Un equipo grande
Primera parte
La universidad se preparaba para el inicio de una nueva temporada de fútbol americano. Su equipo no había tenido buenos resultados en los últimos años y la administración decidió que era el momento de un cambio drástico. Así que invitaron a Samuel Reeve, su exestrella más destacada, para que tomase las riendas como nuevo entrenador. A sus 38 años, Samuel aceptó la oferta, dejando atrás su monótono trabajo de oficina y el pequeño apartamento en el que había vivido de alquiler los últimos años.
Samuel era un hombre imponente, con 150 kilos bien distribuidos en un cuerpo robusto. A pesar de tener una barriga redonda y prominente, su musculatura era evidente, recordando a todos sus días de gloria en el campo. Su atractiva cara tampoco pasaba desapercibida: ojos penetrantes, mandíbula marcada y una sonrisa que derrochaba confianza. Sin embargo, ocultaba un secreto muy personal. Le excitaba hacer engordar a otros hombres. Y con su nuevo papel como entrenador, veía la oportunidad perfecta para llevar a cabo sus deseos más íntimos sin levantar sospechas.
Una mañana de sábado, Samuel se despertó en su nuevo apartamento en el campus y se vistió con el uniforme de entrenador. Admiró brevemente su reflejo en el espejo. La camiseta ajustada acentuaba su figura, dándole un aire de autoridad incuestionable. Era un nuevo comienzo y estaba dispuesto a hacerlo memorable.
Salió del apartamento y respiró profundo. Caminó con paso decidido hacia el estadio, disfrutando del ambiente familiar. Los edificios de ladrillo rojo y las amplias avenidas arboladas le recordaban a sus días de estudiante y jugador, pero ahora estaba de vuelta con una misión diferente.
Llegó al estadio y se dirigió a su nueva oficina. Se tomó un momento para observar el espacio. Las paredes estaban adornadas con trofeos y fotos de sus días de jugador, una clara muestra de su legado. El escritorio, aunque simple, estaba ordenado y listo para las tareas que le esperaban. Pero lo mejor de todo era que una puerta conducía directamente a los vestuarios desde su oficina y si la dejaba abierta, incluso se veían las duchas. La perspectiva desde su silla le brindaba una ventaja estratégica. Podría observar a los jugadores sin que ellos se dieran cuenta. Samuel sonrió para sí mismo imaginando el futuro. No solo quería ganar partidos, sino también hacer que sus chicos creciesen de una manera muy particular. Estaba ansioso por conocerlos y empezar a implementar su plan.
Por fin, los jugadores fueron llegando al vestuario para cambiarse. El ruido de las conversaciones y las risas llenaba la sala. Había un ambiente animado. Samuel, desde su oficina, observaba cada detalle con atención y un creciente interés. Los jugadores se quitaban la ropa con naturalidad, despojándose de camisetas, pantalones y calzoncillos antes de ponerse los uniformes. Algunos eran más gorditos y otros eran más delgados. Sin embargo, tres jugadores en particular captaron su atención porque parecían dioses griegos esculpidos en piedra.
El primero era Axel, un rubio cachas con barba. Sus músculos eran asombrosos, cada uno de ellos perfectamente definido y visible incluso bajo los tenues focos del vestuario. Tenía los pezones grandes y rosados. Axel llevaba boxers que se ajustaban cómodamente a sus glúteos, realzando su figura. Mientras se desvestía, sus brazos y su torso se tensaban y relajaban con una gracia natural.
El segundo jugador era Marco, un latino de piel morena y ojos llenos de vida. Sus muslos eran anchos y poderosos, una muestra clara de su fuerza. Aunque lo que realmente destacaba era el tamaño de su pene, que parecía aún más grande cuando se quitó los slips ajustados para ponerse el jockstrap. Marco tenía una confianza innata, moviéndose con una facilidad y un carisma que atraían todas las miradas.
El tercero era Jamal, un joven negro con un culo respingón que inmediatamente volvió loco a Samuel. Jamal también usaba slips. Estos acentuaban sus glúteos firmes y redondeados. Su cuerpo era una obra de arte, con músculos definidos y una piel brillante que reflectaba la luz. Cuando se inclinaba para recoger algo o simplemente se giraba, su trasero se meneaba de una manera que resultaba provocativa. Y tenía una risa contagiosa.
