierda y tan abierto al respecto que fue expulsado del cuerpo por el bien de la apariencia. . Pero, dentro o fuera de la institución de las fuerzas armadas salvadoreñas, D'Aubuisson era una fuerza militar a tener en cuenta y siempre estuvo cerca de los Estados Unidos. Aunque para consumo público D'Aubuisson fue condenado y rechazado por los EE. UU., en privado fue acogido y nunca condenado por ningún responsable político clave. Vino varias veces a Panamá y teníamos largas conversaciones, que eran inevitable e inevitablemente políticas. Era un hombre duro, enjuto y enérgico, anticomunista hasta la médula y de modales opresivamente militares. Caminó y se mantuvo erguido; incluso en situaciones informales, siempre estaba rígido y almidonado, con los labios fruncidos y apretados listos para lanzar una diatriba. Era evidente que su razón principal para venir a Panamá no era para reunirse conmigo, sino para realizar sesiones de estrategia en el Comando Sur. La inteligencia panameña pudo monitorear lo que sucedía en tales eventos, aunque no fuimos invitados. Habría reuniones de planificación con oficiales estadounidenses y salvadoreños, ya veces Argentina enviaba un grupo militar para analizar la situación. En tales escenarios, D'Aubuisson fue con frecuencia el protagonista. Presentaría su análisis de tácticas y cómo iban las cosas en la guerra. Y a cambio, los funcionarios estadounidenses le dieron informes de inteligencia. En una visita a mi casa, trajo whisky y se volvió cada vez más ruidoso y discutidor a medida que avanzaba la noche. “Mira, Manuel Antonio”, dijo. “Tienes a los comunistas de El Salvador dando vueltas por Panamá todo el tiempo. No entiendo cómo ustedes aquí pueden brindar protección a estos comunistas”. "¿Y cómo sabes algo al respecto?" Yo pregunté. “Aquí tengo mis propias fuentes de información, que me dicen que los comandantes guerrilleros siempre están yendo y viniendo, cuando quieren”. “Vamos”, le dije, “en realidad estamos ayudando a San Salvador al dejarlos entrar”, le dije en broma. “Al menos cuando están en Panamá, no te causan ningún problema. Probablemente estén aquí de fiesta. La vida es diferente en Panamá”. D'Aubuisson no se dejaría intimidar. Podría activarse con bastante facilidad y simplemente se volcaría. Si alguna vez intentara romper con el tema constante de las tácticas en la lucha contra las guerrillas y cómo ganar la guerra, volvería al mismo camino. “No, no, no”, dijo como un loco, casi saltando por los aires. “Están dirigiendo la guerra de guerrillas desde aquí. Esta es su base de operaciones; dirigen sus operaciones y recaudan dinero y armas en Panamá. Y aquí es donde tienen su contacto con los cubanos”. Lo que dijo no era cierto. Panamá no estaba brindando apoyo al FMLN. Decía que permitirles venir a Panamá equivalía a nuestro apoyo al esfuerzo bélico. Sí, la guerrilla salvadoreña vino a Panamá, pero también lo hicieron los líderes de muchos otros movimientos guerrilleros. Lo mismo hicieron sus oponentes, como el mismo D'Aubuisson. Los líderes de estos movimientos fueron muy cuidadosos: sabían y les dijimos explícitamente que esto era territorio abierto y que los servicios de inteligencia del mundo estaban todos aquí, dando vueltas. Pero la regla era que en Panamá no debía pasar nada, que cada uno era responsable de su propia seguridad, y no queríamos nada divertido; que esta misma advertencia serviría también para todos los demás países. “Mira, ¿qué me estás diciendo aquí?” dije _ _ “Todo el mundo es libre de ir y venir en Panamá. Pero nadie está lanzando ninguna operación. No lo permitimos”. “ Esta jodido , pues —eso es jodido”, dijo. Tíralos o dámelos. Entrégamelos y nadie sabrá nunca lo que pasó. El tema iluminaba la personalidad del hombre; su prosecución de la guerra fue como una psicosis. Y su actitud también presagiaba lo que realmente estaba haciendo. Las Naciones Unidas, para culminar años de informes sobre derechos humanos, dijeron que D'Aubuisson controló escuadrones de la muerte paramilitares hasta el día de su muerte y fue responsable de miles de muertes de no combatientes a lo largo de la década de 1980. Si bien D'Aubuisson nunca lo dijo directamente, habló de “golpear a los marxistas desde todas las direcciones”, diciendo: “Los comunistas son como alimañas. . . deben ser exterminados”, y de ser necesario, lo haría en una campaña de “tierra arrasada”. Estas fueron las mismas palabras que usó. Y cuando hablaba, sus ojos brillaban con el ardor de lo que decía. “Deja que cualquiera intente detenernos”, dijo. “Ya verán qué pasa”. Llegó a hablar de su rama militar, separada de la sección política del partido ARENA —Alianza Nacional Republicana—, que él mismo había fundado. “Tenemos simpatizantes recibiendo entrenamiento defensivo antiguerrilla”, me decía. Cuando hablaba de tácticas, se refería a su orgullo por su organización y capacidad de inteligencia, por mantener mejores archivos sobre las personas que incluso los militares salvadoreños. Dijo que su inteligencia se basaba en sus conexiones con los Estados Unidos; nunca dijo con qué parte del gobierno de los Estados Unidos, simplemente dijo los EE. UU., y se refirió en ocasiones al intercambio de información y seguimiento con los funcionarios estadounidenses. Se sintió empoderado por la política estadounidense, al igual que los presidentes centroamericanos, con quienes —excluyendo, por supuesto, a Nicaragua— tuvo una relación de mayor alcance que nunca se le haya dicho para hacer lo que quisiera con un perfecto sentido de misión. Eso era lo que decía cada vez que lo encontraba. Una vez le pregunté si temía las sanciones internacionales. No, dijo, porque tenía los flancos cubiertos, sabiendo que el Departamento de Estado y la Agencia Central de Inteligencia sabían exactamente lo que estaba haciendo. Se vio a sí mismo operando con la bendición de Estados Unidos, y dijo que tenía luz verde para “acabar con los marxistas-leninistas”, como siempre decía. Una vez recuerdo haber tratado de provocarlo en algo. “Eres como café negro puro”, le dije, “como una taza de espresso negro, demasiado fuerte, demasiado fuerte. Necesitas un poco de crema para equilibrar las cosas. Eres demasiado extremo en esto. ¿Por qué no intentas hablar con el otro extremo? ¿Por qué no hablas con los cubanos, con la gente de Fidel?”. “Claro, puedo hablar con ellos y debatir con ellos, no hay problema”, dijo D'Aubuisson. “No tengo miedo de hablar con ellos. No tengo miedo de hablar con Fidel”. Recuerdo muy bien el día que le presenté a varios miembros de la embajada de Cuba en Panamá. Había convencido a D'Aubuisson de reunirse con los cubanos para hablar de Centroamérica. Los cubanos le dijeron al líder del escuadrón de la muerte salvadoreño que ambos lados deberían tratar de calmar la situación en El Salvador para terminar con el derramamiento de sangre. Si bien apoyaban al FMLN, le dijeron los cubanos a D'Aubuisson, lo veían como una fuerza independiente y autónoma con sus propios principios e ideales. También hablaron con D'Aubuisson sobre la autodeterminación de El Salvador. Dudo que D'Aubuisson entendiera alguna vez de lo que estaban hablando. Nunca alcanzó el nivel de las negociaciones, pero con un extremista así, incluso una conversación como esta parecía valer algo. Los cubanos terminaron invitándolo a La Habana y él dijo que estaría dispuesto a ir. Pero que yo sepa, nunca llegó a nada. Esto fue en el pico de la violencia política: las desapariciones y la actividad de los escuadrones de la muerte en El Salvador. D'Aubuisson venía cada vez con más frecuencia, y no era un viaje de compras a la zona libre de impuestos, donde tantos turistas van en Ciudad de Panamá a comprar perfumes y relojes de pulsera. Estaba coordinando sus operaciones con el Comando Sur. Eventualmente, los atrapamos en el acto: D'Aubuisson y el Comando Sur, en violación de los tratados del Canal de Panamá, comenzaron a entrenar en secreto a los salvadoreños en territorio panameño. A principios de 1985, las operaciones salvadoreñas se estaban calentando. Aviones cargados con suministros iban y venían de Estados Unidos a las bases estadounidenses y luego a El Salvador. Un día llegaron a la base aérea de Howard unas dos docenas de hombres, salvadoreños sin visa, que viajaban como militares, diciendo que iban a un curso de capacitación. El único problema era que la Escuela de las Américas, el centro de entrenamiento estadounidense para policías y militares de América Latina, se había retirado de Panamá y Estados Unidos ya no estaba autorizado a realizar entrenamiento militar para extranjeros en Panamá. Entonces , ¿ qué estaban haciendo? Nuestro oficial de turno en inmigración de Panamá los dejó pasar, pero lo informó más adelante. Presentamos una denuncia redactada diplomáticamente a los militares salvadoreños: ¿por qué estaban enviando personal a Panamá sin obtener visas? Era una cuestión de reciprocidad por lo menos: los panameños necesitaban visas para ir a El Salvador; lo contrario también era cierto. Se interpuso la denuncia y no pasó nada. Luego llegó otro grupo y se les negó la entrada. Esta vez intervinieron los generales del Comando Sur de Estados Unidos, solicitando la entrada de los salvadoreños, diciendo que venían a un curso de capacitación y pidiendo visa. Retroactivamente, los salvadoreños también solicitaron visas en la embajada de Panamá en San Salvador, diciendo que estaban en una gira grupal y que iban a la Zona del Canal. Nuestra rama de inteligencia no tuvo problemas en descubrir que estos salvadoreños viajaban con documentos falsos. Si tiene un pasaporte que dice que su nombre es Capitán García, no es demasiado difícil averiguar en San Salvador que no hay Capitán García en las fuerzas armadas, sin importar cuánto intente fingir. Pudimos averiguarlo a través de nuestros canales secretos. Nuestros operativos en la zona americana nos dijeron que en realidad se trataba de una sesión de entrenamiento de alto secreto, que combinaba instrucción en inteligencia, explosivos, contrainsurgencia, entrenamiento en demolición, tiro de precisión, etc. Los cursos de entrenamiento eran tan específicos que duraban solo tres semanas seguidas. Esta no era una instrucción general. La gente vino para su propósito previsto, atendió a cada individuo: los francotiradores tomaron entrenamiento de francotirador, los especialistas en explosivos tomaron entrenamiento de demolición, los agentes de inteligencia tomaron entrenamiento de inteligencia. Luego siguieron su camino, de regreso a El Salvador, para un poco de “lucha por la libertad”. Estados Unidos entrenó a los escuadrones de la muerte en el Comando Sur de Estados Unidos. Oliver North A pesar de todo su dinero y amigos de conveniencia como Álvarez y D'Aubuisson, a los estadounidenses no les estaba yendo muy bien con sus guerras en América Central. Al principio estaba claro para la mayoría en la CIA que yo no estaba dispuesto a ayudar a los Contras. Sin embargo, los estadounidenses habían acudido a mí durante años en busca de ayuda y consejo, y cuando las cosas empezaron a ir mal para ellos en América Central, lo intentaron de nuevo. La iniciativa vino del hombre conocido como el más grande de los verdaderos creyentes, Oliver North. Desde el punto de vista de North, yo no era diferente de hombres como Álvarez o D'Aubuisson, meros operarios que hacían su trabajo sucio. North era un usuario de hombres. Sería él quien buscaría amigos de conveniencia, les pagaría y los descartaría cuando terminaran su trabajo. Al igual que Álvarez, también quería ser el conquistador sobre un caballo blanco. Quería ser un héroe estadounidense. Si bien tuve dos reuniones notables con Oliver North, y pude ver que era realmente el hombre descarado y seguro de sí mismo que la gente ahora sabe que es, no tenía idea en ese momento del alcance de su empresa. Tuve que suponer que el ímpetu para buscarme provino de la Casa Blanca y de los hombres de la CIA con los que había tratado a lo largo de los años. Su primera obertura se desarrolló en circunstancias inesperadas. En 1985, el teniente general Robert Schweitzer, director del Colegio Interamericano de Defensa en Washington, DC, me invitó a pronunciar el discurso de graduación de la institución. La universidad incorporó oficiales de las fuerzas armadas latinoamericanas de todo el hemisferio, excluyendo a Cuba, por supuesto. Los oficiales estudian y asisten a conferencias durante todo un período. Esta era la segunda vez que daba un discurso en la universidad y fue un placer hacerlo. Agradecí al general por su invitación, fui al comienzo, di mi discurso, me senté a través de algunos trámites y fui a una breve recepción. Todo esto fue seguido por un evento nocturno, una fiesta de gala en un barco que navegaba por el Potomac. Estaba parado en la cubierta con un colega cuando el general Schweitzer me llamó aparte. “General Noriega, me gustaría presentarle a un colega nuestro, el teniente coronel Oliver North del Cuerpo de Marines de los Estados Unidos”, dijo Schweitzer, excusándose cortésmente después de la presentación para que North y yo pudiéramos hablar. Me sorprendió la presentación y la presencia de North, ya que no creía que tuviera nada que ver con el personal de la universidad. Eso era cierto, dijo. Había oído que asistiría a este crucero vespertino y había buscado una invitación especialmente con el propósito de reunirse conmigo. Puede que North no lo recordara, pero lo había conocido varias veces: en 1983, cuando acompañó a Bush, y otra vez el mismo año cuando viajó a El Salvador con el entonces secretario de Defensa Caspar Weinberger. En esa ocasión, recuerdo que el jefe del Comando Sur de los EE. UU., el general John Galvin, y yo habíamos acordado que le daríamos la oportunidad a Weinberger, como un viejo soldado de la Segunda Guerra Mundial, para revisar las tropas. Weinberger se sintió conmovido por el gesto y reaccionó emocionalmente ante la oportunidad. Otro punto: Weinberger aparentemente había estado acompañado por otro asistente a quien simplemente no recuerdo haber visto: Colin Powell. Si hubiera estado allí, Powell estaría en un segundo plano, aunque dice en su autobiografía que en esta visita de cortesía —en la que no cruzamos palabra y en la que rendí honores a su jefe— yo estaba “malvado”. .” N ort se puso manos a la obra. Se describió a sí mismo como el timón del esfuerzo de suministro de Contra. “Estamos en una guerra aquí, General. Mis órdenes vienen directamente del presidente Reagan y del vicepresidente Bush”, dijo, enfatizando su papel importante y central en todo esto. Aparentemente, North había llegado al crucero antes que yo, y estaba muchos tragos por delante de mí. Lo había vuelto suelto y hablador. Era evidente que quería dejarme la impresión de que no era un teniente coronel cualquiera, sino uno especial, un hombre que incluso tenía la capacidad de dar órdenes y hacer cosas que los hombres de mayor rango, incluso los generales, no podían. hacer. Hizo referencias a la necesidad de conocerme, a haber oído hablar de mi buen trabajo para los Estados Unidos, y habló de cómo estaba teniendo problemas en Miami debido a las denuncias de que las personas que trabajaban para él en nombre de los Contras también transportaban drogas. . Habló así un rato, insistiendo en que tendríamos que conocernos. Él fue bastante insistente y dijo que se mantendría en contacto conmigo y también con el agregado militar panameño, que estaba parado cerca. No dije mucho, escuché cortésmente y después de un rato nos separamos. Eso fue eso. Todo el asunto me dejó un poco sorprendido, su descaro, el haberme buscado, y me preguntaba si todo el asunto era la palabra de un fanfarrón que había bebido un trago más de lo debido. Mencioné el asunto de pasada en una reunión durante la misma visita a Estados Unidos con William Casey en la sede de la CIA. “¿Es cierto lo que dice North sobre su trabajo con los Contras?” “Oh, sí”, dijo Casey. "Es cierto. North es quien dice ser”. No tuve contacto directo con North durante un año o más después de eso. Entonces se acercó a mí en busca de ayuda. En el verano de 1986 recibí una llamada de Joaquín Quiñones, un cubanoamericano que me contactaría en nombre del Consejo de Seguridad Nacional. Yo había conocido a Quiñones por Pigua Cordobez , empresario panameño; era un aliado político de Bush, una especie de diplomático que había buscado sin éxito el puesto de embajador de Estados Unidos en Panamá. Quiñones me fue representado como un mensajero de la Casa Blanca. En nuestro primer encuentro, había dicho que estaba impresionado por nuestras fuerzas militares y que el vicepresidente Bush estaba muy interesado en Panamá. Quiñones, como North y todos los demás enviados que conocí, me dijeron que Bush estaba manejando el asunto de los Contras directamente. Algún tiempo después, Quiñones vino de visita a Panamá. Me dijo que Oliver North estaba visitando Irán e Israel y estaría interesado en reunirse conmigo. Sabían que tenía un viaje programado a Europa, por lo que sugirieron que North se encontrara conmigo en su viaje de regreso a Inglaterra. Dije que no tenía ningún problema en reunirme con él. La reunión fue en Victoria Gardens, un hotel en el que me hospedaba cerca de la embajada de Panamá. Me acompañaba un joven diplomático adscrito a la embajada, de nombre Jorge Constantino. Recuerdo que nos reunimos con los estadounidenses en el lado izquierdo del vestíbulo, hacia el fondo; hay una especie de nicho donde sirven café. Es un lugar aislado y privado donde te sientes como si estuvieras solo en una habitación. Reconocí a North fácilmente de nuestra reunión anterior en Washington. Estaba desaliñado, al igual que los hombres que lo acompañaban. Tenía el aspecto de alguien que había estado viajando toda la noche. No se había afeitado y por su aliento se notaba que había estado bebiendo. Richard Secord y John Singlaub también estaban allí. Ambos eran militares retirados a quienes no había conocido antes, pero a quienes reconocí más tarde cuando se desató el escándalo Irán-Contra. Singlaub, recuerdo, se describió a sí mismo como jefe de operaciones del equipo; me dio su tarjeta. Ambos hombres también se veían descuidados; sus ropas tenían el aspecto arrugado de las personas que habían estado en el camino. Tuve una advertencia de lo que se trataba todo esto, gracias a Mike Harari, mi contacto israelí, un ex oficial del Mossad con base en la ciudad de Panamá. Harari me había dado un informe general sobre lo que estaban haciendo, que habían estado en una misión en el Medio Oriente, incluido Irán. Había una historia de un barco que había salido de Israel supuestamente llevando comida o dulces o alguna tontería por el estilo. Por supuesto, en realidad estaba llevando armas a Irán. Sabía las posibles razones de esta reunión después de mi contacto anterior con North. En ese momento, el Congreso de los EE. UU. estaba listo para detener cualquier operación encubierta que costara demasiado, tomara demasiado tiempo o en la que los estadounidenses pudieran morir. Lo que el gobierno estadounidense necesitaba eran intermediarios que pudieran manejar operaciones clandestinas en su nombre. Estoy convencido de que no se trataba de operaciones independientes: tanto Bush como Reagan siempre estaban completamente informados y al tanto de lo que estaba sucediendo. Todo lo manejaban a distancia hombres como Dwayne “Dewey” Clarridge , quien fuera jefe regional de la CIA para América Latina. Junto con North, John Pointexter, Néstor Sánchez y otros en el Consejo de Seguridad Nacional, estos hombres promovieron una política clara de la administración Reagan. Los subordinados siempre se aseguraban de decirme que estaban pidiendo mi ayuda "en nombre del presidente Reagan" o "en nombre del presidente Bush". El presidente, dirían, “nos ha autorizado a empezar a apoyar a los militares contra la guerrilla en El Salvador y a lanzar ataques contra Nicaragua”. El problema para ellos fue que nunca aceptamos participar en nada de eso. Quiñones también estaba allí, haciendo de traductor. El ambiente fue bastante cordial y respetuoso. North tenía una manera práctica y sensata de hablar. Fue directo al grano, dirigiéndose a mí con el aire profesional de un militar hablando con otro. Dijo que le preocupaba que los Contras no mostraran mucha capacidad de combate y que Estados Unidos tuviera problemas para brindarles ayuda económica. Era hora de que Panamá asumiera un papel de liderazgo en el apoyo a los Contras, dijo. A cambio, “Habrá borrón y cuenta nueva; nos olvidaremos de todas las cosas malas que hemos escuchado”, dijo, refiriéndose a las acusaciones políticas que están plantando en Washington los líderes de la oposición panameña. "Simplemente nos olvidaremos de eso". Lo hizo sonar como si estuviera ofreciendo regalos de Navidad a un niño obediente. Dijo que quería que estableciésemos una operación de comando para colocar bombas, minar puertos nicaragüenses. “Lo que necesitamos son algunos actos de sabotaje espectaculares”. Recuerdo a Quiñones traduciendo las palabras “espectacular” y “sabotaje”. Sabotaje, sabotaje, sabotaje, lo repitió más de una vez. Sacó un papel con una larga lista de cosas que quería hacer: volar líneas de alta tensión, actos de terrorismo en Managua, minar el puerto. Y puso a los militares panameños como su última esperanza. No tenía nada más. Los Contras no habían podido hacer nada. “Ahí hay dinero para ti y para Panamá”, seguía diciendo; “dinero para desarrollar proyectos militares, para más armas, para lo que necesites”. Pensé que la propuesta de North era ridícula y nunca la consideré, ni siquiera por un instante. “Mira, la respuesta es que simplemente no podemos hacer esto”, dije. “Creo que deberías enfrentar la realidad. Los Contras han perdido su oportunidad, si es que alguna vez la tuvieron. La capacidad de las fuerzas sandinistas ha crecido y son muy superiores en estrategia y postura defensiva. Han aprendido muy rápido. Sus tácticas son del ejército soviético, esencialmente una defensa soviética”. North no mostró ninguna emoción en particular cuando analicé la situación militar, pero mi mención de los rusos despertó su interés. “Necesito obtener más información sobre esto para poder transmitirlo”, dijo. “Dame un análisis y que sea bueno. Explíqueme todo lo que me ha contado sobre los contras y los sandinistas y la doctrina de defensa soviética. Necesito mostrarle algo así a Reagan y Bush, al menos, porque soy responsable de lo que está sucediendo”. Parecía estar tomando lo que tenía que decir en términos de un militar hablando con otro. Su actitud parecía ser: está bien, no me estás ayudando en el terreno, pero necesitamos un buen análisis militar de la situación. Necesitamos su experiencia. Esta es la primera vez que escucho esto. Le envié el documento a través de Quiñones y recuerdo que no volví a saber de él hasta que se descubrió el escándalo de la Contra. Quiñones me llamó para decirme que el informe estaba entre los documentos triturados en la oficina de North. Era una versión más detallada de lo que dije unos meses después en Tokio ante un grupo de diplomáticos que asistían a una reunión de la Asociación de Amistad Japón-Panamá. En una reprimenda cuidadosamente redactada de la política estadounidense, dije que apoyamos un arreglo regional para las guerras civiles de América Central. "Enfrentamos . . . el hecho innegable de que la crisis política y militar en Centroamérica se prolonga y, con ella, se agudiza la crisis económica de la región”, dije. “Y la insistencia en una solución estrictamente militar socava los programas sociales, porque cuanto más se gasta en armas, menos recursos económicos hay para hospitales, escuelas, viviendas populares y carreteras. En realidad, lo que está pasando en Centroamérica, dejando de lado todos los adornos literarios para explicarlo, es que la región se está convirtiendo simplemente en un campo de batalla experimental de nuevas doctrinas y conceptos militares. ..." Era evidente por todo lo que sabía y por lo que se confirmó al reunirme con él que North estaba tratando de hacer malabarismos con cien piezas de ajedrez para intentar que los acuerdos de Contra e Irán funcionaran. Sólo sabía de una pieza: yo. Creo que él y sus confidentes, hombres que también incluían a Elliott Abrams, el subsecretario de Estado de los Estados Unidos para asuntos interamericanos, y John Poindexter, buscaban cualquier cosa que funcionara; los Contras no avanzaban, el frente de Honduras era demasiado visible y débil; el Frente Sur se derrumbaba; había dinero limitado para financiar la guerra. Quizás Panamá podría marcar la diferencia. Y cuando me negué, uno tiene que concluir que la verdadera reacción fue vengativa, enojada, llena de llamados a la venganza contra el peón que no quiso seguir el juego. North fingió ante sus superiores que yo era el que había buscado esta reunión, que yo era el que ofrecía infiltrarse en Nicaragua y tomar las armas. Justo antes de la fallida campaña de North en 1994 para el Senado de los Estados Unidos en Virginia, rompí mi silencio con los medios de comunicación y fui entrevistado sobre este tema en la televisión de los Estados Unidos. Repetí la historia y conté todo lo que sabía. Estoy seguro de que mis palabras lo ayudaron a perder. Un premio nobel de guerra El establecimiento estadounidense vio la negativa de Panamá a participar en sus guerras como el colmo de la obstinación. Se enfadaron. Mientras empezaba a germinar una conspiración de venganza contra mí, se vieron obligados a evitarnos cuando se trataba de sus operaciones en América Central. No podíamos controlar lo que hacía Estados Unidos en su cuartel general del Comando Sur en Panamá, aunque era obvio que estaban apoyando los esfuerzos de la base en la región. A veces, sin embargo, pudimos interferir. Mientras tanto, vimos a Estados Unidos montar operaciones para apoyar a los escuadrones de la muerte en El Salvador y montar operaciones contrarrevolucionarias contra los sandinistas de ambos lados de Nicaragua: Costa Rica y Honduras. No hubo mayor contraste en la forma en que ambos países se comportaron frente a la presión de Estados Unidos para apoyar los esfuerzos centroamericanos. Al final de la era Bush, el líder de uno de los países era prisionero de guerra; el otro ganó el premio Nobel de la paz. Por su importancia estratégica, Costa Rica reemplazó a Panamá como meca de la inteligencia y la contrainteligencia. Sin embargo, Costa Rica también disfrutó de su imagen internacional de neutralidad, siendo una de las pocas naciones del mundo que no tiene ejército. Costa Rica hervía con todo tipo de operaciones de inteligencia de EE.UU., por ejemplo, otorgando una licencia para que una emisora llamada Radio Impacto interfiriera con la radio panameña durante nuestra campaña electoral. El gobierno de Costa Rica también apoyaba la causa de la Contra, aunque no quería que esto se supiera. El gobierno de Costa Rica se dejó utilizar por Estados Unidos para montar operaciones contra el gobierno de Nicaragua. Esto era algo que Panamá no tenía intención de hacer. Con la aquiescencia costarricense en forma de autorización directa de su presidente, la CIA construyó una pista de aterrizaje cerca de la frontera con Nicaragua, con la ayuda de un expatriado estadounidense llamado John Hull. Desde el rancho de Hull, Estados Unidos armó al Frente Sur de la Contra, proporcionando a estos rebeldes nicaragüenses documentación, refugio y almacenamiento de armas y, por supuesto, mirando para otro lado si ganaban dinero extra con el trasbordo de drogas. dentro de sus operaciones de armas. Hull y su pista de aterrizaje, creíamos, estaban involucrados en brindar apoyo logístico para el infame caso de La Penca , el atentado con bomba en Eden Pastora en su escondite en la jungla en la frontera entre Costa Rica y Nicaragua. Pastora era conocido como el Comandante Cero, el luchador sandinista que se separó de sus camaradas rebeldes nicaragüenses después del derrocamiento de Anastasio Somoza el 19 de julio de 1979. Después de separarse de Managua, Pastora se exilió en Costa Rica y comenzó a formar su propio grupo guerrillero, que se conoció como el Frente Sur. Pastora sobrevivió al atentado con bomba en su sede, aunque murió un reportero estadounidense que lo había estado entrevistando. Pastora vino a verme a Panamá varias semanas antes del ataque. Se dio cuenta de que siempre sería un objetivo de ataque, aunque no dio indicios de que sospechara que había un plan en curso para matarlo. He leído informes que denuncian que los sandinistas o la CIA o ambos trajeron a un mercenario argentino para matar a Pastora, utilizando al atacante como agente doble o incluso triple. Nuestra investigación sobre el asunto no fue concluyente, aunque encontramos evidencia de que John Hull y la CIA tenían algún conocimiento del evento. Si bien los sandinistas no tenían ningún uso para el Comandante Cero y habrían estado dispuestos a matarlo, fue el socio de John Hull y Oliver North, Joe Fernández, el jefe de la estación de la CIA en Costa Rica, quien tenía el mayor motivo. Matar a Pastora fue perfecto, porque echaría la culpa a los sandinistas, quitaría un cañón suelto que la CIA no podía controlar y, tal vez, crearía un mártir para la causa de la Contra. Fracasaron, aunque gracias a Costa Rica, las operaciones de Hull y Estados Unidos para subvertir a Nicaragua y Panamá continuaron sin obstáculos. Me ofende particularmente la imagen pública del entonces presidente de Costa Rica, Oscar Arias, quien ganó un premio Nobel por su trabajo en la “consolidación de la paz” en Centroamérica. En realidad, Arias se vendió a Washington y solo pudo ganar la paz con la ayuda de Panamá. Fuimos recompensados por esta ayuda con traición cuando Arias tuvo el descaro de apoyar y respaldar la invasión estadounidense de Panamá. Conocí a Arias por primera vez cuando se postulaba para presidente. Su antecesor y patrón, el presidente Luis Monge, me había contactado y pedido que a Arias se le brindaran las mismas cálidas relaciones que Costa Rica había disfrutado con Panamá durante muchas administraciones. En particular, se hizo evidente que Arias necesitaba dinero para su campaña presidencial, y más dinero después de ser elegido por lo que dijo que eran deudas de campaña política. Le dimos a su exitosa campaña presidencial miles de dólares y luego continuamos dándole dinero después de eso. De vez en cuando llamaba a mi secretaria, Marcela Tason , cuando necesitaba dinero, e insistía en que Marcela se lo entregara personalmente en su casa. No pedimos ni esperábamos nada a cambio. Este fue el apoyo a un aliado con el que compartíamos una frontera común. Cuando Arias se convirtió en la fuerza principal para tratar de concertar un acuerdo de paz centroamericano, se vio obstaculizado hasta que personalmente apelé al gobierno sandinista para que lo escuchara. En una ocasión específica, recuerdo que Arias vino a Chiriquí. Nos reunimos en la casa del Dr. Jorge Abadia , un destacado político panameño. Arias solicitó nuestra ayuda para organizar la conferencia de paz centroamericana “ Esquipulas Dos”. Durante una conferencia de prensa allí, aplaudió y elogió mi trabajo en ese sentido. Daniel Ortega, el presidente de Nicaragua bajo los sandinistas, y su hermano, Humberto, el ministro de Defensa, consideraban a Arias como un debilucho moral e ideológico. Con mi reiterada y persistente intervención, finalmente accedieron a sentarse a conversar con los demás países centroamericanos. Arias ganó el premio Nobel de la paz, luego permitió que Estados Unidos colocara antenas en territorio costarricense para espiar a Panamá; permitió que operativos estadounidenses se establecieran en Costa Rica para espiarnos. Estados Unidos lo presionó para que abandonara su amistad con Panamá y se pusiera del lado de ellos contra nosotros. Nunca fue un mediador o un pacificador. Estaba a la venta; se había convertido en un presidente centroamericano más, como todos los demás, dependientes de la demagogia del nuevo orden mundial de George Bush.Capítulo 6
¿De quién son los enemigos?
TLa razón por la que William Casey y Oliver North insistieron tanto en que yo los apoyara en América Central estaba clara: en el pasado, había sido bastante eficaz en el manejo de uno de los problemas más difíciles para la inteligencia estadounidense: la comunicación con Fidel Castro. Mi larga y cordial relación con Fidel Castro no se basó en una ideología; se desarrolló como resultado de una solicitud de los Estados Unidos. Conocí a Castro a raíz de la captura por parte de Cuba de dos barcos mercenarios, el Johnny Express y el Leyla Express, al mando de José Villa, un marino de origen español, al servicio de la CIA. Villa y sus hombres navegaron hacia la costa cubana y organizaron una incursión desenfrenada con ametralladoras en la ciudad turística de Balnearios , matando a una veintena y dejando muchos heridos. Cuando las cañoneras cubanas contraatacaron y capturaron los dos barcos, detuvieron a Villa. Ambas embarcaciones enarbolaban bandera panameña. La inteligencia estadounidense se puso en contacto con el general Torrijos poco después de la captura de Villa y sus hombres, con la esperanza de que la amistad de Torrijos con Castro pudiera ayudar en las negociaciones para la liberación de Villa. Castro y Torrijos aún no se habían visto cara a cara. Yo era el jefe de inteligencia del G-2 de Torrijos, entonces teniente coronel, y aún no conocía al líder cubano. Torrijos primero intentó los canales diplomáticos normales, citando el origen de los barcos, pero fue rechazado. Los estadounidenses le pidieron que lo intentara de nuevo. No recuerdo la justificación específica de Torrijos para cumplir, pero esto fue al comienzo de los tratados del Canal de Panamá, y ayudar a los Estados Unidos en tal solicitud parecía un gesto de buena fe útil e indoloro. Así que envió a Rómulo Escobar Bethancourt, un conocido diplomático que desempeñó un papel clave en las negociaciones del canal, en una misión especial para reunirse con Castro en Cuba. Bethancourt, un amigo de Castro, pasó un mes en La Habana discutiendo el caso con funcionarios cubanos y, ocasionalmente, con el mismo Castro. Fidel rechazó cualquier posibilidad de liberar a Villa. El ataque de la guerrilla había indignado a todos los cubanos. Estaban traumatizados por la ola de asesinatos, la frialdad del crimen y el comportamiento impenitente y sanguinario de Villa. No en vano, Rómulo llegó a casa con las manos vacías. Los estadounidenses insistieron aún más. Tenían que seguir intentando recuperar a Villa. Le pidieron a Torrijos que hiciera un intento más. “Esta vez”, dijo el jefe de la estación de la CIA, “envíe a Noriega”. En ese momento, no solo no conocía a Fidel, sino que nunca había estado en Cuba y no sabía mucho sobre los temas involucrados. Pero ahí estaba yo, por órdenes de Omar, dando tumbos en un avión de transporte C-47, rumbo a La Habana con dos ayudantes y un piloto, Alberto Purcell. En el Aeropuerto Internacional José Martí fuimos recibidos cordialmente por Manuel Piñeiro , el jefe de la sección americana en el Ministerio de Relaciones Exteriores, conocido ampliamente por su apodo Barbarroja —“ Barba Roja”. Pasamos nuestro primer día ocupados en sutilezas diplomáticas. Estábamos alojados en una casa de huéspedes diplomática en un entorno pintoresco junto a un lago. Nuestros anfitriones nos llevaron por la ciudad, nos mostraron películas sobre Cuba, sirvieron la cena, ofrecieron bebidas antes y después de la cena, más charlas triviales y luego unas muy cordiales buenas noches. Al día siguiente, la misma rutina: desayuno, anfitriones sonrientes, recorrido por los alrededores fuera de La Habana. “Todo esto es muy cortés y le agradecemos su hospitalidad”, le tuve que decir finalmente a Piñeiro . “Pero, como le he dicho, nuestra misión específica y única es reunirnos con el comandante y eso es lo que tengo que hacer”. “Claro que sí, lo sabemos, lo entendemos, no hay problema”, dijeron Piñeiro y sus ayudantes. Luego comenzamos más giras y más cenas y otra ronda de bebidas; estaba claro que estábamos en un patrón de espera cubano clásico. Estaba bastante frustrado esa segunda noche y mientras me dormía, me preguntaba cuánto tiempo más podría durar esto. “Coronel, discúlpeme, pero Fidel está aquí”, dijo uno de mis ayudantes, llamándome después de la medianoche. Rápidamente me vestí y me dispuse a saludar a Fidel. Hubo presentaciones, protocolo y charlas triviales, algo bueno, porque me costó un poco despertarme. Creo que el famoso horario de ingreso nocturno de Castro era en parte su método para tomar a la gente con la guardia baja, pero también era simplemente consistente con su régimen de trabajo. Este primer encuentro con Fidel Castro duró hasta las cinco de la mañana; El 90 por ciento de la conversación fue sobre Panamá, con Fidel haciendo muchas preguntas. ¿Cómo funcionan las esclusas del Canal de Panamá? Cómo es la vida cotidiana de los panameños, cifras de producción agrícola, métodos, tipo de pesca, nuestro sistema de gobierno, información sobre Torrijos. . . Intervine un punto propio: detalles de un viaje que había hecho a Panamá. Fue en la década de 1950, durante la gestión de mi hermano en la dirección de la Federación de Estudiantes. Luis Carlos había pasado un rato con él durante la visita y conservaba algunas instantáneas de ambos posando con otro joven visitante, el Che Guevara, en el antiguo Hotel Central de Ciudad de Panamá. Fidel no recordaba los detalles, pero sí recordaba el viaje. Le recordó los viejos tiempos y contribuyó en gran medida a establecer nuestra relación. Cuando regresé a casa, le envié copias de las fotos. Lejos de la imagen que pintaban sus opositores y detractores, que querían retratarlo como un loco y distraído, era fácil hablar con Castro. Habló deliberadamente, escuchó y disfrutó de las bromas de la conversación. Hablamos en la noche, brindando con whisky, luego bebiendo café para continuar. Cerca del amanecer, se puso de pie. “Muy bien, mañana vendré a mostrarles algunos de nuestros proyectos de vivienda. Haremos un pequeño recorrido —dijo—. Recuerdo mirar mi reloj. eran las 4:47 am “Comandante , solo para recordarle, tengo una misión específica del General Torrijos; Necesito hablar contigo sobre el Leyla Express y… “No, hombre, no”, dijo con el ceño fruncido, interrumpiéndome. “No es posible que nuestras relaciones, nuestras comunicaciones tengan que basarse en estos miserables asesinos, que han matado a niños y personas inocentes y que no merecen más que la muerte ellos mismos por la forma salvaje en que operaron”. Luego se lanzó a una rápida diatriba sobre el ataque guerrillero. “¿Cómo es posible que Torrijos me esté pidiendo que entregue a estos asesinos que han levantado la indignación de todos los cubanos?”. Su visita había sido un ejercicio de psicología. Atrapa a tu oponente con la guardia baja (en realidad durmiendo, en mi caso), establece tu propio ritmo, para y espera su primer movimiento, luego golpea y déjalo sin palabras. Había ganado esta primera ronda con facilidad. Todo lo que pude decir fue "Está bien, podemos hablar de eso mañana". Dormí unas horas hasta que, como había prometido, Fidel pasó a buscarme, a media mañana, junto con su guardaespaldas. Se podría decir que fue una gira más, pero con Fidel al volante de su propio jeep, fue una experiencia fantástica. No había nada artificial en este día, pero fue espectacular. La gente venía corriendo cuando nos veían conduciendo, seguidos muy discretamente por un solo automóvil. A veces había asambleas municipales espontáneas y sesiones de quejas. Fidel escuchaba atentamente, sin importar el tema. “Vamos a echar un vistazo a algunos de nuestros proyectos”, dijo. Condujimos tranquilamente, charlando amistosamente, deteniéndonos en las obras de construcción, serpenteando de pueblo en pueblo. La gente se agolpaba alrededor; eran felices y amistosos; algunos tenían quejas por retrasos burocráticos: no había llegado un cargamento de cemento a tiempo, o aún no estaba un documento prometido para tal o cual fecha . Fidel le hacía señas a su secretario privado, justo a su lado. Se hizo una anotación para seguimiento posterior. Fidel fue el guía turístico perfecto. Explicó todo a medida que avanzábamos. Fuimos a una estación ganadera dedicada a experimentos para aumentar la producción de leche. Parece que había una vaca especial que había sido traída de Canadá, completa con música reconfortante y un hermoso establo. Se habló mucho, hasta el más mínimo detalle sobre el ganado, con la gente que trabajaba allí. Siempre de buen humor, pero no en falso; sin risas educadas, solo bromas de buen carácter. El ambiente era práctico. Una vez más, Fidel dirigió la conversación y no tuve oportunidad de discutir mi misión; la única mención de Panamá o Torrijos vino cuando Castro quiso hacer una comparación con lo que estábamos viendo: “¿Cómo es la ganadería en Panamá? ¿Cuántas hectáreas de tierra tiene por vaca?” fueron algunas de las preguntas que recuerdo. “Bueno, no soy agrónomo ni ganadero”, dije, completamente perdido para encontrar una buena respuesta. “Lo único que puedo decir se basa en la observación. Tenemos mucha tierra para pastoreo, todo lo que necesitamos”, dije con orgullo. “Yo diría que la proporción de vacas a tierra es la distancia máxima que una vaca puede caminar en un día mientras pasta”. Se quedó desconcertado. “Pero eso no puede ser; si las vacas caminan tanto, enflaquecen y la producción de leche se resiente”, dijo Fidel. “La teoría es que demasiadas tierras de pastoreo para el ganado reducen su capacidad para engordar y producir leche”. Hasta aquí mi capacidad para igualar la experiencia de Fidel en la producción agrícola. Manejamos todo el día y me dejó en la casa de huéspedes después del anochecer. Después de la explosión al final de nuestro primer encuentro, no estaba dispuesto a iniciar una discusión sobre mi misión. Entonces, acordando que nos veríamos al día siguiente, simplemente le dije: “Recuerde, comandante, tenemos otras cosas de qué hablar”. “Mañana, Noriega, podemos hablar de eso mañana”, dijo, moviendo el brazo para descartar el tema mientras se alejaba en la noche. En la casa de huéspedes, me reuní con los demás miembros de mi grupo, que habían realizado sus propios recorridos, cada uno con un chaperón de su propio rango y posición. Así fue en todos mis viajes a La Habana. Aparte de cenas y eventos públicos, Fidel y yo siempre nos reuníamos en privado. Ese es el estilo de Castro. Esa noche fuimos al Tropicana a ver su famoso espectáculo de cabaret, con Piñeiro y sus ayudantes como anfitriones. El día siguiente estuvo repleto de reuniones y almuerzos con funcionarios del gobierno. Les habíamos dicho a nuestros anfitriones que ese día sería el último en La Habana; nos íbamos a casa a la mañana siguiente. El día avanzaba y Fidel no se veía por ninguna parte. Por la noche, hubo una cena ofrecida por Piñeiro en nuestro recinto de invitados. Sin previo aviso, Castro llegó cuando la comida estaba a punto de comenzar. Era una barbacoa, en el jardín trasero junto a una agradable piscina. Fidel me llevó a recorrer el lugar. La casa había pertenecido a la familia Du Pont, uno de los muchos edificios expropiados que ahora usa el gobierno para reuniones y alojamientos para invitados. Le dije a Fidel que admiraba la decoración y las obras de arte expuestas, una exposición de artistas cubanos. “Elige el que más te guste y es tuyo”, dijo Fidel, con un gran gesto, señalando las obras de arte. Pensé por un momento y seleccioné una pintura. Pero uno de los ayudantes de Fidel objetó lo que tramaba el jefe. “Comandante, no puede regalar esto; pertenece al estado”, dijo. “No puedes regalar ninguna de estas pinturas; son propiedad del gobierno y parte de nuestra colección nacional”. Esto fue inesperado, ya que supuestamente nos enfrentábamos a lo que los estadounidenses llamarían un autócrata, un dictador, un hombre que no respondía ante nadie. No estaba seguro de cuál sería su reacción. La expresión de Fidel no cambió. Asintió a Celia, su ayudante, llamándola a un lado por un segundo. "No te preocupes", dijo. Celia tiene razón. Podemos encontrarle una pintura similar del mismo artista”. Ellos hicieron exactamente eso. Me impresionó y nunca dejo de recordar esta anécdota reveladora sobre un hombre y el poder que ejerce. Pensé en lo que podría haber hecho en la misma circunstancia. Fue una lección importante. Después de la cena, las horas pasaban y yo era muy consciente de que, a menos que retrasara nuestra partida, esta podría ser mi última oportunidad de lograr la liberación del Capitán Villa. Estaba decidido a mantener mi horario. El protocolo estaba bien, pero no iba a permitir que las reglas de la diplomacia me retuvieran un mes en Cuba, como le había pasado a Rómulo Bethancourt. Fidel finalmente me hizo a un lado; me puso el brazo en el hombro y nos fuimos caminando solos hasta el otro extremo de la piscina, frente a donde estaba instalada la parrilla. “Vale, mira, ¿para qué quiere Torrijos a estos tipos?”. preguntó Castro. “Puedo entender por qué querría los barcos, porque son panameños, pero ¿qué puede querer con estos asesinos? ¿Qué relación puede tener él con todo esto?”. “A decir verdad”, le dije, “los quiere porque los gringos se lo han pedido. Ellos insistieron; dijeron que hiciera todo lo posible para sacarlos. Actualmente trabaja en la estrategia diplomática para los tratados del Canal de Panamá; queremos hacerlo desde una posición de fuerza. Este es el tipo de cosas que se presentan como una solicitud de buena fe en este tipo de negociaciones”. “¿Pero quién está detrás de esto?” preguntó Fidel. “¿Quiénes son los maestros en este juego?” “No sé quiénes son”, respondí. “Torrijos fue contactado directamente. Pero llámalo como quieras, la CIA, el Departamento de Estado, el ejército, es lo mismo: los estadounidenses quieren recuperar a estos tipos”. “La ley exige que estos hombres sean juzgados y todos saben que son culpables”, dijo Fidel. “Fueron atrapados en el acto; Se supone que estos hombres se enfrentarán al pelotón de fusilamiento y aquí nadie llorará por ellos. La opinión pública está indignada, lo exige. Ojalá hubieras podido ver cómo era. Los derribaron. Cuerpos de personas inocentes por toda la playa: madres, bebés llorando. No podría haber elegido un lugar más inocente: un pobre pueblo de pescadores, sin militares, nada. Pobres pescadores y sus familias, y él acaba de disparar con su ametralladora”. Castro continuó con una serie de argumentos en contra de la idea, hablando de los terroristas, de cómo eran, de su arrogancia, de la frialdad de Villa en particular. “Ni siquiera una señal de remordimiento... si tuviera la oportunidad, habría matado a mil personas. . . la indignación de la gente que vive allí. . . la indignación de las personas que investigan el crimen…” “Sí, Comandante, entiendo, simpatizo. Todos entendemos esto”, dije. “Pero nuestra solicitud se basa en un nivel superior, un problema político. Y creemos que esto ayudará a cambiar el equilibrio. Es algo que Torrijos necesita con urgencia. Muestra a los estadounidenses su valor potencial cuando llega a la mesa de negociaciones, que es el hombre que ha logrado hacer lo que nadie más podría haber hecho”. Seguimos hablando durante un rato y todavía no tenía idea de cuál sería el resultado. De repente, Fidel levantó las manos. “Escucha, si realmente quieres este pedazo de mierda, tómalo. Dile a Torrijos que se lo puede quedar”. Llamó a Piñeiro . “Está bien, prepáralo para que Noriega se lleve esta basura con él”, dijo. Y añadió un chiste sardónico. “No queremos que le disparen por volver a casa con las manos vacías”. Una vez que Fidel había decidido, eso era todo. Mencionó algo sobre tener que dar algunas explicaciones al Consejo de Estado. Pero había dos posibilidades: o había renunciado a discutir conmigo y había tomado la decisión sin consultar, como un gesto de buena fe a Torrijos, o había consultado antes y estaba disfrutando de las discusiones antes de anunciar la decisión que ya había tomado. . Nunca supe cuál. De cualquier manera, esta fue otra lección de poder. Nos despedimos de Castro allí mismo en el complejo de invitados. Era cerca de la medianoche. A las 5 de la mañana, estábamos listos para partir. Los soldados cubanos trajeron a Villa cuando llegamos al aeropuerto. Llevábamos nuestro “pequeño paquete” a casa con nosotros. Y pude ver que él era una pieza de trabajo arrogante. Mientras los cubanos lo subían al avión, lo maldecían, decían: “Hijo de puta, ojalá te mueras de cáncer”, cosas así. En lugar de quedarse callado, les respondía con la boca. "¡Si alguna vez vuelvo aquí, tendré mi ametralladora lista para ti!" se burló. "¡Trata de volver y ver qué pasa, madre!" dijo uno de los soldados. "¡Bastardos comunistas!" Ya había tenido suficiente. Observé desde los escalones del avión y tuve miedo de que los cubanos cambiaran de opinión o le dispararan en el acto. “¡Tape su boca para que se calle!” Ordené a mis hombres cuando llegó a los escalones del avión. Años después, Estados Unidos volvió a pedirme que interviniera para lograr la liberación de un preso en Cuba. Ese caso de alto secreto fue aún más vergonzoso para los estadounidenses. En 1984, durante la primera administración Reagan, la CIA, al mando de William Casey, había enviado a Henry Pino, un piloto cubano-estadounidense que trabajaba en el Canal de Panamá, a tomar fotografías aéreas clandestinas de las instalaciones de cosmonautas soviéticos en Cuba. Nuevamente, le envié un mensaje de nuestro interés a Barbarroja . Después de varios días de ida y vuelta con Fidel, Pino fue liberado. Estos éxitos trajeron otras solicitudes de varias figuras del establecimiento para la liberación de presos políticos. Fidel nunca me rechazó. Ese primer contacto con Fidel hizo lo que ambas partes esperaban: cimentó las relaciones amistosas entre Cuba y Panamá, le dio a Torrijos el gesto de buena fe inmediato que quería y demostró a los estadounidenses que yo era capaz de hacer el trabajo. Presagiaba el inicio de relaciones serias entre Panamá y los cubanos, todo ello propiciado por Estados Unidos. Después de este comienzo auspicioso, yo solía ser el enlace. Mi contacto con Cuba también disminuyó el aislamiento de Cuba, ya sea con la Organización de los Estados Americanos o con otros países, para los cuales Panamá podría servir como conducto o tercero. Era una relación de alto nivel. Fidel y yo no intercambiábamos secretos. Mis conversaciones con él eran siempre de naturaleza política —análisis político, teoría política— ya veces tenía solicitudes urgentes de los estadounidenses. Los americanos sabían que yo hablaba muchas veces con Fidel y que cualquier tema que se tratara se trataría con seriedad y seguridad. Por ejemplo, cuando querían enviar un enviado secreto, como lo hicieron una vez en la persona del ex subdirector de la CIA, Vernon Walters, le decía directamente a Fidel: “Los estadounidenses quieren tal y tal” o “La CIA dice tal- y tal." No había ningún secreto sobre el origen de la solicitud. Y él respondería como mejor le pareciera. Durante el período sandinista, durante las guerras centroamericanas, Fidel y yo hablábamos mucho. Siempre le preocupó que Estados Unidos invadiera Panamá; siempre estaba pensando en la cantidad de soldados que los estadounidenses tenían en Panamá, el tipo de armamento. Lo llamó una especie de guillotina, permanentemente posada sobre Panamá, que Panamá era el “cuartel general del imperialismo yanqui”. Estaba, por supuesto, comparando nuestra situación con la de Cuba. Había similitudes. Pero nuestra primera experiencia conjunta de una invasión estadounidense se produjo con el ataque estadounidense a Granada en octubre de 1983. Fue días después de que yo me convirtiera formalmente en comandante de las Fuerzas de Defensa de Panamá, en sustitución del general Rubén Darío Paredes. El contacto se produjo horas después de que Estados Unidos comenzara a desembarcar a sus infantes de marina en la playa de Granada, donde los cubanos tenían una guarnición militar e ingenieros del ejército que construían una pista de aterrizaje y reforzaban la isla. Estados Unidos había estropeado gravemente su invasión. Fue ridículo. No tenían idea de dónde estaban; algunos infantes de marina tuvieron que usar un mapa de gasolineras de Esso para encontrar el camino. A pesar de que era una isla pequeña, se perdieron y a Washington le preocupaba que tropezaran con un complejo de la universidad médica estadounidense y comenzaran a matar estudiantes por error. Querían reducir las cosas, evitar el derramamiento de sangre de los soldados estadounidenses o las imágenes en la televisión de estudiantes tirados en charcos de sangre en el suelo. La primera de una serie de llamadas telefónicas provino de Casey; varias otras personas, incluido el vicepresidente George Bush, también estaban en la línea. Bush, como candidato presidencial años más tarde, en un principio trataría de decir que nunca me había hablado, que nunca participó en esta serie de contactos sobre Granada. Eventualmente, frente a los hechos, su débil memoria mejoraría y de repente recordaría. Los americanos me pidieron que abriera una línea de comunicación con Fidel. El mensaje era este: “Tenemos evidente superioridad de fuerzas sobre el contingente cubano en la isla; por favor manténganse neutrales, no se enfrenten con las tropas estadounidenses que llegan. Es imposible ganar. Podría haber una escalada; civiles inocentes morirán en el proceso”. En retrospectiva, por supuesto, esta preocupación por las vidas inocentes contrasta fuertemente con el asesinato sin sentido de civiles durante la invasión de Panamá. Me puse en contacto con Fidel y tuvimos quizás cinco o seis rondas de llamadas de ida y vuelta. Primero hablé con los estadounidenses, luego con Fidel, a veces solo, a veces con otros funcionarios en la línea. Les aclaré a todos que les transmitía una súplica oficial de los Estados Unidos. Fidel lo sabía de todos modos, pero lo dejé explícito, diciendo que Estados Unidos se estaba acercando a él a través de mí, que no era un truco o un doble juego en ningún sentido. Fue una petición de los estadounidenses porque querían salvar a los estudiantes estadounidenses. Fidel estaba indignado e indignado. "¿Por qué diablos están preguntando estas cosas ahora, cuando mi información me dice que ya están atacando la isla?" él dijo. “¿Cómo van a pedirnos que consideremos alternativas cuando ya están en la playa?”. Fuimos de ida y vuelta en esto. La persistente respuesta de Fidel fue que era demasiado tarde para negociar porque las tropas estadounidenses ya estaban en Granada. No se comprometería con los estadounidenses. Sin embargo, cuando llegó el momento, captó la indirecta. No tenía tantos hombres en la isla; ciertamente no lo suficiente para repeler una invasión, pero lo suficiente para causar problemas, lo suficiente para contraatacar, provocar heridos y muertos entre la población civil. Aunque no les dijo a los estadounidenses cuál era su decisión, su posición se hizo evidente. Eligió no pelear. Los cubanos de Granada no levantaron las armas. Me enorgullece decir que mi intervención con Fidel, sin duda, salvó la vida de los estudiantes estadounidenses ese día. Granada terminó siendo precursora de la invasión de Panamá en miniatura. Los estadounidenses ya no podían tolerar al primer ministro Maurice Bishop. Se había pasado de la raya: se estaba haciendo amigo de Fidel Castro; estaba expresando ideas socialistas. Manifestó una visión del Tercer Mundo y no escuchaba la “razón”. Entonces los estadounidenses decidieron eliminar a Bishop. Llamaron a su invasión de Granada una “fuerza multilateral”, pero esto fue un subterfugio transparente para justificar su intervención. El plan para la invasión fue muy parecido al de la invasión de Panamá: planear un ataque abrumador; conspirar para matar a un líder y culpar a sus propios compatriotas; finja que lo está haciendo para restaurar la democracia. En Panamá el plan era matarme y culpar a los panameños. Bishop fue asesinado y así iba a ser en Panamá; los miembros cooptados de las fuerzas de defensa serían incitados a matarme. Solo que, en Panamá, las cosas no siguieron todo el guión. Sobreviví. Muamar Gadafi Mi contacto con Gahdafi fue diferente y bastante único. Conocí al líder libio por primera vez en una misión a Trípoli para Torrijos a mediados de la década de 1970. Era parte del plan de Omar para llegar al Tercer Mundo y establecer a Panamá como un país independiente entre otras naciones. La idea era establecer contacto, establecer líneas de interés común y concertar una posterior visita del propio Torrijos. En ese primer viaje me acompañaron varios miembros de la Guardia Nacional, entre ellos el coronel Armando Contreras, el teniente coronel Armando Bellido y el mayor Cleto Hernández, quien era un ayudante de campo especialmente hábil, hablando tanto francés como árabe. Gahdafi sabía poco sobre Panamá y era mi trabajo decirle de qué se trataba: traje mapas, le di un atlas como regalo y pasé un día describiendo la importancia estratégica del Canal de Panamá. Se maravilló ante la idea del canal y los ríos y lagos de Panamá. Se desmayó ante la idea de tanta agua dulce, comparando a Panamá con su hogar en el desierto. Fue una curva de aprendizaje para Gadafi, pero cuanto más escuchaba, más expresaba su solidaridad con nosotros. Tuve largas y muy interesantes conversaciones con él. Con las diferentes visitas a lo largo del tiempo, tuve la oportunidad de verlo en varias fases: su fase militar y su fase islámica. Su identificación con el sistema religioso lo devolvió a sus raíces y se instaló en una tienda de campaña en el desierto. También lo vi en su casa, la misma que fue bombardeada por aviones de combate estadounidenses cuando Reagan atacó Libia. Su esposa e hijos estaban en la casa y un niño pequeño murió. Estados Unidos no expresó arrepentimiento y dijo que el niño no era suyo, sino solo un bebé adoptado. Tuve la oportunidad de conocerlo como líder político, simpatizante de los países del Tercer Mundo y como militar. Estuve allí cuando emitió su credo, El Libro Verde, durante la celebración anual de la liberación del país. El evento contó con un gran desfile militar, y exhibieron todo su arsenal. Yo estaba en el estrado de revisión como invitado especial de Gahdafi . En esta encarnación, vi a Gahdafi, el comandante militar, liderando a su pueblo, motivándolo; en ese momento, estaba en medio de un conflicto fronterizo con Egipto y desafiaba a su ejército. Su filosofía era poner en práctica sus ideales. Libia se dispuso a ayudar a los movimientos de liberación en todo el mundo. Tenía un ministerio dedicado a hacer esto. Y ese aspecto operativo era importante para nosotros. Nuestro objetivo era crear simpatía por la posición de Panamá y apoyo para la aprobación de los tratados del canal a nivel internacional. Por eso nos acercamos a Gahdafi y otros líderes de países no alineados. Entendió nuestra misión. Era una persona inteligente y bien educada en el sentido de que sabía escuchar, hacer preguntas informadas y responder. Esos son, después de todo, los sellos de una persona educada, y reconocí estas cualidades tanto en Gahdafi como en Castro: saber escuchar, saber explicarse, hacer una pregunta y tener paciencia para escuchar la respuesta. Después de varias visitas, finalmente conseguimos que Torrijos visitara Libia. Gahdafi lo recibió en su oficina. Hicimos una gira por el país. Nos llevó a una planta procesadora de petróleo, a la universidad, a los proyectos de reforma agraria ya una estación en el desierto donde estaban en ese momento sembrando trigo usando un sistema de riego. Fue una visita exitosa, culminada con la firma de tratados culturales. En total, hice diez viajes a Libia y Gadafi siempre me recibió en un ambiente de simpatía y respeto. Mantuve contacto con él tras la muerte de Torrijos; no fue, como dirían los estadounidenses, algún contacto misterioso y subterráneo, y no tenía nada que ver con el espionaje. Eran contactos políticos, francos, un encuentro entre líderes, de hombre a hombre. En tiempos de crisis para cualquiera de los dos, nos llamábamos por teléfono. Cuando Estados Unidos lo atacó, llamé para informarme sobre la situación allí. Obviamente estaba muy molesto. Había perdido un hijo. A lo largo de esta asociación, tomé a Gahdafi tal como era, el líder de un país soberano bajo el ataque de los Estados Unidos. Cuando estuve bajo ataque político durante los últimos meses antes de la invasión, llamó todas las semanas para expresar su apoyo y preocupación. En septiembre de 1989 me invitó a asistir a la conmemoración de la revolución libia. Mis hijas Lorena y Thays me representaron en Trípoli. Con el transcurso del tiempo, Libia había ampliado su representación diplomática en Panamá; le dieron cierta importancia, añadieron una oficina cultural y construyeron una pequeña mezquita en el centro. También tenían interés económico y planeaban desarrollar operaciones en la Zona Franca, donde habían comprado un espacio comercial. Nunca hubo ninguna participación en el entrenamiento terrorista. Se lo dejamos claro a los estadounidenses e israelíes cuando expresaron su preocupación. Dijimos que nuestras relaciones con países como Libia mostraban nuestra neutralidad y nuestro derecho soberano a elegir a nuestros amigos y aliados. Estábamos desarrollando relaciones comerciales abiertas y honestas con muchos países. Nuestro objetivo era tener a Panamá como un centro comercial abierto para el beneficio comercial de todos; si tuviéramos relaciones con todos estos países, era poco probable que Panamá se convirtiera en blanco de la actividad terrorista de alguno de ellos. El Sha de Irán “Estados Unidos no busca amigos, sino siervos.”—Simón Bolívar La filosofía de abrir fronteras y mantener amistades por todos lados se complicó al menos en una ocasión: cuando Estados Unidos nos pidió que demos refugio a Mohammed Reza Pahlavi, el sha de Irán. Permitir que el sha viniera a Panamá fue un gesto de buena voluntad para Estados Unidos. No cumplía ningún negocio o interés estratégico panameño y, por primera vez, nos abrió a la posibilidad de ataques terroristas desde el Medio Oriente. De hecho, nuestra imagen sufrió como resultado, al menos entre los grupos estudiantiles y los partidos nacionalistas, que corearon a favor del hombre que derrocó al sha, el ayatolá Ruhollah Khomeini. La única ventaja estaba en el prestigio internacional: estábamos ayudando a los Estados Unidos a resolver un problema y estábamos recibiendo bastante notoriedad en el hit parade de la fama fugaz. Todo el mundo hablaba de Panamá, aunque sólo fuera por el sha. La primera propuesta para que el sha viniera a Panamá fue a principios de 1979, poco después de su caída del poder. El argumento de algunos era financiero: a cambio del asilo, se podía esperar que el sha hiciera grandes inversiones en el país. En febrero, el hijo del sha, el príncipe Reza, vino a la ciudad de Panamá para una visita en la que pudo examinar oportunidades de inversión. En noviembre, Bernardo Benes, un banquero nacido en Cuba en Miami, contactó a Ricardo de la Espriella , quien fue vicepresidente del presidente Aristides Royo , y le preguntó si la oferta para visitar Panamá aún estaba abierta. El sha había llegado a Nueva York desde su asilo en México el 22 de octubre de 1979 para recibir tratamiento médico. El 4 de noviembre, estudiantes y militantes iraníes tomaron la embajada de Estados Unidos en Teherán, junto con varios rehenes. La administración Carter estaba buscando una salida rápida para el sha y estaba considerando Austria y Sudáfrica. ¿Panamá todavía estaba interesado? De la Espriella dijo que creía que aún se podía hacer. El 30 de noviembre, el Departamento de Estado solicitó a Ambler Moss, embajador de Estados Unidos en Panamá, que hiciera una investigación. Para el 1 de diciembre, pudo decirle a Washington que el general Torrijos aceptaría dar refugio al sha si el presidente Carter se lo pedía. El asistente del presidente, Hamilton Jordan, fue enviado en secreto a Panamá y se reunió con el embajador Moss con Torrijos. Torrijos estuvo de acuerdo con la idea y ofreció dos posibles escondites: un rancho de montaña en Chiriquí y una casa propiedad de Gabriel Lewis, ex embajador de Panamá en los Estados Unidos, en Contadora, la isla turística justo al lado del continente panameño. Llevé un equipo de inspección para revisar ambos lugares, y los hombres del sha eligieron Contadora. Luego hubo negociaciones con el sha y con los estadounidenses sobre arreglos de seguridad. El sha quería garantías sustanciales de seguridad y comunicación con el mundo exterior. Estados Unidos ofreció equipos especiales para generar electricidad y líneas telefónicas de larga distancia, que el sha rechazó por temor a que sus teléfonos fueran intervenidos. Después de preparativos súper secretos, el sha fue trasladado a Contadora en un avión Twin Otter el 15 de diciembre de 1979. Se instaló en el chalet propiedad de Gabriel Lewis, quien en un momento fue dueño de la isla. Cuando se supo la noticia de la llegada del sha, nos enfrentamos a protestas estudiantiles en Ciudad de Panamá y críticas en todo el mundo. Contadora se había convertido en un destino exótico con una nueva reputación. Su nombre estaba en los mapas, pero el turismo disminuyó un 60 por ciento. ¿Quién quería enfrentarse a guardias armados en la playa? Las fuerzas de seguridad del sha en Panamá eran hombres que habían sido bien entrenados en Europa, el Medio Oriente y los Estados Unidos con experiencia tanto en comando como en inteligencia en el campo. En su conteo más alto, había más de trescientos miembros en la fuerza, la mayoría de ellos operando puntos de control fijos en cuatro turnos, una vez que instalamos al sha en sus cuarteles en Contadora. En varias ocasiones, los terroristas intentaron penetrar el cordón de seguridad y llegar hasta el sha; al menos una ocasión involucró a un fanático en una misión suicida que intentaba colarse en Panamá con documentos falsos. Con el ayatolá declarando que matar al sha sería un camino seguro al cielo, estábamos seguros de que habría tal esfuerzo y nuestra guardia siempre estaba alta. Hubo al menos seis casos en total relacionados con varios planes para romper la red de seguridad. También hubo varios sobrevuelos nocturnos con el objetivo de atacar al sha mientras dormía. Ninguno fue muy profesional y ninguno llegó muy lejos. Nuestra seguridad siguió el principio de realizar operaciones de una manera que nunca alarmaría al sujeto que estábamos protegiendo: desplegamos agentes vestidos de civil en lugares clave, usamos escuchas telefónicas, monitoreamos aeropuertos y la costa, a menudo empleando agentes que no parecían estar oficiales de inteligencia, sino turistas, jardineros o trabajadores comunes que se mezclaban con su entorno. El equipo iraní estaba confundido e intrigado por nuestro método de operación sutil, casi invisible, ya que su enfoque era la clásica protección de guardaespaldas de hombre a hombre. “¿Dónde está esa seguridad que se maneja para que ni siquiera podamos verla?”