#posCallejero
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Recientemente Archiletras me publicó el artículo al que conduce el enlace de arriba.
Se quedó en el tintero —como me señaló una amiga— que en portugués «pavo» es peru (de Perú). Y es que el pavo da más vueltas que una «montaña rusa», que para los rusos es «americana», aunque sigue siendo «rusa» en las lenguas románicas y alguna que otra más.
Lo que no supe hasta hace poco es que en Rusia llaman «cocina europea» a la «cocina americana» (la abierta tipo office, como también se la llama en español).
Antes de volverme a mis pesquisas entre lenguas, quiero despedirme, pero no «a la francesa», como se dice en español, catalán (anar-se'n a la francesa), portugués (sair à francesa) o inglés (French exit o French leave), lengua que también contempla la expresión sinónima «despedirse a la irlandesa» (Irish exit o Irish goodbye). Para los franceses, en cambio, irse sin decir ni mu es «despedirse a la inglesa» (filer à l'anglaise), al igual que para los italianos y los rusos.
Leo, sin embargo, que en Calabria a ese desaire lo llaman «despedirse a la española» y que, por su parte, en español «despedirse a la italiana» es hacerlo de forma efusiva, con aspavientos demostrativos de una amistad sentida.* So it goes!
*Léase al respecto el enjundioso «Contraste entre unidades fraseológicas españolas e italianas sobre fobias y supersticiones», de Nieves Arribas Esteras, publicado en la revista digital Paremia, del Centro Virtual Cervantes.
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pelmafrost, m. y f. coloq.
Hasta donde sé, he acuñado una palabra. (Los maliciosos dirán que la he «a-cuñao».) Es pelmafrost.* Todos conocemos a uno, una de esas personas con una capa de personalidad permanentemente pelma; pelmas como el pino, es decir, «pelmanifolios»; de una pelmez —¿pelmidad?; «pelmacería» no, que es otra cosa— perenne, patente y dura como el hielo. *Advertencia a los pelmafrost: sí, lo sé, técnicamente la acuñación debiera ser «permapelma», pero la sonoridad de «pelmafrost» es irresistible, así que haré algo así como con el chóped. Además, esta gente son unos frígidos: solo los pierde el onanismo. Por otro lado, empiezo a pensar que «pelmanifolio» no le va a la zaga. Vale, pues he acuñado dos. Pero sigamos.
A los pelmafrost los tendrían que recetar los médicos de familia —antes llamados «de cabecera»; ahora no basta con tener cabecera para estar enfermo, encima hay que tener familia—. La cosa iría más o menos así:
«¿Tiene insomnio? Pues mire, podríamos... » —muchos médicos hablan en plural, como incluyéndose en el tratamiento, pero cuando llega la preparación para la colonoscopia, evacúan antes que tú, que ya es decir. Pero sigamos:— «... podemos hacer dos cosas: le receto lorazepam, pim, pam, o lo derivo a un pelmafrost para que le aburra por las noches a la hora de acostarse». «De acostarse usted, no el pelmafrost», aclaran. Serían como los lectores de Borges, pero sin libros —¡ojalá olvidaran su logorrea para recitar a otros!—. (Con esto no digo que los demás seamos Borges, que ya sabemos cómo va hoy el arte interpretativo. ¡Ah, qué sabia Sontag cuando dijo que interpretar es empobrecer!)
La otra noche cené con gente ilustrada y una amiga muy leída recordó al respecto el espléndido comienzo de Los hombres me explican cosas, de Solnit, donde la autora describe cómo un pelma de estos —en su caso, de la categoría mansplainer— había descubierto un libro genial, cuyo contenido se dedicó a desglosarle a Solnit con todo lujo de detalles mientras esta le dijo tres o cuatro veces que sí, que lo conocía, que de hecho lo había escrito ella. Hasta que el pelmanifolio absorbió la información. Es difícil penetrar la capa frozen de estos plastas (paradójicamente, el let it go no les entra en la cabeza).
Ah, los pelmafrost. Herbert George Wells no se percató de su potencial. Y es que los pelmanifolios matan dos pájaros de un tiro: 1) hasta la fecha, son los únicos seres capaces de detener el tiempo, e incluso de invertirlo, ergo no haría falta máquina para viajar al pasado, y 2) a su lado eres invisible, por lo que podría prescindirse tanto de laboratorio como de científico. Et voilà, dos libros en uno. Donde haya un pelmafrost, que se quite el café descafeinado. En lugar de ese proceso elaborado de emasculación cafetera (léase «el descafeinar»), las fábricas de café deberían emplear a un pelmafrost: sería «el hombre que susurraba a los granos de café»; la mera vibración de su voz despojaría al café de su mejor facultad. Por otro lado, el grano quedaría molido al instante (y en verano el hielo iría incluido). El pelmafrost aúna los dones del guía turístico y el dermatólogo: te señala la puesta de sol y el grano en la cara. No fue un meteorito lo que extinguió a los dinosaurios. Los pelmafrost no quieren compartir sino impartir (órdenes, lecciones). Aspiran al reverso del vampiro: reflejarse solo ellos en los espejos. Si los espejos son de mano, que se los sujete otro. Es el empeorador, el que cambia lo que funciona y corrige lo que está bien; el que nunca es «la gente», el pajarraco que te copia una idea, se la apropia y te la regurgita.
