Tumgik
#mi practicante estaba conmigo y lo vio
swwetchecks · 7 months
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ii-ph · 5 years
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Martina
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10 de abril
—Estoy cagado, huevón. —No seas exagerado. No jodas. Hay gente que la pasa peor que tú. —Es algo más. Quiero más. —¿Te acuerdas que lo jodíamos a Jaimito por sus cómics? Míralo ahora. Trabaja en Marvel.  —Maldito imbécil. Le fue de la puta madre. Gana un huevo, también. Tampoco me importaría ganar un huevo. Lo suficiente no más.
Estaban echados en unas poltronas en el club de golf. Alejandro (el cagado) se bajaba una chela Pilsen y Diego (el amigo) una Heineken. Tradición y favoritas.  Seguían arropados, bajo la sombrilla, cada uno con short de ropa de baño y un polo que no se habían quitado. La madrugada anterior había sido fuerte. Diego tenía cinco ampollas y un hickie notable en el cuello. Alejandro tenía los nudillos rojos por haberle tirado un puñetazo al dueño del tono. Se quería gilear a su flaca. 
—No puedo moverme.— Murmuró Alejandro, soltando un gruñido.    —Yo tampoco.— coincidió Diego.   —¿Viste los stories de ayer?— Alejandro reía.  —No me atrevo a verlos.  —¿Viste a quien te hiciste? —No me atrevo a acordarme.— Diego acertó, sonriendo. 
No siempre habían sido así. Estaban en esa etapa de estupidez desenfrenada y sin sentimiento de culpa. Se chupaban todos los bares, papi pagaba la cuenta, Diego alargaba su lista todos los fines de semana y Alejandro ni se acordaba qué le gustaba de Martina, su enamorada. Así era la cosa. 
—Juliana dice que le contestes. Dice que quiere hablar contigo urgente. 
Diego abrió el chat. Era un párrafo bíblico sobre no querer arruinar una amistad y un te ruego que nos olvidemos de ayer. Le daba igual. No estaba para dramas. Él estaba concentradísimo en su trabajo como practicante en la firma de abogados de su tío. No le daba tiempo ni para comer los días de semana. Era un miserable satisfecho. Además, … no, no podía hablar de eso. 
—Y, ¿qué decía? —Una mierda sobre no querer arruinar nuestra amistad.— Diego subió la mirada, irritado.  
Se rieron. Cambiaron de tema. 
—Vamos a ver el partido el próximo miércoles.— propuso Alejandro. —No puedo. Tengo que trabajar.— Contestó.   —No jodas. Es la semi-final.  —No jodas tú. No puedo cagarla. 
Se quedaron callados un rato. Terminaron sus chelas, a pesar de la resaca, y se metieron a la piscina. Odiaban el calor que hacía. La mañana siguiente Diego tendría que irse a la oficina, ponerse terno, y sudaría toda su camisa. Tendría que quedarse con el saco puesto para que no se le viese el mapeo. Era un desastre. 
—No voltees. Está la chibola del otro día. Está buenaza.— confirmó Diego.
Alejandro volteó inmediatamente. Se quedó mirándola un rato, observó el color de su pelo, como se movían sus caderas, cómo rebotaba su… él seguía dentro de la piscina. Felizmente. 
—Puta, esta riquísima. Si Martina estuviese así de buena…— Soltó Alejandro.  —¿Has pensado en hablar con ella?— Respondió Diego.  —¿Para qué? —¿No te acuerdas que en la fiesta de Ocho se le bajó la presión por la peleita esa que tuvieron? La tuve que llevar cargada a su casa. Tú no te apareciste hasta la mañana siguiente.— Diego parecía molesto. 
Martina iba un año y medio con Alejandro. Habían comenzado a salir porque a los dos les gustaba el mismo equipo de fútbol. Después comenzaron a ir al cine y a conversar sobre la vida. Comenzaron a hacer más cosas y se pasaban días enteros en la cama. Pararon de conversar tanto y cada uno se fue por su lado pero seguían ahí, por las puras. Martina seguía enamorada, o de Alejandro o de la idea que la traía estar con flaco, y Alejandro seguía con las ganas de irse al Marriott de vez en cuando.
—Sí, me acuerdo.— Alejandro visualizaba el día en que casi le termina.  —¿No te dio pena? —No. — Dijo sin pensarlo mucho.  —Tas cagado— Diego soltó una risa falsa. 
