#no amigo no me la conteiner
Explore tagged Tumblr posts
Note
bueno ya que estamos con countryhumans inauguro confesionario. cuando tenia como 10 años estaba viendo pakapaka y pasaban uno de esos programas en los que entrevistan a niños de distintas partes del pais y hacen un recorrido por su casa y hablan de sus hobbys etc. justo estaban entrevistando a una chica de como 13 años que hacia dibujos digitales y los subia a deviantart, a mi me agarro curiosidad y me meti a ver que onda y me encuentro con q la chica hacia puro fanart de hetalia y tenia sus propios ocs de hetalia de los paises de latam . y digo ok raro. procedo a olvidarme de esto por el resto de mi vida. cuestion que años despues estaba con amigos buscando cosos de countryhumans para reirnos y me encuentro con una argentina q dibuja countryhumans y reconozco el nombre de la cuenta y es la misma persona que tenia ocs de hetalia. y salio en pakapaka. y decia en la descripcion que ahora tiene como 26 años y ahora es docente ???? y dibuja countryhumans. ahora mismo hay algun curso de secundario con una profe de lengua que dibuja porno de countryhumans. esta informacion me pegó mucho pero nunca supe que hacer con ella así que ahora la comparto gracias y amén. ah también me crucé con otro que tenia una selfie en lo que claramente era el gimnasio de mi secundario. bueno eso es todo gracias👍
NO TE LA PUEDO CREER, NO ME LA CONTEINER
102 notes
·
View notes
Text
el pibe al que le compraba barbijos ahora vende figuritas del mundial. en conclusión, messi
1 note
·
View note
Text
al sol lejos del centro
al sol lejos de los amigos
al sol lejos de lo lejos
que mi corazón se voltee
que mi corazón brille como un carro de completos
cuando tú y yo nos alejamos en la camioneta
y que mi corazón lo muerdas
cómo un durazno que se chorrea por tu brazo
que mi corazón persista en todos los buses
en los asientos que hacemos nuestra casa
que mi corazón sea un hilo
una hilacha un pelo en tu labio
que tu oreja en mi pecho sienta mi corazón
este latir en las camas de las primas
este latir que no miente
esos pueblos tras pueblos y tras pueblos
pueblos como latidos pueblos como nombres
que arrebatan mi palpitar
rosa, madrigal, rosa, nuevamente madrigal
Sandro: allí donde mi corazón polvoriento golpea
estrújalo y calma tu sed
mi corazón es un sashimi barato
mi corazón un camión centroamericano
mi corazón Caracas, Managua
mi corazón en tus manos es un pokemon
cuando miras como un ángel sorprendido
que late y reacciona como cola sin lagartija
como copas de árboles que adelantan el otoño
y si solamente me tocaras el corazón
y pusieras tu boca tan fina en mi corazón
allí donde mi corazón arde en tu patio
allí donde mi corazón escribe Oaxaca
se escapa se diluye se lucia en tus manos
mi corazón expuesto a los monocultivos
a los monotematicos del triunfo
a los chilenos que entregaron el corazón en bandeja
mi corazón como mono de monte
pregunta
cómo achacarlo cómo quitar el aire
cómo apretarlo entre las manos
como un tomate maduro
maldito sudaca
si solamente las ruedas de Chicago
si solamente todas las plazas vacías
donde demostré mi falta de hielo
mi sana refrigeración de la carne
si solamente mi corazón
fuera una fruta que viaje en conteiners
alguien vendría acaso
a quemarse las plantas y las palmas
para acceder a este calor
alguien vendría acaso
cuando los que mueren no piden visitas
mi corazón es un bandejon
con piedras con vidrios que brillan
esperando la resurrección de la feria
tócame el corazón, chocolate sólido
mi corazón es una manzana verde en tu boca
algo que ni rasgando encuentro
aquí en las playas solas de los ríos envenenados
alguien vendría acaso
la nube que me borra
grafito arrastrado por goma de pan
- juan carreño (paramar)
5 notes
·
View notes
Text
La Cueva
Jamás olvidaré aquellos ojos brillantes, esa sonrisa macabra y los dientes putrefactos que dejaba ver. Jamás olvidaré esa risa, esos gritos incentivándome a hacer lo que les relataré a continuación. No pretendo que me entiendan, ni justificar mis actos, ya que me queda poco tiempo de vida. En dos horas seré ejecutado frente a un público que seguro celebrará mi muerte, así como yo la celebro y espero, ya que no puedo lidiar más con esto.
