Tumgik
#mikel-rarez
mikel-rarez-blog · 7 years
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Parece que es la realidad la que imita a la ficción.
Hace meses Perú tuvo que ser rehén de un censo nacional cuya organización y profesionalismo fueron cuestionados desde muy temprano en el pseudo-proceso, por el cual se concebió - o eso nos informaron.
Desgraciadamente, lo que empezó mal finalizó incluso peor. El país experimentó una plétora de emociones, y padeció un intercambio de opiniones que por momentos ayudó más a dividirnos que a juntarnos. 
Felizmente, eso no quedó así y muchos temas importantes, de esos que la nación mantenía escondidos muy en lo profundo de su armario, ya no pudieron más y se mostraron presentes muy a pesar de la mala mirada conservadora y cucufata de toda la vida - de la que pronto se extinguirá gracias a los millenials, por favor ayúndenos mucho más pronto.
Y pues, todo este cúmulo de desatinos, misfortunios y desgracias de niveles catastróficos, me inspiraron a escribir dos breves historias. He aquí el resultado.
¡Qué tal raza!
“Disculpe, ¿podría repertirme la pregunta por favor?”, fue lo único que acerté a decir después de escuchar aquella desfachatez claramente hecha en contra de mi persona.
“Sí, cómo no. Le decía que con qué raza se identifica usted”, me dijo la niña del censo tan cándidamente por una segunda vez.
No podía creer tal nivel de incompetencia, ¿es que no lo tenía ella claro? ¿Cómo es posible que me hiciera esa pregunta? No hacía falta tener dos dedos de frente para percatarse de mi grupo étnico. Esta pregunta solamente me la hacen los putos gringos cuando voy al dentista. Y todos sabemos de la presencia vigente del racismo en su quebrada patria.
“Señorita, muy a mi pesar debo responderle que si usted no es capaz de marcar la casilla indicada a esa pregunta por su cuenta, me veré obligado a contactar a su superior”.
“Yo podría marcar la respuesta que considero adecuada en mi cuestionario pero mi deber como censista es que usted me responda a las preguntas”, fue lo que aquella insolente soltó de un tono de voz demasiado tranquilo.
“Muy bien”, le dije de manera cortante y severa, “entonces dígame cuál es su raza”.
“Yo soy mestiza”, así como una bala en un momento de calma absoluta.
“Eso no puede ser. No se haga la astuta, chiquilla. Usted no puede ser mestiza. Usted parece el doble de Priscilla Presley en su gloria”.
“Lo soy, no Priscilla, disculpe, pero sí mestiza. Mi familia paterna es de Ancash, la gran mayoría indígenas y unos cuantos de ascendencia española, pero no fueron muchos, mi bisabuelo y bisabuela no querían contaminar nuestra raza con sangre ibérica, decían que eran unos infieles a la labor y unos fieles al placer. Fue recién después de su muerte que estas uniones se dieron en mi familia ancashina. En cuanto a mi familia materna, mi abuela era noruega y mi abuelo sueco, no nos quedamos cortos de sangre vikinga. Y en cuanto a mí, yo nací en Lima, donde mi madre y padre han vivido toda su vida. Yo soy la definición de mestiza, ¿no lo cree?”.
Estaba atónito.
“¿No lo cree?”, me volvió a preguntar la mestiza.
“Sí, sí que lo eres”, exploté aún más iracundo.
“Don Ignacio, se lo pregunto una vez más, ¿con qué grupo étnico se identifica?”, me lo dice aún más apacible que antes.
Me invadieron las ganas de arrancharle la encuesta, destrozarla en su cara y luego aventársela en pedazos pequeñitos.
“¡Cómo puedes seguir preguntándome eso niñata mestiza! ¡Mírame, carajo! ¡Mírame bien!”.
“Don Ignacio, se lo voy a repetir una última vez”, otra vez con aquella tranquilidad casi taciturna me dice la chiquilla, “de lo contrario tendré que marcharme. ¿Con qué etnia se identifica usted?”.
De repente se me acerca el cholo del servicio con un mensaje.
“Don Ignacio, lo llama la negra Luisa, dice que tiene una urgencia”.
“¡Dile a esa negra de mierda que si no viene la despido!”.
“Sí, patroncito”.
“Disculpa, ¿me repites la pregunta?”.
Si no ha gritado, hay consentimiento pues.
A mí en el barrio me llaman el Lustras, soy el rey del barrio, el hijo de puta más pendejo de la manzana. A mí no me han faltado nunca hembritas ricas, la que quiero cae rendidita a mis pies.