. los iraníes querían saber. Por eso, en un principio, las relaciones entre nuestras fuerzas panameñas y la selección iraní fueron tensas. Sin embargo, después de un tiempo, reconocieron que nuestras medidas eran complejas y funcionaban, y se acostumbraron a depender de nuestra operación. Elogiaron nuestro aparato de seguridad y empezaron a llamarnos magos entre los agentes de seguridad. Eso contrastaba mucho con la decisión del sha de rechazar las medidas de seguridad del Comando Sur o de cualquier otra agencia federal estadounidense. El sha no confiaba en los Estados Unidos, temiendo que su seguimiento de su planificación, contactos y relaciones fuera utilizado en su contra. Me dijo que sus relaciones con los americanos le dejaron un mal sabor de boca, un sentimiento de falta de sinceridad, de falta de amistad y de ayuda cuando más lo necesitaba, durante su exilio en Estados Unidos, a pesar de su apoyo históricamente incondicional. Dentro del contexto de un hombre cuyo mundo se había desmoronado, el shah era afable y natural en la forma en que se comportaba, triste e inconsolable, pero tranquilo y reconciliado con su vida. Veía al sha todos los días, sobre todo cuando su propio destacamento de seguridad se retiraba por la noche. Haría preguntas sobre Panamá, un lugar del que no sabía nada. Hablaba a menudo de lo que había hecho por su país. Nos preguntó cuáles eran las últimas noticias de Irán y, a veces, encendía la radio de onda corta que le habíamos dado para monitorear las noticias de Europa y Medio Oriente. Recuerdo una vez que escuchó en la onda corta de Zenith que el ayatolá Jomeini había ejecutado a varios generales del ejército disuelto del sha. Lloró cuando me contó sobre esto. Hablaba en voz baja, con una mirada oscura y lejana en los ojos. Nunca fue nada efusivo ni nunca lo vi sonreír. Dormía en una habitación del segundo piso del chalet, y su ayuda de cámara y guardaespaldas dormían en el suelo a la entrada de su habitación. Su esposa, la reina Farah Diba, dormía en una habitación separada en la planta baja. Tenía dos dálmatas, cada uno del tamaño de un ternero recién nacido, pero bastante dóciles. Era evidente que era un hombre educado en otra época, y estaba acostumbrado a los atavíos y privilegios que acompañaban a ser el Shahan shah, Hijo de Soles, Rey de Reyes. Se movía con aire imperial y estaba acostumbrado a las mejores comidas y alojamientos. Nunca tocó el dinero ni llevó ninguna posesión mundana. Le gustaba llevar el pelo muy corto, así que una vez a la semana enviábamos al barbero de la Guardia Nacional, el sargento Santiago Ardines, para que lo arreglara. Farah Diba también recibió visitas especiales de un peluquero. Mi esposa, Felicidad, le presentó al estilista Giovanni, quien también venía con frecuencia. Farah Diba fue cordial con mi esposa y le dio su propia pitillera de oro como regalo de cumpleaños, adornada con la corona real. Los hijos de la pareja los visitaban de vez en cuando. Uno de ellos, Cyrus, realizó un recorrido por las esclusas del canal en una ocasión, viajando al campo. El capitán del avión en el que voló le dio los controles durante el vuelo. Cyrus había volado desde que su padre le regaló un avión para su decimoquinto cumpleaños. Recuerdo que le dieron alas de honor de la fuerza aérea panameña cuando aterrizó. A Farah Diba le encantaba charlar por teléfono hasta bien entrada la noche. También jugaba bastante al tenis, daba largos paseos y practicaba esquí acuático. Un día hubo un alboroto entre los guardias de seguridad, el equipo de buceo , para ser exactos, porque la vieron haciendo esquí acuático en el Pacífico. Los buzos se acercaron lo más que pudieron y disfrutaron de la vista: era una mujer muy atractiva. Si se podía decir algo sobre el sha, era que era un hombre buscado. Matar o capturar al sha habría sido un trofeo para el gobierno iraní y sus partidarios. Mientras tanto, el gobierno revolucionario del ayatolá hizo todo lo posible en términos diplomáticos y legales para que regresara a Irán. En retrospectiva, está claro que el general Torrijos nunca lo habría entregado al ayatolá. Permitió especulaciones sobre el asunto y participó en reuniones formales con abogados, escuchando argumentos y demás; esto fue diseñado para evitar cualquier violencia del tipo que los estadounidenses habían enfrentado una vez que protegieron al sha. Torrijos me dijo que la única forma en que alguien podría capturar al sha era cuando salía de Panamá y se dirigía a otro lugar. Cuando finalmente llegó el momento de que el sha se fuera de Panamá, fue por insistencia de su hermana gemela. El sha estaba en medio de una complicada discusión política sobre su condición médica. Sus médicos, incluido el cirujano cardíaco estadounidense Dr. Michael DeBakey , coincidieron en su mayoría en que su bazo era canceroso y necesitaba ser extirpado. La discusión era sobre dónde hacer la cirugía. Los estadounidenses rechazaron la cirugía en Estados Unidos por temor a más protestas si el sha regresaba a territorio estadounidense. La segunda opción era realizar la cirugía en un hospital panameño, pero la familia y los asesores del sha no se enteraron, a pesar de que el sha estuvo internado un tiempo en el Hospital Paitilla, uno de los mejores del país. También se sugirió que la cirugía podría realizarse en el Hospital Gorgas, una institución médica estadounidense en la antigua Zona del Canal. Los médicos panameños encabezados por un médico militar, Carlos García, se opusieron a esta opción, en parte porque violaría los procedimientos médicos panameños, pero principalmente porque García no estuvo de acuerdo con el diagnóstico de los estadounidenses de que se requería una operación o que el sha podría incluso sobrevivir a tal operación. . Detrás de todo estaba la inferencia de que sería conveniente para los estadounidenses que el sha muriera en una mesa de operaciones en Panamá. La hermana gemela del sha resolvió las cosas. Después de largas conversaciones con Jahan Sadat, la esposa del presidente egipcio Anwar Sadat, se hizo la oferta para que el sha vaya a Egipto. Esto se produjo a pesar de las fuertes protestas de Washington. La hermana del shah era una figura dominante que no quería tener nada que ver con ninguno de nosotros. A nadie le gustaba, y menos aún al equipo de seguridad que rodeaba al sha. Su influencia fue tal y discutió tanto que su hermano finalmente cedió y accedió a mudarse a Egipto. Una vez que lo convenció, se fue con veinte baúles de ropa y otros efectos personales. Estuve en Chiriquí el 24 de marzo de 1980, el día de su partida, que llegó tan repentinamente que no supe exactamente cuándo estaba ocurriendo. Allí, en la frontera, recibí un mensaje de que tenía que hablarme urgentemente. En el vuelo a la ciudad de Panamá, supe que se iba. Llegué justo cuando se preparaba para abordar el avión que lo llevaría a El Cairo. Ya estaba en los escalones del avión cuando me vio. Me rodeó con los brazos (algo que estaba muy fuera de lugar en él) y dijo que me había estado buscando todo el día y que estaba aliviado de verme antes de su partida. “Si hubiera estado aquí y me hubieran dicho lo que estaba pasando, me habría sentido seguro con sus garantías y nunca me habría dado por vencido”, dijo. Mientras hablaba, sus ojos parecían los más tristes que jamás había visto, y estaba al borde de las lágrimas. Estaba febril cuando me estrechó la mano en una última despedida. Se podía ver la sombra de la muerte en su frente. El breve período de exilio del sha en Panamá fue una experiencia extrañamente emotiva para todos nosotros. Desarrollamos un cierto afecto por él, tal vez un sentimiento de lástima. La experiencia, sin embargo, fue mixta. Panamá y la isla de Contadora se habían dado a conocer en todo el mundo, pero la promesa de un impulso para la inversión no se había materializado. El sha no invirtió nada en absoluto. Nos habíamos ganado el respeto de los servicios de inteligencia del mundo por nuestra eficiencia y experiencia. Torrijos había demostrado su fidelidad y honestidad en la arena política internacional; si hubo algún cálculo al hacerlo, fue simplemente para mostrarles a los estadounidenses que estaba dispuesto a trabajar con ellos. Por otro lado, por supuesto, el desprestigio en el Tercer Mundo y entre los países islámicos fue pronunciado. Pero ahora que los tratados del canal eran una realidad, Omar quería nutrir su amistad con los estadounidenses como una plataforma para el liderazgo regional. Pensó que tenía un papel que desempeñar como un intermediario honesto. Pero su plan fue trágicamente truncado. Capítulo 7
Una muerte en la familia
DA pesar de los esfuerzos de Torrijos, al comienzo de la administración Reagan no había indicios de que estuviera recibiendo algún respeto por parte del gobierno estadounidense. En particular, sus esfuerzos de acercamiento a Fidel Castro fueron despreciados por Washington. Torrijos pensó que podía servir como conducto para traer de vuelta a Cuba al redil. “Cada momento del aislamiento cubano equivale a años de vergüenza para el continente americano”, dijo en más de una ocasión. Reagan, que acababa de ser elegido, vio esto como una justificación más para su oposición a los tratados del canal. “Francamente es increíble que estemos pensando en dar el paso crítico [de entregar el Canal de Panamá] cuando Torrijos mantiene relaciones tan cercanas con Fidel Castro y la Unión Soviética”, dijo Reagan. “Estamos ante un hombre que viola sistemáticamente los derechos de su propio pueblo. Él y su grupo llegaron al poder a punta de bayoneta al derrocar a un presidente electo. Ahora controla la prensa, ha proscrito los partidos políticos, con excepción del Partido Comunista y el suyo, que está controlado por las Fuerzas Armadas”. Su vicepresidente, George Bush, estuvo de acuerdo. “Torrijos se está convirtiendo en un Gadafi latinoamericano al apoyar y brindar ayuda financiera a las guerrillas terroristas. Ha abierto cuarteles para movimientos de liberación y terroristas, escondidos en embajadas panameñas como la de Libia, el Polisario y la OLP”. El general Torrijos había llamado rutinariamente al cuartel general de comando desde Río Hato en la costa del Pacífico ese viernes por la mañana, 31 de julio de 1981, para registrarse. Teníamos un personal mínimo de servicio, como era costumbre; nuestro fin de semana extendido comenzó después de las 11 a. m. los viernes. “Nada nuevo, general, señor”, le dije. Ocurría tan poco que nos desviamos de los temas oficiales, nada que ver con el ejército o la política en absoluto. Puros chismes, principalmente sobre secretarias. Una de ellas era la bella Celia, la favorita de Torrijos, con su piel de ébano y largas pestañas. Luego estaba otra de las secretarias, que se había casado con Lichito Castrellón, el piloto de helicóptero de Torrijos. Los recién casados se fueron de luna de miel. Fue un momento relajado para todos nosotros ahora que se firmaron y aprobaron los tratados. La carga de trabajo promedio en el comando general había disminuido notablemente. Omar se había involucrado mucho más en la política. Había dicho que firmar los tratados del canal era como obtener su maestría; ahora iba a trabajar. Estaba desarrollando un plan de acción para el futuro. Parte de su plan consistía en identificar a líderes civiles y militares prometedores. Se envió a jóvenes intelectuales a estudiar a Inglaterra, Estados Unidos y otros lugares. Se reunió con la vieja guardia del Partido Revolucionario Democrático, instándolos a desarrollar nuevas estrategias para el futuro. También estaba eligiendo a miembros prominentes de las fuerzas armadas, asignándolos a proyectos de acción social: programas de desarrollo agrícola, bienestar y educación política en áreas campesinas. Cualquiera que diga que sabía exactamente lo que Torrijos tenía en mente no estaría diciendo la verdad, nunca nos lo dijo. Pero pudimos ver lo que estaba haciendo. A nivel personal, tenía un plan de respaldo. Se había instalado una oficina moderna y cómoda en un dúplex contiguo a su casa en Altos de Golf. Invirtió dinero para comprar antenas y otros equipos para poder establecer una red de televisión nacional. Torrijos tuvo tiempo para todo; estaba más feliz de lo que nunca lo había visto, más alegre y bromeando todo el tiempo. Estaba viendo crecer a su familia, emocionado de que su nuevo nieto fuera bautizado con su nombre, Omar Efraín, orgulloso de su nueva hija, Tuira, que recibió el nombre indígena del río más grande de Panamá. La agenda de Omar incluía encuentros con deportistas, artistas nativos, compositores y cantantes folclóricos. Distinguidos visitantes de Colombia y Venezuela siempre estaban de paso; siempre había dos lugares establecidos para los visitantes en la casa de la playa. A Torrijos le encantaba ofrecer hospitalidad a los invitados. Se estaba convirtiendo en un estadista con un grupo diverso de visitantes políticos. En las semanas previas a su muerte había una delegación de la dirigencia sandinista nicaragüense. “Sal de las trincheras”, le dijo a uno de los líderes. “Que sea una batalla política, la guerra de guerrillas está ganada”, les dijo a sus invitados nicaragüenses, quienes se mostraron deferentes porque Torrijos era uno de sus más antiguos simpatizantes. También hubo una visita del general estadounidense Vernon Walters. Walters se había desempeñado como subdirector cuando George Bush era jefe de la agencia de inteligencia. Era parte de una reconciliación con las agencias de inteligencia estadounidenses. Durante los doce años posteriores a la participación de Estados Unidos en el golpe de 1969 en su contra, Torrijos había evitado a los funcionarios de inteligencia. Ahora, luego de la ratificación de los tratados del Canal de Panamá, había señalado el cambio al otorgar una medalla a Arthur Esparza, el jefe del 470º Grupo de Inteligencia del Ejército de EE. UU., por sus esfuerzos para lograr la aprobación de los tratados. Torrijos se estaba convirtiendo en un jugador mundial importante; su mediación podría haber enfriado el fuego y evitado las guerras sucias que, con miles de millones de dólares de ayuda y apoyo estadounidenses, mataron a más de 100.000 personas. Torrijos se había tomado un tiempo libre en su casa de vacaciones en la playa en Río Hato y desde allí decidió dar un paseo en auto con un pequeño grupo de personas hasta el pueblo de Penonomé . Le dijo al comandante local, el mayor Elías Castillo, que organizara una reunión con amigos, políticos locales y líderes militares. Luego ordenó que su avión Twin Otter volara desde Río Hato para recogerlo. La idea era que hiciera una visita improvisada a Coclecito , una pequeña comunidad agrícola por la que tenía un cariño especial al otro lado de las montañas a lo largo de la costa atlántica, y luego regresara para las festividades de la noche. Torrijos había financiado una especie de comuna socioeconómica para familias campesinas en Coclecito , con cultivos experimentales y un proyecto para criar ganado cebú brasileño. La decisión rápida dejó a El Cholito Adames , que debía ser rotado, con el trabajo de volar a Torrijos de un lado a otro. Todos conocían el simulacro cuando Torrijos estaba en el área. El horario siempre estaba sujeto a cambios e invariablemente anunciado en el último minuto. No había plan de vuelo. Esa fue la última vez que alguien vio a Torrijos. Cuando se hizo tarde, Castillo se inquietó y llamó antes a Coclecito . Descubrió que el avión nunca había llegado allí. La fuerza aérea comenzó a revisar los alrededores, muy consciente de la tendencia de Torrijos a cambiar de opinión y no decírselo a nadie. Llamaron por radio a los asentamientos cercanos de Santa Isabel, Salvador y otros, pero nadie había visto al general. Incluso llamaron a Cali y Chocó, Colombia, por si Torrijos se había ido de visita sorpresa. Al caer la noche, el coronel Florencio Flórez, segundo al mando, declaró alerta nacional. La fuerza aérea, bajo el mando del mayor Alberto Purcell, inició de inmediato una operación de búsqueda y rescate, trabajando hasta la noche sin dejar rastro del avión desaparecido. Al día siguiente, la primera información provino de un campesino de la zona del valle de Cerro Marta (fuera de la supuesta ruta de vuelo a Coclecito ), quien reportó el sonido de una explosión cerca de la hora en que se suponía que el avión había caído. Purcell envió aviones y helicópteros de reconocimiento, que encontraron el lugar del accidente cubierto de árboles, la sección delantera del avión excavada en la ladera de la colina, el fuselaje cortado por los árboles. Torrijos y su séquito habían muerto instantáneamente. Abriéndose camino a través de un terreno difícil, un equipo de rescate de infantería acompañado por un patólogo, el Dr. Ruiz Valdés, llegó a los restos e identificó los restos calcinados de Torrijos a través de registros dentales. Los rescatistas bajaron los cuerpos de la montaña mientras la nación escuchaba la noticia. Las investigaciones judiciales y legales estuvieron a cargo del fiscal general Olmedo Miranda, uno de los mejores amigos de Torrijos, quien lo conocía desde los días en que sirvieron juntos en Chiriquí. El equipo militar responsable del mantenimiento de la aeronave Twin Otter realizó su investigación junto con un equipo internacional de seguridad aérea. No se encontraron pruebas de sabotaje, a pesar de los rumores sobre la participación de Estados Unidos. L a tumba de Torrijos está en el Fuerte Amador, no lejos del Canal de Panamá, que él arrebató al control estadounidense, cambiando el curso de la historia panameña. La vida después de Torrijos Nadie en el mando militar estaba preparado para la muerte de Torrijos. Era nuestro líder y su estilo carismático dominaba la institución militar. Era como si viviéramos bajo un paraguas paternalista en el que ciertos principios básicos —la estructura, el estilo y la sustancia de nuestras vidas— se daban por sentados. Ciertamente estaba contento con el statu quo y asumí que los otros miembros del comando también lo estaban. Después de todo, no se pensó en un momento en que él podría no ser nuestro líder. La sucesión, el estilo y la estructura de mando no eran cosas de las que hablábamos. Había un orden de sucesión establecido: primero Flórez, Paredes, el coronel Armando Contreras, luego yo. Mi vida estaba organizada dentro de ese sistema; de hecho, era más joven y tenía menos años de servicio que muchos otros oficiales. Estaba contento con el ritmo de mi carrera. Flórez asumió como líder interino sin lucha, como si Torrijos todavía guiara el sistema; su ascenso fue el orden natural de las cosas. Florez era hijo de un famoso líder de la Policía Nacional de Panamá y se graduó de la Academia Militar de Nicaragua en la época del General Anastasio Somoza. Era un alma sencilla, de espíritu tranquilo, buen atleta. Trataba de mantener una buena relación con todas las personas con las que entraba en contacto, de hacer amigos donde podía. Florez no estaba a la altura del trabajo de comandante. Le costó asumir el lugar de una personalidad tan dominante como Torrijos. No se sintió comandante, ni adoptó el título que le correspondía, general de la Guardia Nacional. Conservó el grado de coronel como todos nosotros y ni siquiera se mudó a la oficina vacante de Torrijos, que quedó como una especie de recuerdo fantasmal de él. Al principio, no hubo problema. En las semanas posteriores a la muerte de Omar, cerramos filas, al igual que una familia se une después de la muerte de uno de los padres. Los sobrevivientes cooperan para mantener intacta la casa y la estructura familiar. Cada uno de nosotros tenía su trabajo que hacer, concentrándose en mantener el sistema como lo pretendía Torrijos. Esa estructura, después de todo, era la única que conocíamos. Sin embargo, después de un tiempo, como en cualquier familia, la realidad se hizo presente. La fuerza rectora del liderazgo de Torrijos se desvaneció. Florez no pudo permanecer en el poder. El 3 de marzo de 1982, Paredes, el siguiente en la cadena de mando, fue ascendido a general y asumió el cargo de comandante en jefe, que parecía vacante desde la muerte de Torrijos. Nunca estuve cerca de Paredes; más bien, nuestra relación era la de un oficial superior a un subordinado. Él había estado en el ejército más tiempo que yo y siempre se asumió que primero sería comandante. Era capaz de una gran lealtad a sus amigos y familiares. Consideraba a su familia, particularmente a sus hijos, como lo más importante en su vida. Inmediatamente después de convertirse en comandante, Paredes se propuso su objetivo adicional de convertirse en presidente de Panamá. A fines de 1982, nos convocó a Contreras, a mí ya Díaz Herrera a una reunión donde declaró sus planes, junto con un giro inesperado. Dijo que renunciaría a su mando a principios de 1983 para poder postularse a la presidencia al año siguiente. Pero, dijo, Contreras no sería su reemplazo. “Contreras ha llegado al momento en que debe retirarse”, dijo. “Noriega asumirá el mando”. No sé cómo lo había decidido Paredes o si alguien más lo sabía. Solo puedo decir que esto fue una sorpresa total y la primera vez que escuché que me llevarían a la cabeza de la fila. En última instancia, Paredes no logró obtener el apoyo que necesitaba y su candidatura presidencial se derrumbó. El 12 de agosto de 1983, dos años después de la muerte de Torrijos, asumí el grado de general y comandante en jefe de la Guardia Nacional. Sin duda fue mi día de mayor orgullo. M i poder vino como resultado de la Revolución de 1968, luego de la cual se promulgó una nueva constitución que establece que “el gobierno ejercerá el poder en armonía, conjuntamente con la Guardia Nacional”. Las fuerzas armadas fueron designadas para defender los asuntos del estado para que las leyes pudieran promulgarse y llevarse a cabo. Era una división de esfuerzos: la administración burocrática, el papeleo y la teoría económica, las relaciones internacionales y el protocolo estaban a cargo del presidente de la república; los asuntos internos, la defensa civil, el manejo de emergencias y las relaciones laborales estaban a cargo del comandante en jefe de las fuerzas armadas. Esta estructura panameña tenía raíces históricas. Desde la fundación de la República de Panamá, la administración de Panamá fue una preocupación e interés clave para los Estados Unidos; tener un comandante en jefe a cargo del orden público, bendecido por los Estados Unidos, hizo que el canal fuera mucho más fácil de controlar. Estados Unidos impuso esencialmente la estructura y personalidad del gobierno panameño desde los inicios del país en 1903. En Panamá, el poder civil y militar fueron condenados a trabajar de la mano. Había aprendido esto estudiando el pasado de Panamá. A lo largo de nuestra historia, los políticos han recurrido a los militares como árbitro final. Ante la indecisión de los civiles, la incapacidad de llegar a la raíz de los problemas del país, vimos cómo la estructura de poder civil se volcaba una y otra vez hacia los militares. Como joven oficial, recuerdo muchas huelgas laborales en las que los civiles no pudieron tomar medidas decisivas. Se dirigieron a la Guardia Nacional; nosotros éramos los que teníamos los contactos dentro de los sindicatos, los que podríamos dialogar con los dirigentes sindicales, prevenir huelgas y buscar soluciones a sus problemas. Esto nos dio un papel de liderazgo natural. Esto no es una sorpresa, considerando la historia panameña. Lo que llamamos los partidos políticos tradicionales son en realidad grupos de interés fundados por las familias adineradas, que siempre estuvieron aliadas con los Estados Unidos. Sus acercamientos a las masas se circunscribieron al tiempo electoral, cuando se vieron obligados, como decimos, a “bañarse en aguas populistas”. Compare eso con el Partido Revolucionario Democrático, fundado por los militares bajo Torrijos, donde la base de apoyo era el pueblo. Estaban acostumbrados a tener contacto directo con su liderazgo. De todos modos, yo tenía una visión clara de mi poder en términos de Panamá: entendía la política; Comprendí mi base de apoyo, tanto dentro del ejército como entre las masas. Pero lo que no acepté fue recibir órdenes de los americanos; tampoco acepté estar subordinado al capricho e intereses de los intermediarios del poder económico de Panamá. Capítulo 8
Ni doblado ni roto
¿Cómo sucedió todo? ¿Cuál es la historia detrás de mi conversión del cariño de la comunidad de inteligencia de EE. UU. al enemigo que simbolizaba todo lo malo en la política de EE. UU.? La respuesta es complicada pero parte de una simple realidad: nunca desfallecí en mi compromiso esencial con el nacionalismo panameño. Nunca me alejé de la convicción de que mi país era soberano y tenía derecho a decidir su propio futuro. No hubo doble trato con los estadounidenses, ni participación en el asesinato de opositores políticos, ni tráfico de drogas. Mi surgimiento como enemigo fue el resultado de las maquinaciones de la maquinaria de propaganda estadounidense, combinadas con errores tácticos de mi parte, el oportunismo de la élite adinerada de Panamá y la sed de sangre del gobierno estadounidense bajo Reagan y Bush, que, a su vez, condujo a una invasión. de mi país La progresión no es fácil de seguir: hay una serie de cosas a tener en cuenta. Primero, estaba la naturaleza peculiar de estos panameños ricos: patricios de habla inglesa y educados en los Estados Unidos. Eran personas que se colaron con los estadounidenses. Querían acercarse a la política de poder, ya sea a través del embajador de EE. UU. o de un subsecretario de Estado visitante; e hicieron que los estadounidenses que cortejaban se sintieran bien en Panamá, haciendo todo lo posible para que la ciudad de Panamá pareciera tan estadounidense como cualquier ciudad estadounidense auténtica. Estos panameños ricos odiaban a los militares y lo que defendíamos. En su mayoría, no éramos patricios panameños de tercera generación, cuyos antepasados, en su mayoría estadounidenses o europeos, habían servido los designios de Estados Unidos en Panamá al menos desde principios de siglo. Éramos gente de color, mestizos que reflejaban la diversidad de nuestra herencia: española, indígena y africana. Por supuesto, los militares fueron tolerados cuando eran solo una fuerza policial, como lo fue en los primeros días, antes de que hombres como Torrijos y Boris Martínez se atrevieran a tomar una postura nacionalista y expresar nuestra independencia de los Estados Unidos. Pero después de la revolución de 1968, éramos más que una molestia para la clase adinerada: éramos una amenaza mortal. Buscamos la igualdad económica, social y política para los mismos empobrecidos que optaron por no reconocer. La liberación, el nacionalismo y el bienestar social no significaban nada para ellos. Esta brecha entre nosotros estaba lista para ser explotada. Nuestros enemigos panameños pronto tuvieron su oportunidad. Con el ascenso de la administración Reagan, hubo una ira constante y residual hacia Panamá y los sucesores de Torrijos por la aprobación de los tratados del Canal de Panamá; existía la preocupación de que no se podía contar con que Panamá siguiera la agenda anticomunista estadounidense. La élite adinerada panameña hizo uso de la ignorancia de los políticos estadounidenses y de la filosofía de no ver el mal, no oír el mal, no hablar del mal que reinaba en el Departamento de Estado de los EE.UU. Los ricos poderosos decían que ellos estaban limpios y nosotros sucios, que toda la corrupción provenía de los militares, que los banqueros ricos, los vendedores de autos y los abogados —hombres como Arias Calderón, Billy Ford y Guillermo Endara— eran todos tan puros como la nieve de la montaña. Los estadounidenses pensaron que tenía que ser así: estos eran sus amigos y compañeros de cena, sus compañeros de tenis. Todos tenían tanto en común que tenían que estar diciendo la verdad. Además de la connivencia de la oligarquía, hubo un segundo factor: el cambio en la percepción de mi utilidad para Estados Unidos. Al principio, todavía estaba en la lista de "útiles" para los estadounidenses. Me invitaban regularmente a Washington y otros lugares para reuniones y para dar discursos y proporcionar análisis. Tuvimos reuniones periódicas con nuestros homólogos en el Comando Sur de los EE. UU. y nos coordinamos con ellos de acuerdo con las disposiciones de los tratados del canal. Como hemos visto, continué brindando una ayuda significativa a los Estados Unidos en asuntos de inteligencia. Tuve excelentes relaciones con los jefes de estación de la CIA en Panamá: Joe Kiyonaga, Brian Bramson , Jerry Svat y Don Winters se encuentran entre los que mejor conocía. William Casey y sus ayudantes sabían que podían contar con nosotros cuando nos necesitaban y nos respetaban. Las Fuerzas de Defensa de Panamá también brindaron un apoyo sólido y constante a la Administración para el Control de Drogas. Esto fue documentado en los muchos intercambios de correspondencia entre mis subordinados y funcionarios estadounidenses y yo. Además, reconocieron que no solo estábamos cooperando, sino también brindando inteligencia que ayudó a atrapar y atacar a los capos de la droga. En diciembre de 1984, un año después de que asumí como comandante, Panamá proporcionó información a Estados Unidos sobre las actividades de Jorge Luis Ochoa del cartel de la cocaína de Medellín y Gilberto Rodríguez Orejuela de Cali, quienes estaban instalando operaciones de drogas en España. Como resultado, los dos hombres fueron detenidos en España para su extradición a Estados Unidos. Misteriosamente, debido a la negligencia de Estados Unidos, las autoridades colombianas tomaron el control del caso y extraditaron a ambos hombres a Bogotá, donde fueron liberados rápidamente. Poco después, Panamá dio otro gran paso contra los narcotraficantes colombianos. El gobierno anuló la carta constitutiva del Primer Banco Interamericano en Ciudad de Panamá, luego de que una investigación mostrara que estaba siendo utilizado por otro narcotraficante de Cali, José Santacruz Londoño , para lavar las ganancias del narcotráfico. El abogado del First InterAmericans Bank era Rogelio Cruz, quien se convirtió en fiscal general de Panamá después de que Estados Unidos invadiera Panamá, y sus directores eran Guillermo Endara, el hombre instalado por los estadounidenses como presidente, y sus socios Jaime Arias Calderón y Hernán Delgado. La lucha contra las drogas de la DEA en América Latina se vio muy reforzada por Panamá. Alentamos la participación por primera vez de otros países de la región, quienes se mostraron escépticos acerca de trabajar con estadounidenses por temor a que hacerlo permitiera que los espías operaran en sus países. Yo fui quien sugirió y organizó la primera conferencia hemisférica sobre drogas en Contadora en 1982. Salió tan bien que Estados Unidos decidió adoptarla como un evento anual. (El segundo año, la reunión se llevó a cabo en Venezuela). Los funcionarios de la campaña antidrogas en los Estados Unidos pudieron escuchar allí, por primera vez, a los propios policías antidrogas de América Latina: sus problemas, sus preguntas, sus análisis. Se recopiló una gran cantidad de información y los contactos establecidos fueron valiosos, pero solo después de que yo organicé las reuniones. Anteriormente, los países latinoamericanos se habían negado a compartir información de inteligencia entre ellos, y mucho menos con los estadounidenses. No solo había rivalidades regionales, sino que también temían que Estados Unidos hiciera uso de la información recopilada para desestabilizar a sus gobiernos. Pero los vientos de la intervención estadounidense en Panamá ya soplaban cuando asumí como comandante de las Fuerzas de Defensa de Panamá. Las clases ricas por sí solas no habrían sido suficientes para sabotearme. Necesitaban una recepción dispuesta en Washington. Operando en su propio horario y creando los hechos a medida que avanzaban, los estadounidenses avanzaron lentamente para atacarme y trabajar con nuestros enemigos panameños para mi caída. Primero, me negué a seguirles el juego en Centroamérica. Cometí pecados capitales: dije no demasiadas veces. Me negué a permitirles usar Panamá como base para ataques contra Nicaragua y rebeldes en El Salvador. El cierre de la Escuela de las Américas con sede en Panamá en 1982 fue ordenado como uno de los primeros cambios tangibles bajo los tratados Torrijos-Carter de 1977-78. Estados Unidos estaba muy al tanto de la disposición, pero la administración Reagan simplemente no pudo tragarla. Aunque estábamos decididos y orgullosos de seguir adelante con el legado de Torrijos, Estados Unidos no quería que nada de esto sucediera. Querían una extensión o una renegociación de la instalación, diciendo que con sus crecientes preparativos de guerra en América Central, todavía la necesitaban. Pero la Escuela de las Américas fue una vergüenza para nosotros. No queríamos un campo de entrenamiento para escuadrones de la muerte y fuerzas armadas represivas de derecha en nuestro territorio. La propuesta básica de los Estados Unidos fue una extensión de quince años en el funcionamiento de la Escuela de las Américas. En efecto, esto extendería la presencia estadounidense en Panamá en contra del espíritu de los tratados del canal. La única forma en que aceptaríamos una escuela así, les dije, sería si se reconstituyera. “Lo convertiremos en una escuela para el desarrollo social”, les dije a los estadounidenses. “Tendrá un director panameño. Habrá formación militar clásica, pero también lecciones de acción cívica, sanidad, medicina rural y ayuda en la creación de cooperativas campesinas”. Queríamos convertir esta monstruosidad internacional de represión y asesinato en algo completamente diferente. Estados Unidos estaba horrorizado: querían entrenar equipos de demolición y francotiradores y escuadrones terroristas para luchar contra el gobierno de Nicaragua. Me opuse rotundamente. Y este se convirtió en el primer no que Estados Unidos me escuchó pronunciar; para ellos fue una sorpresa que, sentado en la mesa de negociación con mis amigos, los estadounidenses, dijera que no; que tuve el descaro de exigir el cumplimiento de la letra y el espíritu de los tratados Torrijos-Carter. Lo vieron como una desobediencia de mi parte, y lo tomaron muy mal. “General”, me dijeron, “usted ha tomado una posición muy radical. ¿Lo que ha sucedido?" Barletta y Spadafora: un golpe de palacio La clausura de la Escuela de las Américas fue la primera no. Ya describí el segundo no: fue mi rechazo absoluto a ayudar a los estadounidenses en Centroamérica, coronado por mi rechazo a los planes de Oliver North para nosotros en Nicaragua. Pero hubo un incidente más: el asesinato de un crítico del gobierno y un complot militar en mi contra dentro de mi círculo íntimo, los cuales llevaron a la destitución de Nicolás Ardito Barletta como presidente de Panamá. Estados Unidos acordó en 1984 apoyar a Barletta como presidente. Barletta había estado viviendo durante mucho tiempo fuera de Panamá, trabajando para el Banco Mundial. Fue alumno del secretario de Estado George Shultz, uno de varios tecnócratas latinoamericanos educados en los Estados Unidos, como Carlos Salinas en México, alguien que opera en el campo de la economía internacional, estudiando la deuda externa, cosas que le importaban a los Estados Unidos. . Por eso, y con el patrocinio de Shultz, se hizo una campaña a favor de la repentina candidatura de Barletta. Esto no me molestó en absoluto. En las reuniones de mando militar, habíamos decidido que era una buena idea que los civiles tomaran una mano más fuerte, especialmente en la política económica. Nosotros nos opusimos a la candidatura de Arnulfo Arias del Partido Panameñista y los norteamericanos también. El viejo caudillo me invitó a su casa de la playa justo antes de la campaña electoral y me dijo abiertamente que una de sus promesas de campaña sería desmantelar las fuerzas armadas, lo mismo que intentó hacer en 1968. Con el apoyo del PDF y del PRD —Partido Revolucionario Democrático— Barletta fue elegido por un estrecho margen en 1984. Eso era lo que querían los norteamericanos. Arias se quejó de que le habían robado la elección, pero sus denuncias fueron desestimadas. Estados Unidos envió una delegación oficial a la inauguración; entre los asistentes estaba el ex presidente Jimmy Carter. Con la presidencia de Barletta, acepté que las fuerzas armadas deberían tener un papel menos activo en los asuntos económicos y políticos. En su toma de posesión, le dije a Barletta que queríamos volver al cuartel. “Con su elección”, dije, el país “comerá la democracia en el desayuno, el almuerzo y la cena”. Esto no iba a ser. Barletta comenzó a enfrentar críticas. Hubo quejas generales de que era un gerente terrible y un líder débil; no sabía nada de construir consensos, ni en la asamblea legislativa ni entre el pueblo. Barletta comenzó a hablar sobre el análisis económico de Estados Unidos, que decía que países como Panamá necesitaban imponer severos controles de reducción de costos para frenar la deuda del gobierno. El Fondo Monetario Internacional, de acuerdo con la política de la administración Reagan, estaba impulsando medidas de reducción del déficit en todo el hemisferio. El resultado seguramente sería la pérdida de cientos, si no miles, de puestos de trabajo en el servicio civil. En lugar de crear alianzas políticas, negociar y vender esto a la legislatura y al país, Barletta simplemente anunció su apoyo a las medidas y se mantuvo al margen. Fue muy criticado; los sindicatos, especialmente los que representan a los empleados públicos, se inquietaron, acusándolo de que estaba entregando la soberanía panameña a la teoría económica estadounidense. Su reacción fue correr a refugiarse detrás del apoyo y prestigio que los militares pudieran ofrecerle. Pero este no fue el único problema; la temperatura política estaba subiendo a nuestro alrededor. Barletta y yo éramos objetivos de alguien que conspiraba para socavar mi liderazgo en las Fuerzas de Defensa de Panamá. Como se informa en el libro Nuestro Hombre en Panamá, Con el presidente y Noriega fuera del país, Díaz Herrera decidió dar el paso que había estado contemplando en secreto desde que Noriega asumió como comandante. Dio los primeros pasos hacia el derrocamiento de Noriega. “Vi venir una gran crisis. ... Pensé que la oposición se iba a aprovechar mucho de esa muerte. Entonces, con Noriega fuera, traté de ver si podía orquestar algo contra el mismo Noriega, algo dentro del cuartel y con los políticos a mi lado. Me arriesgué, con el PRD y las Fuerzas Armadas, a ver si le podía dar un golpe de Estado a Noriega”, relató Díaz Herrera. E n la mañana del 16 de septiembre de 1985, la noticia desde su casa fue impactante: Hugo Spadafora había sido hallado asesinado el fin de semana en Chiriquí. Estuve fuera del país en Europa durante varias semanas, asistiendo a una conferencia de asuntos navales militares y viajando entre Inglaterra, París y Suiza. Inmediatamente contacté a Barletta en el palacio presidencial. Me habló de su plan de trabajo para investigar el crimen. También hablé con un miembro de la Asamblea Legislativa, Alfredo Orange, quien era un amigo cercano de la familia Spadafora. Le aseguré que se llevaría a cabo la investigación y que le daría especial atención a mi regreso. Spadafora era un panameño de cosecha propia que había estudiado medicina en Italia y luego huyó a África como militante en la guerra de liberación de Angola antes de la independencia de Angola de Portugal, en 1975. Cuando regresó a Panamá, se unió a un movimiento estudiantil de izquierda local. ; tomó el nombre en clave Dr. Zhivago. Spadafora se convirtió en informante de la Guardia Nacional; investigadores de la Dirección Nacional de Investigaciones lograron identificar y desarticular la organización de izquierda a la que pertenecía, con base en la información que proporcionó. Fue durante su fase de informante cuando tuve mi primer contacto con Spadafora. Yo estaba sirviendo en ese momento como capitán a cargo de una brigada de infantería de élite llamada Pumas de Tocumen. A lo largo de los años, llegué a conocerlo bien y lo ayudé a avanzar en su carrera cuando pude. Lo vi ascender de joven informante a viceministro de salud a jefe de una brigada panameña que se ofreció como voluntario para ayudar a los sandinistas a derrocar a Anastasio Somoza en Nicaragua. Mientras tomaba fuerza la marcha sandinista hacia la victoria, allí estaban Spadafora y la brigada de Victoriano Lorenzo. La historia encontró a Spadafora marchando hacia Managua y la eventual victoria de los sandinistas junto al Comandante Cero del sur. Pero Daniel Ortega y Tomás Borge y la columna principal de los sandinistas avanzaban por el otro lado y le ganaron a Zero a Managua. Eso amplió la animadversión entre Edén Pastora y el resto de la dirigencia sandinista. Spadafora se quedó en el extremo corto. Cuando los estadounidenses comenzaron a organizar a los Contras nicaragüenses en la década de 1980, Spadafora también estaba allí. Spadafora trabajó con los Contras. Como también estableció contactos para el tráfico de armas en América Central, inevitablemente se codeó tanto con el establecimiento estadounidense por un lado como con los traficantes de drogas por el otro, ambos intercambiando armas por drogas. En este punto, las intrigas de Spadafora ya eran una mezcla de ideología y criminalidad, dependientes únicamente del objetivo singular de ganar dinero. Habiendo establecido su base en San José, Costa Rica, hizo una lenta transición de luchador rebelde a hombre de negocios y traficante. Mantuvimos una operación activa de recopilación de inteligencia en Costa Rica, tanto porque era un país fronterizo como porque se había convertido en el centro de espionaje de varias agencias de espionaje. Spadafora era uno de varios panameños que operaban en Costa Rica sobre quienes recibimos informes regulares. No fue señalado para una observación especial, ni lo consideramos una amenaza o un jugador importante en las intrigas de América Central. La CIA también estaba trabajando arduamente reuniendo inteligencia en San José. Nuestra información indicó que la CIA tampoco tomó a Spadafora como un jugador importante, pero sí sabían lo que estaba haciendo. Con el tiempo, Spadafora se perfiló como mi enemigo y como crítico de las Fuerzas de Defensa de Panamá. Aparentemente, se debió a una decisión del controlador general panameño de cortar el estipendio mensual por costo de vida de Spadafora desde hace mucho tiempo, que había comenzado durante sus días al frente de la brigada panameña para los sandinistas en Nicaragua. Ese estipendio ascendía a unos dos mil dólares mensuales, más o menos lo que ganaba a mediados de la década de 1970 después de que obtuvo el cargo de viceministro de salud. Eventualmente, sin embargo, la oficina del contralor general se opuso, negándose a firmar comprobantes para pagar el alquiler de un nuevo apartamento que Spadafora había instalado en la ciudad de Panamá. Spadafora se resintió profundamente por esto, considerándolo una afrenta personal, y comenzó a denunciarnos. No fue una conversión ideológica ni una decisión política: fue insultado y decidió vengarse. Sin embargo, Spadafora iba y venía de la ciudad de Panamá a San José libre y frecuentemente, sin temor a hostigamientos. Sin embargo, su último y fatídico viaje se produjo en circunstancias que aún no se comprenden. El juicio por asesinato de 1993 en Panamá en el caso Spadafora mostró las dudas extremas que rodean el caso. Fui nombrado originalmente como coacusado, junto con otros nueve hombres; en el juicio que se llevó a cabo en Chiriquí durante el gobierno de Guillermo Endara, el líder opositor hecho presidente por los norteamericanos, no se presentaron pruebas en mi contra. El jurado, a pesar de la presión política, respondió a la falta de pruebas y absolvió a siete oficiales, incluido el mayor Luis Córdoba, con quien supuestamente estuve en contacto durante los asesinatos. Dos policías militares de Chiriquí, Francisco Eliezer González y Julio César Miranda, fueron condenados y confesaron el crimen. Fui condenado en ausencia, a pesar de que todos los oficiales que habrían tenido que servir como mi enlace si yo estuviera involucrado salieron impunes. Condenarme fue obviamente el resultado de la presión política, parte del síndrome de culparme por todo lo que pasó en Panamá. A principios de septiembre de 1985, según testimonios en el juicio, Spadafora repentinamente decidió regresar a Panamá. Por razones desconocidas, tomó el camino largo, la difícil ruta terrestre, en lugar de hacerlo por el camino fácil, a través de líneas aéreas programadas que vuelan desde la capital costarricense rodeada de montañas hasta las exuberantes orillas del canal a lo largo de la costa del Pacífico en menos de cuarenta y cinco minutos. La viuda de Spadafora dijo que su esposo había recibido una llamada telefónica desde la ciudad de Panamá, convocándolo. “Vuelve aquí”, era el mensaje. “Cosas muy grandes e importantes están por suceder”. Más tarde quedó claro que se estaba planeando un golpe contra mí y los conspiradores querían la ayuda de Spadafora. No podría haber sospechado que la muerte de Spadafora coincidió con lo que más tarde se reveló como un plan a medias de Díaz Herrera para levantar una rebelión contra mí. La investigación sobre la muerte de Spadafora indicó que viajó desde la frontera en autobús con González. Testigos dijeron que vieron a los hombres viajar juntos y compartir el almuerzo en el pueblo de Concepción. González, a quien todos llamaban Bruce Lee, era un indio, de apariencia asiática, experto en artes marciales como su homónimo estrella de cine. Él era uno de varios indígenas de la tribu local Guayme que estaban en la policía local, una rama auxiliar de las fuerzas de defensa. viuda de Spadafora, Arihanne Bejarano Acuña, declaró ante una investigación judicial panameña el 6 de enero de 1986, que “Hugo viajó a Panamá con el nombre de Ricardo Velázquez. Mi familia, su amigo Victoriano Morales y un contacto llamado Julio Valverde sabían de su viaje. Valverde lo había visitado un día antes. Hugo decidió irse de viaje a Panamá la mañana del jueves 12 de septiembre. Walter Chávez y Jorge Beade le habían dicho que tuviera cuidado con Julio Valverde, que Julio había traicionado a Hugo”. En el juicio, González guardó silencio mientras los fiscales describían cómo se cometió el crimen. Cuando le tocó hablar durante la reconstrucción de los hechos, confesó: llevó a Spadafora a un lugar aislado, lo amarró y lo mató. “Yo estuve ahí, lo conocí, tomamos el bus juntos…”, declaró sin emoción; tampoco dijo por qué había cometido el acto. También fue acusado en el caso el teniente coronel Luis Córdoba, comandante militar en Chiriquí. Había sido un oficial leal y probablemente creía en el momento del asesinato que estaba protegiendo la institución militar al ocultar lo que sabía. Mientras escuchaba el testimonio, se dio cuenta de cuánto daño había hecho al encubrir el hecho de González. Así que cuando González terminó, Córdoba rompió su silencio. Miró directamente a “Bruce Lee” mientras hablaba, en voz alta para que el jurado escuchara cada palabra. “Mi pecado fue que sabía lo que habías hecho, pero me quedé callado al respecto”, dijo. “Hasta este punto te protegí y estuve en silencio. Nunca te acusé, pero todo terminó. Ya no te ayudo. Tú eres el que lo hizo, 'Bruce Lee'. Nunca recibí una orden para hacer esto, y nunca te di una. Tú lo mataste. ¡Dígales! ¿Te di la orden? “Bruce Lee” miró hacia otro lado y no dijo nada. Y así quedó. Córdoba ayudó a encubrirlo, temiendo que se culpabilizara a las fuerzas de defensa, pero ni recibió órdenes ni ordenó ni participó en el crimen. Años después, incluso después de que terminó el juicio de 1993 y se identificó al asesino, aún quedaban dudas. ¿Fue un simple caso de robo? ¿Fue un asesinato por encargo, basado en una traición en un trato de armas? ¿Fue una retribución derivada de las guerras centroamericanas? Nunca se reveló ningún motivo. Hubo un acusado más en el juicio de 1993, un joven capitán llamado Mario del Cid. Del Cid fue declarado inocente de todos los cargos. Sin parentesco con Luis del Cid, mi antiguo ayudante, estuvo metido en el caso Spadafora. Según él, Díaz Herrera lo había invitado a unirse a la rebelión contra mí. Cuando Del Cid se negó, dijo, Díaz Herrera se vengó al implicarlo en el asesinato de Spadafora. Fue pura represalia de Herrera, dijo del Cid, pero permaneció en la cárcel durante cuatro años antes de que el caso llegara a juicio. Esta serie de eventos que ocurrieron en mi ausencia dieron origen a una red de mentiras. De la nada, el mayor García Piyuyo , agregado panameño para asuntos policiales en Costa Rica, extraditó de Costa Rica a un alemán que afirmaba tener conocimiento del caso. Hablando en la televisión nacional, el alemán proporcionó información inusualmente detallada sobre el asesinato de Spadafora, y Díaz Herrera lo interpretó como si fuera la clave para desentrañar todo el caso. Pero nuestros investigadores analizaron sus afirmaciones y determinaron que eran pura invención. El alemán desapareció de la vista tan rápido como salió a la superficie. Barletta, que ya tenía problemas con la dirección de nuestro Partido Revolucionario Democrático debido a su plan de adoptar las recomendaciones de recorte presupuestario del FMI, ahora se vio envuelto en una disputa constitucional sobre si tenía autoridad para convocar una comisión de investigación sobre el incidente de Spadafora. Había completado mi visita a Europa y finalmente volé a Nueva York, donde prometí reunirme con Barletta, quien se preparaba para asistir a la Asamblea General de la ONU. Cuando llegué a Nueva York, hicimos varios intentos de reunirnos, pero nos vimos frustrados por problemas de programación. Barletta y yo teníamos reuniones; se reunió en asuntos económicos con Shultz y otros funcionarios. Me reuní con líderes extranjeros, incluido el primer ministro Felipe González de España. Si bien algo me dijo que me quedara en Nueva York y hablara con Barletta, ganó mi preocupación por la situación en casa. Era de noche cuando regresé a la ciudad de Panamá. En la zona de llegadas de la sección militar del aeropuerto, me encontré con un grupo de legisladores esperándome, exigiendo la cabeza de Barletta. Estaban hartos y dijeron que la asamblea no quería tener nada más que ver con él. Barletta llegó de Nueva York al día siguiente. Enviamos un helicóptero al aeropuerto y lo llevamos directamente a la jefatura de comando para una consulta. Las reuniones eran en mi oficina y duraban la mayor parte del día; asistieron Barletta ; Jorge Abadia , el canciller; Coronel Marcos Justine y Rómulo Escobar Bethancourt. El proceso fue una puesta al aire de la situación y los cargos. Las respuestas de Barletta fueron lentas y deliberadas. Yo estaba allí para escuchar, sirviendo como moderador de las discusiones, que continuaron durante el almuerzo, extendiéndose ocasionalmente fuera de mi oficina, arriba y abajo de los pasillos exteriores. Barletta trató de debatir el tema en un nivel superior, utilizando razonamientos económicos y políticos. No mencionó ni Spadafora ni las investigaciones ni nada por el estilo. Habló sobre su futuro y su apoyo político, y una cosa se destacó. “Si ustedes se deshacen de mí, me van a reemplazar con Delvalle, un miembro de la oligarquía; seguramente no tendrás amigos en su círculo. Te arrepentirás si te deshaces de mí. “¿De verdad quieres reemplazarme por un rabiblanco ?” Barletta preguntó retóricamente. ( Rabiblanco —“ cola blanca”— era nuestro término de argot para la oligarquía adinerada en Panamá.) “¿Estás seguro de eso?” dijo, argumentando que todavía era un presidente viable y el mejor seguro que tenía el PDF. El tiempo le dio la razón. Estaba claro que los estadounidenses sabían lo que estaba pasando. A la mitad de la reunión, recibí llamadas tanto de Néstor Sánchez en el Consejo de Seguridad Nacional en Washington como del Embajador de EE. UU. Everett Briggs. “Escucha, Tony”, dijo Sánchez. Espero que en realidad no vayas a despedir a Barletta. Esto va a desencadenar muchos temblores aquí atrás; no les va a gustar”. Fue muy conciliador, lo que no sorprende, ya que a menudo habíamos trabajado juntos cordialmente en otros temas. No puedo decir que era un amigo, porque no hay amigos en esos asuntos. Pero puedo decir que mantuvimos buenos contactos profesionales en el pasado, cuando él estaba en la CIA y luego en el Departamento de Estado. “Manuel Antonio, como tu amigo, debo decirte que nunca será perdonado en el Departamento de Estado; lo verán como si hubieras dado un golpe de estado. Vas a tener problemas, muchos, muchos problemas como resultado. “Piénsalo, piénsalo”, dijo. No dijo nada más, pero definitivamente había dejado claro su punto. Briggs fue más contundente : Barletta debería quedarse en paz. El embajador de EE. UU. no era un amigo, pero me lo habían identificado como algo más que un embajador, un contacto de la CIA también. Dijo que estaba transmitiendo un pequeño consejo gratuito del propio Shultz. "No lo hagas", dijo. "No lo hagas". Les dije tanto a Sánchez como a Briggs que me era imposible mantener a Barletta como presidente. Traté de explicar el ambiente político interno y la presión para que lo destituyeran. Como no entendían nada de esto y no estaban interesados en la política panameña, no me creyeron; lo vieron simplemente como una vez más que yo decía que no y me volvía contra ellos. Bien entrada la tarde, nadie se había movido en sus posiciones. Barletta pidió hablar conmigo en privado. Todos se fueron y él se dirigió a mí de la misma manera amistosa en que siempre nos tratábamos. “Tony, ¿no puedes ayudarme? ¿No hay nada que puedas hacer? Eso es todo, Nicky. No hay nada que pueda hacer —dije. "Has oído cómo se sienten todos". El debate duró horas, pero finalmente Barletta cedió al entender que nuestra decisión era firme. Anunció su renuncia. Indudablemente podría haber usado mi influencia para mantener a Barletta en el poder, pero el costo político hubiera sido grande; todos se alinearon contra él. Dos meses después de la destitución de Barletta, en diciembre de 1985, recibí un mensaje del General Galvin, jefe del Comando Sur de los Estados Unidos, que John Poindexter, el jefe de gabinete del presidente, haría una parada en la antigua Zona del Canal en ruta a en otros lugares de América Latina. Quería encontrarse conmigo en la base aérea de Howard. No sabía quién era Poindexter ni cuáles podrían ser sus objetivos para la reunión. Acepté reunirme con él, sin saber que estaba a punto de ser objeto de una de las actuaciones más arrogantes y estúpidas jamás organizadas por un funcionario del gobierno estadounidense. Más tarde, me enteré de que los representantes locales de la CIA y del ejército de los EE. UU. en la embajada de los EE. UU. habían tratado de informar a Poindexter antes de nuestra reunión, pero que no había mostrado interés. No quería que la realidad o la sustancia interfirieran con lo que tenía que decir. “Estoy aquí en representación del presidente Reagan y George Shultz”, comenzó poco después de que nos condujeran juntos a una sala de reuniones en la base aérea. Sentado a no más de dos metros de mí, fumaba una pipa y hablaba con frialdad, sin mirarme a los ojos. “Para fines de este año, Barletta debe regresar al poder y Panamá debe terminar su papel en la negociación de la paz en Centroamérica” , dijo. Se sentó allí con arrogancia, resoplando en un alarde de malos modales, vistiendo una llamativa y fea chaqueta deportiva que parecía encajar con su odioso comportamiento. Pero sus palabras fueron peores que la imagen que hizo. Recuerdo estar fascinado por la forma en que sus ojos se enfocaban en ángulo todo el tiempo que estuvo sentado allí, mirando un punto indistinto en el espacio. Mi ayudante, el teniente Moisés Cortizo, me tradujo, pero tenía problemas para mantener la compostura. “Panamá debe romper relaciones o disminuir relaciones con Cuba, así como limitar la presencia cubana en Panamá. La doctrina militar panameña es un mal ejemplo ideológico para otros ejércitos de la región…” Una y otra vez habló, enfocándose en ese punto imaginario en algún lugar sobre mi hombro. Cortizo, un graduado de West Point, y varios otros oficiales panameños presentes trataron de llamar la atención de los representantes de la embajada de EE. UU. en la sala, quienes también miraron hacia otro lado, probablemente deseando estar en otro lugar. Aunque Poindexter no era lo suficientemente hombre para mirarme, mi mirada estaba fija en él mientras recitaba su diatriba. Varias veces tuve que impedir que Cortizo dejara que su indignación se desbordara, apenas podía contenerse. El general Galvin, que había venido a la reunión, tenía que asegurarse de que los ánimos se mantuvieran bajo control. Cuando Poindexter terminó, continué mirándolo directamente. Apenas supe cómo tomar su actuación grosera, amenazadora, escandalosamente maleducada e inconexa. Pero le respondí. “Usted es un funcionario de alto rango de Washington, pero está muy mal informado”, comencé. “Cualquier información que creas tener; tus palabras no valen nada; tus palabras y amenazas son un insulto. Estados Unidos tiene una deuda con Panamá y conmigo por la relación siempre respetuosa que hemos disfrutado durante estos años. Márchate, regresa de donde sea que hayas venido, pero averigua sobre Panamá antes de que te molestes en volver a hablar conmigo; haz que alguien te informe sobre la verdad de esta relación”. La sorprendente actuación de Poindexter dejó en claro que la relación con Estados Unidos había cambiado drásticamente. Washington se mostró hostil e incapaz de dialogar. Querían dictar y Panamá no respondía como ellos querían. Ahora que Barletta estaba fuera, ya no cumplíamos con la política estadounidense. Panamá era un régimen fuera de la ley, había dicho que no demasiado a menudo; Ya no se podía confiar en mí. Por nuestra parte, comenzamos a calcular mal a los estadounidenses, no entendíamos que Estados Unidos se había convertido en nuestro enemigo. No entendíamos que el enemigo haría todo lo posible para controlarnos, para destruirnos. Capítulo 9
Plomo o Plata
La oferta que no pude rechazar