Samuel no podía apartar la mirada. Axel, Marco y Jamal eran la encarnación de la perfección física. Decidió que era el momento de presentarse. Se levantó de su silla, ajustó su uniforme y salió de la oficina.
Al entrar en el vestuario, el ruido disminuyó y todas las miradas se volvieron hacia él. Samuel sonrió, listo para ponerse manos a la obra.
—Buenos días, chicos —dijo con voz firme—. Soy Samuel Reeve, vuestro nuevo entrenador. Estoy aquí para llevar a este equipo a la victoria. Necesitáis ganar fuerza, claramente, y para ello, será necesario que aumentéis de peso.
Un murmullo recorrió la sala. Algunos jugadores intercambiaron miradas preocupadas, mientras otros fruncían el ceño.
—Escuchadme bien —dijo levantando una mano para silenciarlos—. Habéis perdido casi cada partido en los últimos años. Estoy convencido de que subir de peso y ganar masa muscular hará que todo cambie. Para conseguirlo, no solo debéis continuar entrenando duro en el campo y en el gimnasio, sino que también seguiréis a rajatabla un plan de comidas y batidos de proteínas que he preparado para vosotros.
Samuel les pasó una hoja con instrucciones detalladas. Las protestas no se hicieron esperar. Algunos jugadores miraban los papeles con incredulidad, otros con evidente molestia.
—Es demasiado —dijo Marco levantando la vista de su hoja—. Con todo esto me voy a poner gordo.
Samuel lo miró fijamente, desafiándolo con sus ojos oscuros.
—¿Sabes quién soy? —preguntó en tono serio, su voz resonando en el vestuario—. Soy el mejor jugador que este equipo ha tenido jamás. No deberías cuestionarme. Si sigues mis instrucciones, ganaremos.
La habitación se quedó en silencio. Marco, callado, asintió lentamente, aceptando la superioridad y experiencia de Samuel. Los otros jugadores, viendo la determinación en su nuevo entrenador, empezaron a revisar el plan con menos resistencia.
—Y ahora, al campo, a ver qué tenéis que ofrecer.
Se levantaron y abandonaron el vestuario. Mientras Samuel los seguía afuera, no podía evitar sentir una chispa de excitación. Esto era solo el comienzo y estaba decidido a ver sus fantasías hacerse realidad, kilo a kilo.
Segunda parte
Tras un mes de duros entrenamientos y una dieta tan hipercalórica, los jóvenes atletas mostraban cambios innegables en sus cuerpos. Todos sin excepción habían ganado alrededor de 10 kilos. Samuel observaba desde la oficina cómo se duchaban.
Marco estaba de espaldas al chorro de agua. Su abdomen, antes definido, ahora mostraba una ligera capa de grasa que suavizaba sus músculos. El largo pene de Marco contrastaba con la redondez creciente de su vientre. Sus muslos, que ya eran anchos, se habían vuelto aún más imponentes. Y sus pectorales habían crecido también.
Axel, por su parte, se estaba enjabonando lentamente. Su torso musculoso ahora tenía una apariencia más voluminosa. Sus grandes pezones rosados destacaban aún más en su pecho firme pero ligeramente cubierto de una nueva capa de grasa. Y su barriga había comenzado a redondearse, enterrando las líneas de sus abdominales. Mientras se enjuagaba el jabón, sus músculos y la grasa adicional bajo su piel se movían en armonía, dándole un aspecto rechoncho.
Jamal, de pie bajo una de las duchas, estaba de perfil y le ofrecía a Samuel una panorámica privilegiada de su culo respingón, que había aumentado de tamaño en el último mes. Sus glúteos seguían firmes pero más redondeados, con una suavidad extra. Sus caderas se habían ensanchado ligeramente y la definición de sus músculos en general se mezclaba con la nueva grasa.
Samuel no podía dejar de mirar. La transformación de aquellos físicos, el resultado de su meticuloso plan, era exactamente lo que había esperado. Su polla se puso dura, una reacción incontrolable ante el espectáculo que tenía frente a él. Ver cómo los jugadores se volvían más voluminosos le producía una excitación indescriptible. Sentado en su escritorio, observaba cada detalle, cada nueva curva, cada kilo de peso ganado.