Todo comenzó con una noticia en el diario del día jueves 17 de agosto de 2017. En ella se anunciaba la apertura de un nuevo bar en la ciudad, edificado en un terreno que llevaba más de 70 años abandonado. Aquel sitio era famoso entre los vecinos, ya que de él se decían las cosas más fantásticas y tenebrosas jamás escuchadas. Se hablaba de rituales, de adoración a deidades desconocidas en este mundo, sacrificios y crímenes, por lo cual la gente evitaba pasar por allí. Pese a esto, un desconocido de apellido Grofebel, que acababa de llegar a la ciudad, decidió poner manos a la obra y colocar allí su emprendimiento. En la entrevista que le hicieron los periodistas del matutino, el dueño decía que no creía en tales rumores, que solo los débiles de mente pueden ser capaces de sucumbir ante tales historias. Todo estaba listo, el viernes 18 de agosto, el bar “La cueva” abría sus puertas.
Ese viernes recibo un mensaje de un amigo, diciendo que tenía dos pases libres para la inauguración del bar, pases que se había ganado en un sorteo de una radio local. Sinceramente, yo tampoco creía en las historias que se contaban sobre aquel terreno, así que no dudé, y acepté la invitación. A las 23:00 hs allí estábamos, mi amigo y yo, su novia y una amiga de su novia. Apenas ingresamos, podía respirarse el libertinaje, la lujuria, y la perversión. Unas luces rojas y tenues iluminaban parcialmente el local. Tenía dos barras, una a la izquierda y otra a la derecha, y al fondo un largo escenario en donde Grofebel nos daba la bienvenida a todos los concurrentes.
Pasada una hora, mi amigo y su novia se fueron, dejándome con la amiga de su novia, llamada Carolina. Conversamos, hablamos sobre nuestros gustos, nuestras ocupaciones, nuestros planes, parecía que nos conocíamos de toda la vida. Carolina tenía unos ondulados cabellos castaños y unos ojos color almendra que, cuando la luz roja impactaba en ellos, encendían en su mirada una fogata que te poseía con solo mirarla. La conexión fue mutua, y acordamos en tomar un trago más y luego ir a mi casa. Antes de partir, fui al baño. Mientras me lavaba las manos, apareció detrás de mí, el señor Grofebel. Se acercó, puso su mano derecha en mi hombro derecho, y pude notar un anillo en su dedo anular, anillo que resplandecía dejando ver con todo detalle la cabeza de una cabra que sobresalía del mismo. Me susurró algo al oído, algo que jamás entendí, y se fue. Esta escena por demás extraña, acrecentó mis ganas de irme del lugar, por lo que le avisé a Carolina y nos fuimos.
Salimos por la misma puerta por la que entramos, pero aun así, terminamos en un callejón. Los dos estábamos muy confundidos. En ese momento sentí unos calambres horribles en los dedos de mis manos, sentía la necesidad de apretar algo con ellos, lo único que tenía cerca era el cuello de Carolina. Me abalancé sobre ella y comencé a estrangularla. Ella gritaba mientras su voz se iba apagando, yo gritaba porque no podía controlar mis actos. Mientras la seguía sosteniendo con mi mano izquierda, mi mano derecha se dirigió al bolsillo de mi saco, extrayendo un trozo de vidrio que jamás supe cómo llegó hasta ahí. Con todas mis fuerzas luchaba para detenerlo, mientras mi mano derecha lo dirigía hacia los ojos de Carolina. Justo antes de que llegue a su cometido, miro el trozo de vidrio, y ahí lo vi. Vi esa figura horrenda y repugnante, vi esos ojos brillantes y esa sonrisa que dejaban ver unos dientes putrefactos. Vi esa larga nariz y la inmensa barba verde color musgo que se desprendía de su mentón. Un olor nauseabundo contaminaba el ambiente. Desde ahí perdí todo control sobre mí.
Cuando la policía encontró el cadáver de Carolina, estaba irreconocible. Sus cabellos castaños habían sido arrancados, sus ojos ya no estaban, el resto de su rostro totalmente desfigurado. Un corte que iba de lado a lado, casi había separado la cabeza de su cuello. A mí me encontraron inconsciente, detrás de un conteiner, cubierto por la sangre de Carolina. El resto de los hechos no merecen ser relatados, fui hallado culpable y condenado a muerte, muerte que se hará efectiva en unos 30 minutos.
Antes de despedirme, solo quiero dejar en claro una cosa. La línea entre los vivos y los no vivos es muy delgada, seres de otras dimensiones se encuentran entre nosotros, tratan de poseernos para saciar su sed de sangre y perversión. Pasé varios días tratando de encontrarle explicación a mis visiones y a mis actos, y jamás pude hacerlo, hasta esta mañana. Uno de los guardias me acerca un paquete que me lo había dejado un anónimo, alguien que no había revelado su identidad. Mi cara de sorpresa se transformó en una de horror y desesperación al abrir dicho paquete. Dentro estaba aquel anillo que el dueño del bar lucía en su dedo anular, y un libro de demonología, con una página marcada. Lo abro, y el capítulo hablaba sobre un demonio en particular, Belfegor.
Belfegor…Belfegor…reordené las letras y obtuve Grofebel.
