#nuestra historia serie peruana
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elyalovi · 3 months ago
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#Shorts ¿Por qué una televisión es fundamental en #nuestrahistoria?
Una televisión juega un papel fundamental en la serie peruana "Nuestra Historia". Nos recuerda que, para muchos peruanos, la pantalla chica fue la ventana al mundo, la fuente de información más confiable y el escenario de los acontecimientos históricos.
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agendaculturaldelima · 8 months ago
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#MuseosyLugaresHisitoricos
📣 “MUSEOS ABIERTOS” 👪
📜 PROGRAMA: 🕚 11:00am. [1º Nivel]
🖼 Recorrido mediado: “Coleccionables”.- la artista Micaela Aljovín hablará acerca de su obra y el significado simbólico del estancamiento de la educación durante el periodo de violencia; a través del diálogo en torno a distintos elementos icónicos de la educación peruana y su relevancia en la sociedad contemporánea.
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🕚 11:45am. [1º Nivel]
🎨🖌️ Pieza de la Memoria en Diálogo Tabla de Sarhua: “24 de enero Manchay punchaw (Día de la tembladera)” a cargo de Venuca Evanán Vivanco 🗯 La tabla de Sarhua -tan tradicional, como contemporánea- evidencia sentidos y define historias. Esta pieza, cuenta el devenir de una serie de obras que fueron inmovilizadas y en donde la propia escena cultural reclamó la libertad de lo que tiene que decir un artista, de lo que tiene que decir una obra de arte. 
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🕛 12:00m. [Sala Ofrenda]
✏ Taller: “Tierra con Memoria”.- la artista Micaela Aljovín busca reconectar nuestra identidad con el pasado de forma vivencial y sensorial, a través de la mezcla de materiales para la elaboración del adobe y su posterior grabado. Su objetivo es fomentar la identidad cultural y generar conciencia ambiental a través del uso de materiales autosostenibles y reusables. Micaela Aljovín es artista visual por la Escuela de Arte Corriente Alterna. Medalla de Plata, 2018. Su obra, multidisciplinaria, evoca la historia social peruana a través del ejercicio de la memoria; y, aborda, también, la educación y la concepción de nación como construcción. Predominan en ella las instalaciones y piezas escultóricas de pared. En sus procesos busca y experimenta con diversos materiales, destacando el metal y el adobe, los cuales adquieren una nueva dimensión simbólica en su transformación." 👀 Dirigida a público mayor de catorce años (14+) 🖱 Inscripciones: https://forms.gle/knZSf1qZyNAXrfAe8 (cupos limitados)
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🕟 4:00pm. [Auditorio]
🎶 Concierto: “Música Andina” a cargo de la cantante Ritzhiana -natural de Cora Cora, Ayacucho-, ganadora del certamen de canción ayacuchana. Interpretará un repertorio que incluirá las piezas ‘Adiós pueblo de Ayacucho’, ‘Amor herido’, ‘Llanto por llanto’, ‘Ángel de mi vida’.🤩
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📌 JORNADA:
📆 Domingo 03 de Marzo
🏛 Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social (calle San Martín 151 - Miraflores)
🚶‍♀️🚶‍♂️ Ingreso libre    
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magazinehoy · 10 months ago
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atletasudando · 2 years ago
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Maratón de Valencia, excepcional nivel y la presencia sudamericana
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Varios atletas sudamericanos tomaron parte –y con buenas performances- de uno de los maratones que se han consolidado entre los más importantes del mundo: Valencia. Fue la 42ª. edición de la prueba española, este domingo 4 de diciembre y nuevamente con resultados asombrosos. En damas, la etíope Amane Beriso dio la sorpresa al superar a su compatriota (debutante en la distancia) Letesenteb Gidey, mientras que entre los hombres sí ganó alguien que hacía su aparición en la distancia, el keniata Kelvin Kiptum. Y lo hizo en 2h.01m.53s. que lo catapulta al tercer lugar del ránking mundial de la historia, solo precedido por esos colosos llamados Eliud Kipchoge (2h01m09s) y Kenenisa Bekele (2h01m41s). También Beriso fijó el tercer tiempo del historial femenino. Entre las damas, la peruana y recordwoman sudamericana Gladys Lucy Tejeda ocupó el 20° puesto y su marca de 2h.26m.26s. estuvo muy cerca de su registro (2h.25m.27s) logrado el pasado 20 de febrero en Sevilla. Otras atletas de nuestra región fueron la venezolana Egris Arias (54ª. con 2h.42m.39s) y la colombiana Diana Bejarano (154ª. con 2h.57m.47s.). En hombres, una nueva demostración de jerarquía del tres veces olímpico brasileño Paulo Roberto de Almeida Paula: a sus 43 años, todavía es capaz de correr en 2h.10m.20s (su marca personal es 2h09m51s, también conseguida a principios de temporada en Sevilla). Paulo ocupó el 26° puesto de la clasificación. Y su compatriota Samuel Souza do Nascimento terminó 44° con su mejor registro personal de 2h.14m.51s, mejorando en más de dos minutos el que había logrado cinco años atrás en el maratón de Buenos Aires (2h17m01s para el sexto lugar). La gran expectativa en esta carrera se concentraba en Gidey, campeona mundial de los 10 mil metros en Eugene y que trataba –en su debut- de unir la plusmarca mundial de maratón a las que ya había logrado en el medio maratón y, en pista, en los 5.000 y 10 mil metros llanos. Gidey arrancó con un ritmo tranquilo, pasando los 15 km. en 48m.03s. Sin embargo, al pasar el km. 30 ya estaba en “modo récord”, su parcial de 1h35m24s era cinco segundos mejor que el establecido por Kosgei en Chicago. La sorpresa fue que su compatriota Amane Beriso había resistido ese ritmo. Y poco antes del km. 35 consiguió despegarse de Gidey para marchar en solitario hacia la victoria femenina. Beriso, de 31 años, marcó 2h.14m.58s, siendo así la tercera dama del historial en bajar de 2h15m, precedida por las keniatas Brigit Kosgei (récord de 2h14m04s en Chicago 2019) y Ruth Chepngetich (2h14m18s, también en Chicago, el mes pasado). Beriso tenía como mejor antecedente una marca de 2h20m48s, seis años atrás en Dubai y desde entonces no había corrido por debajo de 2h22. Letesenbet Gidey terminó agotada para el 2° puesto en 2h.16m.49s. Su consuelo es que dicha marca constituye la quinta del historial femenino y la meojr para una debutante. Hasta ahora el debut más rápido correspondía  a otra etíope, Almaz Ayana, quien en octubre marcó 2h17m20s en Amsterdam. El podio femenino se completó con otra debutante, la keniata Sheila Chepkirui, quien marcó 2h17m29s. Es la primera vez que un maratón femeino hay siete mujeres por debajo de 2h19m. Chepkirui, de 31 años, venía precedida por importantes antecedentes en esta temporada de medio maratón como su registro de 1h04m36s en Ras Al Khaimah y su victoria en Berlin con 1h05m02s. “No puedo creer lo que logré hoy. Todo fue fantástico: el circuito, el clima, la multitud. Estoy encantada”, dijo la ganadora, Beriso. Entre los hombres, a la altura del km. 30 se habían despegado Kiptum, el etíope Tamirat Tola –campeón mundial y ganador de esta prueba el año pasado- y el tanzano Gabriel Geay. La serie de ataques del debutante Kiptum sólo fueron resistidos por Geay, pero luego aquel se alejó. Kiptum, de 23 años, cubrió el segundo tramo de la carrera en excepcional registro de 1h00m11s. Geay fue su escolta, llevando el récord de su país a 2h03m00s, mientras que otro debutante, el keniata Mutiso, se adelantó a Tola en los tramos finales y terminó en 2h03m29s. Tanto Kiptum como Mutiso tenían antecedentes importantes en medio maratón. EN el caso de Mutiso –quien reside en Japón- 57m59s desde hacía dos años en esta misma ciudad de Valencia. Geay, por su parte ha colocado a Tanzania en el mapa de las potencias del maratón y llegaba con un antecedente de 2h04m55s (Milan 2021) además del 7° puesto en el Mundial de Eugene. Para el atletismo español también hubo muchos motivos de satisfacción, además de contar con una de las mejores carreras del circuito mundial. En damas, Marta Galimany registró 2h.26m.14s, batiendo el récord nacional que ostentaba Ana Alonso desde 1995 (2h26m51s). Y entre los hombres, el joven Tariku Novales logró el 13° puesto con 2h07m18s, que constituye el cuarto registro del historial de su país.     Los top de Valencia 2022   Mujeres 1 Amane Beriso (ETH) 2:14:58 2 Letesenbet Gidey (ETH) 2:16:49 3 Sheila Chepkirui (KEN) 2:17:29 4 Tadu Teshome (ETH) 2:17:36 5 Fancy Chemutai (KEN) ) 2:18:11 6 Tiruye Mesfin (ETH) 2:18:47 7 Tigist Girma (ETH) 2:18:52 8 Etagegne Woldu (ETH) 2:20:03 9 Dolshi Tesfu (ETH) 2:20:40 10 Majida Maayouf (MAR) 2:21:01   Hombres 1 Kelvin Kiptum (KEN) 2:01:53 2 Gabriel Geay (TAN) 2:03:00 3 Alexander Mutiso (KEN) 2:03:29 4 Tamirat Tola (ETH) 2:03:40 5 Kaan Kigen Ozbilen ( TUR) 2:04:36 6 Chalu Deso (ETH) 2:04:56 7 Milkesa Mengesha (ETH) 2:05:29 8 Ronald Korir (KEN) 2:05:37 9 Philemon Kiplimo (KEN) 2:05: 44 10 Goitom Kifle (KEN) 2:06:09 Los ganadores del Maratón de Valencia en la última década Hombres - 2011 - Josgei Isaish Kipglat (KEN) - 2h07:59 - 2012 - Luka Kanda (KEN) - 2h08:14 - 2013 - Felix Kipemoi Keny (KEN) - 2h07:14 - 2014 - Jacob Kibet Kengador (KEN) - 2h08:39 - 2015 - John Nzau Mwangangi (KEN) - 2h06:13 - 2016 - Victor Kipchirchir (KEN) - 2h07:39 - 2017 - Sammy Kitwara (KEN) - 2h05:15 - 2018 - Leul Gebresilase (ETI) - 2h04:31 - 2019 - Kinde Atanaw Ayalew (ETI)- 2h03:51 - 2020 - Evans Chebet (KEN) - 2h03:00 - 2021 – Lawrence Cherono (KEN) – 2h.05:12 Mujeres - 2011 - Abo Jima (ETI) - 2h34:23 - 2012 - Birhane Dibaba Adegna (ETI) - 2h29:22 - 2013 - Azalech Masresha (ETI) - 2h27:01 - 2014 - Beata Naigambo (NAM) - 2h30:54 - 2015 - Beata Naigambo (NAM) - 2h26:57 - 2016 - Valary Jemeli Aiyabel (KEN) - 2h24:48 - 2017 - Aberu Zennebe (ETI) -2h26:17 - 2018 - Ashete Dido (ETI) - 2h21:14 - 2019 - Roza Dereje (ETI) - 2h18:30 - 2020 - Peres Jepchirchir (KEN) - 2h17:16 - 2021 – Nancy Jelagaat (KEN) 2h.19:31 Algunas de las cantidades más significativas de la prueba: 1.- Récord con 30.000 inscriptos. Agotados los dorsales desde hace seis meses, el 81 por ciento de los corredores son hombres y el resto, mujeres. 2.- Un 50 por ciento de extranjeros. Esta edición ha batido también el récord en corredores foráneos, con 124 países representados. Francia, con 4.025 participantes, es el país que más asistentes aporta, seguido por Italia (1.817) y Reino Unido (1.365). 3.- Los dos corredores más veteranos del Maratón Valencia tienen 83 años. El más joven tiene 18 años. Un total de 6.031 serán debutantes en la distancia y 10.996 correrán por primera vez en Valencia. 4.- Seis millones de euros de presupuesto, un millón y medio más que en 2021. El 37 por ciento del mismo se destina a pagar el caché y los premios de los atletas de Elite. La organización premiará con 250.000 euros al atleta que logre el récord del mundo. 5.- Las mejores marcas del Maratón Valencia: Evans Chebet (KEN) con 2:03:00 en 2020 en categoría masculina y Peres Jepchirchir (KEN) con 2:17:16, también en 2020, en categoría femenina. Ambas fueron batidas este domingo 6.- Avituallamientos gigantes. La organización repartió 331.000 botellas de agua, 80.000 piezas de fruta, 20.000 litros de bebida isotónica y 60.000 geles durante los 42 kilómetros y 195 metros. 7.- Multitudinario dispositivo médico. Dos hospitales de campaña, 31 ambulancias, 20 desfibriladores, 50 anestesistas e intensivistas, 180 voluntarios sanitarios o 12 médicos en carrera componen el protocolo sanitario. 8.- Valencia es la provincia española que más corredores presenta a la prueba con 6.772 atletas. El club de atletismo más numeroso es el Zurich Runners, con 282 deportistas. 9.- Más de 400 cadenas de televisión ofrecerán la carrera en directo y/o en diferido u ofrecerán resúmenes. Vuelve a ser el maratón más difundido del mundo, según la organización. 10.- Se necesitan 2.300 voluntarios, 11.000 metros lineales de vallas o productos similares para proteger el recorrido, con 500 váteres químicos.   Read the full article
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rociodelmar14 · 4 years ago
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participación ciudadana responsable y una convivencia democrática.
Las elecciones presidenciales de este año marcan un punto en la historia de nuestro país; por cuarta vez consecutiva, los peruanos tendremos la posibilidad de elegir libremente a nuestros representante . Ante este panorama, podríamos asegurar que el régimen democrático ha construido raíces en el Perú, y que algunos procedimientos, como las elecciones, son parte importante de este resultado. Sin embargo, aún existe una importante brecha entre el apoyo a la democracia como sistema de gobierno y la satisfacción con cómo la democracia funciona en el Perú. Esta brecha se podría explicar, como lo afirman los datos recogidos por la encuesta La Ciudadanía desde la Escuela en el Perú
si bien las personas encuestadas toman la democracia como un sistema que debería asegurar derechos , oportunidades sociales y económicas, el hecho de que esto no sea una realidad cotidiana en el Perú (que no parezca tener ninguna relación directa con la vida diaria de las Personas ), tiene consecuencias negativas para la institucionalidad y la razón social. La democracia en el Perú no ha asegurado un acceso igualitario a la ciudadanía; varios sectores de la población no han logrado acceder a los beneficios y derechos que otorga el sistema democrático. Como resultado, se ha construido una república con un régimen democrático, pero sin ciudadanos de la misma categoría
Esto se debe a que la adquisición de la ciudadanía en el Perú es más un proceso de lucha de grandes sectores de la población contra el Estado, que un proceso de reconocimiento desde las propias instituciones estatales.
Ante esto la educación ha sido y continúa siendo una solución al problema. la escuela es importante para la estabilización de la democracia y la construcción de la ciudadanía, porque es un espacio de socialización mediante el cual se transmiten ideas y valores que son importantes para una sociedad. es importante que la educación asegure entre los ciudadanos una suficiente comunidad de ideas y de sentimientos, sin la cual es imposible cualquier sociedad. De esta forma, optar por enseñar y poner en práctica valores democráticos en la escuela tiene efectos positivos en el sistema democrático
la democracia peruana presenta diversas dificultades: está determinada por una baja confianza en las instituciones políticas, plagadas por corrupción; una sensación de inseguridad y desprotección frente a la delincuencia; y una insatisfacción con el desempeño de los gobiernos locales . Todo esto sucede en un entorno en el que la representación y participación política es débil, ya que no existen partidos políticos muy bien estructurados y las alianzas políticas, integradas por independientes, se organizan únicamente de forma temporal en el marco de de oportunidades específicas, como las elecciones..
La pandemia de COVID-19 ha planteado una serie de desafíos sin precedentes para el conjunto de las instituciones públicas. Ninguna de ellas se ha visto libre de los efectos de esta inesperada situación y, más aún, son impredecibles los cambios que quedarán tras su paso. Sin embargo, esta crisis ha permitido también revitalizar el rol del Estado y de algunos de sus órganos. De esta forma, se presenta un contexto de oportunidad pocas veces visto para impulsar algunas agendas que, a pesar de su importancia, hasta el momento habían tenido una escasa prioridad.
A lo largo de esta pandemia nos hemos tenido que enfrentar a varias cosas: al confinamiento, al crecimiento rápido y violento de contagios y fallecimientos entre nuestros familiares y vecinos, a la falta de tratamiento científico que frene la enfermedad, a la fuerte crisis socioeconómica que afecta a todos los sectores, a la larga espera por una vacuna que no llega y esto durante meses y meses que van pasando sin que el fin se vea próximo. Tan larga pandemia está haciendo que la población se vaya cansando y las medidas de bioseguridad básica de constante higiene personal, continuado uso de mascarillas, distanciamiento social, se vayan cumpliendo cada día menos, lo que afecta directamente a la salud pública. Los ciudadanos están desanimados sobre lo que les espera y la confianza en las estrategias políticas públicas cada día se va reduciendo.
Con el COVID-19 extendiéndose, todos deben limitar el contacto cercano con personas fuera de su hogar en espacios interiores y exteriores. Dado que las personas pueden transmitir el virus antes de saber que están enfermas, es importante mantenerse alejado de los demás cuando sea posible, incluso si no tienes síntomas.
El distanciamiento social es especialmente importante para las personas que corren un mayor riesgo de enfermarse gravemente..
Además de el uso correcto de la mascarilla y el lavado de manos que son vitales en estos tiempos de pandemia.
Debido al peligro de exposición al virus, las mesas de votación se han duplicado y se han ubicado en lugares al aire libre, como parques y campos deportivos, además de extender el horario de votación hasta doce horas continuas.
Se sabe también que el Perú quedó en una situación política muy compleja por el hecho de que, Se quedaron en segunda vuelta dos Canditados de caras opuestas, Pedro castillo de Izquierda Radical y Keiko Fujimori de Derecha.
Pedro castillo propone un nueva constitución y la nacionalización de el gas siendo estas unas de sus propuestas, Que es apoyado por el 18.1% de la población según IPSOS América.
Por otro parte está Keiko Fujimori quién tiene un pasado político un tanto delicado, dicha candidata propone la "Demodura" una combinación de democracia y mano dura en el país, además de defender la constitución política de 1993 establecida por el gobierno de su padre, Está es apoyada por el 14.5% de los ciudadanos según las encuestas realizadas por IPSOS AMERICA.
En mi opinión el país no está preparado para esta situación, No solo tenemos una situación política crítica sino también una Pandemia que se lleva miles de vidas.
Finalmente, Es Importante Cuidar y respetar estrictamente las medidas de Bioseguridad además de respetarnos a nosotros y a esto me refiero a nuestra elección de autoridades, debemos informarnos y examinar el "¿por qué?" y el "¿Por quién?" Se va a votar ya que el ejercer nuestra ciudadanía no es un juego, Es una realidad y es crucial para el futuro de nuestro país.
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uncronopiodesatinado · 4 years ago
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Destripando a los personajes de You, la serie
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Penn Badgley como Joe Goldberg
Nuestro querido Joe es la clase de persona extremadamente narcisista, pues se presenta e ideliza como el novio perfecto. No solo ello, sino también se considera superior a los demás por el hecho de rechazar los realities y por haber leído un sinfín de libros. Por medio de sus pensamientos en off es que vamos conociendo sus intenciones y metas. Es así como sabemos que él mismo piensa que es el hombre perfecto porque vela por el bienestar de su amada y sabe lo qué es mejor para ella. Vamos, Beck, Joe solo entró a tu vida para… ¡Cagártela! Sí, amigos, como lo leen.
Dentro del perfil acosador se encuentra ese deseo innato de querer controlar las acciones de la víctima. Manipularlo(a) como si de un juguete se tratara. Como es muy común en la mente de varios acosadores, ellos desconocen que lo son totalmente y pueden que también logren pensar, al igual que Joe, que su comportamiento solo refleja al de un Don Quijote moderno, no ese que está contaminado con historias de caballería, sino de aquel que se cree que está siendo servicial, disponible, valiente, respetuoso y cariñoso, aquel que nunca debe aceptar un NO como respuesta porque eso sería no ser perseverante y él/ella no es así. Pero, no le echemos toda la culpa a él/ella sino a esta cultura popular peruana machista que nos ha enseñado desde pequeños que insistir e insistir es la clave del éxito de todos nuestros problemas. Hasta en las cosas del amor. Así que, si manipulas todas los caminos posibles, no está mal, mas bien es todo lo contrario. (Nótese la ironía).
Y aunque te dé miedo, hemos llegado a la conclusión, tanto Joel y yo, de que todos hemos sido un Joe en nuestra vida. Sino que tire la primera piedra quien no ha indagado en la vida de las personas alguna vez, ya sea por amor, envidia, celos, etc. ¡Ojo! Una cosa es tener algo a este personaje y otra muy distinta ser la total esencia de él. Así que no te sientas tan ofendido(a).
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Elizabeth Lail como Guinevere Beck
Beck es mi personaje favorito. No porque es la parte esencial de la trama: el eje central del acoso. Tampoco porque, por curiosidades de la vida, ella también odie la rareza de su nombre tanto como yo (razón por la cual ambas usamos más nuestro segundo apelativo), sino porque nunca antes me había sentido tan identificada con alguien.
Ella es una chica que sueña en convertirse en escritora. Estudia y trabaja. Es independiente de alguna manera. Podríamos decir que es algo estable hasta que poco a poco Joe va desmenuzando su vida mediante sus redes sociales. Justamente es este punto lo que lleva al éxito la serie: no sabemos quién realmente es Beck en algunos momentos. Y es que su vida parece estar construida en base a mentiras, donde Joe se posiciona como su medio de crecimiento personal en todos los sectores posibles y ella como aquella persona que sufre constantemente de tormentas emocionales. La vida que publica es una farsa. Gasta más dinero de lo que gana. Se enamora de personas tóxicas y ni que decir de sus amistades que se visten de ovejas cuando, en realidad, son lobos hambrientos. Amigos hipócritas que, en vez de ayudarla a salir de su bloqueo creativo, la acuchillan por la espalda.
Para mi buena fortuna, este último punto mencionado no es tan compatible conmigo. Pero lo que si toca realmente carne es que yo, al igual que ella, a veces, no puedo escribir mi propia historia, tanto en la vida real y ficticia. Suelo bloquearme y dejar la escritura por una, dos o tres semanas completas. Y no es que la flojera viva en mí sino es todo lo contrario. Las ganas rebalsan el vaso, pero mi mente se pinta en blanco y ahí quedo. Sin ideas. Sin escritos. Hasta que decido abrir una herida por si desea doler y es así como llega mi terapia de escritura: escribir para no llorar.
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Mickael Park como Edwin Beck
Ahora bien, uno de los personajes que nos revela más quién es realmente Beck y qué esconde es El capitán, quien desde un inicio parece ser un amante de nuestra escritora frustrada, pero resulta ser su padre, aquel mismo que ella mataba cada vez que le preguntaban por él. Un hombre de 50 años de cabello gris, que en un pasado tuvo un problema masivo de drogas. Esta situación lo llevó tan lejos que un día quedó inconsciente en un frenesí frente a los ojos de su pequeña hija Beck. Poco después del incidente, deja a su familia para unirse a una secta que nuestra protagonista odia con locura, pues la distanció de ella. Una relación y/o situación que deja en claro que la vida de Beck es una farsa. 
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Shay Mitchell como Peach Sellinger
Peach, la amiga rica que cuenta con un círculo de amistades muy reconocidas. Aquella que da la mano a su amiga de la infancia, pero cuando ambas toman rutas diferentes se convierte en el mismo Judas. Representa a esa clase de amistad que después de darte algo, te pide algo a cambio. ¿Te resulta familiar?
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Nicole Kang como Lynn y Kathryn Gallagher como Annika
Linn y Anika, las otras dos compañeras de Beck. La primera con menor protagonismo que la segunda debido a que Anika fue una de las mayores simpatizantes de Joe, pues vio que era un punto fuerte para neutralizar a Peach. Una chica sumergida en Instagram que muestra otro mundo de farsa firmado por ella misma. Tiene un éxito como persona influyente en sus redes sociales donde se encarga de hablar de la belleza del cuerpo. No se encariñen mucho de ella, pues parece ser bastante superficial. ¿Verdad, Joe?
Por otro lado, Lynn es una joven que ama su vida lujosa y no trabaja para conseguir sus lujos. Viaja mucho en las plataformas sociales y más en Tinder, en donde comienza a ligar para que los hombres le manden sus packs y comience así a clasificar sus genitales por categorías. Más loca que una cabra, ¿cierto?
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Lou Taylor Pucci como Benjamin Ashby Jr. III.
Benjamín representa al típico patán con aires de emprendedor. Ese que no tiene ni la menor idea de lo que está haciendo ni de lo qué dice, pero no le interesa, pues, no hay nada que el dinero no arregle. Es de esos que les importa más su pellejo que la de su prójimo. Esos chicos malos que a algunas las vuelven locas y hacen fila india para que les llegué su round. En lo personal, nunca he estado con un Benjamín, pero he conocido a varios que se disfrazaron como novios de mis amigas. 
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Luca Padovan como Paco
Paco se robó mi corazón a los segundos que apareció. Y es que gracias a él, Joe deja de lado su faceta acosadora para convertirse en la clase de vecino amigable que le regala libros al pequeño que siempre se encuentra en las escaleras afuera de su departamento. Libros que lo ayudarán a refugiarse y evitar su realidad: un padrastro que abusa de su madre cuantas veces pueda. Un niño que representa la imagen de varios infantes que hoy andan divagando por nuestra sociedad. 
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Zac Cherry como Ethan
Ethan, el gordito bonachón, uno de los empleados de la librería donde trabaja Joe. Un sujeto agradable que no tiene un círculo de amistad muy amplio. De hecho, es muy pobre por no llamarlo antisocial. El inocente no tiene ni idea de que tiene como empleado a un acosador y asesino, pero, vamos, no seamos crueles con él, que nosotros también hemos sido parte de esta situación en algún momento de nuestras vidas: ser vilmente engañados por personas de doble cara. 
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En sintesís, You podría resumirse de la siguiente forma: un apuesto maniático que se obsesiona de una aspirante novelista que apenas conoce. Hay un pequeño destello entre ellos, razón suficiente para que el joven comience hacer un sinfín de estupideces con el fin de “protegerla”.
La serie es una clara apología a las relaciones tóxicas y obsesivas que te ayuda a diferenciar el romanticismo del acoso. ¿Tú qué opinas?
¡Hasta la próxima crónica!
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pantallazope · 4 years ago
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En la selva peruana Desaparecer, una película entre la lluvia y el barro
Dorian Fernández Moris, director y productor de la película peruana Desaparecer, nos cuenta en una entrevista cómo fue grabar en épocas de impredecibles lluvias.