Esa semana jugaron su primer partido y, para la alegría de todos, ganaron. La atmósfera en el estadio era de puro de júbilo y los jugadores estaban exultantes por su victoria. Después del partido, Samuel fue llamado a la oficina del rector para hablar sobre el impresionante rendimiento del equipo. Tras una breve conversación en la que el rector no escatimó en elogios, volvió a su oficina con satisfacción.
Al abrir la puerta, se encontró con una escena de celebración desenfrenada en los vestuarios. Los jugadores, recién duchados y en calzoncillos, estaban cantando y saltando de alegría. La grasa acumulada en sus cuerpos durante el último mes rebotaba en una ropa interior cada vez más ajustada. De repente, uno de los jugadores agarró el gran paquete de Marco
—Tu novia se va a poner contenta, ¿eh? —dijo con una sonrisa pícara.
Marco apartó la mano de un manotazo y riéndose junto con el resto del equipo. Otro jugador se acercó a Axel y, pellizcándole los pezones con picardía, exclamó:
—¡Mirad qué tetas tiene este ahora!
Las risas estallaron aún más fuertes mientras Axel se sonrojaba ligeramente. Entonces el chico que estaba a su lado le pinchó con un dedo la barriga, que se había redondeado notablemente.
—¡Y qué panza! —añadió.
Axel, sin perder la compostura, les respondió.
—Si no fuera por lo grande que estoy, no habría placado a aquel jugador tan agresivo del otro equipo.
Los demás asintieron, reconociendo la verdad en sus palabras.
—Además, lo que más ha crecido no es mi panza, sino esto.
Se acercó a un Jamal distraído y le dio una palmada en el culo. Las nalgas de Jamal, apretadas por sus slips demasiado pequeños, se movieron como si fueran gelatina ondulante. Más jugadores comenzaron a hacer lo mismo viendo la oportunidad. Reían sin parar. Uno de ellos incluso tiró de la goma elástica de los slips de Jamal y los bajó, revelando sus enormes cachetes. Los gritos y silbidos no se hicieron esperar.
Samuel, viendo la escena desde su oficina, sintió una oleada de deseo que no podía controlar. Cerró la puerta disimuladamente, asegurándose de que nadie lo viera. La imagen de sus jugadores engordados, de los movimientos de sus carnes y de la camaradería desinhibida le excitaba. Su mano se deslizó por sus propios calzoncillos. La visión de los glúteos de Jamal, tan perfectos y expuestos, le llevó rápidamente al clímax. Sintió una explosión de placer mientras se corría dentro de su ropa interior, llenándola de semen caliente.
Las victorias se sucedieron a medida que los cuerpos de sus chicos se expandían. Tras otro par de meses, los cambios en sus físicos eran aún más pronunciados. En el vestuario, después de otro entrenamiento agotador y una ducha, los jugadores se secaban con las toallas reflejando el impacto de la dieta especial.
Jamal se secaba lentamente. Su culo, que siempre había sido grande, era ahora impresionante. Su grasa ondulaba con cada paso. Seguía usando los mismos slips, los cuales se estiraban al límite para contener sus nalgas gordas, dejando al descubierto la raja del culo, una visión que Samuel encontraba irresistible. Y las gomas se le clavaban en la carne, resaltando aún más su volumen.
Axel se secaba su rubia barba. Su torso había ganado una notable cantidad de grasa, suavizando los músculos de debajo. Su barriga se había redondeado considerablemente y sus pectorales, antes duros y definidos, parecían pequeños montículos de grasa con pezones puntiagudos que temblaban con cada movimiento. Al intentar subirse los boxers, estos luchaban por contener su nuevo tamaño. La goma elástica se le clavaba en la cintura, y sus glúteos, aunque no tan abultados como los de Jamal, también quedaban parcialmente expuestos.
Marco, de pie frente a su taquilla, dejó caer la toalla. Su cuerpo mostraba una capa muy gruesa de grasa. Su barriga redonda colgaba ligeramente y sus muslos anchos rozaban entre sí con cada movimiento. Sus slips estaban tan ajustados que le apretaban el pollón. Y cada vez que se movía, sus nalgas rebotaban.