Este ser repugnante quiso que conociera su identidad, tuvo un mínimo gesto de bondad y me liberó de toda culpa, me dejó en claro que todo lo que hice fue comandado por él. Más allá de esto, sé que merezco morir, merezco padecer el peor de los infiernos. No sé por qué me eligió, pero seguro algo vió, algo lo atrajo hacia mí, y eso nadie me lo saca de la cabeza.
Ya se acerca la hora de ir a enfrentar la muerte, es lo único que me liberará de esta carga. Ojalá mi historia se difunda, y todo aquel que la lea, tenga cuidado, porque el mundo está lleno de cosas inexplicables. El mal tiene un origen, tanto en nuestra realidad, como en la dimensión de lo desconocido. Repito, no justifico mis actos, ahora recibiré lo que merezco.
Siento que abren la puerta de la celda, huelo el mismo olor nauseabundo de aquel callejón…ya es tarde, el sufrimiento eterno me espera.
5 notes
·
View notes
Text
Obras de arte y caras conocidas.
─ Lunes 19 de noviembre de 2018.
Relato con la colaboración de @elmitoazabache
El clima era pésimo aquel día de noviembre en el que nada más poner los pies en la ligera capa de nieve, el frío entraba en contacto contra la piel a pesar de ir abrigado con varias capas de camisetas y una sudadera gruesa oscura que tapaba su cabeza además del pasamontañas el cual ocultaba su rostro. No era demasiado tarde, las nueve y veinte minutos de la noche, pero aun así parecía que lo era. El barrio de Kreuzberg se mostraba algo callado esa noche, en días más calurosos los bares cercanos estarían atestados de gente brindando sus jarras de cervezas y comiendo sin parar, pero hoy no. Hoy todo estaba en silencio y las temperaturas eran gélidas. El muchacho miraba el móvil en varias ocasiones, cerciorándose de que llegaba puntual al lugar de encuentro pues allí le estaban esperando varios miembros con un mismo objetivo.
Marco, compañero de instituto y ahora mejor amigo de Elías le había introducido en aquel mundo, con diecisiete años tenía a sus espaldas un buen historial de agresiones, vandalismo callejero e incluso hurtos. Su hermano mayor era perteneciente a una de las mafias más importantes de Berlín, hacían todo tipo de cosas, desde tráfico de drogas, asaltos a furgones e incluso robos. Ese día sin embargo tocaba el robo de una obra de arte. El cuadro había sido comprado por un cliente asiduo del museo Bode, el cual era uno de los más importantes de todo Berlín.
Así mismo tras una caminata en la que mantuvo las espaldas cubiertas, llegó al punto de encuentro. Si su barrio era oscuro y se daban algunos robos a lo largo del mes, el lugar donde se encontraba era aún peor. Los edificios parecían que estaban en ruinas, el metal de las puertas estaba corroído e incluso algunas ventanas estaban rotas, marcas claramente visibles de piedras arrojadas.
Estaba puesto al día de todo lo que tenía que hacer y además estaba más que capacitado al realizar algún hurto que otro. Hasta el momento nunca le habían capturado, era rápido y decidido por no hablar de la labia que poseía, capaz de salvarse de muchas. Tras bajar los escalones que daban a una puerta vieja de metal la música del antro inundó sus oídos. La mayoría de las personas que estaban allí se encontraban bajo los efectos del alcohol y la otra mitad lo más probable bajo la heroína. Anduvo unos pasos más bajo la poca iluminación que le brindaba las luces parpadeantes, esquivando a las personas que se chocaban contra él.
Tres toques. Tres toques de sus nudillos contra la puerta y después aparecería alguien tras la misma que daba al despacho de Hugo, el hermano mayor de Marco.
<< No temas, porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con mi diestra>>
Con un tono de voz firme enunció aquella cita de Isaías que llevaba más de una semana aprendiéndose, aquellas con las que no podría acceder a ese lugar y en caso de cometer algún fallo, lo siguiente ser��a un precio muy alto en su vida.
Con un apretón de manos le recibió, manteniendo con la contraria el sexto cigarro de la noche contra sus labios. Mantenía la vista endurecida contra el muchacho, examinándole de la cabeza a los pies, mientras este mismo se quitaba la capucha y el pasamontañas.
─ Así que tú eres Elías. ─ Expulsó el humo contra su rostro, acariciando la americana que vestía para quitar los restos de ceniza de la misma. ─ Marco dice que vales para esto y Gunter acabó la semana pasada con un tiro en la sesera, gajes del oficio. ─ Chasqueó la lengua, comprobando la firmeza del chico. ─ Sé que te han contado mil veces el golpe y que llevas practicándolo el mismo tiempo, pero te pongo al día.
El hombre tomó asiento, apagando el cigarro que tenía en la mano y encendiendo uno nuevo. Enfocó la vista en las cámaras del local, viendo como alguien comenzaba una pelea y tras hacer una mueca con su cabeza y un gesto con sus manos mandó a uno de los tipos que guardaba la puerta por la que Elías había entrado.