Alejandro soltó una carcajada despreocupada.
—Me quiero mechar todo el rato — añadió.  
—Le sacaste la mierda a Julián. — Discutía Diego, refiriéndose a la noche anterior —la tía no te va a dejar a volver a entrar a su casa. 
—No me arrepiento. 
La chica rubia se había echado en una poltrona cerca a la de ellos. Con mucha lentitud, había estirado su toalla sobre el colchón, se había quitado el polo y el short, y se había puesto el bronceador, criminalmente. Se echó boca abajo sobre la poltrona, se puso unos AirPods en las orejas, y abrió un libro muy gordo con una tapa extrañamente verdosa. 
—Anda a hablarle, si tanto babeas— Dijo Alejandro, cortantemente.  —No es mi tipo. — respondió Diego.  —Es el tipo de todos. —Alejandro pausó—¿qué te pasa? Seguro es lo de ayer.— rió— Julianita te jala el ojo.  —No, no es eso. 
Diego permanecía serio. Trataba de no mirar a Alejandro. Se quedó mirando al grupo de tías que almorzaba al costado de la piscina. 
—Cuéntame.  —No, no es nada.  —Cuéntame.— Presionó Alejandro. 
Se había esfumado el ambiente tranquilo de antes. La flaca rubia salió de vista y la piscina comenzaba a sentirse fría. La resaca se sentía aún más fuerte. 
—Te acabo de confesar que me llega al pincho mi vida. ¿no puedes decirme tú que te pasa? —A mí también me llega al pincho mi vida. 
Diego miraba a Alejandro con una intensidad diferente. Tenía el puño apretado debajo del agua. Se estaba mordiendo la lengua. Alejandro se quedó callado un segundo. Después, soltó una sonrisa falsa. Diego cambió de tema y siguieron hablando. 
Siempre habían sido directos entre ellos, pero acá había algo diferente. Diego parecía molesto y Alejandro estaba confundido. La chica ahora estaba boca arriba. Las sombras se habían cambiado un poco de lugar. Había bajado el sol. 
Diego se quedó mirando a ese punto fijo. Paró de apretar el puño y se zambulló debajo del agua. 
Alejandro salió de la piscina. Se miraron un largo rato sin decir nada. Después de un rato se fueron a cambiar los dos, Diego salió temprano y no se despidió. 
3 de mayo
Pasaron veintitrés días. Eran las diez de la noche y el cerro de Las Casuarinas temblaba por el sonido de música electrónica que provenía de la casa de los Gutierrez. Se habían mudado hace unos meses y ya habían desarrollado un extenso network de amigos, muchos atraídos por la cantidad de Grey Goose que Nicolás y Adrián soltaban todos los fines de semana. Justo este sábado lanzarían un evento currículum, de esos que ningún invitado se podía perder y que muchos tratarían de colarse con nombres de la lista. Iban trescientas personas. 
Martina se arreglaba con sus amigas. Diego estaba zampado en unos previos de la casa del costado y Alejandro justo volvía de su corto viaje al norte. Se bañó en cinco minutos, se puso la primera camisa que encontró y salió volando a recoger a Martina y sus amigas. No soportaba a ninguna de ellas. 
—¡Diegui! ¿Qué tal? No te veo hace meses… —Una de las amigas de Martina, Alexa, miraba con ojitos a Diego. La última vez que se habían visto habían regresado a las tres de la mañana juntos, en un taxi, apretados…ninguno de ellos se acuerda muy bien de lo que pasó. 
Diego le respondió el saludo, le puso cachete y saludó a la siguiente amiga. Para ese entonces, Martina, el resto de su séquito de amigas y Alejandro ya habían llegado a los previos. Martina se acercó a saludarlo.  
—Hola.— Le sonrió dulcemente. Diego la abrazó y le sonrió de vuelta. 
Se dirigieron todos a la fiesta. 
Pum, pum, pum, pum. Nadie escuchaba a nadie. La música estaba tan fuerte que no quedaba más que tomar y bailar. La barra colapsaba, el tabladillo parecía por quebrarse en cualquier momento y hacía un calor infernal. Los hombres se habían quitado las corbatas y las mujeres se habían amarrado el pelo en una cola. Una mezcla extraña de perfumes fuertes, alcohol, y el humo del cigarros dominaba el aire. 