Samuel, observando desde su oficina, notó que Marco estaba cabizbajo, una expresión de tristeza en su rostro. Decidió acercarse a él para ver qué ocurría.
—Marco, ¿qué pasa? —preguntó.
Marco suspiró y agarró su gran barriga con ambas manos, meneándola. Sus tetas y sus genitales se movieron con las sacudidas, un espectáculo que hizo que Samuel tragara saliva.
—Mi novia me ha dejado por esto —dijo Marco, la voz cargada de desilusión.
Samuel intentó mantener la compostura mientras su corazón latía con fuerza.
—Escucha, Marco. Si ella no puede ver más allá de la superficie, entonces no te merece. Eres más que tu apariencia y aquí todos nosotros lo sabemos.
Marco asintió, pero la tristeza en sus ojos no desapareció del todo. Samuel, sintiendo que su control estaba al borde del colapso, se retiró rápidamente al despacho. Cerró la puerta tras de sí y miró hacia abajo, confirmando que el líquido preseminal había manchado su pantalón corto.
En el siguiente entrenamiento, Samuel observaba orgulloso cómo sus jugadores vestían nuevos uniformes más grandes, adaptados a sus nuevos cuerpos. Durante una pausa, Jamal se acercó con una expresión de incomodidad en el rostro.
—Entrenador, tengo un dolor en el hombro —dijo, frotándose la zona afectada.
Samuel, siempre dispuesto a cuidar de sus jugadores, le ofreció un masaje de fisioterapia en su despacho, donde tenía una camilla preparada. Jamal aceptó y acordaron encontrarse esa misma tarde.
Cuando Jamal llegó al despacho, llevaba una camiseta ajustada que resaltaba la curva de su vientre y unos vaqueros que le quedaban ceñidos en las caderas y los muslos. La ropa acentuaba su complexión y evidenciaba su tamaño. Samuel le dio la bienvenida con una sonrisa profesional, aunque su mente estaba llena de pensamientos lascivos.
—Vamos a trabajar esos músculos tensos, Jamal. Quítate la ropa y túmbate en la camilla.
Jamal asintió y comenzó a desvestirse. Primero se quitó la camiseta, revelando su abdomen de forma redondeada y sus grandes pectorales con pezones oscuros y firmes. Luego se desabrochó los vaqueros y los deslizó por sus piernas robustas, dejando al descubierto sus muslos gruesos y potentes. Se quedó en unos slips talla XL de color gris recién comprados que se ajustaban de manera provocativa a sus caderas y a su culazo.
Se tumbó boca abajo en la camilla y Samuel se acercó con una botella de aceite en la mano. Vertió un poco del líquido en sus palmas y comenzó a masajear los hombros tensos, trabajando con habilidad y firmeza. A medida que sus manos se movían, no podía evitar observar cómo las enormes nalgas de Jamal se balanceaban con el movimiento. La excitación creció en Samuel mientras seguía masajeando. La visión de aquellos nalgones moviéndose bajo el fino material de la ropa interior era arrolladora.
—Voy a destensar también tus glúteos, Jamal. Relájate.
Con un gesto firme, tiró de la goma elástica de los calzoncillos de Jamal, bajándolos con cierta dificultad. La piel suave de sus cachetes quedó al aire. Brillaba bajo la luz con el aceite que el entrenador aplicó directamente de la botella. Sentir su grasa bajo los dedos por primera vez era una sensación increíble. Proporcionaba una combinación de firmeza y blandeza que encontraba muy tentadora. Jamal empezó a emitir unos gemidos involuntarios al ser tocado. Resonaban en la habitación y en la mente de Samuel. Sin dejar de manosear al jugador más sexy del equipo, Samuel notó cómo su propio entusiasmo aumentaba, su respiración volviéndose pesada. Jamal, por su parte, parecía cada vez más afectado por el contacto. Sus gemidos sonaban más y más altos, más y más intensos, hasta que finalmente pegó un largo grito y se corrió, su cuerpo temblando de placer. Samuel paró en seco. Avergonzado y sonrojado, Jamal se levantó rápidamente, murmuró un agradecimiento vistiéndose a toda prisa y salió del despacho.