─ Estos drogadictos… ─ Comentó a modo de queja. ─ Tenemos un contacto. Una mujer que nos ha pagado por adelantado parte del precio, necesita uno de los cuadros que compra ese gordo de Egbert, el muy cabrón compra la mayoría del museo Bode. ─ Reía entre toses a causa del humo, terminando por dar un sorbo a la copa que reposaba sobre la mesa. ─ Entras en su casa, lo robas y el equipo se encargará de llevárselo a ella. No tienes que saber nada más. Y ahora largo de mi vista, cuando completes el trabajo te pagaré.
Elías sentía un escalofrío que atravesaba toda su espina dorsal hasta llegar a los pies. Presentía que nada de aquello iba a terminar bien.
Horas más tarde se encontraba en la parte trasera de la furgoneta. Su vista cambiaba constantemente de un encapuchado a otro, nervioso, viendo como preparaban algunos el equipo que en escasas horas utilizarían y otros únicamente se entretenían con sus armas, limpiándolas. Suspiró alterado, tratando de guardar la calma, pero en ese instante se dio cuenta de que no era un simple robo a los que estaba acostumbrado. Todo aquello le venía grande, no era lo suyo y por un momento creyó que debería haberse negado.
[...]
Cada uno estaba en sus puestos e intercambiaban cortas palabras por los dispositivos inalámbricos que llevaban, dando órdenes de uno a otros, además de dar información sobre la operación que llevaban entre manos.
─ Nuevo, te toca. ─Nombraron así al muchacho, el cual se mantenía a la espera en la gigantesca buhardilla de la casa, la cual se encontraba atestada de todo tipo de obras de arte, algunas de ellas tapadas y otras almacenadas en grandes cajas de madera, por no mencionar las esculturas que se encontraban ocultas tras telas y que sin duda le daba un aspecto siniestro.
Bajo las gafas de visión nocturna comenzó a caminar por el lugar, sintiendo su corazón desbocado además de los sudores fríos que calaban su piel. Se relamió los labios en varias ocasiones creyendo que en un momento dado se quedaría sin ellos.
La madera crujía bajo las pisadas de sus botas, descendiendo los primeros escalones que daban a la segunda planta de aquel palacete que tenía Egbert. Por el dispositivo su equipo le daba las indicaciones hasta llevarle al fin delante del cuadro tan esperado por esa mujer que había pagado al menos su peso en oro. Tras verlo tampoco era para tanto. Debía de ser arte moderno por las cuatro pintadas en diferentes colores que atravesaba el lienzo y desde luego no entendía el despilfarro de dinero que efectuaron por el mismo. Con las manos enguantadas descolgó la obra, mirándola una vez más entre sus manos, perplejo mientras negaba con la cabeza.
─ Me cago en la puta. ─ Ese taco alertó al muchacho, haciendo que su cuerpo se enderezase y los músculos se mantuvieran rígidos. ─ Sal ya de allí. Tienen una puta alarma silenciosa, la policía va a llegar en pocos minutos.
Pánico. Todo lo que sentía era pánico. El corazón latía desbocado y el aire no llegaba a los pulmones. Con rapidez se movió al recordar el duro castigo que tendría si se quedaba allí, si no tendría la libertad que tenía y es que no sabía que era mejor, si ser capturado por la mafia o por la policía. Los pasos eran latentes en el piso inferior como también las voces que se aproximaban cada vez más. Con paso raudo llegó de nuevo al punto de inicio por donde entró, dio gracias a que la pieza robada era mediana y apenas pesaba.
Con un rápido movimiento escapó por la misma ventana del tejado, cerrándola tras su paso y haciendo un rápido reconocimiento del lugar fue cuando se dio cuenta que todo el grupo se había disuelto y se encontraba solo allí, bajo la noche y el frío. Sin más descendió por la escalera que habían montado en el lateral de la casa, viendo desde allí el fulgor de las luces azules y rojizas. Oculto entre los matorrales del jardín emprendió la huida a toda carrera, sintiendo el sabor de la sangre en la boca y un dolor punzante en las costillas.
Resopló, soltando así todo el cansancio que llevaba a cuestas cuando dio esquinazo a la policía y seguridad de la urbanización. En ese instante se dio cuenta de que algo tendría que hacer, el equipo se había disuelto, pero él tenía en posesión al cuadro, era tiempo perdido. Por la cabeza pasó la idea de venderlo él mismo como también de tirarlo en los cubos de basura sobre los que se sujetaba, pero recordó el móvil que le había dando Hugo antes de salir por la puerta y con rapidez llamó al contacto por si las cosas se ponían feas.
[…]
Un par de horas más tarde cruzaba los muelles, lugar donde había quedado con aquella mujer de voz suave, por la misma pensó que debía rondar los veintialgo años, pero aun así su tono era firme y serio, sin dudar durante un solo segundo. Entre las sombras de los conteiners la vio, oculta tras una chaqueta de cuero y una capucha sobre la cabeza, queriendo así ocultar su identidad. Con el paso algo tambaleante se presentó el joven a unos centímetros de ella, reservado una distancia. Estaba cansado, respiraba con violencia de la carrera que había tomado hasta llegar al destino, cuidando las espaldas por la policía que rondaba buscándoles.