Fueron pasando las horas. Alejandro bailaba con Martina. No se miraban. Habían estado peleados, porque Alejandro no le hablaba cuando estaba de viaje y Martina estaba pasando por un momento difícil con sus padres. Que no me escuchas, Ale. Te necesito, Ale. ¡Ale! contéstame, plis, sé que son las tres de la madrugada pero necesito hablar con alguien… Alejandro la había dejado en visto sin darse mucha cuenta. Había estado ocupado en sus distracciones. 
—Si no quieres bailar conmigo, dime, nomás. No tienes que fingir que quieres— dijo Martina cortantemente.  —¿Qué mierda hice ahora?  Te quejas todo el día.— Alejandro respondió, caliente. Sus sentidos no existían con tanto trago encima. 
Martina lo miró de reojo y se dio la media vuelta, dejándolo solo en el tabladillo. Alejandro no la persiguió porque le daba flojera. Se fue a la barra a pedir otro trago más. No quería acordarse de esto mañana. 
Pum, pum, pum, pum. Nadie escuchaba a nadie. Alejandro se pasó veinte minutos tratando de conseguir otro gin and tonic, y cuando por fin lo consiguió, una persona que andaba de pasada le botó el trago de casualidad. Gritó un conchetumadre, que no escuchó nadie, y comenzó la fila para volver a pedirlo. Mientras que esperaba, volteó y vio a Martina. Estaba hablando con Diego. Se quedó ahí un rato, mirándolos. Martina miraba al piso, como queriendo llorar, y Diego la agarraba de los hombros. Parecía consolarla. Alejandro se comenzó a acordar de todas las veces que Diego volteaba la pantalla cuando aparecía un mensaje de Martina. Apretó el puño. Seguía en la cola. 
Diego le decía algo al oído. Estaban lejos. Alejandro ya había conseguido su trago, y tambaleándose se secó lo que le sirvieron. Se le chorreó un poco en la camisa. Estaba en la mierda. Se encontró con una amiguita suya de hace tiempo, de esas que a Martina no le gustaban, y la sacó a bailar. Después de un rato fue a buscarla. No la encontraba por ninguna parte. Todo le estaba comenzando a dar vueltas.
—Oe, ¿qué fue? no seas pavo, párate.- Exigió Diego.
 Encontró a Alejandro sentado en una esquina, por la puerta. Se había servido otro Gin and Tonic, pero esta vez el vaso se mecía entre el piso y su mano. 
—Ándate a la mierda. Déjame solo.  —¿Qué?— Pum, pum, pum, pum. Nadie escuchaba a nadie.  —¡Que te vayas a la mierda!— Lo gritó lo suficiente como para pararse y empujarlo con su dedo índice. Diego dio un paso atrás. Apareció Martina. 
—¿Qué esta pasando acá?— Preguntó Martina. Su voz alertó tanto a los dos que voltearon al mismo tiempo. La música parecía un poco más baja. La gente todavía reventaba el tabladillo.  —Ahora no, Martina. Si quieres jode después. Ándate con tus putas amigas que tanto escuchan tus huevadas. — Alejandro gritó, reventado.  —No le hables así, huevón. — Defendió Diego. 
Alejandro se comenzó a reír. 
—¡Jajá! Ya entendí todo. Te gusta mi flaca. La concha de tu madre. 
—No men, te estás hueveando. Estás borracho. No te pongas agresivo. — Diego trató de apaciguar la situación. Las cosas se estaban saliendo de control. 
—Ya vi cómo la mir—miras. Estaba en la en la barrra y los vi. ¿Tiraron cuando me fui de viaje? ¿eso es? 
—Gordo, cálmate. Estás borracho. No sabes lo que dices.— Martina se interpuso entre los dos y trató que Alejandro la mirara a los ojos. No funcionó. Se comenzó a asustar y se movió para un costado. 
—Te gusta mi flaca. ¿hace cuánto? ¿a? 
—¡No me gusta, imbécil! Solo la cuido cuando la dejas tirada. Agradéceme.— Diego respondió, caliente. 
—¿Qué mierda dices?