"General, tengo un avión esperándolo ahora mismo”, dijo William Walker, el funcionario del Departamento de Estado asignado para deshacerse de mí, de una forma u otra. “Puedes reunir a familiares, amigos y cualquier otra persona que quieras, empacar algunas cosas y partir hacia el aeropuerto. Estoy autorizado por el presidente para darle dos millones de dólares de inmediato, junto con una medalla conmemorativa de sus años de excelente servicio”. La escena no podría haber sido más ridícula. Walker y Michael Kozak habían pedido reunirse conmigo el 18 de marzo de 1988, dos días después de un intento de golpe de estado realizado en coordinación con la CIA y el Comando Sur. El momento fue más que una coincidencia; los estadounidenses estaban cerca de los golpistas, el coronel Leonidas Macías, nuestro jefe de policía, y el mayor Augusto Villalaz , que había estado trabajando con la inteligencia de la Fuerza Aérea de los EE. UU. Los esfuerzos de inteligencia del PDF derrotaron a los conspiradores y todos fueron arrestados. Cuando fracasó el golpe, recurrieron a un plan alternativo: convencerme de que me fuera solo. La reunión se llevó a cabo en una casa de las fuerzas de defensa en Fort Clayton, una de las casas que habían sido entregadas a la custodia panameña según las disposiciones de los tratados del canal. Esto tenía un bonito simbolismo para nosotros. También asistieron por el lado panameño varios miembros del personal general: Rómulo Escobar Bethancourt, el diplomático veterano que había negociado con los estadounidenses durante los tratados del canal, y mis abogados estadounidenses, Neal Sonnett, Raymond Takiff y Steve Collin. Walker y Kozak, ambos funcionarios veteranos del Departamento de Estado, estaban acompañados por un tercer hombre llamado Steve Pieczenik , que se quedó sentado mirándome extrañado. Más tarde me dijeron que era una especie de psiquiatra cuyo trabajo era psicoanalizarme observando cuántas veces parpadeaba y cuántas veces me aclaraba la garganta. La teoría era que entonces podrían descubrir mis puntos débiles y establecer operaciones psicológicas en mi contra. Me enteré de esto por uno de nuestros médicos, Carlos García, quien por casualidad conocía a este hombre y le había preguntado qué estaba pasando. “Escucha”, había dicho Pieczenik . “El general es más directo que Kozak y Walker. Ellos son los locos”. Walker repitió su oferta. “Está bien, tenemos un avión esperándote aquí mismo, lleno de gasolina y listo para ir a España. Puedes irte, llevar contigo a todas las personas que quieras; si necesitas dinero, te damos dinero; si tienes amigos que quieres llevar contigo, también está bien. Todo lo que quieras. Incluso le daremos una medalla por su servicio a los Estados Unidos, si lo desea. Solo vete del país. El gobierno español está de acuerdo y está esperando su llegada. Todo ha sido arreglado. Y eso fue todo, básico y sobre la mesa, sin preámbulos, simplemente: “Estoy autorizado por Shultz y el presidente Reagan; puede leerlo aquí mismo en este documento”, dijo, entregándome un papel que decía que estos hombres eran sus negociadores y representantes oficiales. Estos hombres realmente pensaron que iría por eso. Probablemente no habían leído mi biografía de la CIA, donde habrían visto evidencia que iba en contra de la creencia de los residentes de que yo era un idiota egoísta que solo se preocupaba por el dinero. “Noriega es inteligente, agresivo, ambicioso y ultranacionalista. Es una persona astuta y calculadora”, dice la biografía. Ser nacionalista no es compatible con venderse uno mismo y su país río abajo por dos millones de dólares. Yo estaba intrigado: ¿realmente habían traído dos millones de dólares en una maleta? Estaba recordando cómo varios años antes me habían utilizado como intermediario para pagar la misma cantidad de dinero a Gustavo Álvarez, el depuesto comandante militar hondureño. En mi caso, vieron que no era una víctima voluntaria. El intento de golpe no había funcionado y yo no me iría tranquilo. Tuve un pensamiento fugaz que Walker y Kozak probablemente podrían ser arrestados bajo la ley panameña por intento de soborno, y la oficina del fiscal general confiscaría el dinero. Fue con gran moderación que no me eché a reír mientras Walker hablaba; cuando terminó, habló Kozak, para darle los toques finales. “Este es el enfoque sensato”, dijo, tratando de quitarle el tono duro a la conversación. Kozak nos conocía desde hacía años, había sido amigo de Rómulo Escobar desde hacía mucho tiempo. Me las arreglé para contenerme y no decir casi nada. Miré alrededor del cuarto. “Gracias por venir, caballeros. “Almorzamos con el presidente Solís Palma” , dije. "Podemos volver a reunirnos después de eso". Era cierto que teníamos planeado un almuerzo de trabajo con Solís Palma, pero mis palabras fueron más una táctica dilatoria que otra cosa. Ni siquiera discutimos la propuesta durante el almuerzo, sintiendo que era demasiado absurda para merecer consideración. Unas dos horas más tarde volvimos a Fort Clayton y nos sentamos con Walker, Kozak y el psiquiatra cuyo trabajo era verme parpadear. Me miraron expectantes. Les dije lo que podría haberles dicho directamente: que esto era un insulto inaceptable. "Obviamente has venido aquí pensando que esta es tu colonia y que puedes empujarnos como piezas de ajedrez como quieras", dije. “Panamá es una nación soberana y yo soy su comandante militar. Siempre he tratado a los Estados Unidos equitativamente. No tienes derecho a hablarme así. Les dije que se fueran de Panamá. La política exterior estadounidense probablemente sea siempre tan cínica y simplista como lo fue en el caso de Panamá: “capturar al tirano, restaurar la libertad y la democracia, impedir que los traficantes de drogas maten a nuestros niños”. Los lemas simples facilitan que el gobierno estadounidense gane el apoyo del público, que en su mayoría ignora lo que realmente sucede fuera de sus propias esferas aisladas. Hay otros dos lemas a los que responden los estadounidenses. Uno viene de El padrino : “ Hacerle a alguien una oferta que no puede rechazar”; la otra es casi igual, aunque proviene del lenguaje de los narcotraficantes: plomo o plata —“elige el dinero o te llenamos de plomo”. Ambos pueden usarse con absoluta precisión para describir cómo los estadounidenses decidieron tratar conmigo: o me pagarían para que abandonara el país o me matarían. La oferta de dinero fue una sorpresa; los complots para asesinarme no lo eran. Sabía que habían considerado matarme a mí ya Torrijos durante la administración de Nixon. Vieron estas como alternativas viables: los estadounidenses querían reafirmar su capacidad de controlar Panamá y el Canal de Panamá y deshacerse del desafiante líder de un ejército que habían creado pero que ya no podían controlar. Un complot de los estadounidenses habría involucrado al coronel Eduardo Herrera Hassan, quien había sido nuestro embajador en Israel. Paralelamente a reunirse conmigo, los estadounidenses llevaron a Herrera a Washington y le pidieron que levantara una fuerza mercenaria en la isla caribeña de Antigua y se infiltrara a través de la frontera de Costa Rica hacia Panamá. Estos hombres organizarían un asalto; si yo muriera como resultado, ¿se habrían arrepentido? Herrera finalmente se negó. Años más tarde, Delvalle dijo a sus amigos que vetó el plan cuando lo propusieron por ser demasiado macabro y demasiado violento. Habrían muerto personas inocentes, y Delvalle le dijo a Washington que no apoyaría la operación. Cuando los Estados Unidos tuvo la decisión de forzárme a dejar el cargo, lo único que podía detenerlos era mi determinación y el mundo de las apariencias: dado que tenían leyes contra el derrocamiento de gobiernos y el asesinato de líderes extranjeros, todo tenía que ser secreto. Pero reconozco que el lío que habían tramado me estaba desgastando. Primero, Ronald Reagan firmó una serie de órdenes secretas que conducirían a mi expulsión. Eran conocidos como Panamá Uno a Cinco. Varias de estas directivas implicaron montar y financiar la oposición en mi contra. Los Cinco de Panamá incluyeron intentos repetidos y fallidos de montar una acción militar en mi contra y, en su defecto, un plan para matarme. Las directivas pueden haber sido firmadas por Reagan, pero la operación fue el resultado de un complot de un comité de exiliados panameños y funcionarios del Departamento de Estado. Gabriel Lewis Galindo, antiguo aliado de Torrijos y de las fuerzas de defensa, fue el panameño mayor responsable de conspirar contra mí. Lewis estaba motivado por la venganza después de que yo vetara su reclamo de una comisión millonaria por participar en la venta del estatal Hotel Contadora al grupo japonés Aoki; Lewis se lo tomó como algo personal y decidió que él y otros miembros de las élites del poder económico nunca podrían controlar el futuro económico del país mientras las Fuerzas de Defensa de Panamá continuaran interponiéndose en el camino de sus negocios. Mientras no interfiriera en sus planes económicos, Lewis me rodearía de atención y coordinaría reuniones para mí con líderes empresariales y políticos estadounidenses de alto nivel. Lewis conocía el funcionamiento de Washington mejor que cualquier otro panameño. El cabildeo de relaciones públicas que creó en los Estados Unidos ahora se convirtió en una poderosa fuerza contra nosotros, y se dispuso a unir la oposición a nosotros en el Departamento de Estado y el Congreso. Cuando empezó a trabajar para derrocarme, también lo hizo la firma de cabildeo de Arnold and Porter, que alguna vez nos representó. Lewis y el principal propagandista del bufete de abogados, William D. Rogers, ex negociador del tratado del canal, usaron lo que sabían sobre Panamá a su favor, publicitando información tergiversada y atacándonos en todos los frentes. Sabían quiénes habían sido nuestros amigos en los Estados Unidos y ahora influyeron en esos amigos para que se volvieran contra nosotros. El aliado más importante de Lewis en la administración Reagan fue Elliott Abrams. Fue Abrams quien fracasó tanto en América Central, trabajando con Oliver North para tratar de invadir Nicaragua y destruir a los sandinistas. Abrams también tenía en mente la venganza por haber rechazado la solicitud de ayuda de North en sus planes maníacos. Walker y Kozak trabajaron para Abrams. Mi despido de Barletta les hizo el juego. El vicepresidente de Barletta, Eric Delvalle, asumió como presidente el 28 de septiembre de 1985. Las cosas transcurrieron sin problemas durante los primeros meses. Delvalle abandonó el plan de vincularse con el Fondo Monetario Internacional; las relaciones laborales mejoraron y la legislatura y todo el sector público se tranquilizaron de que no habría despidos masivos de servidores públicos. Siempre me llevé bien con Delvalle, el heredero de un imperio azucarero. Nos conocíamos desde hacía años, ya que él había sido un buen amigo de mi hermano, Luis Carlos. Vi a Delvalle como un hombre práctico, inteligente. Estaba cerca de Gabriel Lewis; La hija de Delvalle y el hijo de Gabriel Lewis se habían casado. Sin embargo, los dos hombres tuvieron una pelea y me puse del lado de Delvalle. Eventualmente, sucumbiendo a la presión familiar y con las amenazas económicas extremas de Estados Unidos, Delvalle se mudó al campo de Washington. La marea cambió el 4 de febrero de 1988, cuando Estados Unidos emitió una acusación por drogas en Florida. La acusación me nombró junto con los carteles de Medellín y Cali en un plan masivo para enviar drogas a los Estados Unidos. Pronto me di cuenta de que los estadounidenses utilizarían la acusación como parte de una pequeña maniobra cínica para animar a Delvalle a actuar en mi contra. El 25 de febrero de 1988, tres semanas después de emitida la acusación, Lewis, Abrams y compañía persuadieron a Delvalle para que emitiera un decreto, sin base legal, declarando que yo era relevado de mis funciones y que el coronel Marcos Justine me reemplazaría. como comandante en jefe. Esto también fue humorístico, bordeando lo macabro. Habíamos monitoreado los preparativos de Delvalle para el anuncio durante varios días e incluso sabíamos dónde había grabado la dirección que se transmitiría esa tarde en la televisión nacional. Decidimos no tomar ninguna medida contra la transmisión o Delvalle, prefiriendo medir la reacción del público. Mientras estaba sentado en mi oficina junto con varios socios, esperando la transmisión, recordé el momento casi veinte años antes cuando Silvera y Sanjur intentaron derrocar a Torrijos y hubo felicitaciones prematuras por todos lados. “¿Quién va a felicitar a Delvalle ahora?” Me preguntaba. Su discurso salió al aire como estaba previsto. “No queda otra alternativa que el uso de las facultades que me otorga la constitución, separar al general Noriega de su alto mando y entregar la dirección de la institución al actual jefe de gabinete, el coronel Marco Justine”, anunció Delvalle. La respuesta fue un completo y absoluto silencio, nadie tomó en serio a Delvalle. Justine, que se recostó en su silla, miró a Delvalle como si estuviera loco. Desde la casa de Justine, Delvalle siguió conduciendo, deteniéndose en casa el tiempo suficiente para recoger sus maletas; sin demora, se encerró en el Comando Sur de los Estados Unidos y se preparó para el exilio en los Estados Unidos. La administración Reagan usó ahora todos los medios a su alcance para desacreditarme a mí y al ejército. Los cargos por drogas eran un método. Vi esta acusación como parte de las tácticas de presión de Estados Unidos y nunca la tomé en serio. Primero me negué a siquiera considerar la asesoría legal en el caso y finalmente permití que mis subordinados eligieran abogados —Raymond Takiff, Frank Rubino, Neal Sonnett y Jack Fernandez— a través de contactos con estadounidenses en la Zona del Canal. Y el caso Spadafora fue otra herramienta, manipulada en una causa célebre : debido a las relaciones públicas, un solo asesinato sin resolver comenzó a tomar más importancia en los Estados Unidos que todos los miles y miles de asesinatos que tienen lugar bajo los auspicios de los EE. UU. en toda Centroamérica. . La carta de Spadafora se jugó con la ayuda de periodistas que trataron sin cuestionamientos toda la propaganda y escucharon los desvaríos del hermano de Spadafora, Winston, quien encontró una vida por sí mismo en la notoriedad que rodeaba la muerte de su hermano. Para aumentar la presión, el equipo de Abrams-Lewis comenzó a tejer un sistema de filtraciones de noticias sobre corrupción. Plantaron información que describía cargos imposibles de riqueza oculta y una red de supuestos colegas que controlaban enormes reservas de dinero. La corrupción se convirtió en el tamborileo constante de los estadounidenses, como si Panamá bajo mi control hubiera inventado el concepto en tres cortos años, como si fuera a desaparecer tan pronto como invadieran mi país. La corrupción es endémica en América Latina; no comenzó con el ejército panameño y no terminó con su desaparición. En todo caso, sin el control que proporcionamos, la corrupción sin fuerzas armadas en Panamá era peor que nunca. Los cargos de corrupción fueron interesantes a la luz de lo que sucedió después de que Delvalle se exilió en Miami, supuestamente estableciendo un gobierno en el exilio. Siguiendo el ejemplo de Elliott Abrams, Delvalle, junto con el embajador panameño en Washington, Juan Sosa, ahora tenían poder sobre millones de dólares en fondos panameños depositados en bancos estadounidenses. Lo que estaban tratando de hacer conmigo era exactamente lo que habían hecho tantas veces antes, en Guatemala, en Nicaragua, en Granada. Así había sido en Haití con Baby Doc Duvalier. Estados Unidos orquestó la formación de la Cruzada Cívica, esencialmente obra del encargado de negocios de la embajada de Estados Unidos, John Maisto, el diplomático que fue traído de Filipinas para hacer la misma magia que él había producido contra Marcos. Esto fue irónico. Poco después del derrocamiento de Marcos, la administración Reagan le había pedido al presidente Delvalle que le concediera asilo a Marcos, pero el presidente decidió no aceptar la solicitud de Estados Unidos, en gran parte debido a la fuerte respuesta negativa de estudiantes, intelectuales y otros. No interferí en el proceso de decisión de Delvalle sobre si dar asilo a Marcos, aunque hacerlo nos habría congraciado una vez más a los ojos de los estadounidenses y podría haber desactivado el complot que se avecinaba en nuestra contra. Maisto capacitó a la Cruzada Cívica sobre cómo organizar campañas callejeras, cómo quemar llantas y organizar marchas de protesta. Envió a los líderes de la Cruzada Cívica en un viaje de campo a Manila junto con un sacerdote designado por el arzobispo Marcos McGrath y les dio un informe sobre cómo había funcionado la campaña de desestabilización allí. Aurelio Barria , uno de los líderes de la Cruzada Cívica, fue señalado en particular por Maisto y recibió un informe sobre la secuencia de eventos que llevaron a la caída de Marcos. Comenzaron a implementar acciones similares una por una, una copia perfecta. Una vez más, el lema estadounidense, "Si funciona una vez, inténtalo de nuevo", y el estribillo de Kissinger, "Para resolver un problema, tienes que crear el problema", siguieron la política estadounidense. A pesar de todos estos esfuerzos, la Cruzada Cívica nunca logró el apoyo de la gran mayoría de los panameños, quienes llegaron a referirse a la cruzada con burla como “la protesta de los Mercedes-Benz”. Sus acciones no nos amenazaron de ninguna manera importante, ni hicimos nada más que mantener los controles policiales estándar de las manifestaciones para evitar el desorden público. Por supuesto, también fuimos criticados por esto, como si ninguna policía o fuerza nacional tuviera derecho a mantener el control. Muchos líderes de las cruzadas abandonaron el país en exilio voluntario, temerosos de una pelea, pero no por acción alguna de las Fuerzas de Defensa de Panamá. Los estadounidenses acumularon una serie de sanciones económicas cada vez más severas, diseñadas para llevarnos a la bancarrota; esperaban que la presión nos imposibilitara cumplir con nuestras nóminas gubernamentales y militares. Las sanciones más importantes fueron la eliminación de la cuota de importación de azúcar y sus derivados, el congelamiento de activos de la banca privada y del Banco Nacional de Panamá en el sistema de la Reserva Federal de EE. UU. y la creación de una cuenta de depósito en garantía para recibir fondos adeudados a Panamá en EE. UU. , incluidos los pagos adeudados a Panamá en virtud de los tratados del canal. Finalmente, Estados Unidos bloqueó por completo todas nuestras exportaciones a Estados Unidos, lo que representa dos tercios de todos nuestros ingresos por exportaciones. También restringió las exportaciones a Panamá e instó a sus socios comerciales a hacer lo mismo. Mientras continuaban las sanciones, Estados Unidos logró lo que quería: forzó una recesión masiva, desempleo, falta de mercado para productos agrícolas y escasez de productos manufacturados. Creó una crisis injustificada a escala masiva. Nos organizamos para resistir la presión económica, pero a un costo terrible. La política estadounidense fue diseñada para convertir a Panamá de un país próspero y saludable en un caparazón empobrecido. Los precios se dispararon, la gente perdió sus trabajos, todo debido a una política cínica de un pequeño grupo de hombres en busca de venganza. Nuestra respuesta fue dar a conocer lo que los estadounidenses nos estaban haciendo y encontrar formas de volvernos autosuficientes. Fue difícil, pero logramos pagar nuestra nómina estatal, sin faltar ni un día; incluso pudimos pagar bonos de fin de año. Logramos mantener la liquidez y cumplir con las deudas del gobierno y también pudimos mantener servicios públicos clave para el cuidado de la salud, los pobres y el mantenimiento de carreteras. Organizamos paquetes de atención subsidiada para las comunidades más pobres, enviamos equipos militares de acción cívica para mejorar la producción agrícola y tomamos medidas para eliminar el mercado negro en todos los niveles. En el frente internacional, buscamos ayuda donde estaba disponible. Los estadounidenses utilizaron todos los medios a su alcance para disuadir a sus aliados europeos ya Japón de hacer negocios con nosotros. Entonces establecimos lazos con la Organización Para la Liberación de Palestina, Corea del Norte y la Unión Soviética, buscando apoyo diplomático y económico. Todas estas eran formas de buscar la independencia económica y política. Panamá había sido un país cuyas relaciones exteriores estaban bajo el paraguas del Departamento de Estado. Liberados de esa obligación, hicimos tratos, para disgusto de los Estados Unidos. Firmamos un acuerdo con Moscú, otorgando por primera vez a Aeroflot Airlines derechos de aterrizaje en Panamá. También firmamos un acuerdo de pesca con los rusos, que le dio a su flota marítima derechos para operar en nuestras aguas, aumentando su negocio en la región. Por supuesto, para los estadounidenses esto significaba que los rusos podrían espiarlos más fácilmente, ya que algunos barcos pesqueros soviéticos también llevaban vigilancia electrónica. Los estadounidenses transmitieron su descontento a través de canales diplomáticos, pero no estaban en condiciones de hacer demandas. No nos importaba lo que pensara Estados Unidos. Las sanciones fueron un ejercicio cínico orquestado de la misma manera que Estados Unidos impuso sanciones a Cuba y Haití. El resultado fue una injerencia injustificada en nuestros asuntos económicos; los efectos se sintieron en proporción inversa a la riqueza de una persona. Los ricos empresarios de la ciudad de Panamá pueden haber sufrido problemas económicos, pero eran los pobres de San Miguelito los que tenían menos para comer. ¿Fue esto justo o fue otro tipo de invasión de los Estados Unidos, una invasión de nuestro derecho a la independencia económica? Teniendo en cuenta nuestros recursos, estábamos haciendo un buen trabajo defendiéndonos del Goliat estadounidense. Había, por supuesto, un creciente descontento popular. Pero la mayor parte de eso fue causado por las dificultades económicas provocadas por los estadounidenses. Fue el mismo enfoque cínico utilizado por los estadounidenses con Fidel Castro en Cuba: destruir deliberadamente la economía y luego culpar a los líderes por la incapacidad de mantener un nivel de vida adecuado. A pesar de todo lo que nos lanzaron, hubo trabajo y comida para los panameños durante toda la crisis. Las directivas de política secreta se centraron en varios frentes; las sanciones y la acción política fueron seguidas por intentos de subvertir a los militares. Y en cada caso de subversión militar, Estados Unidos trató de usar la presión militar como palanca en su intento de negociar conmigo para dejar el poder. La visita de Walker, Kozak y el psiquiatra no fue el primer intento de negociación para que dejara el cargo. Al mismo tiempo que el equipo Abrams-Lewis trabajaba en complots golpistas y asesinatos velados, orquestaron una visita de Carlos Andrés Pérez, el expresidente de Venezuela. Carlos Andrés había sido el aliado de Panamá durante las negociaciones del tratado del canal. Después de haber estado fuera del cargo durante diez años, ahora estaba haciendo campaña para la reelección en 1988 y buscaba mejorar su imagen en casa enfocándose en su valor como estadista venezolano en la arena internacional. El esfuerzo de Carlos Andrés parecía una grata sorpresa, ya que había sido nuestro amigo y aliado durante las negociaciones del Tratado del Canal de Panamá. Pero mis amigos de la CIA, con quienes mantuve estrechos contactos durante la crisis, me dijeron que el estadista venezolano ahora estaba al frente de los estadounidenses. “Déjame todo a mí”, le dijo Carlos Andrés a Washington. “Puedo lidiar con Noriega”. Carlos Andrés voló a la base aérea de Río Hato el 7 de marzo de 1988, acompañado por el expresidente colombiano Alfonso López Michelsen y Carlos Pérez Rosagaray , un amigo colombiano cercano del presidente venezolano. Nos conocimos en una choza de fiesta con techo de paja en Río Hato. Carlos Andrés rápidamente comenzó a cantar la misma melodía que cantaban Walker y Kozak. “Ya es hora de que los militares se retiren de la política”, dijo. Para nuestra reunión final el 29 de marzo, era obvio que Carlos Andrés estaba bajo presión para cumplir su promesa a los Estados Unidos de que podía “cuidar de Noriega”. Retirarse, dijo, hacer elecciones libres sin el PRD ni los militares. El arzobispo Marcos McGrath, líder de la Iglesia católica panameña, serviría como garante de un período de transición al control civil. Quizás por su propia ignorancia, Carlos Andrés no sabía que McGrath estaba lejos de ser neutral. La reunión no fue concluyente, pero Carlos Andrés no se desanimó. Simplemente se fue a casa y anunció que yo había capitulado y me retiraría, gracias a su mediación. Entonces rechacé sus comentarios como las mentiras que eran. Carlos Andrés les dijo a sus benefactores americanos que yo había incumplido su acuerdo, que yo era terco más allá de todos los límites y que, tal vez, una invasión era la única manera de sacarme del cuadro. Me acordé de lo que Torrijos tenía que decir. “Todos los venezolanos sueñan con ser Simón Bolívar”, dijo Omar. Cuán cierto era el análisis de Torrijos. Era evidente que este hombre quería dejar su huella histórica. Allí estaba, alardeando de cómo estaba hablando con los estadounidenses al más alto nivel, cómo se encargaría de todo. Quizás hubo tres reuniones separadas. Cada vez, Carlos Andrés voló a Panamá y luego regresó para informar sobre el progreso a sus amigos en Washington. Y en fin, qué gran heredero del manto de Simón Bolívar, el Gran Libertador, que buscó unir a América Latina, liberarla del yugo del colonialismo. Carlos Andrés Pérez, rebosante de sus propios problemas inspirados en el ego, promovió la intervención ilegal en un país latino hermano por parte de la mayor potencia colonial de todas. Carlos Andrés se convirtió en cómplice de la operación estadounidense para acabar con el ejército panameño y matar a cientos de civiles panameños. Pero los estadounidenses persistieron. En abril, volvió Kozak; Walker y el psiquiatra brillaron por su ausencia. Lo primero que hizo Kozak fue disculparse levemente por el comportamiento de Walker. Sentado ante la delegación panameña, dijo que se había sentido mal por la visita anterior. Walker, dijo, no había sido muy diplomático y de hecho había sido un insulto. Y luego se lanzó a las mismas propuestas, todas dirigidas a que me retirara de las fuerzas armadas y me fuera de Panamá. Kozak fue más respetuoso, jugando al policía bueno con el policía malo de Walker, pero la propuesta era esencialmente la misma: aceptaría salir de Panamá por seis meses, retirarme de las fuerzas armadas y no participar de ninguna manera en las elecciones presidenciales previstas para mayo de 1989. . Esta vez, lo admito, estaba dispuesto a aceptar la posibilidad de un trato; Me estaba cansando de toda la presión. Sabía que tenía fuertes opositores con voces que hablaban fuerte en Washington, pero los campesinos y los sindicatos me estaban apoyando, no era mi popularidad lo que estaba en juego, ni mi salud física, ni el estrés ni nada por el estilo; no hubo ningún problema personal. Simplemente estaba sopesando la balanza del país en el esquema internacional de las cosas. Se nos estaban apretando las tuercas como no se había dado en ningún otro país, ni siquiera en Cuba. Pensé que tal vez podría negociar con Kozak para llegar a algún tipo de distensión y poner fin a la locura. Si yo fuera la única persona que pudiera provocar el cambio, tal vez no sería tan malo retirarme. Kozak propuso que siguiéramos negociando, bajo ciertas condiciones: total confidencialidad durante las conversaciones y pruebas escritas de que Estados Unidos retiraría los cargos en mi contra y dejaría de intentar arrestarme o matarme. Pedimos dividir los aspectos políticos y legales de sus propuestas. Nuestros abogados defensores estadounidenses, Takiff, Rubino y Fernández, hablaron con los negociadores del Departamento de Justicia de EE. UU. sobre los aspectos legales del caso. Rómulo Escobar y miembros del comando militar negociaron con Kozak y sus ayudantes sobre el fondo de lo que tenían que proponer. Las reuniones duraron varias semanas. Finalmente, el 25 de mayo llegamos a un plazo impuesto por Estados Unidos: Reagan se dirigía a una cumbre con Mikhail Gorbachev y quería poder anunciar un acuerdo que pusiera fin a la crisis de Panamá. Lo que quería hacer era responder al llamado de Gorbachov a la perestroika con un ejemplo de cómo Estados Unidos ahora estaba trabajando para lograr la paz en toda América Latina. “Ahora que Noriega se va de Panamá en tal fecha, solo Cuba sigue fuera de la lista de gobiernos hostiles”. Ese era su plan. Lo único era que no lo sabía. Así que siguieron adelante con su agenda y trabajaron en ella dentro de su propio horario, no dentro del mío. En el aspecto legal, todo estaba dispuesto; acordaron que el Fiscal General de los Estados Unidos, Edwin Meese, solicitaría a la corte federal la desestimación de los cargos infundados en mi contra, que probarían que se concedió la desestimación y que nunca más habría otros cargos de ningún tipo. Pero el tema político no se resolvió. Tenía recelos y dudaba que mi salida de la escena política realmente solucionara algo. Muchos amigos y colegas militares estuvieron de acuerdo conmigo. Era libre de decidir por mí mismo, pero el estado mayor, en particular, argumentó que Panamá enfrentaría inestabilidad si me iba; habría una percepción de que Panamá estaba capitulando nuevamente ante el imperialismo estadounidense. Esto, a su vez, traería agitación política y económica y los estadounidenses impondrían un nuevo gobierno con sus propios miembros elegidos de la oligarquía, un cambio que solo ellos dirían que tuvo lugar “democráticamente”. Las fuerzas armadas estarían bajo el control de este nuevo gobierno, si es que existieran. Vacilé, todavía harto y harto de todo el asunto. Y los estadounidenses me estaban presionando en la fecha límite. Reagan ya se había ido a Rusia y Shultz se había retenido, esperando noticias mías. “Vamos, vámonos”, dijo Kozak. “El presidente Reagan está esperando que usted firme”. No podía consolarme con el hecho de que, en ese momento, mi decisión retrasó los asuntos importantes de una cumbre de superpotencias. Ese día, el Estado Mayor de las Fuerzas de Defensa se reunió en nuestras oficinas de la Calle 50 y leyó la propuesta de Kozak. Ellos lo rechazaron rotundamente, dándome todo su apoyo y aconsejándome que no aceptara. Lo pensé y finalmente volví con los americanos. Entré en la habitación donde se habían reunido y miré a todos. “No”, le dije a Kozak. "No lo haré". No puedo arrepentirme de mi decisión y no tengo remordimiento por mis acciones, pero estoy profundamente dolido por todo lo que ha sucedido; mi único consuelo es que por lo menos no entregué el país. El resultado final fue el mismo: los estadounidenses impusieron un gobierno y disolvieron las fuerzas armadas. Pero se necesitó un acto de guerra para hacerlo, rompiendo el tratado de neutralidad y todos los límites del comportamiento civilizado. Nadie se dio la vuelta por ellos, y menos yo. Los americanos estaban furiosos. Se reagruparon e intensificaron todo tipo de provocaciones e injerencias en nuestros asuntos. Nuestra postura era evitar la confrontación por todos los medios posibles. Cuando no mordimos el anzuelo, se volvieron cada vez más flagrantes en sus acciones, realizando actividades que sabían que violaban abiertamente los tratados Torrijos-Carter. Comenzaron sistemáticamente a derogar todas las disposiciones de los tratados del Canal de Panamá. Enviaron patrullas ilegales por aire, tierra y mar a nuestro territorio, las cuales están específicamente prohibidas en los tratados del canal. Organizaron maniobras a voluntad y zumbaron en el suelo cerca de los centros de población. El área cercana a las bases estadounidenses sufrió todo tipo de vejaciones. En un incidente, un helicóptero estadounidense que volaba demasiado bajo se estrelló contra una zona pobre de la ciudad y destruyó casas; cada vez que un avión volaba por encima sacudía la paja de los techos de las chozas de los campesinos; ganado esparcido por el miedo. Y hubo accidentes de tráfico crónicos, causados por convoyes estadounidenses no autorizados que atravesaban el territorio panameño sin tener en cuenta a los civiles. Los estadounidenses, según las regulaciones del tratado, deberían haber pedido permiso cuando sacaron convoyes en la carretera, pero rara vez lo hicieron. Para aumentar las tensiones, enviaron a soldados estadounidenses a caminar por Panamá vestidos con sus uniformes, una clara violación del tratado. Parece un detalle menor, pero la presencia de soldados estadounidenses uniformados en las calles de Ciudad de Panamá era más que ilegal; los norteamericanos lo usaron como símbolo de su impunidad y de nuestra impotencia cuando decidieron ejercer su voluntad. Cuando protestamos, no hubo respuesta. Entendimos el proceso; conocíamos su modus operandi. Estas fueron provocaciones con guión, y advertimos a nuestra gente que no se dejara llevar por el conflicto. ¿Qué otro país estaría sujeto a tales indignidades? Estábamos a voluntad de un ejército de ocupación. No es de extrañar que luego me confundiera la actividad militar del 20 de diciembre de 1989: ¡nos enfrentábamos a una invasión estadounidense permanente ! A pesar de todo esto, algunos diplomáticos estadounidenses y la comunidad de inteligencia en particular no estuvieron de acuerdo con las políticas de Washington. El Embajador Arthur Davis mantuvo cordiales contactos con nosotros hasta el final. Esto contrastaba marcadamente con el comportamiento de John Maisto, su adjunto, quien fue el funcionario designado para planificar y llevar a cabo la campaña de desobediencia civil contra el gobierno. La idea de diplomacia de Maisto era prohibir todo contacto oficial entre el personal de la embajada y el ejército panameño. Luego, contento con su aislamiento e ignorancia, hacía reuniones de política en la embajada de los Estados Unidos en las que me reprendía por ser irracional e incapaz de dialogar. Los modales gentiles de Davis eran de poco valor. La política estaba siendo controlada desde Washington. Davis tenía tan poco poder que no pudo controlar ni siquiera a su hija, Susan, que se había vuelto activa en la campaña de la Cruzada Cívica. Organizó protestas, golpeó ollas y sartenes y se convirtió en la favorita de los medios de comunicación internacionales al difundir verdades a medias y chismes diseñados para sabotear al gobierno panameño. Se cerraron las líneas de comunicación respetuosa, con muy pocas excepciones. En un momento el Senador Christopher Dodd vino a vernos, buscando la liberación de algunos prisioneros. Los visitantes estadounidenses, ya fueran Dodd o negociadores del Departamento de Estado, siempre adoptaron la misma línea. Había una solución: mi renuncia, mi salida de Panamá; eso era lo que todos estaban tratando de vender. Capítulo 10
La manipulación de las
elecciones panameñas
Kurt Muse “ Comandante ”, dijo emocionado uno de mis ayudantes, irrumpiendo en mi oficina un día de 1988. “ Tenemos un gringo . Tenemos un gringo, y tiene todo tipo de equipo de radio y documentación en inglés”. El gringo era un joven estadounidense empleado por el gobierno de los Estados Unidos llamado Kurt Muse; su misión era montar una operación clandestina de radio e informática para subvertir las elecciones panameñas del 7 de mayo de 1989. El descubrimiento de Muse y su instalación secreta no solo fue un golpe para nuestros servicios de inteligencia, sino que también fue una oportunidad especial para arrojar luz sobre lo que Estados Unidos realmente estaba tramando. Para mí la acción encubierta de Estados Unidos equivalía al allanamiento del Watergate o al robo de los papeles del Pentágono en Estados Unidos: Reagan y Bush habían sido sorprendidos in fraganti violando nuestra soberanía. Y más que cualquier otra cosa que pueda decir sobre el incidente, tengo que admitir un hecho serio: nuestro mal manejo de la captura de Kurt Muse fue un error fatal por el cual solo yo debo asumir la culpa. Inmediatamente después de su captura, deberíamos haber protestado ante todos los foros internacionales del mundo y luego pospuesto las elecciones debido a la intromisión de Estados Unidos. M use había llegado a Panamá quizás uno o dos meses antes de su captura. Rápidamente comenzó a probar equipos de radio; comenzamos a recibir indicaciones de que nuestras comunicaciones militares estaban siendo manipuladas. Nos dispusimos a rastrear la fuente, pero nos dimos cuenta de que no teníamos las habilidades ni la experiencia para hacer el trabajo. Buscamos consejo, consultando con los cubanos, israelíes y alemanes orientales; recogimos el equipo necesario que necesitábamos y enviamos equipos para cursos de capacitación rápida en esos países para aprender las últimas técnicas para atrapar invasores de alta tecnología. Nuestros hombres regresaron después de algunas semanas con el equipo y las habilidades para rastrear a los culpables. Luego, los norteamericanos, en medio de su bochorno al conocerse el asunto Muse, trataron de desviar la atención de su actividad ilegal sembrando el cuento de que los cubanos fueron los responsables de atrapar a Muse, como diciendo que los panameños no tenían la inteligencia y saber hacer para hacerlo. Pero esto no era cierto. Los panameños hicieron el trabajo solos. Y estábamos muy orgullosos de nuestro logro. Localizar las señales de radio fue relativamente fácil, ya que la ciudad de Panamá se encuentra en un terreno plano. El método consistía en enviar equipos de vigilancia en varios equipos y comenzar a dar vueltas por la ciudad, escuchando los canales descarriados, seleccionando siempre el momento más probable para que se produjera la interferencia. El equipo de vigilancia, a pesar de su importancia y prestigio, operaba en secreto por temor a ser detectado por los estadounidenses. Para evitar filtraciones, ni siquiera nuestros propios oficiales de inteligencia G-2 sabían de sus operaciones. En poco tiempo, anotaron un éxito: se habían encontrado las señales de interferencia. Luego, los monitores comenzaron a correr en círculos concéntricos cada vez más pequeños hasta que redujeron su objetivo a tres rascacielos en la sección Cangrejo de la ciudad. Minuciosamente mantuvieron la vigilia hasta que llegaron a un edificio, luego a un apartamento individual. Dentro había un hombre muy asustado que dijo llamarse Kurt Muse. Fue atrapado con los puños fríos y las manos en la masa. Encontramos papeleo con planos para la operación, equipo de antena, equipo sofisticado que fácilmente podría disfrazarse dentro de un estuche de guitarra. A los minutos me llegó la notificación. Muse era importante, eso quedó claro de inmediato. No era un espía en absoluto, en realidad, solo un especialista en comunicaciones enviado con el equipo necesario. Nunca lo vi en persona, pero recuerdo mi impresión al verlo en la televisión: alto, delgado, con una mirada aterrorizada. No tenía armas, ni protección; varios cómplices estaban ausentes cuando tomamos el edificio y se escabulleron del país. No tenía nada ni nadie a quien recurrir ya que, oficialmente, los estadounidenses querían fingir que no existía. Pero Muse pudo describir toda la operación y teníamos muchas pruebas que respaldaban lo que tenía que decir. ¡Todo un hallazgo! Enviamos un equipo de evaluación para interrogarlo, reteniéndolo un tiempo en aislamiento, descubriendo los detalles de la operación. Muse, al darse cuenta de que no tenía abogado, ningún contacto con el mundo exterior, no necesitaba que lo animaran a abrirse. Era bastante hablador. Dijo que la operación tenía como objetivo intervenir en las elecciones, proporcionando programación de radio y televisión falsa antes, durante y después para mostrar que los partidos de oposición estaban ganando sin importar cuál fuera la verdad. La idea era provocar una reacción rápida y comprensiva de la oposición en el país y en el extranjero, para informar de una victoria de la oposición en las elecciones antes de que se recogieran las papeletas. Querían informes falsos en todos los niveles, creando la impresión de que todo se había decidido a favor de los estadounidenses y sus candidatos. Los estadounidenses debieron saber de inmediato que teníamos a Muse, pero no dijeron nada hasta que hicimos el anuncio. Una cosa estaba clara: los estadounidenses necesitaban liberar a Kurt Muse. Fue acusado de espionaje contra la nación, un delito muy grave según las leyes panameñas, como lo sería en cualquier otra parte del mundo. Estados Unidos se negó a decir que tenía estatus militar, ya que ese nivel de espionaje militar era difícil de defender. Era más fácil defenderlo bajo la ley civil, con sus derechos a un abogado, a visitas, comida, etc. Primero enviaron al cónsul a verlo, tratándolo como cualquier otro estadounidense de la antigua Zona del Canal: un marinero que bebió demasiado y se peleó en un bar o algo así. Luego, enviaron a personas que se registraron en la cárcel como parientes de Muse, pero sabíamos que no eran ni primos, ni hermanos; estos eran agentes del gobierno, enviados para controlarlo y darle una instrucción específica: "¡No hables!" Y cuando supieron consternados que ya había hablado, cambiaron al plan B: “Di que todo lo que confesaste fue mentira, que te coaccionaron”. Supervisamos sus conversaciones en la cárcel con estos supuestos miembros de la familia. "¡Cállate, no hables!" ellos dijeron. “Es todo mentira, te presionaron”, dijeron. “Fue bajo coacción”. Pero no hubo coacción, ni presión. Los detalles técnicos de lo que estaba haciendo estaban ahí mismo en nuestras manos; también lo fue la documentación para hacer que el equipo funcione. Nadie podría haberse defendido contra esto: teníamos los bienes. Muse fue una vergüenza tal para los Estados Unidos que su rescate de la Prisión Modelo fue la misión principal nada menos que de Delta Force más de un año después, la primera operación planeada en la invasión estadounidense de Panamá en 1989. Lo habían presentado a los periodistas y confesó lo que había hecho; fue un golpe para Estados Unidos, pero nunca reconocieron que era un agente de la CIA o de la DIA ni pagado por Estados Unidos, como si fuera un extraterrestre que apareció de la nada. El coronel Marcos Justine fue la única persona que argumentó enérgicamente para que canceláramos las elecciones . Dijo que deberíamos jugar a lo grande, protestar y someter a Muse a un juicio público. Dijo que ese era el momento exacto para decir que no podía haber elecciones, porque Estados Unidos había conspirado en nuestra política interna y necesitábamos investigar hasta dónde habían penetrado en nuestro sistema. Justine tenía razón. Mirando hacia atrás, veo que este hubiera sido el momento clave para mostrarle al mundo entero cómo Estados Unidos estaba manipulando no solo el proceso electoral, sino todos los asuntos internos de Panamá. Calculé mal al no denunciar a los Estados Unidos con más fuerza, junto con toda la evidencia que habíamos reunido. Podríamos haber apelado a la comunidad internacional, luego cancelar las elecciones y exigir sanciones internacionales contra lo que Estados Unidos nos estaba haciendo. Y decidí no hacerlo. ¿Por qué? Porque pensé que el pueblo panameño entendería esta flagrante injerencia en nuestras vidas y votaría en contra de los candidatos que apoyaba Estados Unidos. Eso era lógico hasta donde llegaba, pero no estaba tomando en cuenta qué más nos tenían reservados los estadounidenses. Aportaron dinero, organización, asesores, propaganda y estrategia a los candidatos que respaldaron. Guillermo Endara, el candidato a presidente de la Cruzada Cívica, y sus compañeros de fórmula eran tan evidentemente títeres de los Estados Unidos que surgió una sensación de repugnancia entre las masas panameñas. Si los estadounidenses estaban tan seguros como decían que el candidato del gobierno, Carlos Duque, podía ser derrotado fácilmente por Endara, ciertamente no lo demostraron. Estados Unidos, bajo la operación secreta Panamá Cuatro, asignó al menos $10 millones para desestabilizar a Panamá antes de las elecciones. Jimmy Carter “ Hola, General, como esta ? dijo el hombre muy reconocible con un comportamiento siempre agradable, un fuerte acento americano filtrando sus palabras en español. Faltaban varios días para las elecciones del 7 de mayo; Jimmy Carter, acompañado de su esposa, había venido a verme a mi oficina en Fort Amador. El español de Carter era lo suficientemente bueno para que los tres pudiéramos reunirnos en privado, sin necesidad de intérpretes o ayudantes. La Sra. Carter hablaba poco, pero tomaba notas en un bloc de notas. No pensé mucho en eso, pero supongo que este encuentro fue único para un presidente estadounidense, pasado o presente. De hecho, podía hablar un idioma además del inglés. Tal vez, siempre esperábamos, que también pudiera entender y respetar a un país que no fuera el suyo. Eso no debía ser. Carter había venido a Panamá como jefe de una delegación aprobada para monitorear las elecciones. Él y su ayudante, Robert Pastor, junto con funcionarios de varios otros grupos nos habían presionado para que aceptáramos tal monitoreo. Habíamos sido reacios a hacerlo, viéndolo como una cuestión de soberanía nacional básica. Había argumentado semanas antes con Pastor y otros que, dada la actitud de los Estados Unidos, esto sería solo otra infracción a nuestros derechos. Estábamos bajo el asedio de los estadounidenses, a pesar de que no teníamos una guerra civil, al igual que otros países de la región. Además, teníamos elecciones populares cada cinco años. Preferimos seguir el modelo político mexicano. Estados Unidos hasta ese momento nunca había enviado monitores electorales a México, lo cual no fue cuestionado ni criticado seriamente en Washington por su sistema de votación. ¿Por qué debemos ser diferentes? Tomando esa línea en lo que supuse que eran conversaciones confidenciales con Pastor, me irritó saber que rápidamente informaría a los medios de comunicación sobre partes de nuestras conversaciones, incluida mi renuencia a aceptar el monitoreo electoral influenciado por los estadounidenses. Cuando, bajo presión, finalmente aceptamos la idea de tener observadores extranjeros presentes para las elecciones, Pastor descubrió que no estaba en la lista de solicitantes de visa aprobados. Carter me llamó por teléfono para hablar de eso, y Pastor fue agregado a la lista, no sin mi queja sobre su ruptura de confidencias. Conocí al presidente Carter por primera vez en el curso de las negociaciones del tratado del canal y descubrí que era un hombre honorable. Se dio cuenta de que Estados Unidos no podía continuar ocupando un terreno estratégico en territorio extranjero y llamarlo propio. Era un hombre de visión. Realmente me gustaba Carter, pero vi su papel como el de una figura decorativa más que como la persona que en realidad estaría monitoreando los lugares de votación. Eso, supuse, sería manejado por su personal. “General, parece que el gobierno va a perder”, dijo Carter. Aparentemente ya se había reunido con la oposición. Le dije que no estaba de acuerdo y le mostré por qué. Primero, dije, después del incidente de Muse no había razón para dar crédito a nada de lo que Estados Unidos dijera o hiciera con respecto a Panamá. Ellos eran los encargados de las encuestas, que mostraban a nuestro Partido Revolucionario Democrático en el tercer lugar, a veces incluso en el cuarto. Pensamos que lo que estaban haciendo era tan descaradamente cínico, tan evidente, que la gente se daría cuenta. Siempre mencionaron a Ricardo Arias Calderón, uno de los dos candidatos a vicepresidente de la Cruzada Cívica, como el político más popular del país. Nadie creía eso. “Hacemos nuestras propias encuestas, distrito por distrito, y somos especialmente fuertes en áreas rurales y pobres”, le dije, sacando algunos gráficos que habían preparado. "Dudo que ganes", dijo Carter, mostrándose impasible ante lo que tenía que decir. Pude sentir que estaba bajo la influencia de lo que decían Gabriel Lewis Galindo, la oposición y la embajada de Estados Unidos. La reunión fue breve y Carter no se comprometió. Después, me sorprendió descubrir que los estadounidenses habían intervenido de alguna manera en toda nuestra conversación. Carter, por supuesto, viajó con un contingente de seguridad que incluía agentes del Servicio Secreto. Pero un miembro del equipo estaba apostado fuera de la oficina, en el césped, detrás del edificio. Teníamos a un hombre trabajando cerca de él, podando árboles y cortando arbustos con un machete. El agente estadounidense no se dio cuenta de que el jardinero también era un soldado de las PDF asignado al oficial de enlace de la CIA que estaba cerca. “El agente tenía conectado al oficial de alguna manera”, dijo un miembro de mi equipo de inteligencia. “Mientras estaba haciendo la limpieza, el jardinero podía escuchar todo lo que ustedes dos decían”. Me sorprendió y pensé que sería impropio que Carter o su esposa llevaran un micro a una reunión privada. Nunca supimos si ese fue el caso o si, tal vez, se utilizó un dispositivo especial de escucha a larga distancia. No volví a ver a Carter después de eso, pero su complicidad con el plan estadounidense se hizo cada vez más clara. El día de las elecciones, aparentemente fue a la sede electoral y se quejó de que había visto un caso flagrante de falsificación de una boleta. magistrada Yolanda Pulice , jefa del tribunal electoral, dijo que su actitud y comportamiento habían ido más allá de su comportamiento educado habitual. Marchando hacia la oficina electoral, los trabajadores escucharon a Carter regañar a un funcionario, “ Señor, usted es un ladrón ”. ("Señor, usted es un ladrón".) Ella se quejó con razón de que esto era una interferencia en nuestros asuntos; el enfoque correcto habría sido presentar una queja formal y permitir una investigación. Pero Carter y los otros monitores electorales entraron en sintonía con la embajada de EE.UU. y la oposición política. Carter no volvió y me habló directamente sobre sus quejas. Hizo correr la voz de que los asistentes impidieron programar una reunión conmigo y que me había negado a verlo, lo cual no era cierto. Él y Pastor, su ayudante, tenían mi número de teléfono privado y estaban acostumbrados a llamarme sin intermediarios de ningún tipo. Pero nunca llamaron. Si bien no teníamos un sistema sofisticado de cómputo electoral, no fue una operación secreta. Todos los críticos pasaron por alto el hecho de que representantes de todos los partidos políticos participaron en el conteo. Tanto en el recinto como en la sede, los observadores electorales del gobierno y la oposición se sentaron uno al lado del otro. La oposición acusó que la votación fue amañada, por lo que sus partidarios comenzaron a secuestrar las boletas no recolectadas y se las entregaron al arzobispo Marcos McGrath, quien era bien conocido por su enemistad hacia el gobierno y el ejército. Por ley, las papeletas no firmadas por la sede de la comisión electoral no eran válidas. Pero McGrath afirmó que tenía la mayoría de las boletas sin firmar en la arquidiócesis, que estaba haciendo su propio conteo con sus propias computadoras y su propia operación electoral; sonaba un poco como la operación Kurt Muse. El problema era que la Iglesia no tenía relación con la junta electoral oficial, que fue designada por la ley panameña como árbitro oficial de los resultados electorales. ¿Cómo sabía alguien que las boletas que luego presentarían al mundo eran legítimas? La única respuesta podría estar basada en el prejuicio propagado a nuestro alrededor: la respuesta era, dirían los gringos, “El arzobispo McGrath es un líder honorable de la iglesia”. El mayor Manuel Sieiro , jefe de la guarnición militar de Chorrera, atrapó a personas en la parroquia local en el acto de realizar una operación ilegal de votación y conteo de votos justo dentro de los terrenos de la iglesia. El funcionario allanó el operativo y se incautó de pruebas. De esa manera, pudimos mostrar lo que estaba sucediendo en muchas parroquias: que la iglesia estaba siguiendo las órdenes de McGrath al apoyar abiertamente a la oposición. Marcos McGrath, el hombre ¿Quién era Marcos McGrath y por qué no se podía confiar en él? Fue un cómplice constante y pernicioso tanto de los estadounidenses como de la oposición, cuya influencia no puede subestimarse. El líder de la Iglesia Católica de Panamá tenía un odio de larga data por los militares panameños, la revolución de Torrijos y todo lo que representaban. Él y sus secuaces prestaron apoyo a los partidos de oposición, criticaron al gobierno desde el púlpito y asistieron a sesiones de planificación con Estados Unidos contra los militares. McGrath presidió una Iglesia dividida en Panamá; no todos los miembros de la iglesia compartían su actitud colaboracionista y pro estadounidense. Pero su papel terminó siendo decisivo y fundamental en la caída de Panamá y, en última instancia, en entregarme en manos de los estadounidenses. El púlpito bajo McGrath se convirtió en un tribunal abierto para predicar contra el gobierno constituido, violando el dicho religioso "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". Despreció el movimiento de la teología de la liberación y despidió o transfirió a los sacerdotes que apoyaban tales ideas de la teología de la liberación como una iglesia de los pobres. Así había sido en el caso del padre Héctor Gallego, un sacerdote rebelde que se enfrentó a los terratenientes y desapareció en la provincia de Veraguas en 1971. Gallego, seguidor del sacerdote guerrillero colombiano Camilo Torres, se inspiró en las enseñanzas de la liberación teología y lanzó duras críticas desde el púlpito contra la oligarquía y los terratenientes de Veraguas, citándolos por su nombre mientras hablaba, acusándolos de usura y de ganancias injustas. Los terratenientes arremetieron contra él. Los ataques se volvieron personales. Alguien destruyó un generador eléctrico en su casa. De repente, Gallego desapareció. Todos estaban seguros de que lo habían matado. Torrijos designó a un fiscal, Olmedo David Miranda, para investigar la desaparición. Reunió pruebas, interrogó a la gente e incluso detuvo a Álvaro Vernaza , un familiar de Torrijos. La Iglesia también llevó a cabo su propia investigación, trayendo investigadores extranjeros. Nunca se encontró ningún rastro de Gallego, ninguna evidencia. Hubo intentos de nombrarme como involucrado, pero no funcionó. A McGrath le convenía culpar a los militares porque no podían encontrar ninguna relación, razón o motivo para nombrar a nadie más. Arrancaron el rumor de que Torrijos había ordenado el asesinato de Gallego y que supuestamente yo lo empujé desde un helicóptero. Sin pruebas, sin razón para acusar a Torrijos, sin motivo: eran los terratenientes los que odiaban al cura, no los militares. No era más que el redoble de la Iglesia contra la Guardia Nacional, y contra Torrijos. Esta fue una de las muchas grandes disputas entre McGrath y Torrijos. Había un odio palpable entre ellos. Torrijos despreciaba al hombre y sé que el sentimiento era mutuo. Por otro lado, protegimos a McGrath y aceptamos su versión de los hechos cuando un automóvil que conducía en las horas previas al amanecer atropelló y mató a una persona en la calle. McGrath era más estadounidense que panameño y nunca renunció a su ciudadanía estadounidense. Nació en la Zona del Canal y hablaba español con un extraño acento gringo. Ordenó a los párrocos que denunciaran a los militares desde el púlpito. Un día me invitaron a almorzar en el departamento del hermano de McGrath, Eugene, un héroe estadounidense condecorado en la Segunda Guerra Mundial que había luchado en Iwo Jima. Eugenio había estado casado durante un tiempo con la actriz de Hollywood Terry Moore, ex esposa de Howard Hughes. En el almuerzo, el arzobispo me llevó a conversar. Recuerdo que el departamento estaba en el undécimo piso del edificio Roca con vista a la Bahía de Panamá. Mientras hablábamos, el arzobispo estaba de pie en un ángulo, medio mirándome, medio mirando al océano. ¿No es verdad, coronel, que Torrijos es el responsable de este asunto de Gallego? Miré fijamente a McGrath y le recordé que su propio asistente, monseñor Legarra, estaba a cargo de la investigación de la iglesia. “Él trabaja para ti; debes confiar y respetar su palabra”, le dije. McGrath solo miró hacia otro lado. “Qué hermosa vista tiene este apartamento”, dijo. Inmediatamente le conté a Torrijos sobre esta conversación. Reaccionó confiado. "Bueno, ahora", dijo. “Sé exactamente lo que voy a hacer”. Torrijos tomó en serio la interferencia de McGrath en el proceso político y pasó una denuncia por medios diplomáticos a la oficina de investigación del Vaticano, encabezada por monseñor Pinci. Cuando murió Torrijos, el arzobispo pensó que daría el golpe de gracia. El cuerpo de Torrijos fue llevado en procesión hasta los portales de la Catedral Nacional. Los acompañantes se sorprendieron al escuchar a McGrath hablar cuando se reunió con la procesión en los pasos: "Nunca quisieron darme una cita para reunirme con ustedes", dijo, hablando con Torrijos por última vez. “Y ahora vienes aquí sin haberme pedido uno”. Fue una enemistad que duró hasta la muerte. En la ceremonia religiosa, McGrath incluso llegó al extremo de pronunciar mal el nombre de Torrijos, llamándolo “Omar Efraín Torres”. Para mi duradera satisfacción, puedo decir que fue Torrijos quien tuvo la última palabra, incluso después de su propia muerte. Todavía no era comandante de las fuerzas armadas cuando el Papa Juan Pablo II vino a visitar Panamá en 1983. Ricardo de la Espriella era presidente y habíamos programado una pequeña audiencia con el Papa en el palacio presidencial. Asistieron el presidente; Monseñor Laboa, quien fue embajador del Vaticano en Panamá; mi esposa y yo; y mi antecesor como comandante, el general Rubén Darío Paredes, junto a su esposa. La audiencia estuvo compuesta en su mayoría por discursos de los panameños presentes. El Papa se sentó en silencio, mayormente mirándonos fija y severamente. Cuando se acabó el tiempo asignado, todos los demás comenzaron a salir y el Santo Padre me tocó levemente para detenerme por un momento mientras pasaba. Puso su mano derecha sobre su corazón. "Estoy agradecido por su cooperación", dijo en voz baja, mirándome. Eso fue todo lo que dijo. Pensando en esto, de repente me di cuenta de que Marcos McGrath había sido investigado y nunca, nunca sería nombrado cardenal de la Iglesia Católica Romana. Evaluando la imposibilidad de hacer un conteo electoral y ante una creciente protesta, convocamos a una reunión en el palacio presidencial. Estuvieron presentes el presidente Solís Palma, la comisión electoral, incluidos los magistrados Luis Carlos Chen y Yolanda Pulice , el coronel Justine, Darisnel Espino y Carlos Duque. Las opciones eran pocas: cancelar las elecciones o declarar un golpe militar. Mi objetivo y mi preocupación era encontrar una solución que evitara la pérdida de vidas panameñas. Así que hicimos lo que deberíamos haber hecho meses antes: cancelamos las elecciones. La cancelación de las elecciones logró romper la estrategia estadounidense: mientras no hubiera resultados electorales, los estadounidenses podrían seguir provocando protestas callejeras, esperando e incitando a nuevas provocaciones y violencia. Pero ya era demasiado tarde. Me habían obligado a bajar por una calle sin salida. Si tan solo hubiéramos cancelado las elecciones después de capturar a Kurt Muse, el curso de los acontecimientos habría sido muy diferente. Martirizado por la sangre de otra persona Durante el recuento de las elecciones, del 7 al 10 de mayo, hubo manifestaciones diarias de la Cruzada Cívica organizadas e impulsadas por John Maisto y la embajada estadounidense. Era evidente que tenían la intención de instigar un levantamiento, pero las masas nunca se unieron a ellos. Así que decidieron que lo harían solos. Era un sacrificio para los ricos. Las manifestaciones se realizaron en horario comercial: protestas de nueve a cinco en el distrito bancario, centradas alrededor de la Calle 50. Nunca se llevaron a cabo lejos de allí, y siempre se programaron en horarios predeterminados del día: los rabiblancos animaban a sus empleados a golpear las calles para un mitin instantáneo frente a las cámaras de televisión. Había una noción distorsionada de que Panamá estaba cerca de la revolución. Todas las miradas se centraron en la Calle 50, a donde llegaron los manifestantes en sus Mercedes, y sus mujeres empapadas de perfume agitaban pañuelos blancos almidonados. En lugar de ir a jugar tenis o encontrar un juego de póquer en el Union Club, iban a la Calle 50 para unas horas de protesta. Y cuando tenían calor y se cansaban en el calor de la tarde, siempre podían enviar a sus criadas para que protestaran por ellos, llevando consigo sus ollas y sartenes recubiertas de teflón para tocar un ritmo falso de protesta. No sonaba como las ollas de hierro ennegrecidas y endurecidas al fuego de San Miguelito o de los barrios pobres. Allí no hubo protestas. El resto del país era en realidad pacífico y tranquilo. La gente pobre de Chorrillo, San Miguelito, Caledonia y de todo Panamá, gente que no podía permitirse un día libre, iba a trabajar, iba al cine, compraba sus billetes de lotería, salía a bailar y se iba a dormir, a vivir la vida. como siempre lo hicieron. ¿Fue porque la gente fue reprimida en esas áreas por los demonios, yo y las Fuerzas de Defensa de Panamá? ¿O fue porque no tenían motivos para protestar, que las protestas fueron fabricadas por banqueros y empresarios blancos en busca de venganza en connivencia con los estadounidenses? Los manifestantes se volvieron cada vez más activos. Las primeras veces acordaron marchar en la calle, pero solo después de mucho insistir por parte de Maisto y compañía en la embajada de Estados Unidos. Y tuvieron tan poco éxito que pensamos que cada intento fracasaría y sería el último. Estuvimos equivocados. Establecieron una última marcha desesperada el miércoles 10 de mayo, nuevamente organizada e impuesta a la oposición por los estadounidenses. Con muy pocos simpatizantes en las calles, Guillermo Endara, Ricardo Arias Calderón y Billy Ford (el otro candidato a la vicepresidencia), temerosos de tomar una posición, con pocas perspectivas de éxito, se subieron a su camioneta y comenzaron una pequeña caravana hasta el Casco. Viejo, la parte antigua del centro de la Ciudad de Panamá. A lo largo de la ruta, estuvieron en contacto con sus benefactores de la embajada estadounidense a través de radio móvil. La renuente procesión rodó por el centro de la ciudad a lo largo de la Avenida Central hacia el Casco Viejo, donde las cámaras de televisión internacionales esperaban. Los estadounidenses estaban llevando al límite a sus títeres panameños sin agallas, porque tenían la intención de crear una escena. La provocación vino en forma de vida humana. Sucedió que la embajada de Estados Unidos había prestado al guardaespaldas Alexis Guerra para trabajar con los candidatos de la oposición. Guerra era empleado de una empresa llamada Tesna-Mimsa , una empresa de seguridad cuyo único contrato era con la embajada de Estados Unidos. Guerra fue considerado un traidor por quienes lo conocieron en el ejército y la policía. Se había puesto del lado del enemigo y estaba prestado a los candidatos de la oposición, trabajando ese día para proteger a Billy Ford. La atmósfera era volátil cuando la caravana llegó al final del camino, hasta el paseo marítimo en el Parque Santa Ana. La policía tenía órdenes de no disparar, para evitar ser provocada a la acción. Eran órdenes permanentes. Pero hubo disparos, y sin importar cómo y por qué, la responsabilidad era nuestra, el oficial a cargo había fallado al no controlar la situación. El incidente podría haber sido provocado por los participantes de la marcha o por agentes colocados entre la multitud o entre las tropas, y podrían haber sido soldados de las PDF a quienes habían comprado. Los estadounidenses emplearon agentes provocadores en las calles para provocar problemas. Muchos de ellos eran puertorriqueños, miembros del ejército estadounidense vestidos de civil. Por ejemplo, un coronel del ejército estadounidense, Chico Stone, asistía con frecuencia a tales eventos como un civil, con su gorra de béisbol y jeans azules. Stone fue expulsado del país por asistir a mítines civiles. Arrestamos a algunos de los puertorriqueños en un mitin, camuflados como si fueran panameños. Así trabajaban. Cuando terminó, Guerra estaba muerto, su sangre salpicaba toda la reluciente guayabera blanca de Billy Ford. ¿Fue Guerra el objetivo? ¿Fue intencional? Era parte del plan de John Maisto. Es un eufemismo decir que esto no nos hizo ningún bien. Sabía que la reacción mundial sería devastadora, pero no había nada que pudiera hacer al respecto. Por malo que fuera, fue aún peor porque habíamos redoblado nuestros esfuerzos para evitar la constante provocación que nos lanzaban los estadounidenses. El sentido común dicta que si usted está contando las papeletas electorales y tiene la esperanza de que su lado pueda ganar, no debería estar simultáneamente en la calle golpeando a los contendientes presidenciales y vicepresidenciales del otro lado. Esto sería exactamente lo que la oposición querría que hiciéramos, para sacar la victoria de una derrota casi segura. Y el derramamiento de sangre de ese día llevó el proceso al límite. La realidad fue que una sangrienta foto de Billy Ford, transmitida por todo el mundo, fue producto de un plan para crear una víctima. Los estadounidenses vieron como una buena fortuna que a Ford le mancharan la ropa con sangre, para que pareciera que había sido herido y víctima de la violencia. No hizo nada para corregir la impresión. Fue un mártir con la sangre de otra persona. Una semana después de la votación, la Cruzada Cívica intentó una huelga general dominical. No funcionó. No tenían apoyo. Los estadounidenses vieron que sus planes habían sido frustrados. Endara, quien dijo que había resultado levemente herido en el altercado en el Casco Viejo, fue abandonado a su suerte. Cómicamente, el rotundo abogado anunció una huelga de hambre, diciendo que no comería nada excepto la Hostia cuando fuera a misa. Se corría la broma de que estaba rezando todo el tiempo para poder comulgar lo más posible, porque nadie notaba nada. cambio en su marco considerable. Aparte de eso, habíamos reventado el globo y Panamá se calmó. No hubo conflictos civiles en el país. Nuestro principal problema era la creciente provocación militar de los estadounidenses, y la escalada apenas había comenzado. Capítulo 11
“Pero no
perecerá ni un cabello de vuestra cabeza”