Alzó la cabeza a modo de saludo, la cual no estaba cubierta por ningún pasamontañas, necesitando respirar con total libertad y perdiendo el rastro de la prenda en algún momento del recorrido. Alargó el brazo con reticencia para entregarle el cuadro y poder marcharse de allí pero se dio cuenta de que no estaban en igualdad de condiciones al tener su rostro al descubierto y el de aquella sombra femenina no.
─ Quítate la capucha y tendrás el cuadro. ─ Retiró con violencia el cuadro estando a unos centímetros los largos dedos de la mujer que a pocos centímetros seria suyo. ─ Mi única petición es que te la quites y entonces será tuyo. No puedo dejar esto así.
Se podía pensar que era por puro capricho de revelar quien se encontraba detrás pero también lo hacía para asegurarse de que no podía tomar represalias contra él de alguna manera.
─ Te lo vuelvo a repetir una vez más… No soy alguien con mucha paciencia, cariño.
Se comenzaba a crispar sus nervios, necesitando mover los pies del lugar, examinando con sus ojos con velocidad cada esquina del puerto y pensando en algo rápido que posiblemente le hiciese a la mujer reaccionar de una vez por todas. Dando un par de pasos grandes se aproximó a la orilla, dándole un golpetazo el pestilente olor contra la nariz provocando que su ceño se frunciese. Cambió la mirada hasta ella, dándose cuenta de que estaba nerviosa por los cortos pasos que dio y el movimiento de sus dedos.
─ Mira tía, yo pongo las normas aquí. Soy quien tiene el poder en sus manos y como última oportunidad que te doy es que me enseñes tu rostro o esta cosa terminara aquí mismo.
Con lentitud descendía la mano, dejando unos segundos más para pensar sus actos, pero justo en ese momento un grito le hizo para de seco, cambiando la mirada del objeto que cargaba a la mujer que tenía ante él.
3 notes
·
View notes
Text
la noche de carnaval
Hace dos noches tomamos unos vinos en lo de las vecinas de la casa rosada mientras la abuela jugaba al bridge con sus amigas en el living. Ellas tomaban coloraditos y Joaquín se encargaba de que sus copas siempre estuvieran llenas.
Son las ocho. Su casa es más antigua que la mía. Su número de teléfono termina en 43, el mío en 69. Trato de hacerlas reír con comentarios sobre Joaquín, el susano vestido de blanco, o con chistes sobre el viejo multimillonario y farandulero que conocimos la noche anterior. Mi éxito es relativo, escaso. Logro alguna sonrisa, alguna charla divertida, pero no mucho más que eso. El viejo nos había invitado a andar en helicóptero pero ellas nunca le escribieron para hacerlo. Había una posibilidad de que pasara algo. Que desperdicio.
Son las diez. Seguimos tomando vino en casa. Vino de visita un primo que vive en el campo. Estuvo una semana viviendo con una chica en el departamento de su madre. La chica quiere saber en qué están, que es lo que hay entre ellos pero él hace tres días que viene dándole respuesta esquivas. Evita el tema. No quiere hablarlo y tampoco sabe como. Como hacer para no salir lastimados. Como hacer para no dar concesiones. Como hacer para no salir él comprometido. Me siento un poco identificado. Es difícil. Es difícil que coincidan los tiempos, los ritmos, las expectativas, los sueños, los lugares, los cuerpos. Es difícil encontrar las palabras correctas, los silencios, los tiempos justos. Pero no nos queda queda otra que intentar hablarlo. No nos queda otra que decirnos cosas para ver si llegamos a algo.
Son las doce. Tomamos unos whiskeys sobre el mar mirando la espuma subir y bajar sobre la arena iluminada por el reflector. Tomamos unos whiskeys inmersos en el olor a espuma, a sal, a arena mojada, a caracoles atrapados en la orilla, a mar. Horas adentro del mar. Nadar bien lejos. Nadar mientras se pone el sol. Nadar de noche. Todos mis miedos se transforman en uno solo, gigante, amenazante. Un miedo que está vivo y que nada cerca mío, al lado mío, abajo mío. Siento que me está por morder. Me excito. Mi corazón late más fuerte. Mi corazón late más rápido. Hundo la cabeza en el agua. Salgo. Respiro. Mi miedo me sigue. Es un espacio oscuro a mi izquierda, en el agua. Es un pedazo de agua con mayor densidad que el resto. Es una mancha negra en el agua. Es un agujero negro. Un vacío. Salgo. Respiro. Miro el mar.