—Date cuenta, huevón… que agarras, la tratas hasta el culo y por la joda la andas buscando y la haces mierda, ¿manyas? Con razón que se quiere ir a Argentina a terminar su carrera. — El efecto del trago comenzó a notarse en Diego.  
—¿Qué mierda dices? ¿cómo sabes eso? no me ha dicho nada de que se quiere ir a vivir a… a vivir a Argentina. 
Diego se puso nervioso. Se dio cuenta que soltó algo que no debía. 
—Contéstame. — Demandó Alejandro.
Diego balbuceó un par de explicaciones hasta que Alejandro le tiró un puñete en la quijada. Se cayó al piso, se paró de nuevo y le devolvió el golpe. Martina estaba llorando. Se había formado un pequeño círculo de espectadores que miraban curiosamente la mecha. 
Después de un rato, vinieron los VIP a llevárselos de la fiesta. A los cinco minutos, ya estaban en el parque de afuera, sentados y ensangrentados. Alejandro se había echado en el pasto y Diego estaba con la cabeza entre sus rodillas. Pasaron un largo rato en silencio. Seguían en la mierda. 
—Debí haberla craneado antes. En el club me comencé a dar cuenta. 
Diego se quedó callado. No quería negarlo más. Estaba exhausto. Se lo había guardado por mucho tiempo. 
Alejandro lo había sospechado. Se la había olido cuando Diego ofreció llevarla a su casa en La Molina, sabiendo que se iba a demorar dos horas en el trayecto. Se la había olido cuando él le sugería consejos familiares, le miraba las piernas, y a los ojos cuando hablaba.
—¿Hace cuánto?— Alejandro seguía interrogando. 
Diego permaneció en silencio. 
—Te he hecho una pregunta, imbécil.
Se paró y lo dejó tirado en el parque. No podía admitírselo. No podía admitirle que había soñado demasiadas veces con ella. Que lo único que le provocaba hacer era estar con ella. Se fue caminando a su casa, sin importarle el mundo. Cuando llegó, vomitó en el jardín, se tiró a su cama y no se despertó hasta el día siguiente, con la resaca más fuerte de toda su vida. 
12 de agosto
Pasaron tres meses sin verse. Alejandro seguía con Martina, sin hablar de lo que había pasado, y Diego seguía de practicante en la firma de abogados. Martina preguntaba dónde andaba Diego, intentando reconciliar la situación. Alejandro, al escuchar estas preguntas, la dejaba media desnuda y se iba de su casa sin explicación. Diego le escribió un par de disculpas, diciendo la cagué, sorry, no debí meterme. Olvídate de lo que pasó.
Se cruzaron un jueves por la noche saliendo de un restaurante. No se saludaron. Seguían con la resaca de una conversación incómoda. 
El día siguiente Diego viajó a Inglaterra, porque lo había contratado una firma, y Alejandro no supo más de él. 
15 de setiembre
Un lunes por la mañana Martina recibió una llamada que la dejó temblando. Había sabido por mucho tiempo y se avergonzaba de lo que sentía, pero no se lo dijo a nadie. Se sentía culpable. Se quedó callada. 
Recibió un chat de Alejandro media hora después.
—Gorda, vamos al Marriott esta noche. Tengo una sorpresa para ti. ¿Te recojo a las once? —Yap— respondió. 
Seguía temblando por esa llamada. Le dieron ganas de comprarse un boleto y no regresar más, pero era una locura. Su vida estaba aquí. ¿Qué pensaría la gente? 
Se alistó para ir al Marriott. Se puso un vestido rojo, recién comprado, y se puso poco maquillaje, como a Alejandro le gustaba. Había intentado disimular las lágrimas. Toda esa tarde de setiembre, Martina había vuelto a recordar un momento que lo había arruinado todo. No podía quitarse de la cabeza el recuerdo de una noche después de muchas Heineken, un par de capítulos de Suits y el encuentro en un hotel diferente a las tres y veinticuatro de la mañana. 
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uncuentofriki · 7 years
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No me olvides
De algo debe servir estar viviendo el invierno más frío en 50 años. ¿Alguien quiere cooperar para un rebozo para mí o de menos una caja de chocolate de mesa? * Capítulo 1
2- Presumía de ser dueña de mi voluntad.