Ah, los pelmafrost. ¿O pelmafrosts? No, definitivamente, los pelmafrost; a una caterva tan monótona le conviene un plural invariable.
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Yo tocaba el piano y me he olvidado o ‘Más flores para Algernon’
Yo tocaba el piano y me he olvidado. Tocaba la flauta y me he olvidado. Tocaba hacer colada y me he olvidada. (Para el arte de rimarte hay que poner de tu parte.)
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Domingante, domingarte
He hecho limpieza, caldo y lentejas y este poema asonante solo por amor al arte.
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La felicidad, l’escalier
La felicidad es como l’esprit de l’escalier; solo la ves después, por el retrovisor. En otras palabras, era la vida antes de caerte por la escalera.
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Antes de Freud
Leo que Meganeura fue un insecto del Carbonífero y el Pérmico. Imagino que se extinguiría porque aún no se había inventado el psicoanálisis.
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Breve historia del pecado original
Del Edén al «¡Que le den!».
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He aquí la Huella más reciente, que me tiene con la mosca detrás de la oreja.
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Apuntes para unas ‘Notículas cósmicas’
Dijo Feynman que nadie hacía poesía sobre ciencia. Yo digo que quizá porque la ciencia está dotada de un lenguaje tan poético que sería pleonasmo —y vulgar— ponerla en verso.*
Leo que el telescopio espacial Webb ha captado: cinco galaxias chocando entre sí como bolas de billar, una estrella moribunda rodeada de un océano de polvo, la estructura «gaseosa “ósea”» (¿gaseósea?) oculta de una galaxia muy lejana, astros en pañales en la nebulosa de Carina, dos galaxias —una elíptica y otra espiral— que parecen cogidas del brazo pero no lo están, y la infrarroja más nítida y profunda del universo remoto hasta la fecha, como si hubiera metido la mano al fondo del cajón, por donde se caen las cosas que impiden cerrarlo.
Nos ha dado la composición química más exhaustiva de un planeta lejano hasta hoy y espléndidas imágenes de la nebulosa de la Tarántula —a tantos años luz que si estuviera tan cerca como la de Orión, dicen, produciría sombras— y de la de Orión —a 1350 años luz; puede que ya no exista—, así como de la Rueda de Carro, una galaxia anular con un agujero negro en medio nacida de la colisión de otras dos, un dónut armado con un béiguel en brazos de Ixión.
Ha detectado dióxido de carbono en la atmósfera de un gigante gaseoso fuera de nuestro sistema solar —el exoplaneta WASP-39b— y un retrato infrarrojo de las auroras que se fraguan en los polos de Júpiter, fuego fatuo.
Nos ha descubierto cientos de galaxias, estrellas y cúmulos de polvo sideral. Y he recordado —por Sagan, por Solnit, por Mack— que las longitudes de onda más largas tienden al rojo y las más cortas, al azul, y que todo lo que vemos ya es pasado.
*Dejo para otro momento el aclarar que la poesía es ciencia y a la inversa.
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Algunos ejemplos del capricho
Los siguientes son ejemplos del capricho: La mosca de la fruta o del vinagre; beige o beis; periodo o período —con austriaco y austríaco, cardiaco y cardíaco, maniaco y maníaco y un largo etcétera, que es la sempiterna* excusa de los vagos—; aguaturma, pataca o tupinambo; no puedo, ya veremos, quizá sí; birra, cerveza, rubia; mañana, pasado, nunca; estrella, lucero, astro. Incluso capricho es antojo o querencia. *(eterna, perpetua, indefectible)
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Como el cero absoluto y otras notículas de verano
Hay varias cosas como el cero absoluto: inalcanzables. Algunas son: el horizonte, el silencio, la paz, la gente, un café con leche sin demasiada leche o muy poca, una caña bien tirada en Barcelona y el fin del mundo. El aburrimiento y el hastío pueden alcanzarse, pero, parafraseando —muy libremente— a Parra, siempre puede haber un aburrimiento más soporífero y un hastío más nauseabundo. El placer, sin embargo, tiene un límite bien consolidado en la conciencia colectiva. Esto se hace evidente cuando alguien pregunta: «¿Se puede estar mejor que yo ahora mismo a la sombra con una cervecita?». El sujeto que se pronuncia de tal modo cree con toda seguridad que no, que no se puede estar mejor.