Boom El ruido sordo de un cohete granada golpeó las paredes de piedra del centro de comando militar en Chorrillo. Probé el polvo y pude oler el polvo ardiente que explotó justo afuera de mi ventana. Auge. Otra sorpresa, siguiéndome más cerca de la pequeña alcoba donde yacía inmóvil en el suelo. ¿El próximo daría más cerca, penetraría la pequeña ventana, rasgaría la pared? ¿Cuántos minutos antes de morir? Era el 3 de octubre de 1989 y estaba seguro de que moriría en cualquier momento por la andanada de cohetes que estallaban debajo de mi ventana. Todo por lo que había pasado, todas las fortunas y pruebas habían llegado a esto: yacía boca abajo en el piso de una pequeña habitación en mi oficina en el cuartel general de mando preguntándome cómo sería la muerte. Me puse de rodillas el tiempo suficiente para orar. “Querido Dios, si muero aquí, hágase tu voluntad”. Los cohetes sacudieron la habitación. Entre pensamientos de muerte, busqué una salida, convocando mis reservas de disciplina y poder de razonamiento. Eres un soldado, me repetía a mí mismo, luchando contra mis emociones. Analiza la situación. Un altavoz penetró el estruendo. “Estás rodeado. Todas sus unidades están con nosotros. Urraca , presente , Machos del Monte, presente , Batallón 2000, presente . Debes rendirte. No hay escapatoria." Escuchaba voces que me decían que me rindiera, acentuando las explosiones y los disparos de armas. Hice una mueca con la conmoción de cada explosión, preguntándome si aún podría pensar, si aún podría completar el siguiente pensamiento antes de que llegara el final. El cristal de la ventana es todo lo que te separa de la calle y las granadas. Es solo cuestión de tiempo. Estos chicos están entrando. El ataque es demasiado fuerte, demasiado cercano. No, eres un soldado y estás luchando. Piensa, hombre, piensa. Pero el ataque es abrumador. No hay tiempo.... La mente humana no siempre puede ser controlada; salta, pinta las cosas como perdidas, y entonces, si te dejas convencer por lo que estás viendo y por lo que te dice tu mente, estás realmente derrotado. Destellos de los días anteriores pasaron por mi mente mientras trataba de averiguar quién estaba detrás de lo que estaba sucediendo. El domingo anterior fue un día de celebración por el bautizo de Jean Manuel, el hijo de mi hija Sandra. Había amigos, políticos, militares, todos reunidos en la iglesia. Algo estaba en el aire. Mientras nos sentábamos en la iglesia para esta hermosa celebración, podíamos escuchar operaciones militares en la distancia afuera: tanques retumbando y helicópteros volando cerca. Asumí que era seguridad de rutina para el evento y protección para el personal en general. Pero cuando un helicóptero pasó zumbando muy cerca, creando un escándalo dentro de la iglesia, le hice señas al comandante Moises Giroldi, un oficial muy querido, afable y altamente confiable, que estaba parado a un lado de la capilla. "Giroldi, averigua qué está pasando", le dije. Entonces recordé que el personal había traído fuegos artificiales para celebrar el bautismo. Y llévate algunos de los petardos contigo. La próxima vez que haya un paso elevado, active algunos”. Un piloto de helicóptero no puede distinguir desde el aire si las explosiones terrestres debajo de él son armas que le disparan o fuegos artificiales. Y los disparos desde el suelo pueden derribar un helicóptero. Giroldi siguió mis órdenes. Esta pequeña estratagema funcionó. El helicóptero hizo un sobrevuelo más y fue arrastrado por el crepitar de los fuegos artificiales. Habiendo hecho eso, volví a la reverencia del momento sin pensarlo más. Esa noche dormí en mi habitación de la sede, como hacía a veces. No por ninguna razón especial: a veces me quedaba en el cuartel general de comando si tenía una reunión temprana. Me fui a casa un poco el lunes por la mañana, me refresqué y pasé el resto del día en Amador, donde estaba ubicada mi oficina de campo. Mi equipo de seguridad percibió problemas, y Eliécer Gaitán, mi ayudante de confianza y jefe de seguridad, estaba especialmente nervioso. Confié en él implícitamente, y lo hago hasta el día de hoy. Era muy inteligente, formado en la Academia Militar Argentina, un excelente oficial de inteligencia. Había estado en la UESAT —fuerzas antiterroristas— y luego transferido a mi destacamento de escolta personal. Dentro del destacamento tenía diversas funciones: actuó como una especie de enlace administrativo militar para mí con las distintas unidades militares; también funcionó como agregado militar, supervisando los arreglos logísticos. Había sido entrenado por el agregado militar argentino Coronel Mohamed Seincldin, para prepararse para la instrucción militar en nuestro proyectado Instituto de Estudios Militares. Gaitán nació en mi provincia natal de Chiriquí. Venía de una línea de militares panameños, gente de buena tradición, de buena familia. Eliécer Gaitán tenía un gran futuro por delante, una carrera profesional truncada por la invasión estadounidense. La versatilidad de Gaitán se convirtió en un lastre para él. Empecé a depender de su experiencia y le di un poder que iba más allá de la cadena de mando. Sus superiores directos lo veían como una amenaza por su capacidad y por la confianza que tenía en su desempeño. A menudo, sus superiores lo criticaban por su estilo brusco y la capacidad que tenía para acercarse a un hombre de mayor rango con el prestigio de la autoridad. Entre sus otras habilidades, era un buen investigador. Y así fue que antes del golpe de octubre desconfiaba mucho. El nombre de Giroldi seguía apareciendo en las conversaciones, relacionado con oscuros rumores sobre movimientos de tropas y protestas. Gaitán podía ser duro y directo. Fue directamente a Giroldi, quien, como comandante, era un oficial de rango mucho más alto que este capitán joven e impetuoso, ese mismo domingo. "¿Qué está pasando, Giroldi?" él dijo. “Espero que no estén pasando cosas graciosas. No juguemos”, advirtió. Llegué a la sede el martes por la mañana temprano, variando mi horario y ruta, como siempre lo hacía, por razones de seguridad estándar. También había llegado mi guardaespaldas, Iván Castillo. Alrededor de las 8:30 a.m., mi médico personal, el Dr. Martín Sosa, estaba en proceso de hacerme un chequeo médico de rutina, y recuerdo vívidamente que me había atado la manga de la presión arterial alrededor de mi brazo y estaba tomando una lectura en el mercurio. . Empezamos a escuchar explosiones indistintas en la distancia. Sosa se rió al ver cómo subía mi presión en el manómetro; parecía algo de una película o dibujos animados. Dejó de reír cuando la fuerza total del ataque con granadas y morteros comenzó momentos después. S osa estuvo allí conmigo, junto con Castillo, mientras dirigía este diálogo interior. Usted es un soldado; analiza su situación. Ha visto dos divisiones militares afuera, la Urraca y la Doberman, ¿dónde está su apoyo? Le pregunté a Sosa y Castillo qué pensaban. Dijeron que tal vez era una batalla por el poder entre fuerzas; eso estuvo mal. Ambos batallones estaban alineando sus tanques alrededor del edificio, apuntándonos directamente. Voces nos decían por los altoparlantes que todos los demás batallones se sumaban a la rebelión. Sí, estábamos rodeados y sí, hubo un bombardeo intenso, me dije. Pero debería haber oposición por ahí. Les oí decir que estaba rodeado y que todos se habían unido detrás de ellos. Intelectualmente, comencé a darme cuenta de que probablemente no era cierto. Pero siguieron repitiéndolo y empezó a sonar como si fuera verdad. ¿Qué pasaría si, simplemente qué pasaría si, estuvieran mintiendo? Balas, proyectiles y granadas golpeaban la fachada todo el tiempo. Estábamos en una pequeña alcoba, lo suficientemente grande para una cama, un baño y un vestidor como muchos cuarteles militares tienen para oficiales. Solo nosotros tres allí, aislados, inmovilizados en un fuerte bombardeo durante lo que podrían haber sido varias horas. Cuando comenzó el bombardeo, habíamos ido a buscar teléfonos pero las líneas estaban cortadas. Recordé la línea privada que tenía en la alcoba, un teléfono que nadie conocía. Pude llamar a mi oficina para darle a Anabel Dittea , miembro de mi personal, las palabras clave de emergencia: Primero de Mayo. Consideré probable que todavía tenía seguidores y que mi llamada telefónica había puesto en marcha un plan de contraataque, que las tropas leales organizarían un rescate. Entonces, si estaban tirados afuera y si mi llamada telefónica había hecho lo que se suponía que debía hacer, tal vez todavía había una forma de salir de este lío. Más tarde descubrí que tenía razón. Muy pocas unidades se habían sumado a la rebelión. La planificación de contingencia había funcionado. El batallón 2000, al mando del mayor Federico Olechea , venía al rescate, y en el camino Primero de Mayo había movilizado a la policía de tránsito. El regimiento Machos del Monte, con base en Río Hato, a una hora de distancia, también recibió la llamada para acudir a Ciudad de Panamá para ayudar a repeler el ataque. La fuerza principal del regimiento voló al aeropuerto de Paitilla y ahora estaba cerca del centro de acción. Todos eludieron a los estadounidenses, cuyo vacilante apoyo al golpe nos ayudó a recuperar el control. Uno de nuestros mejores golpes de fortuna vino a raíz de una acción de Marcela Tason . Iba de camino al trabajo cuando se encontró con todo en marcha. Su hijo era miembro de las fuerzas antiterroristas. Ella lo localizó y salió con él en su motocicleta para reunir a los seguidores. Encontraron a Porfirio Caballero, que era nuestro principal especialista en demoliciones. Caballero apiló algunas granadas de cohetes en su automóvil y se dirigió a los edificios de apartamentos de gran altura con vista a la sede. Pronto, tuvo una vista dominante de la rebelión, y él y varias personas que había reunido comenzaron a lanzar granadas de cohetes a los rebeldes de abajo. Los rebeldes, a su vez, al ver disparos de cohetes detrás de ellos mientras atacaban mi posición, pensaron que mis partidarios habían podido organizar una respuesta aérea. Asomándome por la ventana, vi que un cohete golpeó un edificio adyacente, que se incendió, pero no tenía idea de lo que estaba pasando. Sé que atrapó a algunos de sus hombres: entró una ambulancia para sacar a algunos heridos. De repente se hizo un silencio absoluto; luego escuché el sonido de una refriega dentro del perímetro del cuartel general. Yo estaba en un piso superior, y el nivel del suelo tenía un patio abierto lo suficientemente grande para camiones y equipos. Los atacantes estaban dentro del edificio y vendrían a buscarme. Decidí salir de la antesala y pasar al salón de mi oficina. El Dr. Sosa estaba allí; Castillo había salido al área del cuartel general y no había regresado. “Bueno, doctor”, dije en broma, “aquí estamos, solo nosotros dos. Simplemente no lo sé. Supuse que ya te habrías ido hace mucho tiempo. Él estaba en silencio. “Siempre pareces estar allí en el momento justo”, continué. “Aquí estás, a punto de ser testigo de la historia en ciernes…” Fui interrumpido por golpes en la puerta principal de mis aposentos. “¡ Mi general , salga, salga, abra la puerta!” dijo una voz que no pude reconocer de inmediato. “Es Armijo. Salga. Por favor, no dispares”. Roberto Armijo era coronel e inmediatamente supuse que estaba al frente de la rebelión. "Está bien, ¿qué está pasando?" Dije a través de la puerta, manteniendo un tono tranquilo y mesurado. “Escuche, Comandante , tengo que decirle. . .” se dirigió a mí correctamente como Comandante , esto lo pude escuchar. Pero el resto de lo que dijo fue apagado y distante. —Bueno —dije—, entra, Armijo. La puerta está abierta." Había silencio. Ningún movimiento hacia la puerta. Me di cuenta de que Armijo y quienquiera que estuviera con él tenían miedo de ver qué encontrarían cuando entraran. “Escucha, la puerta está abierta”, repetí. “No, ábrelo tú”, respondió otra voz. “Pero la puerta está abierta”, dije. "Adelante." Silencio de nuevo, luego la pregunta vacilante, "¿No estás sosteniendo nada?" "¡Ah, diablos, abre la puerta!" Les dije con impaciencia. Finalmente, cumplieron. Recuerdo que la puerta se abrió de afuera hacia adentro, así que retrocedí un poco y vi por primera vez a los rebeldes. “Teniente, ¿es esto posible? ¿Tú de todas las personas? Le dije a uno de los oficiales subalternos que estaban cerca, un hombre al que recordaba ascender apenas dos meses antes. Miré a este hombre, pero quería que mis comentarios fueran escuchados por Giroldi. "¿Exactamente de qué escuela militar vienes?" Yo pregunté. Inmediatamente comencé a evaluarlos a todos, y lentamente, con confianza, salí al patio principal para inspeccionar la escena. La mayoría hablaba con esa lengua espesa que tiene la gente cuando ha bebido bastante. En el pasillo, hacia la escalera que conducía al piso principal, no vi nada más que restos esparcidos. El teniente coronel Aquilino Sieiro estaba de pie agarrándose un brazo como si lo hubieran rozado con metralla; El teniente coronel Luis Córdoba estaba al pie de las escaleras, aparentemente bajo arresto, y todavía estaba de mi lado. Caminé por el pasillo y vi que los ojos se desviaban mientras miraba a cada hombre. Continué bajando las escaleras, en completo silencio a mi alrededor, mi mano izquierda en mi bolsillo, mi maletín en mi mano derecha. El piso principal era enorme y pude ver que los tanques se habían acercado. Pasé junto a ellos hasta que llegué justo a Giroldi, el líder indiscutible de la rebelión, que estaba en la parte trasera de este cuadro, vestido solo con camiseta y pantalones, allá abajo en el patio principal. En comparación, estaba en uniforme completo, mostrando mucho a los hombres quién era su comandante. “Estás disparando a tus propios hombres; os estáis disparando a vosotros mismos —dije, en un tono mesurado y contundente, mirándolos a todos. Vuestros propios hombres. ¿No ves que los americanos están detrás de todo esto, que te están usando en su juego? ¿No pueden ver que ustedes son solo peones de los estadounidenses, que están ahí arriba viendo todo esto? Hice un gesto hacia el Cerro Ancón, justo encima de nosotros, donde el Comando Sur de los EE. UU. tenía una línea de visión perfecta para ver todo lo que estaba pasando. Siempre sabíamos cuándo los estadounidenses nos miraban y nos escuchaban; siempre veríamos que la orientación de sus antenas de radar cambia alrededor de 30 grados. Así fue: los estadounidenses estaban jugando al Gran Hermano allá arriba, observándolo todo. “Manipulación de los estadounidenses”, les grité. Y miré a cada uno individualmente, llamándolo por su nombre. “Tú, mírate”, le dije a uno tras otro. Cada uno de ellos bajó la cabeza. “Miguel, José, Fulano, Solano, ¿por qué estáis aquí?” Nadie dijo una palabra. Estuve caminando todo este tiempo, sin obstáculos, fuera del área principal hacia la calle, donde estaban los tanques, e hice lo mismo con los comandantes de los tanques, hablando con cada uno. Pude ver que no había un liderazgo firme; estaban confundidos. Me volví hacia Giroldi; no estaba borracho, como obviamente lo estaban muchos de los soldados. Se quedó allí, firme pero nervioso. Parecía muy pálido y su contracción estaba actuando, curvando su labio involuntariamente. “Comandante, debe comprender. Te están culpando de lo que nos está pasando estos días. Estoy muy preocupado por ti. Sé un ejemplo para nosotros, muéstrales; porque, sin ti, los hombres no pueden funcionar, y este país no puede ir a ninguna parte”. Palabras extrañas e inconexas del líder de un golpe. No tenía sentido. “Por favor”, continuó, “vamos a entrar”. Fuimos a un área donde los otros oficiales rebeldes habían aislado a un grupo de mis hombres más cercanos, incluida una docena de miembros de mi unidad de escolta, obligándolos a tirarse al suelo, boca abajo. Entre ellos estaba Castillo, quien había sido rápidamente detenido por los rebeldes cuando salía de mi oficina en busca de una vía de escape. Vi a Gaitán allí, tirado en el suelo. Lo habían agarrado cuando intentaba venir en mi ayuda. Rodolfo Castrellón quería usar su helicóptero para ayudarme, pero también fue capturado. Recuerdo el miedo en los ojos de los rebeldes; ninguno de ellos pudo devolverme directamente la mirada. Nadie me tocó ni cambió su tono cortés y deferente al dirigirse a mí. Me dio una medida de mi posición y mis posibilidades. Lejos de la sensación de estar perdido, al borde de la muerte, ahora lentamente podía dominar y ejercer mi autoridad. Empecé a retomar el mando. Podía sentir el cambio de marea, el poder de la situación volviendo a mi lado. Miré a mi alrededor e hice un gesto a los hombres que estaban delante de mí. “Vale, está bien, negociemos. ¿Qué es lo que quieres?" Giroldi tartamudeó y no dijo nada. Quería consultar en privado con Sieiro y Armijo, siguiendo la cadena de mando, aunque estos oficiales superiores eran en ese momento sus prisioneros. Se hicieron a un lado y discutieron un poco, fuera del alcance del oído. Armijo finalmente se acercó, entregando el mensaje de Giroldi . “Todos los que hayan cumplido su mandato deben retirarse”, dijo Armijo. "De acuerdo", dije, sabiendo que esperaban que yo discutiera ya que estaba en la lista de personas que pronto se jubilarían. "¿Qué otra cosa?" Simplemente me miraron, luego se alejaron y comenzaron a discutir entre ellos. Cuanto más se hablaba, más obvio se hacía que no estaban en una posición militar tan fuerte como aparentaban. Mis propias unidades aún estaban libres fuera del perímetro. Los rebeldes se estaban comportando desenfrenadamente. Habían comenzado a burlarse de sus cautivos, mis hombres tirados en el suelo. En particular, Gaitán estaba teniendo problemas. Lo habían capturado afuera, lo arrastraron adentro y periódicamente lo pateaban en las costillas. Javier Licona, capitán de caballería, tenía un odio especial por Gaitán. “Tú, Gaitán, fuiste un gran hombre anoche, advirtiéndonos que no intentáramos nada”. Licona arrastró a Gaitán delante de todos, lo tiró al suelo y allí mismo lo iba a asesinar. Corrí y me empujé entre los dos hombres, quedando cara a cara con Licona. No tenía armas, nada, un hombre frente a otro. —Tendrás que dispararme antes de dispararle a él —dije, señalando a Gaitán en el suelo—. Licona me miró por un instante, desvió la mirada y retrocedió. Salió del edificio. Más tarde supe que corrió directamente al Comando Sur, suplicando ayuda. Las fuentes nos dijeron que la súplica de Licona obtuvo una respuesta sarcástica del general Marc Cisneros, jefe de las fuerzas del Ejército de EE. UU. en el Comando Sur. “Bueno, capitán”, dijo el general mexicano-estadounidense de una manera florida y dulce como la sacarina. Llegas un poco tarde. Tú y tus queridos amigos ya están rodeados abajo; no hay nada que podamos hacer para salvarlos ahora”. Licona huyó, algo cambió en la habitación. Giroldi y los demás se quedaron allí, esperando que yo hablara. Los miré a todos y hablé en voz alta para que el resto de los hombres me oyeran. “Tú no tienes el control aquí,” dije, mirando a Armijo. “Se están acercando refuerzos; los Machos del Monte ya están en camino. Las empresas están desertando. Es mejor que te enfrentes a la realidad —dije, señalando esta vez a Giroldi. Otro capitán entró en la habitación, agitado. “Vámonos de aquí, tomemos uno de los camiones”, dijo a un grupo de rebeldes. Comenzaron a subir a un transporte de tropas cercano a miembros del Estado Mayor, entre ellos Sieiro , Miguel, Alemán, Daniel Delgado, Carlos Arosemena , Moisés Correa, Theodore Alexander, Rafael Cedeño y el resto del Estado Mayor. Más tarde supe que este acto abortado era parte del plan para encarcelar a la mayoría de mi personal superior, los mayores y coroneles, y luego entregarme al teniente coronel Luis Córdoba ya mí por separado al general Marc Cisneros en el comando del ejército de los EE. UU. Tuve que actuar rápidamente. Me adelanté y comencé a dar órdenes. “Nadie se va de aquí; sal de esos camiones ahora; bájense de ahí —grité, empujándolos. “¡Ustedes no tienen la capacidad de levantarse contra este comandante, ninguno de ustedes!” Volví a gritar, mirando alrededor a todos ellos. "Ninguno de ustedes tiene las pelotas para ir contra mí". En todo el cuartel general, mis hombres estaban tomando la delantera. Entró uno de los lugartenientes de Giroldi . “Mayor, tenemos un muerto y otro herido; están empezando a hacerse cargo”, informó. “Tenemos que empezar a responder al ataque. Seremos masacrados aquí. “Mayor”, le dije a Giroldi, hablándole en un tono uniforme y suave. “Lo has perdido; no estás al mando. Tú y tus hombres debéis rendiros. Giroldi sabía que yo tenía razón. Tal vez pudiera manejar su propia unidad, pero no estaba a cargo de los hombres que nos rodeaban. Todo el mundo estaba vacilando. Pronto tuve más hombres en el suelo del cuartel general que los rebeldes. La estratagema de Marcela con los cohetes y el transmisor de códigos a la Sra. Dittea había funcionado. Los rebeldes estaban desertando frente a lo que pensaron que era un contraataque aéreo masivo. Estaban absolutamente angustiados. Eventualmente, Giroldi me llamó de regreso a la habitación lateral donde habían estado él y los otros rebeldes. "Está bien", dijo, "déjame ir, no sé a dónde ir, pero déjame ir". Lo miré y recuerdo sentir una mezcla de lástima y repugnancia. "Hombre, solo sal de aquí", le dije, agitándolo para que se fuera. En cuestión de minutos, sin embargo, estaba bajo arresto, capturado por algunos de mis hombres ahora victoriosos, que se habían levantado del suelo y se estaban sacudiendo el polvo. Las mesas habían cambiado. Los rebeldes huyeron o fingieron que nunca habían sido rebeldes. Buscaron amigos y pidieron perdón. Pero mis hombres rugieron con furia, sintiéndose al borde de la muerte. La adrenalina fluía. Vieron a Giroldi tratando de irse y, a pesar de sus protestas de que lo había despedido, lo arrastraron de regreso ante mí. “ Comandante , este hombre no puede ir”, dijeron. “Él debe pagar”. Giroldi tuvo mala suerte; su presencia se había convertido en un problema y mis opciones eran limitadas. “ Comandante , por favor, déjeme volver con mi esposa; ella me está esperando”, rogó Giroldi. “Giroldi”, le dije, “tú no actuaste solo en todo esto, ¿verdad? Quiero que me digas la verdad. Cuéntame todo sobre eso." Me fui caminando con él, no muy lejos de los demás. M oises Giroldi había sido un buen soldado, el hombre menos esperado para participar en un golpe. De hecho, había sido fundamental para sofocar el intento de golpe de 1988 de Macías, Villalaz y compañía. También había mostrado una gran lealtad y calidez personal hacia mí. Era agradable; no hablaba en exceso y cuando lo hacía era con precisión, muy despacio. Él había estado cerca de mí durante algún tiempo. No solo había sido el padrino de su boda no más de un mes antes, sino que mi esposa fue fundamental en la programación de la ceremonia. Giroldi y su novia, Adela Bonilla, vivían juntos desde hacía algún tiempo. Giroldi era el tipo de oficial que disfrutaba de la camaradería. Cada vez que se presentaba en la sede central, se aseguraba de venir a visitarme y pasarlo bien. La charla no fue personal, sino sobre asuntos militares. Consideré mi relación con Giroldi como una asociación relajada, cordial, respetuosa. Era difícil pensar que ahora era el líder de un golpe en mi contra, especialmente con la deferencia que seguía mostrando. Obviamente estaba nervioso y con algún tipo de medicación, lo que hizo que sus ojos parpadearan incontrolablemente. Pero me trató adecuadamente durante todo el intento de golpe y nunca me amenazó personalmente durante todo este levantamiento, aunque algunas personas afirman que ese fue el caso. Nunca me puso una ametralladora en la cara, nada por el estilo. Y, a diferencia de algunas versiones, nunca apunté con un arma a él ni a nadie más allí. A nuestro alrededor, había soldados borrachos, algunos más borrachos que otros. No Giroldi. Fue respetuoso y nunca llevó un arma durante el levantamiento. Me habían dicho que un médico había estado tratando a Giroldi por hipertensión, pero estaba tomando anfetaminas contra todo consejo médico. Su rostro estaba enrojecido y estaba agitado, más asustado de lo que cabría esperar de un soldado como él. Todo esto fue aún más confuso, considerando mi relación con el hombre. Durante mi breve conversación con Giroldi ese día, una cosa quedó clara: se había montado una conspiración considerable, en gran parte gracias a los esfuerzos de los estadounidenses. Giroldi fue solo el protagonista más visible de esa conspiración. Cuando comencé a darme cuenta de lo profundo que podía llegar esto, quise usar la información de Giroldi para erradicar a los conspiradores. Pero después de hablar por poco tiempo, hubo una interrupción. “ Comandante ” llamó a uno de mis hombres, mirando fijamente a Giroldi mientras hablábamos. "Te necesitan aquí". Inevitablemente, hubo acusaciones de que yo maté a Giroldi, pero no fue así; tampoco ordené su muerte. Tenía todas las razones para mantenerlo con vida. A pesar de que habíamos estado en una situación extremadamente tensa en la que los rebeldes lanzaron este asalto masivo contra nosotros durante horas, no era nuestra práctica asesinar a nuestros compatriotas panameños. A lo largo de la historia, la pena por tal rebelión fue el exilio, no la muerte. Cuando salí de la comandancia ese día, fue con el conocimiento de que cada uno tenía sus respectivas responsabilidades. Las investigaciones incluyeron un inventario del personal y el equipo: quién y qué faltaba. Estaba todo programado y no me correspondía a mí hacerlo; la cadena de mando significaba que recibiría y revisaría un informe de cada unidad. Pedí una idea de cuántos hombres estaban heridos, cuántos en el hospital, y luego dejé que cada uno hiciera su trabajo. Empezó a llover y comencé a caminar, tratando de alejarme de las inmediaciones generales de la sede. Mentalmente, ya me había recuperado y estaba pensando en el lado político de las cosas. Había ganado una batalla y vi que la cadena de mando estaba funcionando; Me había liberado de los portales de la muerte misma. El cuartel general estaba asegurado y mi dominio de la situación estaba completo. Regresé a mi oficina en Fuerte Amador, y mi personal arregló mi horario para que tuviera la máxima visibilidad y la gente supiera que estaba bien y firmemente al mando. Mi primera parada fue un mitin político en Santiago de Veraguas; mis seguidores estaban en la calle y hubo vítores y aplausos. Al caer la noche, todo el mundo estaba hablando de lo que había sucedido, reconstruyendo y muchas veces fabricando lo que había sucedido. Después de la muerte de Giroldi , a su esposa se le proporcionó alojamiento pagado por los Estados Unidos en el Hotel Chateaubleu en Coral Gables, Florida. Los diplomáticos estadounidenses alentaron a los periódicos estadounidenses a reunirse con ella. Ella les dijo a los entrevistadores que su esposo había dicho que podrían tener que matarme en el curso del golpe , no como un asesinato real, sino más bien como un ataque a la sede por parte de panameños, incitados por los estadounidenses, en el que Estados Unidos podría Mirar inocentemente las imágenes de las noticias de mi cuerpo siendo sacado del cuartel general. “Culpo a los norteamericanos por la muerte de mi esposo. Solo tenían que mostrar su poder y equipo y su golpe habría funcionado. No habría habido un enfrentamiento. Ningún panameño es tan estúpido como para enfrentarse a los norteamericanos”. Tras la invasión estadounidense, hubo una serie de juicios en Panamá, ventilando las muertes de Giroldi y los demás rebeldes. Fui juzgado en ausencia, lo cual no es sorpresa, ya que todos mis oponentes estaban en el poder. Los estadounidenses no habían logrado su objetivo: eliminarme, incitar a un asesinato desde adentro. Estados Unidos se dio cuenta de que no había encontrado los medios para deshacerse de mí. La violencia política había fracasado, las sanciones económicas habían fracasado, la opción militar había fracasado. La opción de que el gobierno en el exilio autorizara a Eduardo Herrera a regresar con un equipo de insurgentes había fracasado. Todas estas opciones, concebidas y pagadas por el establecimiento del gobierno de los EE. UU., con dólares de los impuestos estadounidenses, habían fracasado. Ahora sabían que tendrían que tomar el asunto en sus propias manos. Se prepararon para la invasión, pero hicieron un intento más de negociación; Un día después del golpe, Michael Kozak se puso en contacto con mi abogado estadounidense, Frank Rubino, y me pidió otra reunión. El problema era que todavía no podía aceptar que los estadounidenses me compraran. Cuando ese mensaje se hizo claro por última vez, la invasión era la única opción que les quedaba. A mediados de diciembre fui declarado jefe de Estado, porque la situación nos había llevado a lo que equivalía a un pie de guerra. Vivíamos en un estado de guerra, con provocaciones constantes de los estadounidenses, amenazas constantes, y esta era una medida de emergencia, una medida de guerra. Esto es lo que repetí el 15 de diciembre de 1989. Mis palabras fueron tergiversadas por la administración Bush, que buscaba todas las justificaciones posibles para invadir Panamá. Dije que existía un estado de guerra porque estábamos sitiados, pero no era una declaración de guerra. El discurso fue aprovechado por Estados Unidos, que hizo la absurda afirmación de que yo estaba declarando la guerra. Lo mismo ocurre con la otra imagen mía de esa época, mi aparición en una reunión de historiadores latinoamericanos, durante la cual me entregaron el machete que usaban los soldados que luchaban por la independencia con Simón Bolívar en Ayacucho, Perú, en el siglo XIX. A este Congreso Anfictónico de agosto de 1988 asistieron delegados de todos los países tocados por la marcha independentista de Bolívar. El machete es el símbolo de los hombres que lucharon por liberar a las Américas del dominio español; en Panamá es el símbolo del campesino, del derecho al trabajo del campesino y de su trabajo en la selva. Lo levanté en alto, como símbolo orgulloso de la independencia latinoamericana y panameña. Capítulo 12
En busca de la luz del día
Estaba solo en la mañana del 20 de diciembre de 1989 y miraba desde un promontorio que me dio un punto de vista cruel de la invasión. A un lado, al otro lado de los cerros, podía mirar en dirección a Tinajita, donde teníamos un cuartel mayor. Hubo un bombardeo aéreo, el sonido de los trazadores atravesando el cielo, fuego de armas pequeñas y explosiones. El cielo brillaba y se estremecía periódicamente. La invasión estaba en pleno apogeo y no había medios de control ni coordinación. Tras el enfrentamiento en el aeropuerto y nuestra huida del perímetro de la 82.a Aerotransportada, recibimos un mensaje de radio del hombre que identifiqué como JF, detallando los puntos de infiltración enemiga, incluida la posibilidad de que algunos de nuestros propios guardaespaldas hubieran sido comprados por el americanos. Ordené la dispersión de nuestras fuerzas y una defensa móvil, junto con la distribución de más de dos toneladas de armamento, incluyendo granadas y morteros propulsados por cohetes. Cerramos las comunicaciones para evitar la detección por monitoreo de radio. A partir de ese momento, nuestras fuerzas iniciaron, de acuerdo al plan, diversas operaciones de comando independiente de élite, comandadas por el Capitán Gonzalo González, el Capitán Heráclides Sucre, Gaitán, los especialistas en explosivos de Porfirio Caballero y el destacamento de escuadras alfa y beta del “Zorro de Plata”. ”, uno de nuestros mejores hombres. Para su propia protección y preocupación por las represalias, no identifico aquí a JF ni a Silver Fox. Paramos en la casa de Balbina Perinan . Ella estaba en un viaje oficial a Ecuador. Había varios combatientes armados allí, pero estábamos inmovilizados en la oscuridad total. A lo lejos se podían ver llamas provenientes del rumbo de Chorrillo; se podía oír el sonido de aviones y helicópteros, pero todo lo que podíamos hacer era agacharnos y esperar a que amaneciera para ver qué sucedía. Pasé la noche paseando, mirando por las ventanas, escuchando las explosiones. El ex presidente Solís Palma llamó desde Venezuela en un momento; Perinan contestó, pero la línea se cortó y el teléfono dejó de funcionar después de eso. San Miguelito ofrecía una vista a través de Tinajita, pero también hacia la ciudad de abajo. De repente, vi fuego trazador, el sonido de las armas y luego un helicóptero cayendo al suelo en llamas. La lucha fue particularmente feroz en nuestra vecindad. El estado mayor había ido a Tinajita, el último lugar donde debería haberse reunido el comando. El cuartel se necesitaba en un cerro en medio de humildes casas panameñas. Tomó una paliza. El primer ataque en Tinajita no alcanzó el cuartel y las bombas cayeron entre las casas cercanas, matando a civiles. La compañía con sede en Tinajita se conocía como Los Tigres . Por un tiempo, pudieron mantener a raya a los estadounidenses; a las 5:30 am, los helicópteros artillados habían dejado el cuartel en ruinas. Bush y su cobarde máquina de guerra utilizaron a Panamá para prácticas de tiro. Sosteniendo que tenían que destruir nuestra capacidad para luchar contra ellos en los cielos, por ejemplo, la Fuerza Aérea de EE. UU. eligió la base aérea de Río Hato para la primera prueba de guerra del bombardero Stealth en el mundo. Éramos un campo de pruebas para la Guerra del Golfo, que vendría después. Sin apoyo antiaéreo de ningún tipo, la impotencia se apoderó de los panameños, tanto del ejército regular como de los mal armados miembros de los Batallones de la Dignidad, que habían comenzado a oponer una resistencia desorganizada. Con nuestra estructura de mando recortada, sin esperar nunca un ataque aéreo, Panamá no pudo hacer nada contra la mayor potencia militar del mundo. Difícilmente una sorpresa. Fue una guerra de la noche a la mañana, llena de héroes panameños que enfrentaban adversidades insuperables, llena de vecinos y amigos atendiendo las necesidades de los combatientes y sus heridos, porque eran patriotas que creían tener el deber y el derecho de defender sus hogares, su tierra. y sus paisanos. Al amanecer, había muchos muertos. En términos panameños, la invasión fue para nosotros el equivalente a Pearl Harbor: un ataque aéreo fuerte y devastador. El Instituto de Sismología de Panamá reportó 417 explosiones de bombas en las primeras catorce horas de la invasión. Si hubiera sido un asalto terrestre, hubiéramos tenido la capacidad de defendernos mejor. Una cosa es cierta: el número de muertos —estadounidenses y panameños— tenía que ser más de lo que informaron las fuerzas armadas estadounidenses y el gobierno de oposición panameño instalado por ellos. En el lado estadounidense, cayó un número no informado de helicópteros. Yo vi dos en San Miguelito; hubo informes de dos o tres más durante el ataque a la comandancia y en Panamá Viejo, las ruinas de la antigua ciudad colonial de Panamá, que estaba siendo utilizada como escondite donde un pequeño grupo de mis hombres había estado realizando incursiones nocturnas y manteniendo contacto. Cuando empiezas a sumar estas muertes junto con las personas muertas en el aeropuerto en nuestra escaramuza, te acercas al número total de estadounidenses muertos durante toda la invasión: veintitrés. Tenía que ser más. Hubo sangre y destrucción del lado panameño. En los alrededores del complejo sede en Chorrillo, el fuego convirtió en cenizas a niños, madres, padres, ancianos, familias enteras mientras dormían; la gente pisoteó a los heridos mientras huían de las llamas. Cientos, quizás miles de muertos, mucho más que las 320 personas que los estadounidenses y sus desvergonzados títeres panameños afirmaron que habían muerto. Nadie ha podido determinar el número de panameños muertos. Los estadounidenses dijeron que los panameños prendieron fuego a su propia gente en Chorrillo. ¡Qué mentiras más cínicas y escandalosas! Los estadounidenses pintaron una imagen de los Batallones de la Dignidad como gánsteres que lucharon contra su propia gente. Esto fue pura propaganda, no mejor que cualquier cosa que los nazis y el Japón imperial usaron contra los estadounidenses en la Segunda Guerra Mundial. Cerca del amanecer, vimos descender tres helicópteros Blackhawk en un campo no lejos de la casa . Supusimos que estaban desplegando tropas en la zona. Era tiempo de moverse. La única opción era circular, buscar a nuestros hombres e intentar reconstruir un plan. Estábamos usando un taxi. Me había cambiado de mi uniforme a ropa de civil. Yo vestía jeans, una camisa y una gorra. También llevaba un arma, algunas granadas y otros equipos. Salimos a buscar a Gaitán y sus hombres, nuestros escuadrones especiales urbanos, pero todo era un caos en Ciudad de Panamá. Los estadounidenses habían eliminado las comunicaciones a larga distancia. La televisión y la radio ya habían sido requisadas por ellos, y estaban transmitiendo propaganda y desinformación sobre la lucha y sobre quién se había rendido. Estaban usando una canción popular panameña llamada “ El Fugitivo ” como señal de que aún no me habían encontrado. Todo era una guerra psicológica controlada por las fuerzas de ocupación. Anunciarían, “Fulano de tal se ha rendido y está en tal embajada”, que “Fuerzas Libertadoras están limpiando operativos guerrilleros aislados” en Colón. Entre noticias ponían “ El Fugitivo ”. Todavía no pudieron encontrarme. Cambiamos nuestra base de operaciones a una casa cerca de la Iglesia de San Francisco. Traté de planear una estrategia de qué hacer a continuación. Uno de los que me acompañaban votó para que dejáramos de intentar pelear. “ Jefe , esto no va a funcionar”, dijo. “Tienes que ir a la embajada de Cuba. Estarás a salvo allí. Acéptalo, todo ha terminado”. Dije que no. Lo mejor era montar operaciones en las montañas. Había recibido información diciéndome que la costa estaba libre para la embajada de Cuba. Mi familia estaba allí y podría haberme colado y pedir asilo. Hablamos por teléfono con el embajador cubano, Lázaro Mora, quien dijo que aceptaría cualquier decisión que tomara. “Tenemos que llegar a las colinas y establecer una base”, dije. “Tenemos que reagrupar nuestras fuerzas”. Hicimos contacto telefónico con algunos de nuestros aliados políticos y les propusimos ir al palacio presidencial, pero a la mayoría no le gustó la idea. Hablamos con Darisnel Espino, quien informó sobre un enfrentamiento entre soldados estadounidenses y un grupo de civiles y militares panameños encabezados por Luis Córdoba y Nivaldo Madrinan , quienes se encontraban recluidos en el edificio Avesa de la avenida Vía Brasil . No hubo descanso; Tenía que encontrar una forma de escapar de la ciudad. A la mañana siguiente, los estadounidenses reforzaron su dominio de la situación. Habían iniciado búsquedas casa por casa en busca de cualquier persona a la que pudieran interrogar y, sobre todo, información sobre mí. Después de un tiempo, se volvió demasiado peligroso. Tuvimos que mudarnos. Operamos entre varias casas de seguridad y también usamos el cementerio en Río Abajo. Teníamos que tener mucho cuidado, por temor a que cualquier actividad sospechosa alertara a los estadounidenses. Intentamos mantenernos alejados de las ventanas, evitar conversaciones en voz alta, limitar el uso de agua corriente y baños. Todo lo que podíamos hacer era esperar a que cayera la noche. Cada vez más gente se aventuraba a salir a la calle; Los parlamentarios estadounidenses estaban en todas partes. Establecimos un canal de comunicación utilizando dos mujeres, con el nombre en clave “ Micaela ” y “ Garganta ”. Reenviaron mensajes desde y hacia el esposo de Micaela, quien se quedó al lado del teléfono. Recibimos un informe en la noche del 20 de que dos tanques estadounidenses y transmisores de radio habían sido destruidos y que hubo varias bajas estadounidenses. Pudimos confirmar el transporte de armamento pesado a lugares clandestinos para su eventual uso contra los invasores. Un mortero operó durante un tiempo desde el patio interior del Instituto Nacional, la escuela secundaria a la que asistí. Mientras el nuevo gobierno instalado por Estados Unidos tomaba juramento en una base estadounidense en la antigua Zona del Canal, unidades del batallón Machos del Monte lanzaron un ataque que les impidió llegar al edificio de la asamblea legislativa. También hubo varias acciones que no se llevaron a cabo, entre ellas un ataque en Colón a las esclusas de Pedro Miguel. Negamos el permiso para llevar a cabo esta misión, para evitar la muerte de trabajadores panameños allí. Además, una unidad de comando irrumpió en el hotel Marriott a lo largo del paseo marítimo y tomó como rehenes a periodistas estadounidenses. Afortunadamente, el líder del grupo no les hizo daño; el único periodista asesinado durante el ataque fue un fotógrafo español asesinado por el ejército estadounidense. En un momento llegué a un teléfono y grabé un mensaje que se transmitió un rato en Radio Libertad, que todavía nos apoyaba. Era básicamente un grito de guerra, llamando a los panameños leales a oponerse a la invasión de cualquier manera posible. Mario Rognoni, un antiguo miembro del PRD y un fuerte partidario, estaba en la estación de radio, junto con Rubén Murgas. Murgas y Rognoni dijeron que el presidente, Francisco Rodríguez, también había grabado un mensaje al aire. Ahora, sugirió Rognoni, deberíamos intentar una transmisión en vivo. Estuve de acuerdo y comenzamos a hablar. En cuestión de minutos, escuché un pop en la línea telefónica y una tremenda explosión en la distancia. Los estadounidenses, siguiendo la transmisión, habían bombardeado la estación de radio. Me quedé sosteniendo el teléfono. Rognoni, me enteré más tarde, resultó ileso en el ataque. La noticia era sombría y desmoralizadora. Fue abrumador. Hubo cada vez menos informes de combates, y la mayor parte de la resistencia restante involucró escaramuzas o ataques de francotiradores. Estaba tratando de llegar a Chiriquí. La acción guerrillera era la única alternativa en este punto. Sin embargo, quería ser pragmático: estaba buscando probabilidades a mi favor. Aunque teníamos un buen acopio de municiones, los encargados de distribuirlas no lo habían hecho, ni a los soldados en casa ni a los reservistas ni a los miembros de los Batallones de la Dignidad. Ninguno de nuestros seguidores potenciales estaba armado, aunque muchos venían buscando armas. En Ciudad de Panamá, en Chiriquí, esparcidos por todo el país, se encontraban importantes arsenales de armas. Los escondites permanecieron escondidos, sin usar y sin ser detectados. Chiriquí, Río Hato y Batallón 2000, por ejemplo, nuestras mejores unidades de combate, tenían un escondite de sesenta mil fusiles, ochenta toneladas de municiones, lanzacohetes y morteros. Los invasores nunca descubrieron los arsenales de armas, ni nuestros almacenes de municiones. El jefe del Comando Sur de EE. UU., el general Maxwell Thurman , “ Mad Max”, como lo conocían sus tropas, se quedó sin palabras cuando nuestros hombres finalmente se rindieron e identificaron los arsenales de armas. “Bueno, todo esto debe haber sido contrabando, destinado a la venta en el mercado internacional”, dijo. Pero estaba equivocado. Era nuestro propio material, para nuestro propio uso. Nunca tuvo ni idea. Thurman murió en 1995. Si se hubiera podido organizar una retaguardia en Chiriquí y Veraguas con mandos en las demás provincias, nos habríamos reagrupado. Pero todos nuestros comandantes y personal provinciales estaban bajo una tremenda presión. El general Marc Cisneros, el jefe del Ejército de los EE. UU. en Panamá, estaba trabajando con el arzobispo McGrath para negociar la rendición sin más resistencia, acercándose a los comandantes de zona uno por uno, argumentando que la resistencia era inútil y solo resultaría en más derramamiento de sangre. Amenazaron con bombardear Chiriquí, Bocas de Toro y otras ciudades si los comandantes no se rendían. Lo que la Iglesia argumentó fue quizás cierto: se salvaron vidas. Pero también era cierto que McGrath era colaborador de un ejército invasor. No fue una sorpresa; nunca se consideró panameño. Mientras todo esto sucedía, Bush apareció en la televisión para elogiar a las tropas invasoras y decir que su cobarde invasión —todo lo que un cobarde con complejo de inferioridad podía ser capaz de hacer— era una liberación. La misión, dijo, era capturarme y “llevarme ante la justicia”. Él estaba mintiendo. Los americanos, con sus doce mil soldados estacionados permanentemente en Panamá, no necesitaban enviar otros veinte mil hombres si el objetivo era realmente capturarme. Si ese fuera el caso, podrían enviar cien hombres o Delta Force para capturarme o, más probablemente, matarme. Si matarme es lo que quieres hacer, pones un precio de un millón de dólares por mi cabeza y le pagas a alguien para que lo haga. Si quieres capturarme, ofreces los mismos dos millones de dólares con los que me ibas a pagar y te ahorras todo el dinero que los contribuyentes americanos tuvieron que invertir en su pequeña invasión. La razón por la que los estadounidenses no hicieron esto fue orwelliana. Los estadounidenses tienen una ley que prohíbe el asesinato de líderes extranjeros. Evidentemente, por supuesto, no tienen ninguna ley que prohíba invadir un país soberano y matar a cientos de hombres, mujeres y bebés. No, la invasión no pretendía capturarme. En cualquier caso, me querían muerto como si hubieran muerto al primer ministro Maurice Bishop de Granada. La invasión tenía la intención de destruir las Fuerzas de Defensa de Panamá y garantizar que el Canal de Panamá estaría en manos amistosas y amantes de los anglosajones de un gobierno títere panameño para cuando Estados Unidos lo entregara el 31 de diciembre de 1999. . El sábado 23 de diciembre, las comunicaciones estaban aisladas y pudimos ver que estábamos cada vez más cercados. Sabíamos que los estadounidenses estaban realizando búsquedas casa por casa en su intento de localizarme. Atacaron una casa en San Miguelito, destruyeron la casa memorial Torrijos en la calle 50 y varias más, con base en información sobre dónde me había refugiado. Cuando el círculo se estrechó aún más, nos mudamos a lo que sabía sería el lugar más seguro que podríamos encontrar: el cementerio de Río Abajo. Estaba seguro de que los estadounidenses estarían demasiado asustados para entrar allí de noche: los estadounidenses tienen miedo a la muerte incluso durante el día, y mucho menos en las sombras. (El mejor seguro es siempre quedarse en un cementerio. Está probado y comprobado con el tiempo. Pero sé que después de que los estadounidenses lean esto, lo pondrán en su manual de procedimientos: “¡Registren los cementerios durante la noche!”. Obligue a un escuadrón de soldados temblorosos a registrar cada cementerio, y los hombres se asustarán más allá de lo creíble por el silencio y la paz que encontrarán allí. Considérenlo como una pista para la próxima invasión). Evidentemente, la ciudad fue subyugada la tercera noche después de la invasión. Casi no escuché disparos, solo el sonido de un automóvil ocasional, helicópteros sobrevolando y los motores incesantes de un avión que manejaba las comunicaciones y rastreaba la ciudad. Estuvimos analizando varias opciones. Primero, recibí información del mismo contacto que había usado cuando comenzó la invasión. Esta vez, desde el interior de la embajada de EE. UU., llegó el mensaje: “Salir del campo de batalla. ¡Evasión y escape o muerte!” Desde la embajada de Cuba llegó la noticia de que la situación seguía siendo peligrosa y amenazante, que las tropas estadounidenses aún tenían el edificio sitiado. También se habló de a qué hora los guardias que rodean la embajada serían menos numerosos: el embajador Mora aprobó la opción de que fuéramos allí. Pero mi intuición me dijo que descartara esta opción, no quería crear un pretexto para un ataque estadounidense a los cubanos. De hecho, los emisarios del Vaticano me dijeron más tarde que Thurman dijo que habría atacado la embajada cubana para detenerme, entendiendo que se trataba de una violación tan flagrante como la ocupación iraní de la embajada estadounidense en Teherán diez años antes. La embajada de Libia también fue amenazada y sitiada. Varios de mis escoltas circularon por la ciudad y pudieron analizar los tranques estadounidenses y los equipos que me buscaban. Volvieron corriendo a por mí, temiendo lo peor. La ciudad fue rodeada y nuestra vía de escape a Chiriquí fue cerrada. Decidimos mudarnos. Sin embargo, antes de hacerlo, me transmitieron un mensaje de que monseñor José Sebastián Laboa, el nuncio papal, quería hablar conmigo. Había mantenido contactos con Laboa anteriormente y nos habíamos llevado bien. Era digno de confianza, pensé, siendo un hombre de gala y no necesariamente vinculado políticamente con el arzobispo colaboracionista de derecha. Al recordar el episodio de Laboa, recuerdo lo que me dijo un conocido, empresario, Roberto “Papa Bobby” Motta: “Tony, hay tres tipos de verdad en el mundo: tu verdad, mi verdad y la verdad”. La verdad de Laboa era que me iba a ayudar como a un amigo, después de haber regresado de sus interrumpidas vacaciones en Europa, y que podía recogerme sin ser detectado en su limusina y colarme en la embajada del Vaticano para una reunión para discutir la situación. En ese momento, la ciudad estaba tan apretada que viajar, con o sin mi disfraz, era imposible. Debía enviar un auto al estacionamiento de la tienda libre de impuestos en Río Abajo. Habíamos tomado un punto de vista en nuestro automóvil que nos dio una vista del estacionamiento sin tener que salir a la intemperie. A la hora acordada, nos sentamos en el auto, observando el estacionamiento desde una distancia segura. El coche no había llegado. Dimos vueltas y dimos la vuelta a la manzana, pero todavía no había ningún coche. “Vámonos de aquí”, dijo uno de mis escoltas, Ulises Rodríguez. “No creo que debamos estar haciendo esto; podría ser una trampa. La cuarta vez que dimos la vuelta, decidí salir a la intemperie y buscar el auto. Me habían dicho que el mismo Laboa me estaría esperando. Mi plan era usar el auto para salir del área y no ir con él a la embajada. Con la protección diplomática, consideré ir al escondite de Panamá Viejo. También supe que el Teniente Coronel Córdoba y el Teniente Coronel Madrinan operaban libremente con su pequeña escuadra. También tenía otros planes, pero ninguno de ellos incluía ir a la embajada del Vaticano. Desde mi perspectiva ahora, estoy convencida de que Laboa sin querer me salvó la vida al desviar mis planes. Finalmente , vi la limusina del nuncio, la bandera del Vaticano en el parachoques izquierdo. Me acerqué y vi a dos hombres al frente, un conductor y un hombre que supuse que era Laboa. Abrí la puerta trasera. Miré más de cerca al hombre con túnica de obispo y descubrí que no era Laboa sino el padre Javier Villanueva, un español que era el ayudante de McGrath y un abierto oponente mío. En la limusina también iba la secretaria de Laboa. Mi corazón se hundió y podría haber salido corriendo por la puerta si Villanueva no me hubiera dado una explicación, y si no hubiera visto que el hombre con túnicas sacerdotales que conducía el auto era en realidad un teniente de mi contingente de seguridad. Me sentí algo aliviado y sonreí. “Monseñor Laboa me mandó a buscarte”, dijo Villanueva, tratando de disipar mis temores. Te está esperando en la nunciatura. Me sentí un poco más relajado, pero todavía no confiaba en Villanueva. Sabía que él había sido uno de los que había utilizado el púlpito, en su caso la Iglesia de Cristo Rey, como foro político, arengando contra los militares y el gobierno y llamando abiertamente a la protesta. Todavía llevaba mi arma, algunas granadas y un AK-47, y los traje en el auto conmigo. Ulises Rodríguez también empezó a subir al auto, pero el hombre disfrazado de adelante lo detuvo. “Usted no puede entrar, solo el general”, dijo con voz áspera y ronca. “Cuidado, dijo el escolta y nos siguió. Justo después de subir al auto, vimos pasar un convoy fuertemente armado cargado con pistolas, rifles y visores telescópicos y de visión nocturna. Se dirigieron directamente a la calle sin salida de la que acabábamos de salir minutos antes. Los estadounidenses allanaron el chalet donde nos habíamos alojado, pero encontraron pocos rastros de mi presencia: una boina roja con la palabra COMANDO escrita y un par de botas negras de paracaidista que había usado. “Negativo, fugitivo de la misión”, informó el soldado estadounidense al cuartel general de la invasión. La operación especial de emboscada había fracasado una vez más. En la confusión, dimos vueltas sin un destino obvio. "¿Me vas a llevar a donde quiero?" Le pregunté a Villanueva. “Reunámonos primero con el monseñor. Acaba de regresar a la ciudad para reunirse contigo. Bueno, pensé, la embajada del Vaticano es un refugio seguro y no tenía nada de malo ir a hablar con Laboa. De mis pocas opciones, al menos era una puerta abierta, aunque todavía no pensaba en el asilo. Condujimos por calles con barricadas. La ruta fue tortuosa, pero en cuestión de minutos llegamos al patio de la embajada del Vaticano. Uno de los primeros hombres que vi en la puerta principal no era otro que Eliécer Gaitán. "¿Qué está sucediendo?" Le pregunté. “El nuncio está adentro”, fue todo lo que dijo. Iba a buscar mi rifle, pero Gaitán dijo que me lo traería. “Lo sacaré cuando pongan el auto en el garaje”, dijo. Entré y me encontré con una escena ocupada. Había muchas otras personas allí, todas vestidas de civil. Estuvieron presentes el Padre Velarde, quien fue nuestro capellán; Jaime Simmons, un destacado banquero, y sus hijos; Gaitán y diez miembros de ETA, el movimiento vasco español, que habían recibido asilo en Panamá. También había un extraño cubano al que no conocía. Pero una vez dentro me dijeron que Laboa no estaba. —Vengo a hablar con Laboa —dije—. "¿Donde esta el?" “Tenía que salir, pero volverá”, dijo uno de los ayudantes del obispo. Tuve poco tiempo para reaccionar a lo que dijo, porque pronto me percaté de un sonido retumbante lejano, cada vez más cercano, ganando volumen. Era el sonido de equipos pesados afuera, tanques retumbando a lo largo de la calle. Empecé a salir para recuperar mi arma. “No te preocupes, lo conseguiremos más tarde”, dijo la secretaria de Laboa. La limusina se alejó y el sonido de la maquinaria se hizo más fuerte. Los tanques se acercaban a las puertas. Lo que había visto como una puerta abierta era una trampa cuidadosamente diseñada, junto con la perspectiva que se me ofrecía de que algo bueno saldría de esto. No iba a haber negociaciones, ni una simple pequeña reunión, y evidentemente no había escapatoria. Estaba rodeado, gracias a los traidores que trabajaban para los estadounidenses.Capítulo 13
Atrapado en la trampa
Escuché el sonido de aviones, más tanques y soldados moviéndose, instalando barricadas. Parecía que en un instante habían organizado un sitio en el lugar, completo con altavoces que gritaban órdenes. Sólo entonces apareció Laboa. “Estaba fuera del país cuando sucedió todo esto, y corrí de regreso”, dijo, llevándome a una pequeña antesala en la planta baja. “Pensé que tal vez podría ser de alguna ayuda. ¿Puedo ofrecerle un poco de vino? Tenía sed y dije que prefería una cerveza. No hubo ninguno. “Obviamente estás cansado; por qué no te sientas aquí y descansas un rato y te preparamos la habitación”, dijo Laboa. “Monseñor McGrath se había estado quedando aquí, pero ahora se ha ido”. "¿Qué pasa, no quería verme?" Pregunté, haciendo una pequeña broma. “Bueno, ya sabes cómo es”, dijo Laboa, haciendo una mueca. “No quiero que me consideren aquí bajo asilo”, dije. “No quiero que le digas a nadie que he pedido asilo, porque no lo he hecho. Estoy aquí en contra de mi voluntad. No le digas a nadie que he venido aquí en calidad de funcionario. “Pero ya les he dicho a los estadounidenses que estás aquí”, dijo. Salí al salón principal de la embajada. Me llevaron a un dormitorio en el piso de arriba que, obviamente, acababa de ser abandonado por McGrath. Todavía tenía el olor fétido del humo del cigarrillo. Pude ver que el eclesiástico había estado usando la embajada del Vaticano como puesto de mando. En su prisa por no verme, había dejado varias cosas sobre el pequeño escritorio: notas con nombres y mensajes, varios números de teléfono. Irónicamente, el chico que limpiaba la habitación era el ahijado del presidente recién instalado, Endara. Se llevó todos los papeles. Me senté y comencé a hacer algunas llamadas telefónicas. Villanueva ordenó rápidamente que se quitara el teléfono. Con el tiempo, se hizo evidente que la preocupación de Laboa no era actuar como un negociador neutral sino concentrar todas sus energías en convencerme de que abandonara la lucha. Durante este tiempo, creo que Laboa en realidad estaba en peor forma que yo. Primero estaba el tema de la música rock ensordecedora. Los estadounidenses colocaron enormes altavoces afuera y comenzaron a reproducir un ruido abrasador y diabólico casi inmediatamente después de que sitiaron la embajada. Era un estruendo rugiente y alucinante, aunque yo estaba perdido en mis propios pensamientos y meditaciones y presté poca atención. Había varias monjas que servían como cocineras y ayudantes en la residencia, y todas estaban muy tensas y angustiadas. Pero ninguno tanto como Laboa, quien realmente fue el que se desmoronó bajo la torturante música. Apeló directamente a Cisneros para que cortara la música, diciendo que no podía pensar en negociar con ese ruido infernal. Más tarde pudimos reconstruir el juego de los americanos. Nuestro embajador en Suecia, Elmo Martínez, tenía un apartamento muy cerca del enclave del nuncio. Elmo, que estaba en casa de permiso, podía concentrarse en la calle de abajo y observar cómo Laboa y Villanueva se reunían con los estadounidenses. Villanueva, en particular, pasaba información diariamente al Ejército de los EE. UU. sobre todo lo que estaba sucediendo dentro de la embajada del Vaticano. Villanueva era un hombre muy nervioso, de los compulsivos. Era una serpiente, maleducado y detestable con la gente de la embajada, engañoso y distante en su forma de hablar. Pude ver que era un informante, que estaba contando absolutamente todos los detalles de lo que estaba pasando; cualquier cosa que alguien dijera sería informada a Cisneros. Dio informes escritos a Cisneros, habló con Cisneros. Si usábamos el teléfono, bajaba corriendo inmediatamente a la puerta, llamando a los americanos. Como colaborador que era, también dibujó un mapa que mostraba el diseño de la embajada, incluida la ubicación de mis habitaciones, para que los estadounidenses pudieran planificar lo que querían hacer. Tenemos fotos que muestran a Villanueva reuniéndose con los estadounidenses en la puerta de la embajada, entregándoles el mapa. Mi habitación estaba en la parte trasera, flanqueando a otro edificio. Justo detrás de la habitación había un estacionamiento. Una vez informados por Villanueva, se reubicaron con equipos de monitoreo y teléfonos para estar lo más cerca posible de mí. Aunque era obvio que Villanueva me estaba informando, hizo esfuerzos por hablarme. Se le vio discutiendo con los asistentes de Laboa e hizo todo lo que pudo para desvirtuar su autoridad. Los exiliados vascos lo detestaban especialmente. Actuó como si se supusiera que nos conociéramos, pero le dije que ni siquiera había visto una foto de él antes. “El general Thurman está muy molesto porque pudiste escapar de su vigilancia”, dijo. Nos ha pedido a monseñor Laboa ya mí que te entreguemos para bien o para mal. "¿Y quién diablos se supone que eres, de todos modos?" —pregunté con sarcasmo, copiando el tono con el que los vascos trataban a Villanueva. “No es una sorpresa; sois como los vascos —dijo—. "Tú eres uno de ellos. Llevas diez años protegiendo a esos desgraciados. Pero yo soy el representante del arzobispo McGrath”. “¿Por qué no vas a saludar a Thurman y Cisneros de mi parte?” dije, desdeñosamente. “Dígales que el tipo que se suponía que debían matar está vivo y bien”. Todos los días, rodeados, podíamos escuchar los tanques y los aviones y helicópteros y el sonido de los gritos de los manifestantes, los mismos manifestantes de siempre, con sus lujosos autos. La pobre gente no estaba a favor de esto, ni tenían nada que celebrar después de que los estadounidenses invadieran sus barrios y mataran a sus amigos y familiares. A medida que pasaban los días, me preguntaba cuánto duraría el enfrentamiento. Una posibilidad era que los estadounidenses eventualmente bajaran la calificación y bajaran la guardia; Tendría que esperarlos. Alternativamente, si tuviera que rendirme, al menos me entregaría a un panameño. Pero los panameños colocados en el cargo por los estadounidenses no querían eso. Su fiscal general, Rogelio Cruz, dijo que si me entregaba a las autoridades panameñas, no tendrían forma de entregarme a los estadounidenses; los panameños definitivamente querían que los estadounidenses me llevaran y resolvieran su problema. Le pregunté a Gaitán si sabía dónde estaban las armas que yo había traído a la embajada, las granadas, la ametralladora AK.- 47. Dijo que se habían ido; alguien los había entregado a los estadounidenses. Tuve acceso a otra arma, una Uzi, gracias al teniente coronel Arnulfo Castrejón, quien había llegado a la residencia de la Iglesia tiempo después que yo. Pudo pasar de contrabando el arma a través de su hermano, un médico, que lo visitaba a diario. Finalmente, permitieron que el hermano se llevara a Castrejón a casa y la Uzi se quedó conmigo. Hice lo mejor que pude para ocultarlo, pero esto no fue fácil. Estaba en una habitación muy escasamente decorada, con un escritorio, una cama y nada más. Así que lo puse entre los colchones de la cama. Consideré a la Uzi un arma defensiva y, dadas las circunstancias, rodeado por las fuerzas armadas estadounidenses, esto parecía lógico. Ni por un instante consideré tomar rehenes, ni matar a Laboa ni a nadie, aunque el propio Laboa me dijo que los estadounidenses estaban haciendo circular esos rumores. Laboa se rió de la idea. Sabía que esto era algo que yo nunca haría. Ni por un instante pensé en suicidarme. No puedo identificarme con la idea de suicidarme; Estaba usando mi materia gris para idear un plan de escape y estaba analizando las probabilidades de salir con vida. La muerte solo sería una opción en la línea de fuego. Finalmente, el 2 de enero, Laboa convocó a reunión. Gaitán y el Coronel Nivaldo Madrinan , el único otro oficial de alto rango en la embajada conmigo, también estaba allí. Dijo que no veía otra opción que que me agarraran los americanos, porque al día siguiente me iban a quitar la inmunidad y las puertas estarían abiertas. “Los estadounidenses dejarán entrar a la mafia”, dijo. “Harán lo mismo que le hicieron a Mussolini”, es decir, me colgarían y me dejarían colgado a la vista de todos. “Pero, ¿cómo pueden los estadounidenses declarar que esta residencia ya no tiene inmunidad?” Yo pregunté. “No depende de ellos”. “Bueno”, dijo, “no hay nada que pueda hacer”. De hecho, una vez que decidió invadir Panamá, George Bush pisoteó todo el derecho internacional, junto con sus nuevos aliados instalados en la cancillería panameña. Desobedecieron la inmunidad diplomática, allanaron la embajada de Nicaragua, abusaron del embajador cubano y violaron los terrenos de la embajada de Libia. Habían organizado una turba frente a la embajada peruana, donde se habían refugiado algunos oficiales de las PDF; la gente en la multitud arrojó cócteles Molotov, amenazando con asaltar el lugar y sacar a los exiliados. Le recordé a Laboa que al comienzo del calvario en la embajada me había leído con orgullo una salutífera carta de la abogada panameña Dra. Materno Vásquez felicitándolo por ofrecer asilo, informándole sobre los principios del derecho internacional y los pormenores de la Corte de Ginebra y describiendo cómo estos principios ofrecieron una base legal para lo que estaba haciendo como jefe de una misión diplomática. Le recordé la respuesta diplomática inicial del Vaticano, invocando mi derecho a obtener refugio, justo cuando Estados Unidos en ese mismo momento estaba ofreciendo refugio a un disidente chino en Beijing, a pesar de las exigencias del gobierno chino. Llamé al embajador de Cuba, Lázaro Mora, y le pregunté si estaban haciendo lo mismo en la embajada de Cuba; es decir, amenazando con quitarle la inmunidad. "¡No!" dijo enfáticamente. “No pueden hacer eso…” y la línea telefónica de repente se cortó. Había aprovechado que Cisneros estaba prendiendo las líneas telefónicas para arreglar los uniformes que me traerían cuando me capturaran y estuvieran bajo su custodia. Sin embargo, cuando los estadounidenses escucharon la esencia de la conversación, la línea se volvió a desconectar rápidamente. Madrinan empezó a protestar y Laboa estaba listo para discutir. El obispo buscaba el apoyo de mis ayudantes; rendirse, dijo, era la única opción. "¿Qué pasa con España?" Yo pregunté. “Se niegan a darte asilo”, dijo Laboa, quien era amigo cercano del embajador español. "Está bien, ¿qué pasa con Cuba?" Laboa nunca me dio una respuesta. Obviamente, nunca contactó a la embajada de Cuba, aunque Mora estaba dispuesto a aceptarme. La verdad fue que Estados Unidos dejó claro que no querían que nadie me ofreciera asilo. Salí de la reunión y comencé a prepararme mentalmente para lo que probablemente vendría. Sabía que tenía un arma para defenderme. La Uzi era mi seguro, pensé, porque si la mafia o los estadounidenses iban a entrar, al menos tres o cuatro irían conmigo antes de que me lincharan. Ese era el plan estadounidense, no el plan panameño. Thurman le planteó la idea a Laboa. Una vez eliminadas las salvaguardias diplomáticas, encontrarían un pretexto para disparar. Thurman advirtió que no haría nada para bloquear a la turba de cincuenta a setenta personas que tenían llamando a la embajada; fue Thurman quien sacó a relucir el espectro de Mussolini y la turba del linchamiento. Subí a mi habitación y busqué entre los colchones. Mi Uzi se había ido. Alguien lo había encontrado y se lo había entregado a Marc Cisneros. Me quedé pensando en lo que había dicho Laboa. “Míralo como perder una batalla”, dijo. “Acéptalo y prepárate para la batalla legal que se avecina. La única forma ahora es el recurso legal: justicia imparcial, no contaminada por la política. Tus abogados me han estado llamando y te esperan con optimismo para la lucha legal que se avecina”. Mirando hacia atrás, mi elección era la captura por parte de los estadounidenses o enfrentar un futuro a largo plazo allí en la embajada del Vaticano o, tal vez, un eventual ataque de los estadounidenses. No podía culpar a Laboa por lo que había pasado. Lo conocía desde hacía mucho tiempo; antes de esto, nuestras relaciones siempre habían sido profesionales y honestas. Habíamos trabajado con él en investigaciones delicadas, y cuando nos pidió que guardáramos confidencias, lo hicimos y lo seguimos haciendo. Era un hombre afable, generoso anfitrión y buen conversador. Laboa cumplió las instrucciones del Vaticano en la medida de sus posibilidades, basándose en el derecho internacional. En muchos sentidos, Laboa me salvó la vida. Pero fue víctima de la intriga. Analizando las cosas lo más desapasionadamente que pude, era obvio que Laboa, presionado por McGrath, Cisneros y Thurman, había decidido entregarme a los invasores estadounidenses. No estaba esperando a un emisario del Vaticano, un sacerdote también especialista en derecho internacional, que había sido enviado para reunirse con nosotros y ayudar a analizar el caso. Entendí el perfil psicológico de Laboa; Sabía que estaba nervioso y vacilante en sus decisiones políticas. Esto era algo que McGrath también sabía. Laboa tenía otra debilidad: temía la crítica pública. Terminó siendo lastimado por todo el asunto. El Vaticano lo transfirió a Paraguay, la degradación a un puesto distante aparentemente una reprimenda. Desde allí, envió un mensaje a través de un amigo panameño en común, Lissf Arrocha : “Dígale al general que tiene mi admiración. Envíale mis saludos y dile que lo siento. Quedarme en Panamá bajo la jurisdicción del gobierno no era una opción legal: el fiscal general, Rogelio Cruz, se negó a asumir responsabilidad alguna, aunque sostuvo que tenían cargos pendientes en mi contra en el caso Spadafora y otros. Al día siguiente, 3 de enero de 1990, todo se hizo con precisión. Todo lo que hizo y dijo Laboa fue parte de una tapadera para preparar el camino, psicológicamente, para entregarme. Lo mismo dijo Laboa después, que tenía que usar un poco de psicología sutil para poder cumplir su misión. Me trajeron un uniforme. Me cambié y bajé como a las 6 de la tarde. En la puerta se había formado una cola, primero las monjas, las vascas, las panameñas y finalmente Villanueva. Fue profundamente conmovedor y las emociones humanas fueron variadas: lágrimas, fuertes apretones de manos, abrazos casi sofocantes. La mujer de uno de los militantes de ETA pidió que no me delataran. Al final de la fila, Villanueva me tendió la mano. Lo miré y dije en voz lo suficientemente alta para que todos escucharan: “Nos volveremos a ver”. Recordé lo que me había dicho Laboa: “Nuestra única seguridad y lealtad es que Dios nunca nos abandonará”. Me dio una Biblia y colocó un rosario con una cruz alrededor de mi cuello. Me obligaron a subir a un helicóptero estadounidense al comienzo del viaje a Miami. Los detalles posteriores a mi captura han sido bien documentados. La verdadera historia de cómo el sistema de justicia estadounidense me llevó a una larga pena de cárcel no la han dicho.Capítulo 14