Escrito por: Ximena Caballero
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En tus facetas como profesional, cuéntame tu experiencia como productor, director y guionista.
En mi experiencia en esto como productor, director y guionista, está marcada por eso, por el hecho de entender que las oportunidades uno mismo se las tiene que crear, digamos que no es como otros espacios. Me refiero a que en otros espacios tú puedes aspirar a ser solo un guionista y tus guiones pueden estar ahí, rondando entre productoras, y alguna la va a tomar, o como director puedes tener una gente para que puedan ofrecer tus servicios, que de momento una productora pueda llamarte en el Perú.
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¿Cuál es tu punto de vista para llegar a ser un cineasta completo?
En lo particular, aquí uno tiene que generarse su propia oportunidad, y se lo tiene desde la concepción del proyecto que imaginarse todo el proceso. Por eso es que existe muchas veces productores, directores y guionistas que tienen que, medio generarse el propio espacio. En mi caso así fue con todas mis películas, estuve presente en la idea inicial, en el proceso, en la escritura del guion, en el armado del proyecto, en la búsqueda del financiamiento y finalmente en todo lo que significa dirigir un proyecto. Es lo que toca un poco al cine latinoamericano. Son emprendimientos de personas que añoran realizar películas.
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Puedes encontrar esta foto de Dorian Fernández en su Instagram: @dorianfernandezmoris
Hablando de la película Desaparecer ¿Cómo nació la idea de este proyecto?
La película Desaparecer germina, en primer lugar, en una historia que me cuenta desde muy adolescente mi abuela; que es quién se inspira mi personaje de Milena. Ella era una profesora con muchos deseos activistas del cuidado de la naturaleza y es al pueblo a que le asignan que descubren que se daban unas series de crímenes, de lazo de humanidad, entonces, eso es, el cómo ella descubre que era una mafia, que estaban sacando lo que le importaban: que el pueblo vivan en el temor. Ya luego cuando decido hacer mi primer largometraje escribo esta historia porque era algo que me había marcado mucho de la infancia, nada más que no pude realizarla como mi primera película porque era muy complicada en términos técnicos. Tuve que esperar hasta mi tercera película para poder reunir, digamos, los elementos para poder sacarla a cabo, pero germina un poco en eso.
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Post de Instagram de: @dorianfernandezmoris
¿Por qué eligieron la selva peruana no solo como locación, sino como parte de un personaje para grabar la película?
Es el lugar original donde se dio la historia original, la cual está inspirada en mi abuela que es de la selva, de la ciudad de Iquitos (loretana). Ella iba por los ríos a dar clases; ella era educadora, por eso es que se acercaba a los espacios de la selva, y es por eso que cuando se escribió la historia se hizo en ese espacio. Siendo muy honesto con la historia en sí, era el espacio natural en donde se desarrolló la película, nunca se evalúo en ningún momento llevarla a otro espacio geográfico. Entonces, eso obviamente acarrea dificultades especiales, bueno, era el deseo nuestro de contar una historia lo más fidedigna posible.
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Puedes encontrar este post en su Instagram: @dorianfernandezmoris 
Y sobre la productora de esta película ¿Cómo surgió AV FILMS? 
Surge como la evolución de una empresa que se llamaba “Audiovisual Films”. Inicialmente nuestra incursión es en el cine, ya que anteriormente yo hacía publicidad. Fue por medio de un grupo de cortometrajes, más o menos me pasé diez años haciéndolo a la medida que trabajaba en publicidad y en ese tiempo mi compañía se llamaba “Audiovisual Films” El problema, en un momento, fue que cuando comenzamos a salir, el término “audiovisual” era muy genérico, nos parecía que había que modificar el nombre para tratar de encontrar un nombre más característico y es así como juntamos las primeras letras: “A” de Audio y “V” de visual. Es así como quedó “AV FILMS”. 
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Puedes encontrar este post en su Instagram: @dorianfernandezmoris
¿Quiénes lo conforman?
La empresa la conformo yo como director y un equipo de personas entre productores y guionistas, que alrededor sumamos más o menos, seis o siete, que estamos todos alrededor de diferentes proyectos. Muchas veces hemos estado trabajando proyectos en paralelo, una parte del grupo está haciendo la película A y otra está desarrollando el proyecto de la película B y así vamos trabajando. En la actualidad ya vamos seis películas de largometrajes y, más o menos, diez cortometrajes y mediometrajes.
¿Cómo se organizó la producción para realizar esta película?
Desaparecer fue nuestro mayor reto en su momento porque queríamos juntarla con mucha solvencia técnica, queríamos llevar una serie de equipamiento de última generación y es difícil llevar toneladas de equipos al medio de la selva. Entonces tuvimos que organizarnos alrededor de una planeación muy meticulosa. El trabajo de mesa termina siendo algo que se agradece en el proceso de ir a grabar una película a lugares tan complicados, además de la organización, la planificación y la distribución adecuada de los recursos para tomar las mejores decisiones porque siempre hay opciones, hay maneras de hacer las cosas y una de ellas siempre es como la más ideal la que menos costo incluye. Se llevó mucho análisis.
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¿Cuál o cuáles fueron las dificultades que tuvieron en la pre producción?
Tal vez el inconveniente máximo era lo muy complicado poder entender el 100% de los espacios porque, en la selva hay algo se llama “creciente y vaciante” de los ríos, y por más que monitoreamos semanas tras semanas, una fuerte lluvia puede variar hasta en 20cm los espacios secos; digamos que los ríos invaden los terrenos secos, entonces, en la planeación de estas locaciones, que muchas daban muy cerca al río, eran los escenarios que queríamos grabar, era muy complicado prever a ciencia cierta cómo lo íbamos a encontrar.
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¿El clima les fue un impedimento para la planificación?
Dejamos que solamente el factor climático sea el único que esté fuera de planificarlo y que todo lo demás esté bien planificado que pueda trabajarse sin problemas. Y así fue, fue un rodaje que no tuvo inconvenientes en otros aspectos. Pero sí, nos agarraron severas lluvias y tuvimos que trabajar en rodaje, más o menos, cinco días más que el plan para poder cubrir estos días que no podíamos trabajar por cuestiones climatológicas.
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¿Y cómo hicieron con los pobladores que salían como extras?
Había un gran número de extras, teníamos más o menos 500 extras en la película, entonces, entiendo que el área de vestuario tuvo que preparar un número importante de vestuarios para tener variedad de opciones y poder solucionar en el momento cualquier necesidad o requerimiento. Incluso en términos económicos era complicado, pero no había otra forma porque teníamos que cubrir una cantidad muy grande de personas.
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¿Cuánto fue la inversión aproximada que hicieron al inicio? ¿Fue variando?
La película tenía un presupuesto de, más o menos, 620.000 dólares, pero terminó costando 690.000 dólares con los gastos de distribución y los otros imprevistos que surgieron en el camino. Esa fue la inversión.
¿Qué opinas sobre los nuevos proyectos de ley para la industria del cine peruano? ¿Qué medidas está tomando la productora AV FILMS?
Sobre lo que vaya a pasar con la legislación de cine hay muchas complicaciones porque ya se había aprobado en primera votación, faltaba tan solo uno pero el congreso se disolvió en el 2019. Digamos que las asociaciones están haciendo unos trabajos para ver si en este tiempo en el que el congreso no está y el ejecutivo puede legislar, tal vez, existe la posibilidad que puedan lanzarse como una propuesta desde el Ministerio de Cultura, con Petrosi, que es justamente quien apoyaba fuertemente y fue uno de los impulsores de esta ley; ya prácticamente aprobada o en la instancia que estaba. 
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Información de DAFO - Ministerio de Cultura 
Para finalizar ¿Qué medidas está tomando la productora AV FILMS para este caso?
Nosotros como productora pretendemos seguir desarrollando proyectos de dos caminos: proyectos que se amistan con la gente; que son proyectos de comedia y terror, que básicamente desarrollan alianzas estratégicas con marcas y/o inversiones privadas. También desarrollar películas como "La pampa" que ya fue rodada, y que es una película que ha sido financiada mayoritariamente con fondos nacionales, son películas que no se encontrarían, digamos, de forma comercial, pero que necesitan existir porque son importantes que puedan llevar una voz, que tal vez no son muy escuchadas de diferentes manifestaciones en nuestro país, como: Aspectos culturales, sociales y ecológicos, que también necesitamos desarrollar ese tipo de cine. Nosotros siempre hemos estado haciendo películas de diferentes objetivos, películas como "Desaparecer" o ahora "La Pampa" que como te repito, necesitan de fondos estatales para existir y películas como las de terror o las comedias que tienen más posibilidades o más chance de, como negocio, poder encontrar cierta posibilidad.
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¿Ya viste todo el talento que hay en esta película? Si no es así, te dejamos el trailer oficial, y como ya nos conoces, te dejamos aún más. Tendrás el link para que lo puedas ver desde tu cuenta de Amazon prime video.
Ver Desaparecer: https://www.primevideo.com/search/ref=atv_nb_sr?phrase=desaparecer&ie=UTF8
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quevidaenlima-blog · 5 years ago
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¡Regresa al pasado y sal de la rutina sin salir de Lima!
Si hoy sabado planeas quedarte en casa viendo series o actualizando facebook para seguir viendo cosas sin sentido , nosotros en #QueVidaenLima te mostramos un lugar donde podras apreciar un poco de  nuestra historia peruana viendo cosas jamas vistas por los sedentarios, asi que si quieres que tu sabado sea diferente continua leyendo mascota.
La Huaca Pucllana son unas ruinas ubicada en Lima en el distrito de Miraflores accsesible para todos y facil de llegar. El lugar consta de un recorrido turistico donde te mostraran las ruinas y podras ver trabajadores personificando a habitantes de aquella epoca.
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 Tambien cuenta con una sala de exposiciones donde podras ver descubrimientos echos por arqueologos en esta zona y si tienes suerte podras verlos encontrar algo nuevo ya que esta zona esta en constante estudio por ellos.
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Ademas podras ver la atracción principal “La Gran Piramide Escalonada”, si aqui en lima tambien tenemos piramides y si tu viaje a Egipto no esta  entre tus planes pudes sustituirla viendo esta.
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Finalmente sabemos que despues de hacer un recorrido por el pasado la pancita empieza a pedir un poco de comida tipica del peru, por eso el centro turistico cuenta con un restaurante donde puedes comer una variedad de platos tipicos disfrutando la vista de la Gran Piramide.
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Psdt: Los horarios de atencion pueden ser  el diurno y el nocturno los cuales varian sus precios en entrada.
Diurno: 9:00am a 5:00pm  Entrada: 15 soles 
Nocturno: 7:00pm a 10:00pm  Entrada: 17 soles
SALGAMOS DE LA RUTINA WUUUUUUUUUUUUUUUU.
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jaimeariansencespedes · 6 years ago
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01 – Literatura Peruana - Biografías – Edgardo Rivera Martínez - 
Nació en Jauja, el 28 de septiembre de 1933 y falleció en Lima, el 5 de octubre de 2018, ​ fue un escritor y docente universitario peruano.
Sus obras literarias más importantes son el cuento Ángel de Ocongate (1986) y la novela País de Jauja (1993), esta última considerada por los críticos como la mejor de la literatura peruana de los últimos tiempos. Es también autor de numerosos trabajos de investigación, particularmente sobre viajeros y literatura de viajes en Perú.
Hijo de Hildebrando Rivera y María Luz Martínez. Su infancia estuvo impregnada de amor familiar y fascinado por los paisajes e imágenes de la serranía peruana que serían fuente de inspiración para sus obras literarias futuras.
Hizo sus estudios primarios en Nuestra Señora del Carmen de Jauja y los secundarios en Colegio Nacional San José de Jauja. En 1952 pasó a cursar estudios superiores en la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en la especialidad de literatura. ​
Desde 1956 empezó a ejercer la docencia. Ganó una beca que lo llevó a estudiar en la Universidad de París (1957-1959) y en la Universidad de Perugia. De retorno al Perú, obtuvo el grado de bachiller y de doctor en Literatura a mérito de sus tesis sobre «El paisaje en la poesía de César Vallejo» y «Referencias al Perú en la literatura de viajes europea de los siglos XVI, XVII y XVIII», respectivamente (1960).
De 1962 a 1970 fue catedrático en la Universidad Nacional del Centro, con sede en Huancayo. En 1964 y 1967 pasó a Francia para continuar su perfeccionamiento. En 1971 reanudó su labor docente en San Marcos, donde fue durante muchos años profesor de literatura en su Facultad de Letras. En 1975 concurrió al taller de literatura de la Universidad de Iowa. También fue profesor en Darmouth, Estados Unidos, en 1988; y en Tours y Caen, Francia, en 1990.
Ha ejercido, en importantes medios escritos, el periodismo de opinión. Es de destacar también su labor como traductor de textos de Léonce Angrand, César Moro, Charles Wiener y Paul Marcoy. ​
Desde el 2000 es miembro de la Academia Peruana de la Lengua, en mérito no solo a su producción ficcional, sino también por su trabajo de estudioso y crítico.
Comenzó su trayectoria narrativa con un libro de cuentos ambientados en el mundo andino, El unicornio (1963). Si bien en estos textos se respira el ambiente del nuevo indigenismo, en algunos se aparta un poco de ello, acercándose más a la literatura fantástica.
En 1977 publicó su novela corta El Visitante, y al año siguiente Azurita, con relatos de temática nuevamente andina. Enunciación, de 1979, reúne dos novelas cortas y un texto narrativo-poético en prosa, cuyo acontecer transcurre en una Lima de niebla y de misterios.
En 1981 se editó Historia de Cifar y de Camilo, y en 1986 apareció el cuento Ángel de Ocongate, ganador del premio Cuento de mil palabras de la revista Caretas,
Su primera novela, País de Jauja, tuvo su primera edición en 1993, a la que han seguido otras más. Dicha novela fue finalista del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos de 1993 y fue señalada por los críticos, en una encuesta de la revista Debate, como la más importante de la literatura peruana en la década de 1990. En palabras del crítico Ricardo González Vigil es «un fruto mayor, una de las mejores novelas peruanas hasta el momento».
Su segunda novela, Libro del amor y las profecías, obra de gran aliento, apareció en 1999. En ese mismo año, toda su narrativa corta fue reunida por Alfaguara en Cuentos Completos.
En 2000 publicó un volumen que reúne tres novelas cortas: Ciudad de fuego.
Luego publicó el libro de cuentos: Danzantes de la muerte y de la noche (2006); la recopilación Cuentos del Ande y la neblina: (1964 - 2008) (2008); y las novelas Diario de Santa María (2008) y A la luz del amanecer (2012).
Le debemos también una serie de evocaciones de infancia: A la hora de la tarde y de los juegos (1996).
César Ferreira e Ismael Márquez editaron un volumen que recopila estudios de importantes narradores y críticos sobre la obra de este autor: De lo andino a lo universal. La obra de Edgardo Rivera Martínez (Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 1999).
Sus obras muestran la superación del indigenismo para una comprensión integral de la identidad peruana, si bien en muchos casos se inspiran en temas andinos. Transitan entre lo realista y lo fantástico y versan, varias veces, sobre personajes bastante instruidos.
Es un narrador original y fino, alejado de las modas literarias, dueño de una fantasía que poetiza la realidad, provinciana o limeña, sutilmente observada. (Washington Delgado)
Significación propia tiene su obra narrativa, que refleja su identificación con la tierra natal pero que, fundamentalmente, expresa las angustias existenciales del hombre contemporáneo. (Enciclopedia Tauro del Pino)
Rivera Martínez es un narrador talentoso, que se perfila dentro de los lineamientos sofisticados del realismo maravilloso andino, emparentado con Eleodoro Vargas Vicuña y Arguedas, principalmente; en cambio, emplea el régimen moral velado y conductor, hasta lograr un lirismo narrativo neoindigenista, y el logro fabulador de la literatura fantástica. Se diría que Rivera Martínez, en sus últimas prosas narrativas, teje el sostén temático con cierta veta de contenido mágico, multicolor y perfeccionado. (César Toro Montalvo)
País de Jauja constituye la mejor novela peruana sobre la vocación artística: nunca en nuestras letras se había pintado con sutileza y finura semejantes la experiencia estética. Agréguese que aletea en sus páginas un desborde del corazón y un vuelo del espíritu que solo admite paralelo con los mejores momentos novelísticos de Arguedas y Gutiérrez. (Ricardo González Vigil)
Obras: Novelas: País de Jauja (1993) - Libro del amor y las profecías (
1999) - Diario de Santa María (2008) - A la luz del amanecer (2012)
Cuentos: El unicornio (1963) - El visitante (1974) - Azurita (1978) -Enunciación (1978) - Historia de Cifar y de Camilo (1981) - Ángel de Ocongate (Original) (1982), cuento. - Ángel de Ocongate y otros cuentos (Versión extendida) (1986) - Cuentos completos (1999), recopilación de cuentos. - Ciudad de fuego (2000), tres novelas cortas. - Danzantes de la noche y de la muerte y otros relatos (2006), - Una azucena de luz y de colores (2006), seis relatos de temática infantil. - Cuentos del Ande y la neblina: (1964 - 2008) (2008), recopilación de cuentos. Revista Literatura Peruana - [email protected]
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arqueologiadelperu · 6 years ago
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Los oráculos en el Imperio inca
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La función de los oráculos en el Imperio inca *
  Importancia del fenómeno oracular en el mundo andino antiguo
Los oráculos —a saber, santuarios controlados por sacerdotes allí residentes, a través de los cuales las divinidades del lugar daban respuestas a quienes las consultaban— representaron una de las instituciones más importantes del mundo andino antiguo. La actividad oracular parece, en efecto, haber tenido entre las sociedades del Perú prehispánico, todas las características de lo que el gran sociólogo y etnólogo francés Marcel Mauss, en su clásico Essai sur le don (1923-1924), llamó un «hecho social total», esto es, uno de aquellos fenómenos polivalentes y multidimensionales que abarcan diferentes esferas (religiosa, política, jurídica, económica, artística, etc.) de la vida sociocultural y «ponen en movimiento a la totalidad de la sociedad y de sus instituciones» (Mauss, 1965: 286).
Autor: Marco Curatola Petrocchi Pontificia Universidad Católica del Perú
Quis vero non videt in optuma quaque republica plurimum auspicia et reliquia divinandi genera valuisse1 Marcus Tullius Cicero, De divinatione, 43 a. C.
* El título del presente ensayo está expresamente inspirado en el de la ponencia «La función del tejido en varios contextos sociales en el Estado inca», presentada por John V. Murra en el II Congreso Nacional de Historia del Perú, que se celebró en Lima en 1958 y que, de alguna manera, marcó el inicio del desarrollo de los estudios etnohistóricos en el Perú (Curatola, 2002a: 51; cf. Murra, 2002: 113 y 121). Definitivamente, tanto el famoso estudio de Murra sobre los tejidos (1962, 2002: 153-170; véase también 1978: 107-130) como nuestro ensayo tienen un explícito enfoque funcionalista, relacionado al pensamiento de Durkheim y Mauss y a los planteamientos de la escuela de Antropología Social británica, a la cual por lo demás se debe toda una serie de importantes contribuciones precisamente sobre el tema de la adivinación. Como ha bien señalado Jean Pierre Vernant (1974: 6 y 7), fueron antropólogos ingleses como Edward Evans-Pritchard (1937), George Park (1963), Victor Turner (1968) y Max Gluckman (1972) quienes mostraron como en determinadas sociedades tradicionales la adivinación represente «un órgano oficial de legitimación», en grado de proponer, en el caso de elecciones cargadas de consecuencias para el equilibrio de los grupos, decisiones socialmente «objetivas», es decir, independientes de los deseos de las partes en causa y sostenidas por un consenso general del cuerpo social, que coloca este género de respuestas encima de las contestaciones. Park (1963: 205), además, sobre la base del análisis comparativo de la adivinación en diferentes contextos de África, China y las Grandes Llanuras norteamericanas, llegó acertadamente a vislumbrar —como ya intuído hace dos mil años por el romano Marco Tulio Cicerón (Cicerone, 1994: 75, lib. I, XLIII, 95)—, como esta fuera una práctica particularmente desarrollada y difundida sobre todo en las sociedades con sistemas religiosos de carácter organizado y agregante (congregacional) y centrados en el culto de los antepasados. El caso de la civilizacíon andina, e inca en particular, con su culto de los malquis (momias de los antepasados), sus grandes rituales colectivos y sus innumerables oráculos (que pueden considerarse la forma culturalmente y socialmente más elevada de adivinación), confirma plenamente su conjetura.
Versiones preliminares de diferentes partes de este ensayo fueron leídas como ponencias en los Congresos Internacionales de Americanistas de Santiago (2003) y Sevilla (2006) y en el IV Simposio Internacional de Arqueología PUCP (16-18 de agosto de 2003), así como conferencias en el Department of Antropology de la Yale University (9 de octubre de 2006), gracias al auspicio del Department of Anthropology, el Council of Latin American and Iberian Studies y el Department of Spanish and Portuguese, y en la Maxwell School de la Syracuse University (12 de octubre de 2006), con el auspicio del Program of Latin American and the Caribbean y del Dellplain Program in Latin American Geography. Las preguntas y comentarios puntuales recibidos en las susodichas oportunidades nos han brindado preciosos estímulos para repensar y afinar diversos puntos de nuestra reconstrucción e interpretación del fenómeno oracular en los Andes. Nuestra participación en los Congresos de Americanistas fue hecha posible por el apoyo económico del Departamento de Humanidades de la PUCP. A los colegas Krzyzstof Makowski y Pepi Patrón, sucesivos Jefes de Departamento, y a Rolena Adorno, Richard Burger y David Robinson, organizadores de las conferencias de Yale y Syracuse, nuestro más profundo agradecimiento.
Definitivamente, todas las crónicas y las relaciones de los siglos XVI y XVII sobre los Incas y los pueblos andinos sus contemporáneos, así como sobre los de la época colonial, están literalmente plagadas de descripciones, relatos y menciones de prácticas oraculares. Por los cronistas sabemos que al tiempo del Tahuantinsuyu (Imperio inca, siglo XV – inicios XVI) existían famosos centros oraculares, meta de peregrinaciones a nivel panandino, como el de Pachacamac, en el valle de Lurín, en la costa central peruana; el de Titicaca, en una isla frente a la península de Copacabana, en el homónimo lago altiplánico; y el de Catequil, cerca de Huamachuco, en la sierra norte del Perú; así como otros numerosos centros de importancia regional e interregional, como Huarivilca, en el valle del Mantaro; Pariacaca, en la sierra de Huarochirí (Lima); Rimac, en el valle de la actual ciudad de Lima; Chichacamac, en el valle de Chincha, en la costa sur del Perú; Coropuna, en proximidad del homónimo nevado (Arequipa); Apurimac, en las riberas del río del mismo nombre; Huanacauri, en el valle del Cuzco;
Ancocagua, en territorio de los Canas (Cuzco); y Vilcanota, en el paso de La Raya, que marca el límite entre la sierra sur y el altiplano del Collao. En cuanto al Coricancha, el gran templo del dios Sol en el Cuzco, éste era el santuario oracular por excelencia del rey Inca.
De las fuentes documentales se desprende que no había actividad pública o privada de cierta relevancia que fuera emprendida sin previa consulta de las divinidades. El Sapa Inca (el «Único Inca», es decir, el rey Inca) no tomaba ninguna decisión —fuera ella de carácter administrativo, político, religioso, económico, militar o diplomático— sin el conforto y el respaldo de la palabra del dios Sol (Cabello Valboa, 1951: 307, cap.15; Gose, 1996: 5). Y también la gente común recurría regularmente a diferentes prácticas adivinatorias y oraculares antes de iniciar las faenas agrícolas, de emprender viajes, de construir canales de regadío, en caso de enfermedades, en ocasión de catástrofes naturales y en cualquier otro momento importante o crítico de la vida individual y colectiva (Santillán, 1968: 112, n. 27). De hecho, cada ayllu (grupo corporativo de parentesco) y cada comunidad tenían sus propios «oráculos», que podían ser una piedra-menhir (huanca) identificada con el fundador mítico del linaje o del grupo, los cuerpos momificados (malquis) de los antepasados de los señores étnicos (curacas), o sencillamente un lugar de la naturaleza —una fuente, una gruta, una roca, una cumbre de montaña, etc.— llamado pacarina, de donde se creía hubiese salido la primera pareja mítica de ancestros. Todas estas entidades sagradas y cualquier otro objeto, imagen o adoratorio identificado con seres y poderes extrahumanos, eran llamados genéricamente huacas (wak’a) y todos eran, por lo menos en potencia, oráculos (cf. Rowe, 1946: 302; Mason, 1978: 221; Szemiñski, 1987: 92-93). En efecto, con el término genérico de huaca, los andinos indicaban la fuerza que «animaba» lo que comúnmente está inanimado; y esta «animación» se manifestaba, en primer lugar, a través de la facultad de «hablar», de comunicarse con los hombres[1]. Cuando una huaca «enmudecía» podía significar que estaba enojada, que estaba temporáneamente impotente o peor, que había perdido por completo su poder. En este último caso, dejaba de ser huaca y su culto era abandonado (Gose, 1996).
Significativa, al respecto, es la tradición inca —recogida por le padre Bartolomé Álvarez (1998: 74, cap. 133)— según la cual no apenas, en cualquier parte del Imperio, alguna piedra ú otro objeto mobil empezaba a «hablar», manifestando su naturaleza de huaca, esto era llevado al Cuzco y colocado en el Coricancha, a fin de que fuera examinado y puesto a prueba por el propio Inca. Allí, luego de haber hecho averiguaciones sobre las circustancias y las modalidades de la presunta manifestación sobrenatural, el soberano procedía a pedir el parecer del dios Sol y, sobre todo, a hacer preguntas a la misma huaca, buscando entablar con ella una comunicación oral directa. Si la huaca le contestaba, el Inca la reconocía como «buena»: esto comportaba que se le tributaran de inmediato honores y ofrendas y que, desde ese momento, su culto fuera reconocido oficialmente por el Estado. La huaca era llevada entonces de vuelta a su lugar de origen, donde se establecía un santuario, al cual cada año el Inca, puntualmente, enviaba dones. Pero si, al revés, la piedra, o el objeto que fuese, se quedaba muda, el Inca declaraba «que no era buena» —a saber, que no era huaca—, lo que significaba que no merecía forma alguna de veneración y más bien debía ser desechada.
