#mi abuela no me vio por CUATRO años y lo primero que me dijo cuando me vio fue que estaba gorda
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si quieren hablar de problemas que hay en la argentina ademas de LOS HORRORES (xenofobia, colorismo) y tipo LOS HORRORES (en lo económico y político y social en el dia de la fecha) también podemos hablar de los horrores de ser gorda en este pais.
#mi abuela no me vio por CUATRO años y lo primero que me dijo cuando me vio fue que estaba gorda#vieja de m deci que te quiero
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Track 38: If it could become one kind day
El verano llegó en un abrir y cerrar de ojos.
Habrá leído y releído el diario de Rinne ya varias veces, no habían suficientes poemas para seguir componiendo canciones, por mucho que pudo considerar alargarlo le era imposible.
Así que al final, aquel proyecto se ha quedado como un mini álbum, del que ciertamente se encontraba un poco celoso, pues ha terminado siendo el más vendido.
Oyó que la boda de Oz sería hoy, así que estaba frente al espejo, tratando de colocarse un corbatín.
—Ugh…
—¿Necesitas ayuda, hijo?
Su abuelo se tomó la libertad de pasar al baño, si no recuerda mal su nombre era Yanagi— Dejó que le ayude a colocar el corbatín.
—Tu cabello está quedando algo largo, ¿has considerado cortarlo?
Haru se lo considera por un momento, negando.
—Deberías, la abuela Reina puede ponerse muy pesada al respecto.
Lo ve reír a carcajadas, Haru le sigue la corriente y sonríe.
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No recuerda cómo fue la primera vez que fue forzado a reunirse con los padres de Kaito, al parecer su madre había estado fuera de Kioto en la prefectura de Gifu por unos cuántos meses.
Ojalá recordara por qué.
Su padre por supuesto ya estaba enterado, pues era el dueño del edificio, le era extraño por qué él nunca dijo nada respecto a lo que hizo su hijo.
Hasta hoy.
—¿Cómo es que te consigues un hijo antes de casarte, Kaito?
Le vio reírse nervioso.
—Admito que fue un poco impulsivo de mi parte, lo lamento madre.
—¿Tú tomando la iniciativa? Eso es nuevo. —añade su padre.
Entonces, su hermana ríe a carcajadas.
No era muy distinta físicamente de Kaito, era de lejos la mejor vestida en la familia de cuatro —aún no estaba listo para incluirse—pues llevaba el cabello en una doble trenza burbuja bastante suelta.
De hecho, todos iban bien vestidos menos Haru, que tenía encima algo mucho más casual.
Desentonado por completo con el tono elegante del restaurante donde estaban.
Si es que se puede llamar un blazer rojo y negro con textura casual en primer lugar, al menos lo era para los estándares de Madoka.
—¿Puedes explicarte?
Kaito lo miró.
Haru toma su móvil con el bloc de notas listo:
«Me fui de casa y Kaito ofreció adoptarme para pagar el tema de mi anemia y tal». Escribe, dejando el móvil en la mitad de toda la mesa.
Todavía le parece increíble lo rápido que se regresaron a Okinawa luego de oficialmente dejarlo ir. Todos esos años…. vivieron en Kioto sólo por él, ojalá supiera por qué.
Quería pensar que era algo más que obligación, quería... que estos pensamientos oscuros dejaran de hacerse realidad.
En un impulso por cersiorarse de que estaba siendo completamente claro, tomó el móvil y añadió unas palabras más «ellos me abandonaron primero». La ansiedad estaba corroendo su delicada estabilidad.
Céntrate, nadie te está juzgado.
Eres tú, solo eres tú.
La mesa se volvió silenciosa, se sintió un poco mal, éste era el tipo de caos que definitivamente disfrutaba.
Por favor, no os calléis.
—Estuvo bajo el mismo tratamiento por diez años, mamá —su tono se volvió serio, algo extraño de ver— no podía seguir de brazos cruzados.
—Recuérdame cuál era tu nombre, querido.
—Haru.
La mujer le sonríe.
—Bienvenido a la familia.
—¿El papeleo está completo? —preguntó quien ahora vendría a ser su abuelo.
—No del todo, aún hay un par de cosas que estoy muy corto de tiempo para hacerme cargo de momento —explica— como el cambio de nombre…
Haru se tensó.
—¿Nombre? —su hermana se vio sorprendida.
Toma su móvil para añadir el que seguía siendo su apellido de momento, con el descaro de usar su kanji favorito en lugar del verdadero.
Otra vez.
—No es este. —la mujer lo reta, Haru estaba algo fastidiado porque no la pudo engañar.
—Lo sé. —pero no pensaba flaquear.
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—La abuela te espera adentro, yo no iré contigo tengo otros pendientes por los que debo atender.
Asiente.
—Cuando sea hora de irse, pueden llamar a Aoi, os vendrá a recoger.
Se baja del auto.
—¡Ten buena tarde, hijo!
Se había saltado todo el rollo de estar durante la ceremonia, solo quería la comida.
Se fija en sus alrededores, había más gente que ni conoce de la que sí, lo más extraño es que el tal Chuuya estaba ahí, compartiendo mesa con claro disgusto junto a Hanko.
Mira hacia otra dirección, no era de su incumbencia.
—¡Haru! —la abuela saluda luego de finalmente encontrarle.
Silenciosamente se sienta a su lado.
—Así que coleta.
Bosteza.
—Tienes el cabello bastante desigual, al menos corta las puntas. —recomienda— ¿Estás llevando manga larga debajo de un traje?
En efecto, lo que llevaba hoy no eran guantes, sino un buzo fino blanco que llegaba a cubrir parte de sus manos, como un guante de medio dedo pero el único dedo que se cubría era el corazón.