Los Judas no se
hacen, nacen
Una vez que estuve en sus manos, Estados Unidos tuvo que decidir qué harían conmigo. Su verdadero plan había sido matarme y culpar al fragor de la batalla. Ahora, bajo custodia, era demasiado visible para que me mataran directamente. Invirtieron mucho tiempo y mucho dinero en su invasión, y ahora estaban invirtiendo aún más tiempo y dinero luchando para resucitar su acusación de drogas defectuosa e insoportable en mi contra. La acusación por drogas de 1988 tuvo poca importancia para mí, pero pronto comprendí que esto era lo que usarían para justificar mi detención. Recordé conversaciones con contactos de la DEA y la CIA, quienes coincidieron en que había evidencia documental que mostraba cómo había trabajado con los Estados Unidos para detener el tráfico de drogas. Ray Takiff, el abogado entusiasta que había tratado los cargos en varios foros internacionales en mi nombre, estaba extrañamente ausente cuando llegué a Miami y me llevaron ante un juez federal alto y canoso llamado William Hoeveler. Mi último contacto con Takiff fue cuando me llamó a la embajada del Vaticano, aconsejándome que me rindiera, diciendo que estaba preocupado por mi seguridad. Lo que Takiff se olvidó de decirme fue que había estado trabajando como informante pagado para la oficina del fiscal federal en Florida durante varios meses. No mencionó que tenía dos empleadores: el gobierno de los EE. UU. y yo. De repente, me encontré en los Estados Unidos. Aislado, ignorante del sistema legal estadounidense, descubrí para mi sorpresa que Takiff ya no era mi abogado. En la corte conocí a otro de mis abogados, Neal Sonnett, quien me dijo que renunciaba al caso, me dio su tarjeta de presentación y me dijo que podíamos hablar en privado por teléfono. No tenía idea de lo que estaba hablando y nunca lo llamé. Quedaron Frank Rubino, Steve Collin, Jack Fernandez, la gerente de la oficina Cristina Machin—Jack y Cristina eran los únicos miembros del equipo que hablaban español—y Jon May, a quien nunca antes había visto. Mi secretaria, Marcela Tason , también tenía abogado. Su nombre era William Kunstler y la representaba en un asunto aparte. No sabía quién era Kunstler; No sabía que se ocupaba de casos políticos. Pero no habría importado. Hace poco descubrí que Kunstler dijo que había escrito una carta ofreciéndose para ser mi abogado de forma gratuita. Nunca recibí esa carta. Estados Unidos no logró matarme, por lo que recurrió al difamación. Una vez que se logró eso, producir un veredicto de culpabilidad fue fácil. Veo el patrón claramente. Estados Unidos se enfoca en el tema del momento y construye una fantasía para justificar sus designios. Un día fui yo; el siguiente fue Kim II Sung. “Un desconocido, un comunista”, dicen los políticos. “Pongámoslo en el panteón de los Hiders, junto con Saddam Hussein, Moammar Gahdafi y Fidel Castro. Démosle una imagen: el oriental lleno de odio, o el loco enloquecido por las drogas que quiere destruir a la humanidad; De eso se trata la política estadounidense, si se le puede llamar política. Se basa en crear respuestas para el establecimiento, sin importar si los republicanos o los demócratas están a cargo. Es el establecimiento lo que cuenta. Una vez más, recuerdo el estribillo de Henry Kissinger: "Para resolver un problema, primero debes crear el problema". En el período cubierto por las acusaciones de drogas en mi contra, de 1982 a 1985, Estados Unidos sabía que estaba fracasando en sus intentos de imponer su voluntad sobre Nicaragua y El Salvador. La administración Reagan estaba desesperadamente preocupada por perder estas guerras, por la muerte de estadounidenses; buscaron en Panamá una solución más directa a sus problemas. Pero qué podía hacer Panamá para ayudar a los norteamericanos, con sus ideas anticomunistas, en sus intentos fallidos de controlar las insurgencias, basados en conceptos erróneos de lo que era Centroamérica. Los estadounidenses entraron en pánico; empezaron a pensar en Panamá como una posible salida a sus problemas. Si no los ayudaba a pelear, entonces podría ayudarlos de otra manera. Panamá y yo podría ser el chivo expiatorio. Primero, los estadounidenses hicieron circular rumores sobre corrupción en el ejército, sobre incontables millones que supuestamente tenía en cuentas bancarias secretas. Cuando nadie escuchó, impulsaron el tema en los periódicos estadounidenses y en la televisión estadounidense. Era un esquema clásico de operaciones psicológicas. Hicieron un buen trabajo. Poco después de los rumores y las historias periodísticas, Mario Rognoni del Partido Revolucionario Democrático se me acercó con la idea de aparecer en la televisión estadounidense para presentar una imagen más positiva de Panamá. En ese momento, no tenía confianza en los reporteros. Les tenía más miedo a ellos que a mis oponentes políticos. Pero Rognoni insistió y, en contra de mis mejores instintos, acepté. El reportero era Mike Wallace, un hombre que ahora sé que es el epítome del periodismo de sabotaje. En ese momento, nunca había oído hablar de él. Wallace y su equipo tienden una trampa. Tenían ciertas preguntas que me dijeron que iban a hacer y lo hicieron. Luego, mientras mis ayudantes y yo seguíamos pidiéndoles que detuvieran la cinta, Wallace comenzó a hacer preguntas sobre cosas para las que no estaba preparado. Por ejemplo, tenían una transcripción supuestamente secreta de mi reunión con John Pointexter. Wallace me entregó la transcripción, que estaba en inglés, así que se la entregué al mayor Moisés Cortizo, quien actuaba como mi intérprete, como lo había hecho durante la reunión con Poindexter. Cortizo respondió a la pregunta de Wallace. Fuimos ingenuos y caímos en su trampa. Estábamos pensando en política y 60 Minutos estaba pensando en ratings. Manipularon la entrevista y luego editaron la cinta para hacerme quedar tan mal como fuera posible. ¡Qué noble profesión! Después de eso, me di cuenta de que no podía confiar en las entrevistas de noticias. Todas las entrevistas que concedía eran breves y apresuradas, por lo que podía evitar caer dos veces en la misma trampa. Los medios me trataron en base a los prejuicios y engaños estadounidenses, sin importar cuál fuera la verdad. Fue un crescendo gradual de propaganda que me desacreditaba personalmente, sacando a relucir insinuaciones sobre casos de drogas en los que, de hecho, habíamos cooperado con la Administración de Control de Drogas de los Estados Unidos. Tratamos de contrarrestar la propaganda publicando las cartas de elogio, la evidencia de los funcionarios estadounidenses de que les estábamos brindando asistencia, para que hubiera un registro público de lo que estábamos haciendo con ellos. Teníamos cartas, menciones y listados de narcotraficantes capturados en operativos conjuntos con la DEA. Fabricó toda una visión de lavado de dinero y narcotráfico que giraba en torno a mí. Como prueba ofrecieron acusaciones falsas sobre mi supuesta riqueza clandestina y toda la intriga que rodeaba a mis supuestos cómplices. Primero, los fiscales estadounidenses acusaron a Panamá de haber creado un paraíso para el lavado de dólares del narcotráfico. Esto era falso; los estadounidenses impusieron el estatus de paraíso bancario a Panamá para sus propios fines. Los empresarios estadounidenses querían su propia versión de los bancos suizos y convencieron a sus amigos en Washington de seguirles el juego, con la ayuda de sus ricos aliados bancarios panameños. No fue otro que Nicolás Ardito Barletta, protegido de George Shultz, quien, con el entonces presidente Demetrio Lakas, creó privilegios bancarios panameños especiales en la década de 1970, junto con leyes de secreto bancario que rivalizaban con las de Suiza. Impulsado por un dólar estadounidense libremente convertible, Panamá mantuvo el sector bancario más grande de América Latina, todo diseñado y planificado por los Estados Unidos durante el auge petrolero de los años setenta y ochenta. Había petrodólares por todas partes, en su mayoría de los países árabes. Como resultado, se desarrollaron todo tipo de negocios secundarios. Se crearon empresas ficticias, que existen solo de nombre en Panamá para fines de refugio fiscal. Abogados como Guillermo Endara —posteriormente instalado como presidente tras la invasión estadounidense— prosperaron cuando se especializaron en crear y participar en estas empresas ficticias en nombre de extranjeros, por un porcentaje, por supuesto. Así que la ley de secreto bancario, impulsada por Estados Unidos, fomentó el crecimiento del lavado de dinero. La ley panameña permitía que cualquier traficante de drogas o cualquier organización terrorista mantuviera cuentas anónimas en Panamá. Sin embargo, cuando Estados Unidos necesitó información bancaria sobre esas personas, acudieron a mí en busca de ayuda. Personalmente, abrí nuestros libros a los Estados Unidos, revocando nuestras leyes para que pudieran ver nuestras cuentas sin tener que demandar a nadie ni entablar negociaciones, solo por motivos de buena fe y aplicación de la ley. Las cosas cambiaron cuando Omar Torrijos asumió el poder y comenzó a criticar el sistema bancario. “El dinero estadounidense está durmiendo aquí, pero no está haciendo bebés panameños”, decía. No hubo ningún beneficio financiero a largo plazo para Panamá. Y le dio a Estados Unidos un martillo con el que podía castigar a nuestro país. Cuando quisieron dañar nuestra economía en 1988, por ejemplo, simplemente sacaron su dinero de los bancos. Los bancos cerraron, los negocios laterales quebraron, la gente se vio forzada al paro y caímos en una profunda recesión. Después de acusarme de ser responsable de lavado de dinero, los estadounidenses me acusaron de acumular cantidades obscenas de dinero y de retozar con hombres misteriosos que me ayudaron a hacer esto. Clave entre los hombres en la sombra fue Mike Harari, un ex agente del Mossad que actuó como agente de ventas en Panamá para gran parte de nuestras adquisiciones militares. Era un amigo y contacto, pero no tenía ninguna relación comercial con él. Mucho se habló en los medios de comunicación sobre la presencia de Harari en Panamá y todo fue muy exagerado. Harari nunca fue mi asesor, y los israelíes nunca tuvieron un rol permanente de asesoramiento o seguridad dentro de las fuerzas armadas panameñas. Llegó a Panamá durante la época de Torrijos y era bien conocido por los que serían primeros ministros israelíes, Menachem Begin, Yitzhak Shamir y Shimon Peres. Era anterior a la firma de los tratados y Torrijos secretamente quería utilizar estas compras israelíes para obtener material para nuestro plan secreto de sabotaje al Canal de Panamá, en caso de que no se firmaran los tratados del canal. Sin embargo, esto presentaba un problema, porque el estatus de cliente de Israel con los Estados Unidos requería que informara a los estadounidenses siempre que vendiera tecnología a terceros países. Evidentemente, Torrijos no quería despertar las sospechas israelíes, por lo que el primer intento de hacer negocios con Harari fracasó. Más tarde, Harari nos vendió luces de emergencia para aeropuertos y, en ocasiones, nos ayudó a comprar Uzis, vehículos antidisturbios y otras armas de la empresa de producción militar de su gobierno, Industrias Militares Israelíes. Operó como agente y supongo que ganó un porcentaje de las ventas. Todo esto se hizo públicamente. En la venta de luces de emergencia, por ejemplo, su cuenta estaba impaga al momento de la invasión; El gobierno instalado por los EE. UU. de Endara terminó pagando las luces, porque era un cargo válido. Harari actuó como agente de equipos de mantenimiento en aviones Boeing 727. También tenía un plan ampliamente publicitado que nunca completó, lo que le valió muchos enemigos políticos. Fue un proyecto magnífico, convertir el Aeropuerto de Paitilla, que es un pequeño aeropuerto en el centro de la Ciudad de Panamá, en un centro comercial y de apartamentos. Luego construiría una nueva instalación en terrenos recuperados en la costa, creando una nueva península para el aeropuerto. Harari siempre nos consiguió los mejores precios. A veces representaba a las industrias propiedad del gobierno israelí; otras veces fue agente de otras empresas israelíes en Panamá. Y a veces nos ayudaba a organizar cursos de formación especializados del ejército israelí: fuerzas especiales, buceo y formación de comandos. Harari también organizó visitas a Israel para empresarios panameños. En uno de esos casos, le presenté a un conocido, Roberto Eisenmann , el editor de La Prensa , quien luego se convertiría en una fuente clave de oposición para mí y las fuerzas de defensa. A pedido mío, Harari recibió a Eisenmann y su esposa dos veces en una gira por Israel. En la fase final del boicot y las tensiones que condujeron a la invasión, Estados Unidos le preguntó a Israel si podía usar a Harari como mediador para mi salida del poder. La acusación en mi contra ya estaba en vigor y los estadounidenses amenazaban a Harari con una citación si pisaba suelo estadounidense. Pero nunca pasó nada. Creo que fue porque el entonces primer ministro israelí, Yitzhak Shamir, pidió a los estadounidenses que mantuvieran a Harari fuera del centro de atención. Finalmente, me dijeron, los estadounidenses sacaron a Harari de Panamá cuando se produjo la invasión. Eso demostró que probablemente era más valioso para los estadounidenses de lo que nunca fue para Panamá o para mí. Mike habría sido un buen testigo en mi nombre en el juicio por drogas. Pero Israel pensó que eso podría ser vergonzoso y nunca apareció. Había otros supuestos hombres misteriosos: mi amigo Carlos Wittgreen supuestamente era un conducto para canalizarme dinero. Esto no era cierto. No tenía ninguna relación económica con él. Estaba haciendo negocios con los cubanos relacionados con la importación y exportación, pero no era en absoluto de la escala que la gente decía que era. Luego estaba Jorge Krupnik, un hombre bajo la lupa de los organismos internacionales de investigación: era proveedor de armas y tenía conexiones con grupos insurgentes rebeldes colombianos. Colombia nos presentó protestas varias veces por sus actividades. Interpol, el servicio internacional de información policial, estaba rastreando a Krupnik, y se intercambió información entre Panamá y Colombia sobre él. Krupnik también fue mencionado por Floyd Carlton, el principal testigo del gobierno en mi contra, por haber estado involucrado en el envío de armas a los rebeldes salvadoreños en la década de 1980. Que yo sepa, eso es falso. Carlton también dijo que Krupnik era un agente de inteligencia israelí, pero nunca vi ninguna evidencia en ese sentido y Krupnik me lo negó. Los estadounidenses, sin embargo, usaron los nombres de Harari, Wittgreen y Krupnik en relación con mi supuesta acumulación de una gran riqueza ilícita. Esto siempre se basó en insinuaciones y, tras una investigación, siempre se refutó. Un informe en el Miami Herald, por ejemplo, decía que los estadounidenses no tenían base para los cargos de que yo había robado y escondido millones de dólares. La lista de riquezas supuestamente incluía vastas riquezas en cuatro continentes: las que recuerdo son un castillo en Francia, un departamento en Brasil, un ático en Japón y un hotel en Orlando. ¡Qué fiesta para los fiscales, qué riqueza de historias para los medios de comunicación! Terminó siendo una hambruna, aunque la desacreditación de estas historias de riqueza ilícita nunca ha sido muy publicitada. Los investigadores fueron al apartamento que dijeron que yo tenía en Brasil y descubrieron que pertenecía a Raquel Torrijos, la viuda de Omar Torrijos, que vive allí. Luego, fueron a Tokio y descubrieron que el penthouse que supuestamente poseía allí era en realidad la residencia oficial del embajador de Panamá en Japón. Me quedé allí cuando visité Japón para discutir las perspectivas comerciales del Canal de Panamá, algo que puso muy nerviosos a los estadounidenses. En cuanto al hotel de Orlando, pertenecía a la cadena Riande, propietaria también del Hotel Continental en Panamá y de un hotel en Miami Beach. La cadena Riande ha revelado a sus funcionarios y accionistas, lo que demuestra que no estoy en la lista. Finalmente, estaba el caso del castillo francés. He visitado Francia y he sido huésped en algunos lugares elegantes, pero nunca en un castillo medieval. El jefe de Estado y comandante de las fuerzas armadas tiene una influencia considerable en Panamá; vives como un rey. Le quitas la corona al rey y ya no vive como un rey. Era inherente a mi posición y mi misión para Panamá que viajara alrededor del mundo. ¿Quién pagó los hoteles, los viajes y las comidas? Yo era el líder y el gobierno pagaba cuando el líder viajaba. ¿Qué tan diferente es esto en cualquier otro país? ¿Fue esta la justificación para una invasión y un ensayo de drogas? ¿Estaba el sistema panameño en juicio y Estados Unidos tenía derecho a decidir qué atavíos se le daban a los líderes de Panamá? Además, eran atavíos de Estado y se quedaron con el Estado, como sucede en cualquier otro lugar. ¿El presidente de los Estados Unidos lleva consigo su limusina y su jumbo jet presidencial cuando deja el cargo? El gobierno de los Estados Unidos y los fiscales en el juicio por drogas en mi contra perpetuaron un juego idiota. Me juzgaron y me condenaron diciendo que tenían pruebas sombrías de riqueza personal. Y dado que el mundo aceptó su propaganda, yo era el diablo, el drogadicto, este dinero debe ser dinero malo. Si tengo algo de dinero, debe ser del tráfico de drogas, porque todo el mundo sabe que soy quien soy. . . pero ¿qué saben todos? ¿Cómo sabes algo de mí? ¿Cuál es la base para una acusación en un tribunal federal de EE. UU. por apropiación indebida de fondos y acumulación de ganancias de drogas? ¿Cuál es la base para una invasión y cuarenta años de cárcel? En el argumento final de su caso de drogas, los fiscales del gobierno, en lugar de decirle al jurado que me condenara como narcotraficante, declararon: “¡Condenen a este dictador!”. Capítulo 15
“Insinuaciones políticas”
y un juicio de drogas
ES DIFÍCIL PARA MÍ defenderme de la acusación que resultó en mi sentencia el 16 de septiembre de 1992. El gobierno de los Estados Unidos vio esto como una gran victoria, sobre lo que no estoy seguro. El tráfico de drogas en los Estados Unidos continúa sin cesar; en Panamá, sin una fuerza militar legítima, es mucho peor que en la década de 1980. Ahora la cocaína prolifera y Panamá es una parada importante en el camino del opio. En cualquier caso, los cargos por drogas no le dan a una nación el derecho de invadir un país soberano y secuestrar a su líder. Esto no se trató en el juicio, porque el juez Hoeveler dijo que quería minimizar los “tonos políticos” del caso. Hubiera estado en apuros para hacerlo. El juicio supuestamente era sobre mí y el narcotráfico. Pero en realidad se trataba de abuso de poder político. Me condenaron porque el sistema que invadió Panamá y mató a mis compatriotas, mientras que tal vez cientos de los suyos fueron asesinados, necesitaba que yo fuera condenado. Mi tendencia inicial aquí fue evitar discutir los detalles del caso de drogas. No estuve involucrado en ninguna de esas actividades y tengo pocos medios disponibles para refutar una fabricación de la magnitud que enfrenté. Pero tengo una idea considerable de lo que Estados Unidos estaba haciendo en su condena por drogas. Y deseo dejar las cosas claras. En primer lugar, Panamá, como he escrito, fue serio en su compromiso de detener el narcotráfico. La acusación en Estados Unidos de que Panamá miró hacia otro lado en busca de capos de la droga no concuerda con la evidencia. Nuestros principales investigadores de drogas durante el período en cuestión, los capitanes Jorge Latinez y Luis Quiel , fueron ampliamente respetados por sus homólogos estadounidenses por su habilidad y profesionalismo. Bajo mi mando, los investigadores de drogas se infiltraron en operaciones de drogas e interceptaron a traficantes de todo tipo y nacionalidad. Los fiscales estadounidenses en el juicio por drogas argumentaron cínicamente que nuestro gobierno estaba involucrado en las drogas porque no atrapamos a los principales narcotraficantes; sin embargo, según esos estándares, Colin Powell, George Bush y todas las administraciones estadounidenses desde la década de 1970 también deberían ser acusados, ya que Pablo Escobar, Jorge Ochoa y su aliado en el contrabando, Gustavo Gaviria, todos vivían en los Estados Unidos. Decían que éramos un país pequeño, a diferencia de Estados Unidos, lo cual era cierto. Pero también teníamos recursos limitados, y dentro de nuestros recursos limitados, hicimos un gran trabajo para frenar el tráfico de drogas multimillonario cuando trató de moverse a través de nuestro país. En segundo lugar, como líder de un país soberano, tenía todo el derecho de ordenar a mis hombres que se infiltraran en los cárteles de la droga y compraran cocaína ellos mismos; la DEA lo hace todos los días y lo hicieron en Panamá. ¿Se debe acusar a la DEA de un delito por comprar cocaína para desarrollar casos de drogas? ¿Debería haber acusado a los agentes de la DEA de un delito por hacer eso en mi país? ¿Qué leyes debo proteger y quién debe decidir cómo se aplican esas leyes? La situación en las llamadas guerras contra las drogas de Estados Unidos sigue siendo la misma. Estados Unidos sigue siendo el mayor consumidor de cocaína y heroína del planeta, pero continúa presionando a otros países mucho menos poderosos económicamente para que hagan lo que él no puede hacer. Si Estados Unidos no puede frenar la demanda de cocaína, ¿cómo puede un país relativamente pobre detener la oferta? Los gobiernos de Bolivia, Colombia, México y Perú, por nombrar algunos —Panamá nunca ha sido un factor importante en el narcotráfico— nunca podrán luchar contra el poder económico de los narcotraficantes. Estados Unidos lo sabe, pero usa su poder económico para declarar quién está cumpliendo con la política de drogas estadounidense y quién no, utilizando el martillo de la "descertificación" comercial, que puede ser contraproducente al forzar la inestabilidad política, perjudicar los negocios legítimos y obligar incluso más tráfico de drogas. Según todos los estándares, Estados Unidos debería descertificarse a sí mismo: no ha hecho nada significativo para detener el tráfico de drogas. Para mí, el juicio se divide en cuatro áreas principales de evidencia: testimonio en torno al testigo estrella del gobierno, Floyd Carlton; testimonio sobre la incautación de un laboratorio de procesamiento de cocaína en la selva del Darién; testimonio sobre reuniones que tuve con Fidel Castro; y un supuesto viaje que hice a Medellín, la capital del narcotráfico colombiano. Floyd Carlton Cáceres Mi principal acusador en el juicio por drogas fue Floyd Carlton Caceres, un piloto panameño. Carlton testificó que me pagó dinero para que pudiera enviar cuatro cargamentos de cocaína de Colombia a Panamá y luego a los Estados Unidos a principios de la década de 1980. Le creo cuando dice que transportaba droga. Pero yo no tuve nada que ver con eso. La Administración para el Control de Drogas y la CIA me habían dicho que Carlton, que había entregado armas para la CIA a los rebeldes nicaragüenses pro estadounidenses, era un agente de drogas encubierto al que debían dejar en paz. La noticia llegó cuando nuestros agentes habían arrestado a Carlton en una orden internacional emitida por la Policía de Investigaciones del Perú. “Déjelo bajo nuestra custodia”, le dijo el jefe de la estación de la DEA, Arthur Sedillo, a Latinez , su enlace panameño. “Carlton trabaja para nosotros, lo estamos cuidando”, dijo Sedillo. “Que se ocupe de sus asuntos; monitorearemos sus operaciones”. Entonces, en lugar de estar sujeto a una acusación pendiente en Panamá y en lugar de ser extraditado a la jurisdicción de las autoridades peruanas como pretendíamos, Carlton fue liberado bajo la custodia de Sedillo sin ningún tipo de documentación. Estados Unidos nunca da documentación a países humildes como Panamá. Todo lo que hacen es pedirte un favor, y lo aceptas o lo rechazas, pero nunca te enteras de los detalles, ni de los resultados, ni de los tratos que se han hecho. Gran parte de la información sobre el trabajo de Carlton para los Estados Unidos se entregó a mis abogados, pero se bloqueó su uso debido a algo llamado CIPA, la Ley de Procedimientos de Información Clasificada, que limita el uso de documentos gubernamentales secretos. El conocimiento de esto desafía toda la base del juicio; Carlton era un hombre conocido por ambos bandos como informante. Desaparecieron documentos relacionados con las actividades de interdicción de drogas en Panamá, así como numerosos archivos y archivos de inteligencia; es bien sabido que antes incluso de intentar capturarme, oficiales de la inteligencia militar estadounidense acudieron a mis oficinas y confiscaron cualquier documento que pudiera avergonzar a los Estados Unidos o ser utilizado para ayudar en mi defensa legal. Todos estos fueron actos ilegales en el curso de una invasión que violó la soberanía panameña. En el juicio, Sedillo, al igual que sus compañeros agentes James Bramble, Thomas Telles y Fred Duncan, todos exjefes de estación de la DEA en Panamá, no tuvieron las agallas para decir la verdad. ¿Cómo me defiendo, cuando los registros de todas estas relaciones son robados de Panamá o triturados por el gobierno o bloqueados para que ni siquiera sean mencionados en el juicio por un juez que consistentemente decide negar la entrada de documentos secretos que ayudarían a mi caso? Colombia Lo mismo es cierto acerca de un supuesto viaje que el gobierno de los EE. UU. dijo que hice a Colombia en el verano de 1983. Usaron esto como el centro de su argumento de que yo había sido tomado en el redil como amigo y confidente de Pablo Escobar y Jorge. Luis Ochoa y compañía, todos los capos de la droga del cartel de Medellín, hombres que nunca he conocido. En el juicio, los fiscales estadounidenses actuaron como si yo pudiera viajar a Colombia como un tipo llamado Joe Smith, sin que los gobiernos de Colombia y Panamá lo supieran. Para que el jefe de la inteligencia panameña viaje a un país amigo como Colombia se requiere una notificación previa. Se hubiera sabido y no hubiera podido viajar sin la seguridad del gobierno o sin la atención y participación de mis anfitriones. Toda la historia de este supuesto viaje es la creación de dos narcotraficantes colombianos condenados, Roberto Striedinger y Gabriel Taboada, quienes estaban entre los traficantes que descubrieron lo obvio: testificar en mi contra y salir libre de la cárcel. Desde el juicio, Striedinger, después de haber engañado al juez y al jurado, ha regresado a Colombia después de cumplir menos de cinco años de una sentencia de tráfico de treinta años; Taboada, que estuvo un tiempo en la misma prisión de Miami que yo, se convirtió en informante del gobierno. Después del juicio, acusó a un funcionario de la DEA de corrupción, pero una investigación en Washington desestimó el cargo de Taboada. Estos dos hombres estaban sueltos con los hechos. Pero cuando tratas de precisar cuándo habría estado en Medellín para reunirme con los capos de la droga, dicen que no pueden recordar el día exacto. Eso es conveniente, aunque como Estados Unidos confiscó todos mis archivos y destruyó mi cuartel general de mando, no tenía forma de presentar un diario o agenda de mis actividades. Ciertamente fui a Colombia en 1983, invitado por el ejército colombiano para asistir a su escuela de entrenamiento en la selva en Cali. Prueba de ello es también la información clasificada, bajo llave y considerada información secreta de seguridad del gobierno de los Estados Unidos. Me era imposible ir a cualquier parte de Colombia sin avisar a los servicios de inteligencia colombianos o ser detectado por las fuerzas armadas o por los periodistas. Yo tenía un perfil demasiado alto, especialmente en junio de 1983, cuando estaba en las etapas finales del proceso que me haría comandante de las fuerzas armadas en octubre del mismo año. Una vez que llegué a Medellín, según el gobierno de los Estados Unidos, supuestamente estaba ayudando a Fabio Ochoa, el hermano menor de Jorge Ochoa, a comprar un auto deportivo. El concepto es estúpido: pensar que el cartel de Medellín con sus miles de millones de dólares me pediría que los ayudara a conseguir un auto deportivo, algo que podrían conseguir en cualquier embajada del mundo. Es más, que meses antes de asumir el cargo de general de las Fuerzas de Defensa de Panamá viajaría a escondidas a Medellín sabiendo que los militares colombianos, con los que tenía una estrecha relación, se enterarían y se verían insultados y publicitados por la afrenta, probablemente diciéndole a los Estados Unidos. Mira la lógica y decide por ti mismo. El jefe de la inteligencia militar colombiana de 1981 a 1985, el general Manuel Mejía y el líder de las Fuerzas Armadas de Colombia, el general Manuel Samudio , estaban preparados para testimoniar esto en el juicio por drogas hasta que los estadounidenses, famosos por presionar y doblegar a los políticos latinos a sus voluntad, los obligó a desistir. Hablando de la inteligencia colombiana: en mis conversaciones con agentes y funcionarios del Departamento Administrativo de Seguridad de Colombia, DAS, su equivalente combinado del FBI, la CIA y la DEA, me dijeron que sus agencias vieron vínculos persistentes entre los rebeldes de la Contra creados por Estados Unidos en Nicaragua y los narcos colombianos. “Los estadounidenses saben lo que están haciendo los Contras, que están trabajando con los narcos colombianos ”, me dijo un agente narcotraficante colombiano. El problema era que sin la asistencia de investigación de los Estados Unidos o de algún otro gobierno, no podían probar su caso. Sabían que era políticamente imposible que una rama del gobierno de los EE. UU. investigara a otra, que es esencialmente lo que tendría que suceder para que se probara tal acusación. Pero vieron lo que estaba pasando. Cuba y el juicio por drogas El 11 de junio de 1984 recibí una invitación de Fidel Castro para visitar Cuba. Tales visitas ocurrían periódicamente, y cuando lo hacían , invariablemente hacía una llamada telefónica de cortesía al jefe de la estación de la CIA, informándole de mi viaje, ofreciéndole mis servicios si Estados Unidos tenía algún mensaje para pasar. En ese momento, todas las partes se dieron cuenta de que yo era un intermediario fiel en la comunicación entre los Estados Unidos y Cuba. Así que contacté a Don Winters, el jefe de la estación de la CIA en Panamá en ese momento, le dije que estaba planeando un viaje rápido a Cuba y le pregunté si tenía algún mensaje para Fidel. Ambos tratábamos el asunto como algo estrictamente rutinario. El momento de mi viaje fue lo suficientemente interesante como para que el propio director de la CIA, William Casey, viajara a Panamá para informarme sobre la posición de Estados Unidos sobre Cuba, y me pidió que presionara a Fidel en ciertos temas. En una reunión en Governor's Beach, en las afueras de la ciudad de Panamá, Casey describió los intereses de Estados Unidos. El principal de ellos fue el problema causado por los refugiados del puente de Mariel: los miles de cubanos a quienes se les permitió huir de ese puerto cubano hacia los Estados Unidos varios años antes en balsas y botes. ¿Negociaría Cuba la devolución de algunos de los marielitos —como se conocía a los balseros? Estados Unidos quería devolver a aquellos que entre ellos eran criminales e inadaptados sociales y que estaban provocando serios problemas en las cárceles estadounidenses. El objetivo de Estados Unidos era convencer a Fidel de que se hiciera cargo de algunos de ellos. Este tipo de negociación tuvo un antes y un después, y yo siempre estuve a disposición de Estados Unidos a la hora de reunirme o pasarle mensajes a Castro. Esta parte de la historia estuvo disponible en el juicio de drogas. Winters fue testigo en la corte federal de Miami, aunque su testimonio fue interrumpido. El gobierno no quería que el jurado se enterara de mi amistad con un agente del gobierno de tan alto rango, y mucho menos con el director de la CIA. Así que bloquearon la mayor parte del testimonio de Don y lo sustituyeron por varios párrafos del resumen. Dudo que el jurado, ante un año de procedimientos y una montaña de papeles, le prestara mucha atención. Mi amistad con la CIA permaneció oculta al jurado y no se reveló el alcance total de mi papel de emisario en Cuba. Los documentos en poder del gobierno de los Estados Unidos, pero suprimidos y retenidos del jurado bajo las disposiciones de la CIPA, incluyen una descripción del viaje de Casey a Panamá para reunirse conmigo sobre Castro. Estados Unidos no ha admitido hasta el día de hoy que me pidieron que organizara una visita a Cuba de un emisario secreto para discutir más estos asuntos. Fidel aceptó. Algún tiempo después, hablé con el embajador de Estados Unidos, Vernon Walters, quien me dijo que él hizo el viaje. En el juicio por drogas, toda la relación cubana se entretejió en un paquete de verdades a medias o mentiras en toda regla. José Blandón, el ex cónsul panameño en Nueva York que se convirtió en uno de los principales impulsores de la acusación inventada, tergiversó los hechos para ayudar al gobierno de Estados Unidos. La versión estadounidense, gracias a Blandón, era que Castro ayudaría a mediar en una situación que implicaba el descubrimiento de un laboratorio de procesamiento de cocaína en la selva del Darién, no lejos de la frontera entre Panamá y Colombia. Mi viaje a Cuba, dijo Blandón, fue apresurado, ya que supuestamente temía que hubiera represalias del cartel de Medellín. Blandón y los investigadores estadounidenses dijeron que me habían pagado cuatro millones de dólares para permitir el establecimiento del laboratorio de drogas y que su destrucción significaba que el cartel de Medellín había sido traicionado. Nuestras fuerzas no sabían que el laboratorio de drogas estaba allí. Cuando se descubrió, contactamos a Colombia y lo tratamos a nivel oficial, en incluyendo la entrega de los capturados en el allanamiento al gobierno colombiano. Mi viaje a Cuba tampoco tuvo que ver con eso, y no discutí el tema con Fidel. El laboratorio de Darién fue descubierto el 24 de junio, trece días después de mi viaje a Cuba. La prueba está en los documentos de la CIA y en la palabra de Don Winters, a quien no se le permitió brindar un amplio testimonio. La versión real de este viaje por sí sola destruye la acusación de los Estados Unidos contra mí y muestra que en un momento clave, yo no estaba involucrado en drogas de ninguna manera, sino que estaba tomando medidas políticas en nombre de la CIA y los Estados Unidos. El intento de vincular a Panamá y Cuba con el tráfico de cocaína no era nada nuevo. Pero no se basó en la realidad, ni el argumento desarrollado para sustentar la tesis fue muy lógico. El argumento era que yo estaba conspirando con Fidel en materia de drogas y que los dos teníamos pleno conocimiento y control del narcotráfico en nuestros países desde hace años. La evidencia provino del testimonio de convictos que en realidad admitieron traficar con drogas. A estos hombres se les ofreció indulgencia y boletos para salir de la cárcel a cambio del favor de implicarnos a mí oa Castro en sus asuntos. El gobierno de EE. UU. hizo correr la voz a cientos de hombres bajo su custodia en todo el sistema penitenciario: "Su sentencia podría ser conmutada si testifica; la verdad no importa, solo entre y testifique". En el caso de Blandón, la situación era particularmente tonta. Parte de la prueba que usó en mi contra fue una fotografía en la que se nos ve a él, a Fidel ya mí asistiendo a una recepción en La Habana. ¡Impresionante, una fotografía de Castro y yo parados juntos! ¡Debo ser culpable de tráfico de drogas! Blandon no era traficante de drogas. Pero fue un hombre que se volvió contra mí por despecho, luego de ser destituido de su cargo de cónsul de Panamá en Nueva York. Su red de mentiras estaba tan retorcida que, aunque su información es fundamental para el juicio, se consideró tan poco confiable que la fiscalía nunca se atrevió a llamarlo como testigo. Los fiscales federales en Miami pensaron que su método de operación contra mí fue tan exitoso que intentaron lo mismo contra Cuba, con la esperanza de congraciarse con la comunidad de exiliados anticastristas en Miami. Entonces, ¿por qué no usar a Carlos Lehder , el mentiroso patológico, que admitió que nunca me conoció a mí ni a Raúl Castro, y que está en la cárcel de por vida y es llamado por algunos fiscales como peligroso, poco confiable? ¿Por qué no utilizarlo como el corazón de su caso contra mí y contra Raúl Castro? Estos hombres son tus enemigos. Estos hombres se asocian con comunistas. La presión política paralizó el proceso contra Castro. Cuando el gobierno escuchó que mi abogado Frank Rubino iba a llevar el caso contra Raúl, los mismos fiscales que idearon el caso en mi contra vinieron tres veces a preguntar a mis abogados si yo testificaría contra Raúl y Fidel. Por supuesto, si habían querido llegar al extremo de pedirme que testificara, eso significaba que realmente no tenían ninguna prueba: este asunto de la negociación de cargos, el trueque con alguien a cambio de un trato. Pero si hubieran tenido la más mínima evidencia, no habrían acudido a mí. En cualquier caso, dije que no: fui procesado por razones políticas, y mis convicciones morales e ideológicas están por encima de los métodos empleados por tales hombres disfrazados de justicia estadounidense. Estos hombres, que pensaron que podían comerciar con mentiras y deshonra, se equivocaron cuando se trataba de mí; y sin mí, su cruzada contra Raúl y Fidel Castro fracasó y no llegó a ninguna parte. Julián Melo y el laboratorio de Darién El coronel Julián Melo estuvo involucrado en la construcción del laboratorio de Darién. Me ha dicho que estaba atrapado para convertirse en el chivo expiatorio de otros panameños , rabiblancos , incluidas las familias Tribaldos, Méndez y Barletta, y tiendo a creerle. Como oficial de las Fuerzas de Defensa de Panamá, era alguien a quien llamaríamos un vivo, un sabelotodo, un hilo vivo, siempre metido en todo. Dentro de la Guardia Nacional, bajo Torrijos, tuvo problemas disciplinarios ocasionales por su estilo, y fue castigado con el envío a ser agregado militar en Colombia. Fue fácil para él hacer amigos allí; pudo desarrollar contactos sin problemas, que es de lo que se trata ser un agregado. Hizo bien su trabajo, había estudiado en Colombia y conocía el lugar. Melo afirma que fue atrapado y atraído al negocio de las drogas por un grupo de ricos financistas del tráfico de cocaína en Colombia, en particular por Ricardo Tribaldos, quien terminó testificando en el juicio por drogas en mi contra. Melo se hizo amigo de Tribaldos y su familia mientras estaba en Colombia. A veces los ayudaba cuando tenían problemas financieros u otros problemas, pero siempre dentro de los límites de la ley, ya sea en la obtención de contratos o en otros negocios. Pero la familia Tribaldos también tenía otro tipo de negocios: se habían involucrado en el tráfico de drogas con el cartel de Medellín y en el lavado de sus ganancias en Panamá. Melo dice que fue cómplice involuntario en la construcción del laboratorio de Darién y, nuevamente, esto es plausible. Básicamente, sus benefactores de Medellín le preguntaron a Tribaldos si podía usar sus contactos en Panamá para garantizar y proteger la construcción de una planta de procesamiento en el lado panameño de la frontera con Colombia. Tribaldos dijo que podía, pero que Panamá pedía cuatro millones de dólares en dinero de protección. Nunca tuve ninguna participación en esto. Melo estuvo de acuerdo, diciendo que él era el contacto de Tribaldos; aunque admitió su participación, dijo que tampoco recibió el dinero. Melo también le pidió al cártel de Medellín que me asesinaran mientras estaba en Europa en julio de 1984. Incluso Tribaldos reconoció eso cuando testificó. Dijo que él era el que tenía el dinero y fue él quien le dijo a Melo que le habían pagado. Tribaldos fue el verdadero punto de contacto con el cártel de Medellín, haciéndoles creer que habían pagado cuatro millones de dólares por protección. Si bien Tribaldos testificó en el juicio, Melo no lo hizo, curiosamente. Los fiscales federales, Michael Sullivan y Myles Malman, llevaron a Melo en secreto a Miami, fueron en silencio a la habitación de hotel que le habían reservado y tuvieron una larga conversación. Descubrieron, para su consternación, que él quería decir la verdad. Para su horror, Melo dio una versión completamente diferente de las cosas, que iba en contra de la estrategia de la fiscalía. “Noriega no sabía nada al respecto”, dijo Melo. “Tribaldos y yo trabajábamos solos. Se lo escondimos”. Esto no ayudó a la fiscalía, por lo que se volvieron contra él. “No queremos escuchar esto. Cuente la 'historia real '” , exigieron, es decir, una versión de los hechos que ayudaría a su caso. Melo se negó. Los fiscales eran tan amenazadores que esperaba que lo arrastraran a la cárcel en cualquier momento. Sullivan y Malman se fueron, lo despojaron de su dinero para gastos y lo dejaron con una cuenta de hotel sin dinero propio. Se dieron cuenta de que Melo eventualmente se pondría en contacto conmigo y eso significaba que tenían que revelarle a la corte ya mis abogados que él estaba en la ciudad. La ley decía que tenían el deber de informarnos de la reunión; lo hicieron, no por deber, sino por temor a que los atraparan si no lo hacían. Así que Rubino fue a ver a Melo a su habitación de hotel. Le dijo a Rubino que el general Rubén Darío Paredes había tratado de persuadirlo para que testificara como parte de un acuerdo de culpabilidad por su hijo, Ahmet, quien también fue acusado por los estadounidenses. “Querían que testificara contra el general, pero me negué”, dijo Melo, visiblemente conmocionado. Pero también se negó a declarar por la defensa. El trabajo de intimidación del gobierno tuvo su efecto. Huyó de los Estados Unidos para no volver jamás, temeroso de que tomaran represalias contra él por no seguirles el juego. Prefería huir antes que enfrentarse él mismo a una acusación. Para rematar el trato de Melo, los fiscales sostuvieron que nuestro sistema militar trató a Melo con indulgencia después del descubrimiento del laboratorio de Darién y esto demostró que éramos una guarida de traficantes de drogas. En realidad, cuando el Estado Mayor vio las pruebas, Melo confesó que estaba trabajando con el cartel de Medellín. Las Fuerzas de Defensa de Panamá impusieron la máxima sanción contra el coronel caído en desgracia. Fue despedido de las fuerzas armadas, perdió su rango, salario y beneficios y se le prohibió permanentemente el servicio militar. Difícilmente un “castigo ligero”, como lo llamó la fiscalía, al tratar de demostrar que yo era un aliado de Melo en algún esquema de drogas. Como con todo lo demás, los fiscales compararon nuestras leyes con las leyes estadounidenses y dijeron que eran insuficientes. El hecho era que Panamá no tenía un código de justicia militar, como lo tiene Estados Unidos, por lo que no había cortes marciales. Fue interesante escuchar a la fiscalía hablar sobre la falta de un consejo de guerra panameño ante un jurado desinformado, ignorante de la ley panameña, como si la ley panameña misma estuviera en juicio. También remitimos el caso al fiscal general de Panamá; Melo y sus asociados fueron puestos bajo arresto domiciliario. Tribaldos y sus otros co-conspiradores también fueron arrestados. La investigación mostró que el laboratorio en sí aún no se había construido. Lo que nuestros hombres encontraron fue un sitio de construcción, instalaciones, una instalación eléctrica, hamacas para los trabajadores, pero nada de sustancia, ni éter, ni pasta base, nada de nada. Sólo quedaba la inferencia y la deducción de que alguien estaba desarrollando allí instalaciones de cocaína. Irónicamente, Melo y Tribaldos eligieron al abogado panameño Hernán Delgado como su abogado. Delgado logró ganar una desestimación del caso civil. Tenía experiencia en el manejo de casos de cocaína; también fue socio legal de Guillermo Endara, quien más tarde prestó juramento ilegalmente como presidente de Panamá en una instalación militar estadounidense, supervisada por sus protectores estadounidenses, la noche de la invasión estadounidense de Panamá. Delgado y Endara, por cierto, ayudaron a formar una corporación ficticia en Panamá para Willie Falcon y Sal Magluta, quienes supuestamente fueron los narcotraficantes más grandes jamás capturados en Miami. Endara figuraba como oficial de la corporación fantasma de Falcon y Magluta. Después de ser nombrado presidente en 1989, Endara, en consulta con Delgado y la administración Bush, negó haber actuado mal y dijo que no sabía que eran traficantes de drogas. Los hombres negociaron la inmunidad con la fiscalía a través de su abogado, David Rosen, de Miami. Pero las actividades de Endara eran un asunto de dominio público. Panamá se había convertido en una narcodemocracia . “El nuevo presidente de la nación, Guillermo Endara ha sido durante años director de uno de los bancos panameños utilizados por los narcotraficantes de Colombia”, informó el International Herald Tribune el 7 de febrero de 1990. “Guillermo [Billy] Ford, el segundo vicepresidente y presidente de la comisión bancaria, es copropietario del Dadeland Bank of Florida, que fue nombrado en un caso judicial hace dos años como una institución financiera central para uno de los mayores lavadores de dinero de Medellín, Gonzalo Mora. Rogelio Cruz, el nuevo fiscal general, ha sido director y abogado del Primer Banco Interamericano de propiedad de [Gilberto] Rodríguez Orejuela , uno de los jefes del Cartel de Cali con [José] Santacruz Londoño ... en Colombia”. El diario español El País dijo el 26 de octubre de 1990 que Endara estaba vinculada a al menos tres empresas que trabajaban con Interbanco , banco investigado por la DEA por narcotráfico. “Esta conexión presenta un problema para el presidente, porque la DEA ha acusado al Interbanco de lavar dinero del narcotráfico”. Esa no fue la única referencia que vinculó a Endara con la actividad delictiva. El 19 de agosto de 1994, La Estrella de Panamá publicó un artículo de primera plana titulado "Endara es un criminal." Citó una acusación del presidente del parlamento panameño, Arturo Vallarino, quien dijo que la forma en que Endara aprobaba las franquicias de los contratos gubernamentales era ilegal. “Tenemos que llegar a la conclusión de que el hombre que se desempeña como presidente es un criminal; no podemos permitir el robo de millones de dólares en dinero público por estas franquicias”. El Nuevo Herald, la edición en español del Miami Herald, explicó en un artículo del 20 de agosto de 1994 que Endara estaba dando estos contratos a empresas que él representaba. También citó a Vallarino diciendo que “el público sabe y se da cuenta de que el presidente está realmente detrás de los contratos millonarios”. El 20 de diciembre de 1994, quinto aniversario de la invasión a Panamá, La Estrella también informó que Endara, quien para ese entonces había dejado el cargo tras la elección de Ernesto Pérez Balladares, pagaba miles de dólares mensuales a miembros de su familia del fondo del gobierno: “Su suegra, Carolina Díaz de Chen, tenía un salario de $5,000 mensuales, la hija del expresidente, Marcela Endara de Yap, recibía $3,000 mensuales, su yerno, Javier Yap, recibía $2,500 al mes y [su cuñada] Mayra Díaz recibía alrededor de $900 al mes”. Al final, el gobierno de los Estados Unidos consiguió lo que quería. Los detalles no importaban. El caso de las drogas se armó en mi contra de la misma manera que se juntaron todas las pruebas en mi contra durante una década. Una vez que se decidió que yo era el problema, que yo era el que tenía que irse por todos los medios —si se requerían subterfugios, asesinatos y mentiras— que así fuera. Lo único que buscaba era la independencia de Panamá. Pensé que Panamá tenía derecho a su propia soberanía y derecho a romper con “las cadenas del colonialismo”. Esas pueden ser palabras vacías, pero creo que en Panamá son apropiadas. Las mismas acusaciones de narcotráfico surgieron contra otros líderes panameños que se atrevieron a desafiar a Estados Unidos en la batalla por la soberanía panameña. El general José Antonio Remón , durante su mandato, de 1952 a 1955, fue acusado de narcotráfico previo a su asesinato por un francotirador estadounidense. De manera similar, la administración de Nixon acusó a Torrijos de narcotráfico y convocó a un gran jurado para escuchar las pruebas contra su hermano, Moisés. Los cargos contra todos nosotros eran mentiras. Las mentiras contra Remon terminaron con su asesinato; los contra Torrijos desaparecieron con la aprobación de los tratados del canal. En los Estados Unidos, lo más probable es que, si me vio, fue en las circunstancias más poco halagadoras. Cerca de la invasión y durante el juicio, el video me mostraba levantando algo que parecía una espada. La imagen decía que estaba enojado, agresivo, beligerante. Repítalo mil veces, una y otra vez en la televisión estadounidense, en Nueva York, en Washington, y ganará la guerra psicológica. Pero la imagen era un fraude, al ablandar al pueblo estadounidense a la idea de atacar a un enemigo peligroso, supuestamente preparado para luchar. No pude encontrar la manera de explicar las imágenes o los fraudes al pueblo estadounidense; Yo no entendía América. No tenía forma de explicar estas injusticias en las salas de estar y los pasillos del poder en Nueva York, Washington y Miami. Quizás los estadounidenses pensaron que estábamos armando a nuestros soldados con machetes para luchar contra Estados Unidos. Aquí estoy sentado, esperando y deseando mi primer encuentro con el sistema del juego limpio. Espero aquí, con la fe de que el juego limpio humano superará a la política y que la gente llegará a comprender la colosal injusticia de lo que ha sucedido. Es la gran tragedia de una gran nación que decidió que podía controlar las reglas del juego y destruir vidas porque era el establecimiento y no había otro. Estados Unidos se propuso con George Bush crear un nuevo orden mundial, que no era más que un nuevo subterfugio para convertirse en un policía internacional. Sin embargo, sobrevivo, abatido y perseguido, pero ni desesperado ni vencido. Estados Unidos no ha aprisionado ni mi alma, ni mis ideales, ni mi fe, que existe en un vuelo de eterna libertad. “Porque lo que parece locura de Dios es más sabio que la sabiduría humana, y lo que parece ser debilidad de Dios es más fuerte que la fuerza humana. Ahora acordaos de lo que erais, hermanos míos, cuando Dios os llamó. Desde el punto de vista humano, pocos de ustedes eran sabios o poderosos o de alta posición social. Dios escogió a propósito lo que el mundo considera una tontería para avergonzar a los sabios, y escogió lo que el mundo considera débil para avergonzar a los poderosos. Eligió lo que el mundo desprecia y desprecia y piensa que es nada, para destruir lo que el mundo piensa que es importante. Esto significa que nadie puede jactarse en la presencia de Dios”. Asumo mi responsabilidad como jefe de gobierno y comandante en jefe de las Fuerzas de Defensa de Panamá durante el traicionero ataque de los Estados Unidos a mi país; nadie puede sustraerse al juicio de la historia. Sólo pedí ser juzgado en la misma escala que la traición y la infamia de mis enemigos, extranjeros y domésticos. Así que aquí estoy, un viajero que recorre el largo camino, seguro de que el último capítulo de la historia de Noriega aún está por escribirse. Epílogo Manuel Antonio Noriega probablemente siempre será juzgado según la visión refractada del espectador: para unos seguirá siendo el diablo; para otros lo será menos a medida que las sórdidas manipulaciones que giran a su alrededor se hagan cada vez más evidentes. Su narrativa es justo lo que parece ser: la versión de un hombre, cuya reputación a menudo se ha inflado demasiado hasta alcanzar proporciones míticas. Puede haber mucho debate sobre el relato de Noriega sobre su vida política. Es cierto que algunas de sus acusaciones son certeras. En los puntos clave, no creo que la evidencia demuestre que Noriega fue culpable de los cargos en su contra. No creo que sus acciones como líder militar extranjero o jefe de estado soberano justificaran la invasión de Panamá o que representara una amenaza para la seguridad nacional de los Estados Unidos. Esta es una historia sobre la creación de una imagen de culpa. Si se quita la costosa campaña estadounidense que vincula inexorablemente el nombre de Noriega en la historia a la corrupción del narcotráfico, se encuentra una acusación que se pasó de la raya para condenar. Tantos agentes estadounidenses buscaron arduamente y durante mucho tiempo para condenar a Noriega, solo para encontrar las palabras contaminadas y contradictorias de un par de delincuentes que ganaron su libertad a cambio de testificar para el gobierno, supieran o no algo sobre Noriega. Para la acusación, el estándar de la prueba a veces parecía ser menos si estaban diciendo la verdad que si sus historias saldrían adelante. Todo esto hizo un gran daño al sistema de justicia penal de los Estados Unidos. Por eso, desafío a los que dicen que los detalles del caso de Noriega no importaron: que estaba sucio, que cualquier medio utilizado para condenarlo fue satisfactorio. “No tengo pruebas, pero nada disuadirá mi convicción absoluta de que estuvo involucrado en el narcotráfico”, dijo el ex embajador Briggs. Hubo tres razones principales para la invasión, que no tenían nada que ver con los intereses legítimos de seguridad: el factor cobarde, es decir, el deseo de Bush de contrarrestar una imagen creciente de debilidad y proteger sus índices de aprobación, el fracaso de Panamá para ayudar a Estados Unidos con Irán -Contra y la preocupación derechista estadounidense de que Estados Unidos pronto perdería influencia sobre las operaciones del Canal de Panamá, con Japón esperando entre bastidores. En estas páginas, ofrezco comentarios sobre las afirmaciones de Noriega, su relación con los Estados Unidos, el asesinato de Spadafora y los cargos por drogas, junto con una perspectiva de la invasión estadounidense de Panamá. En breve: • La descripción de Noriega del plan para usar explosivos para influir en la opinión pública en la Zona del Canal de Panamá a fines de 1976 concuerda con la información publicada de que un sargento del ejército estadounidense pudo haber estado involucrado en tal operación. En ese momento, el uso de plástico C-4 no estaba muy extendido, y tales explosivos, que se usaron en los bombardeos, probablemente serían de origen estadounidense. El jefe de la estación de la CIA en Panamá en 1976, Joe Kiyonaga, murió en 1988; sus hijos, John y David, ambos abogados, dijeron que no sabían nada sobre el incidente. El Departamento de Defensa y la CIA, respondiendo a las solicitudes de libertad de información, dijeron que no tenían información o que no reconocerían tal información incluso si la tuvieran. El relato de Noriega es el único que describe la participación del entonces director de la CIA, George Bush. No encontré ninguna confirmación de la cuenta de Noriega. Le envié una carta al ex presidente preguntándole si participó en la planificación del bombardeo, en preparación o entrenamiento, si sabía de la participación estadounidense y si discutió el caso en algún momento con Noriega. El portavoz de Bush respondió por teléfono: “Según recuerda, la respuesta es 'no' a las cinco preguntas. Pero para asegurarse, envió su carta a John Deutsch [director de la CIA]”. Varios días después, el vocero volvió a llamar y dijo: “La CIA no tiene nada que agregar a lo que ya dijo el presidente Bush”. • Sobre el controvertido asesinato del reverendo Héctor Gallego el 9 de junio de 1971, el reportero de investigación Seymour Hersh informó que la inteligencia estadounidense concluyó que Noriega era personalmente responsable de la muerte del cura rural. Noriega está familiarizado con los informes, los niega rotundamente y pide que se haga pública cualquier evidencia. • Sobre la muerte de Torrijos, hay acusaciones y contraacusaciones por el accidente aéreo que le quitó la vida al líder panameño. Funcionarios estadounidenses en Panamá en el momento de la muerte de Torrijos que estaban familiarizados con la investigación del accidente concluyen que no hubo juego sucio y que un error del piloto pudo haber causado el accidente. • Fuentes de inteligencia de EE.UU. confirman los relatos de Noriega sobre reuniones a instancias de ellos en Cuba; Los documentos de inteligencia obtenidos a través de la Ley de Libertad de Información confirman las propuestas de Noriega a Fidel Castro con respecto a América Central y el puente del Mariel, así como su posterior interrogatorio por parte de William Casey. También están de acuerdo con su evaluación de que Casey habría bloqueado el enjuiciamiento de Noriega por cargos de drogas. Le pregunté al coronel Matías Farias, exjefe de protocolo militar estadounidense en Panamá, sobre la relación entre Casey y Noriega. “Recuerdo conocer a Casey una vez cuando llegó al Comando Sur”, dijo Farias. “Tan pronto como se bajó del avión, Casey dijo: '¿Dónde está mi hijo? ¿Dónde está Noriega? '” Donald Winters, jefe de la estación de la CIA en Panamá durante dos años a partir de 1983, dijo que la CIA lo autorizó a describir su relación con Noriega y lo que sabía sobre el contacto de Noriega con Casey. “Estuve presente durante tres encuentros entre los dos hombres, dos en Washington y uno en Panamá, y puedo dar fe de que la relación no fue cercana ni personal. Casey siempre estaba bien informado (normalmente por mí) sobre cómo debía tratar con Noriega”. • Oficiales de inteligencia niegan que Panamá o territorio estadounidense en la Zona del Canal haya sido utilizado para entrenar militares salvadoreños o miembros de escuadrones de la muerte. Pero esas negaciones pueden no resolver el problema. Las operaciones estadounidenses secretas y compartimentadas en América Central durante la década de 1980 llevaron el concepto de negación plausible —el arte de poder mentir porque ningún testigo pudo probar lo contrario— a nuevos niveles de cinismo. Las entrevistas con personal militar estadounidense bien ubicado indicaron esfuerzos constantes para engañar al público estadounidense sobre la relación entre el ejército salvadoreño, las fuerzas paramilitares y los asesores y entrenadores estadounidenses. Panamá ciertamente fue utilizado para eludir otros mandatos del Congreso sobre El Salvador, como el límite en el número de asesores estadounidenses en el país centroamericano. El ejército y la CIA jugaron con el concepto de "en el país", transportando a personas de fuera de El Salvador para pasar el día y hacer que pasaran la noche en otro lugar. De manera similar, ignoraron otras disposiciones, como la regla de que los asesores estadounidenses no portan rifles ni operan en el campo contra los rebeldes salvadoreños. En 1985, The New York Times publicó un artículo de primera plana que detallaba sobrevuelos de reconocimiento C-130 armados de EE. UU. sobre Salvador que operaban desde la Base de la Fuerza Aérea Howard en Panamá; el periódico publicó una fotografía de uno de esos aviones, pintado de negro y sin marcas militares. Independientemente, las fuentes afirmaron que los accesorios de ametralladoras de calibre cincuenta a bordo de estos aviones necesitaban un reemplazo frecuente debido al sobrecalentamiento de los intensos tiroteos. Un asesor estadounidense clave me dijo que Estados Unidos manipuló el uso del territorio panameño y hondureño para que pareciera que estaban cumpliendo con los controles establecidos por el Congreso sobre la participación en la guerra civil salvadoreña. • El gobierno de Estados Unidos sabía bien que las elecciones presidenciales de 1984 fueron irregulares, llenas de acusaciones de corrupción y probablemente las ganó Arnulfo Arias. Sin embargo, la administración Reagan avaló la elección de Barletta, enviando no sólo un mensaje de complicidad al pueblo panameño, sino a Noriega. Es notable la ironía de que Jimmy Carter asistiera a la inauguración de 1984 y luego criticara el proceso electoral de 1989. Las elecciones del 7 de mayo de 1989 fueron anuladas antes de que se pudiera completar el conteo electoral, pero hubo un acuerdo generalizado de que, por la razón que fuera, los candidatos de Noriega habrían perdido. Resumiendo la respuesta estuvo Marco Gandasegui , un analista político panameño con fuertes sentimientos nacionalistas que se opuso enérgicamente a la política estadounidense en Panamá. “Creo que está claro que el gobierno perdió, de lo contrario no habrían anulado las elecciones. Hay que recordar que la gente no estaba votando tanto a favor de un lado o del otro; estaban votando negativamente. El pueblo que votó por la oposición estaba votando en contra del malestar económico en que había caído el país; los que apoyaban al gobierno estaban votando en contra de hombres que percibían como demasiado vinculados a los Estados Unidos?' • El ayudante de Carter, Robert Pastor, rechaza el relato de Noriega sobre los intentos de organizar una reunión después de las elecciones del 7 de mayo de 1989, diciendo que se le negó el acceso al general panameño. • Matones vestidos de civil circulaban en camionetas descubiertas por la ciudad de Panamá el día de la golpiza a candidatos presidenciales y vicepresidenciales en el barrio Casco Viejo. Si bien no se culpó a ningún individuo por el asesinato de Alexis Guerra durante ese incidente, se creía ampliamente que los soldados de las PDF eran los responsables. Hubo casos de maltrato policial a manifestantes durante el período electoral. • En la muerte del Coronel Moises Giroldi después del golpe de octubre, hubo informes sensacionalistas de que Noriega había apretado el gatillo al matar a Giroldi. Ese cargo ha sido desacreditado; se cree probable que el Capitán Eliécer Gaitán ordenó la ejecución de Giroldi y otros nueve golpistas, en una advertencia preventiva a todos los futuros golpistas. Noriega y los Estados Unidos El coronel retirado de la Fuerza Aérea de los EE. UU., Matías Farias, no se avergüenza de sus calificaciones para dar consejos políticos. En el transcurso de sus doce años como asesor político del Comando Sur de los EE. UU., Farias ha utilizado sus habilidades para comprender América Latina para asesorar a los gobiernos de media docena de países, además de brindar orientación a sus superiores en las fuerzas armadas de los EE. UU. “No quiero inflarme, pero llegó a donde la gente sabía que yo era alguien a quien escuchar. Yo soy el que les dijo que Daniel Ortega perdería las elecciones en Nicaragua frente a Violeta Chamorro; Yo soy el que le dijo a [el dictador chileno Augusto] Pinochet que permitiera que los civiles tomaran el poder... Él me escuchó y todo estuvo bien. Tengo fama de saber de lo que hablo”. Por eso no se sorprendió cuando un día de febrero de 1988 recibió una llamada del general Manuel Antonio Noriega. “Mi problema era que necesitaba permiso de mis superiores para poder hablar con él. Llegó hasta el almirante William Crowe, el presidente del Estado Mayor Conjunto, y tomó tres días antes de que me dieran el visto bueno”. El momento para Estados Unidos y para Noriega fue crucial. Noriega acababa de ser procesado por cargos de drogas en los Estados Unidos; El presidente civil de Panamá, Eric Arturo Delvalle, se estaba preparando para ponerse del lado de los estadounidenses y pedir la destitución de Noriega. Noriega había mantenido solo un contacto casual con Farias a lo largo de los años. Pero ahora, la habilidad especial del exilio cubano para hablar literal y figurativamente el idioma de América Latina estaba en demanda. Farias manejó hasta el cuartel de comando de Noriega en la Avenida A en Chorrillo. Lo condujeron a la oficina de Noriega, donde encontró al general vistiendo uniforme de camuflaje. Se dieron la mano y luego se sentaron solos. “Coronel, se dice que usted es el principal analista político de los estadounidenses aquí. Tú eres de quien ellos dependen. Me gustaría tu consejo también. ¿Cómo ves la situación?”