La Irma, esa se hacía la estrecha, se me puso difícil por semanas. Yo iba detrás de ella, la cochineaba lindo, le decía de todo para que cayera rendidita y me la mamara todita, así rico como imaginaba que ella lo haría. Esa cayó y cayó duro la muy hija de puta, no paraba de gritar, de gemir y batirse; me la ponía todavía más dura la conchasumare. De repente, todo terminó, me acabé todito en ella. La malagradecida se quedó allí inmóvil, ni una mirada me hizo la sinvergüenza. Y allí se quedó, tiesa.
Luego, la Rita, culito rico, esa me la cogí a tres, con mis broders de la chamba, esa decía que no pero bien que gritaba y gemía, cada vez más fuerte. Hasta ahora tengo las marcas de los arruñacos que nos hizo a los compadres. Ese sí que fue un cache rico, pensando en ella me corro, uff. Vaya mierda que después de pasarla tan rico se fuera corriendo a su tierra, ni nos dijo chao la desgraciada esa.
Y cómo olvidar a la Ceci, ay mi Ceci la apretadita, jovencita, mamacita de 16 añitos. Esta pasaba todos los días con su faldita de escolar, toda subidita, coqueteando, mamita. Gracias a la Ceci me volví el superhéroe de la vecindad. A esa nadie la tocaba porque era hija del regidor hasta que una tarde se me acercó la condenada, que quería un cigarro, la pendeja. Me dije ahora la tengo, de esta no te me escapas niñita rica. Le dije que había dejado los cigarros en mi jato, que si quería podía hacerme la taba. Se hizo la rígida y me hacía muecas raras pero no le duraron mucho. La convencí, la cogí de la mano y me la traje arriba. Ya ni me preguntó por los cigarros. La tenía en cuatro, mi mano sobre su boca. Gemía rico la mocosa y temblaba como ella sola. A esta le gustaba fuerte, no dejaba de morderme los dedos y patearme. Me excitaba un huevo. Gritaba y gritaba. Cuando de la nada la muy enferma comienza a gritar papá, papá. Por un rato me puso más cachondo pero la Ceci esta seguía llamando a su papi. Y así como se me ponía durita al verla se me bajó todita en una. La imagen del asqueroso de su viejo no se iba de mi cabeza. Maldita sea, ya ni ganas de continuar tenía. Le di un par de nalgadas a la apretadita, para que se fuera con su papi. Luego, nada.
“Buenos días, Panchito, ¿leíste el titular del día?”.
“¿No, qué pasó?”.
HIJA DE REGIDOR BALACEA A VIOLADOR, JUEZ LE DA QUINCE AÑOS DE CÁRCEL.
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mikel-rarez-blog · 7 years
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Un cuento más
El ropero 
La primera vez que dormí en esta habitación casi ni había visto el ropero empotrado al lado de la ventana. Prácticamente no lo había notado, a pesar de ser el único trazo de color en medio de estas paredes blancas. De hecho, aquella vez sólo estuve pendiente de bajarle la bragueta a J. Y cuando al fin lo logré, el resto desapareció.
La noche siguiente, regresé con urgencia. A J le habían dado de alta en la empresa, por lo que había tomado la decisión de regresar a Argentina. Y como J siempre había sido una persona muy bondadosa conmigo, me ofreció su recámara color marfil. Sin titubear le respondí con un apasionado sí.
Fue recién en aquel instante que percibí ese closet carmesí con su única puerta de pino agrietada y carcomida por el pasar del tiempo, como una herida infectada que niega a sanarse y cuya bascosidad no hacía más que acentuar la pulcritud que lo rodeaba.
Durante el día, la incandecencia de aquel armario me quemaba los párpados, era de un rojo invasivo y corpulento. Éste se había apropiado de cada grieta y orificio de la madera guardiana del ropero. Mis ojos no podían escapar, se habían convertido en esclavos de esas macabras vetas.
Sin embargo, por las tardes me devolvía la mirada. Entre sollozos, estaba seguro, las estrías del guardarropa de mí se contristaban. ¿O era a J a quien realmente penaban? Eso no tenía importancia, aquel llanto sangriento no cesaría hasta ahogarse a sí mismo, cual tortura divina.
Al llegar la noche se volvería insoportable. Tal verdugo me flagelaba cada vez con menos compasión. El maldito armario ahora se mofaba emulando los latidos de mi funesto corazón. Esas palpitaciones débiles y tristes que en algún momento sentí se transformaron en un tamborileo disonante y estrepitoso, capaz de mantenerme subyugado.
Este iba a ser el fin, aquel closet endemoniado ya me había poseído, con su mandíbula rechinante me había tragado y esputado unas mil veces. Qué era yo, mas un escupitajo rojizo postrado en esa esquina opuesta al cómplice de mi desdicha, de mi eufórica ira. Qué era yo, mas un iluso asesino cuyo remordimiento lo había sometido e inutilizado. Qué era yo, mas un desecho pestilente, como aquellos restos que yacían en las entrañas del ropero.
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