A Coco no le gustaba mucho cuando su mamá tenía que ir a los bazares o mercadillos a vender sus zapatos. Si le tocaba ir con ella porque no había encontrado niñera, siempre tenía que jugar cerca de donde estuviera su mamá, si había niñera disponible, no le gustaba porque ella solo le ponía la tele, nada de jugar. Y a veces Miguel no podía jugar con ella o leerle algún cuento. Lo único bueno era que cuando regresaba, su mamá le traía algo. Y también que Miguel le cantaba algunas canciones si les tocaba quedarse con la niñera. A veces la sacaba a caminar, tomándola de la mano y, si se portaba bien, le compraba una paleta. En esas ocasiones, los seguía un perro de nadie, un xoloizcuintle.
-¡Dante! ¿Cómo estás? ¿Te han molestado mucho, eh? No era poco común que Miguel encontrara que el perro había sido lastimado por gente que lo encontraba feo y solo por eso sentían tener el derecho a agredirlo. Por eso siempre cargaba consigo vendas para curarlo o algo de dinero para llevarlo al veterinario. Y nunca faltaba que le llevara croquetas o sobras de carne. Si el niño conocía la leyenda sobre esa raza, era más que obvio que no lo hacía porque ocupara un guía cuando finalmente llegara su hora. A Coco al principio le daba miedo el perro y se escondía detrás de su primo, pero apenas el chucho le lamió las manitas, ambos se agarraron cariño.
-¡Guaguau!- lo llamaba la niña-¡’Ante! ¡’Ante! ¡Bonito!
Habían intentado una vez que Imelda les dejara quedarse con el perro, con nulo éxito. Ella ya tenía una gata, Pepita, y no quería que se pelearan. Así que a como pudieron y con pedazos de tela, cartón y lámina, entre varios arbustos de la unidad habitacional le improvisaron una casa al perro y ahí se quedaba, felizmente, esperando a sus amigos para jugar.
También le gustaba Pepita, cuando estaba triste, la gatita iba y se le acurrucaba, incluso soportaba que le jalara la cola. Cuando se quedaba en casa de una amiga de su mamá que también tenía hijos, se preguntaba porqué ellos tenían papá y ella no. Ni siquiera sabía qué era un papá, solo conocía tíos y más tíos y tías. Hasta que un día Miguel llamó así a quien ella llamaba Tío Enrique. Y fue a buscar a su mamá para preguntarle cosas.
-¿Tío ‘Rique?
-Es mi hermano, Coco. Es el papá de Miguel.- explicó con voz suave la mujer
-¿Y mi papá? ¿Mi papá quién es?
Imelda no pudo responder. Ella aún no podría comprender qué pasó. La niña empezó a llorar al no obtener una respuesta e intuir que esta era demasiado terrible, como cuando se enteró que los canarios de su abuela habían muerto.
-A veces los papás no pueden estar, Coco. Pero me tienes a mí y yo te voy a cuidar ¿sí? También todos tus tíos te van a cuidar, sobre todo tus tíos Óscar y Felipe.
La mujer la abrazó hasta que la niña dejó de llorar y se quedó dormida.
Quizá hubiera sido mejor que aquello jamás hubiera pasado. Pero entonces no tendría a Coco y sus sonrisas, sus canciones y hasta sus rayones en las paredes. Quizá no era justo que no se hubiera quedado a su lado pero aún así…Tenía que haber sido él para que Coco naciera.
Había un frío horrible. Y no podía comprender quién había sido el genio que había decidido que el brindis del evento de premiación del concurso de diseño incluyente para la ciudad  fuera al aire libre justo cuando el invierno iba empezando. Su jefa le había pedido que esperara y guiara al guitarrista contratado para la ocasión, ya que era ciego.
Y entonces lo vio salir del taxi. Antes que el guitarrista, salió Héctor, vestido medio formal casual, con camisa de vestir pero una chamarra de cuero.
-Hey, Leo, quién diría que tocarías en un evento formal tan rápido.- comentó el músico.
-Gracias por venir conmigo. Estoy algo nervioso.
-Tú no te preocupes, ya te he escuchado tocar y lo haces increíble.  A ver, ahora vamos a buscar el dichoso auditorio.
-¿Héctor?- intentó saludar Imelda. Este ni la reconoció. Posiblemente porque estaba perfectamente producida, con un saco beige y una pashmina morada al cuello, muy distinta de la desastrada Barragana que él había conocido.