. preguntó el general. “General, debo ser franco con usted: la situación se está deteriorando. Todo sistema tiene que pagar un costo político por mantenerse en el poder. Y ahora los militares están experimentando esa realidad. Desafortunadamente, el pueblo panameño quiere un cambio”. Noriega escuchó atentamente mientras Farias hablaba y luego respondió uniformemente, obviamente queriendo investigar el asunto profundamente. “Coronel, todos deben entender que Panamá ha cambiado de lo que era hace veinte años. Los pobres ahora tienen una oportunidad; tienen más acceso al poder, a la riqueza; las masas de panameños ahora tienen un futuro”. Farías asintió con la cabeza. “Pero el problema es de percepción”, dijo. “La gente tiene la sensación de que las fuerzas de defensa tienen en sus manos todo…” “Pero el pueblo tiene un presidente civil que sí toma sus propias decisiones”, dijo Noriega. “General, independientemente de lo que usted y yo pensemos, la gente siente que los militares deben retroceder. Es su percepción; es una realidad para ellos. Puede decir que tiene sus partidarios, pero ya no tiene una mayoría. La gente está cansada; si se celebraran elecciones hoy, las perdería en gran medida, probablemente por tres a uno”. “¿Es eso lo que piensan el Pentágono y el Departamento de Estado?” preguntó Noriega. “¿Qué pasa con mis amigos en Washington?” “General, usted puede tener amigos en Washington, los mismos que siempre tuvo; pero por primera vez, tienes algunos enemigos muy poderosos. No creo que la situación vaya a cambiar”. Pocos días después de la reunión de Farias, el 15 de marzo de 1988, un grupo de oficiales panameños, encabezados por el mayor Leónidas Macías, dieron un golpe fallido contra Noriega. Macías y sus cómplices fueron capturados y encarcelado. Los funcionarios estadounidenses fueron advertidos, y aunque Farias dijo que no era parte del plan, Noriega asumió que sí lo era. Los dos hombres no tuvieron más reuniones. Sin embargo, Farias es uno de varios oficiales estadounidenses que rompen filas con la sabiduría prevaleciente sobre Noriega y sus Fuerzas de Defensa de Panamá. Los analistas militares de EE. UU. dieron al PDF de Noriega altas calificaciones por su profesionalismo. De hecho, las evaluaciones independientes de fuentes militares de EE. UU. dijeron que Noriega había mejorado una organización que comenzó como una fuerza policial a la organización militar que necesitaba ser para proteger el Canal de Panamá. “Noriega trajo el PDF al siglo XX”, dijo un oficial estadounidense. “El objetivo era incorporar a los militares en las defensas del canal. Personalmente, me decepcionó la invasión y la decisión de desmantelar las fuerzas armadas”. Significativamente, dijo el oficial, bajo la tutela de Noriega, el PDF desarrolló programas sociales de gran alcance. “No creo que haya habido una mejor unidad de asuntos civiles en toda América Latina. Enviaron médicos a aldeas remotas y enseñaron técnicas agrícolas a los campesinos. Creo que esta fue una organización muy seria y bien intencionada”. El general Woerner, jefe del Comando Sur hasta el otoño de 1989, estuvo de acuerdo con varias evaluaciones clave de los hombres que tenían contacto diario con Noriega y el PDF. “En general, nunca vi ninguna evidencia creíble de narcotráfico que involucre al general Noriega”, dijo. “Mi análisis fue que la política estadounidense de aislar a Panamá y su ejército era contraproducente para los intereses estadounidenses”. Fue Woerner quien, obligado a retirarse por negarse a invadir Panamá, tuvo una respuesta concisa a la pregunta ¿ Por qué Estados Unidos invadió Panamá? “La invasión fue una respuesta a las consideraciones internas de Estados Unidos”, dijo. “Fue el factor debilucho”. Un informe de inteligencia del departamento de defensa desclasificado en 1976 describió a Noriega como un “caucásico con un aparente rastro de negroide, 5 pies y 6 pulgadas de alto, 150 libras, constitución mediana. “Como estudiante en el Instituto Nacional, participó activamente en las actividades de la juventud socialista y se convirtió en miembro del Partido Socialista Panameño, un grupo de orientación marxista. . . inactivo desde mediados de la década de 1960. . . . Mientras asistía a la escuela secundaria, Noriega escribió una serie de poemas y artículos nacionalistas que se publicaron en periódicos locales”. Los censores borraron gran parte del documento de inteligencia, incluidas las áreas relacionadas con la vida privada y los conocidos personales de Noriega. Pero el documento dice que Noriega ha mantenido una relación amistosa y cooperativa con el personal militar de los EE. UU. desde antes de unirse a la Guardia Nacional en 1962... Tiene una clara preferencia por la comida al estilo estadounidense y una afición particular por los hot dogs. Le gustan las mejores marcas de whisky escocés con agua. Elige a sus amigos con cuidado cuando bebe. No le gusta el café y prefiere beber té o jugo. No fuma, pero masca chicle. Le gustan los dulces tipo caramelo y chicloso. No hay antecedentes [policiales] disponibles. Noriega admite que él y sus compañeros de secundaria solían arrojar piedras a la policía panameña durante sus días de escuela secundaria. Se puede concluir que ningún registro de arresto fue destruido después de que pasó a la Guardia Nacional G-2 (inteligencia). Noriega es (católico), pero su religión tiene poco o ningún efecto en sus puntos de vista militares o políticos. Noriega es inteligente, agresivo, ambicioso y ultranacionalista. Es una persona astuta y calculadora. Aunque leal al general de brigada Torrijos y respetuoso con sus superiores, reprende a sus compañeros y subordinados, a menudo en presencia de otros. Tiene una mente aguda y disfruta de los encuentros de “justas” verbales con contactos estadounidenses. Es un orador persuasivo y posee un raro sentido común. Se le considera un oficial competente con excelente juicio y capacidad de liderazgo. Ha sido durante mucho tiempo uno de los principales diputados políticos de Torrijos y ha jugado un papel importante en la configuración de las políticas internacionales de su país. Con su experiencia como G-2 desde 1970, que incluye el control del Departamento Nacional de Investigaciones (DENI), encargado de la seguridad interna y las investigaciones criminales, y la Sección de Migración del Ministerio de Gobierno y Justicia, Noriega parece estar seguro de mantener un rol de “intermediario de poder”. No debería ser una sorpresa encontrar algún día a este oficial en el puesto de. . . En caso de una confrontación entre Estados Unidos y el régimen actual de Panamá, Noriega sería un adversario capaz, pero se cree que se esforzaría por mantener un contacto de enlace limitado con ciertos funcionarios estadounidenses, como ha sido su política en el pasado. Noriega siente que Estados Unidos debería “normalizar las relaciones con Cuba como un medio para combatir el fanatismo cubano”. Informes anteriores revelan la creencia de Noriega de que “la mejor manera de controlar a tus enemigos es mantener un contacto cercano”. La organización de sus oficinas G-2 llega a todos los sectores del dominio público y proporciona recopilación de datos e inteligencia sin procesar que permite a Noriega ser la persona mejor informada en Panamá. A menudo es seleccionado para representar al Gobierno de Panamá en viajes diplomáticos y/o en importantes conferencias y negociaciones militares en el extranjero. Se le considera una de las figuras más poderosas de Panamá con estrechos vínculos con Torrijos. Es un hombre de acción y no tiene miedo a tomar decisiones. Por ejemplo, en enero de 1970, se negó a permitir que repostaran los aviones secuestrados y en el intento posterior de capturar al secuestrador, el joven, un enfermo mental, fue asesinado a tiros sin cuartel. Este incidente, el único intento de secuestro registrado en Panamá, sirvió para ganarse a Noriega el respeto del público a regañadientes y dio aviso previo de su capacidad. Posteriormente, en 1970, Noriega dirigió la persecución de una pequeña banda terrorista/guerrillera con helicópteros. Noriega es un líder agresivo. Es respetado por los amigos y temido por los enemigos. Depende de su organización de inteligencia y su estrecha relación con Torrijos para el mantenimiento del poder. Se considera que encabeza la lista de varios posibles sucesores de Torrijos como comandante de la Guardia Nacional en caso de que ese puesto quede vacante. Algunos observadores lo ven como el posible futuro dictador de Panamá. Jugó un papel decisivo en el contragolpe de Torrijos de diciembre de 1969 y desde 1970 ha sido el líder de una de las dos “camarillas” informales de oficiales dentro de la Guardia Nacional. Su estado financiero personal parece excelente. Aunque su historial de asociación con el ejército estadounidense se remonta a más de 15 años, se está alejando cada vez más de los EE. UU. Mantiene canales abiertos con representaciones políticas cubanas, soviéticas, chilenas y otras en Panamá. Es probablemente el segundo hombre más poderoso de Panamá y, por lo tanto, posee un potencial militar y/o político casi ilimitado. Durante el período de Torrijos, Noriega fue una presencia relativamente discreta. Se rumoreaba que tenía el país conectado, con algún tipo de información de inteligencia sobre casi todo el mundo, se convirtió en un jugador astuto y de confianza detrás de Torrijos. Funcionarios de inteligencia estadounidenses dijeron que Noriega nunca se ganó la reputación de líder brutal de un estado policial. La información sobre derechos humanos de EE. UU. nunca señaló preocupaciones masivas sobre abusos contra los derechos humanos o civiles. Es cierto que a los miembros de la oligarquía a menudo no les fue bien con veinte años de torrijismo. No hubo amor perdido entre los seguidores de Arnulfo Arias y los militares panameños. En total, las estimaciones fueron de trescientos exiliados políticos entre 1968 y 1989. Eso fue menos que el número de refugiados que huyeron de sus hogares en El Salvador todos los días durante varios años en el punto álgido de la guerra de guerrillas. ¿Qué pasa con la represión en las calles? Hubo incidentes, pero incluso durante las protestas de la Cruzada Cívica, dijo un analista militar estadounidense, siempre hubo un intento de los panameños por mantener la paz. “Siempre sentí que trataban de no tener confrontaciones”. Uno de los comandantes callejeros que monitoreaba las protestas, irónicamente, era Eduardo Herrera Hassan, luego traído por Estados Unidos después de la invasión para reorganizar una fuerza policial panameña. “Herrera estaba haciendo todo lo posible para evitar la violencia. Pero, ¿dónde trazas la línea entre la desobediencia civil y el mantenimiento de la paz? Nunca sentí que hubiera mucha opresión”. Era imposible decir que Noriega era muy popular en las calles de Panamá; él no estaba. Noriega subestimó el poder de la Cruzada Cívica, que tenía una base mucho más amplia de lo que creía. Los panameños vieron a su país en contraste con Centroamérica por un lado y la riqueza de los estadounidenses por el otro. No hubo guerras y poca violencia en su país de dos millones; ni matanzas ni escuadrones de la muerte como en El Salvador, ni guerrillas ni guerra civil como en Nicaragua o Guatemala. La gente miró a su alrededor y vio que sus vidas deberían haber sido mejores. ¿Dónde estaba la prosperidad que esperaban? ¿Por qué no se cumplió la promesa? La gente culpó a las Fuerzas de Defensa de Panamá, incluso antes de la presión estadounidense y más después; con las sanciones económicas de Estados Unidos, se les exprimió más que nunca. Noriega no podía hacer mucho más que lo impensable: sacrificar la soberanía a cambio del crecimiento económico y exiliarse. Fue un trato terrible y él se negó. Las preguntas sobre Noriega y el historial de derechos humanos de Panamá comenzaron a surgir con el deterioro de las relaciones entre Panamá y EE. UU., vinculado directamente con la continuación de la guerra sucia de la administración Reagan en América Central. A fines de la década de 1980, Estados Unidos había fracasado en su política de armar a los Contras nicaragüenses para derrocar al gobierno sandinista de Nicaragua. Funcionarios de inteligencia estadounidenses que estaban cerca de las operaciones en América Central dijeron que Noriega era periférico en estas actividades. Significativamente, sin embargo, cuando Oliver North le pidió a Noriega que participara en las guerras sucias minando los puertos nicaragüenses, él dice que se negó. North ha afirmado que la oferta de participar en Centroamérica fue una iniciativa de Noriega. Los propios socios de North, sin embargo, rechazan esto. “Amo a Ollie”, dijo un asociado. “Pero él sabe que la idea fue solo suya. Noriega se negó a aceptarlo”. “Desafortunadamente, el problema con Ollie es que nunca puedes creer nada de lo que dice”, dijo Vince Cannistraro , ex subdirector regional de la CIA y segundo al mando después de North en el Consejo de Seguridad Nacional. La historia de la reunión de Noriega con North en Londres se complicó aún más cuando el fiscal especial Lawrence Walsh publicó copias de los cuadernos de North, que indican que Noriega fue la fuente de la oferta. Hay puntos de vista opuestos sobre el significado de estos cuadernos, que indican un contacto detallado con Noriega con respecto a que el líder panameño se ofreció a tomar medidas. Canistraro y otros funcionarios de inteligencia estadounidenses dijeron que esa oferta habría estado fuera de lugar. “Ese es el factor de Ollie North. Ollie teniendo discusiones con la gente y excediendo su mandato era algo común. Eso pasó mucho. Estaba haciendo todo tipo de cosas extrañas y curiosas. Lo sabemos ahora. Yo tendería a creerle a Noriega”. Si hubo un hombre que personificó la política estadounidense en América Central durante el período, no fue North, sino Elliott Abrams, el subsecretario de Estado para Asuntos Interamericanos. Abrams había convertido su oficina en una tribuna para despotricar contra el comunismo en Nicaragua y El Salvador. "Sres. La actitud de Abrams desciende del notorio pronunciamiento hecho hace casi un siglo por el secretario de Estado Richard Olney: 'Estados Unidos es prácticamente soberano en este continente, y su fiat es ley sobre los sujetos a los que limita su interposición '" , escribió el historiador Arthur . Schlesinger, Jr., describiendo a Abrams como “un funcionario sin calificaciones visibles para el trabajo, a quien no se le cree en el Capitolio ni a los latinoamericanos”. Abrams dice que cuando asumió el cargo de subsecretario de Estado para Asuntos Interamericanos en julio de 1985, buscó “una política de derechos humanos en todo el hemisferio para tratar con Stroessner , Pinochet y Noriega. También se da el caso de que el comportamiento de Noriega empeoraba todo el tiempo”. Al principio se vio obstaculizado en sus intentos de cambiar la política oficial hacia Noriega, y el Departamento de Defensa y la CIA argumentaron que estaban satisfechos con el statu quo. “El argumento del Departamento de Defensa fue que todo esto son tonterías intelectuales: Noriega es nuestro aliado para proteger tanto a los ciudadanos estadounidenses en la Zona del Canal como al canal mismo. La CIA dijo: trabajamos con lo que tenemos. “¿Por qué el Estado ganó esta batalla? Creo que la respuesta son las drogas, una vez que quedó claro que la cantidad de tráfico de drogas estaba aumentando. “Seamos claros aquí, yo estaba a cargo de la política”, dijo Abrams. Los rumores y la inteligencia cruda sobre Noriega y las drogas tenían más peso que la información persistente que vinculaba los envíos de armas de la Contra nicaragüense con vuelos de drogas en Honduras y cargos de corrupción de drogas en el ejército de El Salvador. Panamá era un blanco conveniente y una buena válvula de escape para desviar la atención, porque estaba de por medio el prestigio de la administración Reagan y Bush. Estados Unidos estaba inyectando miles de millones de dólares en El Salvador y Honduras para luchar contra el gobierno sandinista de Nicaragua y las guerrillas salvadoreñas, mirando hacia otro lado mientras el ejército salvadoreño pisoteaba los derechos humanos en su país y mantenía los fondos para los Contras nicaragüenses en su CIA. esfuerzo orquestado para derrocar a los sandinistas. Abrams y la administración Reagan, más de 100.000 muertes después en El Salvador y 50.000 muertes después en Nicaragua, fueron lo suficientemente cínicos para dar a entender que su política tuvo éxito. “No estábamos jugando para ganar, estábamos jugando para empatar, y eso es lo que obtuvimos”, dijo un participante estadounidense bien ubicado en las operaciones estadounidenses en Centroamérica. Los centroamericanos dejaron a Abrams y al resto de la administración fuera de la solución real a los problemas centroamericanos. Donde Abrams conspiró repetidamente y en secreto para fomentar una invasión de Nicaragua liderada por Estados Unidos, los centroamericanos lograron la paz. Noriega era amigo tanto del presidente costarricense Oscar Arias como del presidente nicaragüense Daniel Ortega, convenciendo al reticente Ortega de que reunirse con Arias en lo que se conocería como el Plan de Paz de Contadora era algo bueno. Contadora, una isla frente a las costas de Panamá, fue sede de la primera reunión centroamericana para encontrar una solución a las guerras civiles regionales de la década de 1980. Estados Unidos primero rechazó, luego aceptó a regañadientes el proceso de paz centroamericano. Pero Abrams y compañía, tan identificados con la causa antinicaragüense, estaban indignados. Se alinearon con un pequeño grupo de banqueros y empresarios panameños de élite antimilitaristas para arremeter contra Noriega por haber dejado a Panamá bajo las garras de la represión militar. En cualquier medida en que esto fuera así para las clases altas blancas de habla inglesa, la historia entre la clase trabajadora era diferente. En veinte años de gobierno militar, los panameños empobrecidos y, lo que es más importante, en su mayoría de origen africano y de etnia mixta, por primera vez se estaban consolidando. Los hijos e hijas de los habitantes de barrios marginales obtenían la educación secundaria, avanzaban a la Universidad de Panamá y se convertían en funcionarios, médicos, abogados y profesores universitarios. Algunas de estas nuevas masas educadas adoptaron puntos de vista políticos de izquierda; esto los alejó de la corriente política principal: la política populista de derecha del partido Arnulfista de Arnulfo Arias y los demócratas cristianos conservadores de centro fueron los principales actores. En cambio, compartiendo el nacionalismo de las recién constituidas Fuerzas de Defensa de Panamá, la nueva clase media criada por los torrijistas se puso del lado de Noriega a regañadientes. Un joven médico distinguido y bien hablado me dijo que estaba orgulloso de apoyar a Noriega en las elecciones de mayo de 1989, no como un voto a favor de la corrupción, sino como un voto en contra de Estados Unidos ya favor de la independencia de Panamá. Pero Estados Unidos nunca quiso escuchar mucho sobre la soberanía panameña. Perdida en la indignación por las elecciones de mayo de 1989, que fueron canceladas por Noriega, estaba la realidad obvia y bien documentada de que Estados Unidos siempre ha ayudado a manipular la escena política panameña. Los estadounidenses miraron hacia otro lado en 1984 cuando los cuestionables procedimientos de votación produjeron una victoria en las elecciones presidenciales para Nicolás Ardito Barletta, un economista formado en la Universidad de Chicago y en algún momento protegido del entonces secretario de Estado George Shultz. Su oponente era Arnulfo Arias, por entonces un candidato octogenario y perenne que buscaba la presidencia por cuarta vez. Las opiniones fascistas y racistas de Arias eran una vergüenza para Estados Unidos. Su franca admisión a Noriega de que trataría de abolir las fuerzas armadas, como lo había hecho en 1968, provocó grandes esfuerzos por parte de las fuerzas armadas gobernantes para garantizar que no fuera elegido. El exembajador estadounidense Everett Briggs dijo en una entrevista que Estados Unidos estaba contento con que Barletta se convirtiera en presidente a pesar de que la administración Reagan sabía que no había sido elegido de manera justa. “Barletta realmente fue estudiante de Shultz en la Universidad de Chicago”, dijo Briggs en una entrevista. “Todo el mundo creía que Arnulfo Arias había ganado por un pelo. El análisis que me hizo el personal de la embajada fue que probablemente le ganó a Barletta por menos de 10.000 votos. Pero incluso los políticos más responsables de la oposición estaban dispuestos a darle [a Barletta] el beneficio de la duda”. También ignorado por la sabiduría residente sobre Panamá bajo Noriega fue que su oposición más fuerte en los Estados Unidos se produjo como resultado de las deserciones de las filas de sus seguidores. Gabriel Lewis Galindo, por ejemplo, había trabajado codo a codo con él y Torrijos durante la negociación de los tratados del Canal de Panamá de 1978. Pero Lewis y el campo de Noriega tuvieron una pelea por asuntos financieros personales . Lewis se convirtió en un archienemigo de Noriega y uno del círculo interno de conspiradores anti-Noriega, que tenía la atención de Elliott Abrams en Washington. También en la lista de conspiradores descontentos estaba José Blandón, el cónsul de Panamá en Nueva York, quien se sintió profundamente insultado cuando Noriega lo despojó de su cargo. Abrams dijo que basó su búsqueda de Noriega en los cargos de Blandon sobre drogas. Después de meses de buscar evidencia contra Noriega y no encontrar nada, “de repente la respuesta fue 'sí, tenemos la evidencia'. La diferencia fue Blandón”. Blandon también era cercano a Deborah DeMoss, la maquiavélica especialista en América Latina del personal del senador archiconservador Jesse Helms de Carolina del Norte. DeMoss pudo usar la posición de Helms en el Comité de Relaciones Exteriores del Senado para promover las acusaciones de Blandon de que Noriega traficaba con drogas en asociación con Fidel Castro y los narcotraficantes colombianos. Se persuadió a otros miembros del comité, incluidos los senadores demócratas Edward Kennedy y John Kerry, para que hicieran públicos los cargos de Noriega en nombre de sonar firmes en la prosecución de la supuesta guerra estadounidense contra las drogas. Si bien muchas de las acusaciones de Blandon sobre Noriega se han convertido en parte del registro histórico, sus mentiras y engaños absolutos se consideraron tan peligrosas que los fiscales del gobierno de EE. UU. ni siquiera lo llamaron como testigo en el juicio por drogas de Noriega. Nada de esto se suma a la justificación de una invasión estadounidense. Todas las supuestas razones —apoyar la democracia, bloquear el narcotráfico, proteger el honor de una mujer, responder a la supuesta declaración de guerra de Noriega— eran mentiras. Spadafora El coronel Al Cornell, agregado militar de la embajada de Estados Unidos en Panamá, irrumpió en la oficina del encargado de negocios, William Price, con la alarmante noticia: el cuerpo decapitado de Hugo Spadafora había sido encontrado debajo de un puente en la provincia de Chiriquí. "¿Has oído las noticias?" preguntó. Alguien ha matado a Hugo Spadafora. Este es un gran problema para este gobierno y este ejército”. "¿Cuál es el problema, Al?" preguntó Precio. “No es más que un torrijista de izquierdas. No es gran cosa." “Te lo digo, Bill, esto va a tener repercusiones a largo plazo para este gobierno. Esta cosa va a causar acidez estomacal a lo grande”. Cornell y otros funcionarios estadounidenses investigaron el caso. “Me cuesta creer que Noriega estuvo involucrado”, dijo. “No creo que Spadafora fuera una gran amenaza en cualquier caso. Solo un tonto habría hecho algo como ordenar el asesinato. Él no es tonto; es un tipo inteligente y un luchador callejero muy brillante”. Don Winters, el jefe de la estación de la CIA, estuvo de acuerdo con Cornell en que había grandes problemas. Pero dudaba de la participación de Noriega. “Primero, no sigue el MO de Noriega”, les dijo a sus amigos. “Los militares panameños no matan personas. El exilio es el método más común para tratar con los enemigos; para ellos, ponerse duro es un poco de rudeza y su predilección por empujar las cosas por el trasero de las personas para humillarlas. Pero eso es todo. Los investigadores estadounidenses en el lugar vieron pruebas más allá de toda duda razonable de que dos policías auxiliares en Chiriquí eran los responsables del asesinato. No pudieron encontrar un motivo claro. Tal vez, dijo Cornell, los subordinados pensaron que le estaban haciendo un favor a su jefe, Noriega, al deshacerse de Spadafora. “Bueno, posiblemente”, dijo Winters, pero lo dudaba. Spadafora no era una amenaza real para Noriega. A pesar de las irritantes noticias y columnas escritas por el exiliado panameño, realmente tuvo muy poco impacto en Panamá. Todos descartaron los informes de que Spadafora fue asesinado antes de que pudiera entregar información secreta sobre Noriega a la embajada de Estados Unidos en la ciudad de Panamá. Describieron a Spadafora como un contacto de inteligencia de bajo nivel para los Estados Unidos. Si tuviera información especial sobre Noriega, que dudaban, podría haberla entregado en San José, Costa Rica, donde vivía. En cualquier caso, ciertamente habría tenido múltiples copias de la información. No ha aparecido tal información. Floyd Carlton, sin embargo, les dijo a los agentes de la DEA después de su arresto en Costa Rica que le había proporcionado a Spadafora información sobre Noriega. A pesar de leer noticias sobre el tema, los hombres nunca vieron ninguna información creíble de que Noriega estuviera involucrado. “A lo sumo”, dijo el coronel Matías Farias, “se podría decir que Noriega participó en un encubrimiento, o al menos permitió que el caso quedara sin juicio. Pero no creo que él estuviera involucrado”. Cada vez que Cornell, Farias o el jefe de la estación de la CIA en ese momento, Donald Winters, eran interrogados por colegas o amigos, su afirmación de la falta de participación de Noriega era recibida con incredulidad. ¿No habían visto la transcripción de la Agencia de Seguridad Nacional de la conversación que tuvo Noriega con su comandante en el lugar, el mayor Luis ( Papo ) Córdoba? “No sé nada de eso”, dijo Farias. “Tampoco Cornell y Winters. Y si no lo saben, puedes estar bastante seguro de que no existe”. Sin duda, la vinculación de Noriega con la orden del asesinato de Spadafora fue el elemento más significativo citado para generar oposición tanto en Panamá como en Estados Unidos. De hecho, incluso cuando el juez federal William M. Hoeveler sopesó la posibilidad de que Noriega fuera inocente de los cargos de drogas en su contra, me dijo que lo aplacó saber que Noriega era un mal personaje, en cualquier caso , “ estuvo involucrado en el Asesinato de Spadafora. La suposición del juez de la sabiduría de los residentes sobre el caso Spadafora provocó una mirada más profunda a los antecedentes del cargo de que Noreiga ordenó el asesinato de Hugo Spadafora. Las entrevistas con funcionarios del gobierno y periodistas que escribieron historias sobre el asesinato de Spadafora no lograron desarrollar una fuente original para la transcripción de la NSA. Todos los informes publicados que pude encontrar sobre la supuesta cita de la Agencia de Seguridad Nacional se remontan a Guillermo Sánchez Borbón, cuya columna en el periódico anti-Noriega Let Prensa publicó por primera vez los cargos sobre la participación del general en el asesinato. Sánchez Borbón dijo con franqueza en una entrevista que no podía confirmar la fuente de la cita y que su libro sobre Noriega, En el tiempo de los tiranos, no era del todo cierto. “No era un libro objetivo, era un libro combativo. Tiene sus imprecisiones”, dijo. Sin llegar a decir que la referencia de la Agencia de Seguridad Nacional fue inventada, dijo que nunca había escuchado la cinta ni visto la transcripción de tal declaración. El alter ego estadounidense de Sánchez Borbón, el novelista y narrador RM Koster, estuvo profundamente involucrado en crear la impresión popular en los Estados Unidos y en otros lugares de que Noriega había ordenado el asesinato de Spadafora. Escritor expatriado y alguna vez nominado al Premio Nacional del Libro, Koster ha vivido en Panamá durante cuarenta años. Su novela más reciente es Carmichael's Dog, en el que el personaje del título alberga un universo demoníaco infernal cuyos miembros a veces saltan de la oreja del perro al cerebro del amo. Cuando era joven en la década de 1950, Koster sirvió en la brigada de inteligencia 470 del Ejército de los EE. UU., con sede en Panamá. Es activista del Partido Demócrata y asiste a la mayoría de las convenciones del partido como delegado expatriado. En el apogeo de la política estadounidense contra Noriega, fue uno de un grupo selecto de fuentes informadas, informadores y mediadores de habla inglesa utilizados por los corresponsales extranjeros de Estados Unidos, incluidos los de Newsweek, Newsday y The New York Times para proporcionar antecedentes sobre Panamá. escena. Más recientemente, Koster es fuente de una novela de John le Carre sobre Panamá, que retrata la vida militar y política panameña. Su papel como experto independiente era cuestionable. Koster escribió la versión en inglés de la historia sobre la intercepción de la Agencia de Seguridad Nacional, primero en un artículo de Harper's Magazine de 1988, luego en su libro conjunto posterior a la invasión, In the Time of the Tyrants. Tres fuentes militares y de inteligencia de EE. UU., Winters, el jefe de la estación de la CIA en Panamá, Dewey Claridge, su superior en la CIA en Washington, y Cornell, el agregado militar en Panamá, todos en el cargo en el momento del asesinato de Spadafora, dijeron que nunca habían Escuché tal intercepción y no creí que existiera. En el mismo libro de Panamá, Koster—quien a veces escribió como fantasma la columna de Sánchez Borbón bajo el título “ El Gringo Desconocido ”—admite haberse reunido en Washington en 1988 con miembros del Consejo de Seguridad Nacional de la administración Bush, llamando por la invasión estadounidense de Panamá y por comparar a Noriega con Hitler. “' ¿Cómo vamos a sacar a Noriega de Panamá?' El ayudante del senador Kennedy, Gregory Craig, le preguntó a RM Koster en enero de 1988. “De la misma manera que sacamos a Hitler de Europa”, escribe, continuando en tercera persona. Seis semanas después, Koster estaba en el antiguo edificio de la Oficina Ejecutiva en Washington, diciendo lo mismo al personal del Consejo de Seguridad Nacional. Las acusaciones hicieron que la brecha entre Noriega y Estados Unidos fuera irreparable, sin importar lo que desearan sus restantes amigos de Washington. Estados Unidos no podía salir de Panamá por doce años, hasta el tiempo señalado para la entrega del Canal a los panameños. Noriega no se iría a menos que se viera obligado a hacerlo. El pueblo de Panamá no pudo, por lo que el negocio terminaría en una acción militar estadounidense. Cuanto antes sucediera esto, menos personas morirían. A pesar de promover esta táctica, Koster dice que no se trataba de "abogar por un curso de acción", sino de "predecir un evento". Entrevisté a varios periodistas, políticos y funcionarios gubernamentales que informaron sobre la supuesta participación de Noriega en el caso Spadafora citando otras fuentes, o como algo dado sin documentación. Murray Waas , un periodista independiente, escribió un artículo en The Village Voice, citando la Partícula de Harper. “Lo obtuve del artículo de Sánchez Borbón en Harper's Magazine”, me dijo Waas . “Probablemente debería haberlo revisado mejor. Tengo esta sensación de malestar en el estómago porque no lo revisé lo suficiente. ... Lo asumí. Koster dijo que había recibido el informe de intercepción de la NSA de Sánchez Borbón. Borbon dijo que no recordaba la fuente, pero sugirió al periodista de investigación Seymour Hersh; Winston Spadafora, hermano del opositor asesinado de Noriega; o la inteligencia francesa. Hersh dijo en una entrevista que no sabía quién era Guillermo Sánchez Borbón y que recibió la primera noticia de la cita de la NSA sobre Spadafora años después en Panamá mientras investigaba un posible guión cinematográfico en Panamá para el director Oliver Stone. Las fuentes de inteligencia estadounidenses negaron que Winston Spadafora hubiera recibido información sobre una intercepción de Estados Unidos y dudaron de que hubiera algún informe francés sobre el tema. Carlos Rodríguez, excandidato a vicepresidente panameño y cabildero político anti-Noriega en Estados Unidos, dijo que había escuchado el informe de Roberto Eisenmann, jefe de Sánchez Borbón en La Prensa . Eisenmann dijo que no sabía de dónde procedía el informe, pero siempre asumió que Sánchez Borbón había inventado la historia. El director de la política exterior de Estados Unidos en América Latina durante la administración Reagan, el ex subsecretario de Estado Elliott Abrams, dijo que no conocía la fuente del informe Spadafora. Pero dijo: “Según recuerdo, los informes oficiales lo dejaron claro. Diría que mi recuerdo de esto es que el asunto Spadafora fue la primera grieta en las Fuerzas de Defensa de Panamá”. Briggs, el embajador de Estados Unidos en Panamá en ese momento y un enemigo declarado de Noriega, dijo que dudaba de la existencia de tal intercepción de la Agencia de Seguridad Nacional. “No recuerdo informes de inteligencia ni ningún informe privilegiado sobre el caso. Creo que es muy posible que Sánchez Borbón haya inventado todo el asunto”. Dwayne “Dewey” Clarridge , el jefe retirado de la CIA para América Latina, arrojó luz sobre varios puntos. Dijo que nunca hubo evidencia que vinculara a Noriega con la muerte de Spadafora. “Es ridículo, lo habría sabido, pero no lo hice porque no había evidencia ni intercepción”. Todo el asunto, dijo, incluidos los cargos por drogas contra Noriega, fueron “una parodia”. En el caso de las acusaciones de Oliver North de que Noriega se ofreció a atacar objetivos y asesinar a los líderes sandinistas nicaragüenses, suscribió la teoría de que uno de los muchos intermediarios no oficiales utilizados por las operaciones improvisadas de la Contra de North estaba negociando un trato para convencer a North y Noriega de trabajar juntos. Noriega dijo que el intermediario, Joaquín Quiñones, un exiliado cubano radicado en Miami, era su conducto constante hacia North. Pero Quiñones, quien murió en 1990, nunca estuvo en el personal del NSC y aparentemente estaba intercambiando influencias entre los dos hombres. Un juicio fuera del juicio Aparte de los testigos del gobierno contra Noriega y los funcionarios y opositores en Panamá que dijeron que él “debe ser culpable” de los cargos de drogas, encontré pocas personas cercanas a la situación que pensaran que el cargo de conspiración de drogas era válido. Fernando Manfredo , subdirector panameño de la Comisión del Canal de Panamá desde hace mucho tiempo y una figura política respetada, defendió al general. “No, no hubo nada de eso”, dijo Manfredo , consultado sobre el narcotráfico. “Tal vez algo de lavado de dinero, pero no directamente por parte de Noriega. Pero en cuanto al narcotráfico, no, ese no es el estilo de Noriega”. Eduardo Herrera Hassan, el ex oficial de Noriega que casi se vio envuelto en planes para matar a su ex jefe, dijo que no creía que hubiera evidencia que vinculara al general con los traficantes. “Nunca vi ni escuché ninguna evidencia de eso”, dijo Herrera. Las negaciones de la participación de Noriega en el tráfico de drogas provinieron de sectores dispares. Agentes de la CIA, del Mossad israelí, de la Agencia de Inteligencia de la Defensa y de la Administración para el Control de Drogas que estuvieron cerca de la acción en América Central dijeron que los cargos de drogas de Noriega fueron inventados. En la DEA, hubo mucha consternación por los cargos de drogas. El juicio de Noriega produjo una ruptura importante entre la oficina de distrito de la DEA en Miami y los agentes de campo que habían trabajado en Panamá durante la década anterior. Los agentes de campo se habían acercado a sus homólogos panameños, quienes los ayudaron a realizar redadas de drogas y, en ocasiones, protegieron sus vidas. Cuando protestaron por la acusación de drogas contra Noriega, se les dijo que habían sido engañados por el aparato de inteligencia de Noriega. Un ex funcionario de la DEA me dijo en privado que no creía que Noriega fuera culpable, luego apareció en el juicio por drogas para dejar una imagen muy diferente. Apartando la mirada, el oficial de la DEA restó importancia a los elogios a los esfuerzos antinarcóticos de las Fuerzas de Defensa de Panamá, contenidos en frecuentes elogios escritos enviados a Noriega y sus ayudantes. El juicio amenazó con anularse cuando una de las fuentes de la DEA, aparentemente molesta porque estaba siendo presionado para dar una impresión engañosa de los esfuerzos de interdicción de drogas entre Estados Unidos y Panamá, filtró un archivo que contenía un tesoro de cooperación no revelada previamente entre la Administración de Control de Drogas y Las fuerzas de Noriega. La cooperación fue tan amplia que se le había dado un nombre en clave: Operación Negocio ; La revelación de este material amplió el alcance de la cooperación de Noriega con los Estados Unidos, tanto como informante pagado por la Agencia Central de Inteligencia como para ayudar a detener importantes operaciones de narcotráfico a mediados y fines de la década de 1980. Algunos de los mismos agentes de la DEA que testificaron contra Noriega, paradójicamente, dijeron a los fiscales que la Operación Negocio fue un esfuerzo para identificar a los pilotos y aviones que transportaban dinero del narcotráfico a Panamá entre 1983 y 1987. Se sabía que James Bramble, quien se desempeñó como enlace de la agencia con Panamá de 1982 a 1984, estaba preocupado por los cargos de narcotráfico que supuestamente tuvieron lugar en Panamá durante su mandato. Fue Bramble quien voló a Darién cerca de la frontera con Colombia en 1984 con el principal agente de drogas de Noriega, Luis Quiel , para examinar el sitio de un importante laboratorio de procesamiento de cocaína que había sido destruido. Si bien Bramble afirmó anteriormente que estaba seguro de que el laboratorio fue encontrado por accidente y no como resultado de una actividad ilegal de Noriega o Quiel , no dio tal testimonio en el juicio por drogas. La acusación de conspiración de drogas fue principalmente obra del fiscal federal en Miami, Leon Kellner, y de un fiscal adjunto honorable y de mente dura llamado Richard Gregorie , cuyo único objetivo de detener el narcotráfico inquietó a Washington cuando sugirió ante el Congreso que la política y la falta de compromiso de los políticos estaba bloqueando el progreso de la campaña para detener el tráfico de cocaína en los Estados Unidos. Si bien los objetivos de Kellner eran en gran medida políticos, Gregorie fue intransigente. La campaña de Gregorie para investigar el negocio de las drogas en Miami, en cooperación con la Administración de Control de Drogas, coincidió con intensos esfuerzos en Washington para financiar a los Contras. Ha sido ampliamente informado, pero no ampliamente documentado, que muchos de los pilotos, pistas de aterrizaje clandestinas, líneas aéreas contratadas y operativos que trabajan con el esfuerzo de financiar a los Contras nicaragüenses también aparecían en informes sobre investigaciones de drogas. Hombres como Floyd Carlton Cáceres y César Rodríguez, ambos más tarde implicados en el caso de Noriega, transportaban drogas para el cártel de Medellín y armas a sueldo en América Central. Pero las guerras de los Contras no estaban bajo la vigilancia de Gregorie . Perseguía a los traficantes de drogas que envenenaban las calles de Estados Unidos; cada individuo de la calle fue una pequeña victoria en esa guerra. Si la victoria contra las toneladas de droga que ingresan a este país pasa por usar pruebas que vinculen a Noriega con el crimen, mejor que mejor. Nunca hubo ninguna posibilidad de llevar a juicio a Noriega; las consideraciones que un fiscal federal analizaría al decidir amenazar con quitarle la libertad a alguien no se aplicaron. Noriega era una figura impopular; vincularlo a un juicio traería publicidad que podría conducir a condenas y más juicios por drogas. El hecho de que la acusación mencionara a Noriega no importaba en términos de tener que probar las acusaciones; de todos modos, nadie tendría que presentar pruebas contra él. Entonces Washington, bajo Abrams en el Departamento de Estado, desdeñando el idealismo de Gregorie , vio una oportunidad. Después de negarse a cooperar o incluso a escuchar sus advertencias sobre el alcance del tráfico de cocaína en las Américas, de repente Abrams prestó atención; la acusación fue una herramienta de política exterior perfecta para cumplir otros fines. A Gregorie nunca se le dijo qué tan cerca llegó su investigación del negocio de las drogas al corazón de Irán-Contra. “Si eso fuera cierto, si el gobierno se escondiera detrás de una cortina de humo todo el tiempo que estuve investigando las drogas, y supieran que los hombres a los que estaba entrevistando también trabajaban para ellos, entonces eso sería un gran escándalo”. Gregorie dijo en una entrevista. “Pero nadie nunca me dijo eso y si eso era cierto, me mantuvieron en la oscuridad”. Pero Gregorie nunca esperó que su acusación diera lugar a un juicio contra Noriega y tampoco lo hicieron los políticos reacios en Washington. Después de la invasión, con la súbita perspectiva de tener a Noriega bajo custodia, las acusaciones de drogas se convirtieron en un medio útil —de hecho, el único— para justificar su captura. Para entonces, Gregorie ya no estaba en la oficina del fiscal federal. Observó el juicio de Noriega desde el margen. La fuente principal en su investigación de drogas, que en última instancia condujo a la acusación de Noriega, fue Carlton, quien entregó las pruebas del estado después de ser capturado en Costa Rica y testificó ante el Congreso y en sesiones informativas intensivas con Gregorie sobre el negocio de las drogas. “Floyd siempre fue sólido y todo lo que decía siempre se verificaba”, dijo Gregorie . El plan original de la conspiración de drogas de Noriega y la mayor parte de lo que se supone sobre su culpabilidad se basa en el testimonio de Carlton. Todos los defensores de la culpabilidad de Noriega consideraron que Carlton dijo la verdad. Sin embargo, tenía motivos suficientes para mentir sobre la relación de Noriega con sus operaciones. Le prometieron un boleto gratis para salir de la cárcel, el derecho a permanecer en los Estados Unidos, junto con su familia y un empleado doméstico, la entrada al Programa Federal de Protección de Testigos, el financiamiento continuo del gobierno de los Estados Unidos y la retención de su licencia de piloto privado. Carlton había sido capturado por los Estados Unidos en Costa Rica el 18 de enero de 1985 por tráfico de drogas en una operación que incluyó a otros dos testigos clave en el juicio: un exdiplomático y empresario panameño llamado Ricardo Bilonick y un traficante de marihuana estadounidense reconocido llamado Steven . Kalish. Los investigadores del G-2 de Noriega proporcionaron evidencia que ayudó en la detención de todos estos hombres. Los hombres operaban a través de una empresa llamada DIACSA, un concesionario de aviones privados que trabajaba junto con Bilonick. Inair en el aeropuerto de Paitilla, con dos contratos del Departamento de Estado por un total de $41,130 para enviar ayuda humanitaria a los Contras. Carlton dijo que Noriega lo amenazó con ir a la cárcel cuando mencionó el tema del narcotráfico en una conversación en 1982. Por razones que no estaban claras, dijo que Noriega de repente aceptó recibir $100,000 por cada uno de los cuatro envíos de cocaína que manejaba Carlton. A cambio, sin embargo, Carlton reconoció al ser interrogado que no informó a Noriega sobre el momento o la ubicación de dichos envíos, ni recibió protección panameña. Pero las preguntas más importantes sobre Carlton no habían sido reveladas: que fue empleado por los Estados Unidos en la tubería de contrabando de armas de la Contra y que sus actividades eran conocidas tanto por Noriega como por los Estados Unidos. Esa conexión, bloqueada para que no se revelara en el juicio por drogas, hacía poco probable que Noriega eligiera a este conocido agente clandestino estadounidense como su socio en el tráfico de cocaína. En el juicio, el juez Hoeveler bloqueó airadamente los intentos de los abogados de Noriega de profundizar en el contrabando de armas pro-Contra de Carlton. Rubino golpeó a Carlton con una serie de preguntas sobre sus actividades de vuelo de armas, preguntando si fueron ordenadas por Oliver North. Hoeveler sostuvo las objeciones de la fiscalía y se irritó cuando Rubino insistió. “Solo aléjate de eso”, espetó. Rubino también produjo una transcripción de la cinta en la que Carlton arremete contra Noriega por haberlo encarcelado y confiscar su avión. Carlton reconoció la conversación, que tuvo lugar cuando estaba bajo custodia estadounidense testificando ante un subcomité de relaciones exteriores del Senado. “¿Se acuerda de referirse al general Noriega, diciendo: 'Ese cabrón se llevó mi avión'?”. Rubino preguntó. "Dijiste . . . ibas a 'agradecer' al General Noriega y luego te echabas a reír… ¿No es esta tu oportunidad de vengarte?”. Carlton compareció ante un subcomité del Senado de Estados Unidos con una bolsa en la cabeza para evitar su identificación y posibles represalias por parte de los narcotraficantes. Represalias o no, el empleo de tales hombres en los juicios por drogas de la década de 1980 fue un espectáculo que alimentó el frenesí sobre cómo librar una supuesta guerra contra las drogas. Una suposición en la guerra fue la noción ingenua de que hombres como Carlton, Bilonick y los otros acusadores de Noriega habían utilizado la evidencia del estado para algún propósito superior al de salir de la cárcel. Carlton, Bilonick y Kalish, como muchos de los testigos contra Noriega, cumplieron solo breves condenas en prisión. Los fiscales estadounidenses midieron el testimonio de estos delincuentes y ladrones, no contra la verdad, sino contra la posibilidad de contradecir fácilmente sus versiones de los hechos. Miraron a los ojos límpidos de estos fieles prisioneros y encontraron lo que vieron de su agrado. El sistema dejó a Floyd Carlton con una sola opción lógica: insertar el nombre de Noriega en su confesión de tráfico de drogas y cosechar los beneficios del sistema de negociación de culpabilidad . En lugar de pasar toda la vida en la cárcel por sus crímenes, a Carlton se le permitió quedarse con sus ganancias de drogas, retuvo su licencia de piloto, ganó una nueva identidad y borrón y cuenta nueva, escondido en algún lugar de los Estados Unidos. “Es la única manera que tenemos de enjuiciar a los narcotraficantes”, dijo Gregorie . “Es un sistema imperfecto, pero ¿qué esperas? No vas a encontrar Boy Scouts para testificar contra los narcotraficantes. Y no necesariamente vas a tener los tipos estándar de evidencia. Tienes que hacer tratos para obtener el testimonio de la gente de adentro”. de Gregorie continúa diciendo que tal testimonio se vuelve válido cuando muchos de esos testigos brindan información que coincide en hechos básicos. Y ahí es precisamente donde falla la acusación de Noriega. El testimonio de Carlton en el juicio fue sorprendentemente débil, no concordaba con el testimonio de Kalish y Bilonick y fue objeto de un juicio político impresionante por parte de la defensa de Noriega. Al final, su testimonio, la base de la acusación original, fue una ocurrencia tardía; la DEA creó un nuevo caso ad hoc contra Noriega. Carlton fue solo uno de los veintiséis testigos en el juicio que eran delincuentes que ganaron indulgencia, se les pagó y se quedaron con sus ganancias de drogas a cambio de testificar contra Noriega. La mayoría no pudo testificar que habían conocido a Noriega o incluso que tenían conocimiento de primera mano de su presunto tráfico de drogas. El juicio dividió a la Administración para el Control de Drogas entre los encargados de condenar a Noriega —“ No teníamos pruebas, así que tuvimos que cumplir con nuestro deber y condenarlo de todos modos”, dijo uno de estos agentes— y los que filtraron información que mostraba que Noriega había trabajado con la DEA A muchos de los testigos originales contra Noriega se les permitió permanecer escondidos porque los fiscales y los investigadores de la DEA temían que sus versiones cuestionables pudieran revelarse como mentiras. Se suponía que Boris Olarte , un traficante de marihuana convicto de Colombia, testificaría que le había dado a Noriega cuatro millones de dólares por un negocio de drogas. De hecho, fue su testimonio ante un gran jurado lo que creó la teoría de la acusación en el caso: que la codicia había llevado a Noriega a unirse al cartel de Medellín, exigir millones en dinero de protección y luego ocultar su participación en el asunto detrás de su oficina. Pero la acusación se dio cuenta con horror de que el testimonio de Olarte era inconsistente con el de otros testigos. Olarte , quien fue arrestado por las fuerzas antinarcóticos de Noriega y, como Carlton, podría tener como motivo la venganza, podría en realidad sabotear el caso describiendo los cuatro millones de dólares equivocados entregados en el momento equivocado por el hombre equivocado. A Olarte se le permitió huir a Colombia por un presunto error de un veterano agente federal que lo tenía detenido. El jurado de doce miembros nunca supo de Olarte . La acusación argumentó con éxito ante el juez William Hoeveler que Olarte no estaba relacionado con el caso. Olarte no fue el único que testificó sobre el pago de cuatro millones de dólares a Noriega: Carlton, Kalish, Ricardo Tribaldos y el exasistente de Noriega, Luis del Cid, dieron relatos contradictorios y mutuamente excluyentes de la entrega del presunto dinero de protección del cártel a Noriega. Si, por ejemplo, Carlton estaba entregando cantidades relativamente pequeñas de drogas en nombre del cártel bajo la protección de Noriega a fines de 1983 a través de una pista de aterrizaje clandestina, ¿por qué su socio comercial pagaba para enviar cantidades mucho mayores directamente a través de un aeropuerto de la ciudad de Panamá, en una cantidad mucho mayor? operación más fácil? Tanto Carlton como Bilonick afirmaron por separado que eran responsables de desarrollar la relación de Noriega con el cartel de Medellín. Contribuyeron a por lo menos tres explicaciones diferentes de cómo Noriega supuestamente recibió cuatro millones de dólares del cartel de Medellín, cada una contradiciéndose. Se esperaba que saliera otra versión de un narcotraficante llamado Ramón Navarro. Navarro murió en un accidente automovilístico inexplicable en el condado rural de Dade, Florida, meses antes del inicio del juicio de Noriega. Carlos Lehder , un narcotraficante colombiano condenado por otros fiscales estadounidenses como mentiroso, fue llevado a declarar contra Noriega, a pesar de que nunca lo había conocido. Gregorie estaba horrorizado de que trajeran a Lehder ; Robert Merkle, el fiscal federal que procesó a Lehder en Tampa, se puso furioso cuando escuchó que se había llegado a un acuerdo. “Este hombre es un enemigo de los Estados Unidos; es un mentiroso patológico impenitente”. Lehder ganó un trato secreto con el gobierno en el que fue retirado de la Penitenciaría Federal de Marion de máxima seguridad, junto con una vaga promesa de que podría salir de su cadena perpetua. En 1995, Lehder escribió una carta a Hoeveler, amenazando con retractarse alegando que el gobierno estaba incumpliendo su trato. Después del juicio, un miembro del jurado le dijo a un reportero que estaba muy impresionado con el testimonio de Lehder . Otro testigo, Gabriel Taboada, escribió al juez, también amenazando con retractarse. Varios otros testigos se han retractado ante amigos y socios desde el juicio por drogas de 1992, diciendo que la información que dieron en el juicio se basó en un guión proporcionado por los fiscales. Sus palabras fueron protegidas por promesas periodísticas de mantener el material fuera del registro, o por su falta de voluntad para dar un paso al frente por temor al acoso continuo del gobierno. “Todo el caso fue una invención y sé que Noriega no hizo lo que me pidieron que testificara que hizo en el juicio por drogas”, dijo uno de estos testigos. “Dudo que alguno de los cargos en su contra sea cierto”. Este testigo dijo que fue obligado por el gobierno a testificar para salir de la cárcel. “Tengo una vida, pero todavía me vigilan”, dijo el testigo. Si bien los abogados de Noriega se vieron obstaculizados en cada intento de sacar a relucir la política en el juicio, la política no podía separarse del proceso. Luego , funcionarios del Departamento de Justicia de la administración Bush les dijeron al fiscal federal Dexter Lehtinen ya Michael Sullivan, el fiscal principal del caso, que Noriega tenía que ser condenado a toda costa. Hicieron correr la voz a posibles testigos entre la población carcelaria de que había una opción para salir de la cárcel libre. A fines de 1995, cuando el caso avanzaba hacia un tribunal federal de apelaciones, la defensa solicitó a Hoeveler que celebrara un nuevo juicio. Un testigo clave en el caso, Ricardo Bilonick , había sido llamado a declarar como resultado de negociaciones entre la fiscalía estadounidense y el cártel colombiano de la cocaína de Cali. diplomático panameño, Bilonick operaba un negocio de transporte aéreo en Panamá llamado Inair , que a veces manejaba entregas de armas y otras operaciones clandestinas para la CIA. Esa línea de investigación fue censurada en el juicio de Noriega. Pero Bilonick admitió que Inair sí transportaba drogas para el cártel de Medellín. Los fiscales federales admitieron haber negociado con Joel Rosenthal, un exfiscal estadounidense convertido en abogado acusado de José Santacruz Londoño , líder de los narcotraficantes colombianos de Cali, para obtener el testimonio de Bilonick . Además, reconocieron la acusación de que el cártel de Cali pudo haber pagado a Bilonick 1,25 millones de dólares para inducirlo a declarar. A cambio, el gobierno acordó recomendar clemencia en un caso separado de drogas que involucra a Luis Santacruz ( Lucho ) Echeverri , medio hermano de José Santacruz Londoño , líder del cártel de Cali. Con el testimonio de Bilonick, cambiaron ocho años de la sentencia de tráfico de veintitrés años de Lucho . Negociaciones secretas entre los fiscales estadounidenses en Miami y Joel Rosenthal. Rosenthal y otros representantes de Cali consiguieron Bilonick después de que salieron a buscar un "testigo de dinamita" que sería una captura lo suficientemente valiosa como para negociar indulgencia. “Creo que debería darle crédito a Lucho si Bilonick entra y se declara culpable”, escribió Rosenthal al entonces fiscal federal Myles Malman y su socio en el caso de Noriega, el fiscal principal Sullivan. “No puedo enfatizarles cuán crítico es para este acuerdo que el rol y la identidad de mi cliente se mantengan en secreto. No puede soportar la exposición”. “Recuerden, la apariencia será que han hecho un trato con el cartel de Cali para asegurar la cooperación y el testimonio específico de un testigo contra el cartel de Medellín”, dijo Rosenthal a los fiscales. “La conducta de los fiscales en este caso es tan reprobable, tan carente de brújula moral, que casi desafía el análisis racional”, dijo el abogado de Noriega en un escrito judicial. “Antes de este caso, hubiera sido inconcebible que nuestro gobierno entrara en un acuerdo de asistencia mutua con una organización criminal. Sin embargo, los documentos que ahora se encuentran ante este Tribunal prueban sin duda que la Oficina del Fiscal de los Estados Unidos contrató al cártel de Cali para que se usara un testigo de 'dinamita' contra el General Noriega”. El juez Hoeveler no admitió en público que la fiscalía había cometido un fraude, pero sí reconoció la gravedad de los cargos sobre la obtención de testimonios como resultado del uso de los cárteles de la cocaína como mediadores. “ El testimonio de Bilonick hirió mucho a Noriega; también lo hizo el testimonio de Kalish”, dijo Hoeveler, ampliando una declaración que hizo en la audiencia de sentencia de Bilonick . “Creo que, según los estándares de cualquiera, fue uno de los testigos más importantes que el gobierno presentó en el juicio del caso, proporcionando algunas conexiones esenciales que no se proporcionaron de otra manera... Esas cosas fueron, estoy seguro, importantes para el jurado. .” El problema era que si Bilonick y Carlton trabajaban juntos y eran empleados del cartel de Medellín, como testificaron, ¿por qué Carlton enviaría varios cientos de libras de marihuana a los Estados Unidos a través de una pista de aterrizaje clandestina, pagando a Noriega $100,000 por vuelo en dinero del cartel? mientras simultáneamente Bilonick enviaba toneladas de cocaína directamente al aeropuerto de Paitilla en la Ciudad de Panamá, con pagos de $500,000 por vuelo a Noriega? La respuesta, dijo la defensa de Noriega, fue que ambos hombres estaban mintiendo: Carlton, para complacer a la oficina del fiscal federal, salvar su pellejo y vengarse de Noriega; y Bilonick , porque el cártel de Cali le pagó, y tal vez lo amenazó, a cambio de su testimonio. El juez Hoeveler negó la moción de la defensa para un nuevo juicio. Dijo que “la evidencia presentada en la audiencia es preocupante”, pero no lo suficientemente grave como para obligar a un nuevo juicio. En privado, Hoeveler me dijo que esperaba que la Corte de Apelaciones del Undécimo Circuito de EE. UU. fallara sobre el caso rápidamente, creyendo que, en última instancia, las preguntas que rodean el caso de Noriega serían y deberían ser manejadas por la Corte Suprema. Muerte Cubrí las elecciones panameñas de 1989, el deterioro de las relaciones con los Estados Unidos, hasta el golpe de octubre. El 20 de diciembre, estaba en casa con mi familia, preparándome para las fiestas, cuando recibí una llamada de un amigo en Washington. Nuestra fuente común en el Pentágono, dijo, me decía que fuera a Panamá de inmediato, que la invasión estadounidense estaba a punto de comenzar. Acababa de regresar de una larga temporada en Colombia, donde escribí sobre la muerte de Gonzalo Rodríguez Gacha , el notorio capo del cártel de Medellín. Mi informe posterior mostraría que los asesores del gobierno de los EE. UU. participaron en el asesinato de Gacha , aunque el presidente Bush luego negaría cualquier papel oficial de los EE. UU. Desde mi punto de vista en Bogotá, no podía percibir completamente el tamborileo y la retórica que se construía contra Noriega. Me parecía increíble que tal ataque realmente tuviera lugar; No creía que Estados Unidos invadiera Panamá. Me negué a seguir el consejo de mi fuente, aunque sabía que la información era fidedigna. A medianoche, supe que estaba equivocado. Tuve que esperar dos largos días antes de que una carta de periodistas pudiera volar a Panamá para cubrir la invasión. Nuestro jet Lockheed 1011 fue alcanzado por disparos de rifles de francotiradores cuando aterrizaba en la Base de la Fuerza Aérea Howard en la Zona del Canal. El ejército estadounidense no permitía que los periodistas se aventuraran fuera de su perímetro y retuvo a los más de doscientos reporteros en ese vuelo bajo custodia protectora durante la noche antes de liberarnos. A la mañana siguiente, el alcance de la invasión estaba claro. A pesar del fuego de francotiradores y escaramuzas aisladas, los estadounidenses aplicaron una fuerza masiva que dejó el país devastado y las Fuerzas de Defensa de Panamá diezmadas. En Chorrillo, la barriada que rodeaba el cuartel general de las Fuerzas de Defensa de Panamá, solo había restos carbonizados de un feroz tiroteo que destruyó un barrio de viviendas precarias. Los estadounidenses dijeron que murieron pocos civiles, casi ninguno en Chorrillo. Pero algunos civiles afirmaron que pisotearon cadáveres para huir para salvar sus vidas esa noche. Un vehículo destrozado contenía los restos carbonizados de un ser humano, el cuerpo casi derretido por