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Idiotez generalizada, rebajamiento mutuo
Observo un fenómeno creciente en las redes sociales. Si bien es un fenómeno que también se da en la «vida real» —como ha dado en llamarse «lo de fuera»— desde que el mundo es mundo: el de tomar al otro sistemáticamente por idiota.
Por ejemplo, leo estupefacta una cantidad cada vez más ingente de puerilidades en forma de consejos no solicitados como «Antes de alquilar un piso, mira a ver que tenga techo» o «Si no te pagan, no aceptes el trabajo, ¿eh?». «¿EH?» ¡Y lo dicen sin atisbo de ironía! Con una empalagosa pátina de paternalismo. Pero, ¿a quién? ¡¿A quién se lo dicen?!
Esa es mi primera reacción al leerlas: me pregunto a quién se estarán dirigiendo esos paladines de lo perogrullesco.* ¿A una guardería? ¿A una caterva de imbéciles confirmados? ¿O es que creen que todos sus seguidores son niños con retraso o adultos rematadamente idiotas? La segunda reacción que experimento —aunque lo cierto es que ambas se dan al unísono, pero por escrito hay que ordenarlas— es que toda esa pedantería —si acaso puede llegar a eso, pues hasta un pedante debería saber algo para serlo— me resulta tan ridícula como salir al patio de luces a gritarle a los vecinos: «¡Dos y dos son cuatro, cortapichas!»** o «¡El aceite hirviendo quema!».
¿De dónde sale todo esto? Y, lo más descacharrante: ¿se creen que así demuestran su desbordante sabiduría? ¿El callo que les ha hecho la vida? Es como un tonto hablándole a dos tontos. ¿Por qué no avergüenza rebajarse tanto y rebajar tanto a los demás? El 90 % de las veces —¡cuánta razón tenía Sturgeon!— entrar en las redes es como salir a la calle bajo la mirada de una VOZ petulante que te dice que te abrigues, que hace fresco; que te rasques si te pica, y que llueve para abajo. Una voz parecida a la madre de Sheldon en «Edipo reprimido», la genial fantasía de Woody Allen en Historias de Nueva York.
Todo esto me recuerda un poco a esas ocasiones en las que un locutor de radio que se llena la boca de calls***, riders, runners y taskers —o peor : «betsellers» [sic] y algún que otro «cederrum»— porque no conoce bien su lengua —ni al parecer la de nadie— dice de pronto, sobre un tema de lo más mundano, algo así como: «Vamos a contarlo para que nos entiendan los oyentes». (¡Si es que no usa la aberrante «escuchantes»!). ¡¿Pero qué concepto tiene de esos —sus— oyentes?! ¿Y por qué se tiene en tan alta estima? Vale.
*A quién me dirijo yo no lo sé muy bien. Al fin y al cabo, los blogs son bitácoras que deberían leerse solo en caso de naufragio. Por otro lado, está todo el mundo tan ansioso por contar su merienda que ya no hace falta cerrar los diarios a cal y canto; el egotismo ha sustituido al candado y garantiza que cada cual lea solo lo suyo. Es como una relación epistolar donde el otro es un frontón. Mi blog se lee menos que la letra pequeña. Podría confesar un crimen y probablemente saldría indemne. (¿No había una historia en la que el protagonista se empeña en confesar un crimen y nadie lo cree? Pues habría que escribirla. Sería algo parecido. ¡La salvación por la indiferencia!)
**Si bien esto habría que debatirlo largo y tendido. Por ejemplo, si dos gotas de agua, de aceite o de cera se juntan en una, entonces dos y dos dan uno. Y «etcétera», que es la muletilla del vago. Pero ustedes, que no sois tontos, ya me entendéis. ***A esos les digo siempre que: entre call y call, lechuga.
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ángulo
ángulo. m. Obtuso, recto o agudo, según sea, respectivamente, el punto de vista del otro, dónde nos parece que puede metérselo y, por último, el nuestro.
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Pensamiento cojo
loc. m. Razonamiento —por lo general mecánico— que solo se apoya en una idea o su contraria.
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Redes (en su quinta acepción de espejismo)
Las redes sociales son tan hondas como un escaparate y, como todo escaparate, son al mismo tiempo espejos. Su imagen se anula a sí misma, como la luz que, reflejada en la superficie de un lago, vuelve para cegarte, sin penetrar en sus aguas ni vislumbrar su fondo. Son como ahogarse en el proverbial inmenso océano periodístico de dos centímetros de profundidad.
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Sobre la imposibilidad de ser enterados vivos
En vida es difícil enterarse de nada, y en la muerte solo cabe enterrarse.
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