Es la una. Damos vueltas por el pueblo buscando una casa que nunca encontramos. Vamos a visitar a Trini que nos presenta a sus amigos y nos invita un trago. Tomamos un gin tonic mientras ellos cierran el lugar. Vamos a su casa en el bosque donde nos encontramos con más gente que podría decirse que son amigas y amigos pero no se que tanto. Juana nos pone brillitos en la cara y con Eduardo prendemos un fuego. Eduardo siempre que puede hace un fuego. Lo conecta con su lado animal, con sus chacras más bajos. Sus ojos brillan mientras él lo alimenta con pequeñas ramitas, en cuclillas, con la cara iluminada por las llamas. Mitad santo mitad demonio. Es su rito. Una forma de trance. De estar voluntariamente en una, de conectarse con el cuerpo, con el calor, con la tierra, con lo primitivo. Es también algo bueno para hacer cuando no hay nada que decir. Callar y escuchar. Callar y hacer. Callar y prender un fuego. Con lo único que hay que tener cuidado es con el humo. Eduardo lo sabe. El humo y la ropa se tranzan, se pegan, se hacen uno y queda uno impregnado del otro para toda la noche, para siempre con ese olor, ese hedor, esa sensación a sucio.
Son las dos. Tomamos unos vasos de Campari con soda. Tomamos unos dedos de eme. Vamos a la fiesta de disfraces con nuestros disfraces de brillitos, con ganas de bailar y con ganas de conocer a alguien. Alguien que diga algo relevante, que me haga reír, que sea, de alguna forma, trascendente. Bailamos con Alma, Paloma, Juana y Trini. Alma me gusta un poco. Tomamos unas birras. Tomamos una pasti picada en pedacitos. Salimos afuera, vamos a la pista de afuera. Bailamos. Damos vueltas. Giramos. Nos separamos. Deambulo solo por la fiesta. Voy a la barra y me compro una birra. Me encuentro con las vecinas de la casa rosada. Bailamos. Hay una que me gusta un poco. Nunca supe su nombre. Se lo pregunto. Me contesta con esfuerzo para sobreponerse a la música. Hablamos un poco pero la charla se diluye. Las pierdo medio queriendo perderlas. Sigo girando. Lo veo a Eduardo bailando solo con Paloma. Me cruzo a Teo. Sigo paseando. Bailo solo entre la gente. Cruzo miradas con las chicas de alrededor. Miradas rápidas, cortas, filosas, dirigidas a las chicas que me rodean. Bailo intentando entrar en trance pero no tiene sentido. No termino de fluir. La droga no me termina de pegar. Las chicas no me terminan de dar bola. Me canso de bailar solo, me canso de estar solo. Pienso que la extraño. Pienso que me gustaría bailar con ella y reírnos como siempre lo hicimos.
Sigo dando vueltas por la fiesta. Son las 4. Bailo de a ratos. Me cruzo con Paloma que esta sola y bailamos juntos. Bailamos cada vez mas cerca. Apoyo mi mano en su cintura y recorro con ella su costado, su espalda, su piel. Ella acerca su cara a la mía. Respiro cerca de su oreja. Apoya su cabeza contra la mía, cada vez mas cerca. Jugamos a seducirnos, a calentarnos, a que nos gustamos, a que nos amamos. Jugamos por un segundo, por unos segundos, por unos minutos y después nos separamos. Seguimos bailando, pero separados. Se nos une Eduardo y ellos bailan cada vez mas juntos mientras yo me separo. Me aparto de a poco hasta separarme del todo. Estoy cada vez más lejos.
Vuelvo a estar solo. Camino. La extraño. Pienso que estoy cansado, que ya estoy aburrido. Pienso que estoy grande, que voy a cumplir 28. Que voy a estar siempre solo. Que para que salgo. Que lo mío no es la noche. Que no se como bailo. Que nadie me da bola, que soy un embole, un duro, un inseguro, un nabo. Que me quiero ir a mi casa para al menos abrazar mi almohada y esconderme abajo de mis sabanas. Que quiero soñar que conozco a alguien o que un rayo cae desde la tierra al cielo y me reencuentro con ella y me rio y la abrazo y le hago cosquillas mientras le doy besos en la oreja y ella se ríe y me dice que pare pero que en realidad extraña mis torturas. Es el fin de la noche. Es el fin de mi noche. Es mi fin. Volví a caer en ese mecanismo de autocompasión que me atrapa cada tanto. Bostezo. Me aburro de mi mismo.
Camino. Encuentro a Eduardo. Son las 5. Me quiero ir a casa. Él me dice que soy el más lindo de la fiesta. Me quejo de mi mismo. Dubitativo acepta mi derrota. Saliendo se encuentra con una amiga y se queda charlando. Es linda. Yo saludo y me quedo tranquilo, esperando. Una chica se me acerca y me dice que soy muy buen bailarín. Después se aleja. Ya no entiendo nada. Me quiero ir a casa. Nos vamos a casa. Saliendo me acuerdo de una canción de Morrisey y me rio de mi mismo por el parecido.