lo que fuera que lo había atacado. Dondequiera que hubo muerte o destrucción, el ejército estadounidense aseguró a los reporteros que había sido causado por los hombres de Noriega o por los Batallones de la Dignidad, a quienes Noriega describió como defensa civil pero los estadounidenses descartaron como matones. Este cuerpo carbonizado era el de un miembro de los Batallones de la Dignidad, nos dijeron, aunque dudo que alguna identificación fuera posible o siquiera se hubiera intentado. Usando las palabras “Batallón de la Dignidad”, supuse, justificaba que los restos estuvieran allí, haciendo la muerte un poco más aceptable. Para saber más sobre la muerte, fui a la morgue central de la ciudad en el Hospital Santo Tomás. Era Nochebuena. Pequeños grupos de personas, en su mayoría mujeres, se apiñaban fuera de la morgue, oprimidos por el fétido olor a muerte del sol tropical. Gimieron y sollozaron, llevándose pañuelos a la boca mientras caminaban de puntillas alrededor de charcos de sangre para entrar en la morgue que olía a rancio y buscar entre los cuerpos. El olor a muerte en el calor tropical persistiría con ellos. Una de las mujeres buscaba a su hermano, un teniente de la Armada que se había marchado de casa la noche de la invasión y al que no se le había vuelto a ver desde entonces. Estaba de pie a unos cincuenta pasos de la entrada de la morgue, una rampa de cemento rodeada de contrastes tropicales: palmeras, flores brillantes, proyectando sombras ocasionales en la entrada. No esperó nada más que el coraje para reunir un movimiento hacia la puerta. Su respiración quejumbrosa se mezclaba con los sonidos de los demás, susurrando, alejándose del viento, que llevaba el terrible olor en la brisa, hacia la ciudad y el Océano Pacífico, donde su esencia nunca se había ido del todo. Un funcionario del hospital revisó una lista; su hermano no estaba en él. “Vete a casa antes de mirar aquí; espera otro día”, le dijo el funcionario. El sol se escondía intermitentemente detrás de unas nubes que atenuaban el calor tropical. La sombra era buena, pero por la tarde, cuando el sol volvió a brillar, el hedor era insoportable. Su hermano había llegado a casa el 20 de diciembre de 1989, el miércoles por la tarde de la invasión estadounidense, a la casa de la familia en una bonita sección del humilde distrito de San Miguelito y se quedó por un tiempo. Habló un poco, pero en las horas previas a que se hiciera evidente que Noriega había salido , se había mantenido mayormente solo, paseando por el patio o en la pequeña sala. Luego se escapó de casa para ir a pelear contra los estadounidenses. La familia temía que ahora fuera uno de los muertos sin nombre, por lo que ella y su hermana fueron juntas a la morgue. En la oficina, afortunadamente, los acondicionadores de aire aliviaron el olor siempre presente. En el escritorio había un pequeño árbol de Navidad, un cartel que recordaba a los panameños hacer donaciones de córneas al banco de ojos y una oración: “Señor, descubre mi soledad para que luego trabaje contigo por la salvación del mundo”. “¿Podemos ver la lista de cuerpos traídos desde el viernes?” dijo la mayor de las hermanas, colocando una toalla de papel sobre su nariz mientras se acercaba a un asistente. “Ve a la capilla mañana”, dijo el trabajador. “Tendrán fotos de los muertos de toda la ciudad”. Fue un alivio para la hermana no tener que entrar; los setenta cuerpos habían sido apilados unos encima de otros, y tratar de identificar a cada uno de ellos fue una tarea espeluznante. Cuando salió del edificio, miró a la izquierda y vio un cuerpo envuelto en una tela bordada. “¿Cómo trabaja la gente aquí?” preguntó en voz baja, la mitad para sí misma. "¿Cómo puede estar pasando esto?" De pie cerca había otra mujer, una extraña que buscaba consuelo y se lo daba. Su hija había sido asesinada por la bala de un francotirador en un hotel del centro. Ella había venido a recuperar el cuerpo. “Tenía veinticinco años, muy joven”, dijo la mujer, luchando por hablar. “Las balas volaban por todas partes. Y uno entró por la ventana y la trajo aquí”. Puso un dedo índice en el surco de su frente. Llegó un médico con otra lista de muertos. “¿Qué es esta lista?” preguntó alguien. “Son los muertos que tenemos registrados aquí”, dijo el médico. Contenía los nombres de más de cien personas que habían muerto en el centro de la ciudad de Panamá en las setenta y dos horas desde la invasión de Panamá el 20 de diciembre. “Pero, por favor, comprenda”, dijo el doctor, agarrando mi brazo. “Esto no incluye a los bebés y niños. Debes entenderme. Luego se alejó a toda prisa, ignorando una petición de que explicara lo que eso significaba. Los estadounidenses y los panameños que tomaron el poder cuando derrocaron a Noriega dijeron que 326 panameños fueron asesinados. Un médico del Hospital American Gorgas en la antigua Zona del Canal dijo que el número era increíblemente bajo. El número y la realidad se habían convertido en un asunto político: algunos declaraban la cifra baja, otros declaraban diez veces más muertes, pero ninguno justificaba plenamente sus afirmaciones. “No es la cantidad de muertos”, dijo Juan Méndez, director ejecutivo de la organización independiente de derechos humanos Americas Watch, con sede en Washington, cuando se le preguntó cómo recomendaría resolver la cuestión de cuántas personas murieron. “Es una cuestión de por qué alguien tenía que morir”. Mientras Noriega estaba de pie en un promontorio y observaba el tiroteo en la ciudad de Panamá la primera noche de la invasión, Roberto Miller Saldana yacía agonizante. Miller Saldana y cuatro compañeros policías de tránsito estaban parados en un pequeño puesto de guardia en la carretera cerca de la base aérea de Howard cuando llegó la primera ola de tropas estadounidenses. Miller Saldaña era uno de los tres mil o cuatro mil miembros de las Fuerzas de Defensa Panameñas de Noriega que no era ningún soldado. Miller Saldana era un policía de turno. Cuando los estadounidenses comenzaron a salir de la base estadounidense, Miller Saldana y sus amigos que estaban de servicio en las cercanías comenzaron a correr. Él no lo logró; los demás lo hicieron. Entonces, la primera víctima probable de la invasión estadounidense de Panamá fue un policía panameño con un disparo en la espalda. Su prima, Milsa de Hastings , contó la vida de Miller entre jadeos fuera de la morgue. Era su sombría tarea identificar el cuerpo de Roberto. “Era un policía de tránsito, no luchaba, no se resistía, todo lo que tenía era una pistola. Uno de sus amigos nos llamó, lo lograron , él fue el único que no lo hizo. Supongo que simplemente no corrió tan rápido como los demás”. Cuando la esposa, el primo y el cuñado de Miller Saldana, Walter Valenzuela, llegaron al hospital, la seguridad era estricta. Soldados estadounidenses vestidos con ropa de camuflaje y pintura de grasa verificaron la identificación de las personas que ingresaban y salían de los terrenos. Había confusión sobre dónde recibir información sobre los muertos. El mostrador de información había dejado de leer la lista de nombres y las personas ansiosas no sabían a dónde acudir para buscar a los familiares desaparecidos. Finalmente, se les permitió entrar a la morgue improvisada. Encontraron la espantosa escena de cuerpos esparcidos sobre cuerpos, sangre coagulada en el suelo y salpicada en las paredes, moscas atrapadas mientras golpeaban los pegajosos charcos rojos. Después de caminar por la habitación, encontraron una etiqueta con su nombre y revisaron los restos. Walter regresó caminando de la morgue. “Era él, lo vi bien”, dijo Valenzuela. “Tenía dos agujeros de bala en la espalda”. En un recorrido por la ciudad de Panamá, observé que el daño era extenso . Los edificios militares clave del ejército panameño fueron destruidos. La sede de la Policía Nacional de Investigaciones, la DENI, era un cascarón. A lo largo de las calles de la ciudad, los incendios ardían, los vigilantes intimidaban a la gente y la anarquía era evidente. Todos los caminos estaban bloqueados por ciudadanos que protegían sus propiedades y por soldados estadounidenses, que patrullaban solo puntos de control estratégicos. Posteriormente, el comandante militar estadounidense, el general Maxwell Thurman, enfrentaría críticas por no proteger a los civiles panameños. Americas Watch dijo que Estados Unidos violó sus obligaciones bajo las Convenciones de Ginebra. “Con respecto a las fuerzas de los Estados Unidos, nuestro informe concluyó que las tácticas y las armas utilizadas resultaron en un número excesivo de víctimas civiles, en violación de obligaciones específicas en virtud de los Convenios de Ginebra. El ataque a El Chorrillo, y un ataque similar en un área urbana de Colón, se llevaron a cabo sin previo aviso a los civiles, a pesar de que el resultado del ataque no hubiera sido afectado por tal aviso. Según los Convenios de Ginebra, las fuerzas atacantes tienen el deber permanente de minimizar el daño a los civiles. Concluimos que el comando de las fuerzas de invasión violó esa regla”. U n joven que luchó en la guerra de Panamá fue un paracaidista estadounidense de diecinueve años llamado Manny, un niño hispano de Arizona. Me reuní con Manny en Fort Bragg, Carolina del Norte, y lo entrevisté con la condición de no usar su nombre completo. La experiencia de la invasión de Panamá dejó cicatrices emocionales; vio su vida correr un noticiero interminable en los siete segundos que tardó en saltar de un transporte C-130 de la Fuerza Aérea de EE. UU. a la breve pero confusamente feroz batalla en el aeródromo de Río Hato. Ahora era la materia de su pesadilla recurrente: fuegos ardían debajo de él en la oscuridad; mientras la tierra se elevaba debajo de él, y en medio de las chispas de los disparos y las explosiones, tuvo la reconfortante sensación de que todo sería rápido, que la muerte sería rápida y entumecedora. De repente hubo disparos y sangre por todas partes: cuatro personas muertas en la carretera. Y en la transición del sueño a la conciencia, se dio cuenta nuevamente de que no era un sueño. Fue la invasión de Panamá, y él fue el asesino. “Miro atrás a Panamá, ya veces pienso que soy demasiado sensible, tal vez demasiado bueno para el trabajo. Siempre me enseñaron que la vida humana era sagrada. Para mí, lo más difícil es tener que lidiar con el hecho de que tomé otra vida, un par de ellas. ... Me molesta ver a estos tipos [que nunca han visto la guerra]. No los desconcierta en absoluto”. La guerra de una noche de Manny, la noche de la invasión de Panamá el 20 de diciembre de 1989, fue mucho más allá de lo que podría haber preparado. Manny pasó por un infierno esa noche. Cuando terminó el salto, estaba atrapado con toneladas de equipo en la espalda, una tortuga rodó sobre su caparazón. Luchó por liberarse, maravillándose de estar vivo, y corrió hasta que encontró a otros hombres. Montaron una barricada en la Carretera Panamericana, que cruza directamente la pista de aterrizaje de Río Hato. “Nos habían dicho que disparáramos a cualquier cosa que se moviera. Y de repente, pasó un coche. Saltó la carretera paralela a la pista que estábamos vigilando. No se detenían, así que encendimos el auto allí mismo en la pista. Y no sabíamos exactamente quién estaba en él. Pero como yo hablaba español y todo, tuve el hermoso trabajo de ver lo que habíamos conseguido. Estábamos pensando que podrían haber sido Machos del Monte, pero no lo eran. Justo ahí , boom, boom, boom, boom , los cuatro lo compraron”. Manny y sus compañeros trataron de decirse a sí mismos que tal vez se trataba de espías o agentes de las fuerzas especiales, pero la verdad era evidente. Eran dos parejas adolescentes en una cita. “Había mucha sangre... No era una vista agradable, no era una vista agradable en absoluto. ¿Pero qué vas a hacer? Si hubieras dudado, con mi suerte, habría sido un vagón lleno de tipos de infantería fuertemente armados los que habrían entregado al resto de esos tipos. No podía verme teniendo que lidiar con el hecho de que debido a mi vacilación murieron cuatro o cinco buenos muchachos estadounidenses. “Me gustaría volver a Panamá, tal vez con mi padre, mirar en otras circunstancias, decirle a la gente que no bajé para matar panameños, ni por asomo. Me gustaría hacer eso. Hubo desacuerdo sobre lo que sucedió exactamente en Río Hato. Portavoces estadounidenses dijeron que hubo intensos combates, pero los civiles panameños dijeron que el ataque fue un ataque unilateral de las tropas estadounidenses, con solo una respuesta mínima de los combatientes panameños, principalmente en los primeros momentos cuando vieron a los paracaidistas aterrizar contra el cielo iluminado por la luna. Después de eso, dijeron, la mayoría de los panameños y estudiantes de la escuela corrieron hacia los matorrales y siguieron corriendo. Aparentemente, algunos soldados panameños se quedaron por un día o dos, disparando ocasionalmente o dirigiendo morteros a objetivos en movimiento. Una fuente de inteligencia estadounidense en Panamá coincidió en que hubo poca resistencia después del aterrizaje en paracaídas en Río Hato. “Hubo algunos disparos al principio, pero realmente no hubo mucha pelea”, dijo la fuente. “O se rindieron o la mayoría huyó a las colinas”. Uno de los testigos del ataque fue Javier, un profesor civil de la base aérea de treinta y nueve años. El maestro dijo que después de ser capturado, vio a un estudiante cuyos intestinos fueron abiertos por una ráfaga horizontal de disparos de armas automáticas. Ese estudiante, dijo, parecía gravemente herido. Dijo que también vio a varios estudiantes con heridas de bala menores. Escuchó a los estadounidenses hablar sobre sus pérdidas. “Dijeron que seis habían muerto”, dijo. Había visto dos paracaidistas muertos. Un soldado de las fuerzas especiales dio un recorrido por las dependencias del oficial a cargo de la academia militar. Era evidente que alguien había irrumpido en la habitación, arrojado una granada y disparado una andanada de ametralladora contra el mayor. Pedazos de cerebro estaban esparcidos en charcos en el piso. Me dijeron que varios estudiantes fueron asesinados y tal vez estos eran los restos de uno de ellos. Un soldado estadounidense se paró afuera y me habló cuando no había nadie alrededor. "¿Cuándo crees que Bush estará satisfecho con lo que ha hecho y nos dejará irnos a casa?" preguntó. Los planificadores militares estadounidenses dijeron que llegaron a Río Hato altamente armados —con paracaidistas del ejército Ranger, helicópteros y unidades de fuerzas especiales— porque su objetivo era llevar a cabo una operación rápida que infligiera la menor cantidad de víctimas y sufriera la menor cantidad de pérdidas posibles. Río Hato se consideró crítico para los Estados Unidos porque albergaba dos unidades de las Fuerzas de Defensa de Panamá consideradas entre las más leales al general Manuel Antonio Noriega. “Lo que querían era un coup de main [golpe aplastante y demoledor] y ahí pusieron toda la fuerza y el equipo”, dijo una fuente militar de alto rango en el Comando Sur de EE. UU. en Panamá. Las descripciones de la operación en Río Hato de fuentes tanto panameñas como estadounidenses muestran que las Fuerzas de Defensa de Panamá, mal entrenadas, no estaban totalmente equipadas para el sofisticado ataque lanzado por los Estados Unidos. Panamá parecía un campo de pruebas para la movilización militar estadounidense. Marcó el debut del multimillonario bombardero Stealth en combate, luchando contra un enemigo que no tenía radar para dejarse engañar por su perfil supuestamente bajo, ni aviones ni cohetes con los que desafiar su dominio de las vías aéreas. El debut no fue un éxito rotundo: cayeron dos bombas y ambas no llegaron a la pista de aterrizaje. Uno era un fracaso, dejando un cráter cerca de un cuartel; el otro cayó sobre un pueblo a un cuarto de milla de distancia. “Probablemente podría prescindir de esos [bombarderos Stealth]”, dijo un oficial del Comando Sur de EE. UU. “Probablemente fue una decisión política. Alguien tenía que demostrar que al menos podía volar”. Río Hato, que sirvió como punto de parada del cuerpo aéreo de la Segunda Guerra Mundial para los Estados Unidos, no tenía una flota aérea local. De hecho, Panamá no tenía ningún avión de combate y sus pocos helicópteros y flota de aviones pequeños fueron inmovilizados en la ciudad de Panamá momentos después de que comenzara la invasión estadounidense en la madrugada del 20 de diciembre. Como evidencia del esfuerzo rudimentario y fallido para proteger la base, un soldado de infantería estadounidense que dio un recorrido por el lugar de la batalla mostró un vehículo de transporte de personal panameño volcado en una zanja con un arma antitanque sin usar, probablemente el arma de mayor poder disponible para los panameños. “No sabemos cómo llegó allí; tal vez estaban tratando de escapar y volcó, pero no fue alcanzado”, dijo. Dos días antes, dijo, encontraron una bota con parte de una pierna todavía adentro en la cabina del vehículo. Un testigo del asalto a Río Hato estaba visiblemente temblando cuando un estadounidense alto se le acercó. Con los ojos en el suelo, no hablaba. “No te preocupes”, le decía el profesor a Baltasar , un estudiante de veinte años que pidió que no se usara su apellido. “Es estadounidense, pero es reportero de un periódico. Él no te hará daño. Baltasar , que vivía con su familia en una casa llena de cicatrices de bala en un asentamiento civil a una milla de la entrada de la base de Río Hato, dijo que esa noche vio muchos civiles heridos. “Vi carros reventados”, dijo, señalando la Carretera Panamericana, a varios metros de su casa. “Los vi agarrar a un tipo hace unos días en su bicicleta y tirarlo al suelo... Los estadounidenses simplemente disparaban a cualquiera en el camino, tomaban prisioneros y tomaban el control de todos los autos”. Tras el ataque, Baltasar fue llevado con todos los demás varones de Río Hato y pueblos aledaños a un centro de detención en la base. Fue liberado después de varios días y regresó a las ruinas de su barrio. “Los soldados regresaron después y desactivaron nueve minas de este lado de la cerca”, dijo. “Pero del lado en el que estás, no quitaron ninguna mina; no nos dijeron dónde están. Simplemente nos dijeron que camináramos por donde ya hemos caminado”. Este fue el Panamá que vi durante y después de la invasión estadounidense: ningún enemigo entre la gente pobre descalza acurrucada en tiendas de campaña detrás de alambre de púas después de que sus casas fueran destruidas; no había guerra de guerrillas, ni agenda internacional alta y poderosa en Panamá. Vi sufrimiento y desgracia y me avergoncé del miedo que invoqué porque era de la nación de los conquistadores. La decadencia y caída de Noriega, la invasión estadounidense de Panamá, el juicio y condena por narcotráfico de Noriega han sido trascendidos, quizás, por hechos de mayor peso específico en la balanza de la historia mundial. Pero para quienes vivieron la invasión de Panamá, la muerte y la destrucción que sufrieron son universales. Y para el periodismo, Panamá se destaca como un microcosmos de lo que puede salir mal, una lección deprimente sobre cómo la sabiduría residente puede guiar el curso de los acontecimientos y desviar la comprensión de lo que sucedió. “Nunca hubo una [guerra] justa, nunca una honorable por parte del instigador de la guerra”, escribió Mark Twain. “. . . los estadistas inventarán mentiras baratas echando la culpa a la nación que es atacada; y todo hombre se alegrará de esas falsedades que calman la conciencia. . . y así poco a poco se convencerá de que la guerra es justa y dará gracias a Dios por el mejor sueño que disfruta después de este proceso de grotesco autoengaño”. La muerte, la destrucción y la injusticia forjadas en nombre de la lucha contra Noriega, y las mentiras que rodeaban esa empresa, eran amenazas a los principios básicos de la democracia estadounidense. Eso no cambiará hasta que la historia sea reparada, hasta que el autoengaño sea reemplazado por el sentido común y el chovinismo sea borrado por la realidad. Mi esfuerzo fue ir más allá de lo obvio y lo ya escrito, para mostrar que detrás de la sensación complaciente de que nada salió mal, muy al contrario, la política estadounidense hacia Panamá en la década de 1980 estaba en un curso ignorante, retorcido y mortal. Nada enoja tanto a un soldado y puede ser tan injusto como la sugerencia de que es insensible por tener que matar; si es equilibrado, un soldado odia matar. Mata porque está muy entrenado y ordenado. Lo hace con fe en su país, sea el que sea, y con angustia en el corazón. A los soldados se les ordenó matar en Panamá y lo hicieron después de que se les dijera que tenían que rescatar a un país de las garras de un cruel y depravado dictador; una vez que actuaron, la gente de su país marchó detrás de ellos. Quedó para los panameños y los pocos observadores de ese ataque preguntarse cómo pudo haber ocurrido. En su mayoría, el evento retrocedió a una historia vaga, olvidado y dejado de lado. Pero esto era los Estados Unidos de América, bajo cuyas leyes el presidente y el Senado por dos tercios de los votos en 1977 se comprometieron a nunca más interferir en los asuntos internos de Panamá—Panamá, una creación de Teddy Roosevelt; Panamá, el prototipo del Destino Manifiesto y la Doctrina Monroe. La firma del Tratado del Canal de Panamá fue un parteaguas en las relaciones con América Latina; un decidido alejamiento de conductas pasadas y destinado a establecer una nueva relación de igualdad no sólo con Panamá, sino con todo el hemisferio. Tanto fue así que Estados Unidos bajo la presidencia de Carter invitó a los demás países del hemisferio a firmar el Tratado de Neutralidad de Panamá para cimentar una nueva asociación regional basada en la soberanía y el respeto mutuo. Decir que la situación del 20 de diciembre de 1989 era tan extraordinaria que Noriega, hiciera lo que hiciera, era peor que Pinochet o Stroessner o cualquier otro dictador en América Latina o que Panamá merecía lo que recibió es desviar la atención de la verdad esencial: Estados Unidos bajo George Bush invadió Panamá porque tenía el poder y podía hacerlo para cumplir con su propia agenda. Bush no necesitaba una declaración de guerra y cualquier justificación serviría; estaba convencido y se engañaba a sí mismo en su decisión; las consecuencias y las vidas estaban más allá de su consideración. Los descalabros de la actuación y responsabilidad de Estados Unidos en Panamá fueron el resultado de la actuación de ideólogos rígidos y despiadados; Noriega era el objetivo, pero la responsabilidad es de un país cuyos ciudadanos no deben ser tan complacientes como para caer en la retórica. Como mínimo, se deben analizar las consecuencias, se debe ver el impacto y se deben revelar los culpables por el bien de la historia. Apéndice I
La Conquista de Panamá Vasco Núñez de Balboa ya había andado alguna distancia por las tierras del istmo cuando en este viaje imprevisto llegó a una zona de pacíficos indios, viviendo en la confluencia de dos grandes y navegables ríos de tierras bajas. Los ríos estaban conectados entre sí por las leyes del flujo y reflujo. Los españoles observaron que cuando bajaban las mareas, las aguas se retiraban en un torrente embravecido hacia el mar. Los indios dijeron a los conquistadores que el río, al que llamaron Tuira, discurría “hacia los grandes mares salados”, algo que no tenía ningún sentido para las tropas de Balboa. Pero cuando subió la marea, el agua de mar corrió río arriba hacia el Tuira. Este flujo y reflujo único de las mareas entre los dos poderosos ríos aún se puede ver donde los españoles construyeron la fortaleza de Yaviza, un punto de partida para su continua incursión en lo que se conocería como Panamá. Yaviza era el mismo nombre que los españoles daban a los indígenas, a quienes escuchaban gritar emocionados, cuando subía la marea y corrían a llenar sus calderos de agua fresca mientras podían, “ ¡ Yavi … za! , Yavi ...za! ”—“Viene el agua, viene el agua.” Fue desde este fuerte a orillas del río Chucunaque , que era alimentado por las aguas del Chico, que a su vez desembocaba en el río más grande y caudaloso del Darién, el Tuira, que Balboa zarpó en 1511 hacia la costa oeste. de Panamá El asentamiento ya era conocido con el nombre de Santa María de la Antigua del Darién. Aquí, en un descampado, a la sombra de las venerables murallas, con los ecos del río, junto a la antigua y olvidada primera fortaleza española del istmo, llegó como maestro José del Carmen Mejía. Sus alumnos eran las personas que vivían cerca y les enseñaba sin importar su edad o educación previa. Estaban Elsa y Alberto Ayala; Aída Moreno también. También sentados a la sombra de la fortaleza estaban Fernando y Elicer Algüero ; Manuel Aguirre; Chichi, Edy y Yolanda Lay; Teresa, Rafael e Hilario Mejía; Matías Ayala y uno más, yo, en brazos de mi madre, María Félix Moreno Mejía. Decenas de jóvenes, chocoanos y otros venían a ser educados por mi tío abuelo José del Carmen, quien era líder y defensor de la cultura de toda la zona, además de protector de los indios. Hoy todavía queda un humilde recuerdo de esas lecciones: la escuela en Yaviza lleva el nombre de José del Carmen Mejía, el hombrecito de Darién. Era de ascendencia española, descendiente de Rafael Mejía y Fernando Mejía, quienes se casaron respectivamente con Ramona Peralta y Petra Morales, los parientes más inmediatos que tuve por parte de mi madre. Los conquistadores españoles abrazaron la costa noroeste del Golfo de Urabá y avanzaron hacia el este a lo largo de las islas de San Blas. El área está ubicada arriba del Caserio Careta , más tarde conocida como Acla , en la Bahía de Caledonia. Se decía que estas eran las tierras del Cacique Careta , quien se rindió al poder de los invasores. Fue aquí, según cuenta la leyenda, que Careta colmó de regalos a Balboa, incluida su propia hija, la princesa Anayansi , en un gesto de paz y amistad. Los españoles obtuvieron refuerzos aquí y avanzaron más hacia el noroeste, hasta el reino del vecino Cacique Poncha , al otro lado de la cordillera divisoria. Ante la presencia de tales seres sobrenaturales de cascos y armamentos resplandecientes, Poncha y su tribu huyeron sin luchar. Ahora controlando el territorio de Poncha , marcharon hacia el sureste, a las tierras del cacique Comagre, quien también fue subyugado. Esta amplia conquista extendió el control de Balboa desde San Blas hasta las porciones alta y media del río Chucunaque . Fue allí en las tierras de Comagre, al pie de las montañas, en su flanco occidental, mirando hacia el Sur, donde vio Balboa por primera vez esos grandes mares salados que mencionan los indios de Yaviza. La narración histórica, salpicada de leyendas, dice que los españoles al ver los objetos de oro y pepitas que les habían dado, armaron tanto revuelo que en el alboroto empezaron a pelear entre ellos. Al contemplar este espectáculo, Panquiaco , el hijo del Cacique Comagre, quedó a la vez disgustado y sorprendido. "¿Por qué luchas por cosas tan sin sentido que te dio mi padre?" los llamó burlonamente. “Si sigues este camino, después de un cuarto de luna, encontrarás una inmensa extensión de agua salada, cuyas corrientes te llevarán a una gran tierra con un jefe aún mayor, donde encontrarás tales piedras tiradas por todas partes”. La ruta descrita por Panquiaco termina en el imperio de Tihuantisurgo de los Incas, los hijos del sol del Perú. Balboa entendió de inmediato. ¿Cómo pudo llegar allí? preguntó. Buscó información que pudiera trasladar a sus cartas y mapas: características de la tierra, ríos, valles, tipos de suelo, vegetación, tipos de montañas, los jefes de la zona y las características de sus guerreros, la riqueza, las mujeres, los animales. que habitaba la región. Con toda esta inteligencia local, le pidió ayuda al cacique para emprender un viaje que se había convertido en el sueño de su propia existencia. El número de hombres elegidos para acompañarlo en su búsqueda se estimó en mil. Balboa, entusiasmado con la codicia por el oro y por conquistar nuevas tierras y reinos, regresó al territorio de Careta y ordenó a sus barcos zarpar rumbo a Santa María para prepararse para la gran aventura. Con singular dedicación de tiempo y energía, todo se preparó rápidamente para su partida: un velero de dos mástiles, doce canoas, doscientos soldados españoles, un gran número de indios y una jauría, entre ellos el legendario Leoncico , que Balboa había traído de España. Completada la logística, zarparon el 1 de septiembre de 1513 desde Santa María. La bitácora de la nave indica que lucharon contra el viento de frente, arribando al pueblo de Careta el domingo 4 de septiembre. Amarraron la lancha y amarraron sus cabos y colocaron las canoas en la orilla al estilo indio, boca abajo. El martes 6 de septiembre levaron nuevamente anclas y se adentraron en el vasto y desconocido mar de agua salada, que era la ruta hacia el imperio donde el oro se podía encontrar por doquier entre las rocas. Partieron del señorío de Careta , cruzaron los cerros divisorios y prosiguieron su camino hacia Acla -Paso Caledonia, llegando nuevamente a la tierra de Poncha , quien el 13 de septiembre rindió homenaje a Balboa. Balboa se relajó durante una semana en la hamaca del jefe sumiso. El día veinte llegó a tierras de Comagre. De allí siguió adelante, ya provisto de víveres, soldados, observadores, porteadores y guías, llegando a Chucunaque por Subcuti . Aprendiendo a hacer el tipo de balsa que construían los indios y siguiendo sus enseñanzas, Balboa encontró la paciencia para esperar a que amainara el ciclo de la pleamar, para arrojar las balsas al agua en el ángulo de 45 grados necesario para hacer la otra orilla. . Una vez en la otra orilla, avanzaron por las tierras bajas, inundadas por las aguas del Chucunaque , que constantemente desborda sus riberas. Se formaron lagunas expansivas a lo largo de la orilla, con una vegetación que nunca antes habían visto. El paso heroico de los conquistadores, sin embargo, fue asaltado por enemigos implacables que golpearon a los semidioses desde el otro lado de los mares. Los enemigos eran la diarrea, la fiebre, los mosquitos, la sarna, las garrapatas y los insectos de la selva, los mismos que atacaron siglos después a Felipe González en su visita a Panamá. Lucharon con la selva cerrada, misteriosa, indomable; los aguaceros torrenciales permanentes; ropa húmeda y podrida; la tos asfixiante del calor mohoso; lodo; vides venenosas. Sin embargo, la obsesión por el camino hacia el Nuevo Mundo, hacia el Imperio del Sol, arrastraba a Balboa como un endemoniado, hipnotizado, empujando a sus soldados como un vidente. Entraron en otra zona de indígenas desconocidos, que atacaron la caravana diezmada, agobiados por los aguaceros incesantes de septiembre, las noches a la luz de las velas esperando un ataque sorpresa de los indios o animales salvajes, y las inundaciones que caían en cascada de las montañas. Finalmente llegaron a las apacibles aguas del Río Sabana , donde los esperaba el Jefe Quarequa y sus indómitos guerreros. Muchos indios cayeron en la batalla que siguió, pero los hombres de Balboa finalmente subyugaron al cacique y su tribu. Allí en el río Sabana , que se desborda para nutrir los manglares, el poeta José Santos Chocano se inspiró para escribir este verso: . . . Primero vino un caballo En los tórridos manglares cuando la multitud de Balboa cabalgaba despertando la soledad adormecida, insinuando más allá de el Océano Pacífico, como ráfagas de aire trajeron el salado spray a sus sentidos. Acamparon a la orilla del río. Antes de que el sol emergiera sobre la negrura del amanecer, Balboa, como un dios olímpico, con los ojos en blanco de anticipación, gritó: "Arriba y adelante". Cuando se acercó la hora del mediodía, llegaron al pie de las montañas de Arracuyala y se prepararon para el ascenso. Fue un avance tortuoso antes de llegar a la meseta más alta, donde descansaron mientras contemplaban el camino hacia arriba. Balboa avanzó con sus hombres, las lanzas apuntando hacia la cima. Los conquistadores se acercaban a la cumbre más alta de Guayabito ; desde allí, mirando hacia el Nuevo Mundo desde un punto medido en 100.200 pasos por Fonseca el cartógrafo, se podía ver una bahía tranquila, absolutamente pacífica, en forma de herradura, brillando bajo el sol del mediodía. El ojo humano se perdía en la superficie ilimitada de su inmensidad, brillando con todos los tonos posibles de azul. Esa era la vista hacia el sur-sureste. Estas eran las poderosas aguas saladas cuyas corrientes los llevarían al Imperio del Oro. Era el Mar del Sur. Embelesado, Balboa mandó subir a sus tropas, y todas ellas, ante la vista del mar brillante y silencioso, gritaron, se santiguaron, cayeron de rodillas, besando la tierra y elevando sus oraciones a Dios por haberlos conducido a este feliz lugar. final de su viaje. La bitácora de navegación registra el día 25 de septiembre de 1513, desde el cerro de Guayabito , llanuras de la Sabana ; allí, ochenta soldados de la corona española, con una cantidad desconocida de indios bajo el mando visionario del Capitán Vasco Núñez de Balboa, venidos del Atlántico y cruzado el istmo, descubrieron un nuevo océano, el Pacífico. Habían trazado una ruta que 390 años después, en 1903, se convertiría en la encrucijada de una nación. Apéndice II
Historia de la intervención Balboa fue solo el primero de muchos conquistadores. Los estadounidenses ocuparon Panamá catorce veces durante más de cien años, con muchos de los mismos tipos de procedimientos extrajudiciales y extensiones más allá de los límites del derecho diplomático e internacional que caracterizaron la invasión de 1989. El 22 de junio de 1856, por ejemplo, se produjo un hecho que se conoció como el Incidente de la Sandía, un gran motín en la capital que dejó decenas de muertos y más de medio centenar de heridos. Todo comenzó a raíz de una disputa entre un estadounidense y un vendedor de frutas panameño en la calle. Fue el primer caso en el que una serie de hechos llevaron a represalias diplomáticas, militares y económicas por parte de Estados Unidos. Estados Unidos envió una fuerza naval al istmo, que ancló en alta mar mientras funcionarios estadounidenses intentaban presionar a Panamá (entonces conocida como Nueva Granada) para que admitiera que era la única parte responsable de la cadena de eventos que condujo al motín. El 19 de septiembre, 160 marineros desembarcaron en la capital, tomando el control de la estación de ferrocarril durante tres días antes de partir. Sin darse por vencido, Estados Unidos buscó obligar al gobierno a entregar la soberanía de todas las islas en la Bahía de Panamá al control estadounidense como compensación por el Incidente de la sandía, así como todo el control de la Compañía Ferroviaria de Panamá. Al final, Estados Unidos obligó de hecho al gobierno de Nueva Granada a pagar una compensación por el incidente. Hubo otros incidentes en 1860, 1865, 1868 y 1873, todos relacionados con la imposición estadounidense de sus fuerzas navales en el istmo. El 27 de septiembre de 1860 Estados Unidos invadió territorio panameño e interfirió en sus asuntos. El hecho fue el resultado de un disturbio público, luego de una manifestación política interna. Las tropas estadounidenses bajo el control del comodoro Porter llegaron a tierra desde el USS St. Mary y ocuparon la ciudad de Panamá durante once días. El 9 de marzo de 1865 se produjo otro caso de intervención estadounidense tras un levantamiento político contra el gobierno de la Nueva Granada protagonizado por Gil Colunge , patriota panameño; Los marines estadounidenses, esta vez al mando del capitán Middleton, desembarcaron nuevamente del mismo barco y ocuparon la capital. Como resultado de ese incidente, los panameños recordaron el dicho: “No venderé mi país”. El 7 de abril de 1868, los marines estadounidenses desembarcaron una vez más y ocuparon Colón durante cuatro días. El 24 de septiembre de 1873, los infantes de marina ocuparon la ciudad de Panamá hasta el 6 de octubre; Estados Unidos dijo que había que proteger sus intereses en el istmo, tras supuestas amenazas de una serie de disturbios políticos internos. El 18 de enero de 1885, Estados Unidos envió una fuerza invasora a Colón, comandada por el capitán Lewis Clark. El general Ramón Santo Domingo Vila, presidente del estado federal de Panamá, había pedido a Estados Unidos que interviniera. Su objetivo era suprimir un movimiento separatista opuesto al gobierno dictatorial colombiano de Rafael Núñez. Mientras sofocaban el levantamiento, las autoridades estadounidenses ahorcaron a un líder rebelde, el general Pedro Preston Colón. El 15 de abril del mismo año, las fuerzas estadounidenses del USS Acapulco tomaron el control del ferrocarril de Panamá desde el Atlántico hasta el Pacífico. Posteriormente, ese mismo mes, el cónsul de Estados Unidos en Panamá pidió una ocupación militar de Panamá para hacer frente a los levantamientos rebeldes. Y luego, en 1900, hubo otra guerra y otra invasión, con un detalle interesante. Era conocida como la Guerra de los Mil Días y el líder militar panameño era un general Manuel Antonio Noriega, mi antepasado y el hombre que me da nombre. En el transcurso de la guerra, Estados Unidos volvió a tomar el control de la vía férrea. En septiembre de 1902, las fuerzas estadounidenses dirigidas por el almirante Silas Casey invadieron y ocuparon los puertos de Panamá y Colón durante dos meses. Hubo una serie de otras acciones, todas conducentes al Tratado del Canal de Panamá original. El 15 de mayo de 1903, fuerzas estadounidenses del USS Wisconsin capturaron y mataron al general Victoriano Lorenzo, líder de las milicias populares por la independencia de Panamá. Fue un intento de eliminar a un líder considerado por Estados Unidos como un obstruccionista a sus objetivos expansionistas. El 2 de noviembre de 1903, las fuerzas estadounidenses desembarcaron en Colón en un ataque sorpresa diseñado por la administración de Theodore Roosevelt para suplantar la autoridad colombiana en Panamá con un estado independiente. Detrás de escena estaba un francés llamado Philippe Bunau-Varilla, quien decidió que Panamá sería un estado independiente sin siquiera esperar una reacción de las partes realmente involucradas, Colombia y Panamá. El 3 de noviembre se declaró la independencia de Panamá, separándola de Colombia. Panamá había sido parte de Colombia desde su independencia de España tras la Guerra de Ayacucho, encabezada por Simón Bolívar en 1824. Bunau-Varilla firmó el tratado en nombre de Panamá, aunque no era panameño, junto con William Nelson Cromwell, un estadounidense. cabildero que trabaja en el proyecto del canal. Fue un caso temprano de la oligarquía de Panamá que se sometió a los intereses estadounidenses para promover sus propios intereses económicos. La independencia llegó sin siquiera contactar a las autoridades colombianas y sin tener en cuenta el Tratado Cipriano -Bidlack de 1846 con Colombia, en el que Estados Unidos garantizaba la “neutralidad perfecta” del istmo junto con la soberanía colombiana. El 5 de noviembre, el USS Dixie llegó a Colón para reforzar al USS Nashville, que había estado en la estación para proteger al estado separatista. Por lo tanto, Estados Unidos, a través de una invasión y ocupación, impuso de facto la independencia panameña de Colombia. El 18 de noviembre, el nuevo estado de facto recibió su primer presidente, Manuel Amador Guerrero, con todo el apoyo de los estadounidenses. Al mismo tiempo, se firmó el tratado Hay-Bunau-Varilla, que legaliza la intervención militar estadounidense en el istmo y pone bajo su virtual control la soberanía de la república panameña. El 2 de diciembre de 1903, una junta de gobierno provisional panameña ratificó el tratado, otro acto de intervención estadounidense. La ratificación del tratado significó la virtual venta para la posteridad del istmo al control estadounidense. El 15 de enero de 1904 una convención constitucional creó la primera ley de la nueva república: el derecho y privilegio de los Estados Unidos de intervenir militarmente en Panamá. Del 14 al 18 de noviembre de 1904, Estados Unidos conspiró contra el comandante del ejército de Panamá, el general Esteban Huerta, quien buscaba derrocar al presidente Amador Guerrero y suplantar a las fuerzas estadounidenses. Guerrero se convirtió en el chivo expiatorio de una política desarrollada por Estados Unidos para convencer a la oligarquía panameña de que no había necesidad de un ejército local, que el ejército panameño era inherentemente corrupto y que sería una amenaza permanente para la política civil. Cumpliendo con las demandas estadounidenses, el gobierno panameño firmó una proclama para disolver el ejército. A lo largo del siglo XX, Estados Unidos ha considerado a Panamá tan estratégicamente importante que nunca se preocupó ni consideró la soberanía panameña al establecer sus objetivos políticos. Anexo III
Memorias del
Profesor Alberto Ayala Moreno El maestro José del Carmen Mejía era primo hermano de mi abuela materna, Narcisa Mejía, quien estaba casada con Daniel Moreno, un hombre aventurero que había desaparecido de la vida familiar, sumergiéndose en la vorágine de la búsqueda del oro, el látex de los el árbol del caucho y la cosecha de la raíz de zarzaparrilla, que crecía abundantemente en la selva de la provincia de Darién y se consagró en la riqueza de la fuente de recursos naturales de la región en ese momento. Este maestro Mejía, con gran sensibilidad social, había elevado el nivel cultural de la zona, improvisando clases al aire libre para niños y adultos y en especial para los chocoanos, que estaban acostumbrados a “regalar” a sus niños pequeños. José del Carmen Mejía impulsó la adopción humanitaria y adecuada de los niños chocoanos abandonados. Recuerdo que nuestra familia había adoptado a un niño llamado Hernán, a quien tratábamos como a un hermano. María Félix Moreno Mejía había llegado, muy joven, desde Yaviza (El Darién) a la capital de Panamá, y trabajaba en la fábrica industrial del antiguo Bazar Francés, confeccionando ropa para hombres, frente al Parque Santa Ana. . Fue allí donde María Félix conoció a Ricaurte Tomás Noriega, quien era contador público de la administración gubernamental de impuestos internos. Noriega se había casado dos veces y tenía cuatro hijos adolescentes, tres del primer matrimonio y uno del segundo. De este hombre quedó embarazada y dio a luz a Manuel Antonio. María Félix, una mujer muy atractiva y bonachona, que había sido reina de la fiesta de su empresa en el pueblo de Yaviza, en conmemoración del patrón San José el diecinueve de marzo, aceptó su papel de madre soltera. Cuentan sus familiares que era tan feliz y tan bailadora que aún estando embarazada, a punto de dar a luz, disfrutaba del carnaval; y, ese domingo, viendo el desfile de carrozas y bandas de música, tuvo que ser trasladada de emergencia con el dolor de las contracciones al Hospital Santo Tomás, donde dio a luz ese mismo día en la sala de maternidad. Después partió hacia El Darién, con su hijo Manuel Antonio, para atender a su madre, Narcisa, quien estaba muy enferma y sola porque su esposo, Daniel, se había perdido en la selva en busca de oro, el caucho y la zarzaparrilla. A la muerte de su madre, María Félix enfermó del castigo de la selva, la malaria, que la dejó con tuberculosis. Para evitar que su hijo contrajera la enfermedad y por orden de su médico, lo entregó a la tutela de su amiga íntima y madrina, la maestra Luisa Sánchez, quien luego fue trasladada a la capital y se llevó al hijo de María Félix. La maestra Luisa, una mujer soltera, dedicada a su rol de educadora, incluyó al hijo de María Félix en su clase de primer grado, donde aprobó toda la materia regular a pesar de que aún no estaba en edad escolar. La madre de Manuel Antonio murió sin que él la viera ni conociera su amor. Posteriormente, con la autorización de su padre, Ricaurte, su tía Regina Moreno reclamó la custodia de Tony Noriega. Vivía en la misma zona del mercado público, a la orilla de la hermosa e histórica bahía de Panamá, en el edificio de la avenida 27 Norte, arriba de la constructora Ávila en el “cerro a la presidencia” contiguo a la Plaza Segunda de Enero. En la Avenida Norte 27 vivimos los años de primaria y los años de secundaria en la cuna del nacionalismo panameño, el Instituto Nacional, llamado con orgullo Nido de Águilas. Allí, en el último piso del edificio número 27, se hospedaban ocho familias en pequeños departamentos. La mayoría eran matrimonios que daban cobijo a estudiantes que venían de provincias a estudiar en los colegios secundarios de la capital. El último piso parecía el panal ocupado de una colmena cuando terminaba la escuela, con los diferentes colores de los uniformes de los niños y niñas. En uno de estos cuartos, Manuel Antonio se encontraba bajo la estricta y ordenada guía de su tía Regina Moreno de Delgado, con quien vivía, junto con su esposo, José, y sus dos primos José Alcides y Yolanda Estela. Yo, Alberto Ayala, el narrador de estos hechos, vivía con mi madre, Flora Moreno Mejía, y mi hermana, Elsa América Ayala, en el departamento contiguo. La vida cotidiana de los jóvenes estudiantes era común para todos los vecinos del barrio. Es decir, ir a la escuela y luego estudiar juntos o separados en sus habitaciones, o en los espacios abiertos de las áreas públicas como los largos y amplios balcones que daban a la Avenida Norte y la Calle Trece, que conducía a la antigua Policía Secreta. Los juegos recreativos eran los sábados y domingos en los espacios abiertos de las calles de la Plaza Dos de Enero, la Presidencia de la República, la Plaza de Francia o en las áreas destinadas a patinar o jugar a la pelota, o las playas de Santo Domingo para nadar. . Como José Delgado era mecánico jefe de Lefebre , una empresa de comercio costero, Manuel Antonio y su primo José Alcides aprendieron sobre los puertos de la Costa del Pacífico y las rutas de los barcos mercantes. Sus vacaciones escolares las pasaba viajando desde los puertos de El Darién hasta el puerto de Pedregal en Chiriquí, pasando por Mensabe y Guarare en las provincias centrales. También pasaron temporadas en la isla de Taboga , de donde procedía José Delgado con su numerosa familia. Estos viajes a bordo de los barcos mercantes desarrollaron en los niños la cultura y la experiencia, no solo al ver las diferentes regiones y costumbres del país, sino también al escuchar las historias y relatos de los marineros en el barco durante los dos o tres días y noches. de vela Apéndice IV
Comentario de
Tomás A. Noriega Méndez
Mi padre, don Ricaurte Tomás Noriega Vásquez, contador público autorizado, estuvo casado primero con doña Clotilde Méndez Urino , madre de Julio Octavio Noriega Méndez, ingeniero civil; Rubén Noriega Méndez, farmacéutico; y yo, su hijo primogénito. Al morir doña Clotilde, don Ricaurte se casó con doña Lavinia Hurtado, madre de nuestro hermano, el doctor Luis Carlos Noriega Hurtado. Su otro hijo, Manuel Antonio Noriega Moreno, era hijo de mi padre con una joven llamada María Félix Moreno. Mi padre me hizo llevar a María Félix al hospital donde dio a luz a Manuel Antonio; después también me encomendaron entregar un estipendio mensual de mi padre a María Félix. Años más tarde, Doha Lavinia adoptó a Manuel Antonio. A su muerte, don Ricaurte era empleado de la Contraloría General de la República, donde ejercía sus funciones con honestidad y profesionalismo. Era un hombre severo y conservador, y no bebía ni fumaba. don Ricaurte incluye también al general Manuel Antonio Noriega, participante en la Guerra de los Mil Días; mi hermano fue nombrado después de él. Otros parientes destacados fueron don Tomás Agapito Noriega Vega; el general Benjamín Ruiz, médico formado en Inglaterra y senador y gobernador de Panamá; el juez José Gertrudos Noriega; y el Dr. Homero Ayala P., comandante de la policía. Anexo V
Palabras del General Manuel Antonio Noriega en Japon 1986, Comandante de las Fuerzas de Defensa de Panamá, Ante la Asociación de Amistad Japón-Panamá, Tokio, Japón, 12 de diciembre de 1986 La Asociación de Amistad Japón-Panamá tuvo la amabilidad de extenderme una invitación para que pudiera venir a conversar con ustedes sobre temas importantes del día, temas de interés para ambos países. Estoy agradecido por tal honor. Porque soy consciente de mis responsabilidades como funcionario panameño y como ciudadano. Y esta invitación me da la oportunidad de encontrarme aquí con tan ilustres líderes del sector privado japonés y muy buenos amigos con quienes comparto el objetivo de estrechar todos los lazos de amistad que unen a los pueblos japonés y panameño. Hace sólo unos veinticinco años, Japón era una voz silenciosa en el concierto de la política internacional; pero hoy, y aunque los japoneses no lo deseen, vuestro país tiene gran influencia en los asuntos mundiales en virtud de su conducta y de su ejemplo. En cierto sentido, lo que hace Japón afecta la forma de vida del resto del mundo. Todos los observadores más importantes del fenómeno japonés coinciden en señalar que, económicamente, el desempeño y el ejemplo de Japón son irresistibles. El Japón de 1986 es una fuerza poderosa en el comercio internacional, en los asuntos monetarios y financieros, así como en la ciencia y la tecnología, gracias principalmente a la brillante creatividad y al arduo trabajo del pueblo japonés. Es un hecho innegable que en la medida en que Japón emerja como una economía transpacífica, deberá desempeñar un papel cada vez más importante en los problemas de la política internacional a nivel mundial, ya que los japoneses hoy en día reconocen muy bien que sus intereses internos y externos pueden coincidir en veces. Los panameños luchamos por modernizar nuestra sociedad eliminando vestigios de atraso económico y social, que aún afectan a algunos sectores de nuestra población. Admiramos el desempeño y el ejemplo de Japón, que se basan principalmente en una sólida y profunda formación científica, tecnológica y humanística. Pero tratamos de entender Japón tal como es, no como otros países quisieran que fuera. Sabemos que, dentro del inmenso intercambio de bienes, ideas y capitales que su trabajo ha estimulado en todo el mundo, Japón tiene una fuerte personalidad propia. Tenemos ante nosotros dos situaciones que fluyen hacia coordenadas comunes: por un lado, el papel creciente que Japón deberá ejercer en los asuntos mundiales; y por otro, los hechos relacionados con la ubicación estratégica de la República de Panamá, de vital importancia para el libre comercio internacional y el mantenimiento de la paz. Por tanto, los intereses concretos de nuestros dos países nos obligan a examinar con seriedad y responsabilidad todas aquellas situaciones que puedan afectar, positiva o negativamente, intereses legítimos que sólo sirven a beneficios mutuos y equitativos para japoneses y panameños. Centroamérica Por su posible impacto en la seguridad del tránsito interoceánico por el Canal de Panamá, es imperativo que primero expresemos nuestra seria preocupación por la crisis que atraviesa la región centroamericana desde hace siete años. Lo que ocurre en toda Centroamérica tiene que ser de particular interés para la República de Panamá. La delicada situación político-militar en esa región puede impactar negativamente en los objetivos de desarrollo y seguridad nacional de la nación panameña. Por ello, el Gobierno de Panamá, junto con sus Fuerzas Armadas, ha decidido no permitirse involucrarse directamente en ningún enfrentamiento entre grupos o Estados de la región. Sin embargo, esta decisión de Panamá no implica pasividad ni desinterés. Por el contrario, Panamá ha decidido participar activamente como mediador y moderador, a través de los esfuerzos del Grupo de Contadora. Como es sabido, el Grupo de Contadora trabajó intensamente durante tres años y medio para consensuar un documento conocido como Acta de Contadora por la Paz y la Cooperación en Centroamérica, la cual fue presentada a los Cancilleres de la región el 7 de junio de este año. año y que fue fruto de un sincero esfuerzo por encontrar posibles fórmulas de conciliación. Desafortunadamente, han surgido serias diferencias acerca de las maniobras militares internacionales; control y reducción de armas; y el nivel de las fuerzas nacionales. Estas diferencias han producido un estancamiento en las iniciativas del Grupo de Contadora. En su Informe Anual de 1986, el Secretario General de las Naciones Unidas, Javier Pérez de Cuéllar, señala con bastante acierto la situación actual de Centroamérica cuando afirma: “La crisis centroamericana se ha deteriorado continuamente por la creciente injerencia de ideologías enfrentadas y los intentos de imponer soluciones unilaterales por el uso de la fuerza”. Nos enfrentamos entonces al hecho innegable de que la crisis política y militar en Centroamérica se prolonga y, con ella, se agudiza la crisis económica de la región. Y la insistencia en una solución estrictamente militar socava los programas sociales, porque cuanto más se gasta en armas, menos recursos económicos hay para hospitales, escuelas, viviendas populares y carreteras. En realidad, lo que está pasando en Centroamérica, dejando de lado todo adorno literario para explicarlo, es que la región se está convirtiendo simplemente en un campo de batalla experimental de nuevas doctrinas y conceptos militares como, por ejemplo, el de la “paz violenta”. Deben emprenderse esfuerzos extraordinarios si queremos mantener la esperanza de que el proceso de Contadora todavía puede ofrecer las mejores posibilidades para un cierto grado de paz en Centroamérica. Quizás un error inicial en los esfuerzos de Contadora es que tenían como objetivo encontrar una solución única a todos los conflictos de la región, tanto presentes como futuros, con énfasis en medidas políticas y diplomáticas, pero sin la participación de los líderes militares involucrados en esos conflictos. Y una de las dificultades con la fórmula de paz de ese grupo se debe a que la forma de conflicto regional no ha cambiado mucho desde 1983. En este momento, la mayoría de los analistas objetivos tienen la impresión de que el “conflicto centroamericano” se ha reducido a un enfrentamiento entre dos países: Nicaragua y los Estados Unidos de América. Estamos convencidos de que el logro de la paz descansa en la responsabilidad directa y fundamental de los países soberanos de la región centroamericana, sobre la base del respeto mutuo y de la independencia política de cada nación. Estamos también convencidos, sin embargo, de que una paz más amplia y genuina sólo será posible en la medida en que se logre un verdadero progreso social para los pueblos de Centroamérica, producto, en primer lugar, de una justicia social palpable, pero también de el desarrollo de su potencial económico, humano e intelectual. En este sentido, las potencias industrializadas —para las que el mundo entero se está convirtiendo en una sola economía— tienen una oportunidad excepcional de contribuir y participar en la reconstrucción y fortalecimiento de la estructura económica y social de todos los países de Centroamérica, a través de acciones realistas. y programas cooperativos eficientes, tanto en el sector público como en el privado. Relaciones Japonesas-Panameñas Ahora me gustaría referirme a asuntos que son de un interés más específico en el marco de nuestras relaciones bilaterales. Comienzo señalando, con gran agrado, que desde finales de los años setenta ha existido entre Panamá y Japón un período caracterizado por relaciones cordiales y amistosas en todos los ámbitos de la cooperación. En el sector privado, que usted representa de manera tan distinguida, ha habido una explosión de iniciativas para el establecimiento de bancos y empresas japonesas que han elegido a Panamá como su centro de operaciones internacionales, sobre todo para América Latina. El gobierno panameño ha reiterado su sincero deseo de que el sector privado japonés continúe invirtiendo en Panamá, y ofrece todas las garantías de seguridad así como los incentivos necesarios para que el sector privado japonés y sus representantes puedan desarrollar sus actividades sin impedimentos de ningún tipo. , en el marco de las leyes panameñas. Dentro de ese amplio programa de cooperación, que ya ha tenido muchos logros importantes, se destaca la solicitud realizada para el financiamiento del Corredor Norte y los estudios del Corredor Sur, ambos proyectos de vital importancia para el futuro desarrollo de Panamá. El canal de Panamá Pero indiscutiblemente lo más destacable en las relaciones entre Panamá y Japón hoy son nuestros intereses mutuos con respecto a la situación actual y el futuro del Canal de Panamá. Estos son temas clave para mi país y para el desarrollo del transporte y las comunicaciones internacionales. Debe ser una profunda satisfacción para nuestros dos países que la Comisión Tripartita de Estudio de Alternativas al Canal de Panamá —integrada por Japón, Estados Unidos y Panamá— haya comenzado a trabajar con seriedad y eficiencia en su sede de Ciudad de Panamá. Y estamos seguros que en los próximos cinco años esta importante Comisión presentará sus conclusiones y recomendaciones sobre la mejor alternativa al actual Canal de Panamá. Como recordarán, el establecimiento de la Comisión Tripartita fue necesario para dar cumplimiento al Artículo XII del Tratado del Canal de Panamá de 1977. Este artículo surgió de la opinión panameña de que el Canal interoceánico que divide su territorio no debe servir exclusivamente a los intereses de los panameños o estadounidenses, sino que es una instalación tecnológica importante que debe prestar un servicio altamente eficiente al libre comercio de todas las naciones del mundo, sin discriminación. Prueba fehaciente de la responsabilidad con que Panamá mira el futuro de la comunicación interoceánica es la voluntad de nuestro país de aceptar el hecho innegable de que Japón es el país que reúne todas las cualidades para participar en los estudios de tan vital proyecto para el transporte mundial. y el comercio. Hemos reconocido, con ello, el interés legítimo de Japón en ese proyecto, manifestado primero por sus líderes pioneros como Shigeo Nagano, en representación de la comunidad empresarial, y el Primer Ministro Masayoshi Ohira , a cuya memoria dedico mi mayor admiración y respeto, y quien se distinguieron por su enorme esfuerzo en la construcción de relaciones con América Latina y, en particular, con Panamá. Los distinguidos amigos aquí presentes saben que por razones históricas los temas involucrados en todos los aspectos de nuestro Canal son muy sensibles para el pueblo panameño, pues la lucha por recuperar nuestra plena soberanía y control sobre el Canal y el territorio adyacente fue ardua y larga. Sin embargo, a ningún panameño se le ha ocurrido objetar la participación de Japón en el estudio de las alternativas al Canal de Panamá. Por el contrario, el pueblo panameño ve con simpatía la presencia intelectual de Japón como una garantía más del alto nivel de eficiencia y objetividad a alcanzar en las conclusiones y recomendaciones finales del estudio. La Comisión Tripartita de Estudio tiene como principal objetivo analizar los problemas inherentes al futuro del Canal. Los panameños, sin embargo, estamos interesados y preocupados por la eficiencia de las esclusas del actual Canal para el futuro inmediato. En la actualidad el Canal es administrado por la Comisión del Canal de Panamá, una agencia del Gobierno de los Estados Unidos de América. Es responsable de su operación y mantenimiento hasta el mediodía del 31 de diciembre de 1999, fecha en que dichas responsabilidades pasarán a ser competencia exclusiva de la República de Panamá. El desafío más serio que enfrentan las esclusas del Canal, en lo inmediato, es el del aumento del tránsito de embarcaciones de mayor porte, que solo pueden navegar por la parte más angosta del Canal, el llamado Corte Culebra, de una vía a la vez. hora. Esta grave limitación aumenta el tiempo de espera de los buques en las entradas al Canal, con el consiguiente aumento de las demoras y los costos que deben asumir las empresas de navegación. Con el objetivo ineludible de solucionar este problema, se ha desarrollado una propuesta de ampliación del canal de navegación en el Corte Culebra para permitir el paso simultáneo en dos sentidos de embarcaciones de gran calado. Los estudios de factibilidad indican que el proyecto costaría alrededor de $500 millones y que podría iniciarse rápidamente. Panamá viene insistiendo incansablemente al gobierno de los Estados Unidos en que es necesario emprender sin demora la ampliación del Corte Culebra en beneficio del transporte y comercio internacional. Los resultados esperados aún no se han logrado. Esta situación es lamentable, sobre todo cuando vemos que varios sectores en Japón han manifestado su interés en contribuir al financiamiento y ejecución de esta obra. Con el mismo objetivo de facilitar la comunicación interoceánica en el corto plazo, el gobierno panameño ya ejecuta la primera fase del enorme proyecto denominado “Centro Puerto”, que consiste esencialmente en establecer un sistema de transporte integral de 55 kilómetros de longitud entre el Atlántico y el Pacífico. El sistema utilizaría las instalaciones del Ferrocarril de Panamá entre los puertos de Cristóbal y Balboa para el traslado rápido y económico de mercancías y contenedores entre los dos océanos. Panamá espera que el proyecto “Centro Puerto”, que complementará el Canal y el oleoducto transístmico en su territorio, esté operativo dentro de algunos años para brindar otro servicio alternativo en beneficio de la comunidad internacional. Me he tomado la libertad de abrir esta especie de paréntesis entre el presente y el futuro de la comunicación interoceánica por el Istmo de Panamá. Pueden así apreciar con todo lujo de detalles los incesantes esfuerzos que realizan los gobernantes y el pueblo de Panamá para merecer la confianza de la comunidad internacional en cuanto a la eficiencia y seguridad de cualquier alternativa mejor que se pueda encontrar al Canal de Panamá. La Comisión de Estudio En lo que respecta a Panamá, el trabajo a realizar por la Comisión de Estudio de Alternativas al Canal de Panamá es, entonces, una parte muy importante de todos los preparativos que mi país está realizando para asumir con responsabilidad, seriedad y eficiencia la operación , mantenimiento y defensa del Canal de Panamá —o de una vía alterna— a partir del mediodía del 31 de diciembre de 1999. El estudio es de trascendental importancia para nosotros los panameños, pues es de tal alcance, contenido y alcance que definirá en gran medida el futuro de la nación panameña, como bien lo han señalado los Comisionados panameños. Es importante tener en cuenta que el objetivo principal del Estudio es identificar y evaluar la factibilidad, desde el punto de vista técnico, económico, ecológico, social y financiero, de un plan de modernización del sistema de transporte transístmico en Panamá que pueda ejecutarse como la mejor alternativa posible al actual Canal de Panamá. La mejor alternativa, que finalmente será identificada, debe permitir la máxima explotación de las ventajas geográficas de Panamá. La comunidad internacional, tanto los gobiernos como las organizaciones, ya han reconocido que el mayor recurso natural de la República de Panamá es su ubicación geográfica. Por tanto, mi país tiene todo el derecho de acuerdo con las normas del derecho internacional a explotar ese recurso en beneficio de todos sus ciudadanos. La alternativa a identificar se elegirá entre las siguientes: 1) La ampliación, mejora o modernización del Canal existente mediante la construcción de esclusas de mayor tamaño; 2) La construcción de un canal a nivel del mar entre el Atlántico y el Pacífico; 3) La construcción de otro sistema de transporte interoceánico en este Istmo de Panamá; este sería un sistema no hidráulico como ferrocarriles, carreteras, cintas transportadoras, ductos, etc. Actualmente, la Comisión de Estudio ya ha definido los términos de referencia para este Estudio y estos fueron aprobados en el Informe Final por los tres gobiernos participantes. Se está trabajando en la estructura administrativa de la Secretaría ejecutiva de la Comisión y en la planificación del Estudio, de acuerdo a un cronograma con una duración continua de cinco años. El 19 de junio de 1986, la Comisión de