-Sí, tú debes ser quien Julia nos dijo que guiaría a Leo al auditorio ¿No es así?
Ella sonrió un poco incómoda.
-Soy Imelda. Acuérdate
-¡Ay, no te reconocí, perdón! Leo, mira, ella es una amiga, Imelda, ella nos va a guiar.
Durante la ceremonia de premiación no se pudieron hablar, Imelda corriendo de un lado a otro a ayudar con pendientes, como llevar libros o grabar el evento. Finalmente a la hora del brindis tuvo algo de calma.
-¿Así que trabajas en esto, eh?- preguntó él, copa de vino en la mano. Pasó un mesero y tomaron ambos un canapé
-Practicante. Estoy casi por graduarme. ¿Y tú?
-Bueno, Leo fue parte de mi servicio social en la casa de la cultura. Ningún maestro creía que podría aprender a tocar la guitarra. Y pues al final lo logré y ahora está presentándose aquí.
-Gracias por lo del otro día, por cierto.
-Ya te dije que no hay de qué, cuando quieras.
Platicaron de varias cosas, de canciones que Héctor estaba planeando, de presentaciones que iban a tener las Barraganas y como iban a ser teloneras en un próximo concierto. La gente se había comenzado a ir de la universidad, ellos hicieron lo mismo, acompañándose el uno al otro bajo la noche. Leo se había ido con una chica a la que se había ligado.
-Ernesto dice que estamos ya muy cerca de nuestro sueño. Quiero que un día todo el mundo escuche y cante nuestras canciones.- comentó Héctor.
-¿Tu amigo el alto, con la barbilla partida?
-Él, sí.
-Eh, es buen cantante, y es atractivo. Sin duda lo lograrán. Solo acuérdense de nosotras cuando estén en lo alto.- bromeó
-¿Ustedes no sueñan con llenar un estadio?
-Realmente… no. Es más difícil para nosotras salir a flote. Solo me gusta cantar y es para mí más un pasatiempo.
-Ya veo. A ver, cántame algo.
-¿Nunca nos has escuchado?
-No, casi siempre estoy evitando que Ernesto se meta en problemas.
Imelda suspiró, divertida, a pesar de que estaban ya enfrente de su casa, no lo invitó a pasar.
-¿Te puedo cantar lo que sea o solo lo que componemos?
-Lo que sea está bien.
Y ella comenzó a entonar, desde lo más profundo de sí, aquella vieja canción.
“Ay de mi Llorona, Llorona de un campo lirio Ay de mi Llorona, Llorona de un campo lirio El que no sabe de amores, Llorona No sabe lo que es martirio El que no sabe de amores, Llorona No sabe lo que es martirio
Si porque te quiero quieres, Llorona Quieres que te quiera más Si porque te quiero quieres, Llorona Quieres que te quiera más Si ya te he dado la vida, Llorona ¿Qué más quieres? ¿Quieres más?
Héctor se quedó mucho unos segundos, disfrutando el último verso, cantado con una desesperación y tristeza que le brotaba del fondo del alma a la intérprete. Finalmente aplaudió.
-Muy Chavela Vargas. – comentó.- Con esa voz tuya, deberían ser más famosas que nosotros.
-Gracias.  Bueno, gracias por acompañarme a mi casa, tengo mucho frío y ya es tarde.
-Tápate con tu rebozo, Llorona.- se rió él. Se puso la mano en la frente, a forma de saludo militar-. Que descanses, mi Coronela.
Ella replicó el saludo, con las rodillas doblándosele con esa sonrisa socarrona.
Notas 1- Bueno, acá en Guadalajara llamamos “bazar” a un evento donde se ponen pequeñas empresas (a veces personales) a vender sus productos, hay desde marcas de ropa, de belleza, para mascotas. Aunque últimamente se ha dado de varias personas que quieren poner su tienda, pero como no pueden pagar todo el local, se reparten espacio del local y es como tener un minicentro comercial. 2- No quise usar los mismos versos de la película, decidí tomar otros más cercanos a la historia que tiene este fic. Que aún no sé cuanto durará BTW.
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adrianepigmenio · 4 years
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Pasando de la sartén al fuego.