En la salida hay un conteiner de tatuajes. Está la chica linda del indie que yo sabía que tocaba ese día en otro lado. Me gustan algunas de sus canciones. Y está Pablo G. con el culo al aire haciéndose un tatuaje. No logra entenderse con el tatuador porque es brasilero. Se hizo tatuar las siglas CARP en vertical, en rojo, dentro de un cuadrito en la nalga izquierda. Observamos mientras se tatúa y hacemos algunos comentarios. Con alguno la pego pero no con todos. Eduardo le dice que le queda bien el tatuaje, que está bueno que sea rojo porque es más tumbero. A mi no me convence el contraste entre el tatuaje rojo y el culo blanco, debería ser negro. Eduardo habla con otra chica, que también está en el stand. Tiene lindo cuerpo y una belleza medio exótica. Me gustaría estar más despierto. Coincidimos entre todos que es medido raro el espacio que queda por debajo de donde termina la letra P. Pablo le pide al tatuador que haga la pata de la P más larga. El tatuador lo corrige. Pablo luce el tatuaje. Se pone en cuatro. Arquea la cintura. Saca culo. Acostado boca abajo mira para atrás. La chica indie le dice que se lo proteja, que le pida al brasilero que le ponga un film. Lo del tatuaje al parecer es una apuesta, una promesa o algo así. Nos fuimos.
En el estacionamiento nos encontramos con Trini que está en una buena. Nos entretiene un rato. Nos pide que nos quedemos. Nos da un poco de amor en forma de abrazo. Ese amor tan de eme, lindo pero berreta. Ese amor con sabor medio a plástico derretido. Insististe que nos quedemos. Insisto con que estoy cansado y que no me pega la droga, no hay caso. Nos ofrece más eme pero yo dudo, escéptico ya de todo. Además la bolsa de eme está vacía. No se como Trini logra convencerme. Me meto la bolsa vacía en la boca. Siento el sabor amargo. Es algo que aprendí un año nuevo hace tres años nuevos. Le puse una bolsa de eme en la boca a Mateo. Eran las 6 de la mañana. Mateo no volvió a su casa hasta la noche del día siguiente. Me meto la bolsa de eme en la boca, fumamos un porro y vamos a bailar.
Son las seis. Bailamos con Eduardo en el centro de la pista. Bailamos como en un sueño intenso. Nuestros cuerpos se dejan llevar por el ritmo y a la vez dirigen ellos mismos los movimientos. Nosotros no bailamos, bailan nuestros cuerpos. De forma autónoma, natural, se mueven con el lenguaje del ritmo, entrando y saliendo del tempo. Entramos en trance. Siento como la música posee mi cuerpo. Me divierto. Mientras danzamos empieza a formarse a nuestro alrededor un circulo de cuerpos que bailan. De a poco nos volvemos el centro de un circulo de mujeres que bailan de manera animal, sensual, rítmica. Somos el centro. Como una luz que atrae a todos los bichos de la noche a su alrededor. Como dos animales cuya danza congrega al resto de las criaturas nocturnas.
Entre la gente se acerca, siempre bailando, una chica alta y de una belleza exótica. Es la chica del lugar de los tatuajes. Se acerca con movimientos suaves y livianos, casi levitando. Se acerca dominando el ritmo y el espacio. Se conecta conmigo con su baile y su mirada ida. Se acerca bailando y me dice “gracias, gracias por esto que están haciendo”. Bailamos juntos. Ella baila a mi alrededor seduciéndome con su ritmo y sus movimientos. Se aleja bailando y usa su cartera como mascara. Me mira. Se esconde detrás del primer circulo de cuerpos que bailan al rededor nuestro. Se oculta tras la cara de rana dibujada en su cartera. Vuelve. Bailamos cada vez más cerca. Mi cuerpo sigue sus movimientos y ella sigue los míos. Mientras tanto seguimos siendo el centro. El centro de un circulo que baila absorto en el ritmo, abstraído del tiempo, inmerso en la energía de la música y en contacto con los cuerpos. El centro de un circulo que baila sediento. Con Eduardo nos miramos y asentimos. Por fin. Por fin se rinden ante nuestra luz. Por fin las tenemos a nuestros pies. Son nuestras. Eduardo se acerca y me dice “Este momento no nos lo saca nadie, es nuestro para siempre”. Tiene razón. Bienvenidas al centro
1 note
·
View note
Photo
a la que ya no soy yo
creí desperdiciar mis mejores años en una hemeroteca, escribí mis primeros cuentos.