Samuel se quedó en la sala, contemplando lo sucedido. Su mente giraba en torno a una pregunta: ¿Era Jamal gay? Y si lo era, ¿habría otros jugadores como él en el equipo? Estaba seguro de que, con el tiempo, descubriría la respuesta.
Tercera parte
Llegó la Navidad y la mayoría del equipo abandonó el campus. Axel y Jamal se quedaron. Axel, porque era huérfano y Jamal, porque su familia había decidido hacer un viaje y visitarlo.
Una tarde de finales de diciembre, el entrenador aprovechó para ponerse al día con el papeleo. Estaba en su oficina, con la puerta cerrada, cuando oyó ruido proveniente del vestuario. Reconoció las voces de Axel y Jamal. Intrigado, apagó la luz y entreabrió la puerta lo justo para no ser visto. Desde su posición podía observarlos. Se habían metido en la ducha. Axel se enjabonaba con movimientos lentos y deliberados. Su barriga redonda y prominente temblando ligeramente con cada gesto. Jamal, a su lado, también estaba embadurnado de jabón. Sus nalgas grandes y llenas se balanceaban suavemente al frotarse. Samuel se fijó en que ambos tenían las pollas medio erectas. De repente, Axel y Jamal empezaron a tocarse a sí mismos mientras se miraban. Axel se acarició los pezones rosados con los pulgares, abriendo la boca en una expresión de placer. Luego levantó y dejó caer su barriga, haciendo que temblase arriba y abajo con el peso. Jamal, con una sonrisa libidinosa, se agarró las tetas con las palmas de las manos y se las manoseó. Después se giró y se dio un azote en una nalga con una mano. El sonido resonó en el espacio. Con la otra mano comenzó a pajearse, su polla dura y reluciente. Repitió el azote. Axel se la agarró y empezó a pajearse también, los ojos fijos en Jamal. Jadeaban y se reían disfrutando del momento. Finalmente, Axel y Jamal alcanzaron el clímax y se corrieron. Los chorros de semen se perdieron por el desagüe.
Samuel no daba crédito a lo que acababa de presenciar. Se quedó quieto, esperando a ver qué más hacían. Los dos, aún respirando con dificultad, se vistieron conversando de manera casual.
—Tío, el entrenador está buenísimo —dijo Axel ajustándose la camiseta sobre la barriga.
—Ya ves —dijo Jamal colocándose los pantalones con dificultad, su trasero redondeado sobresaliendo—. Me encantaría estar tan grande como él.
Axel asintió. Los ojos le brillaban con una mezcla de admiración y deseo.
—Imagínate cómo se debe sentir uno al tener ese cuerpo. Fuerte, sexy y con una barriga tan imponente. Sería genial.
Jamal sonrió, visiblemente entusiasmado por la idea.
—Sí, tío. Bueno, con lo que estamos comiendo últimamente, creo que vamos por buen camino.
Se rieron juntos, cómplices en su fantasía.
—¿Te apetece pizza? —sugirió Axel.
—Perfecto. Necesitamos seguir creciendo, ¿no? —respondió Jamal.
Se calzaron y salieron del vestuario comentando la cantidad de pizza que iban a comer. Samuel, que había escuchado cada palabra, tenía una idea en su cabeza.
Al día siguiente cogió el móvil y envió un mensaje a Axel y Jamal invitándolos a pasar el fin de año con él en su apartamento. Ambos aceptaron al instante. Repleto de entusiasmo, Samuel fue al supermercado y se llevó un carro entero de comida. Quería asegurarse de que la velada fuera memorable.
Pasó horas cocinando, llenando su apartamento con los deliciosos aromas de sus preparaciones. Cuando Axel y Jamal llegaron, Samuel los recibió con una sonrisa y les ofreció una cerveza.
—Para que os relajéis un poco —dijo, notando que estaban algo intimidados.
Agarraron las cervezas y se acomodaron en el sofá. Los tres charlaron un rato, las risas y las anécdotas fluyendo con facilidad a medida que el alcohol hacía su efecto. El ambiente se fue volviendo más distendido. Samuel los encontraba increíblemente atractivos. Axel, con su barba rubia y su corpulencia, parecía un auténtico vikingo. Jamal, con su piel oscura y sus curvas, era como un bombón de chocolate irresistible.