Por lo demás, los mismos relatos de los orígenes de los Incas no hacían más que exaltar y recalcar la trascendental importancia de las pláticas con los dioses. Según estas narraciones, de claro carácter normativo y formativo para la entera sociedad, la pareja de héroes culturales, Manco Capac y Mama Huaco, fundadores de la ciudad del Cuzco y de la dinastía de sus reyes, así como de la civilización inca en general, habría adquirido su autoridad, su poder y derecho al mando de una comunicación oral, fluida, directa y privilegiada con seres sagrados. Así, en la Historia Indica (1572) de Pedro Sarmiento de Gamboa (2001: 54 y 63, XII y XIV) —basada en los relatos de ancianos quipucamayocs[2] depositarios de las tradiciones «históricas» incas— se narra que Manco Capac habría manado de la cueva de Tambotoco, en el sitio de Pacariqtambo («lugar de origen»), llevando consigo un ave rapaz dotada de grandes poderes, de nombre «Indi», la cual era su huauqui[3] y «le daba oráculo y respuesta». Es precisamente gracias a la relación oracular con esta ave divina (con toda probabilidad una de las diferentes manifestaciones de «Inti», el dios Sol) que Manco habría adquirido el rango de señor poderoso y conseguido «que las gentes le siguiesen». Sucesivamente, —siempre según la crónica de Sarmiento (2001: 67-69, cap. XVII )— también el cuarto Inca de la dinastía, Mayta Capac, tuvo ocasión de platicar con «el pajaro Indi», recibiendo una serie de predicciones y consejos que lo volvieron de violento e impulsivo, cual había sido por toda su juventud, en un gobernante «muy sabio y avisado en lo que había de hacer y de lo que había de suceder». En cuanto a la madre-esposa de Manco Capac, Mama Huaco, hija del Sol y de la Luna, mujer fuerte y valiente y primera Coya (reina) de la dinastía inca, esta —cuenta el cronista andino Felipe Guaman Poma de Ayala (1980: 63-64, nn. 80-81, y 99, n. 121)— habría alcanzado en el Cuzco de los orígenes un poderío todavía mayor que el del mismo Manco, gracias a la potestad que tenía de hacer hablar, durante ritos esotéricos, a las piedras, las peñas, las lagunas y las imágenes de las huacas, con las cuales conversaba «como si fueran personas». Así mismo, Huanacauri, huaca primigenia y gran oráculo de los Incas, estaba identificado con un hermano de Manco Capac, el cual, luego de haber adquirido los semblantes de un ave con grandes alas de plumas multicolores y antes de transformarse en piedra en la cumbre del cerro homónimo, había dado indicaciones a Manco sobre donde debía de fundar el Cuzco y predicho que él y sus descendientes se volverían señores de un gran Imperio (Cieza, 1985: 16-17, cap. VII). En el relato de Joan de Santa Cruz Pachacuti Yamqui, Manco Capac, estando en la cima del cerro Huanacauri, justo antes de bajar al valle del Cuzco, vio formarse milagrosamente sobre su cabeza dos grandes arcos iris, que interpretó como un signo claro del favor de los dioses y de la futura grandeza y prosperidad de su pueblo. En el lugar de la aparición, los sucesores de Manco colocaron un ídolo de piedra con rasgos de ave rapaz, que pronto «empezó a hablar», manifestando así todo su poder y benevolencia hacia los Incas (Pachacuti Yamqui, 1993: 194 y 196, ff. 6v y 7v). En suma, no cabe duda que los Incas hacían remontar el origen mismo de su Estado y de su poderío a una relación directa, de orden oral, entre sus ancestros y las huacas y a toda una serie de otros hechos patentemente oraculares.
El estudio de los oráculos andinos
A pesar de la trascendental relevancia y difusión del fenómeno oracular en el mundo andino antiguo, éste, extrañamente, no ha llamado la atención de los investigadores hasta años relativamente recientes. Inclusive, en el enciclopédico y actualizado compendio sobre las religiones andinas publicado en 2005 por Manuel Marzal, con la colaboración de algunos entre los más destacados especialistas de la materia a nivel internacional, el tema es prácticamente pasado por alto. Por lo demás, el mismo gran centro ceremonial de Pachacamac, el oráculo de los oráculos, mencionado en todas las principales crónicas y el primer sitio en absoluto de todas las Américas al cual se haya dedicado una monografía arqueológica (Uhle, 1903, 2003) —una obra que, en el juicio de Gordon Willey y Jeremy Sabloff (1993: 79), «queda como uno de los monumentos de la arqueología americana»—, no ha sido objeto de investigaciones y análisis de carácter histórico-antropológico hasta hace poco más de veinte años. En efecto, si se exceptúan unas «breves notas» de Arturo Jiménez Borja y Alberto Bueno de 1970 y un «breve ensayo» precursor de María Rostworowski de 1972, los estudios documentales sobre Pachacamac empezaron solo a partir de la década de 1980, cuando aparecieron los trabajos de Alberto Bueno (1982), Arturo Jiménez Borja (1985) y Thomas Patterson (1985), seguidos en la década de 1990 por importantes contribuciones de la misma María Rostworowski (1992; véase también 1999) y de Peter Eeckhout (1993, 1998, 1999, 1999-2000, 2003, 2004, 2005 y 2004 [ed.]). En la última década, de Pachacamac se han ocupado también Izumi Shimada (1991 y 2004) y Jahl Dulanto (2001). Al mismo tiempo, se han ido multiplicando las investigaciones arqueológicas y etnohistóricas sobre otros grandes oráculos, como Catequil (Topic, 1992, 1998, 2004; Topic, Lange Topic y Melly, 2002; véase también Gareis, 1992: 120-127), Titicaca (Deaborn, Seddon y Bauer, 1998; Seddon, 1998 y 2005; Bauer y Stanish, 2003; Stanish, 2003; véase también Ponce Sanginés et al., 1992) y Coropuna (Reinhard, 1999; Ziółkowski, 2004 y 2005; Ziółkowski y Sobczyk, 2005). Y se han dado también avances en el estudio de Huanacauri, a todas luces la más antigua divinidad de los Incas (Szemiñski, 1991; Ziółkowski, 1997: 69-75); de Cacha (Ballesteros-Gaibrois, 1979, 1981, 1982; Sillar, 2002; Sillar y Dean, 2002), Vilcanota (Reinhard, 1995) y Ancocagua (Reinhard, 1998), famosos templos oraculares en territorio canas, al sudeste del Cuzco; de Pariacaca, la divinidad principal de los Yauyos, cuyo santuario se ubicaba en proximidad del homónimo nevado (Bonavia, 1990; Duviols, 1997a; Astuhuamán, 1999a y 1999b); y de Huarivilca, el oráculo de los Huancas del valle del Mantaro. Luego de las pioneras investigaciones arqueológicas de Isabel Flores Espinoza (1959) y Daniel Shea (1969), las escasas noticias de orden histórico que se poseen sobre este último, han sido objeto de análisis en tiempos recientes por José Carlos de la Puente Luna (2004; véase también el ensayo en este mismo tomo). Y, finalmente, a distancia de varias décadas de los pioneros estudios de Robert Lehmann-Nitsche (1928) y John Rowe (1944: 26-40), al Coricancha —el gran templo del Sol en el Cuzco, en el cual residía el Huillac Umu («el adivino que habla, que relata»), el sumo sacerdote de la Iglesia inca—, han dedicado trabajos monográficos Raimundo Béjar Navarro (1990) y Armando Harvey Valencia (1994), y un capítulo de su libro sobre la antigua capital inca Brian Bauer (2004: 139-157).
Templo del Sol en Machu Picchu
En concomitancia con esta proliferación de estudios analíticos sobre este o aquel gran centro oracular de la protohistoria andina —debida, por lo menos en parte, a la orientación y los intereses propios de la arqueología postprocesual (cf. Curatola, 2002b: 92)—, también se han ido desarrollando, paulatinamente, reflexiones de carácter teórico e interpretativo sobre el papel y la función de los oráculos como institución en la sociedad andina antigua. Posiblemente, el primero en percibir con claridad el importante papel político que podía desempeñar un oráculo fue Thomas Patterson, quien en un ensayo de 1985 sobre Pachacamac, mostró cómo este santuario cumpliera al tiempo de los Incas una importante función cohesiva y estabilizadora dentro de un sistema político que se caracterizaba por relaciones de alianzas inestables y crónicamente cambiantes, tanto entre las diversas facciones de la aristocracia cuzqueña como entre éstas y los diferentes grupos étnicos del Imperio (véase también Patterson, 1992: 88-92). Sin embargo, fue Sabine MacCormack —no acaso especialista del mundo clásico, griego y romano, en el cual la adivinación y los oráculos representaron fenómenos comunes— a notar por primera vez, en forma puntual, la gran difusión de las prácticas oraculares en el mundo andino antiguo y a interrogarse sobre las razones de este fenómeno. En su libro Religion in the Andes (1991), la estudiosa ha planteado que los innumerables grandes y pequeños santuarios oraculares existentes a lo largo de los territorios que abarcaba el Tahuantinsuyu tuvieron la precipua función de legitimar el poder político, fomentando y articulando el consenso de la población hacia la elite (MacCormack, 1991: 59 ss.). Y prácticamente a las mismas conclusiones ha llegado Mariusz Ziółkowski, al tratar sobre la naturaleza de la relación Incas oráculos en un párrafo —del significativo título «Los oráculos o de la importancia de conversar con los dioses»— de su libro La guerra de los Wawqui (1997: 84-87; véase también Ziółkowski, 1991). El estudioso, en línea con unas observaciones ocasionales de María Rostworowski (1983: 11-12 y 1988: 206; véase también Rostworowski y Morris, 1999: 293) sobre la relevancia en el mundo andino antiguo del «don de la palabra» por parte de los dioses, ha bien puntualizado cómo de hecho todas las huacas fuesen oráculos, ya que una de sus principales y más universales características era precisamente la de «hablar» con sacerdotes y fieles, y cómo los Incas acudían a consultarlas de continuo, sobre todo por cuestiones relativas a la persona del Sapa Inca y al éxito de las campañas militares. Al respecto, Ziółkowski ha notado que la creencia y las prácticas oraculares entre los señores del Cuzco eran tan radicadas que estos no solo interrogaban a sus propios dioses en el Coricancha y en otros templos del Sol, sino que, todas las veces que les era posible, consultaban también a los mayores oráculos no incas, como Pachacamac o Catequil, a todas luces con el afán de aprovecharse y beneficiarse del gran prestigio de estos santuarios y legitimizar su posición hegemónica frente a los lugareños y a los otros pueblos sometidos.
Esta misma interpretación del fenómeno ha sido desarrollada por Brian Bauer y Charles Stanish (2003) con referencia a Titicaca, cuyo santuario oracular fue un importante centro de peregrinaciones de nivel regional desde la época Tiwanaku (siglos V-XI d. C.). Específicamente —según estos investigadores—, los Incas habrían acrecentado y explotado a sabiendas el poder comunicativo del oráculo. Cuando, en su proceso de expansión imperial, vencieron a los Collas y los incorporaron al Tahuantinsuyu, se habrían apoderado del santuario e, invirtiendo ingentes recursos en infraestructura y dotación, lo habrían transformado en un oráculo de importancia panandina, con la expresa finalidad de dar un fuerte sentido de legitimación a su hegemonía sobre la región y transmitir un contundente y persuasivo mensaje ideológico de poderío a los peregrinos que allí acudían desde todos los rincones del Imperio (Bauer y Stanish, 2003: 35-36 y 286-291).
Análoga, pero al mismo tiempo opuesta, es la función que atribuye a los oráculos Peter Gose. En su sugerente ensayo Oracles, divine kingship, and political representation in the Inka State (1996) —quizás el primero en absoluto en el cual se haya abordado en forma específica y directa el estudio del fenómeno oracular, en los Andes, como institución social— Gose coincide plenamente con Sabine MacCormack en reconocer que los oráculos desempeñaron entre los Incas un papel medular en la dinámica del sistema político, sin embargo se distancia de ella al plantear que estos servían fundamentalmente a dar voz, expresión y representación política a los grupos subalternos, en un régimen de poder centrado en la figura de un rey divino, tal cual fue el Sapa Inca por lo menos a partir del gobierno de Tupa Yupanqui (ca. 1471-1493)[4]. En otras palabras, el Inca, en cuanto hijo del dios Sol y por tanto ser sagrado, diferente y superior respecto a todos los humanos, no podía de ningún modo aceptar observaciones o, peor, cuestionamientos a su obrar de parte de los hombres, ya que esto hubiese representado una intolerable disminución de su status, de su autoridad y su poderío absoluto, pero sí podía interrogar a los dioses —sus pares— y recibir de ellos respaldo, predicciones e indicaciones. De este modo, las huacas regionales y locales más importantes, así como las momias de los antiguos reyes Inca —también ellas dotadas del poder de hablar— con sus respuestas podían expresar apreciaciones, aspiraciones, críticas y reivindicaciones de sus respectivos pueblos y grupos sociales que de ninguna manera el soberano Inca hubiese podido aceptar por boca de comunes mortales, fueran ellos nobles o curacas del más alto rango. Además, a través de periódicas y sistemáticas consultas a las diferentes huacas, por lo menos teóricamente no sujetas a los condicionamientos inherentes a la relación rey (además sagrado)-súbdito, el Inca podía recoger un conjunto de informaciones fidedignas, que le permitía tomar las decisiones más apropiadas, ajustadas a la realidad y en línea con el sentir profundo de las poblaciones.
Posteriormente, de los oráculos andinos se ha ocupado también el que escribe en el ensayo «Adivinación, oráculos y civilización andina» (Curatola, 2001), en el cual se ha intentado explicar el extraordinario desarrollo del fenómeno oracular en el Perú antiguo, poniéndolo en estrecha y directa relación con otros aspectos fundamentales de la civilización andina. El Tahuantinsuyu y, con toda probabilidad, las otras grandes formaciones estatales que lo precedieron, como el imperio Huari (siglos VII-X d. C.) y el reino de Chimor (siglos XIIIXV d. C.), a pesar de sus notables dimensiones territoriales, sus altamente planificadas organizaciones administrativas y sus múltiples conquistas culturales, se desarrollaron sobre la base de una estructura sociopolítica relativamente sencilla, en cuanto fundada sobre grupos corporativos de parentesco (ayllus. Cf. Isbell, 1997: 98-99 y passim). Además, al parecer ninguno de estos Estados contó con alguna forma de escritura comparable con los sistemas gráfico-fonéticos avanzados —esto es en grado de expresar todo lo que puede ser dicho— de la antigüedad euroasiática, ni llegó a tener alguna mercadería-signo con funciones plenamente monetarias. Estas aparentes (por lo menos en términos comparativos y desde una perspectiva eurocéntrica) «limitaciones» culturales —a saber, sobre todo, una organización sociopolítica de base de nivel aldeano, estructuralmente segmentaria, así como la ausencia de un sistema de notación capaz de registrar con un cierto grado de fidelidad la lengua hablada— fueron, sin embargo, compensadas por toda una serie de instrumentos, mecanismos e instituciones sumamente originales cuanto eficientes, entre los cuales se encuentran sistemas de registro y transmisión de la información como los quipus (khipu), y los tocapus (tokhapu) y las «tablas historiadas», así como la semantización y «textualización» del territorio (a saber la cuidadosa y altamente planificada construcción de un paisaje sagrado denso de significados y memoria), los ceques (siq´i) y los mismos oráculos. Los quipus eran artilugios formados de varios cordeles de diferentes colores con nudos, a través de los cuales, por lo menos desde la época del estado Huari, los andinos pudieron registrar en forma sumamente precisa ya sea datos cuantitativos, asociados a indicaciones cualitativas, como información esquemática y estereotipada sobre genealogías y eventos históricos, como indican textos de la época colonial que aparentan ser transliteraciones del contenido de unos de ellos[5]. Los tocapus, en cambio, eran recuadros con signos geométricos bastante complejos y altamente estandarizados, que se encuentran reproducidos sobre tejidos y queros (vasos de madera) incas, los cuales posiblemente servían para transmitir mensajes e informaciones conceptualmente comparables a los brindados por las insignias y las condecoraciones de los militares (cf. Arellano, 1999). Y las «tablas historiadas» eran tablones de madera sobre los cuales estaban pintadas escenas de la historia mítica y dinástica inca. Una gran «archivo» de estas tablas se conservaba en un templo del Sol, llamado Poquen Cancha, ubicado inmediatamente al noroeste del Cuzco (Sarmiento, 2001: 49, cap. IX; Molina, 1989: 49-50; cf. Porras, 1963: 112-115). En cuanto al sistema de los ceques —las líneas sagradas imaginarias que partían en forma radial del centro del Cuzco y a lo largo de las cuales se encontraban una serie de huacas (véase Rowe, 1981; Bauer, 2000; Cerrón-Palomino, 2005)—, los trabajos de Tom Zuidema (1989, 1991, 1995 y 2003) han mostrado cómo estos representaron un sofisticado sistema operacional polivalente, a través del cual los Incas codificaban y hacían coincidir los diferentes planos de la experiencia y de lo real, desde la organización sociopolítica a la del espacio, desde la astronomía y el calendario al ciclo de las actividades económicas y ceremoniales, desde la cosmología a las manifestaciones artísticas, en una grandiosa operación de racionalización y sistematización del universo cultural y natural que posiblemente no tiene igual en ninguna otra civilización antigua de la historia.
También los oráculos, con sus predicciones, revelaciones, indicaciones y descifraciones de signos, hechos y situaciones de difícil inteligencia, tuvieron que desempeñar un importante papel cognitivo y racionalizante de la realidad, pero, de todas maneras, aún más relevante fue su rol sociopolítico, siendo una de las instituciones «eje» de las sociedades complejas andinas, posiblemente desde las últimas fases del Precerámico (segunda mitad del III milenio a. C.) y las primeras del Formativo (II milenio a. C.). En efecto, en base a inferencias de orden etnohistórico, es legítimo hipotizar que los Altares del Fuego Sagrado del Templo Mayor y del Templo del Anfiteatro de la «ciudad sagrada» de Caral (Shady y Leyva, 2003: 169-185, 237-253), así como análogas estructuras rituales con fogones característicos de la así llamada Tradición Religiosa Kotosh, como las de Kotosh en el Alto Huallaga, de Huaricoto y La Galgada en el valle del Santa (Burger y Salazar-Burger, 1980; véase también Burger, 1993: 41-49), y de Pampa de las Lamas-Moxeke y Taukachi-Konkán en el valle de Casma (Pozorski y Pozorski, 1994 y 1996), hayan sido fundamentalmente lugares sagrados de acceso restringido, donde las divinidades se manifestaban a través de las llamas de fuegos sagrados a los sacerdotes responsables del culto y a pocos otros elegidos. De hecho, por lo menos en tiempos prehispánicos tardíos, los oráculos representaron —como se verá— un formidable mecanismo, a la vez, de legitimación del poder, normatividad, acopio de información, de comunicación y de negociación, que contribuía en manera determinante a que las formaciones estatales andinas lograran controlar y revertir la tendencia a la segmentación política propia de cualquier sociedad de linajes.
Los oráculos como instrumento de normatividad y legitimación del poder entre los Incas
En primer lugar, los oráculos tuvieron que desempeñar muchas de las funciones de la escritura, instrumento príncipe para el establecimiento de esas normas fijas y universales tan necesarias para la organización, el funcionamiento, el control y el mantenimiento de cualquier formación sociopolítica compleja de ciertas dimensiones. Al categórico «está escrito» del antiguo pueblo de Israel o al más profano, pero no menos imperioso, «dura lex, sed lex» de la Roma de los Césares, debió corresponder en el mundo andino algo así como «es la palabra de la huaca». Las respuestas oraculares, volviendo impersonales, «objetivizando» y «sacralizando» los planteamientos, las disposiciones y los intereses de personas y grupos particulares, transformaban la sencilla expresión de la voluntad de un individuo (Inca, curaca o sacerdote que fuera) o de una gens (panaca, «parcialidad real inca», o ayllu que fuese) hegemónica en una verdad absoluta, lo que no cabe duda, hacía que fuera más facilmente aceptada y respetada por la gente de par rango y, a mayor razón, por los grupos secundarios y subalternos. La palabra de los dioses aseguraba ley, orden y solidaridad —en el sentido durkheimiano del término— a la sociedad de los hombres. Y no se piense que sea ésta una mera ilación o una erudita conclusión de los estudiosos modernos del fenómeno. Ya lo percibieron con absoluta claridad cronistas del siglo XVI y XVII como el oidor Hernando de Santillán (1968: 104, n. 2) y el jesuita Bernabé Cobo:
«Todos los Incas —escribía este último al inicio de su relato sobre la historia dinástica de los señores del Cuzco—, desde el primero, para ser obedecidos y respetados de sus vasallos, y para más autorizar sus leyes y mandatos e introducir cuanto querían, les hacían entender que cuanto mandaban y ordenaban lo mandaba su padre el sol, a quienes ellos frecuentemente comunicaban y consultaban todas las cosas que disponían en su reino; y por este camino, allende de ser tenidos y venerados del pueblo por hijos del Sol y más que hombres, no había contradicción en ninguna cosa que ordenasen, porque todos sus mandados eran tenidos por oráculos divinos» (Cobo, 1964, II: 66, lib. XII, cap. IV).
El Qoricancha. El Qoricancha fue un templo inca dedicado al culto al Sol sobre el cual los conquistadores construyeron el Convento de Santo Domingo.
Cualquiera fuese el móvil, una fe religiosa profunda o más prosaicamente, la sencilla praxis andina del poder, el Sapa Inca consultaba prácticamente a diario al Sol en el Coricancha. Guaman Poma así describe, en forma sintética, el ritual oracular: «Y allí en medio (del templo del Sol) se ponía el Inga, hincado de rodillas, puesta la mano, el rrostro al sol y a la ymagen del sol y decía su oración. Y rrespondía los demonios lo que pedía» (Guaman Poma, 1980, I: 236, n. 263). La «palabra» del dios Sol, por lo demás, constituía no solo el sustento y el fundamento legitimante de cada decisión y medida de cierta importancia tomada por el Sapa Inca, sino el origen mismo de la legitimidad de este último como gobernante. En efecto, era convencimiento común que entre todos los hijos de un determinado Inca llegaría a sucederle quien, en su debido momento, fuese llamado al templo y designado como soberano directamente por el dios Sol (Guaman Poma, 1980, I: 96, n. 118, y 263, n. 288; cf. Ziółkowski, 1991: 61 y 1997: 156-157). Esto explica porqué —según cuanto refiere Sarmiento de Gamboa— el príncipe Inca Yupanqui, el futuro Inca Pachacuti, una vez derrotados a los Chancas, hacia 1438, a pesar de tener el pleno control y el total respaldo de las milicias Inca y de ser ya de hecho el incontrastado señor del Cuzco, quiso que se interrogara al dios Sol acerca de quién debía gobernar. Frente a las rémoras de su padre, el pávido Inca Viracocha, que se resistía a abdicar en su favor, Pachacuti, al momento de hacer su ingreso triunfal en la capital, dispuso que se hiciesen grandes sacrificios a la imagen del Sol adorada en el Inticacha (el templo que de allí a poco él mismo volvería a edificar mucho más grande y suntuoso, rebautizándolo con el nombre de Coricancha), y se le preguntase quién debía ser el nuevo Inca.
«Y el oráculo del demonio que allí tenían —relata Sarmiento (2001: 92, cap. XXIX)— … dio por respuesta que él tenía señalado a Pachacuti Inca Yupanqui para que fuese inca. Con esta respuesta tornaron todo los que habían ido a hacer el sacrificio, y se postraron ante Pachacuti Inca Yupanqui, llamándole Capac inca intip churin, que quiere decir ‹solo señor, hijo del sol›».
Fue solo luego de esta investidura divina que Pachacuti recibió de parte del sumo sacerdote del Sol la mascaypacha —la borla signo de la dignidad imperial inca— y asumió oficialmente el poder, siendo universalmente reconocido como nuevo soberano. El oráculo del Inticancha lo había legitimado como Sapa Inca. Con la misma finalidad, dos generaciones más tarde, Huayna Capac a la muerte de su padre, el Inca Tupa Yupanqui, fue a interrogar al oráculo del Coricancha. Sin embargo, en esa ocasión los sacrificios y las consultas tuvieron que ser repetidos hasta cuatro veces, antes que el dios Sol decidiera manifestarse y hacer el nombre de Huayna Capac, como del que entre los varios hijos del finado Inca estaba destinado a ser el nuevo emperador (Guaman Poma, 1980, vol. I: 93, n. 113). Según la tradición dinástica Inca también Viracocha, padre de Pachacuti, en su momento había sido consagrado como Inca gracias a una revelación divina, en el caso específico de parte del dios Ticci Viracocha Pachayachachic, «padre de la gente, maestro ordenador el mundo» (cf. Duviols, 1977). Éste se le habría manifestado en Urcos, un pueblo a la orilla del Vilcanota donde había un gran santuario dedicado a él, anunciándole «grandes buenas venturas a él y a sus descendientes». Habría sido precisamente a consecuencia de esta aparición que el joven Inca, hasta ese momento llamado Hatun Tupa Inca, había asumido el nombre de Viracocha (Sarmiento, 2001: 80, cap. XXIV; véase también Betanzos, 2004: 55, parte I, cap. II, y 63, parte I, cap. V). Y, al respecto, hay que recordar que, con toda probabilidad, para los Incas el ser sobrenatural llamado Viracocha no era más que una de las manifestaciones del dios Sol, siendo justamente su figura estrechamente relacionada con el astro rey al momento de su máximo auge, es decir, al tiempo del solsticio de verano[6].
El hecho que los emperadores Inca consultaran de continuo la imagen del dios
Sol en el Coricancha, con la finalidad de legitimar sus decisiones, está confirmado en forma muy puntual por un testimonio de excepción: el de Tupa Amaru, el último soberano del así llamado Estado Neo-Inca de Vilcabamba, quien por disposición del virrey Francisco de Toledo fue decapitado en la plaza principal del Cuzco el 23 de setiembre de 1572. Momentos antes de ser ajusticiado, el Inca dirigió un sorpresivo discurso a la multitud de indios nobles y comunes reunida alrededor del cadalso, renegando del culto al Sol y denunciando como falsa y engañosa la práctica de las consultas oraculares. Según un testigo presencial del evento, Antonio Bautista de Salazar, tesorero de Toledo, Tupa Amaru habría dicho textualmente:
«Apoes, aquí estais de todos los cuatro suyos, sabed que yo soy cristiano, y me han baptizado, y quiero morir en la ley de Dios, y tengo de morir. Y todo lo que hasta aquí os hemos dicho yo y los Ingas mis antepasados, que adorásedes al sol, Punchau, y á las guacas, ídolos, piedras, rios, montes y vilcas, es todo falsedad y mentira. Y cuando os decíamos que entrábamos á hablar al sol, y que él decia que hiciésedes lo que nosotros os decíamos y que hablaba, es mentira; porque no hablaba, sino nosotros, porque es un pedazo de oro, y no puede hablar; y mi hermano Tito Cusi me dijo que cuando quisiese decir algo á los indios que hiciesen entrase solo al dicho ídolo Punchau, y no entrase nadie conmigo; y que el dicho ídolo Punchau no me había de hablar, porque era un poco de oro, y que despues saliese y dijese á los indios que me había hablado, y que decía aquello que yo les quisiese decir, porque los indios hiciesen mejor lo que les había de mandar; y que á lo que había de venerar, era lo que estaba dentro del sol Punchau, que es de los corazones de los Ingas mis antepasados» (Salazar, 1867: 280; cf. Levillier, 1935: 136 y 348-349).