“Lucas”, ni siquiera recuerdo por qué no solíamos llamarte por tu nombre, de hecho, esa era la característica por la cual te conocían en la escuela y así siempre fue; hasta cuando trabajamos juntos, nadie solía referirse a ti como “Jesús” era bastante curioso, pero a ti no parecía molestarte ni un poco.
“Jesús Lucas Ávila”, mejor amigo, mejor persona, ¡bastante responsable!, borracho profesional – las fiestas que hicimos en su casa lo confirman – claro que solo son adjetivos basados en lo que yo viví con él. Tendrías que darte la oportunidad de conocerlo a fondo durante 9 años para poder definir siquiera una mínima parte de todo lo que este hombre es capaz de ser o hacer.
A sus veintidós años, el joven ha logrado llegar más lejos de lo que cualquiera de nuestros compañeros de clase en aquel entonces – hay algunas excepciones – a la fecha es subchef de una muy reconocida cadena de restaurantes, los cuales puedes encontrar en toda la República Mexicana, Estados Unidos y algunos países de Sudamérica.
Hoy que me di la oportunidad de estar con él, para realizar esta entrevista, planeo ahondar un poco a lo que es su trayectoria gastronómica.
Todo viaje comienza con el primer paso y me imagino que el tuyo no es la excepción, pero antes de ello, ¿Recuerdas que te llevo a entrar a el mundo de la gastronomía?
—Desde chico, yo siempre me dije que quería ser cocinero o ser chef, me gustaba cocinar, aprender… la cocina de mamá tú sabes, de preguntar como se hace o que lleva, desde ahí empezó mi pasión por la cocina –
Y ¿recuerdas desde que edad empezabas a cocinar?
– Sí, desde los 6 años, ya estaba intentando aprender – vaya desde muy joven en realidad, eso es de verdad tenerle gusto a cocinar.
Y si hubiese sido diferente ¿Si hubieses decidido elegir alguna otro camino o carrera?
—Quizá hubiese elegido algo así como “veterinaria” o “mecatrónica”; esa última me vendría como anillo al dedo, tú sabes, por aquello de que me gusta armar y desarmar cosas—
Definitivamente estarías en otra situación muy diferente, claro que viendo tu historial puedo decir que tus decisiones fueron bastante acertadas, mira donde estas ahora. Lo que me lleva a preguntarte ¿no te arrepientes de tus decisiones?
—No, en realidad estoy muy a gusto con todo lo que he elegido, si estoy es por algo y me gusta pensar que puedo ser ejemplo para las nuevas generaciones—
Es genial que podrías instruir a los nuevos, aquellos interesados en comenzar en la cocina, claro que no debemos olvidar que ambos estuvimos en la misma escuela, cursando la carrera de “alimentos y bebidas”; yo tengo mi experiencia de aquel tiempo, pero ¿Cómo recuerdas tú aquella experiencia?
— Recuerdo sentirme motivado cuando recién comencé, las idea de que aprendería a cocinar, nuevas técnicas de cocina, quizá no fue lo que yo en verdad esperaba, pero debo decir que me llevo mucho de mis 3 años estudiando ahí—
Algo que yo recuerdo mucho de ti y que jamás se me va a olvidar es lo matado que solías ser en las clases, siempre sacando las mejores calificaciones de todo el grupo ¿había una razón en especial para que te desempeñaras así?
–Por supuesto que la había, dos razones, la primera tenía que ver con no fallarle a mis papás, ellos veían mucho por mí y decepcionarlos no era opción, en segunda, así estaba seguro de que aprendería mucho más, lo cual era de mis principales objetivos a cumplir.
Tanto que pasamos, clases, practicas de cocina, saltarnos clases, irnos de pinta –solo a veces – y muchas más experiencias me hacen sentir muy nostálgico, pero, dando un gran salto en el tiempo ahora eres alguien digno de admirar, por supuesto aun el mejor cocinero siempre tiene que empezar desde abajo ¿Tú recuerdas tus inicios dentro la cocina?
–Mis inicios se remontan a cuando fui practicante de Fifty Friends, en aquel entonces uno entra con el miedo de que podría echar a perder cualquier cosa o que podrían regañarte, cuando llego a Pf Chang’s como trabajador, porque también ahí fui practicante, empiezo a ver como mi confianza va aumentando y poco a poco me voy haciendo de más experiencia—
En mi tiempo de cocinero, se que para llegar a la cima hay dos puntos que influyen bastante; siempre ser muy constante con el trabajo y la otra perdona la expresión es: “lamer botas”. Conozco a varios que así llegaron a donde están. Sin embargo, estoy seguro de que no es tu caso y te pregunto: ¿A que le atribuyes tu éxito en la cocina?