—Bueno, chicos. Vayamos a la mesa —anunció Samuel cuando consideró que ya era el momento.
Axel y Jamal lo siguieron. Se sentaron. El entrenador sirvió el entrante: un plato de enorme pasta. De acompañamiento, les puso otro plato con pan y un buen trozo de mantequilla a cada uno.
—Quiero que os lo comáis todo —les ordenó tomando asiento junto a ellos.
Intercambiaron una mirada cómplice y empezaron a comer obedientemente. El entrenador predicaba con el ejemplo comiendo con gusto también. La pasta estaba deliciosa. Los jugadores tragaban rápido al principio, pero pronto empezaron a bajar el ritmo.
—Vamos, no podéis dejar nada —insistió—. Y untad toda la mantequilla en el pan.
Al acabar la pasta y lo demás, Samuel se levantó para servir el segundo plato. El pavo asado llegó a la mesa rodeado de un montón de patatas doradas y grasientas. Y les puso más pan y más mantequilla.
—Aquí tenéis —dijo disfrutando por dentro de sus rostros perplejos.
Con cada nuevo bocado, Axel y Jamal sentían cómo sus estómagos se iban llenando. Terminado el pavo y las patatas, estaban todos saciados.
—Bueno, el postre lo tomaremos en el sofá —anunció Samuel.
—¿Postre? —preguntaron protestando.
Se dirigieron al sofá con dificultad, sus panzas hinchadas y pesadas después del banquete. Samuel los acompañó llevando una tarta de chocolate enorme.
—Desabrocharos los pantalones y poneos cómodos —les dijo.
Obedecieron. Samuel vio cómo sus barrigas se expandían una vez liberadas de la presión de la ropa. Los dos jóvenes sintieron una combinación de expectación y nerviosismo mientras Samuel les ponía la tarta delante.
—Axel, quiero que cojas un trozo de tarta y se lo des a Jamal. Dile lo gordo que se va a poner.
Axel cortó un gran trozo de tarta. Lo sostuvo frente a Jamal y, con voz provocativa, dijo:
—Jamal, te vas a poner tan gordo con esto... Cómetelo.
Jamal, cuyos ojos brillaban de deseo, abrió la boca y dejó que Axel le metiera el trozo de tarta. Masticó lentamente, disfrutando del sabor y de las palabras de Axel.
—Ahora tú, Jamal —dijo Samuel—. Dale un trozo a Axel y dile lo gordo que se va a poner.
Jamal cortó un trozo generoso de la tarta y lo acercó a Axel. Mirándolo dijo:
—Axel, vas a engordar tanto hoy... Abre.
Axel tomó el trozo de tarta con una mezcla de lujuria y deleite, saboreando no solo el postre, sino también las palabras de Jamal.
—Voy a dar vuelta para que tengáis más intimidad —les dijo Samuel con un guiño—. Cuando vuelva, no quiero ver ni una miga.
Se puso el abrigo y salió del apartamento, dejándolos a solas con la tarta.
Caminó por el campus, disfrutando del aire fresco y la tranquilidad de la noche. Sus pensamientos vagaban hacia lo que estarían haciendo Axel y Jamal en su ausencia. La fantasía a veces le resultaba más excitante que la realidad. Después de una hora de paseo, regresó a su apartamento, ansioso por ver el resultado.
Al abrir la puerta, se encontró con una escena que superaba sus expectativas. Axel y Jamal estaban reclinados en el sofá, desnudos. Sus cuerpos parecían aún más inflados, con las bocas manchadas de chocolate y las barrigas a punto de reventar. Lo que más le deleitó fue ver el semen en sus pechos. Se habían quedado profundamente dormidos, exhaustos por el exceso de comida y el placer.
Parte final
La temporada llegaba a su fin y el equipo de fútbol americano universitario, bajo la supervisión de Samuel, había experimentado una cambio radical. Todos los jugadores habían ganado peso dramáticamente, oscilando entre los 120 y 150 kilos. Para Samuel, observarlos en el campo era una fuente inagotable de orgullo. Sus cuerpos se habían vuelto imponentes masas de músculo y grasa.