Es probable que Tupa Amaru fuera inducido a hacer esta singular abjuración por los españoles mediante maltratos físicos, promesas de gracia, chantajes, presiones psicológicas e intimidaciones de toda índole, no última la amenaza de quemar su cuerpo después de muerto, lo que representaba para los andinos el peor y más temido de los destinos (Curatola, 2005; cf. Idem, 1989: 243-246). Pero, sea como fuere, las palabras del Inca quedan como un claro testimonio de la importancia de las consultas al dios Sol en el Tahuantinsuyu y de su uso político. En efecto, el mismo hecho que en un momento tan grave y extremo, frente a todo el pueblo del Cuzco, Tupa Amaru eligiera hablar precisamente de esa práctica, o que —cosa más probable— sus cómitres lo obligaran, para consolidar ideológicamente su triunfo político y militar, a condenar públicamente y desacreditar entre todas las variadas manifestaciones de la religión autóctona justo —y solo— las consultas oraculares, denota cuánto el recurso a los oráculos y la fe de sus predicciones debieron ser arraigados en la sociedad Inca. El discurso de Tupa Amaru pone patentemente de relieve la gran fuerza moral de la práctica, como instrumento de condicionamiento y constricción, y por ende, su trascendental valor político-jurídico.
La dama de Ampato, más conocida como la “Momia Juanita”
De todas maneras, los oráculos no tuvieron únicamente la función de legitimar el poder del Inca y de volver incuestionables sus mandatos. Peter Gose (1996) ha propuesto que, por lo menos en determinados contextos, estos representaron más bien un medio a través del cual los grupos subalternos podían expresar al soberano su sentir, sus aspiraciones y hasta su disenso, sin que esto apareciera como un desafío y una afrenta a su sagrada persona. La gran fiesta inca de la Capacocha habría respondido exactamente a este fin. Según el relato del cronista Pedro de Cieza de León (1553), cada año el Inca convocaba al Cuzco a las principales huacas de todos los pueblos del Imperio. Las imágenes de las divinidades, que llegaban a la ciudad con su séquito de sacerdotes y servidores, eran recibidas con gran pompa y en el día señalado reunidas en Aucaypata, la plaza central, a fin de que cada una hiciera, en presencia del Inca y de toda la elite cuzqueña, así como de la población de la comarca y de numerosas delegaciones de las etnias provinciales, una serie de predicciones sobre los eventos del año venidero:
«… questas estatuas y bultos y çaçerdotes se juntaban —escribe Cieza— para saber por bocas dellos el suceso del año, si avía de ser fértil o si avía de aver esterilidad, si el Ynga te(r)nía larga vida y si por caso moriría en aquel año, si avían de venir enemigos por algunas partes o si algunos de los paçíficos se avían de revelar. En conclusión eran repreguntados destas cosas y de otras mayores y menores que va poco desmenuzarlas, porque tanbién preguntavan si avría peste o si vernía alguna moriña por el ganado y si avría mucho multiplico dél. Y esto se hazía y preguntava no a todos los oráculos juntos, sino a cada uno por sí» (Cieza, 1985: 87-88, cap. XXIX).
Las preguntas eran formuladas por los responsables del culto estatal inca y contestadas por los ministros de las huacas, los cuales se preparaban a recibir la inspiración divina ingiriendo abundantes cantidades de aha (chicha) y abandonándose a danzas extáticas. A menudo estos, antes de responder, procedían a inmolar a un buen número de animales, para inducir a la divinidad a manifestarse. La huaca se comunicaba con ellos hablándoles directamente o a través de sueños[7]. Los Incas, por su parte, registraban cuidadosamente cada respuesta y al año siguiente, en la misma ceremonia, rendían públicamente homenaje a aquellas huacas cuyos oráculos se habían revelado acertados, asignando a sus respectivos templos notables cantidades de vasijas de oro y plata, de tejidos finos y de ganado. En cambio, las huacas que habían dado respuestas resultadas inexactas o, peor, equivocadas eran abiertamente estigmatizadas y sus templos no recibían dádiva o dotación alguna (Cieza, 1985: 89, cap. XXIX). Una humillación que, frente a los representantes de todas las naciones del Imperio, evidentemente aminoraba el prestigio y la autoridad de la huaca y, con ella, de toda su etnia.
Pero, ¿qué se proponían exactamente los Incas con tan aparatosa y concurrida ceremonia oracular? Gose (1996: 6-7) plantea que a través de este sistema de premios y escarmientos, el Inca propiciaba la formulación de respuestas fidedignas que expresaran los sentimientos verdaderos y los anhelos profundos de los grupos subalternos. Por lo demás, dichas predicciones, aun cuando no fueran tan favorables o en línea con los deseos del Sapa Inca, no podían ser consideradas, dado el marco sagrado y liminar en el cual se daban, como un reto sacrílego a la suprema y sagrada autoridad de este último. La «palabra» de las huacas habría pues, permitido a los representantes de las etnias de manifestar al Inca, en forma indirecta y desresponsabilizada, el sentir, las expectativas y las reivindicaciones de su gente; y al gobernante, de escuchar la «voz del pueblo» y, consecuentemente, tomar las decisiones más apropiadas para asegurar la paz y el orden en todo el Imperio, sin que esto de ninguna manera pudiera ser interpretado como una concesión a presiones desde abajo, un signo de debilidad y, por ende, una merma de su persona divina. Es posible que así haya sido. De hecho, no se puede descartar a priori que la ceremonia de la Capacocha tuviese, entre otras, también la función conjeturada por Gose, pero en realidad los Incas, para tantear el pulso de las poblaciones y conocer sus verdaderos sentimientos hacia el Tahuantinsuyu, disponían de otro medio muy eficiente, siempre relacionado a las consultas oraculares: el de las confesiones.
El oráculo de Titicaca y la confesión de los pecados
El ritual de la confesión de los pecados entre los Incas y, más en general, las poblaciones andinas de los siglos XV y XVI, mencionado en varias crónicas y documentos de le época[8], ha sido hasta la fecha poco estudiado, posiblemente porque considerado, por su aparente estrecha similitud con el sacramento católico, más una fantasía y una proyección de las categorías religiosas de los misioneros que una antigua práctica autóctona. Del mismo modo, los varios casos de confesiones indígenas registrados en las actas de las visitas y procesos de extirpación de la idolatría de la segunda mitad del siglo XVII y a inicios del XVIII, debieron pasar —como ha señalado Lorenzo Huertas (1981: 38)— por un mero fenómeno colonial, que se habría originado por imitación de la correspondiente práctica religiosa cristiana. Sin embargo, los testimonios documentales son tales y tantos (véase nota 9)que no queda la menor duda que los andinos —como, por lo demás, muchos otros pueblos nativos de América, Oceanía, África y Asia (véase Pettazzoni, 1929 y 1937)— desde los tiempos prehispánicos tuvieron formas propias y específicas de confesión de los pecados. Dicha práctica fue común y difundida en todos los territorios del Tahuantinsuyu, pero sobre todo en el Collao, donde estuvo estrechamente asociada al culto del gran oráculo de Titicaca. El agustino Alonso Ramos Gavilán —que en la segunda década del siglo XVII fue doctrinero en diferentes pueblos alrededor del lago Titicaca, comprendida la de Santa Ana de Copacabana (Espinoza Soriano, 1973a: 128135)— y el jesuita Bernabé Cobo —que en el mismo período desarrolló labor pastoral en la doctrina de Juli, viajando extensamente por toda el área altiplánica (Mateos, 1964: XX-XXII)— en sus pormenorizadas y precisas descripciones del santuario del Sol en la isla Titicaca concuerdan en afirmar que una de las primeras obligaciones de los peregrinos que confluían numerosos desde las más lejanas provincias del Imperio, desde Ecuador hasta Chile, era precisamente la de confesar sus pecados a los sacerdotes del lugar (Ramos Gavilán, 1988: 41, cap. IV, y 94, cap. XIII; Cobo, 1964, II: 189-194, lib. XIII, cap. XVIII).
  1998: 170; Gareis, 2005: 134). Por su parte, los jesuitas José de Arriaga, Franco Conde y Luis de Teruel detectaron en el pueblo de Huacho, en 1617, una modalidad más compleja de consulta oracular, basada en la posesión y la glosolalia. Según su testimonio, el mayor hechicero del pueblo «llegando a consultar al oraculo en cossa graue de repente quedaba sin juizio, y hablaua mucho tiempo sin que los que estaban presentes entendiessen palabra ni aun el mismo supiesse lo que decia, hasta que otro hechizero proximo a el en dignidad declaraba al Pueblo lo que el otro auia dicho, como que la guacha (la qual creian que se le entraba en el alma y se ponia assi) lo dizesse» (Polia, 1999: 387; Curatola, 2002c: 202).
Titicaca era uno de los sitios más sagrados y uno de los santuarios dotados de más recursos de todo el Tahuantinsuyu. Para Ramos Gavilán, el más opulento en absoluto: «Este templo —escribía en su Historia del Santuario de Nuestra Señora de Copacabana, publicada en 1621 (1988: 164, cap. XXVI)— fue el más rico de todos los del Pirú, porque como a él concurrían de todo el Reyno y de todo quanto a el Inga estaba sugeto, eran grandes las ofrendas que enriquezían sus erarios». Los señores del Cuzco pensaban que en esa isla habían in illo tempore tenido origen cuatro parejas primordiales de antepasados —los hermanos Ayar—, las cuales, luego de un largo recorrido subterráneo, habían finalmente emergido de una cueva del cerro Tamputoco, localizado en un paraje llamado Pacarictambo (Cabello Valboa, 1951: 363, parte III, cap. 21). Y sobre todo, los Incas compartían con las poblaciones del altiplano la creencia que allí había aparecido por primera vez el Sol, brotado de una cavidad a la base de una peña de arenisca rojiza, llamada Titicala, «Piedra del Felino» (Bauer y Stanish, 2003: 28; Bertonio, 1984: II parte, 32 y 353; cf. Cieza, 1984: 281, cap. CIII), que representaba el sancta sanctorum del centro oracular. Esa roca sagrada, considerada morada del dios Sol, estaba cubierta con cortinas de tela finísima (cumbi) y la concavidad de donde se pensaba había salido el astro rey estaba totalmente enchapada con planchas de oro y plata (Ramos Gavilán, 1988: 90-91, cap. XIII, 116, XVII, 149-150, XXIV, y 163, XXVI; Cobo, 1964, II: 193, lib. XIII, Cap. XVIII; Bauer y Stanish, 2003: 232244). Así mismo, también el resto de la vasta área del santuario que abarcaba la cercana isla de Coatí donde se rendía culto a la Luna, esposa del Sol, expresaba tangiblemente la gloria y la potencia de Inti, con sus monumentales y elegantes edificios en perfecta mampostería, en los cuales vivían y trabajaban una miríada de sacerdotes, acllas (mujeres escogidas) y servidores varios, encargados del cuidado del lugar y de la acogida de los peregrinos. Al parecer, gran parte de estas instalaciones fueron construidas al tiempo de los Incas Tupa Yupanqui y Huayna Capac, quienes visitaron personalmente en diferentes oportunidades el santuario (Bauer y Stanish, 2003: 69-71; Cobo, 1964, II: 84, lib. XII, cap. XIV). La última vez, posiblemente, fue cuando Huayna Capac, aprestándose a la guerra contra las reacias poblaciones del Ecuador que se habían rebelado, fue a consultar al oráculo, al cual hizo «infinitos» sacrificios, para asegurarse el éxito de la empresa (Sarmiento, 2001: 142-143, cap. LIX; Murúa, 1987: 110, lib. I, cap. XXX).
Pero, ¿cómo concretamente se desarrollaban las consultas oraculares en el santuario? Las informaciones de los cronistas, a pesar de lo vagas y escuetas, dejan entrever que había dos modalidades, no necesariamente alternativas, más bien complementarias: a través del fuego y mediante el trance. Pedro Sancho de la Hoz, el primer conquistador que llegó al altiplano del Collao, en su Relación de 1534 anotó de manera muy lacónica que en la isla había un templo del Sol con una gran piedra, llamada Tichicasa, desde la cual el dios hablaba a los nativos: «en donde, o porque el diablo se esconde allí y les habla» (Sancho de la Hoz, 1968: 331, cap. XVIII). Y el propio Ramos Gavilán (1988: 164, cap. XXVI), sobre este específico punto, se limitó a escribir que: «en este templo dava oráculos el demonio, assí de ordinario yvan a consultalle». Sin embargo, el agustino apuntó de forma incidental que unos ancianos del lugar le habían mencionado que junto a la roca antiguamente había un enorme brasero de oro (Idem: 116, cap. XVII; véase también Cobo, 1964, II: 192, lib. XIII, cap. XVIII); y del padre Cobo sabemos que la más solemne forma de adivinación, a la cual los señores del Cuzco recurrían para importantes asuntos de Estado, era precisamente la que se realizaba a través del fuego de braseros. En caso de barrunto de una inminente rebelión de alguna etnia o de una conspiración contra su persona, el Inca recurría a unos potentes y temidos adivinos, llamados yacarcas, originarios de Huaro, una comunidad ubicada a unos 50 km al sur del Cuzco (Cobo, 1964, II: 230-1, lib. XIII, cap. XXXVI; véase también Molina, 1989: 64-65). Estos acompañaban al soberano en sus desplazamientos y lo mantenían constantemente informado sobre lo que pasaba en todo el Imperio. Para invocar la benevolencia y la presencia de los dioses, los yacarcas encendían unos grandes braseros y procedían a hacer consistentes ofrendas de alimentos y objetos preciosos, y sacrificios de niños y camélidos. Luego, mascando coca, entonando cantos y recitando letanías, planteaban sus cuestiones a las divinidades que benévolamente les contestaban hablándoles a través de las llamas de los braseros.
«Usaban deste género de adivinar —dice textualmente Cobo— solamente en negocios muy graves y de importancia, como cuando había sospecha de que alguna provincia se quería rebelar o tramaba alguna traición contra el Inca y no se podía averiguar con testigos, tormentos ni por otro camino, y en casos semejantes».
A veces a la consulta asistía el propio Inca, que se preparaba para el solemne rito oracular absteniéndose en los días previos de comer ají, sal y carne. Pero, todavía más estricto era el régimen alimenticio de los sacerdotes, que —según el anónimo jesuita (¿Blas Valera?) autor de la Relación de las costumbres antiguas de los naturales del Perú (c. 1590)—, prácticamente comían solo productos vegetales. Los ayunos unidos a abundantes libaciones de aha y al consumo de coca y posiblemente otras sustancias estimulantes, así como los cantos y las letanías repetidos en forma monótona y obsesiva y las danzas frenéticas y prolongadas, debían engendrar en los sacerdotes estados alterados de la conciencia. Nos lo confirma el jesuita anónimo, quien, refiriéndose a los sacerdotes de los óraculos de Mullipampa (Quito), Pacasmayo, Rimac, Pachacamac y, al parecer, en particular de Titicaca, dice que estos, llamados huatuc, al momento de recibir las respuestas de la huacas, eran juguete de un furor místico que los nativos denominaban utirayay («arrobamiento, enajenamiento»): «Al tiempo de oír el oráculo, se tomaba el tal ministro de un furor diabólico que ellos decían utirayay, y después declaraba al pueblo lo que el oráculo había dicho» (Anónimo, 1992: 72).
Sea como fuere, por inspiración divina directa (adivinación intuitiva) o por intermedio del fuego (inductiva), las consultas oraculares tenían un carácter reservado. A la gran masa de los peregrinos que llegaban a la isla de Titicaca no era permitido acercarse a la roca sagrada Titicala. Cobo (1964, II: 192, lib. XIII, cap. XVIII) relata que los fieles podían mirarla solo de lejos, y precisamente desde un portal llamado Intipuncu (Puerta del Sol), ubicado a unos doscientos pasos de la peña, donde debían hacer entrega a los sacerdotes de las ofrendas para el oráculo. Por su parte, Ramos Gavilán menciona la existencia no de una, sino de tres puertas sucesivas, bastante cercanas entre ellas: Pumapuncu (Puerta del Puma), Kentipuncu (Puerta del Colibrí, la misma que Cobo llama Intipuncu) y Pillco-puncu (Puerta del Pilco), así llamada por las plumas verdes del pajaro «pilco» que la ornaban. Es posible —como hipotizan Bauer y Stanish (2003: 263-270)— que cada uno de estos portales representara el límite que podían alcanzar en la romería los peregrinos según su rango, a saber, según fueran gente común, representantes de las elites provincianas o miembros de la aristocracia inca. Lo cierto es que cada uno recibía una acogida y un trato en base a su status y sus necesidades. Ramos Gavilán (1988: 127-128, cap. XX) refiere que los Incas habían construido a lo largo del camino, en la península de Copacabana, una serie de grandes galpones (tampus) llamados corpahuasi —verdaderas «casas de los peregrinos»—, así como numerosos depósitos (colcas) que mantenían llenos de productos alimenticios y mantas para poder ofrecer alojamiento, comida y abrigo a la multitud de personas que llegaba de continuo en romería. Todas estas instalaciones estaban bajo el directo control de un gobernador, que era escogido entre los parientes más cercanos del propio Inca. Desde el momento en que los peregrinos ponían pie en la península, el Estado se hacía íntegramente cargo de ellos. «Cada uno —anota Ramos— era regalado, según la calidad de su persona, dándoles lo necesario de comida, y bevida, y si eran pobres se les dava algún vestido». Además, en Copacabana, los peregrinos podían encontrar y ser atendidos por gente de su misma etnia, ya que los Incas habían provisto a trasladar allí a decenas de grupos de mitimaes (mitmaq, colonos desplazados por el Inca) —de cuarenta y dos etnias distintas, según Ramos— precisamente para que se encargaran de la construcción, el mantenimiento y el funcionamiento de los lugares sagrados y de las estructuras de recepción. En la península, los peregrinos estacionaban unos días visitando diferentes adoratorios locales y esperando su turno para pasar, en balsa, desde la caleta de Yampupata a la isla de Titicaca (Ramos, 1988: 85-85, cap. XII, y 171-172, XXVIII). Allí, a las puertas del santuario, los esperaban los sacerdotes para confesarlos. Ramos Gavilán (1988: 94, XIII) asevera que los fieles se debían confesar, no una sino tres veces: primero llegando a Pumapuncu, con el sacerdote que custodiaba esa puerta, donde además debían quitarse las sandalias; luego, más adelante, con el sacerdote guardián de Kentipuncu y, finalmente, también con el de Pilcopuncu. La presión sobre los visitantes para que confesaran sus pecados era muy fuerte. El sacerdote de la puerta de Kentipunku, al momento de confesarlos, les recordaba que estaban acercándose al dios Sol y que si querían ganarse su favor debían mostrar todo su celo religioso, y el de Pilcopuncu insistía en que se hiciesen un ulterior riguroso examen de conciencia, a fin que no arriesgaran traspasar la puerta en estado de impureza.
Oráculo de Pachacamac
Es posible que los tres portales del santuario de Titicaca tuviesen una función análoga a los varios patios, con relativas puertas de acceso, que se encontraban sobre las plataformas del templo del gran oráculo de Pachacamac, «El que anima al mundo». A Hernando Pizarro (1968: 127), el primer conquistador que puso pies en este centro religioso (1533), le fue dicho que los peregrinos antes de ingresar al primer patio debían ayunar veinte días, y un año entero para poder ser admitidos al más alto, donde se encontraba el aposento del dios, el sancta sactorum al cual tenían acceso exclusivamente los sacerdotes. Hasta el solo rozar con las manos sus paredes por parte de los devotos hubiese sido considerado un acto sacrílego. Los andinos creían que quien se hubiese acercado al oráculo en estado de impureza o no habiendo cumplido todas sus obligaciones hacia el dios, hubiese sido tragado por las entrañas de la tierra. Pachacamac era considerado, en efecto, un ser tan poderoso cuanto temible, que si lo hubiese querido, hubiera podido destruir al mundo entero. Los temblores —fenómeno tan frecuente en la costa central peruana— eran vistos como una manifestación de su cólera. Los españoles tuvieron modo de acertarlo, todavía antes de alcanzar el oráculo. Miguel de Estete, uno de los miembros de la expedición de Pizarro, cuenta como justo la noche antes de su llegada a Pachacamac, mientras él y sus compañeros estaban descansando en un pueblo de la costa no lejos del santuario, hubo un intenso remezón, lo que provocó que los numerosos indígenas que los acompañaban, aterrorizados, se largaran precipitosamente, alegando que el dios Pachacamac se había enojado por su presencia y los iba a aniquilar a todos (Estete, 1968: 382. Véase también Idem, 1985: 136-137; Taylor, 1987: 335, cap. 22).
Así que no es difícil imaginar el estado de ánimo, sumiso y medroso, de los peregrinos que se confesaban en el santuario de Titicaca. Ocultar pecados en confesión era considerada una culpa gravísima, acarreadora de los más terribles castigos divinos, y los penitentes se estaban acercando a la morada del Sol, el más poderoso de todos los dioses; una divinidad además omnisciente, que ellos visitaban y consultaban (con toda probabilidad en el complejo arquitectónico conocido como La Chincana o Laberinto, a unos 200 m de la Titicala) precisamente por este poder que tenía de conocimiento de todas las cosas pasadas, presentes y futuras. Al oráculo de Titicaca no se le podía mentir. Posiblemente, para obtener una confesión sincera y completa de parte de los fieles, los sacerdotes del santuario no necesitaban ni siquiera recurrir a las contrapruebas que, por lo común, estilaban hacer en semejantes rituales. En efecto, en general, una vez escuchada la declaración del penitente los sacerdotes andinos solían controlar si éste les había dicho la verdad o menos, mediante diferentes técnicas adivinatorias: examinando las entrañas o la sangre de animales, echando una especie de dados (pichca), observando en cuántos pedazos se había fragmentado una cuentecilla de mullu (concha de Spondylus sp.) expresamente aplastada, o contando el número de cañitas contenidas en dos manojos de pajas. Cuando los adivinos se daban cuenta, o solo tenían barrunto, que el penitente les había mentido, no hesitaban en amarrarlo, bastonearlo, azotarlo y torturarlo hasta que no confesaba a plenitud todos sus pecados[9] . No cabe duda que para los Incas la confesión era un asunto de máxima seriedad y relevancia.
Pero, ¿qué, exactamente, era «pecado» para los andinos? Y, sobre todo, ¿cuáles transgresiones de normas y preceptos religiosos, los peregrinos eran tenidos a confesar de todas maneras a los sacerdotes de los oráculos incas? Afortunadamente, Ramos Gavilán (1988: 87, cap. XII) es muy explícito al respecto:
«El orden de confessarse con estos Sacerdotes —escribe— era, que postrados, y con gran sumissión, dezían sus pecados, el descuydo que avían tenido en servicio de los Idolos, y en particular del Sol, que era el Dios principal que adoravan. Y si a caso avían sido negligentes en el servicio del Inga, también lo confessaban».
Y el padre Cristóbal de Molina, gran conocedor de la religión inca, en su Relación escrita alrededor de 1573 es todavía más preciso:
«Los yncas y jente del Cuzco siempre hacían sus conficiones secretas y por la mayor parte se confesavan con los yndios de Huaro, hechiceros, que para ello dedicado tenían. Acusávanse en sus conficiones de no aver reverenciado al Sol y Luna y huacas; de no haver guardado ni celebrado de todo coraçon las fiestas de los raymes, que son las de los meses del año; acusávanse de la fornicación, en quanto hera quebrantar el mandamiento del Ynca de no tomar muger ajena ni corromper donzella alguna, y de avella tomado sin que se la diese el Ynca e no porque tuviesen que la fornicación de sí fuese pecado, porque carecían deste entendimiento; acusávanse de matar y urtar, teniéndolo por grave pecado, y lo mesmo de la murmuración principalmente si avía sido contra el Ynca o contra el Sol» (Molina, 1989: 66).
De las aseveraciones de Ramos Gavilán y Molina, resulta evidente que el rito de la confesión que se llevaba a cabo en el Cuzco, en el oráculo de Titicaca y en los otros centros religiosos Inca, tenía un sesgo marcadamente político. De hecho, los «pecados» que las personas debían confesar eran, en última instancia, todas faltas, reales o tan solo simbólicas, hacia el Estado: el no haber rendido el debido culto al Inti, el padre celeste del Inca; el no haber celebrado o respetado las fiestas oficiales del calendario litúrgico inca; el no haber observado toda otra obligación ritual y ceremonial impuesta por los señores del Cuzco; el no haber sido leales hacia la persona del soberano o, de todas maneras, no haberlo servido con la eficiencia y el esmero requeridos. En esta óptica, el mismo «pecado» de haber tomado mujer «sin que se la diese el Inca», puede interpretarse como el haber establecido alianzas matrimoniales (y políticas) con otros grupos fuera del control, cuándo no, a espaldas de los señores del Cuzco. De hecho, lo que los sacerdotes de los santuarios averiguaban a través de las confesiones, era el grado de fidelidad de los penitentes y sus respectivas comunidades hacia los Incas. Si un determinado pueblo no mostraba particular devoción hacia el dios Sol y en los últimos tiempos no se había preocupado de celebrar con gran pompa las fiestas a él relacionadas, ni mostraba particular afición a la persona del Inca, ni cumplía en forma cabal sus obligaciones hacia éste (a saber, hacia el Estado inca), y más bien resultaba que estaba estableciendo, a hurtadillas, alianzas con otros grupos, evidentemente la etnia o el señorío en cuestión no estaba todavía satisfactoriamente integrado al Tahuantinsuyu y mal soportaba la hegemonía inca, o sus simpatías iban hacia algún rival interno del soberano. En todo caso, no representaba un aliado confiable para los gobernantes del Cuzco.