—Yo atribuyo el dónde estoy a mi constancia y responsabilidad, el que nunca me tuvieran que estar recordando que tengo que hacer, siempre intente demostrar que puedo dar la talla para el puesto y por supuesto mi espíritu de competitividad, no soy el único que quería un puesto de encargado y es algo que me llevo a continuar, esas ganas de querer ser jefe ya no las encuentras en cualquiera—
Por supuesto, la vida de cocinero no es nada sencilla, miles de horas de trabajo, quemadas, cortadas, estrés, gritos, presión y muchas más situaciones que a una persona normal, la volvería loca y sin embargo todos en algún momento sentimos las ganas de jamás regresar a la cocina; vos ¿sentiste en algún momento ese sentimiento de que no querer seguir, tirar la toalla y no volver jamás?
—Por supuesto, todos en algún momento estuvimos ahí, en mi caso fue cuando noté que ya no había un avance, todo el tiempo que dejé en esa cocina parecía no estar mostrando frutos y es ahí es donde te preguntas si de verdad esta valiendo la pena todo ese esfuerzo, todo aquello que te pierdes por seguir trabajando—
Es entendible y comprendo ese sentimiento de frustración en la que parece que caes en un bucle donde se repite lo mismo una y otra vez. No obstante, la cocina no todo es malo, te brinda experiencias de vida y muchas amistades que te dejan marcado a los que puedes describir como un ejemplo a seguir, para ti ¿Hay alguien a quien tu consideres tu ejemplo a seguir?
—Las hay, dos personas que motivaron mi camino en la gastronomía, uno de ellos se llama Gerardo, Jerry como todo le decíamos, cuando comencé a trabajar lo conocí como chef y conforme pasaba el tiempo llego a ser gerente de tienda, de los más jóvenes de la marca por cierto, el siempre vio por mí y por su equipo de trabajo, era alguien quien empatizaba y se mostraba como un líder y no como un jefe, si bien no puedo ser el me gustaría que quienes están conmigo me perciban  de esa manera; la segunda persona se llama Memo otro chef que me mostro la verdadera cara del trabajo y como sobrevivir sin que la cocina te devore a ti, aparte de que siempre hay que saber diferenciar trabajo con  amistad, eso es algo muy importante—
Debo estar de acuerdo contigo en lo mencionas de Jerry, definitivamente es un muy buen ejemplo para seguir –porque también tengo el gusto de conocerlo— y así como en algún momento tu mirabas a los grandes hacia arriba consideras ¿que ya estas donde te imaginabas que estarías o a donde es que te gustaría llegar?
—Aun no estoy donde quiero estar, pero es uno de los puestos que de verdad esperaba conseguir y bien la meta es ser chef, poder ser el encargado definitivo de la cocina, claro que es una responsabilidad enorme lo que eso supone, pero no es impedimento para lograrlo y quien sabe, tal vez después pueda llegar a ser chef ejecutivo, alguno de los toros de la empresa—
Con esta última pregunta debo agradecer que me hayas brindado la oportunidad de conocer un poco mas de ti y tu carrera en la gastronomía, si excaváramos más adentro encontraríamos anécdotas llenas de emoción o gracia que no podríamos contarlas todas, estoy seguro de ello.
Únicamente y para terminar tengo una pregunta relámpago, espero no incomodarte con ella, pero ¿para cuándo la boda?
*Risa nerviosa* – Aun no lo sé – *se queda callado y después comienza a reír*
Te das cuenta de que la ultima vez que te hice la misma pregunta, lo primero que respondiste fue un gran y rotundo ¡NO!, estoy seguro de que mucho ha cambiado en ti desde la ultima charla profunda que tuvimos. –con alcohol de por medio— de todas formas, esa será historia para otra ocasión.
Y así es como podemos ver que la vida dentro de una cocina es todo un viaje lleno de emociones y experiencias que tiene como finalidad satisfacer a los comensales, lo cual es toda una responsabilidad la que un cocinero adquiere cuando decide embarcarse en esta trayectoria.
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