Marco, con su complexión ahora más robusta, dominaba el centro del campo. Su camiseta se estiraba sobre su barriga, y su trasero, apretado en los pantalones de uniforme, parecía casi desbordarse. Cada vez que corría, Samuel podía ver cómo su grasa oscilaba con el movimiento y cómo sus muslos se frotaban visiblemente.
Axel, cuya transformación era quizás la más notable, jugaba con una ferocidad renovada. Su cuerpo más ancho y pesado le daba una ventaja en los choques cuerpo a cuerpo. Sus pectorales, convertidos en auténticas masas de carne, se sacudían con cada impacto. Su barriga, enorme y redonda, se movía de manera hipnotizante bajo su camiseta. Cada vez que Axel se lanzaba al suelo, Samuel reparaba en cómo la grasa de su abdomen se aplanaba y se extendía, mostrando el peso que había ganado con la ayuda de Jamal.
Jamal, con los glúteos más redondeados y prominentes que Samuel había visto jamás, era una toda una visión en el campo. Su trasero, cubierto milagrosamente por el ajustado uniforme, se movía como una masa independiente de su cuerpo con cada paso. Sus muslos combinaban músculo y grasa. Cuando Jamal corría, Samuel no podía evitar fijarse en cómo sus nalgas se balanceaban de un lado a otro, todo un espectáculo. Axel también había hecho un buen trabajo alimentándolo.
Mientras los jugadores se movían en el campo, Samuel sentía una oleada de excitación. Aunque la victoria era importante, para él, la verdadera satisfacción residía en contemplar cómo se habían transformado. Ver a aquellos jóvenes antes atléticos convertirse en poderosas masas de obesidad bajo su tutela era la culminación de sus fantasías más profundas. El equipo, que previamente perdía casi cada encuentro, ahora jugaba con una fuerza y determinación renovadas.
El silbato final sonó y el equipo estalló de alegría. Samuel se unió a ellos en el campo, su corazón latiendo con fuerza. Sabía que había logrado algo extraordinario.
La celebración tras la victoria fue desmesurada. Los jugadores, llenos de adrenalina y euforia, se dirigieron directamente a los vestuarios, donde las duchas les esperaban. El ambiente era eléctrico, con gritos de júbilo y risas resonando en las paredes.
Samuel se encontraba en la entrada, viendo cómo se despojaban de los uniformes empapados de sudor. Sus cuerpos pesados y robustos se movían con una energía contagiosa. Axel fue el primero en desnudarse por completo, dejando al descubierto su impresionante figura, con su barriga redonda y sus tetas prominentes. Se dirigió a las duchas, seguido de cerca por Jamal, cuyas nalgas se movían sensualmente a cada paso. Marco, con su barriga colgante y su trasero voluminoso, no se quedó atrás.
La ducha comenzó con chorros de agua caliente y alboroto. Los jugadores se empujaban y salpicaban. Samuel, desde un rincón, los observaba en silencio. Sin embargo, su tranquilidad no duró mucho. Axel, con una sonrisa traviesa, se acercó a él.
—Vamos, entrenador, es hora de unirse a la celebración —dijo Axel.
Y antes de que Samuel pudiera protestar, Axel y Marco lo agarraron por los brazos.
—Hey, chicos, ¿qué hacéis? —exclamó Samuel mientras intentaba resistirse en vano.
Los jugadores, sin dejar de reír, se pusieron a desvestir al entrenador. Samuel se dejó llevar. Primero le quitaron la camiseta, revelando su imponente torso. Sus pectorales grandes y su barriga redonda quedaron a la vista, provocando bromas entre los jugadores.
—¡Mira esos músculos, entrenador! —dijo Marco riendo.
A continuación, le quitaron los pantalones, le bajaron los boxers y lo empujaron bajo el agua caliente.
El entrenador, ahora completamente desnudo, se encontraba rodeado por sus jugadores en la ducha. El agua caliente caía sobre sus cuerpos, creando una atmósfera cargada de morbo. Axel, y Jamal se turnaban para tocar la barriga de Samuel, sus manos resbalando sobre la piel mojada. Samuel no podía evitar sentirse completamente libre. Los cuerpos obesos de los jugadores se movían a su alrededor, chocando y rozándose en una coreografía de carne y deseo bajo el agua.
9 notes
·
View notes