Por otro lado, hay evidencia que la información adquirida por los sacerdotes a través de las confesiones de los peregrinos terminaba llegando a los oídos del Inca. En primer lugar, no hay que olvidar que todos los sacerdotes de los diferentes santuarios incas, a lo largo del Tahuantinsuyu, eran nombrados directamente por el Huillac Umu, el sumo sacerdote de la Iglesia cuzqueña que residía en el Coricancha. Éste era una especie de portavoz del dios Sol, que consultaba de continuo para luego transmitir a los hombres sus respuestas y designios (Cieza, 1985: 81, cap. XXVII; Garcilaso, 1991, I: 193, lib. III, cap. XXII). La importancia del Huillac Umu dentro de la estructura de poder inca era tal que el cargo, por lo general, se le asignaba a un hermano del Inca, a él particulamente allegado, y en momentos excepcionales podía ser asumido temporalmente por el mismo emperador (cf. Ziółkowski, 1997: 155-164). Cieza de León (1985: 93, cap. XXX) dice: «el çaçerdote mayor tenía aquella dinidad por su vida y era casado y era tan estimado que conpetía en razones con el Ynga y tenía poder sobre todos los oráculos y tenplos y quitava y ponía çaçerdotes». La relación de dependencia de los sacerdotes de los oráculos bajo el control inca del Huillac Umu y, a través de él, del aparato estatal, es entonces en términos generales evidente.
Pero, ¿en qué modo, las informaciones acopiadas en las confesiones llegaban —si llegaban— a traducirse en indicaciones políticas para el soberano? Y, ¿por qué este trasiego continuo —si realmente se daba— de información, desde los peregrinos hacia la alta jerarquía inca, aparentemente no llegaba a afectar la credibilidad del rito confesional y por ende, la veracidad de las declaraciones de los penitentes, lo que hubiera evidentemente vaciado el acto de todo sentido y eficacia? Los datos hasta ahora presentados nos dan una pista. Recuérdense la aseveración de Cristóbal de Molina que los Incas «por la mayor parte se confesan con los yndios de Huaro, hechiceros, que para ello dedicado tenían», así como la de Bernabé Cobo sobre los yacarcas, esto es, que estos poderosos adivinos que acompañaban al Inca en todos sus desplazamientos «eran comúnmente del pueblo de Guaro, diócesis del Cuzco». Entonces, los mismos sacerdotes, o mejor dicho, el mismo cuerpo sacerdotal que se encargaba de recibir las confesiones de los andinos sobre asuntos que en última instancia —como se ha visto— concernían la seguridad del Estado (nivel de aceptación que gozaba el gobierno cuzqueño en las provincias, posibles rebeliones étnicas, conspiraciones contra la persona del Inca, etc.), era el mismo que, por medio del fuego de braseros, transmitían al Inca las respuestas de los dioses sobre exactamente las mismas cuestiones. Por lo demás, ¿quién mejor que los sacerdotes-confesores de un santuario, meta de peregrinaciones a nivel panandino, para tomar el pulso de la situación en las diferentes provincias y conocer los verdaderos sentimientos de cada grupo étnico hacia el Tahuantinsuyu? Los peregrinos que llegaban al santuario de Titicaca eran literalmente cobijados por el Estado que se hacía cargo de todas sus necesidades y hasta se preocupaba que fueran recibidos y atendidos por gente de su misma tierra, engendrando así en ellos un sentimiento de gratitud, empatía y confianza hacia el gobierno del Cuzco. Al mismo tiempo, todo el aparato y la parafernalia oraculares, con el ritual de acercamiento progresivo de los visitantes a través de tres puertas al lugar más sagrado y tremendo del mundo y las repetidas amonestaciones de los confesores, no hacían más que estremecer a los peregrinos y volverlos totalmente sumisos a todo requerimiento. Así se aseguraban confesiones fidedignas respecto al grado de adhesión de los individuos y sus respectivos pueblos al Imperio. Paradójicamente, el oráculo, que debía brindar informaciones, terminaba en los hechos recibiéndolas, pero solo para retransmitirlas, debidamente analizadas y reelaboradas, en forma de respuestas oraculares al Inca. Así todo quedaba formal y estrictamente en el ámbito de lo sagrado y la institución oracular no corría en ningún momento el riesgo de resquebrajarse por una demasiado patente y directa contaminación con la esfera política.
La destrucción de los oráculos: el caso de Catequil
El Inca no solo pedía predicciones a sus muy bien informados yacarcas o hablaba con su padre el Sol, directamente o a través del Huillac Umu, sino que con frecuencia iba a consultar también a oráculos que no estaban precisamente bajo su control, pudiendo recibir respuestas desfavorables o simples negativas en contestarle. En las fuentes de los siglos XVI y XVII se encuentran mencionados varios episodios de este género. Por ejemplo, el jesuita Luis de Teruel recogió en la sierra sur del Perú una tradición según la cual Manco Capac, al pasar por un pueblo donde había una antigua y famosa huaca-oráculo, decidió consultarla no sin antes rendirle debidamente homenaje con sacrificios y ofrendas. Pero la huaca no quiso ni recibirlo, aduciendo que él no era Inca legítimo y que un día le quitaría su reino. Por represalia, Manco Capac, enojado, hizo entonces arrojar cerro abajo la piedra que representaba a la huaca (Arriaga, 1999: 89, cap. IX). Por su parte, Guaman Poma de Ayala menciona que el Inca Huayna Capac emprendió una campaña de destrucción masiva de los oráculos, cuando estos, contrariamente a lo que hacían comúnmente con su padre Tupa Yupanqui, rehusaron hablarle:
«Topa Ynga Yupanqui hablaua con las uacas y piedras y demonios y sauía por suerte de ellos lo pasado y lo uenedero de ellos y de todo el mundo»… «Y ací hablaua con ellos Topa Ynga Yupanqui y quiso hazer otro tanto Guayna Capac Ynga. Y no quicieron hablar ni rresponder en cosa alguna. Y mandó matar y consumir a todas las uacas menores; saluáronse los mayores» (Guaman Poma, 1980, I: 234-236, nn. 261-262).
«Quizo hablar con todos sus ýdolos y guacas del rreyno. Dizen que nenguno de ellos no le quizo rresponder a la pregunta. Y ací le mandó matar y quebrar a todos los ýdolos. Dio por libre a los ýdolos mayores Paria Caca y a Caruancho Uallollo; Paucar Colla, Puquina, Quichi Calla, Coro Pona, Saua Ciray, Pito Ciray, Carua Raso, Ayza Bilca y el sol y la luna. Estos quedaron y lo demás se quebró porque no quizo rresponder a la pregunta» (Ibid.: 93; n. 113).
A pesar de lo dicho por Guaman Poma, al parecer también Tupa Yupanqui tuvo sus momentos dificiles en su relación con las huacas, por lo menos estando a uno de las narraciones míticas del así llamado Manuscrito Quechua de Huarochirí, redactado a inicios del siglo XVII por algún informante andino del padre Francisco de Ávila. Según el relato, el Inca, luego de varios años de pacífico reinado, tuvo que hacer frente a una peligrosa rebelión de unas etnías sumamente reacias, rebelión que además amenazaba extenderse en cuaquier momento a otras provincias del Imperio. Después de que varias expediciones cuzqueñas fracasaron miseramente en el intento de reestablecer la pax incaica y terminaron aniquiladas, el Inca, no sabiendo más que hacer, resolvió convocar al Cuzco a todas las huacas y pedir su ayuda. Pachacamac y las otras huacas del Tahuantinsuyu reunidas en Haucaypata10 —con toda probabilidad celebrando el ritual de la Capacocha (véase también más adelante fig. 1)— escucharon atentamente el afligido llamado del Inca, que apeló a su deber de reciprocidad al recordarles como él les hubiese siempre otorgado generosas dotaciones y prebendas. Sin embargo ninguna huaca le contestó, ni profirió palabra. Frente a este mutismo, que definitivamente equivalía a una negación de apoyo, el Inca enfureció y amenazó sin medios términos destruirlas a todas, con estas tajantes palabras:
«¡Hablad! ¿Es posible que permitáis que los hombres que han sido animados y hechos por vosostros sean aniquilados en la guerra? Si no queréis ayudarme,¡en este mismo instante os haré quemar a todos! ¿Para qué pues os sirvo y embellezco, enviándoos todos los años mi oro y mi plata, mis comidas, mi bebida, mis llamas y todo lo demás que posea? Entonces ¿no me ayudaríais después de haber escuchado todas estas mis quejas? Si me negáis [vuestra ayuda], ahora mismo arderéis!».
La amenaza de incineración tuvo efecto. Inmediatamente Pachacamac, el dios de los temblores, se manifestó para excusarse de no poder intervenir, alegando que su poder telúrico de destruccíón era tan grande que, si lo hubiese desatado, arriesgaba acabar no sólo con el enemigo, sino también con los presentes y con el mundo entero. Entonces tomó la palabra la huaca Macahuisa, un hijo del oráculo Pariacaca, la cual se comprometió a movilizarse personalmente contra las rebeldes; cosa que cumplió puntualmente, exterminando con rayos y lluvias torrenciales a todos los jefes étnicos y guerreros en armas contra el Inca. En agradecimiento Tupa Yupanqui se habría vuelto devoto del culto a Macahuisa, cuya fiesta en Jauja habría sido desde entonces celebrada solemnemente por los mismos Incas (Taylor, 1987: 337-349, cap. 23).
11 Haucaypata («La explanada del júbilo»), como era llamada la gran plaza central del Cuzco, era el lugar donde se celebraban las solemnes y masivas ceremonias político-religiosas incas.
Una huaca que no escapó a la furia destructora de un Inca fue Catequil (Apucatequil o Catequilla). El suyo es el caso más conocido y mejor documentado de destrucción de un oráculo por parte de los señores del Cuzco. Catequil, cuyo santuario se encontraba en la cumbre de un cerro, en la región de Huamachuco, en la sierra norte del Perú, era un oráculo de importancia panandina, venerado y «temido» desde Quito hasta Cuzco. No solo se le consideraba como la huaca más «habladora» de todas (Agustinos, 1992: 18-19; Albornoz, 1989: 186), sino que también se le atribuía el poder de hacer «hablar» a las huacas que no sabían «hablar». En uno de los mitos de Huarochirí se dice en efecto que Catequil, «poseía la facultad de hacer hablar, sin esfuerzo, a cualquier huaca que no supiera hablar». Y en el mismo relato se cuenta cómo Catequil, cuyo culto había sido introducido entre la etnía de los Checas de la sierra de Huarochirí (Lima) por el Inca, indujo a una huaca de nombre Llocllayhuancupa, que lucía inerte, a «hablar» y a revelarse a los habitantes de un pueblo del área como enviada del dios Pachacamac, su padre, para cuidar de ellos. De este modo, Llocllayhuancupa fue reconocido como numen tutelar de la comunidad, que le erigió un santuario (Taylor, 1987: 292-297, cap. 20).
John Topic, Theresa Lange Topic y Alfredo Melly (2002), en un penetrante estudio sobre Catequil, han planteado que el culto a esta divinidad de los Huamachuco tuvo que ser adoptado y asociado a la religión estatal por el Inca Huayna Capac. Éste habría sido difundido tanto en Ecuador, donde — precisamente en el área anexada al Tahuantinsuyu bajo Huayna Capac— se han individuado varios antiguos lugares sagrados con ese mismo nombre asociados al culto al agua, así como en la sierra central (Huarochirí) y sur (Cuzco) del Perú. El muy bien informado cronista Pedro Sarmiento de Gamboa relata que estando Huayna Capac en Quito, al llegarle noticia de la penetración de grupos de «bárbaros» guaraníes en las provincias sudorientales (Bolivia) del Imperio, de inmediato despachó a uno de sus jefes militares al Cuzco para que reuniera un ejército y marchara contra los invasores. El oficial encargado, un tal Yaca, partió hacia la capital llevando consigo los ídolos de Catequil, divinidad de los pueblos de Cajamarca y Huamachuco, y de unas cuantas huacas más, así como «muchas gentes suyas de las huacas» (Sarmiento, 2001: 146, cap. LXI), expresión ambigua que podría hacer referencia ya sea al personal al servicio de las huacas como a contingentes de soldados proveídos por los grupos étnicos a los cuales pertenecían las huacas. Sea como fuere, el episodio patentiza la estrecha relación de alianza y apoyo recíproco que debió existir entre el oráculo de Catequil y el Inca Huayna Capac, quien difundió el culto a dicha huaca en Ecuador, donde estableció su cuartel general y pasó los últimos años de su existencia. Es quizás en consideración de este vínculo que se puede explicar porqué Atahualpa, que había combatido en Ecuador con su padre Huayna Capac y allí residía al mando de los experimentados ejércitos norteños del Tahuantinsuyu, decidió consultar a dicha huaca en uno de los momentos más álgidos de la larga y cruenta guerra civil para la sucesión al trono (c. 1530-1532) que lo enfrentó a su hermano Huascar, reconocido como Inca por amplios sectores de la elite cuzqueña. En efecto, poco antes de la batalla decisiva, cuando la suerte de la guerra ya se estaba volviendo a su favor, Atahualpa, de paso por Huamachuco, cuyos señores por lo demás lo recibieron en forma muy hospitalaria, resolvió ir a preguntar a Catequil cuál sería el desenlace del conflicto.
La conducta de Atahualpa respondía a una lógica plenamente andina, o por lo menos inca, ya que Huascar, en campo adverso estaba haciendo exactamente lo mismo; es decir, estaba consultando frenéticamente a oráculos y adivinos en pos de un pronóstico favorable, que le resultaba difícil de obtener: «… púsose en ayunos… —narra Sarmiento de Gamboa (2001: 156, LXIV)— hizo muchos sacrificios a los ídolos y oráculos del Cuzco, pidiéndoles respuesta. Todos le respondieron que le sucedería adversamente. Y oída esta respuesta, consultó a sus adivinos y hechiceros, a quien ellos llamaban umu, los cuales por agradarle, le dieron esperanza de venturoso fin». En particular, el Inca fue a consultar a Huanacauri, la huaca más antigua e importante de los Incas antes de la constitución del Tahuantinsuyu, la cual aún en época imperial había seguido siendo el oráculo por excelencia del valle del Cuzco. Su adoratorio estaba ubicado en la cumbre del cerro homónimo (al sudeste de la ciudad imperial), en el lugar donde había una piedra sagrada, «ahusada», en la que —como se mencionó arriba— se creía se había transformado uno de los míticos hermanos de Manco Capac. El santuario estaba dotado de un gran número de sacerdotes, acllas y yanas (servidores), así como de tierras y rebaños, y poseía un verdadero tesoro por las continuas ofertas de objetos preciosos que recibía. A Huanacauri se le ofrecían también, regularmente, seres humanos que eran sacrificados en el transcurso de solemnes ceremonias y luego sepultados alrededor del ídolo del dios[10]. Cieza de León sostiene que Huanacauri era la segunda huaca más importante de los Incas, después del Coricancha, y el padre Cobo, en su Historia del Nuevo Mundo (1653), al mencionar a los oráculos de alcance panandino, la pone prácticamente al mismo nivel de Pachacamac: «En diversas partes del reino —escribe— había ídolos famosos tenidos por oráculos generales, en quienes el demonio hablaba y daba respuestas, como eran, la guaca de Guanacauri en los términos de la ciudad del Cuzco, la de Pachacama, cuatro leguas desta ciudad de los Reyes, y otras muchas» (Cobo, 1964, II: 230, lib. XIII, cap. XXXVI). Al respecto, vale la pena recordar el sugestivo, cuanto iluminante dibujo de la Nueva Corónica y Buen Gobierno de Guaman Poma (1980, I: 235, n. 261) en el cual aparece el Inca Tupa Yupanqui (el abuelo de Huascar), llevando las insignas de su poder, en solemne parlamento, probablemente en la fiesta de la Capacocha, con los ídolos de todas las huacas, entre las cuales destaca, por su posición absolutamente dominante y por ser la única identificada por nombre, Huanacauri (fig. 1).
Los Incas cuando emprendían campañas militares, sobre todo si éstas eran guiadas por el Sapa Inca en persona, solían llevar consigo una imagen de esta huaca, a cuyo respaldo atribuían muchas de sus victorias. En sus largas y difíciles jornadas en los confines septentrionales del Imperio, Huayna Capac se llevó una imagen de Huanacauri, la cual volvió al Cuzco junto al cuerpo momificado de este mismo Inca, muerto de viruela en Quito hacia 1527-1528 (Cobo, 1964, II: 181, lib. XIII, cap. XXXVI; cf. Rowe, 1978). Análogamente —como se ha visto— su hijo Huascar, al asumir personalmente el mando de las operaciones bélicas contra los ejércitos de Atahualpa, como primer acto, todavía antes de lanzar un llamado a la movilización general en el surandino para reconstituir sus tropas decimadas y al desbande, fue a consultar a Huanacauri y otras huacas, recibiendo sin embargo una serie de respuestas desfavorables:
«… acordó de acudir a sus huacas —cuenta Martín de Murúa— y hacerles innumerables sacrificios y ofrendas con ayunos. Habiendo consultado sobre ello a los sacerdotes, quiso él mismo hacer el ayuno, y para este efecto salió del Cuzco y se fue a Huana Cauri a ello, y allí estuvo algunos días, entendiendo con sus privados y queridos en aplacar al hacedor, sacrificando mil géneros y diferencias de animales, según sus ritos y ceremonias, a las huacas del Cuzco. Visto que en todas hallaba mala respuesta, dada por los demonios que en ellas hablaban, y que no eran conforme a su intento y propósito, no sabiendo qué hacerse acordó de nuevo hacer Junta General de hechiceros, y envió de nuevo a consultar las demás huacas que hablaban, y a preguntar qué haría en tanta adversidad y miseria como le cercaba, y en ninguna halló remedio ni respuesta que les satisficiese a su deseo.
Preguntando a los adivinos y hechiceros para por ellos saber lo que haría en la guerra, ellos, por contentarle y evadir el peligro que de no decirle cosa conforme a su gusto esperaban, le respondieron que le iría bien en la guerra y que todo le sucedería conforme su deseo y que vencería a sus enemigos con grandes muertes y triunfaría dellos…
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Figura 1 – El Inca Tupa Yupanqui «hablando» con las huacas. De Felipe Guaman Poma de Ayala, El primer nueva corónica y buen gobierno (1615). The Guaman Poma Website of the Royal Library: www.kb.dk/elib/mss/ poma/ (p. 263, n. 261).
Con este acuerdo y respuesta de los hechiceros satisfecho en alguna manera, Huascar Ynga salió del Cuzco, acompañado de muchos hermanos, parientes y allegados suyos, y se fue a Sacsa-Huana, donde haciendo Junta General del más poderoso ejército, que pudo de todas las naciones desde Chile, que con graves penas movidas vinieron, hizo reseña de todas ellas y las proveyó de armas y vestidos a los que estaban faltos de lo necesario…» (Murúa, 1987: 186-187, lib. I, cap. LIII)13.
También Atahualpa, por lo menos en el relato de Juan de Betanzos (2004: 286, cap. XVI), fue personalmente a consultar al oráculo de Catequil. Según Sarmiento (2001: 155, cap. LXIV), en cambio, el Inca envió para este efecto dos nobles de su corte. Sea como fuere, el sacerdote del oráculo, un anciano que llevaba puesta una larga túnica recubierta de conchas (con toda probabilidad mullu), luego de hablar con el ídolo de piedra del dios, formuló una predicción irremediablemente adversa; a saber, que Atahualpa, por su conducta sanguinaria y tiránica, había suscitado la ira de Viracocha y por tanto acabaría mal, siendo destinado a gobernar su hermano Huascar (Agustinos, 1992: 20). La reacción de Atahualpa, que declaró de inmediato a la huaca como enemiga («También es auca [enemiga] esa guaca, como Guascar»), fue de una violencia inusitada. Hizo rodear el cerro donde estaba el santuario y enfurecido, hacha en mano, hizo irrupción en el mismo, cortando la cabeza al sacerdote y al mismo ídolo de Catequil. En seguida, dispuso que se prendiera fuego a los dos y que sus restos fueran molidos y esparcidos en el aire desde lo alto del cerro. Finalmente, no satisfecho aún, hizo allanar el santuario y quemar el cerro entero, operación que mantuvo ocupados a sus hombres por diversas semanas (Betanzos, 2004: 287-291, cap. LXIV-LXV; Molina, 1968: 78; Agustinos, 1992: 20; Sarmiento, 2001: 155-156, cap. LXIV).
Pero, ¿cuál es la lógica —si hay una— de ir a consultar a un oráculo para luego destruirlo en caso de contestación no en línea con las expectativas o las sencillas esperanzas de uno? Y, ¿cómo explicar tanto ensañamiento contra el santuario de Catequil? ¿Con el capricho de un loco juguete de un furor y una violencia incontenibles? Las fuentes históricas nos pintan concordemente a Atahualpa como a un militar curtido, resuelto hasta la crueldad, pero lucidísimo, que en todo momento sabía bien lo que hacía (véase, por ejemplo, Xerez, 1985: 123). Y, ¿entonces? Mariusz Ziółkowski, que en su libro sobre la naturaleza y los mecanismos de las luchas intestinas por el poder de la elite Inca se ha planteado esta misma pregunta, piensa que la respuesta de Catequil debió ser interpretada por Atahualpa como una precisa toma de posición en favor de Huascar por parte de los señores de Huamachuco, ya que en el mundo andino antiguo lo que «decía» una huaca no habría sido otra cosa que la expresión de lo que pensaba
13 Véase también Cabello Valboa, 1951: 454-455, parte III, cap. 31.
y quería la elite dirigente de la etnia relacionada a dicha huaca. Así, según Ziółkowski, Atahualpa habría arrasado el santuario para amedrentar y desanimar a los Huamachucos y a todos aquellos que, como ellos, tenían el ánimo de dar su apoyo a Huascar, que por lo demás tenía ya bajo control para suma preocupación de su hermano, a los dos más importantes santuarios oraculares de los Incas: el Coricancha y el de Titicaca. Es posible que así haya sido, aun si en realidad no hay indicios de que los señores de Huamachuco se hubiesen puesto o estuviesen en ánimo de ponerse de la parte de este último; y por otro lado, tampoco la relación de Huascar con los oráculos del Cuzco era —como se ha visto— tan orgánica y exenta de desavenencias.
De todas maneras, no cabe duda que un oráculo podía ser destruido como acto de escarmiento hacia una etnia hostil. Es el caso —por lo que podemos observar— del oráculo de Huarivilca, asolado por Manco Inca en 1537. Su santuario, ubicado a pocos kilómetros de la actual ciudad de Huancayo, era el más importante centro religioso de los Huancas, un rico y poderoso grupo étnico asentado en el alto valle del Mantaro (sierra central del Perú). El ídolo de piedra de Huarivilca tenía el aspecto de un hombre (Albornoz, 1989: 183) y contestaba regularmente a toda pregunta se le hiciera. El Inca Garcilaso de la Vega (1991, I: 349-351, lib. VI, cap. X) dice que: «hablaba el demonio en él, mandaba lo que quería y respondía a lo que le preguntaban. Con el cual se quedaron los Huancas después de ser conquistados (por los Incas) porque era un oráculo hablador». La céramica hallada por los arqueólogos en el área del santuario indica que la importancia del oráculo trascendía ampliamente el ámbito local y confirma que en el Horizonte Tardío, éste mantuvo estrechos vínculos con los Incas (Shea, 1969: 82). Sometidos por el todavía príncipe Tupa Yupanqui, hijo del emperador Pachacuti, alrededor de 1460, los Huancas durante el conflicto entre Huascar y Atahualpa habían respaldado decididamente al primero y, precisamente al momento de la llegada de los españoles, estaban por padecer la embestida y represalia de las tropas del segundo, que acababa de ganar la guerra por la sucesión. Así automáticamente, para salvarse, se habían aliado con los españoles, hecho que —como es consabido— representó uno los factores de la abrupta caída del Tahuantinsuyu (cf. Espinoza Soriano, 1973b; Sancho de la Hoz, 1968: 289-292, cap. IV). Pocos años más tarde, al inicio de la rebelión de Manco Inca, cuando éste parecía triunfar, los Huancas se habían puesto momentáneamente de su parte para pronto, en 1537, cambiar de bando y colaborar con el capitán Alonso de Alvarado en la represión de la revuelta (Hemming, 1976: 211 y 227-229). Así, cuando Manco Inca al año siguiente reorganizó sus fuerzas y desde Vilcabamba lanzó una vasta contraofensiva, al llegar al valle del Mantaro, como medida de venganza contra los Huancas, arremetió contra el santuario de Huarivilca. El Inca se apoderó del conspicuo tesoro del oráculo, mandó matar a todos los sacerdotes y a los numerosos yanas al servicio del santuario y dispuso que el ídolo del dios fuera arrastrado, por medio de una soga amarrada al pescuezo, «por cerros e piedras y ciénagas y lodos, beynte leguas de camino» a lo largo del territorio huanca y , finalmente, echado en las aguas de un gran río (Titu Cusi, 1992: 55-57).
Sin embargo, ¿por qué tanto ensañamiento contra los oráculos no Incas que daban respuestas desfavorables? ¿Por qué, en un momento tan crítico de la guerra fratricida, Atahualpa invirtió tanto tiempo y tantas energías para que no quedara ni el polvo del oráculo de Catequil? ¿No hubiese sido suficiente matar al sacerdote y dar fuego al santuario? Y lo mismo puede decirse de las medidas draconianas adoptadas por Manco contra el oráculo de Huarivilca. En ambos casos, en efecto, se nota una precisa voluntad de aniquilar, más aún, de borrar de la faz de la tierra de una vez por todas a dichas huacas. Pero, si Atahualpa y Manco Inca querían simplemente dar una lección ejemplar y definitiva a las etnias, a ellos hostiles, ¿no hubiese sido quizás mejor dejar bien a la vista, como admonición, los restos destrozados de las imágenes de sus divinidades? En realidad, los dos Incas no tenían otra posibilidad que hacer lo que hicieron; y esto, por dos motivos bien precisos.