Estudio publicó el texto del “Anuncio de Solicitud de Información de Precalificación”. En él la Comisión solicitó datos calificativos de consorcios internacionales integrados por empresas y entidades de la República de Panamá, Japón y los Estados Unidos de América interesados en participar equitativamente en la elaboración del plan de estudio detallado, la ejecución del análisis de factibilidad y la redacción del informe final. Entiendo que actualmente se están evaluando las propuestas de nueve consorcios para su precalificación de acuerdo con los criterios de evaluación aprobados por las delegaciones de los tres países miembros. Además, este mes, precisamente del 16 al 18 de diciembre, se llevará a cabo la segunda reunión del Consejo de Comisionados, en la cual se tratarán aspectos técnicos, administrativos y financieros. Los Comisionados también seleccionarán la firma de contadores para la Comisión de Estudio. Como se puede apreciar, Panamá tiene claramente un enorme interés en la eficiente culminación del Estudio, ya que es la primera vez que nuestro país participa con otras potencias, en un plano de absoluta igualdad, en la más grave de las decisiones sobre el transporte interoceánico a través de el Istmo de Panamá. Es fundamental para nuestro interés nacional que los profesionales panameños tengan un papel efectivo en la administración, supervisión y ejecución del estudio. No es necesario tomar en consideración el origen de los fondos para dicho Estudio, porque se trata de un emprendimiento multidisciplinario de alta calidad técnica y científica en el que los panameños podrán aplicar sus habilidades creativas, aprendiendo al mismo tiempo de los japoneses y colegas estadounidenses. Como segundo usuario del Canal de Panamá, Japón está interesado en la realización eficiente del Estudio, como también se ha manifestado de manera consistente y permanente desde la creación de la Comisión en septiembre de 1985. Conclusión Una de las más queridas tradiciones grabadas en la mente y el corazón de todo panameño es su vocación de ayudar a construir un mundo de paz sobre una base sólida de entendimiento, cooperación y solidaridad entre los pueblos y Estados. Por eso, los panameños siempre hemos querido que nuestro Canal —o cualquier proyecto alternativo— sea un puente hacia la paz y un paso hacia el progreso, que se gestione de manera eficiente y totalmente neutral. Nuestra concepción del papel nacional, técnico y profesional que deben desempeñar las Fuerzas Armadas en la sociedad moderna nos ha convencido de que la función principal de los militares es más disuasiva y defensiva que represiva y ofensiva. Por lo tanto, nuestra responsabilidad fundamental, en estos tiempos, es promover, fomentar y proteger las circunstancias que aseguren el clima de paz de que gozan los ciudadanos, así como los extranjeros, que conviven armoniosamente en el territorio de la República de Panamá. Como Comandante de las Fuerzas de Defensa de Panamá y como soldado, debo expresar mi más enérgico y sincero repudio a la violencia, el conflicto y la guerra. “Nunca más la guerra” fue el llamado solemne con el que el Papa Pablo VI desafió a todos los representantes de todas las naciones reunidos en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Y ese desafío está muy arraigado en nuestra doctrina militar panameña con el concepto de “Seguridad sin guerra”. Al encontrarme ahora en el corazón de este gran país, dedicado al cultivo de la paz, el progreso, el trabajo y el entendimiento, experimento una emoción muy especial porque comparto el mismo sentimiento que ya forma parte del alma nacional japonesa y que es un sentimiento definitivo. característica de su cultura. Este gran país se ha ganado el respeto y la admiración de la comunidad de todos los hombres porque ha hecho de la paz un culto de adoración y de la identificación con la naturaleza una vocación nacional de la más alta espiritualidad. Japón es un gran país porque tiene tradiciones y convicciones sólidas, tiene paciencia, tiene fuerza de voluntad y un espíritu fuerte como la montaña de acero del poeta: Eso se parece al monte Fuji. . . Que resiste violentamente la erosión Que resiste la neblina. Gracias. ÍNDICE Abadía , Jorge , 83, 122 Abrams, Elliott, 81, 81 » , 130-31, 132, 133 en la intercepción de la NSA, 229 y política de EE.UU. en Centroamérica , 221-23, 232 Acta de Contadora por la Paz y la Co- operación en Centroamérica, 269 ; Adames, El Cholito, 106-7 Aguilar, Antonio "El Macho", 33 Aguirre, Manuel, 252 Alberto, Steve, 235m Aeródromo de Albrook, 51 Alcedo, Julio, 51 Alcides, José , 263 Alejandro, Teodoro, 163 Algüero, Elicer, 252 Algüero, Fernando, 252 Allen, James, 601 Allende, Salvador, 68 Álvarez Martínez, Gustavo, 66-70, 66 » , 128 acepta efectivo y exilio de EE.UU., 70 golpe en contra, 69-70 apoyo de EE. UU., 67 Amador Guerrero, Manuel, 259, 260 Embajada Americana, Panamá, y la Cruzada Cívica , 150-54 Vigilancia de las Américas, 242, 242 » , 243, 243m Anayansi, 18 Congreso anfictónico, 167-68 grupo Aoki, 130 Arboleda, Biviano, 9 Argentina, 71 Arias, Arnulfo, vi, 115 Golpe de Estado de 1968 en contra, 34-37 y militares panameños, 220 elecciones presidenciales de, 32 » , 33n, 34, 214, 223-24, 224n rebeliones respaldadas por, 32-33 Arias, Óscar, 83-84, 222-23 Arias Calderón , Jaime, 113 Arias Calderón , Ricardo, 112, 146, 152 Arias de Ávila , Pedro, 18 Armijo, Roberto, 160, 162-63 Arnold and Porter firma de cabildeo, 130 partido arnulfista, 223 Arosemena, Carlos, 163 Arrocha, Lissí , 185 abogados de Noriega, xxv-xxvi Avenida de los Mártires, 22 Ayala, Alberta, 252 Ayala, Elsa, 252 Ayala, Matías , 252 Ayala, Pedro, 30 Ayala Moreno, Alberto, recuerdos de, 261-63, 261 » Balboa, Vasco N ú nez de, 17, 18, 19, 251-55 "república bananera", término acuñado, 20 Banco Nacional, 39 bancos vinculados al narcotráfico, 205-7 Barletta, Nicol á s Ardito, vi, 115-25, 115 » , 190, 203, 223 esfuerzos para expulsar, 121-23 presidente electo, 1984, 116 investigación sobre el incidente de Spadafora, 121-22 Barría, Aurelio, 133 Barrios, Agustín , 30 Batallón 2000, 155, 159 Bazán , José , 35 cuenta BCCI, 70 Beade, Jorge, 120 Bechtel, 56 Begin, Menajem, 191 Bejarano Acuña, Arihanne , 119 Bellido, Armando, 95 Benes, Bernardo, 98 Bilonick, Ricardo, testimonio de al ensayo de drogas, 233-39 Obispo, Mauricio, 94-95, 175 Cuchillas, Rubén, 207 n Blandón , José , 201 , 202, 202 . cargos de que Noriega estaba traficando drogas, 224-25 escolta de guardaespaldas de Noriega, 9 Bolívar, Simón, 23, 137, 167-68 , 259 Bolivia y el narcotráfico, 196; Bonilla, Adela, 165 Borge, Tomás , 118 Boyd, Aquilino, 46, 47, 48 Boyd, Federico, 35 Zarza, James, 198, 231 Bramson, Brian, 113 Briggs, Everett, 123, 212, 224 en la intercepción de la NSA, 229 Brustmayer-Rodríguez, el sargento. Hor, 60 metros Bunau-Varilla, Philippe, 259 Bush, Jorge, 196, 208 acciones durante la Segunda Guerra Mundial, 49-50 desprecio por el derecho internacional, 183-84 y El Salvador, 49 y Granada, 93 e información sobre salvadoreños escuadrones de la muerte, xivn justificación para eliminar Noriega, xv-xvi, 14 y asesinato de Gacha, 239 encuentros con Noriega, 46-48 Opinión de Noriega sobre, 16 Negociaciones del tratado del Canal de Panamá y, 44-45 sobre Torrijos, 104-5 e invasión estadounidense de Panamá, xxviii-xxix, 5, 10, 167, 170, 174, 249 *factor cobarde", 50, 212 Caballero, Daniel, 52 Caballero, Porfirio, 52, 159, 169 Cártel de Cali, 113, 131, 206 tratar, por nosotros, para los testigos contra Noriega, xili, 237-38 Camargo, Felipe, 52 Canalías, Jorge, 49 Zona del Canal, 22, 36 Residentes estadounidenses de, y condición de estado para, 44-45 planea usar explosivos para influir opinión en, 212 Cannistraro, Vince, 221 Canta América, 69 Careta, 18 Carlton Cárceres, Floyd, 49, 193, 197-98 entra en Protección de Testigos Programa, 234-35, 236 narcotráfico pro-Contra de, 232-34 relación con Spadafora, 226, 226 » testimonio contra Noriega, 233-38 El perro de Carmichael (Koster), 227 Carter, Jimmy, xxix, 116 encuentros con Noriega, 145-47 monitor en las elecciones de Panamá, 145-48, 214 Negociaciones del tratado del Canal de Panamá y, 4, 5 » , 46-47, 50-52 y Tratado de Neutralidad de Panamá, 248-49 y Shah de Irán, 98 Casco Viejo, incidente en, 152-54, 215 Caso contra el general, El (Albert), 235m Casey, Silas, 258 Casey, Guillermo, 85, 92 y Granada, 93 y Noriega reuniones con, 58, 61-65, 77, 200, 201 relación con, 66, 113, 213 Castillo, Elías, 106 Castillo, Iván , 9, 12, 158, 162 Castrejón , Arnulfo , 183 Castrellón, Lichito, 105 Castro, Fidel, 64, 73, 104, 188 cargos de tráfico de drogas, 224 comunidad del exilio en Miami y, 203 y la invasión de Granada, 93-95 y Noriega, encuentros con, 85-95, 200-202, 213 libera Villa a Noriega, 91 Castro, Raúl, 203 bajas de la invasión estadounidense de Panamá, 171, 171 » , 241-42 Cedeño , Rafael , 163 Centroamérica preocupaciones por EE.UU., 63-64 crisis en, 268-70 Las propuestas de Noriega a Castro sobre, 213 política de EE.UU. en, 221-23 Agencia Central de Inteligencia (CIA) intento de golpe contra Torrijos, 37, 43, 58-59, 63, 106 coches bomba y, 46 en Costa Rica, 118 y D'Aubisson, 73 negación de cargos por drogas contra Noriega, 230 esfuerzos para derrocar a los sandanistas, 222 extracto de la biografía de la CIA de Noriega, 127-28 informacion sobre salvadoreño escuadrones de la muerte, xivn La relación de Noriega con, xviii, 58-65, 187, 222, 231 y plan de uso de explosivos en Zona del Canal , 212 jefes de estaciones en Panamá, 113 Relación de Torrijos con, 43-46 proyecto "Centropuerto", 273 Chamorro, Violeta, 215 Chávez, Walter, 120 Chen, Luis Carlos, 151 Chile, XIV golpe de 1973, 68 Chinchoneros, 67-68 Chorrillo, 6, 22 quema de, 13, 13n ataque con granada, 1989, 155-56 Escuela Militar de Chorrillos, Lima, 23, 27 Demócratas Cristianos, Panamá, 223 Iglesia, franco, 107 » Tratado Cipriano-Bidlack, 259 Cisneros, Marc, 163, 174, 181-82, 184, 185 Plan de acción cívica, 114-15, 115 » Cruzada Cívica, 133-34, 140, 145, 147 manifestaciones de, durante las elecciones, 151-54, 220 Clark, Lewis, 258 Clarridge, Dwayne "Dewey", 79 sobre los cargos de drogas contra Noriega, 230; sobre la intercepción de la NSA, 228, 229 Procedimientos de Información Clasificada (CIPA), 197, 197n CNN graba escándalo, 202n Cockburn, Leslie, 119 Coclecito, 106-7 Colin, Steve, 127, 188 Colombia, 193 y narcotráfico, 196; y juicio por drogas a Noriega, 198-200 servicios de inteligencia en, 199-200 Ataque estadounidense a, 8-9 Colón , 30 invasión 1885, 258 , 1903, 259 Cuartel Militar de Colón, 3-4 Colegio, Gil, 258 Constantino, Jorge, 78 Contadora, 98, 102 primera conferencia hemisferica sobre drogas, 113 Plan de Paz de Contadora, 223, 269 Contras, 15, 75, 77, 81, 230 pilotos de drogas, 49, 66, 231 financiación ilegal de, 81n, 222, 232 vínculos con narcotraficantes colombianos, 200 y derrocamiento de Nicaragua, 69 Armamento estadounidense de, 82, 220 Contreras, Armando, 51, 95, 108-9 Corcho, Carlos, 9 Córdoba, Luis (Papo), 119, 121, 161, 163, 172, 177, 226, 226n Córdoba, Pigua, 77 Cornell, Al, 225, 226 en la intercepción de la NSA, 228 Correa, Moisés , 14, 163 Cortizo, Moisés, 124-25 , 189 Costa Rica, 83 operaciones contra Nicaragua, 82 Operación de inteligencia panameña en, 118 Craig, Gregorio, 228 Criollos, 24-25 Cromwell, Guillermo Nelson, 259 Crowe, almirante William, xxix, 215 Cruz, Rog é lio, 113, 183, 186, 206 Cuba, 38, 44, 104, 124 y juicio por drogas de Noriega, 200-203 sanciones económicas contra, por EE.UU., 135 Incidente de Johnny Express, 85-92, 85 » Ascensor Mariel, 200-201, 213 y Panamá, 62, 92-93 Incidente de Pino, 92 intereses estadounidenses en, 200 Triángulo Cuba-Granada-Nicaragua, preocupaciones por EE.UU., 63-64 Embajada de Cuba, Panamá, durante invasión estadounidense de Panamá, 176, 184 Corte Culebra, 54, 272 Banco de Dadeland, Florida, 206 de procesamiento de cocaína de Darien , 201-6, 231 Julián Melo y, 203-6 Provincia de Darién, 18-19, 251-52, 261 D'Aubuisson, Roberto, xiv, xiv » , 49, 66,71-75 sentimientos anticomunistas de, 71-73 y Bush, reuniéndose con, 49 y cubanos, encuentros con, 73-74 y escuadrones de la muerte, 72, 74 y Noriega, 71-73 personalidad de, 72-73 violación de los tratados del Canal de Panamá, 74-75 Davis, Arturo, 140 Davis, Susan, 140 Dayán, Moshé, 64 años Decano, Juan, 107 » escuadrones de la muerte, El Salvador, xiv, xivn, 15, 49, 72, 82 entrenamiento de, en el Comando Sur de EE. UU., 74-75, 213 DeBakey, Dr. Michael, 101 Agencia de Inteligencia de Defensa, negación de cargos de drogas contra Noriega, 230 de Gaulle, Carlos, 10 de la Espriella, Ricardo, 48, 98, 150 del Cid, Edilberto, 52 del Cid, Mario, 121 Delgado, Daniel, 52, 163 Delgado, Hernán , 113 , 206 Delgado, José , 263 Fuerza Delta, 175 Delvalle, Eric Arturo, 35, 35n, 122, 126 » , 128 » , 129, 133, 133%, 215 se convierte en presidente, 1985, 131 exilio a EE. UU., 132-33 Partido Revolucionario Democrático (PRD), xxvii-xxix, 110, 116, 146, 189 DeMoss, Débora, 224 DENI, 52, 218, 243 Departamento de Defensa, EE. UU. (DOD) negación sobre muerte salvadoreña escuadrones, xivn, 213 y Noriega informe de inteligencia sobre, 1976, 217-19 relaciones con, 222 y plan de uso de explosivos en Zona del Canal , 212 DIACSA, 233 Díaz, Mayra, 207 Díaz de Chen, Carolina, 207 Díaz Herrera, Roberto, 109, 116-17, 117 » , 119, 120 » , 121 Batallones de Dignidad, 7, 12-13, 170, 174, 240 DINA (policía militar chilena), 69 Dinges, John, 47 » , 116-17, 117 » , 226 » , 235 » Dittea, Anabel, 158, 164 Divorciándose del dictador (Kempe), 1661, 167 » dóberman, 158 Dodd, Christopher, 140 Administración para el Control de Drogas (DEA), 132 » , 197 negación de cargos por drogas contra Noriega, 230-31 La relación de Noriega con, 113, 187, 235 jefes de estación en Panamá, 198, 1982 pilotos de drogas, 49, 66, 231 juicio por drogas y condena de Noriega, xvii, 195-209, 211 acusadores, intereses propios de, xix supuesto viaje a Colombia en 1983, 198-200 condena a toda costa, 237; Cuba y, 200-203 el laboratorio de procesamiento de drogas de Darien, 201-6 moción de nuevo juicio denegada, 239; Los sentimientos personales de Noriega acerca de, 208-9 sentencia, 195 testimonio contra Noriega, 197-98, 230-38 Drummond, William, 44 años Duncan, Fred, 198 Duque, Carlos, 145, 151 Duvalier, François "Papa Doc", 133 » Duvalier, Jean Claude "Doctor bebé, 133, 133 » Eisenmann, Roberto, xvii, xviin, 192, 229 Eisner, Peter, 231n, 239n conclusiones sobre el caso, xX-xxi conoce por primera vez a Noriega, xxviii-xxxi entrevistas a noriega, xvill-xx percepciones de noriega, xxv elecciones, Panamá, 239 Arias, denuncias de fraude y, 32n, 33n, 34 intentos de EE.UU. de subvertir, 141-45, 214 cancelación de, 151, 214, 223 seguimiento de por Carter, 145-48, 214 apoyo de la oposición por McGrath, 148 " El Gringo Desconocido", 228 El Nuevo Heraldo, 207 El País, 207 El Salvador, 49, 66, 189 guerra civil en, 124. mandatos del congreso sobre, 214 escuadrones de la muerte, xiv, 15, 49, 72, 74, 75, 82, 213 corrupción de drogas en sus militares, 222 Sobrevuelos de reconocimiento estadounidenses de, 214 Endara, Guillermo pagos a la familia de fondos gubernamentales, 207; prospera de empresas ficticias en Panamá, 190 como títere para EE. UU., 112, 113, 119, 145, 152, 154, 181, 192, 206 Escobar, Pablo, 196, 198 Escobar Bethancourt, Rómulo, 22, 86, 122, 127, 138 Esparza, Arturo, 106 Espino, Darisnel, 151, 172 "Esquipulas Dos", 83-84 Estela, Yolanda, 263 Halcón, Willie, 206, 206% Farah Diba, reina de Irán, 100-101 Farías, Matías, 215-17, 226 Programa Federal de Protección de Testigos, 233, 234 Federación de Estudiantes, 87 Fernández, Jack, 132, 138, 188, 202 m Fernández, Joe, 83 Filó s- Hines , 19-20 Primer Banco Interamericas, Panamá Ciudad, 113, 206 Flórez, Florencio, 107, 108-9 Guerrilleros del FMLN, 65-66, 72, 74 Ford, Gerald, tratados del Canal de Panamá y, 43 Ford, Guillermo "Billy", 112, 152-54, 206 Comité de Relaciones Exteriores, y Presencia militar estadounidense en Panamá, 57 Fuerte Amador, xxix, 13, 107 Fuerte Clayton, 7, 59, 127 Fuerte Gulick, 69 Fuerte Sherman, 45 Pantano Franqui, Macarena, 68-69 Ley de Libertad de Información, 212, 213 inteligencia francesa, 229; Gadafi, Muamar, 10, 95-97, 188 Gaitán , Eliccer , 12, 157, 169, 172, 178, 183 durante el intento de golpe de Estado de 1989, 162 y fusilamiento de Giroldi y golpe participantes, 215 se refugia en la Embajada del Vaticano, 157 m Gallego, Héctor, 149 , 213 Galvín, Juan, 76, 123, 125, 125 » Gandasegui, Marco, 214 García , Carlos, 102, 127 García Piyuyo, Mayor, 121 Lago Gatún, 54 Gavinia, Gustavo, 196 Oficina General de Contabilidad (GAO), 133m Convenios de Ginebra, 15 privilegios bajo, dado a Noriega, xxii, 184 violaciones por EE.UU. durante la invasión, 243 Gertrudos Noriega, José , 266 Giroldi, Moisés , 13 muerte de, 166-67, 215 lidera intento de golpe contra Noriega, 1989, 156, 160-65 Gómez , Juan, 38-39 González , Ariosto, 33-34 González , Eduardo , 33 años González , Felipe , 4, 122, 254 González ä lez, Francisco Eliezer, 119-20 González , Gonzalo , 169 González , Nicolás , 48 Gorbachov, Mijaíl, 138 Gorman, Pablo, 70 Libro Verde, El (Gadafi), 96 Gregorio, Ricardo, 231-33, 235 Granada, invasión estadounidense de, 93-95 Guatemala, XIV indios guaymíes, 32 Guerra, Alexis, 153, 215 insurgencias guerrilleras, 32-33 Guevara, Che , 87 Guerra del Golfo, xvi Haití, sanciones económicas contra, por EE.UU., 135 Harari, Mike, 78, 191-93, 191 » Revista de Harper, 228, 229 Hastings, Milsa de, 242 tratado Hay-Bunau-Varilla, 259 Timones, Jesse, 57, 224 Hernández , Cleto , 95 Herrera, Simón Bó livar , 9 Herrera Hassan, Eduardo, 129, 129 » , 167, 220, 230 Hersh, Seymour, 212, 229 Hertsgaard, Mark, 49n "Él era nuestro chico (Eisner), 231 n Grupos "High Road/Low Road", 51 Hoeveler, juez William M., xxiin, XXV, 187, 227, 234, 236 niega moción de nuevo juicio, 239; y tintes políticos del juicio, 195 ; Honduras, 66, 69, 222 Cariño, Marta, 119 Comité de Servicios Armados de la Cámara de Representantes, 13m Base Aérea Howard, 74, 214 Operación Hucle a Quemado, 51 Huerta, Esteban, 259-60 Casco, John, 82, 83 Hurtado, Doña Clotilde, 265 Hussein, Sadam, xvi, 188 Ikeda, Dr. Daisaku, 42 Illucca, Jorge, 22 años aire, 233 y la CIA, operaciones clandestinas para, 237 incas, 253 Instituto de Sismología, Panamá, 171 partido revolucionario institucional, México, 146 » Servicios de inteligencia, Panamá, 59-60 y captura de Musa, 142-44 Colegio Interamericano de Defensa, 76 interbanco, 207 Servicio Geodésico Internacional, 29 Herald Tribune Internacional, 206 Fondo Monetario Internacional, 116, 131 Cruz Roja Internacional, 15 Interpol, 193 Irán, 97-103 Embajada de los Estados Unidos incautada, 1979, 98 armas de Israel, 78 Irán-Contra, 49, 232 y Norte, 81, 230, 234 y la negativa de Panamá a ayudar a EE.UU., 212 Israel y armas a Irán, 78; Industrias militares israelíes, 192 Japón, relaciones con Panamá, 42-43, 53-56, 80, 194, 212, 270-71 Amistad Japón Panamá , 42, 80 Comentarios de Noriega antes, 1986, 267-76 sobre la crisis en Centroamérica, 268-70 sobre las relaciones entre Japón y Panamá , 270-71 sobre el Canal de Panamá, 271-73 sobre la Comisión de Estudio, 273-75 Jaramillo, Enrico "Chino", 39 Jiménez , Humberto , 35 Incidente de Johnny Express, 85-92, 85n Juan Pablo I1, Papa visita a Panamá, 1983, 150-51 Estado Mayor Conjunto, EE. UU., Xxix Jordán, Hamilton, 98 Jorden, Guillermo, 46 periodistas, prohibidos en Panamá por Noriega, XXX Justine, Marcos, 122, 131, 132, 144, 151 Kalish, Steven, 233, 234, 235, 236 Kellner, León, 231, 232 Kempe, Federico, 166n, 167n Kennedy, Eduardo, 225 Kerry, Juan, 225 Jomeini, Ayatolá Ruholá, 97, 100 Kim II Sung, 188 Kissinger, Enrique, 134, 188 Kiyonaga, David, 212 Kiyonaga, Joc, 44, 113, 212 Kiyonaga, Juan, 212 Koster, RM, 226n, 227-29 Kozak, Michael, 126-28, 131, 137-38, 167 Krupnik, Jorge, 193 Kunstler, William, se ofrece a representar Noriega, xxvi, 188 Laboa, José Sebastián , 150 , 176, 177, 180-86 La Estrella de Panamá , 207 Lakas, Demetrio, 190 La Peña, 82 La Prensa, xviin, 192, 227, 229 Las Bové das , 21 Latinez, Jorge, 196, 197 Césped, John, 232n Lay, Chichi, 252 Lay, Edy, 252 Lay, Yolanda, 252 le Carré , John, 228 Lee, Bruce. Ver González , Francisco Eliezer Legarra, Monseñor, 150 Lehder, Carlos, 203, 203n, 236 Le Moyner, James, 117 » Lewis Galindo, Gabriel, 98, 130, 131, 132, 147 se vuelve enemigo de Noriega, 224 Movimiento de la teología de la liberación, 149; Libia, ataque estadounidense a, 96 Embajada de Libia, Panamá, 176, 184 Licona, Javier, 162-63 López , Walter , 70 López Michelsen , Alfonso, 136 Lorenzo, Victoriano, 259 empresa Los Tigres, 170 Lutz, Gustavo, 68 Machán, Cristina, 188 Batallón Machos del Monte, 13, 52, 155, 159, 163, 173 Macías, Leónidas, 126, 126n, 164, 216-17 Madrid , Nivaldo , 52, 172, 177, 183, 184 Magluta, Sal, 206, 206n Maisto, Juan, 133, 140, 151, 153 Malman, Myles, 204, 205, 238 Mamá Luisa (madrina), xxiv, 17, 19 *Mamati", 51 Manfredo, Fernando, 230 Marcos, Fernando, 133-34 Ascensor Mariel, 200-201, 213 Martínez, Boris, 35, 36, 112 Martínez, Elmo, 181 Mayo, Jon, xxv, xxvi, 188 McAuliffe, general Dennis, 46, 47, 57 McGrath, Arzobispo Marcos, 133, 136, 148-51, 180, 185 fondo de, 149-50 odio a los militares, 148 papel de en la caída de Panamá, 149 ; apoyo de la oposición, 148 y Torrijos, 149-50 McGrath, Eugenio, 150 cártel de Medellín, 9n, 113, 131, 198, 201, 204, 232 lavadores de dinero para, 206 y Noriega, presuntos sobornos a, 235-36 Meese, Edwin, 138 Mejía, Fernando, 252 Mejía , Hilario , 252 Mejía , José del Carmen (tío abuelo), 18, 252, 261 Mejía, Manuel, 199 Mejía , Narcisa , 261 Mejía , Rafael , 252 Mejía , Teresa , 252 Melgar, Alcibíades, 9 Melo, Ahmet, 205 Melo , Julián, 203-6 Méndez, Juan, 242 Méndez Arce, obispo, 15 Merkle, Roberto, 236 Centro Correccional Metropolitano, descripción de, xxi-xxiv México, 1460 y narcotráfico, 196; Meza, Joaquín , 68-69 Miami, negocio de drogas en, 232 Miami Herald, 193, 193n Middleton, Capitán, 258 Miller Saldaña, Roberto, 242 Miranda, Jú lio C é sar, 119-20 Miranda, Lucinio, 52 Miranda, Olmedo David, 107, 149 Mirones, Virgilio, 52 lavado de dinero en Panamá, 190-91, 204 Monge, Luis, 83 *La Doctrina Monroe vuelve a fallar" (Schlesinger), 221 » Montgomery, Lina, XXIV Moore, Terry, 150 Mora, Gonzalo, 206 Mora, Lázaro, 172 , 176, 184 Morales, Peralta, 252 Morales, Petra, 252 Morales, Ramón, 252 Morales, Victoriano, 119 Moreno, Aída, 252 Moreno, Daniel, 261 Moreno de Delgado, Regina (tía), 262-63 Moreno Mejía, María Félix (madre), 17,252-53 Morleda, Carlos, 11-12 Moscoso, Mireya, 207n Musgo, Ambler, 98 Mossad, negación de cargos por drogas contra Noriega, 230 Motta, Roberto "Papá Bobby", 176 Juegos Olímpicos de Múnich, 191 » Murgas, Rubén, 173 Musa, Kurt captura y confesión de, 141-44 rescate de la Cárcel Modelo, 144 Mi viaje americano (Powell), xXViN Nagano, Shigeo, 42, 53, 271 Asamblea Nacional, 20-21 Banco Nacional de Panamá, 134 Departamento Nacional de Investigaciones (DENI), 52, 218, 243 Guardia Nacional, Panameño, 29, 218-19 coches bomba y, 46, 47 y Noriega, 30-34, 59, 109-10, 218-19 reestructurado por Arias, 35 Torrijos nombrado comandante, 36-37 Instituto Nacional, 19, 22, 173, 217, 263 Policía Nacional, Panameño, 20, 24, 108 partido Alianza Nacional Republicana, El Salvador, 73 Agencia de Seguridad Nacional (NSA), 65 intercepción de Noriega-Córdoba conversación, 226-29, 226 » Consejo de Seguridad Nacional, 77, 79, 122, 228 Navarro, Ramón , 236 Nentzen Franco, Luis, 35, 37, 38 Noticias, 231 n New York Times, 117 » , 214 Nicaragua, XIV, 189, 270 guerra civil en, 124 » gobierno sandinista, xv, 62, 65-66, 80, 82, 93 Véase también Contras Embajada de Nicaragua, Panamá, allanamiento en, 184 Noriega, Felicidad (esposa), xxiv, 100 Noriega, Gral. Manuel Antonio (homónimo), 265 Noriega, Julio (hermano), 55 Noriega, Lorena (hija), xxiv Noriega, Manuel Antonio y Álvarez, 67-68 complots de asesinato contra, 107n, 129, 130, 130n intentos de EE.UU. de forzar su renuncia nación, 127-29, 136-39 bautismo de nieto, 156 y el despido de Barletta, 122-23 se convierte en comandante de PDF, 93, 114 nacimiento y primeros años, 17-22, 262-63 y arbusto diatriba contra, 16 reuniones con, 46-48 captura de, xvii, 15, 186, 233 carrera de cartografía, 26, 29-30 y Carter, 145-47 y casey impresión de, 64 encuentros con, 58, 61-64, 77, 200-201 relación con, 64, 66, 113, 213 y castro regalo de pintura de, 90 reuniones con, 85-95, 200-202, 213 asesinato de carácter por parte de EE. UU., 188-90 en la Escuela Militar de Chorrillos, Lima, 23 y CIA, relación con, xviii, 58-65, 187, 201, 231 cargos de corrupción contra, 132-33 intentos de golpe contra, xv, 13, 116-17, 119, 126, 130-39, 155-67, 216-17, 239 y la DEA, relación con, 235 declarado jefe de estado, 167 acusaciones de drogas contra, xxviii, xxvi, 131, 187, 190-94, 195 juicio por drogas y condena de, xvii, 195-209, 211 acusadores, intereses propios de, xix supuesto viaje a Colombia en 1983, 198-200 condena a toda costa, 237; Cuba y, 200-203 el laboratorio de procesamiento de drogas de Darien, 201-6 sentimientos personales acerca de, 208-9 sentencia, 195 testimonio en contra, 197-98, 230-38 validez de los cargos, 230-39 y Eisner primer encuentro, xxvii-xxxi entrevistas con, xvill-xx percepciones de él por, XXV reflejos emocionales y mentales, 50 árbol genealógico, 265-66 y Farias, encuentro con, 215-16 y Gadafi, 95-97 y Gallego, acusado en muerte de, 212 sobre su vida en prisión, 14 riqueza ilícita de, cargos de EE. UU., 191-94 imagen de, visto por American gente, 208 desarrollo intelectual de, 24 entrevista de Mike Wallace, 189 durante la invasión de Panamá por Estados Unidos, 9-14, 169-79 y funcionarios israelíes, contactos con, 64 en la escuela de entrenamiento de la selva en Cali, 199 pérdida de utilidad para EE. UU., 112-13 complot militar contra, 115 ingenuidad sobre el sistema de justicia estadounidense, xXVi, xxvii y Guardia Nacional, 30-34, 59 se convierte en comandante, 1983, 109-10 G-2, 59, 218-19 y Norte, 75-81, 115, 221, 230 obtiene liberación de Pino de Cuba, 92 y Óscar Arias, 83-84 condición física de, xxiv y Pinochet, 69 y Pointexter, encuentro con, 123-25, 125n, 189 y el Papa Juan Pablo 11, 150-51 popularidad de, en Panamá, 220 rutina carcelaria de, xxili-xxiv privilegios en virtud del Convenio de Ginebra. convenciones, xxii, 184 y Quiñones , encuentro con, 77-78 se niega a cooperar con EE.UU. en Centroamérica, 114-15 se niega a ayudar a Contras, 79n, 80-81 declaraciones ante Japón-Panamá de Amistad, 1986, 267-76 informe sobre atentados con coches bomba, 47 repudio a la violencia, al conflicto, y guerra, 275-76 devuelve Villa a funcionarios estadounidenses, 92 costumbres sexuales, xix fuentes de riqueza, xvili-xvix y asesinato de Spadafora, 117-18, 119, 186, 225-27 discurso en Defensa Interamericana Universidad, 76 se refugia en la Embajada del Vaticano, 15, 176-86 conversaciones telefónicas de prision, xxilin, 202 » y Torrijos, 24-25, 27-39 Informe de inteligencia de EE. UU., 1976, 217-19 difamación de, por parte del gobierno de EE.UU., xili-xvii trabaja con EE.UU. para detener el narcotráfico, 187 Noriega, Sandra (hija), xxiv Noriega, Thays (hija), xxiv Noriega Hurtado, Luis Carlos (medio hermano), xxiv, 17, 23, 24, 29, 87, 131, 131 » , 265 Noriega Méndez , Julio Octavio (medio hermano), 265 Noriega M é ndez, R ú b é n (medio hermano), 265 Noriega Méndez , Tom como A. (medio hermano), comentario de, 265-66 Noriega Vásquez , Ricaurte Tomás (padre), 17, 262, 265 Los años de Noriega, Los (Scranton), 120n, 130 m Norte, Oliver, xvi, 66, 75-81, 85, 131 Pide ayuda a Panamá por sabotaje en Nicaragua, 79-80, 79n, 221 campaña para el senado de EE.UU., 81 acuerdo Irán-Contra y, 81, 230, 234 y Noriega, 75-81, 115, 221, 230 Corea del Norte, 135 Núñez , Rafael , 258 Ochoa, Fabio, 199 Ochoa, Jorge Luis, 113, 196, 198 Ohira, Masayoshi, 271 Olarte, Borís, 235-36 Olney, Ricardo, 221 Caso Operación Escoba de la Corte, 188m Operación Negocio, 231 Oppenheimer, Andrés, 193n Naranja, Alfredo, 117 Organización de los Estados Americanos, XX#, 92 Ortega, Daniel, xv, 84, 118, 215, 222-23 Ortega, Humberto, 84 Nuestro hombre en Panamá (Dinges), 47 n, 116-17, 117n, 226n, 235 » Océano Pacífico, descubrimiento de, 255 Cuenca del Pacífico, 42 Padilla, Santiago, 9 Pahlavi, Ciro, 100-101 Pahlavi, Mohamed Reza Shah, 97-103 desconfianza hacia nosotros, 100 deja Panamá rumbo a El Cairo, 101-2 preparativos de seguridad para, 99 busca refugio en Panamá, 98-99 Pahlavi, Príncipe Rea, 98 Palacios, Nicolás, 9 Organización para la Liberación de Palestina (OLP), 135 Palma, Solís, 151, 170 Panamá acción contra la droga colombiana traficantes, 113 sentimientos antiestadounidenses en, 22 asilo a chilenos tras golpe de estado, 68 conquista de, 251-55 intento de golpe, XV y Cuba, relaciones con, 92-93, 124 deterioro de las relaciones con EE.UU., 220; actividades de interdicción de drogas, 113, 196, 198 historia temprana de, 18-19 sanciones económicas contra, por EE.UU., xxvili, 134-35 elecciones, 32n, 33n, 34, 130n, 141-48, 151, 214, 239 estructura histórica de, 109-10 historia de la intervención americana en, 257-60 registro de derechos humanos en, 220 independencia de Colombia, › vin, 259 participación con Japón, 42-43, 53-56, 80, 194, 212, 270-71 falta de código de justicia militar, 205; los militares en intentos de subvertir, 136 excesos de, xiv-xv odio de la élite rica, 111-12, 223 lavado de dinero en, 190-91, 204 Negociaciones por la paz en El Salvador y Nicaragua, 124. Revolución de 1968, 34, 109 refugios fiscales en, 190 lazos con la OLP, Corea del Norte y Unión Soviética, 135 Estados Unidos intenta vincular a Panamá con el narcotráfico, 202 invasión estadounidense de, xvii, 3-16, 57, 83, 140, 169-79 ataques aéreos, 171-72 secuelas, 247-48 bajas de, 171, 171n, 241-42 operaciones de comando por Las fuerzas de Noriega, 169-70 precedentes económicos de, 56 relatos de testigos oculares de, 239-47 justificación y razones para, xvii-xvili, xx-xxxi, 167, 174-75, 211, 212, 217, 225, 249 aterrizajes de paracaidistas en, 10-11, 244-47 búsqueda de Noriega, 172-79 arsenales de armas y municiones no descubiertos, 174 canal de Panama alternativas a, propuestas para, 42-43, 53-56, 271-73 Corte Culebra, 272 control estadounidense de, 62 Comisión del Canal de Panamá, 230, 272 Tratados del Canal de Panamá, xxix, 4, 5n, 22, 38, 41-43, 50-53, 105, 248, 258 esfuerzos para bloquear, por EE.UU., 41, 43 Tratado militar de Fil ó s-Hines, 19-20 y Japón, 42-43, 271-72 ratificación de, 50-52 violaciones de, por EE. UU., 139-40 Zona del Canal de Panamá. Zona del Canal Sce ciudad de Panama manifestaciones en, 19-21 extensión de los daños después de la invasión , 243 ocupación de, 1873, 258 Ferrocarril Panamá- Colón , 51 Tratado de Neutralidad de Panamá, 248-49 Fuerzas de Defensa de Panamá (PDF), xxix, 7, 13, 15, 53, 223 culpados por los panameños por la falta de prosperidad, 220 cooperación con la DEA, 113, 231 devastado por la invasión, 240, 246 Noriega se convierte en comandante de, 93 profesionalidad de, 217 sanciones contra Melo, 205; Asamblea Nacional de Panamá, 57 Partido Socialista Panameño, 217-18 Panamá Uno a Cinco, 130 financiación de la campaña de la oposición, 144-45, 145 » Federación de Estudiantes de Panamá, 46 Partido Panameñista , 34, 35, 115 entrenamiento paramilitar, de panameños militar por EE.UU., 45 Paredes, Rubén Darío, xviin , 93, 108-9, 150, 205 Pastor, Roberto, 145, 146, 147, 214 Pastora, Edén "Comandante Cero", 82-83, 118 Pablo VI, Papa, 275-76 Peres, Shimón, 191 Pérez , Carlos Andrés , 136-37 Balladares , Ernesto , 207, 207 » Pérez de Cuéllar , Javier, 269 Pérez Rosagaray , Carlos, 136 Periñán , Balbina , 14, 170 Perú y narcotráfico, 196; Embajada del Perú, Panamá, 184 Policía de Investigaciones del Perú, 197 Pianeta, Moisés , 19 Pieczenik, Steve, 127, 128 Pinci, Monseñor, 150 Piñciro , Manuel , 86, 89 Pinochet, Augusto, xiv, 68-69, 215, 222, 249 Pinto, Omar, 9 Plaza de Francia, 21 Plomo Plata, 126, 126 » , 130 Pointdexter, John, 79, 81, 189 encuentro con Noriega, 123-25, 1251 Poncha, 252, 253 Portero, Comodoro, 258 Powell, Colin, 196 intento de golpe de Estado contra Noriega, xxvi-xxvii opinión de Noriega, xili, xxix » , 76-77 ascendido a general, xxix Prestàn Colón , Pedro , 258 Precio, Guillermo, 226 Primero de Mayo, 158, 159 Pulice, Yolanda, 147, 151 Batallón Pumas, 52 Empresa Pumas de Tocumen, 12, 51, 117 Punta Guánico, 26 Purcell, Alberto, 86, 107 Gadafi, Muamar. Véase Gadafi, Muamar Quarequa, 254 Quesada, Fernando, 52 años "La pregunta que nunca le hicieron a Bush" (Hertsgaard), 49m Quiel, Luis, 52, 196, 231 Quiñones , Joaquín, 77-78 , 77-79, 80, 230 Rabblancos, 122, 152, 203 Rabin, Yitzjak, 64 Radio Impacto, 82 Radio Libertad, 52 ataque a, 173 Reagan, Ronald negación de los escuadrones de la muerte salvadoreños, xiva y Noriega, 66, 130 cumbre con Gorbachov, 138 en Torrijos, 104 administración Reagan, 116, 189 y la elección de Barletta, 214, 224 y la élite adinerada de Panamá, 112 Remón Cantera , José Antonio , 20 asesinato de, 208 Cementerio de Río Abajo, 172, 175 Base aérea de Río Hato, xxx-xxxi, 5, 19, 170 ataque a, durante la invasión, 244-47 Robles, Marco, 34, 35 Rodríguez, Andrés , 9 Rodríguez, Carlos, 229 Rodríguez, César , 49, 232 Rodríguez, Francisco, 173 Rodríguez, Jorge Juan, 9 Rodríguez, Ulises, 177, 178 Rodríguez Gacha, José Gonzalo, 9n , 239, 239 » Rodríguez Orejuela, Gilberto, 206 Rogers, William D., 130 Rognoni, Mario, 173, 189 Romero, Arzobispo Oscar, Asesinato de, xivn Roosevelt, Teddy, 248, 259 Rosenthal, Joel, 237-38 Royce, Knut, 9n, 239n Royo, Arístides, 52, 98 Rubino, Franco, XXv, XXvi, 132, 138, 167, 188, 203, 205, 234 Ruiz, Benjamín, 266 Sadat, Jihan, 102 Saldaña , Marcos , 9 Salinas, Carlos, 115 Samúdio , Manuel , 199 Sánchez , Luisa , 262 Sánchez, Néstor, 79, 122-23 Sánchez, Yolanda, 20-21 Sánchez Borbón, Guillermo, 226n , 227-29 Sandinas, Walter, 33 Sandinistas, xV, 62, 80, 93 operaciones contra, 65-66, 82 Sanjur, Amado, 35, 36, 37, 38, 132 Cuartel militar de San Miguelito, 13-14 Santacruz (Lucho) Echeverri, Luis, 237-38 Santacruz Londoño , José , 113 , 206, 237 Estadio de fútbol Santiago, 68 Santo Domingo Vila, Ramón , 258 Santos Chocano, José , 254 Schlesinger, Arthur, Jr., 221, 221 » Escuela de las Américas, 74, 114-15 Schweitzer, Roberto, 76 Scranton, Margarita, 120n, 130n Segundo, Ricardo, 78 Sedillo, Arturo, 197, 198 Seineldín, Mohamed, 157 Sha de Irán. Ver Pahlavi, Mohamed Reza Shah Shamir, Yitzjak, 191, 192 Shultz, George, 56, 57, 115, 115n, 123, 139, 190, 223 Sieiro , Aquilino, 160-61, 162, 163 Sieiro , Manuel, 148 Silvera, Ramiro, 35, 36, 37, 38, 132 "Zorro plateado", 170 Simmons, Jaime, 178 Canta, Antonio, 9 "Sargentos cantores", 60, 60n Singlaub, Juan, 78 60 minutos, 189 Soka Gakai Internacional, 42 Solís Palma , Manuel, 19, 128, 128 m Somoza, Anastasio, xvi, 82, 108, 117 Sonnett, Neal, xxV, 127, 127n, 132, 188 Sosa, Dr. Martín, 158, 159-60 Sosa, Juan, 133 Comando Sur, EE. UU., 81 durante el intento de golpe de Estado de 1989, 161 entrenamiento encubierto de salvadoreños, 74-75, 213 encuentros con Noriega, 112-13 Frente Sur, 82 Unión Soviética, 38, 135 influencia en Panamá, 62 Spadafora, Hugo, 66, 225-30 asesinato de, 117, 119-21, 132, 213, 225 en Costa Rica, 118 como informante de la Guardia Nacional, 117 y Nicaragua, 117-18 y Noriega, 118-19, 186, 213, 225-27 Spadafora, Winston, 132, 229 Movimiento vasco español (ETA), 178, 186 estadidad para la Zona del Canal, 44-45 Ataques furtivos con bombarderos, 5, 170, 246 Steele, sargento, 45-46 Piedra, Chico, 153 Striedinger, Roberto, 198-1999 Stroessner, Alfredo, 222, 249 Sucre, Heráclides, 11, 12, 169 Sullivan, Michael, 204, 205, 238 Svat, Jerry, 113 Taboada, Gabriel, 198, 199, 236 Takif, Raimundo, xxv, 127, 132, 138, 187, 188, 1880 Tapia, Sebastián , 21 Tasón , Marcela , xxvi, 83, 159, 188 paraísos fiscales en Panamá, 190 Telles, Tomás, 198 Tesna-Mimsa, 153 Guerra de los Mil Días, 258 Thurman, Maxwell, xxvii falta de protección de civiles, 243 e invasión de Panamá, xxix, 174, 176, 182, 185 El tiempo de los tiranos (Koster/S á nchez Borbón), 226 » , 227, 228 Torres, Camilo, 149 Torrijismo, 39-40 Torrijos, Moisés , 208 Torrijos, Omar, XXIX, 112, 137 sobre bancos en Panamá, 191 al mando del gobierno, 34 contrainteligencia y, 58-59 golpe de 1969 contra, 43, 58-59, 106 1968 golpe contra Arias por, 34-37 y Cuba, 85-86 horario diario, 105 y Daisaku, 42 muerte de, 107, 213 acusaciones de tráfico de drogas contra, 208 humanitarismo de, 32-34 mejoras bajo, 38 desprestigio en países islámicos, 103; y McGrath, 149-50 nombrado comandante de las fuerzas armadas gobierno, 36-37 Noriega y, 24-25, 27-39 fomenta la amistad con los estadounidenses, 103 oposición a la élite de Panamá, 41 Tratados del Canal de Panamá y, 4, 5n, 41-43, 50-53 plan para llegar al Tercer Mundo, 95 conspiraciones para matar, 107 » y los sandanistas, 106 y plan secreto para el sabotaje de Zona del Canal, 45-46, 51-52 y Shah de Irán, da refugio a, 98 conciencia social de, 38 y el gobierno de EE.UU. etiquetado como comunista por, 38, 48 falta de respeto por, 104 resentimiento hacia nosotros porque del golpe de 1969, 59 líneas telefónicas intervenidas por, 59-60 visita Libia, 96 como jugador mundial, 106 Torrijos, Raquel (esposa), 193 Torrijos, Tuira (hija), 105 Tratados Torrijos-Carter. Ver Panamá Tratados del canal Casa Memorial Torrijos, 8, 175 comercio "descertificación", 196 Tribaldos, Ricardo, 204, 206, 236 familia Tribaldos, 203, 204 Comisión Tripartita de Estudios sobre Alternativas al Canal de Panamá, 54, 269, 273-75 Troechman, Marcelo, 9 Río Tuira, 251-52 "El Túnel", 65 Turber, Luis, 30 Dos, Marcos, 248 United Fruit Company, 20, 21, 32 Carta de las Naciones Unidas, 6 Ureña , Arístides , 19-21 Urraca, 155, 156 Inteligencia de la Fuerza Aérea de EE. UU., 126 Inteligencia 470 del Ejército de EE. UU. Brigada, 59, 106 Oficina del Fiscal General de los Estados Unidos, acuerdo con el cártel de Cali, 238 Embajada de Estados Unidos, Panamá, Noriega plantar en, 10 Embajada de los Estados Unidos, Teherán, incautación de, 98 "Estados Unidos tiene a Gacha" (Eisner/Royce), 239 metros Gobierno de los Estados Unidos política de drogas de, 196 oposición a la cooperación entre Japón y Panamá , 55-57 apoyo a militares salvadoreños, 65-66, 79-80 Agencias de inteligencia de EE. UU., 106 esfuerzos para liberar a Villa, 85-86 Departamento de Estado de EE. UU., 133n convenció a Bush de eliminar Noriega, XV y D'Aubisson, 73 oposición a la invasión expresada a, XXVIX y escuadrones de la muerte salvadoreños, xivn Departamento del Tesoro de EE. UU., 133 » Comité Watergate de EE. UU., 107 m USS Acapulco, 258 USS Dixie, 259 USS Nashville, 259 USS Wisconsin, 258-59 Valenzuela, Gualterio, 242, 243 Vallarino, Arturo, 207 Vallarino, Bolívar, 29, 35 opinión de Noriega, 31 Valverde, Julio, 119 Vásquez , Materno , 22, 184 Embajada del Vaticano, Ciudad de Panamá, 15 Velarde, Padre, 178 venezuela, 136 conferencia de drogas en, 113-14 Vernaza, Álvaro, 149 Brigada Victoriano Lorenzo, 117-18 Villa, José y el Johnny Express incidente, 85-92, 85 » Voz del pueblo, 229 Villalaz, Augusto, 126, 164 Villanueva, Javier, pp. 177-78, 181-82, 186 Waas, Murray, 229 Walker, Guillermo, 126-28, 127 » , 129 » , 131, 137 Wallace, Mike, 189 Diario de Wall Street, 221 norte Walsh, Lawrence, 81 » , 221 Walters, Bárbara, 52 Walters, Vernon, 58, 93, 106 Guerra de los Mil Días, 265 Guerra de Ayacucho, 259 Incidente de la sandía, 257 Watson, Te o filo , 49 Weinberger, Casper, xxix » , 56, 57, 76, 77 "factor cobarde", 50, 212, 217 Inviernos, Don, 113, 125 » , 200, 201, 201 » , 225, 226 sobre la relación de Casey y Noriega- barco, 213 en la intercepción de la NSA, 228 Wittgreen, Carlos, 193 Woerner, general Fred, xxvix, 217 Sip, Javier, 207 Yap, Marcela Endara de, 207 Yaviza, 17, 251-52 Yi, Profesor Chu, 42 Zonianos, 44, 45 EL GENERAL MANUEL ANTONIO NORIEGA se convirtió en comandante de las Fuerzas de Defensa de Panamá en 1983. Está designado prisionero de guerra en los Estados Unidos bajo las Convenciones de Ginebra. PETER EISNER es un ex editor extranjero y corresponsal para América Latina de Newsday. Informó desde América Latina para Newsday y Associated Press durante quince años, cubriendo la invasión estadounidense de Panamá, los conflictos centroamericanos y las guerras contra las drogas.
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Impulsa CONAZA proyectos estratégicos para el fortalecimiento de la producción bovina
La Comisión Nacional de Zonas Áridas (Conaza) desarrolla este año en el estado de Aguascalientes proyectos estratégicos para el fortalecimiento de productores bovinos, como la inversión de dos millones 500 mil pesos en la construcción de infraestructura pecuaria y entrega de equipo de trabajo, en beneficio de 100 familias vinculadas con las actividades ganaderas.
Este modelo de desarrollo productivo en el campo permite combatir la desertificación que genera problemas de productividad y de capacidad de almacenamiento de humedad del suelo, que se refleja en bajos rendimientos y disminución de ingresos para los productores.
En Aguascalientes, el proyecto apoya a las comunidades de Villa Juárez, La Loma, Santa Rita, El Mocho, Jesús Terán, Pilotos, Tanque Viejo, Amarillas de Esparza y San Vicente, en los municipios de Asientos y El Llano.
Al cierre de los trabajos, previstos para mayo, se habrán trabajado tres mil 640 jornales, que beneficiarán a 100 familias.
La inversión permitirá la construcción de bodegas, corrales de manejo y entrega de equipo de trabajo pecuario.
La importancia de este tipo de proyectos y apoyos a los productores –en los que las mujeres tienen una participación activa— de los estados es importante porque se les da la oportunidad de desarrollarse en sus mismas comunidades, comentó el director general de la Conaza, Ramón Sandoval Noriega.
Los proyectos que se llevan a cabo tienen el propósito de impulsar acciones de desarrollos territoriales, basados en la conservación y aprovechamiento del suelo, agua y la cubierta vegetal como cimiento a su implementación, con una visión tecnológica, productiva, económicamente rentable y socialmente factible, afirmó.
En las zonas áridas y semiáridas del territorio nacional buscamos incrementar, de manera sostenible, la productividad de las unidades de producción familiar del medio rural, con el fin de contribuir a mejorar el ingreso de la población rural y su infraestructura y capacidad productiva, expuso.
Además, también nos proponemos incrementar la producción primaria para cubrir las necesidades de alimentación de sus familias y generar excedentes, subrayó el directivo de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural.
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PIGGY- EN-FR- UKR- SUBS from Carlota Pereda on Vimeo.
Carlota Pereda’s body-shaming film ‘Piggy’ achieves over fifty international film accolades including the high profile Oscar-qualifying Goya Award
Cerdita (Piggy) shares the story of a teen who is bullied for her weight, this topical female-led drama has won more than 70 prestigious film awards and been selected for over 270 high profile film festivals. Among the awards was the Oscar-qualifying Best Live Action Shorts Film Award at the Goya’s (Academy of the Arts and Cinematographical Sciences of Spain). Alongside the award-winning female director Carlota Pereda, over sixty-five percent of the cast and crew are women. Sara is an overweight teen that lives in the shadow of a clique of cool girls holidaying in her village. Not even her childhood friend, Claudia, defends her when she’s bullied at the local pool in front of an unknown man. Her clothes are stolen and Sara must get home wearing nothing but her bikini. The long walk home will mark the rest of her life.
Writer/director Carlota Pereda has spent her career working in television. She has been a screenwriter and script supervisor for series such as Periodistas and Motivos Personales, has directed series, Acacias 38, El secreto de Puente Viejo, LEX and Lalola and has worked as realizadora on series such as Los Hombres de Paco, Red Eagle, Luna, the Mystery of Calenda and B&b, de boca en boca, for which she got an Iris nomination. Her first short, Las Rubias (The Blondes) was selected in over 141 festivals worldwide. Carlota was selected to be part of the Focus CoPro at Cannes Film Festival and won the Pop Up Residency. There Will be Monsters is her upcoming short and third film.
This important film was produced by Luis Ángel Ramírez (IMVAL MADRID) (La 4a compañía) and Mario Madueño.
The stellar cast includes Laura Galán (Terry Gilliam’s The Man Who Killed Don Quixote), Elisabet Casanovas (Netflix’s Merli), and, Mireia Vilapuig (Snatch). The stunning cinematography was created by Rita Noriega A.C.E, the sound by Nacho Arenas and the film was edited by David Pelegrín (Money Heist” for Netflix).
Piggy, has over 270 selections to date and has won 75 awards, including The Forqué and the Goya 2019. Just some of the wins include First Prize Madrid en Corto 2018M , Audience Award Brno Sixteen Short Film Competition. Best Actress - Laura Galán, Certamen de Cortometrajes Ciudad de Soria, Best National Short, Festival de Cine de Zaragoza - Cortos, Best European Independent Film, European Independent Film Festival - ECU - Cortos, Audience Award Best International Short Film, Anonimul Film Festival – shorts TELEMADRID/LA OTRA Award
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Shakira’s Unplugged was also a high point. Nearly a live version of Donde estan los ladrones and full of incredible performances.
#shakira#unplugged#moscas en la casa#george noriega#ben peeler#luis fernando ochoa#albert menendez#pedro alfonso#ricardo suarez#ebenezer da silva#myriam eli#brendan buckley#rita quintero#donna allen
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CALIFICACIÓN PERSONAL: 7.5 / 10
Título Original: El cuarto pasajero
Año: 2022
Duración: 99 min
País: España
Dirección: Álex de la Iglesia
Guion: Jorge Guerricaechevarría, Álex de la Iglesia
Música: Roque Baños
Fotografía: Rita Noriega
Reparto: Alberto San Juan, Blanca Suárez, Ernesto Alterio, Rubén Cortada, Carlos Areces, Enrique Villén, Jaime Ordóñez, Gorka Aguinagalde, Carolo Ruiz, María Jesús Hoyos
Productora: Pokeepsie Films, Telecinco Cinema, Mediaset España, Movistar Plus+
Género: Adventure; Comedy
TRAILER:
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En esta ocasión, hubo resolución de patologías, tales como cataratas, histerectomías y jornada de atención pediátrica. El Plan Quirúrgico Nacional avanza en el estado Zulia, con la resolución de casos entre los que destacan las operaciones oncológicas, de hernias, vesículas y cataratas, entre otras patologías, que han sido resueltas en distintos centros hospitalarios de la entidad, entre los que cuentan la Maternidad Dr. Armando Castillo Plaza, el Hospital Universitario de Maracaibo, el Hospital Dr. Manuel Noriega Trigo, el Hospital General del Sur y el Hospital Dr. Adolfo Pons. En los últimos 10 días, este plan que lleva adelante el Ministerio del Poder Popular para la Salud, en la entidad zuliana se ha logrado recuperar la vista a 27 zulianos habitantes de los municipios Maracaibo, San Francisco y La Cañada de Urdaneta, en dos jornadas realizadas en el Hospital Universitario de Maracaibo. Estos pacientes fueron captados a través de la plataforma implementada por el presidente Nicolás Maduro, la VenApp del 1x10 del Buen Gobierno, que sirve para enlazar a los ciudadanos directamente con las autoridades pertinentes, en busca de una solución a sus denuncias y solicitudes. Este martes 28 de marzo fueron intervenidas pacientes en el Hospital Dr. Manuel Noriega Trigo, a quienes se les practicó histerectomías, lo cual le da una mejor calidad de vida. Entre las beneficiadas se encontraban Alexia Margarita Mijares, de 67 años y Eirimar Jiménez, de 29, quienes agradecieron la atención de calidad y gratuita, que logró la recuperación de su salud. Mijares explicó que padecía de prolapso y mantenía constante dolor, que no le permitía tener calidad de vida; mientras que Jiménez, presentaba desde hace dos años una fibromatosis uterina, que le producía sangrado. “Ahora voy a estar en paz y sana para poder cuidar bien a mis dos hijas. En nombre de todas estas mujeres, doy las gracias a Dios y a la Autoridad Única de Salud, José Miguel Medina. Todo el proceso ha sido totalmente gratis y los médicos y todo el personal de salud se han comportado como familia”, apostilló. Jornada pediátrica La coordinadora de la Sala Situacional del MppSalud Zulia; Jenny Rivas, informó que igualmente se activó el Plan Quirúrgico Pediátrico, para la resolución de hernias a 70 niños y niñas, entre el 12 al 16 de abril, en el Hospital Militar de Maracaibo, Tcnel. Francisco Valbuena. La jornada se inició este lunes 27 de marzo con la valoración preoperatoria, que se desarrolla en el Hospital Dr. Manuel Noriega Trigo, con la realización de Rayos X; en el Hospital Militar de Maracaibo, con la práctica de hematologías; y en el Centro de Alta Tecnología de San Jacinto, con el resto de exámenes de laboratorio. “Gracias a Dios, al presidente Nicolás Maduro y al ministerio, se le va a solucionar el problema a mi hijo. No estamos cancelando nada, todo es absolutamente gratis, como lo garantiza la Constitución Bolivariana”, expresó Desiree Moreno, habitante del municipio Santa Rita. Para recibir en tu celular esta y otras informaciones, únete a nuestras redes sociales, síguenos en Instagram, Twitter y Facebook como @DiarioElPepazo El Pepazo/Prensa Autoridad Única de Salud Zulia
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Tutorial 1: Introducción a la Iluminación from Producciones Falco Films on Vimeo.
Presentado por Rita Noriega. Modelo fotográfica: Débora Galván
1º capítulo de la serie de formación audiovisual centrada en iluminación, producida por FALCO FILMS. Más información en: falcofilms.com
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El Padre Max Güerere celebró la misa de hoy, y puedes participar:
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Ofrecida por las siguientes intenciones:
~ En Acción de Gracias a Dios, nuestro Padre, por la intercesión:
- del Sagrado corazón de Jesús por una intención especial de la Familia Tulli Durán, por la sanación del Dr Juan Osorio y Tito de Jesús Villalobos (8/10), y por favores concedidos.
- Jesús de la Misericordia.
- de la Virgen María en las advocaciones: del Rosario, Rosa Mística y del Carmen.
- de la Virgen Desatanudos por las intenciones de Rosa Janeth, Víctor Hugo, Mario Andrés Durán.
- de Santa Rita de Cassia, por la Salud y pronta recuperación de Santiago.
- de San Maximiliano Mª Kolbe por los obispos y sacerdotes que celebran hoy su aniversario sacerdotal.
- por el cumpleaños de Zoraida Chiquinquira Zavala Fereira y el 52º Aniversario matrimonial de Edecio Güerere y Tahit Rodríguez de Güerere.
- Por las intenciones de: la familia González Parra, la familia Parra Díaz y Patricia Carolina Dagnino Méndez.
- Petición a San Expedito y San Judas Tadeo.
~ Pedimos por la salud de:
• enfermos del Covid-19 y por los que trabajan por su sanación.
• por los que laboran en el Hospital Coromoto.
• Padre Danilo Calderón, Padre Silverio Osorio, Padre Alberto Gutierrez, Hno. Thomas Smith.
• Angel Plaza, Gabriela Aparicio, Tito Villalobos, Joancy del Valle Vasquez Acosta, César Lugo Villasmil, Mariana Capitel, Alfredo Picaza, Andrés Cordero, Juan Rincón, familia Marciales Julia Raquel Nestar Pacheco, Elena Victoria Nestar Pacheco, Mariana Capinel, Gloria Marciales de Aguilera, Nuris Montero y José Alejandro Delgado Rodríguez.
~ Por los bienhechores de nuestra Parroquia, del Seminario, de la Fundación Cura de Ars y Fundación Comedor Santa Ana.
~ Por el descanso eterno de:
+ Juana Ramona Molina (1er mes).
+ Vinicia Díaz de Añez.
+ Esther Teresita París Pérez.
+ Sofía Bermudez de Páez (45 Aniversario).
+ Ana Lucia de Benitez (1er aniversario).
+ Ali Noé Yanez Esis.
+ Miguel Ángel Alcalá Reyes.
+ Ana T. Pardi.
+ Ileana Bohorquez de Nava.
+ María Auxiliadora Terán (1/9).
+ María Carlota Suárez (5/9).
+ Lilia Beatriz de Plaza (5/9).
+ Norma Enríqueta Noriega de Zamora (6/9).
+ Fernando Enrique Lara Ruiz (6/9).
+ Ricardo Nuñez (6/9).
+ Adafel de Jesús Rodríguez (8/9).
+ Salvador Garofalo (9/9).
+ Antonio José Cordero Ball (17/30).
+ Constantino Jesús de Freitas (17/30).
+ María Dos Santos Gouveia de Freitas (17/30).
+ Rigumberto Urdaneta (17/30).
+ Rigoberto Urdaneta Romero (17/30).
+ José Joaquín Urdaneta Fernández (17/30).
+ Julio Arraga Zuleta.
+ Nora Montiel de Russo.
+ Giuseppe Russo Graziano.
+ Alexis Raúl Bracho Martínez.
+ Hérmilo Paez Ávila.
+ Carlos Alberto Ortiz Ochoa.
+ Gregorio de la Rivera.
+ Alexandra del Pilar Yánez Quintero.
+ Chichi Quintero.
+ Javier Antonio Barrueta.
+ Bernardo Larreal Herrera.
+ Nelson Enrique Sthormes.
+ Luís Marín.
+ Jorge Romero Martínez.
+ Julián Guanipa.
+ Marisela Machado de Hernández.
+ Sili Hernández Belloso.
+Animas del purgatorio más necesitadas.
Para anotar intención de misa, escribe por whatsapp o SMS al +58-424-6293617. Para transferir ofrenda voluntaria a la cuenta de Max Güerere, C.I. 10.918.893, BOD # 0116-0103-1500-2623-9345.
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Mi botín de FILGUA 2018 1- La química secreta de los encuentros de Marc Levy en @artemis_libros 2- El fantasma de Noriega por Rita Vásquez y J. Scott Bronstein en Artemis 3- Vida y magnicidio de Carlos Castillo Armas por Rolando Girón Romero en @edicionesufm 4- Los mejores relatos de Roald Dahl en @demuseogram 5- Polvo por Patricia Cornwell en @editorialpiedrasanta 6- El atraco de Daniel Silva en Piedrasanta 7- 12 Rules For Life de Jordan Peterson en @libreriasophos 8- Marcapáginas en De Museo Como verán mis compras fueron muy variadas: un libro de un autor francés, un libro sobre hechos históricos/políticos de Panamá y otro sobre hechos históricos/políticos de Guatemala. Dos novelas de misterio/crimen/espionaje/negra y uno de los libros más leídos del 2018 por el psicólogo canadiense que ha acaparado la atención mundial y es de no ficción/psicología/filosofía . . . #filgua #filgua2018 #libros #leer #yoleo #mislibros #miscompras #nuevasadquisiciones #marcapaginas #12rulesforlife #jordanpeterson #patriciacornwell #danielsilva #elatraco #polvo #roalddahl #elfantasmadenoriega #ritavásquez #jscottbronstein #castilloarmas #vidaymagnicidiodecarloscastilloarmas #rolandogirónromero #marclevy #laquimicasecretadelosencuentros (at Foro Majadas)
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Fotos: Alexis Camarillo / MIRADOR
Guadalupe, Zac.- El potencial turístico de Guadalupe se fortaleció gracias a la intervención del Gobernador Alejandro Tello para modernizar espacios públicos como plazas y accesos viales, además de habilitar nuevos servicios que mejorarán la experiencia de sus visitantes.
Mediante una inversión de 122 millones 295 mil pesos, el mandatario atendió los ejes de Competitividad, Prosperidad y Turismo, de su plan de trabajo, impactando en la calidad de vida de más de 120 mil habitantes y 45 mil turistas que anualmente recorren la zona céntrica de Guadalupe.
“Emociona ver que uno pone una semilla por el bien del estado. Esto ayuda a que recobremos el tejido social; con valores éticos, morales y cívicos. Construyamos un mejor Zacatecas, un Zacatecas que se desarrolle y en armonía”, afirmó el Ejecutivo de la entidad.
El Alcalde de Guadalupe, Enrique Flores Mendoza, explicó que esta serie de obras se hilarán a un nuevo corredor turístico que se edificará junto al Jardín Juárez, además de la conservación del Camino Real Tierra Adentro y la rehabilitación de la Capilla de Nápoles.
“Hoy se consolida el proyecto que anhela el desarrollo sociocultural y económico de Guadalupe. Queremos hacer de este municipio una ciudad moderna y con mejores servicios turísticos”, dijo.
NUEVO TURIBÚS CONECTARÁ SITIOS HISTÓRICOS DE GUADALUPE Y ZACATECAS
Alejandro Tello entregó un camión turístico a Guadalupe, con un valor de 2 millones de pesos, cuya ruta acercará el Jardín Juárez, de este municipio, con la Alameda Trinidad García de la Cadena, de la ciudad de Zacatecas.
La unidad dispone de 40 asientos y tiene capacidad para transportar a 1 mil 500 personas semanalmente, en un horario de 10 de la mañana a 6 de la tarde; su primer punto de interés será el Museo de Guadalupe, donde anualmente acuden 45 mil visitantes; después, continuará hacia el Centro Platero y finalizará en Zacatecas.
Adicionalmente, se instaló un módulo de información turística en el Jardín Juárez, con una inversión de 300 mil pesos, que dará servicio a los visitantes de la misma manera en que lo hacen los otros centros de atención instalados en los Pueblos Mágicos de Jerez, Pinos, Sombrerete, Nochistlán y Teúl de González Ortega.
Debido a que el Jardín Juárez es el centro principal de esparcimiento para las familias de Guadalupe y visitantes, el líder de Zacatecas entregó 22 carritos para comerciantes, y 83 bancas que, además, se instalarán en parques de comunidades rurales y la recién inaugurada Plaza de las Garantías; todo ello con una gestión de 1.4 millones de pesos.
GUADALUPE CUENTA CON DOS NUEVOS ESPACIOS RECREATIVOS Y FAMILIARES
Las familias de Guadalupe y Zacatecas ahora cuentan con dos nuevos espacios recreativos, tras la inauguración de la Plaza Fray Antonio Margil de Jesús y el Parque Conquistadores, con una inversión total de 14 millones 548 mil pesos, las cuales son las obras número 275 y 270 del programa Más de Mil Obras para Zacatecas, respectivamente.
En retribución al patrimonio cultural que dejó a Guadalupe Fray Antonio Margil de Jesús -declarado hijo adoptivo del municipio- , Alejandro Tello entregó este espacio público, a manera de dejar un homenaje tangible a este personaje ilustre de la época colonial del ahora estado de Zacatecas.
Las obras consistieron en la elaboración de una escultura de bronce, de cuatro metros de altura, con la imagen del fraile valenciano; además de rehabilitar la red primaria de agua potable en calles aledañas y la instalación de equipo de rebombeo en la vialidad Arroyo de la Plata, ya que anteriormente la plaza fue un cárcamo operado por JIAPAZ.
Por otra parte, un total de 850 familias de la colonia Conquistadores y alrededores disponen de un nuevo parque, que cuenta con una superficie de 2 mil 800 metros cuadrados de construcción, con especies vegetales endémicas del semidesierto, juegos y luminarias.
La obra dio inicio el 27 de noviembre de 2017 y concluyó el 15 de marzo del año en curso, donde además de Gobierno del Estado y el Ayuntamiento de Guadalupe, intervino la Federación, a través de la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (SEDATU).
INICIA TERCERA ETAPA DE BACHEO Y REENCARPETAMIENTO EN 47 COLONIAS
Tello Cristerna visitó el barrio de Santa Rita para dar el banderazo de arranque de la tercera etapa del Programa de Bacheo, Reencarpetamiento y Pavimentaciones, que en esta ocasión se enfocará en rehabilitar 47 colonias de 13 comunidades del municipio.
La nueva etapa del programa impactará positivamente en la vida diaria de 120 mil habitantes, quienes se encuentran distribuidos en 412 calles; por lo anterior, se requirió un presupuesto de 103 millones 984 mil pesos para rehabilitar una superficie total de 623 mil 340 metros cuadrados
Entre las comunidades beneficiadas -además del barrio de Santa Rita- se encuentran Tacoaleche, Los Rancheros, Casa Blanca, El Bordo, Zóquite, Lomas de Guadalupe, Santa Mónica, el Mastranto, Emiliano Zapata, La Zacatecana, Ojo de Agua, Martínez Domínguez y Bañuelos.
Durante la gira por Guadalupe, Alejandro Tello estuvo acompañado del Delgado de SEDATU, Arnoldo Rodríguez Reyes; el Secretario de Turismo, Eduardo Yarto Aponte; el Secretario de Economía, Carlos Bárcena Pous, y el Obispo de la Diócesis de Zacatecas, Sigifredo Noriega Barceló.
Se consolida Guadalupe como destino turístico was originally published on Periódico Mirador
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Matrimonios 1825-1826 by/por Linda V.
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1825-1826 film #168420
001 OAH 2691 pt. 1
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003 SLATE
004 PRINCIPIO
005 Juan Pacheco & Maria Petra Becerra /Guanajuato/Michoacan
010 Jose Guadalupe Moran & Maria Dolores Lopez /Tequila/Mexicaltzingo
014 Pablo Policarpio Gutierrez & Josefa Sauceda /Real de la Yesca/Villa Zamora
023 Jose Maria de la Encarnacion Arriaga & Maria Isabel de Jesus Garcia /Zacatecas/Atemanica
026 Dionicio Mercado aka Alvarez & Agustina de Luna /Guadalajara
039 Jose Maria Ruiz de Esparza y Peredo & Bruna Davalos y Rincon Gallardo /Aguascalientes
042 Antonio Castro & Gertrudes Duran /Tepatitlan
046 Carlos Barron & Maria Josefa de Letechipia /Zacatecas
052 Guillermo Macedo & Dolores Cumplido /Ameca/Guadalajara
059 Ignacio Garcia Quevedo & Maria Benita Zubieta y Calvillo /Guadalajara
065 Juan Bautista Rouset & Felipa Codina /Havana/Culiacan/Zacatecas
072 Benito Verea & Vicenta Gonzalez/Sires, Galicia/Jalostotitlan *tree img #75
078 Pedro Gonzalez de Arce & Felipa Rubio /Reinos de Castilla/Zapotlan
087 Florentino Alvarado & Maria Rosalia (Rosario) Ponce /Cedral/Matehuala
094 Jose Maria Ramirez & Maria Policarpia de la Trinidad Sanchez /Nochistlan
098 Antonio Gonzalez Nieto & Antonia de Andrade /Asturias/Cocula
101 Francisco Cortazar & Maria de la Concepcion Batres /Reinos de Castilla/Guadalajara
106 Eduardo Enrique Teodoro Turreau de Linares & Maria de la Concepcion Marquez y Horno /Francia/Mexico
112 Santiago Villalobos & Nicanora Moreno /Lagos
116 Anastacio Canedo & Joaquina de Moran de la Bandera /Guadalajara *NOTE: Hay un folleto impreso donde se publica la opinion de un individuo contra su vicario capitular*
135 Angel Perez de Palacios & Maria Antonia Caneda /Guadalajara
142 Jose Maria de Hijar & Florencia Gallardo /Compostela/San Juan de los Lagos
148 Quirino Mercado & Francisca Silva /Aguascalientes *tree img #149
152 Nicanor Calderon & Josefa Cardenas /Teocaltiche *tree img #154
157 Camilo Jaime & Maria de la Asencion Romo /Encarnacion *tree img #162
166 Jose Miguel Vega & Micaela Rojas /Colima *tree img #169
170 Joaquin Villalpando & Maria Isabel Aviles /Teocaltiche/La Barca
175 Lino Gomez & Bernave Ornelas /Tepatitlan *tree img #179
182 Maximo Ramos & Maria Prudencia Hernandez /Teocaltiche/San Luis Potosi *tree img #191
188 Felix Vergara & Maria Inosencia Cardona /Tlaltenango *tree img #191
193 Guillermo Magana & Rafaela de Ruesga /San Juan *tree img #196
198 Hilario Acevedo & Joaquina Carlos /Jerez *tree img #199
204 Polonio Macias & Francisca Gonzalez /Jalostotitlan *tree img #208
209 Jose Luis Sanchez & Maria Yduvijes Contreras /Cuquio *tree img #212
214 Tomas Rivera & Manuela Munoz /Mezquital/Santa Maria del Oro *Habilitacion
217 Vicente Bernardino Gomez & Maria de Jesus Pelayo /Santa Rosalia *tree img #224
226 Francisco Navarro & Prudencia Gutierrez /Cerro Gordo?tepatitlan *tree img #229
231 Bernardino Noriega & Maria Josea Gomez de Linares /Asturias/Zacatecas
243 Teodoro Garcia & Marcela de Islas /Mexticacan
249 Jose Claudio Gonzalez & Maria Dionicia Lopez /Acaponeta *tree img #252
255 Manuel Ramirez & Maria Trinidad Robledo /Jalostotitlan *tree img #259
265 Jose Maria de Salas & Isidora de Salas /Trinidad de Sotos *tree img #268
269 Guadalupe Gonzalez & Maria Carmela Nava /Jesus Maria *tree desc #269
275 Jose Maria Cuellar & Rita Gonzalez /Zacatecas/Guadalajara *tree desc #278
283 Mariano Moreno & Maria Dolores Rea /Lagos
289 Antonio Gil de Herrera & Maria Gerarda Gonzalez /Tepechitlan *tree img #292
295 Jose Nicolas Miranda & Magdalena Martinez /Teul *tree img #297
300 Jose Vasquez & Maria Antonia Vasquez /Jalostotitlan *tree img #304
306 Maria Josefa Solis y Lopez /La Barca *Entrar al Colegio de San Diego
307 Notas e instrucciones
309 Joaquin Villalpando & Maria Isabel Aviles /La Barca/Teocaltiche
313 Diego Salvatierra & Maria Hilaria Salvatierra /Real de San Sebastian
315 Juan Cordoba & Maria Clara Macias /Lagos *Habilitacion
316 Jose Maria Cirilo Sanchez de Tagle-Clerigo de Menores Ordenes *pide regresar a otra ciudad
319 left side: Maria Rafaela Cardenas & Secundino Navia /Teocuitatlan
319 right side: Nieves Alfaro & Maria Ana Miranda /Jerez
320 Jose Ramon Ramirez & Maria Isidora Robles /Zapotlanejo
321 Felix Villasenor & Maria Francisca Acosta /Monte Escobedo
322 Lugardo de Palos & Maria Tomasa Zuniga /Valladolid
323 Nicolas Carrillo & Maria Refugio Escobedo /Jerez
327 Joaquin Burgos & Leonarda Jimenez /Salinas/Real de Angeles *Nulidad
337 CONTINUA EN EL ROLLO SIGUIENTE
338 MEXIO OAH ROLLO 2691 FIN
339 END OF ROLL
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