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[sofiasartori]

Soft porno solo show, NN Galería, La plata  

Un objeto que decide quedarse quieto en su eje. Del vaivén inicial, con toda su furia, a la caída fatal hay un instante casi mágico. Pero no se rompe. Solo se acomoda. Reposa tranquilo, como si todo ese devenir caótico hubiese quedado suspendido, por ahora, y hubiese encontrado un eje de serenidad. Como un péndulo, pero detenido, a la espera de que algo pase. La ira de sus movimientos constantes ha quedado inconclusa en pose de descanso. Es como si el vértigo hubiese empezado a mermar en su inevitable camino al vacío. Del caos al estoicismo. Y en ese instante apaciguado se revela todo: sus sensaciones, su sexualidad y sus emociones.

Sofía Sartori vuelca en sus obras toda su intensidad. Es como si la observación de la fragilidad de los objetos cotidianos la hiciese quebrar. Se detiene a mirar en ese instante de concupiscencia que tienen al posar sobre otros. El desborde que puedan tener, sus excesos y la opción de que entren en trance la hace reflexionar. Y ahí se detiene. Quiere ver esos objetos suspendidos, estáticos, inmóviles, sin su devenir. Un eterno loop que solo reproduce el vértigo de lo que pueda suceder. Quizás es una forma de protegerlos y hacer una analogía concreta sobre nuestros cuerpos, siempre suspendidos y siempre al borde de caer, como posibilidad fáctica o como ejercicio de nuestras acciones.

Registrar ese momento. Volverlo archivo de nuestra memoria. Suspenderlo para nosotros. Dejar constancia de ese acto de contemplación. Utiliza una multiplicidad de recursos para darnos su legado, su mirada y su manifiesto. Su paleta es humana y carnal; la dermis y sus variables cromáticas cohabitan con los tonos terrenales. Como si los objetos también fuesen una representación de nuestro entorno.

La piel de las telas, el roce con el espacio habitable y el estado de erotismo que provoca el tacto entre las materialidades dispuestas en sala por la artista son quizás una reflexión sobre la sexualidad que nos rodea y también sobre nosotros mismos. La evocación del deseo se refleja en los objetos. Como si los objetos fuesen un afrodisíaco visual, como si desenterraran nuestros anhelos más íntimos. Una pornografía objetual. Si. Pero con toda la suavidad de nuestras emociones: sensibles, inquietas, siempre a punto de caer, siempre a punto de llorar.

Joaquín Barrera

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