En primer lugar, los andinos pensaban que una huaca (que se identificaba consubstancialmente con su ídolo, de piedra, madera o cualquier otro material que fuese), aun abatida y despedazada, podía mantener su poder y recobrar plena vigencia a través de cualquiera de sus fragmentos o hasta de sus cenizas. Así, por ejemplo, los profetas del Taki Onqoy («Mal del Baile») —el culto de crisis milenarista que se desarrolló entre las etnias del valle del río Pampas, al sur de Ayacucho, en la década de 1560—, revitalizaron el culto a las antiguas huacas incas destruidas por lo misioneros, recuperando reliquias de las mismas y volviendo a ponerlas en sus antiguos emplazamientos (Molina, 1989: 131; véase también Curatola, 1987: 103). Análogamente, en las actas de las visitas de idolatría del siglo XVII se encuentran numerosos casos de huacas cuyos simulacros, a pesar de haber sido quebrados y quemados por los misioneros, habían vuelto a ser objeto de culto por parte de los nativos. Nicholas Griffith, en su estudio (1998) sobre la resistencia religiosa indígena en el Perú colonial, recuerda, por ejemplo, cómo en 1656 el extirpador Bernardo de Noboa hallara que los habitantes del pueblo de Santa Catalina de Pimachi (Cajatambo) habían recuperado y seguían venerando varios malquis y huacas destruidas durante visitas anteriores (Duviols, 2003: 314-317). Pocos años después, el mismo extirpador descubría que en San Gerónimo de Copa los nativos habían colocado nuevamente en su emplazamiento originario y seguían rindiendo culto a los fragmentos del ídolo de piedra de una huaca llamada Rupaitoco, anteriormente derribado por el extirpador Alonso de Osorio, y que hasta los huesos y cenizas de malquis quemados por el misionero habían sido recogidos y devueltos a las cuevas donde tradicionalmente se conservaban y veneraban los cuerpos de los antepasados (Duviols, 2003: 661; Griffith, 1998: 249-251). Por lo demás, en los documentos de extirpación de idolatrías publicados por Pierre Duviols (2003) se encuentran reproducidas varias oraciones quechuas dirigidas a huacas «quemadas y consumidas», las cuales, aun así, continuaban siendo invocadas y consultadas como protectoras de las comunidades y «dueñas» del agua, las acequias, las chacras y los rebaños (Itier, 2003: 783-84, 787-788, 791, 799-801, 804). Al parecer hasta Catequil, a pesar del total arrasamiento de su santuario por parte de Atahualpa, resurgió de sus cenizas. En efecto, en la relación de unos sacerdotes agustinos que visitaron la región de Huamachuco en la década de 1550, se dice que los lugareños lograron recuperar la cabeza y otros pedazos del ídolo del dios, que fueron en un primer momento, colocados en un nuevo adoratorio construido ad hoc y luego trasladados a una cueva ubicada en lo alto de un cerro, a fin que Catequil pudiera seguir recibiendo el debido culto a hurtadillas de los cristianos (Agustinos, 1992: 20).
El segundo motivo que debió inducir a Atahualpa y a Manco Inca a tomar las medidas drásticas que adoptaron contra los oráculos de Catequil y Huarivilca, era de orden contingente y estaba directamente conexo a la naturaleza misma de la organización política y militar del Tahuantinsuyu y de las relaciones entre los Incas y los grupos étnicos provinciales. Como se ha mencionado al inicio de este artículo, el Imperio inca a pesar de sus enormes dimensiones, de su bien organizada estructura administrativa y de sus múltiples conquistas culturales, mantenía ciertos rasgos de las sociedades agrarias sencillas, como la ausencia de escritura alfabética y el hecho que todas las relaciones sociales y políticas, hasta las interinstitucionales e intergrupales, tenían invariablemente un carácter interpersonal (cara a cara). En otras palabras, todo el edificio imperial se regía sobre lazos directos, de reciprocidad y alianza, entre la persona del Sapa Inca y los diferentes jefes étnicos. Estos lazos eran sancionados principalmente a través del intercambio de mujeres, es decir, el establecimiento de alianzas matrimoniales —por eso el Inca tenía miles y miles de esposas (D’Altroy, 2003: 136)— y debían ser constantemente reafirmados y renovados, en particular — como es evidente—, a la muerte del propio gobernante. Al asumir el mando, el nuevo Inca estaba prácticamente obligado a emprender una larga gira por todo el Tahuantinsuyu, para reanudar, mediante el intercambio de mujeres y dones, las relaciones de alianza con cada uno de los señores locales. No cabe duda que este frágil e inestable sistema de alianzas debía ser puesto a dura prueba durante las luchas por el poder y la sucesión entre panacas, que se desataban a la muerte de cada Inca (cf. Ziółkowski, 1997). En efecto, no es difícil imaginar la incertidumbre y el desconcierto de las elites locales durante la violenta guerra entre Huascar y Atahualpa y, peor aún, durante los primeros caóticos tiempos de la invasión europea, cuando las relaciones entre los mismos miembros de la aristocracia inca, y entre estos últimos y los españoles estuvieron marcadas por el faccionalismo, la conflictualidad, la ambigüedad y el oportunismo. Además, el permanente estado de guerra de esos terribles años, con su altísimo costo de vidas humanas (cf. Assadourian, 1994: 35-60), requirió la continua movilización de grandes contingentes de soldados, operación no tan sencilla ni automática en un sistema sociopolítico en el cual no existían ejércitos permanentes. Cada vez que el Inca decidía emprender una campaña militar debía solicitar a los señores de determinados grupos étnicos, que movilizaran y le enviaran una cierta cantidad de guerreros, proporcional a la consistencia demográfica de su pueblo y, en particular, al número de jefes de familia hábiles para el servicio militar (D’Altroy, 2003: 256 y 261-262). Pero, ¿qué pasaba durante las guerras dinásticas, que a menudo se desataban a la muerte de un Inca? Para muchos señores étnicos debía representar un terrible dilema el decidir a quién apoyar entre los contendientes. Aparte unos cuantos señores que pudieran tener fuertes lazos preestablecidos de alianza con determinados individuos o parcialidades de la elite inca o que, de todas maneras, tuvieran algún interés directo en el triunfo de una facción o la otra14, la mayoría de los curacas y mallkus (jefes étnicos) debía estar observando con mucha atención y ansiedad el desarrollo de los eventos, a la espera de signos y noticias que les permitieran ponerse de la parte del vencedor. En esas circunstancias las consultas a los oráculos locales, regionales y panandinos, debían volverse frenéticas. Una elección equivocada de campo podía acarrear las más nefastas consecuencias tanto para los jefes locales, que corrían el riesgo de perder no solo sus cargos y sus privilegios, sino también a sus familias y sus vidas, como para sus respectivos pueblos, quienes se exponían a feroces represalias, incluida la deportación en masa, por parte del vencedor. En este contexto, los oráculos —sobre todo los grandes oráculos meta de peregrinaciones panandinas— con su inmenso prestigio, su poder y su capacidad de prever el desenlace de los acontecimientos, debían jugar un papel fundamental para los fines de la toma de decisiones. En efecto, no hay que olvidar que las predicciones oraculares, sobre todo en campo político y militar, de hecho se basaban antes que nada en un conocimiento cabal de la situación geopolítica general y de las efectivas relaciones de fuerza existentes entre las partes en conflicto; conocimiento alcanzado —como se ha visto— mediante las informaciones que, a través de las confesiones y posiblemente otros canales más informales, brindaban los miles de peregrinos que afluían constantemente a los santuarios desde los más alejados rincones de los Andes.
14 Interesante, al respecto, aun si no sabemos cuán común, es el caso de los señores de Cuismanco (Cajamarca), dos hermanos de nombre Carhuatongo y Carhuarayco. El primero fue partidario de Atahualpa y murió en Cajamarca, durante la captura del Inca por parte de los españoles, mientras que el segundo apoyó a Huascar, siendo posteriormente reconocido por el mismo Pizarro como señor del curacazgo de Cuismanco (Villanueva, 1975: 10; Silva Santisteban, 1982: 312). ¿Ejemplo de rivalidad curacal y faccionalismo étnico o, más bien, una precisa estrategia política de parte de los señores Cuismanco para quedar bien con cualquiera de los dos Incas que resultara ganador y garantizar así la permanencia de su linaje en el poder?
Así, la profecía de un oráculo no podía dejar de tener un fuerte impacto sobre el proceso de toma de decisiones de los señores étnicos todavía no alineados, y con toda probabilidad también de aquellos que ya habían tomado posición a favor de uno o del otro, pero sin mayor convicción y con el único propósito de no perjudicar sus relaciones con el futuro Inca. La «revelación» de quién iba a triunfar debía hacer que, casi automáticamente, muchas etnias se pusieran de lado de éste, influyendo así en forma directa sobre el curso de la guerra. En otras palabras, la profecía misma hacía que lo anunciado se verificara.
Se entiende entonces por qué Huascar, en el momento más álgido de la guerra para la sucesión, antes de hacer un llamamiento a los señores étnicos del sur andino para que movilizaran a su gente, anduvo a la desesperada y afanosa búsqueda de oráculos que le fueran favorables. El poder preciarse frente a sus potenciales aliados y sostenedores de una predicción positiva, era la condición necesaria para obtener una masiva y rápida provisión, de parte de estos, de contingentes de aucacamayoqs (guerreros). Las consultas oraculares debieron representar el primer paso, obligado, de todo proceso de movilización militar Inca.
Y se entiende, también, porqué la respuesta negativa de un oráculo pudo desatar, en análogas circunstancias, la furia iconoclasta de Atahualpa, quien hizo asolar el santuario de Catequil. Más que como un acto de amedrentamiento y venganza hacia una etnia, que a través de la palabra de su dios le había manifestado hostilidad, la destrucción del oráculo por parte de Atahualpa va interpretada antes que nada como un acto volcado a callar, en un momento particularmente crítico del conflicto, la voz de dicha huaca, a fin que su mensaje no fuera repetido a las delegaciones de los grupos étnicos que, desde Cuzco hasta Quito, iban en peregrinación al santuario. La repetición de una predicción tan adversa, como la que recibió Atahualpa, además hecha por una divinidad tan poderosa y temida como Catequil, hubiese podido hasta volcar la suerte de la guerra, haciendo que muchas etnias se le volvieran en contra y pasaran a la parte de Huascar. Esto explica el ensañamiento de Atahualpa para borrar el santuario de la faz de la tierra y la tremenda inversión de tiempo y energías consagradas a esta tarea, en apariencia marginal respecto a las grandes operaciones militares de esos turbulentos días. Sencillamente, Atahualpa no se podía permitir el dejarse a las espaldas, mientras marchaba hacia el Cuzco, un centro oracular que emitiera en continuación mensajes tan adversos. Y dada la creencia andina que a partir de un fragmento una huaca podía recuperar su prestancia y poder, no le quedaba más que intentar, como hizo, borrar al oráculo de la faz de la tierra, de modo que nadie, en ese momento ni después, pudiese oír más su voz.
Epílogo: resurgimiento y fin de los grandes oráculos del Tahuantinsuyu
La destrucción de los oráculos, por lo demás, no era tarea nada menuda. Y los grandes oráculos incas siguieron activos —si no necesariamente en los hechos, por lo menos en el imaginario colectivo andino— también luego de la caída del Tahuantinsuyu y la destrucción de sus santuarios por obra de los españoles. En efecto —como se ha mencionado— unos treinta años después de la toma del Cuzco por los conquistadores, los profetas del movimiento religioso del Taki Onqoy difundieron entre los Soras, los Lucanas, los Chocorvos, los Yauyos y otros grupos étnicos de la cuenca del Pampas, la creencia mesiánica que las principales huacas del antiguo Imperio inca, a pesar de haber sido temporalmente vencidas por el Dios de los cristianos y que sus oratorios habían sido destruidos, estaban de vuelta y se aprestaban a aniquilar a los invasores y a sus divinidades. El clérigo Cristóbal de Albornoz, quien entre 1569 y 1571 condujo en la región de Huamanga una sistemática campaña de extirpación del movimiento en cuestión (Guibovich, 1991), relata que estas huacas «eran las generales que más reverenciaban y adoraban (los andinos), y a quien el ynga avía enriquecido con servicios tierras y ganados», y además especifica que se trataba de las principales de cada provincia, las mismas que un tiempo eran llevadas al Cuzco y «hablaban por sus meses, cuando hazían sus fiestas los yngas» (Albornoz, 1989: 194). En total unas sesenta-setenta huacas15. Estas, según los profetas del Taki Onqoy, se habían congregado en dos grandes bandos encabezados uno por Pachacamac y el otro por Titicaca, los dos más potentes oráculos de los Andes, los cuales además estaban aliados entre sí16. Definitivamente, una formidable e invencible coalición de huacas que habría de aplastar al Dios de los cristianos y liberar de una vez por todas a los andinos de la dominación española.
En su Instrucción para descubrir todas las guacas del Pirú, escrita hacia 1584, Albornoz lista el nombre de unas cuantas de estas huacas resurgidas, mencionando por primeras —entre las del Cuzco—, a Coricancha y a Huanacauri17. Mientras que en una declaración rendida en 1570 por el notario apostólico Bartolomé Berrocal para certificar la actividad de Albornoz como visitador eclesiástico y extirpador de idolatrías en Huamanga, se encuentran nombradas —junto a
Según la información brindada por el extirpador Cristóbal de Albornoz y confirmada por el notario eclesiástico Bartolomé Berrocal en la Información de servicios de 1570 del mismo Albornoz (Millones, 1990: 64 y 93).
Véase los testimonios de los clérigos Luis de Olivera y Cristóbal Ximénez en la Información de servicios de Albornoz de 1577 (Millones, 1990: 178 y 191), así como la Relación de Cristóbal de Molina (1989: 130).
«Y los nombres de las guacas que predicaban porné aquí algunas dellas… Las primeras que eran de los quechuas de ciertas provincias de donde tomó el ynga la lengua general que mandó supiesen todos, que la suya natural nadie la hablava sino ellos, llamávanse Chuquimoro, Chuquiguaraca, Apollmoca, Sutaya. Del rededor del Cuzco, Coricancha, Guaynacauri, Nina soyuma, Topa amaro, Nina Amaro, Manducalla e otras muchas. Del Collao a Titicaca. De Parinacocha a Sarasara, y de todas las provincias tomaron la más principal» (Albornoz, 1989: 194).
Titicaca, Pachacamac y unas cuantas montañas sagradas— Tiwanaku (Tiahuanaco) y Tambotoco18. En la misma probanza de servicios el propio Albornoz, así como varios de los testigos por él llamados a declarar, citan explícitamente por nombre solo a las huacas de Titicaca y Tiahuanaco (Millones, 1990: 64, 130, 135, 140, 143). Como se ha visto, el santuario de Titicaca era uno de los sitios más sagrados del Tahuantinsuyu, siendo considerado el lugar de donde in illo tempore había emergido y subido al cielo el Sol, así como el lugar de origen de los primeros Incas. Y Tiwanaku —el famoso sitio monumental ubicado a unos veinte kilómetros de la orilla sudeste del lago Titicaca y que en la segunda mitad del I milenio d.C. fue el centro de un floreciente Estado altiplánico cuya religión y estilo artístico se difundieron en gran parte de los Andes centro-meridionales— también era un lugar de suma importancia religiosa para los Incas . Esta «guaca y adoratorio universal», como la definió el padre Cobo (1964, II: 194: lib. XIII, cap. XIX), estaba en efecto inseparablemente relacionada a Titicaca. En la cosmología inca de la época imperial, Tiwanaku representaba el lugar donde habían sido creados tanto el Sol, que luego emergería al kay pacha («este mundo») desde la isla de Titicaca (Molina, 1989: 51-52; Betanzos, 2004: 51-52, cap. I; Cobo, 1964, II: 62-62, lib. XII, cap. III), como los primeros Incas: «Dizen —refiere Guaman Poma (1980, I: 65-66, n. 84)— que ellos binieron de la laguna de Titicaca y de Tiauanaco y que entraron en Tambo Toco y dallí salieron ocho hermanos Yngas». En efecto, los señores del Cuzco se consideraban a sí mismos, o por lo menos les gustaba considerarse, como los herederos directos de la grandeza y del poderío de Tiwanaku y es del todo plausible el hecho, contado por Cieza (1985: 284, cap. CV), que en la edificación de su capital tomaran como modelo el gran centro altiplánico19. Por otro lado Cobo (1964, II: 198, lib. XIII, cap. XIX) afirma que los Incas, cuando conquistaron el Collao, remodelaron y ampliaron uno de los mayores complejos ceremoniales del sitio, el de Pumapuncu (Puma Punku), al costado del cual construyeron unos palacios reales, dotándolo además de numeroso personal e ingentes recursos. Con respecto a Tamputoco, esta era la pacarina misma de los Incas, la gruta, el lugar sagrado de donde estos creían que in illo tempore habían emergido sus ancestros y en cuya proximidad erigieron «un grandioso y real palacio con un templo suntuosísimo» (Cobo, 1964, II: 64, lib. XII, cap. III), posiblemente dedicado al culto oracular de Manco Capac, como parece indicar la configuración de las estructuras principales de sus ruinas, de fina cantería inca, con unas cámaras de acceso restringido y de carácter claramente esotérico asociadas a una plaza ceremonial (Bauer, 1991: 20, 1996: 162-163). Y Huanacauri era la huaca más antigua de los señores del Cuzco, que las veneraban
«…ellos [los profetas del Taki Onqoy] heran mensajeros de las guacas Titicaca y Tiaguanaco, Chimborazo, Pachacamac, Tambotoco, Caruauilca, Caruaraco y otras más de sesenta o setenta guacas» (Millones, 1990: 93) 19 Sobre el rol de Tiwanaku en la ideología inca véase en particular Pärsinnen, 2003: 250-252.
y homenajeaban con sacrificios humanos en todas sus fiestas más importantes, sobre todo en aquellas celebradas en ocasión de los solsticios, al vincularla de modo indisoluble con Inti —el Sol— y los orígenes y la perpetuación de la realeza inca (Ziółkowski, 1997: 69-71). Finalmente, Coricancha era el gran santuario del dios Sol del Cuzco y pantheon de todas las deidades del Tahuantinsuyu, que los Incas consideraban el centro mismo del universo. Dentro de sus muros se guardaban y adoraban en particular diferentes representaciones de Inti —como la sagrada estatua en oro de Punchau, el Sol joven (naciente), en cuyo interior había una masa hecha con las cenizas de las entrañas de los soberanos fallecidos (cf. Duviols, 1976)— y un pequeño menhir en el cual, según la tradición, se había transformado al momento de su muerte Manco Capac, el mítico fundador del Cuzco[11]. No cabe duda, pues, que las principales huacas del Taki Onqoy estaban estrechamente relacionadas a los Incas, a sus orígenes, a la dinastía imperial y al culto estatal del Sol.
Hasta Pachacamac, el gran dios-oráculo de la costa, era una huaca inca, o mejor dicho incaicizada, por lo demás muy cercana al dios Sol. Guaman Poma —que con toda probabilidad fue uno de los asistentes o intérpretes de Cristóbal de Albornoz en la campaña de represión del Taki Onqoy— en el capítulo de la Nueva Corónica dedicado a las «divinidades del Inca» (1980, I: 239: n. 265) menciona a Huanacauri, Tamputoco, Titicaca y Pachacamac, como las huacas a las cuales los Incas solían rendir culto en el Cuzco con grandes ceremonias, ricas ofrendas y sacrificios humanos, durante el Capac Inti Raymi, la gran «fiesta del Señor Sol» del mes de diciembre, dedicada a celebrar al astro rey en su apogeo (solsticio de verano) y la figura sagrada del Inca, su hijo, así como el paso de los jóvenes cuzqueños a la edad adulta. La evocación de Pachacamac en dicho contexto no debe extrañar ya que los Incas llegaron a considerar a esta deidad nada menos que como hermana del Sol. El cronista Hernando de Santillán relata una tradición cuzqueña según la cual Tupa Yupanqui, cuando todavía estaba en el vientre materno, recibió la revelación de la existencia en el lejano valle costeño de Ichsma de una divinidad todopoderosa. Así, cuando devino adulto y se convirtió en Sapa Inca, quiso ir en devota peregrinación a dicho valle donde esperó pacientemente, orando y ayunando, a que Pachacamac se le manifestara. Finalmente, a los cuarenta días, el dios le habló desde una piedra y le reveló que mientras que el Sol, que era su hermano, «daba ser (vida) a lo de arriba», esto es, al mundo de la sierra y del altiplano, él «daba ser a todas las cosas de acá abajo», o sea, al mundo de la costa. Además, viendo la profunda devoción que el Inca le manifestaba con copiosas ofertas y sacrificios, lo instó a que erigiera en ese mismo lugar un gran santuario en su honor y tres otros templos para otros tantos «hijos» suyos en el valle de Mala, en Chincha y en Andahuaylas. Por su parte, en signo de benevolencia, Pachacamac entregó a Tupa Yupanqui una imagen portátil de un cuarto «hijo» suyo, para que la llevara siempre consigo y la pudiera consultar todas las veces que fuera necesario. El Inca construyó los templos y desde ese momento devino un ferviente difusor del culto de Pachacamac (Santillán, 1968: 111, n. 28). Esta narración mítica, en la cual se llega a desconocer la existencia de un centro ceremonial en el valle de Ichsma anterior a la incorporación de este al Tahuantinsuyu, es una clara expresión de la ideología imperialista y de la visión cuzcocéntrica de la historia que tenían los Incas, pero, precisamente en cuanto tal, patentiza la extraordinaria importancia que estos últimos atribuían a Pachacamac, puesto sin más al mismo nivel que el dios Sol, «su hermano», en la que pudo quizás configurarse como una verdadera diarquía cosmogónica y cosmológica (cf. Julien, 2002: 73-78). Y al parecer los Incas difundieron el culto a Pachacamac hasta entre las poblaciones del altiplano, si es cierto —como cuenta el cronista Pedro Gutiérrez de Santa Clara (1963, III: 232, lib. III, cap. LVI)— que los señores del Collao ofrecían anualmente a éste y al Sol seres humanos, en solemne rito expiatorio instituido por Viracocha, el octavo soberano de la dinastía inca. Por su parte Garcilaso de la Vega, que era hijo de una princesa cuzqueña, Isabel Chimpu Ocllo, nieta de Tupa Yupanqui —el Inca que en la década de 1470 anexó la costa central peruana al Imperio y concedió particulares privilegios al gran oráculo del valle de Ichsma (cf. Brundage, 1974: 204)— bien expresa cuánto el culto al dios Pachacamac hubiese cundido entre los Incas al afirmar que estos lo habían estado adorando «interiormente por sumo dios» todavía mucho antes de conocer el valle donde moraba: «No le hacían templos ni ofrecían sacrificios —escribe el cronista— por no haberle visto ni conocerle ni saber qué cosa fuese, pero que interiormente en su corazón le acataban y tenían en suma veneración, tanto que no osaban tomar su nombre en la boca sino con grandísima adoración y humildad» (Garcilaso, 1991, I: 393, lib. VI, cap. XXX). Las evidencias arqueológicas confirman plenamente la importancia que el oráculo de Pachacamac tuvo para los señores del Cuzco. En efecto, estos llevaron a cabo en su santuario —exactamente como habían hecho unos pocos años antes con el de Titicaca— un ambicioso plan de construcciones, volcado a incaicizarlo: edificaron un suntuoso templo del Sol, llamado Punchau Cancha; un acllahuasi o «casa de las mujeres elegidas»; una enorme plaza con ushnu (plataforma ceremonial), modernamente denominada Plaza de los Peregrinos, donde la masa de los devotos se congregaba y asistía a las ceremonias; el complejo residencialadministrativo de Tauri Chumpi, en el cual debió instalarse el gobernador inca y su séquito; una gran muralla y varias otras estructuras monumentales. De este modo los Incas transformaron un antiguo centro ceremonial andino, que ahondaba sus lejanos orígenes en el I milenio antes de Cristo y había alcanzado prestigio interregional entre los siglos VII y X de nuestra era, en un grandioso santuario de nivel panandino bajo su estricto control (Shimada, 2004). Y desde ese momento Pachacamac fue para los Incas —por lo demás según una concepción dualista típicamente andina— como una especie de alter-ego de Titicaca en las tierras bajas (yungas). Unos setenta años después de la invasión europea, los habitantes de Huarochirí, en las cabeceras del río Lurín, recordaban todavía con mucha claridad cómo Titicaca y Pachacamac hubiesen representado un binomio fundamental del pantheon religioso tahauntinsuyano; un dúo de huacas, básicamente de la misma esencia y con el mismo poder supremo, que presidían en forma complementaria las dos partes del mundo (las tierras altas y las tierras bajas) y todo el universo religioso de los Incas:
«Se dice que cuando los ingas estaban en las tierras altas, celebraban el culto al sol al que adoraban en [su santuario de] Titicaca diciendo: ‹Es éste quien nos ha animado a nosotros los ingas›. Cuando estaban en las tierras bajas, adoraban a Pachacamac diciendo: ‹Es éste quien nos ha animado a nosotros los ingas›. Sólo a estos dos huacas adoraban por encima de todos las demás enriqueciéndolos y embelleciéndolos [con sus ofrendas] de plata y oro; disponían a varios centenares de hombres [para servirles] como yanas y colocaban las llamas [dedicadas a su culto] en la tierras de todas las comunidades… He aquí lo que pensamos: los ingas creían que los límites de la tierra se encontraban en Titicaca y, por la parte del mar, en [las tierras de] los pachacamac; más allá no había otras tierras; ya no había nada. Era quizá a causa de esta creencia que adoraban a estos dos huacas más que a todos los demás y levantaron [una imagen del] sol en las proximidades de Pachacamac de abajo» (Taylor, 1987: 329-331, cap. 22).
Como se ve, todas las principales huacas, cuyo regreso era anunciado por los profetas del Taki Onqoy —Pachacamac incluida—, resultan haber estado de un modo u otro directamente relacionadas al culto estatal inca del dios Sol y a la dinastía de los Incas21. No debe sorprender entonces que en la década de 1560, cuando aún existía un pequeño Estado inca autónomo en Vilcabamba —región por lo demás en línea de área bastante cercana a los territorios de los Soras y los Lucanas y geográficamente en parte perteneciente a la misma macro-cuenca fluvial, la del Pampas-Apurímac— se propagara la voz del resurgimiento precisamente de Titicaca y Pachacamac liderando a las demás grandes huacas del Tahuantinsuyu. Las principales fuentes documentales sobre el Taqui Onqoy son además muy claras al respecto e insisten en la existencia de una conexión entre el movimiento y los Incas de Vilcabamba: Albornoz es
Esta conclusión contrasta con la posición de importantes estudiosos del Taki Onqoy como Luis Millones (1984: 14) y Rafael Varón (1990: 353-354), los cuales han puesto en tela de juicio la posible vinculación del movimiento con los Incas de Vilcabamba precisamente sobre la base de la aparente ausencia en su aparato ideológico de referencias al culto al Sol y de toda glorificación de la figura del Inca.
tajante en denunciar a estos últimos como responsables de la difusión del «Mal del Baile»22 y Molina considera al movimiento como una «invención» de los sacerdotes incas refugiados en Vilcabamba23. Además ambos cronistas, así como varios testigos de las «informaciones de servicios» de Albornoz, refieren que los profetas del Taqui Onqoy hacían seguidamente referencia «al tiempo del Inca»24. A estos testimonios hay que añadir el hecho —que no creemos sea una mera coincidencia— que el movimiento, en cuanto tal, prácticamente cesó de existir al mismo tiempo que el así llamado Estado neo-inca de Vilcabamba, aniquilado por los españoles en 1572.