Mar por primera vez Transcurrían mis días como universitaria, y mi corazón aún ingenuo estaba lleno de esperanzas acunándose en un cubil de la hemeroteca subterránea, con luz artificial y el aire acondicionado correspondiente; a veces, cuando me invadía un inevitable sopor, lo aplacaba con deliciosas pastillas estimulantes. En fin, estaba yo subrayando un texto que a su vez aludía a otro texto para luego hacer un resumen: hincaba la punta húmeda de mi destacador rosado, corriendo suavemente la tinta de la fotocopia en el decimotercer párrafo cuando de repente, cual piedrazo,llega a mi cabeza la idea de revisar mi correo electrónico. Abandoné de un salto mis deberes y con un movimiento ágil me posiciono en la silla frente al computador dependiente de la hemeroteca subterránea. Como lo sospeché en mi naciente intuición, tenía DOS interesantes novedades: 1- Un mail de la secretaria de carrera invitándome a una charla acerca del plástico y su evolución fluctuante en la historia (al parecer el interés estaba puesto en el nailon y además, por si fuera poco, habrían galletas y máquinas dispensadoras de café). 2- Un mail de mi amigo Pacharaco desde el Perú. A pesar del plástico, medio segundo después estaba con una ávida atención devorándome cada palabra de lo que Pacharaco me escribía. Tanto así, que me memoricé hasta la última coma. He aquí el dichoso mail: Amor de amores, interrumpo tu letargo permanente para plantearte la más terrible de mis disyuntivas, porque, al parecer, he llegado a un punto en el que sólo con tu ayuda puedo cambiar el curso de mi existencia, que se vuelve al rojo vivo a medida que el tiempo pasa. Así es, mientras tú lees esto en la seguridad de tu hemeroteca, mi tiempo se acaba y debo tomar una decisión cuanto antes. Interrumpo violentamente la lectura para preguntarme cuánto tiempo era el que había transcurrido bajo tierra, que hasta el Pacharaco estaba al tanto de ello. Dos años o tres quizás. Continúo leyendo: En mi vida de viajero itinerante por Latinoamérica, he visto mi existencia resumida a una serie de decisiones, caminos que se bifurcan, dicotomías constantes que atormentan mi ser y que me hacen avanzar eligiendo algo y al mismo tiempo dejando atrás otra cosa, llenándome de incertidumbre y sin más remedio que seguir, hasta toparme con otra decisión igualmente compleja ¡Oh, estas decisiones son mi sino en el viaje, mi piedrecilla en el zapato, la punta de un puñal que no acaba de enterrarse! Para que te vayas enterando, estos últimos tres años –sí, llevo tres años en la hemeroteca- me he visto forzado a elegir entre un cucumelo y un cactus, elegí el cucumelo y con él conocí nuevas mujeres ocultas en un denso paisaje. Tuve que elegir entre una brasilera llena de candor o una dulce cordobesa, elegí la cordobesa por su singular instinto femenino y sus delicadas manos. Tuve que elegir también entre la procreación o una vida exenta de heredero alguno, elegí el heredero para perpetuar mis aventuras sobre esta tierra. Ahora debo elegir nuevamente mi rumbo, y frente a mi está un mar salvaje lleno de sol, olas y arenas negras pero, por otro lado se encuentra la más apacible y pintoresca de todas las selvas que existen en este mundo. ¿Qué camino debo tomar? ¿Mar o selva? Confío en tu juicioso criterio y espero tu respuesta no sin ansias.
Tuyo
Pacharaco.
Aunque mi amigo parecía muy preocupado, era yo la que me deshacía en una confusión fatal porque, en ese entonces, no conocía ni mar ni selva. Elaboré una respuesta rápida basada en las fotos que logré bajar de internet y para darle más seguridad a tan buen amigo, inventé sutiles experiencias a modo de consejo. Según el mapa de la hemeroteca, el mar estaba solo a un par de horas de ahí, en cambio la selva estaba en un punto bastante poco estratégico si quería llegar a todos mis exámenes a tiempo. Una vez más, cerré mis ojos y con todas mis fuerzas deseé ser el Pacharaco por unos segundos,como no me funcionó resolví hacer algo por mi propia cuenta. Decidí viajar a Ventana en el acto. Tuve que burlar la seguridad del metro para poder llegar a la terminal, porque si los números me fallaban no podría siquiera comprar el pasaje de ida. Todo mi dinero, hasta la última chaucha alcanzaba para llegar a Quinteros y luego tomar una micro a Ventana, la vuelta era un misterio. Mis recuerdos en el bus y en la micro transcurren conmigo mirando con ojos brillantes la ventana y abrazada a un oso de peluche, pero ciertamente ese oso jamás existió, doy fe de eso. No entiendo por qué insisto en situarlo una y otra vez sobre mi regazo en diferentes momentos de mi vida en los que no hubo osos.
El mar era igualito al que vi en las fotos de internet, pero tenía un encanto particular en Ventana, en un horizonte de conteiners e industrias, al parecer las responsables de tan densa capa de espuma amarilla aferrada en la orilla de ese lugar sublime. Lo que sentí en ese momento no es traducible en palabras, ni menos en tan burda narración que hila acontecimientos como si estos fueran muebles en un inventario de bodega. Me despojé de mi capa más densa de ropa y corrí a adentrarme en aquél hermoso líquido postnuclear mágico e infinito.
0 notes