Sin embargo, a pesar de la perfecta correspondencia existente entre los nombres de las más importantes divinidades oraculares veneradas por los Incas al tiempo del Tahuantinsuyu y las principales huacas del Taki Onqoy, en los hechos entre la acción (y la naturaleza) de las unas y la de las otras hubo una diferencia sustancial, que fue puntualmente notada por los mismos testigos oculares del movimiento. Las huacas resurgidas —reparaba Luis de Olivera, el religioso que por primero señaló la difusión del culto entre los nativos— «ya no se incorporaban en piedras, ni en árboles ni en fuentes, como en tiempo del ynga, sino que se metían en los cuerpos de los yndios y los hazían hablar»25. Las grandes huacas, enmudecidas al momento de la conquista, habían retomado a hablar a la gente, pero ya no desde sus antiguos santuarios y por boca de los sacerdotes consagrados a su culto, sino a través de cualquier individuo involucrado en los rituales orgiásticos del Taki Onqoy. La posesión incontrolada y espontánea de los fervorosos seguidores del «Mal del Baile» había sustituido al trance inspirado, al arrebatamiento místico y a las visiones de los experimentados sacerdotes de la Iglesia inca. Y para hablar con las deidades, la gente ya no debía —ni estaba en condiciones— de realizar largas romerías a lejanos y esplendorosos adoratorios, lugares de encuentro y centros de comunicación de nivel interregional, sino más bien ahora eran las huacas las que alcanzaban a los individuos en sus rústicas viviendas. Por lo menos
«Esto yngas [de Vilcabamba] siempre desearon bolver a recuperar estos reinos por los medios posibles, y lo han intentado y, no hallando otro de más comodidad que su religión y resucitas su predicación, procuraron indios ladinos criados entre nosostros y los metieron allá dentro con dádivas y promesas. E a estos los derramaron por todas la provincias el Pirú, con un modo y predicación rogando y exsortando todos los que eran fieles a su señor que creyesen que las guacas bolvían… Y como estos maestros pretendían concluir su hecho, y saviendo la fuerza que entre los naturales tienen los hechiceros camayos de guacas y las suyas naturales, para que no oviese otros que mandasen ni predicasen otra religión que la del ynga, porque muchos en sus provincias avían olvidado las celebraciones de las guacas del ynga…» (Albornoz, 1989: 193-194).
«No se pudo averiguar de quien uviese salido este negocio, más de que se sospechó y trató que fue ynventado de lo hechiceros que en Uiscabamba tenían los Yngas que allí estavan alçados…» (Molina, 1989:130).
Véase Molina, 1989: 130-131; Albornoz 1989: 196; y los testimonios, de 1570, de Baltasar de Hontiveros, Pedro Contreras y Gerónimo Martín (Millones, 1990: 75, 88, 130), entre otros.
Testimonio (1577) de Luis de Olivera, vicario de la provincia de Parinacochas (Millones, 1990: 177). Véase también la declaración de Cristóbal Ximénez, cura de la parroquia de Nuestra Señora de Belén, en el Cuzco (ibid.: 191), y la crónica de Cristóbal de Molina (1989: 130-131).
potencialmente, todos podían ser o volverse «oráculos». El poder carismático había reemplazado al saber sagrado de un grupo selecto de especialistas plenamente orgánico respecto al poder político, cuya tarea principal había sido la consolidación y la reproducción del sistema social vigente. Con los nuevos «oráculos», es decir los «hombres-huaca» del Taki Onqoy, lo que parece imperar es el espíritu de communitas, propio de pequeños grupos locales escasamente jerarquizados y en fase crítica de reacomodo socio-político. Ni podía ser de modo diferente. El antiguo orden socio-político andino que había posibilitado, necesitado y sustentado la existencia de grandiosos santuarios oraculares, como los de Titicaca y de Pachacamac, era irremediablemente venido a menos. No existía más el viejo cuerpo sacerdotal, altamente organizado, jerárquico y especializado, que los cuidara y los mantuviera activos (cf. Gareis, 1987, 1991); ni había más acllas, mamacunas ni yanas dedicados a su servicio. De hecho, el pequeño Estado de Vilcabamba no era ni la sombra del avasallador «Imperio de las cuatro partes del mundo», que solo unos cuantos años atrás había ejercido su dominio sobre la entera región andina, desde el sur de Colombia hasta Chile central. El eficiente sistema administrativo de los Incas ya no existía y toda la inmensa infraestructura estatal por ellos creada —los centros provinciales, la red de caminos, las estaciones de paso (tampu)— se estaba cayendo a pedazos; así como los mayores templos autóctonos, sistemáticamente saqueados y quemados por conquistadores y misioneros, mientras sus antiguos sacerdotes estaban dispersos, perseguidos o muertos. Tampoco existían más los reinos y señoríos étnicos que en los centros oraculares habían tenido importantes puntos de referencia, de orientación y de negociación, ya sea en sus relaciones recíprocas como con el Estado inca. En el nuevo orden colonial, que se estaba inexorablemente afirmando, los otrora poderosos e influyentes santuarios oraculares —instituciones fundamentales del mundo inca— no tenían más modo ni razón de existir. Definitivamente, el tiempo de los grandes oráculos andinos se había acabado.
Consideraciones finales
Los diferentes hechos documentales y los elementos de juicio alegados confirman lo planteado al inicio de este ensayo, esto es, que los oráculos representaron en el mundo Inca un verdadero «hecho social total»: una institución proteiforme y polivalente que regulaba y sustentaba gran parte de la vida sociopolítica andina, desempeñando, entre otras, las funciones que en las antiguas sociedades complejas del Viejo Mundo provistas de escritura alfabética tuvieron los textos sagrados y los códigos legales. En efecto —como se ha visto—, los oráculos constituyeron un poderoso e imprescindible instrumento de habilitación al ejercicio del poder, de legitimación de los mandados de las autoridades y de normatividad. Es a través de los oráculos que se formulaban, emanaban y divulgaban muchas de las normas que sustentaban el ordo rerum. Y, en particular, objetivizando e impersonalizando dichas normas, presentadas como expresión de una voluntad extrahumana y superior, los oráculos aseguraban el respeto y el acato general de las mismas. Además, la palabra de los dioses brindaba la posibilidad de adecuar continua y rápidamente las reglas de conducta tradicionales a las diferentes coyunturas que se iban presentando.
Pero las funciones de los oráculos, por lo menos en la protohistoria andina (Horizonte Tardío), fueron todavía más amplias. Por ser lugares de culto y meta de peregrinaciones, donde se congregaba gente de todas partes, que a través del ritual de la confesión tenía que contar a los sacerdotes lo que había pasado y estaba pasando en su comunidad o en su grupo, los santuarios oraculares representaron formidables centros de acopio y procesamiento de información, hecho que evidentemente debía conllevar un alto grado de acierto en las predicciones, sobre todo en los de índole política, elevando el nivel de confiabilidad en los mismos. Y a su vez esta confiabilidad, condicionando e influenciando los procesos de toma de decisiones de los individuos y de los grupos y por consiguiente sus acciones, acrecentaba en forma exponencial la posibilidad que lo predecido se verificara. Así, cuanto más y a cuanta más gente un oráculo repetía un determinado vaticinio, tanto más era probable que el hecho o la situación anunciada llegara a acontecer.
En esta óptica, todavía antes que un canal a través del cual los grupos étnicos subalternos podían expresar en forma institucionalizada y solapada sus aspiraciones y reivindicaciones a fin que el Sapa Inca pudiera escuchar la «voz del pueblo», como planteado por Gose, es probable que el gran ritual oracular inca de la Capacocha descrito por Cieza —y del cual nos hemos ocupado al inicio de este ensayo—, haya representado fundamentalmente un poderoso instrumento de presión de los gobernantes del Cuzco sobre las elites provinciales, a fin que los sacerdotes de estas últimas formularan coram populo predicciones a ellos favorables: vaticinios que, luego, las mismas elites debían hacer todo lo posible para que resultaran acertados, esto es, que se realizaran, pena el desprestigio frente a los demás jefes étnicos del Tahuantinsuyu, sin contar la pérdida de privilegios y recursos. En este contexto, las predicciones oraculares terminaban representando un verdadero compromiso por parte de las elites locales a operar en forma orgánica y en sintonía con la política imperial inca. Además, es evidente que la orientación y la acción política de cada grupo étnico, así como las predicciones de sus respectivas huacas, no podían dejar de resultar fuertemente condicionadas por las respuestas brindadas por las huacas de los demás pueblos en el transcurso de la misma ceremonia. Y este hecho, es decir, que cada pronóstico fuera de un modo u otro influenciado por el conjunto de las profecías formuladas con anterioridad, debía llevar a un cierto alineamiento de las expectativas, proyecciones, previsiones y posiciones de los señores étnicos, con referencia a los asuntos de carácter estatal y de interés general.
Sin embargo, a pesar del fuerte «condicionamiento ambiental», es evidente que cada predicción debió en última instancia ser producto de una sorda —o a lo mejor ni siquiera tan sorda y solapada— negociación entre la elite cuzqueña, con sus pretensiones hegemónicas y sus necesidades imperiales, y los jefes étnicos, con sus exigencias de autonomía y de una relación lo menos asimétrica posible con el Estado inca. Este proceso negociador bien explica porqué los sacerdotes a menudo tomaban tiempo haciendo repetidos sacrificios a sus dioses, antes de llegar a formular una respuesta. Definitivamente, en un sistema político como el del Tahuantinsuyu, que no consistía en un Estado monolítico poderosamente centralizado, sino más bien en una inmensa y delicada telaraña de relaciones personales tejida por el Inca, cuyos delgados y flexibles hilos debían ser constantemente reforzados o renovados, ceremonias oraculares como la de la Capacocha se configuraban como apoteósicas performances, donde del coro —dirigido por el Inca— de las preguntas y las respuestas expresadas en un contexto altamente dramatizado, terminaba saliendo una especie de plan estratégico anual que comprometía para su realización a todas las partes involucradas.
De todas maneras, sean cuales fueran exactamente las interacciones entre los señores del Cuzco y las elites locales, así como entre los mismos sacerdotes que unos tras otros iban formulando las predicciones, éstas últimas, al desencadenar un proceso de realización y cumplimiento de sí mismas, terminaban ejerciendo una poderosa acción coercitiva sobre la realidad. Así los ritos oraculares Inca, y en particular el de la Capacocha, representaron antes que nada grandiosas performances que prefiguraban y «preformaban» la acción social y política de los grupos, asegurando cohesión y coherencia interna al más grande Estado segmentario y sin códigos escritos de la historia humana, cual fue el Tahuantinsuyu.
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UHLE, Max, 2003 – Pachacamac. Informe de la expedición peruana William Pepper de 1896, 402 p.; Lima: Universidad Nacional de San Marcos – Corporación Financiera de Desarrollo.
URTON, Gary, 2003 – Signs of the Inka Khipu: Binary Coding in the Andean Knotted-String Records, 202 p.; Austin: University of Texas Press.
VALCÁRCEL, Luis E., 1964 – Historia del Perú antiguo. Tomo III: Religión, magia, mito y juego, 860p.; Lima: Juan Mejía Baca.
VARÓN GABAI, Rafael, 1990 – El Taki Onqoy: las raíces andinas de un fenómeno colonial. En: El retorno de las huacas. Estudios y documentos del siglo XVI (Luis Millones, ed.): 331-405;
Lima: Instituto de Estudios Peruanos – Sociedad Peruana de Psicoanálisis.
VILLAGÓMEZ, Pedro de, 1919 [1649] – Carta pastoral de exortación, e instrucción contra las idolatrías de los indios, del Arzobispado de Lima. En: Colección de libros y documentos referentes a la historia del Perú. Tomo XII: Exortaciones e instrucción acerca las idolatrías de los Indios del Arzobispado de Lima (Horacio H. Urteaga, ed.); Lima: Imprenta y Librería Sanmarti y ca.
VILLANUEVA URTEAGA, Horacio, 1975 – Cajamarca, apuntes para su historia, 269 p.; Cuzco: Editorial Garcilaso.
XEREZ, Francisco de, 1985 [1534] – Verdadera relación de la conquista del Perú (Concepción Bravo, ed.), 206 p.; Madrid: Historia 16.
WILLEY, Gordon R. y SABLOFF, Jeremy A., 1993 – A History of American Archaeology (Third Edition); New York: W. H. Freeman and Company.
ZIÓŁKOWSKI, Mariusz S., 1991 – El Sapan Inka y el Sumo Sacerdote: acerca de la legitimación del poder en el Tawantinsuyu. En: El culto estatal en el Imperio inca. Memorias del 46° Congreso Internacional de Americanistas. Simposio ARC-2. Amsterdam 1988 (Mariusz S. Ziółkowski, ed.): 59-74; Varsovia: CESLA, Universidad de Varsovia.
ZIÓŁKOWSKI, Mariusz S., 1997 – La guerra de los Wawqis. Los objetivos y los mecanismos de la rivalidad dentro de la elite inka, siglos XV-XVI, 424 p.; Quito: Ediciones Abya-Yala (2da. edición corregida).
ZIÓŁKOWSKI, Mariusz S., 2004 – Coropuna. En: Enciclopedia Archeologica: Americhe-Oceania, (Marco Curatola Petrocchi, ed.): 310-311; Roma: Istituto della Enciclopedia Italiana.
ZIÓŁKOWSKI, Mariusz S., 2005 – Apuntes sobre la presencia inca en la región de los nevados Coropuna y Solimana. En: Proyecto arqueológico Condesuyos. Vol. III. Andes. Boletín de la Misión Arqueológica Andina (Mariusz S. Ziółkowski, Luis Augusto Belan Franco y Maciej Sobczyk, eds.), 6: 27-63; Varsovia.
ZIÓŁKOWSKI, Mariusz S. y SOBCZYK, Maciej, 2005 – Huaycha y Jamayo: sitios ceremoniales en las alturas de Andaray. En: Proyecto arqueológico Condesuyos. Vol. III. Andes. Boletín de la Misión Arqueológica Andina (Mariusz S. Ziółkowski, Luis Augusto Belan Franco y Maciej Sobczyk, eds.), 6: 227-237; Varsovia.
ZUIDEMA, Tom R., 1974-1976 – La imagen del Sol y la Huaca de Susurpuquio en el sistema astronómico de los Incas en el Cuzco. Journal de la Société des Américanistes, 63: 199-230; Paris.
ZUIDEMA, Tom R., 1989 – Reyes y guerreros: ensayos de cultura andina (Manuel Burga, ed.), 563
p.; Lima: Asociación Peruana para el Fomento de las Ciencias Sociales.
ZUIDEMA, Tom R., 1991 – La civilización inca en Cuzco; México, D. F.: Fondo de Cultura Económica.
ZUIDEMA, Tom R., 1995 – El sistema de los ceques del Cuzco: la organización social de la capital de los Incas, 420 p.; Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú (ed. orig. Leiden 1964).
ZUIDEMA, Tom R., 2003 – The Inca Calendar. Time and Space in the Ritual Organization of Cuzco: The Idea of the Past. Manuscrito inédito.
Huaca «quiere decir ‹cosa sagrada›, como eran todas aquellas en que el demonio les (a los andinos) hablaba» (Garcilaso, 1991 I: 76, lib. II, cap. IV). Sobre la noción de huaca véase Rowe, 1946: 295-297; Szemiñski, 1987: 92-96 y passim; Jiménez Borja, 1992; Gnerre, 2003. ↑
Especialistas de notación y registro mediante cordeles anudados (quipus). ↑
«Hermano divino». Sobre el significado de huauqui, véase Ziólkowski, 1997; en particular a las páginas 126-140. ↑
Sobre la figura del Inca como rey divino véase Cerulli, 1979: 153-162; Graulich, 1991; Duviols, 1997b; Masuda, 2002; Ramírez, 2005: 59-112. ↑
Típicos ejemplos de estas transliteraciones son textos como «La visita de Urcos» de 1572, publicada por María Rostworowski (1990), y la «Memoria de las provincias que conquistó Topa Inga Yupangui» publicado por John Rowe (1985; véase también Pärsinnen y Kiviharju, 2004: 83-99). Para diferentes hipótesis sobre la naturaleza y la función de los quipus véase MacKey et al., 1990; Salomon, 2001; Quilter y Urton, 2002; Urton, 2003; y sobre la antigüedad de los mismos, Conklin, 1982; Shady, Narváez y López, 2000: 13-15. ↑
La hipótesis planteada por Tom Zuidema (1974-1976: 228) y desarrollada por Arthur Demarest (1981), que Viracocha personificara al Sol maduro de diciembre, parece en efecto justificada. En las diferentes versiones recogidas por los cronistas del mito de la visión que Pachacuti tuvo antes de la batalla decisiva contra los Chancas, por ejemplo, se dice en unas que se le apareció el Sol (Sarmiento, 2001: 87, cap. XXVII; Molina, 1989: 60) y en otras el dios Viracocha (Betanzos, 2004: 73, parte I, cap. VIII) en forma indistinta. Así mismo, Sarmiento de Gamboa (2001: 141, cap. LIX) y Martín de Murúa (1987: 110, cap. XXX) mencionan que los Incas veneraban en la isla de Titicaca a la huaca de «Ticci Viracocha» y «el Hacedor», respectivamente, mientras que los demás cronistas concuerdan en relatar que allí se adoraba una roca donde, según la tradición, había salido por primera vez el Sol. La «intercambiabilidad» o equivalencia de las susodichas divinidades en varios relatos míticos fue, por lo demás, notada ya en el siglo XVI por Juan de Betanzos (1551), quien al no entender los conceptos más hondos y complejos del sistema de creencias religiosas inca, acotó perplejo, no sin un cierto menosprecio, que «… aunque ellos tienen que hay uno que es Hacedor, a quien ellos llaman Viracocha Pachayachachic, que dice Hacedor del mundo, y ellos tienen que éste hizo el sol y todo lo que es criado en el cielo e tierra, como ya habéis oído, careciendo de letras e siendo ciegos del entendimiento e en el saber casi mudos, varían en esto en todo y por todo, porque unas veces tienen al sol por Hacedor y otras veces dicen que el Viracocha» (Betanzos, 2004: 87, parte I, cap. XI). ↑
En los documentos de extirpación de idolatrías del siglo XVII se encuentran numerosas descripciones de cómo las huacas se comunicaban con sus sacerdotes. Hernando Acaspoma, un gran «hechicero» de San Pedro de Hacas (en el valle medio del Pativilca), interrogado en 1657 por el visitador Bernardo de Noboa , así describía el modo en que los malquis le «hablaban» mientras estaba en estado de trance: «abiendole echo estos sachrificios delante de dicho malqui … se quedaba este testigo en stasis pribado de sus sentidos y oiya ynteriormente que le ablaba el dicho malqui y le desia si abia de ser buen año de comidas o no y si abia de aber peste o emfermedades y susedia de la manera que alli en aquel stasis abia oido se lo desian y si la repuesta era buena baja al pueblo y lo decía a todo el comun… al qual ydolo abiendole echo los sachrificios lo abrasaba y quedaba en otro stasis y desia que el camaquen del ydolo Guamancama Ratacurca que el alma de dicho malqui bajaba a su corason y le desia lo que se abia de haser en aquel negosio que le consultaban y de la mesma manera que le daba la repuesta bajaba este testigo al pueblo y les desia a todos los yndios prinsipales y demas comun lo que le abia dicho su apo y yayanchi y asi lo executaban como el lo desia» (Duviols, 2003: 332-333; cf. Griffith, ↑
Véase Polo de Ondegardo, 1999: 87-88, cap. V; Agustinos, 1992: 36, f. 13v; Santillán, 1968: 113, n. 31; Molina, 1989: 65-66; Álvarez, 1998: 100-102, nn. 176-180; Anónimo, 1992: 72-77; Acosta, 1954: 168-170, lib. V, cap. XXV; Murúa, 2004: 200-202, cap. 61; Arriaga, 1999: 42 y 57-58, capp. III y V; Ramos Gavilán, 1988: 87. lib. I, cap. XII; Villagómez, 1919: 158-159, cap. XLIV; Cobo, 1964, II: 206-207, lib. XIII, cap. XXIV; cf. Rowe, 1946: 304-305; Karsten, 1979: 220-235; Valcárcel, 1964: 267-270; Gareis, 1987: 70-71 y 319 ss. ↑
Anónimo, 1992: 76; Molina, 1989: 65-66; Murúa, 2004: 201, cap. 61; Arriaga, 1999: 57-58, cap. V; Villagómez, 1919: 158-159, cap. XLIV; Cobo, 1964, II: 207, lib. XIII, cap. XXIV. ↑
Sobre el oráculo de Huanacauri véase Cieza, 1984: 259-260, cap. XCIII, y 1985: 83-84, cap. XXVIII; Molina, 1989: 62, 77-78, 98; Guaman Poma, 1980, I: 63, n. 80, 66, n. 84, 79, n. 99, 234, n. 263, 239, n. 267, y passim; Cobo, 1964, II: 181; lib. XIII, cap. XV; cf. Szemiñski, 1991; Ziólkowski, 1997: 69-75. ↑
Sarmiento, 2001: 63, cap. XIV; Murúa, 1987: 444, lib. II, cap. XXXVI; Ramos Gavilán, 1988: 165, lib. I, cap. XXVI; Cobo, 1964, II: 168, lib. XIII, cap. XII; cf. Curatola, 1994: 254-258. ↑
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con-libros · 3 years ago
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Necrópolis: relatos que se tuercen
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Necrópolis - Daniel Collazos Bermúdez
calificación: 4/5  ★ ★ ★ ★ ☆
detalles: Libro físico, ediciones Altazor
sinopsis: La muerte es el eterno compañero de nuestras vidas. En los 13 relatos de suspenso que componen Necrópolis, conoceremos historias de asesinos en serie, sicarios, escritores, enamorados, niños e incluso al mismo lector que se encontrará frente a destinos ensombrecidos con lo inevitable. Esta ciudad tiene un poco de la tuya, porque todos somos víctimas.
La quieres leer? cierra esto y ve a buscarla o mándame un mensaje para pasártela en formato digital gratuitamente 👍 Ya la leíste o no la vas a leer y te interesa la opinión? adelante
Opinión y chisme: 👇👇👇
Por ahí leí que lo comparaban con un estilo de Black Mirror pero versión peruana / latinoamericana y es verdad 😆.
calificación: 4/5  ★ ★ ★ ★ ☆
Un libro corto sobre relatos cortos muy perturbadores, cada uno con en un grado distinto, cada uno se tuerce a medida que avanzan y poco a poco van tensando la mente.
Y he aquí la mención y reacción de cada uno de mis preferidos:
-¿Quién mato al americano?: 🤔
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-Aló: 😬
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-Apagón: 😨😮😠
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-Caminando por valles oscuros: 😱
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No voy a negar en decir que si eres peruano vas a disfrutarlos más porque tiene esas expresiones tan de mi pais, y algunos detalles que me hicieron sentir tan en casa, aunque si eres mas joven que un milenial puede que te cueste un poco reconocer esas referencias.
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Lo único que criticaría es el contenido erótico, se me hizo muy explicito y en algunos relatos sobraban un poco esos detalles, sin embargo como dije, las historias se tuercen tanto que esa molestia desaparece.
Además, quiero felicitar a la editorial porque este libro es excelente, la portada es muy genial, tiene paginas en negro adecuadas para las historias, y esa pagina de contenido me en-can-to! 👏 Así se deben hacer los libros de relatos perturbadores!
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(Una edición así merece tener los relatos de Edgar A. Poe, con todas las paginas en negro y tétricas letras en blanco, grrr!) 
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Sin duda, este libro es recomendable, pensé que seria algo juvenil, pero no, este libro si es muy +18, recomendable para quienes les guste los relatos de terror y cosas perturbadoras.
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#necropolis #danielcollazosbermudez #horrorbook #terrorbooks #relatos #libros #books #bookstagram #bookstagramperu
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elyalovi · 3 months ago
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"La historia de un país no solo es la lista de sus presidentes y el registro de sus eventos históricos más importantes. La historia de un país también sucede dentro de las casas de cada uno de nosotros. Pasa y queda dentro de los recuerdos de toda la familia y esos recuerdos van tejiendo una tela, de cada uno es apenas un hilo de algo inmenso que forma la identidad de una nación, compuesta de millones de miles" Paco - Nuestra historia
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uncronopiodesatinado · 4 years ago
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La curiosidad no mata al gato: 6 ilustradores de inspiración
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¿Alguna vez te has preguntado por qué la curiosidad mató al gato? Algunos especialistas sustentan esta frase diciendo que una vida llena de preocupaciones, estrés y ansiedad puede originar problemas físicos y/o mentales; por ello, no es recomendable indagar demasiado en ciertos asuntos que podrían ser peligrosos. Pero qué opinan si les digo que en realidad a mí no me terminó matando.
Realmente la verdadera frase es “Curiosity killed the cat but the satisfaction brought it back”, que en español sería la curiosidad mató al gato pero la satisfacción lo trajo de vuelta. Por motivos que desconozco, la primera parte del refrán comenzó a usarse a partir del siglo XX, dejando atrás la segunda parte de dicha frase.
Claro está que este verdadero dicho guarda un fin muy distinto del que se desprende del anterior refrán (el incompleto): no hay que conformarse con nada. Debemos aceptar las cosas tal y como son para luego estudiarlas, racionalizarlas y, en el mejor de los casos, mejorarlas. Y esto fue lo que me sucedió. Al verme invadida de tanta curiosidad por este arte de la ilustración que, desde muy niña se me inculcó, no he dejado de seguir huzmeando, a veces de forma obsesiva, diversos referentes visuales que logren retroalimentar mi estilo de dibujo.
Durante mis 21 años de edad, me he dedicado al dibujo y pienso seguir haciéndolo gracias a ilustradores que han ido sumándose a mi carpeta de artistas de inspiración, pero son seis ilustradores que aún siguen marcando mi vida diaria, pues nunca dejo de aprender de ellos. ¿Quieres conocerlos? Pues prepárate para esta aventura llena de color, formas y trazados. 
¡Inspírate!
1. Nacho Díaz (@naolito)
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En 2009, Nacho comenzó a invadir su blog con ilustraciones muy divertidas de nuestro día a día. Dibujos muy simples, pero que terminaban enamorando o endulzando a nuestros ojos. Poco a poco fue creciendo y recibiendo gran acogida. Actualmente cuenta con alrededor de 300 mil usuarios en Instagram, red social donde puedes stalkear sus trabajos.
Gracias al gran recibimiento de su público, Naolito creó una tienda virtual que principalmente empieza con su propia marca de camiseta. Con el transcurso de su reconocimiento, ha ido metiendo en su mercado laboral, pins, pegatinas y otros.
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Si no logra convencerte aún sus trazos simples, te presento las animaciones que ha realizado sobre determinados personajes de videojuegos, series y películas. Y es que, realmente, Naolito es una explosión de creatividad. Con él aprendí a hallar la belleza en trazos no tan complejos. Basta con que tu mente navegue en mares de mundos imaginarios para que puedas encontrar a tus personajes en unas simples circunferencias u otros tipos de formas u elementos.
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2. Emanuel Emarts (@emarts)
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¿Te acuerdas de la ilustración que logró viralizarse en las noticias peruanas durante el último fenómeno del niño? Bueno, si tu mente no te falla, era de Emanuel, más conocido como Emarts, un artista gráfico especializado en dibujos e ilustraciones. A través del arte transforma las ideas e historias en imágenes que, según cuenta él mediante todas sus redes, busca influenciar positivamente el mundo con su gran creatividad. ¡Y vaya que conmigo lo ha logrado!
Si te consideras de esas personas que ama el dibujo, pero no sabe dibujar, pues Emarts es una gran motivación. Sus dibujos no son tan complejos y, es más, son súper tiernos y estéticamente bellos, sin omitir los mensajes y consejos que nos regala mediante cada uno de ellos. Gracias a él, logré encontrar el feeling ha este tipo de ilustraciones y me ha servido para poder realizar mis storyboards de una forma fácil y entretenida. Sin duda alguna, es y sigue siendo mi gran fuente de inspiración.
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Durante los últimos años ha participado en eventos en vivo para ciertas instituciones peruanas. Ha trabajado para el Ministerio de Producción, El Comercio, La República, RRP Noticias, entre otros. Y si eso no fuera poco, también realiza escenografías y workshops. Pero lo que termina enamorándome más de este personaje amarillezco (su color favorito, al parecer) es que monta su gran obra de arte sobre fotografías cotidianas.
Aparte de mi gran pasión por el dibujo, la fotografía también ha calado en gran parte de mi vida. Si también es lo tuyo. ¡Grita de emoción! Porque Emarts ha sabido unir ambos artes con un propósito: documentar entretenidamente nuestra vida cotidiana y realidad peruana.
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3. Agustina Guerrero (@agustinaguerrero)
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Esta diseñadora gráfica y dibujante alborotó a muchos gracias a una de sus agendas (“Diario de una chica volátil”) que ha vendido millones de ejemplares por lugares inimaginables. Nació en Chacabuco, Argentina. Desde muy joven trabajó arduamente para que las personas de cualquier parte del mundo puedan apreciar su arte.
Si creíste que Emarts es el único que me inspiró para mis trabajos de storyboards. ¡Te equivocas! Agustina llegó a mi vida mucho más antes que él. Actualmente cuenta con 6 libros de ilustraciones, siendo las agendas de La Volátil las más conocidas.
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De Agustina aprendí algo esencial y que ha marcado mi personalidad hasta el día de hoy: cada vez que alguien me pregunta en qué me quiero especializar, saco lápiz y papel y comienzo a explicárselo con dibujitos. Soñar no está mal, si Agustina lo hizo, ¿por qué yo no?
Al igual que ella, no cuento con una oficina especial/particular. Soy un alma libre y autónoma. Invado bibliotecas, cafeterías, parques y combis con mis trazos de lápices y libretas. Y, si no es un buen día, quedarme dibujando en piyama sobre mi cama es darme el pase directo al cielo. No necesito un despacho fijo, todo lugar es especial. ¡La creatividad no afloja en un cuarto de cuatro paredes!
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4. Illarion Gordon (@luftaffe)
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Se graduó en la Escuela Superior de Arte y Artesanía Strogranov, Moscú. Lleva en el mercado de ilustración más de 20 años. En el año 1996, obtuvo un premio especial de ParaGraph International por el bagaje de creatividad que tiene frente a logos, tipografías e ilustraciones en la bienal Golden Bee de diseño gráfico.
Si amas el café, el diseño y los dibujos, prepárate para flecharte eternamente de este diseñador ruso. Un día mientras consumía un vasito de café express de Juan Valdez, mi mente comenzó a divagar en un mundo surreal inexplicable.
Acababa de consumir un sinfín de referencias visuales sobre publicidad de vinos tintos para un proyecto de la universidad. Mi mente disparó y mi mano comenzó a trabajar en el espacio blanco del vaso del café, diseñando los bocetos para mis fotos publicitarias.
Acabada la misión y con la satisfacción abrazándome, se asomó un amigo a ver mi gran obra de arte. “Manya, esta pajita tu boceto. ¿Te inspiraste en Luftaffe?“, me dijo. Yo, en mi mente, me preguntaba: “¿Quién cuernos es?”. Bombardeada de curiosidad entré a Google a espiar y… ¡Ajá! ¡Fue amor a primera vista!
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Si bien la gran parte de marcas de cafés siempre se ha centrado en mostrarnos su logo en un formato grande y centrado dentro de su vaso a servir, este ilustrador les da la vuelta creando sus propios diseños, ilustraciones y logotipos como si de una marca falsa de café se tratara. Y es lo que actualmente yo también estoy buscando gracias a él.
5. Lois Van Baarle (@loisvb)
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Ilustradora digital holandesa que trabaja en animaciones desde más de 15 años. Al igual que en mi caso, sus primeros recuerdos de su infancia están llenos de bocetos, lápices y cuadernillos. Para suerte de ella, a sus 16 años de edad le obsequiaron una tableta y fue así como terminó involucrándose en esta área del dibujo digital. Actualmente trabaja como freelance y es muy activa en sus redes digitales.
La mayoría de sus ilustraciones se encuentran inspiradas en el estilo del dibujo japonés (mangas y animes), como también en artistas cómicos franceses, destacando a Aurore BlackCat. Además, cabe resaltar que guarda una clara marca femenina y juvenil en cada una de sus ilustraciones, que además cuentan con una paleta de colores admirables.
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Durante una entrevista personal, Louis mencionó que sus fuentes de inspiración eran imágenes que observaba por internet, películas (animadas o de otros géneros) y series. En mi opinión, este es un punto clave. No busques inventar la pólvora porque existe alguien, quien probablemente te lleve una gran cantidad de años, que ya pensó en la idea que te está rondando por la cabeza.
Cuando recién lograba experimentar en este arte, me veía muy influenciada por los gustos específicos que tenía mi padre, quien también es dibujante. Conforme iba creciendo y ya me encontraba dentro de la universidad, mis ojos se vieron bombardeados por diversas cantidades de referentes visuales. Fue gracias a ello que empecé a retroalimentarme de diferentes estilos de ilustraciones.
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Sin embargo, algo crucial que logré entender con esta diseñadora es que realmente la fuente de inspiración para un diseñador gráfico se encuentra en los colores. Mejor dicho, en la combinación de colores, pues estos dan una idea y motivan en los pasos de un proceso de dibujo.
6. Danilo Laynes (@_laynnes)
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Laynes es un ilustrador peruano que conocí en 2016. Cuando mis ojos tropezaron con sus primeros trabajos, quedé encantada por el destacado cuidado de los detalles que tienen cada una de sus gráficas y, no solo eso, sino también por el tratamiento de color que aplica en sus obras.
Cada ilustración está inspirada por criaturas morfológicas que tienen influencia de la cultura pop y japonesa.
Actualmente, sigue explorando nuevas técnicas y tendencias que le han brindado un abanico de oportunidades en las ciudades de México y Venezuela. Si no has tenido la oportunidad de conocerlo antes, ¡agárrate bien! Porque te hará volar con la boca abierta entre tanta explosión de color.
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El punto de inspiración que encontré en él fue el pase que le da a cada espectador para entrar en el universo millennial y folclórico que baña sus ilustraciones, siempre mostrando una versión actualizada de imágenes cotidianas. Esta dosis de temática ha terminado moldeando mi estilo y técnicas de ilustraciones junto con el tratamiento de colores brillantes (seña de identidad de Laynes) para así convertir mis dibujos en obras vivas de ciencia ficción.
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recetas-peruanas · 4 years ago
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Libros que te harán recorrer el Perú a través de sus páginas
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Antes de la pandemia del coronavirus era usual que en julio en Perú, las personas aprovechen los feriados de Fiestas Patrias para viajar. Este 2020, debido a la crisis de la COVID-19 que vivimos eso no ocurrirá.
Sin embargo, hay otras formas de recorrer el país y puede ser a través de películas, series, documentales y también libros que por medio de sus páginas describan algunos sitios
Por ello, diferentes editoriales y librerías se unen para recomendar libros para viajar a través del tiempo, fortalecer nuestra identidad y difundir la historia del Perú.
Mujeres que forjaron el Perú
Autor: Bruno Polack Editorial: Planeta
Cuenta la historia de personajes casi anónimos que acompañan, normalmente, a los dorados nombres de los héroes oficiales de la patria. Estas mujeres no solo ayudaron a fraguar la patria, sino también, la forjaron junto con la república.
Héroes y heroínas de la peruanidad
Autor: Victor Ruiz Editorial: Planeta
Esta publicación trata sobre múltiples personajes, hombres, mujeres y colectivos que ayudaron a fraguar nuestras múltiples identidades peruanas a partir de un acto de entrega que convocó en torno suyo a toda una nación.
Sorprendente Perú
Autor: Ezio Macchione Editorial: UPC
Es la colección fotográfica de Ezio Macchione que reúne 72 imágenes sobre paisajes y naturaleza inexplorada en la selva, sierra y costa del Perú.
Quipus
Autor: María Wiesse Editorial: SM Perú
Obra conformada por veintinueve relatos que ofrecen un recorrido por la historia y los pasajes del Perú. Nos dan cuenta desde los inicios de la cultura peruana hasta la figura insigne libertador Simón Bolívar.
Contando Cuentos
Autor: Angélica Palma Editorial: SM Perú
Doce relatos inspirados en cuentos tradicionales y que han sido actualizados para la época. Se publicó por primera vez en 1930 en España y ahora lo reeditamos por su gran contenido literario y por ser un hito en la historia literaria del Perú. De venta en Librería SM
La nación celebrada: marca país y ciudadanías en disputa
Editorial: UP
Esta publicación abarca temas desde que en el Perú parecen concretarse el fin de la crisis económica y de las dos décadas de violencia política, la estrategia de marca país, propuesta desde el propio Estado y desarrollada en asociación con consultoras globales de branding ha adquirido un rol protagónico.
Desde Peru.com https://peru.com/estilo-de-vida/cultura/libros-que-te-haran-recorrer-peru-traves-sus-paginas-noticia-614436
de Libros que te harán recorrer el Perú a través de sus páginas
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malditochaki · 5 years ago
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Santa Cruz de la Sierra ¿El suceso histórico más importante de la historia contemporánea boliviana?
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por José Octavio Orsag Molina
Mis inicios como historiador se dieron en las aulas de la carrera de Historia de la Universidad Mayor de San Andrés en La Paz (Bolivia). Cuando se opta por una carrera en ciencias sociales o en humanidades en esta ciudad uno nota cómo algunos temas absorben el interés de la intelectualidad paceña. Los confines de la cordillera suelen atrapar los intereses temáticos de estudiantes, docentes e investigadores autodidactas, llegando en el mejor de los casos hasta las últimas estribaciones de la cordillera. Tal vez no es un problema paceño o boliviano, tal vez es el resultado de nuestras herencias coloniales. Ya la historiadora peruana Frederica Barclay reflexionaba sobre el andinocentrismo, que relega la historia amazónica y la reduce a un mero encuentro con la historia de los Andes como una frontera. Sin entrar a la historia amazónica, que ha sufrido su propio proceso de colonización simbólica como un espacio relegado a la naturaleza, en Bolivia se ha dejado también de lado de las narrativas nacionales la historia del crecimiento de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, entendiendo muy poco de su crecimiento, sus problemas y sus efectos sobre todo el departamento. Pudiendo ser este el suceso histórico más importante de la historia del siglo XX en Bolivia, resulta que comúnmente es reducido a una historia regional o regionalista. Es una historia que ha sido contada más como una reafirmación de la identidad local que como un fenómeno social, económico, cultural y ambiental boliviano.
Afirmar que el crecimiento y “desarrollo” de Santa Cruz es el suceso histórico más importante de la historia contemporánea de Bolivia puede despertar algunas reacciones. ¿Cómo es posible semejante herejía histórica?, por ejemplo, dirán algunos. ¿Cómo relegar la historia de la Guerra del Chaco, de la revolución del 52 o de las dictaduras?, dirían otros. O incluso se podría objetar ¿Cómo relegar el surgimiento del MAS? ¿Qué pasa con la Guerra del Agua con la Guerra del Gas? Pues mi respuesta sería muy sencilla, todos estos eventos históricos están conectados con Santa Cruz.Recientemente me topé con la tesis doctoral del historiador Lawrence C. Heilman, escrita en inglés y cuyo título podría traducirse como Asistencia de Desarrollo de los Estados Unidos a la Bolivia rural, 1941-1974: La búsqueda de la estrategia de desarrollo. Lo primero que me llamó la atención de este documento es que prácticamente ningún investigador de la revolución nacional lo menciona. Me llamó aún más la atención cuando el autor comenta que había trabajado en la misión de USAID en Bolivia durante los años 1967-69, es decir, como un actor más y con acceso a documentos relevantes a los intereses del país norteamericano. Uno de los párrafos introductorios de aquella tesis menciona que “la estrategia de desarrollo del gobierno de Estados Unidos se basaba en un efecto de derrame (trickle down) que estaba más interesado en fomentar el desarrollo de la agricultura en el oriente que mejorar las condiciones económicas y sociales de la mayoría de la población en Bolivia”. La hipótesis de Heilman resalta en el campo de la historiografía del MNR y de la reforma agraria. Y ocurre así, no porque se oponga a otras ideas sino porque la historiografía nacional actual no traza una relación directa entre el desarrollo agrícola del oriente a partir de la reforma agraria y el complejo proceso social que se desencadenó al mismo tiempo en el altiplano y los valles. Lo que planteo aquí es que la historia de Santa Cruz esta cercenada de la narrativa histórica nacional. Aquello ha generado que, en nuestra concepción histórica, todo proceso que incluya a Santa Cruz o toda investigación sobre el departamento deje de ser nacional y pase a ser regional.Uno de los intereses que yo tenía al leer la historia de la revolución nacional en Bolivia era entender por qué esta se había desarrollado tan favorablemente sin ninguna clara oposición de EEUU y más aun planteando una reforma agraria. Algo llamativo si comparamos esta experiencia con gobiernos como el de Jacobo Arbenz en Guatemala que derivó en un golpe de estado y la intervención directa de EEUU bajo la operación PBSUCCESS. Desde una óptica que no permite ver más allá de nuestras fronteras la respuesta es poco clara; sin embargo, desde una perspectiva transnacional la respuesta es más sencilla. Ocurre que, tras la década de los 60’s, EEUU bajo el discurso de ayuda humanitaria alrededor del mundo durante la Guerra Fría impartió una serie de políticas de desarrollo bajo la denominada Alianza para el Progreso que en el campo de la agricultura tomo la forma de la llamada Revolución Verde. El plan consistía en la repartición de créditos para maquinaria y fertilizante, el fomento a la creación de centros de investigación y la formación de profesionales para el desarrollo de variedades de alto rendimiento y una mayor producción de cultivos de exportación. Desde Latinoamérica, la Revolución Verde tiende a ser vista desde una óptica técnica más que política. No obstante, la Revolución Verde era un programa político-ideológico disfrazado tras la máscara del rendimiento y el utopismo o determinismo científico, es decir, bajo el discurso de la ciencia y el desarrollo se ocultaban una forma específica de imaginar la sociedad, de distribuir las riquezas, la propiedad de la tierra y evitar la revolución agraria en Latinoamérica.Heilman, además, describe cómo las políticas de la reforma agraria en el oriente boliviano se articularon con la estructura hacendataria cruceña y fomentaron el surgimiento de una nueva élite agroindustrial. Visto desde una perspectiva nacional, este punto cobra mucha más relevancia considerando que al mismo tiempo la revolución nacional desarticuló a las viejas élites del altiplano y los valles. ¿Qué pasa si decimos que el principal objetivo de la reforma agraria a nivel nacional no fue la repartición de tierras en el Occidente sino la conformación de una nueva élite agroindustrial en el oriente? La propuesta no es descabellada teniendo en cuenta la historia de otras regiones del planeta. Sin ir muy lejos pensemos en Brasil que, con su expansión hacia Mato Grosso y el paulatino poder que ha adquirido la élite agroindustrial en este país durante las últimas décadas, es casi un reflejo perfecto del caso boliviano. Por otro lado, si bien el éxito de la distribución de tierras de la reforma agraria es todavía un tema en el cual los autores no llegan a una conclusión definitiva, nadie puede negar que si se incrementó la producción de Santa Cruz, que se crearon canales de migración de occidente a oriente, y que se impulsó la formación de una élite económica y política sólida que desde las dictaduras fue cobrando fuerza y ganando proyección nacional.Un simple cambio en el lugar que ocupa Santa Cruz en nuestro imaginario histórico modificaría completamente la historia política reciente de Bolivia. El trabajo de Soruco, Plata y Madeiros, Los barones del Oriente. El poder en Santa Cruz ayer y hoy, es de suma importancia para comprender las aspiraciones hegemónicas de la élite cruceña. Su hipótesis respecto a la continuidad histórica de esta fenómeno y su fortalecimiento tras la reforma agraria y las dictaduras, permite entender cómo es que a inicios del siglo XXI esta élite se lanzó con aspiraciones nacionales por primera vez en su historia. Asimismo, permite entender cómo el discurso simbólico y la mentalidad de dicha élite se encuentran relacionados con esta continuidad histórica ininterrumpida. Este libro y otros, como el de Santa cruz: economía y poder, 1952-1993, han sido relegados a la estantería de historias regionales, no por el hecho de que describan o reconstruyan la historia del departamento, sino porque aquel es el lugar que le hemos asignado en nuestra mentalidad. De esta manera, la emergencia de la media luna en los años dos mil no es considerado un fenómeno de historia política nacional como la aspiración hegemónica de la élite cruceña, sino como un episodio más de regionalismo que podría haber afectado la integridad nacional.El reposicionar a Santa Cruz y su proyección en las últimas décadas permitiría que bibliografía poco revisada o poco discutida en universidades y ciertos ámbitos intelectuales sea incorporada en discusiones más amplias. Quizá una de las temáticas más dejadas de lado es el crecimiento urbano y la migración a la ciudad de Santa Cruz que, no hace falta decir, es un resultado directo de las políticas de la Revolución Verde en Bolivia. Uno de los libros que cobra mucha relevancia para discutir los últimos hechos acaecidos en el país y permite repensar los discursos polarizados en los últimos meses es Mobilizing Bolivia's Displaced: Indigenous Politics and the Struggle over Land de Nicole Frabricant. La autora relata la fascinante historia y lucha del Movimiento Sin Tierra en Bolivia durante la primera década del siglo XXI. Su libro no solo describe el origen de la mano de obra agrícola en Santa Cruz a partir de historias de migración directas que desgarran lo más profundo de la estructura socioeconómica boliviana, sino también narra el surgimiento de un discurso indianista político dentro del Movimiento Sin Tierra, que se reconstruyó en base a la memoria histórica y cultural de tierras altas y que se adaptó a las nuevas formas de explotación y segregación en el departamento cruceño. Fabricant, incluso, señala cómo este discurso habría sido adoptado por Evo Morales y el MAS y habría sido transformado en una narrativa nacional con la cual evidentemente llegó al poder, pero que sin embargo nunca transformo las condiciones económicas y sociales preexistentes. Esta posición rompe completamente con la historia intelectual y política tradicional boliviana, pues claramente no ve como origen directo o único origen a la tradición indianista en ciudades como El Alto y La Paz, sino que aboga por una nueva rearticulación intelectual alrededor de la migración rural hacia Santa Cruz.Volviendo sobre el título de este ensayo, el crecimiento de Santa Cruz de la Sierra no es el suceso histórico más importante de la historia contemporánea de Bolivia sino el proceso central que está relacionado con los más recientes cambios políticos, sociales y económicos en Bolivia. Sin embargo, desde la mayor parte de intelectualidad boliviana la historia de Santa Cruz no es percibida como parte de la historia nacional, sino como una historia regional. Indudablemente esto se vincula con los regionalismos y la construcción de sus identidades, pero también tenemos que reconocer que existe una miopía generalizada que no se debe al acceso a fuentes ni a falta de preguntas de investigación sino más bien a nuestra propia construcción mental.
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jaimeariansencespedes · 4 years ago
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AGO 05 – UN DIA COMO HOY – AÑO (1797) – NACE EN LIMA EL NOTABLE MÉDICO CAYETANO HEREDIA.
José Cayetano Heredia Sánchez, nació en Piura, Catacaos, el 5 de agosto de 1797 y falleció en Lima, Miraflores, el 10 de junio de 1861, fue un destacado médico peruano. Fundador y primer decano de la Facultad de Medicina de San Fernando, en la Universidad de San Marcos, donde realizó una profunda reforma de los estudios médicos.
En su testamento declaró ser hijo natural de Manuela Herrera y de padre no conocido. Pero en los registros del Colegio de Medicina, investigado por Carlos Enrique Paz Soldán, figura como hijo de Pablo Herrera y de Manuela Sánchez. De dicha información se puede deducir que el padre abandonó el hogar a poco de nacer Cayetano, por lo que este no llegó a conocerlo.
La pobreza que rodeaba a su familia lo motivó a viajar a Lima, en ese entonces centro de la enseñanza preparatoria y científica.
En Lima, bajo la protección de un fraile franciscano, aprendió gramática, elementos de latín, matemáticas y doctrina cristiana. Luego estudió latín y humanidades en el Colegio del Príncipe. Y cuando tenía 15 años, ingresó al Real Colegio de San Fernando (actual Facultad de Medicina Humana de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos), donde fue recibido por el presbítero Fermín Goya, escogido por el entonces rector Hipólito Unanue para que sirviera de guía a las vocaciones médicas de la juventud peruana. Goya lo tomó bajo su protección y fue quien influyó mucho en el destino del joven Cayetano. ​
En junio de 1819 fue nombrado ecónomo del colegio. En diciembre de 1822 fue reconocido como pasante en Medicina. En enero de 1823 fue designado disector de anatomía, y en tal calidad le tocó practicar la autopsia del prócer José Faustino Sánchez Carrión. ​
En marzo de 1823 se graduó de bachiller en Artes, y en agosto del mismo año, de bachiller en Medicina. En octubre de 1825 se encargó de la cátedra de Artes (en la Universidad de San Marcos) que luego se transformó en clínica externa.
El 7 de agosto de 1826 se recibió de "Profesor de Medicina" (título profesional de los médicos de la época), ante el Tribunal del Protomedicato, que presidía el doctor Miguel Tafur.
Heredia sirvió como enfermero de cirugía en el Hospital de Santa Ana. Si bien rehuyó participar en política, no se excusó de servir en lo que atañía a su profesión, sirviendo en las campañas de la Independencia del Perú y de los primeros años de la República, y obteniendo el cargo de cirujano e inspector general de hospital militar.
En 1834, bajo el gobierno del presidente Luis José de Orbegoso, fue nombrado Inspector General de Hospitales y rector del Colegio de la Independencia. ​ En este último, que era el antiguo Colegio de Medicina de San Fernando rebautizado, encontró vasto campo dónde ejercitar sus intenciones y realizarlas con provecho, pero encontró una serie de inconvenientes: escasez de fondos, alumnos sin medios de subsistencia, etc. Ejerció el rectorado hasta 1839, en lo que sería su primer periodo.
En 1842, bajo el gobierno de Francisco de Vidal, volvió a ser rector del Colegio de Medicina; este segundo periodo se extendió hasta 1856. En 1843 fue nombrado Protomédico General, siendo el último que tuvo dicho cargo en el Perú, pues el tribunal del Protomedicato desapareció el 30 de diciembre de 1848 y fue reemplazada por la junta directiva de medicina. ​
Desde 1843, y desde los altos cargos que ocupaba, se abocó en reorganizar y modernizar el Colegio de Medicina, para poner las ciencias que allí se estudiaban al nivel de los adelantos de Europa y principalmente de la escuela francesa. Gestionó la contratación de renombrados profesores, como los italianos Antonio Raimondi, José Éboli y Manuel Solari, y el español Sebastián Lorente. Estableció gabinetes de física y de historia natural; creó el museo de anatomía patológica; organizó biblioteca, a la que enriqueció con su valiosa colección privada. A muchos de sus alumnos con evidentes dotes intelectuales, los envió a Europa para que perfeccionasen sus estudios, con dinero del propio Heredia, ya que el colegio no contaba con los medios necesarios. Todos ellos se convirtieron después en maestros de medicina, entre los que figuraban José Casimiro Ulloa, Francisco Rosas, Rafael Benavides y José Pro.
Cuando, durante el segundo gobierno de Ramón Castilla, se decretó la reforma educativa, Heredia sometió el proyecto del Reglamento de Instrucción a la Junta de profesores del Colegio de Medicina.
En febrero de 1856 elevó un informe al gobierno, modificando el proyecto en lo que consideró necesario. El 9 de septiembre de 1856 el gobierno expidió el reglamento orgánico para la Facultad de Medicina de la Universidad de San Marcos, y el 6 de octubre de 1856 aprobó con ligeras modificaciones el informe enviado por Heredia. ​
Así nació la Facultad de Medicina, instalada en el antiguo local de la plaza Santa Ana, siendo nombrado Heredia como su primer decano, iniciando al poco tiempo los cursos. Ejerció esa función hasta abril de 1860, cuando lo reemplazó el doctor Miguel Evaristo de los Ríos.
Heredia dejó de existir el lunes 10 de junio de 1861 a las 9 de la noche, en el balneario de Miraflores, a la edad de 64 años. ​
Sobre el sepelio, Manuel Atanasio Fuentes contó lo siguiente: ​
"El cadáver del Dr. Heredia (cosa por primera vez vista en Lima), fue conducido en hombros, por los estudiantes, de la casa mortuoria al templo y de ahí al cementerio general seguido de un numeroso cortejo a pie. En la última mansión de los restos humanos, se pronunciaron discursos y se derramaron no las lágrimas que arranca a todo hombre el espectáculo del sepulcro, sino las que derrama el corazón comprimido por un acerbo dolor".
El diario El Comercio de Lima publicó un magnífico elogio fúnebre (reproducido en el libro de Carlos Enrique Paz Soldán):
"La ciencia y la juventud, decía, están de duelo: a las 9 de la noche del lunes (10 de junio) falleció el Dr. Cayetano Heredia, antiguo Protomédico de la República y primer Decano de la facultad de Medicina"…
"La guerra tiene sus héroes que de ordinario hacen pagar a bien caro precio los honores que los pueblos les prodigan. En la vida pública de vez en cuando descuellan grandes ciudadanos que impulsan la civilización y ensanchan la libertad. La ciencia también encuentra una que otra vez sacerdotes egregios que se consagran a su culto. Pero la suerte que corren los que en todas esas esferas llaman nuestra atención, difiere de una manera esencial"…
"Consagrado desde su juventud a la más útil de las profesiones, a la que aprovecha el concurso de todas las ciencias, la Medicina, cuando por su aventajada inteligencia y constante consagración al estudio estuvo en aptitud de enseñar, se dedicó al profesorado y fue por veintidós años catedrático y rector del Colegio de la Independencia". Historia de la Medicina – [email protected]
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