—Me gusta.
Era el mismo buzo que había llevado durante aquella cena.
—¿Kaito?
—Fue a atender una llamada.
Busca a su «padre» con la mirada, otra vez estaba junto a aquella colega de trabajo, no se sabía su nombre todavía.
Extraño.
Había algo genial sobre llevar trajes, casi nunca lo hacía pero lo disfrutaba bastante.
—Oh, sí vinisteis todos. —Tama pasó por su mesa— Chise acaba de irse a cambiar, tal vez tarde un poco.
En cualquier caso, ¿por qué estaba aquí? durante los últimos meses ha tenido muy poco tiempo de visitar el templo de Akihiko— le echaba de menos.
Empezaba a sentirse enfermizo de estar entre humanos por tanto tiempo. Estaba muy cansado.
—¿A qué hora te dormiste?
Era Kaito, al fin de había reunido con todos.
—Cuatro, tenía que estar despierto a las seis. —explica bastante perezoso, regresando a enterrar su cabeza entre sus brazos.
Las notificaciones de su Twitter han estado siendo bombardeadas desde que publicó la última canción de Rinne.
Se había arrepentido de revelar el verdadero nombre del lirisista bastante más rápido de lo que predijo.
Ahora no sabía cuándo iba a ser capaz de volver a hacer acto de presencia en redes.
La pareja que la mayoría estaba esperando pronto llegó, era la primera vez que reconocía todos esos comentarios sobre que Chise era bonita. En efecto, se veía hermosa hoy.
Pero él solo quería comida.
Habían cosas más importantes en su mente —aparte del desastre que ha provocado y no tenía ganas de lidiar ahora mismo— primero: La locura que era ser invitado a una boda, tener amigos que le quieran invitar a una boda.
Segundo: que pueda percibir el sabor de la comida, era algo que muy rara vez pasaba. Hasta ahora estaba convencido de que solo podía sentir el sabor de la comida dulce.
Pero ahora podía percibir sabores y sentir hambre. Una locura, qué día más extraño.
Haru se acercó a su «padre» cuando vio que la abuela se distrajo hablando con otro de los invitados.
—¿Quién es la mujer que vino hace un rato?
Nunca le había visto.
—Tsukasa, es de medicina familiar. —responde— no tiene mucho desde que fue transferida al hospital, le conozco desde que era practicante.
Vaya, así que Kaito tiene amigos.
Que bueno.
—Acaba de volver de Fukushima, parece que su familia finalmente logró convencerla.
—¿Eh?
—Haru, deberías saber cuándo dejar ir a los muertos —acaricia su cabeza— seguro que a Oz también le costó un montón.
Asiente.
Ahí va de nuevo, diciendo cosas que no entiende del todo, debería irse acostumbrado.
Sus sentimientos respecto a Rinne eran simples celos, no aflicción como la gente que sí la conoció en vida. Aunque deseaba que lo que sentía por su familia biológica fuera eso.
¿Pero cómo iba a sentir dolor por algo que nunca tuvo? El anciano que manipuló su memoria está muerto.
La chica con la que se obsesionó resultó ser completamente diferente a la que vio en sus sueños. Y aquella isla… por algún motivo injusto no se le permitía entrar.
Cuando era un niño deseaba felicidad, amor y estar rodeado de personas más amables.
Pero la única felicidad que podía sentir era temporal; aquella que sentía por haber comprado sus figuras favoritas, sus voicepacks favoritos, ganar un juego o que sus canciones superen las cien vistas.
Tenía cierto entendimiento sobre la amabilidad, pero cada vez que él mismo la mostraba sentía que estaba engañando a las personas.
Y «amor»… le aterrorizaba.
Recordando haber visto que el establecimiento tenía un estanque con peces en el patio, toma la oportunidad de escabullirse cuando nadie le tenía en la mira, sentándose cerca de la orilla, observa los peces en silencio.
Por alguna razón, mirar peces era una actividad relajante, si cerraba los ojos podía imaginar aquel cuerpo de agua con peces dentro flotando encima de su cabeza una y otra vez. Sin darse cuenta había empezado a tartamudear la balada de Mari en Awakening.
Samuel seguía insistiendo con que debería intentar jugar el remake del juego si nunca había probado el original, pero aún faltaba mucho para su lanzamiento. Sin embargo se había obsesionado con aquella melodía de igual manera, pues era nostálgica y le recordaba a alguien.
—«Hogar» Hogar está... está....
«Amor» está donde está tu hogar. Seguía sin conseguir continuar.
Tal vez era la misma persona que había hecho el truco de hacer a los peces flotar. Recuerda, el tiempo transcurrido en «Hogar» se le fueron enseñadas palabras muy importantes.
Entonces, encontró esta canción, la canción que siempre recuerda cuando piensa en «Hogar» y «Amor» así como la voz de Megurine Luka le recuerda a alguien, así como sonríe cada vez que alguien señala la coincidencia entre Megurine y Chiaki
«Y cuando me enteré de la palabra llamada «amor»
Sabía de la forma del mundo»
Después del trasplante, tan solo tenía sus dolores de cabeza con los cuales lidiar— quizá era por eso que hoy se estaba sintiendo más vivo que nunca.
—¿Eres Haru?
El muchacho mira por encima de su hombro, era la colega de su «padre» asumió que se habían dado cuenta de su ausencia.
—Tu padre te busca. —le ofrece la mano, pero Haru se levanta por su cuenta y camina de regreso a donde estaban los demás.
Al llegar al sitio donde estaba su familia, una parte de él esperaba ser regañado.
—Han servido la comida, si��ntate. —Kaito anuncia con calma, era una mesa para cuatro.
Haru mira en dirección a la mujer que había ido a buscarlo con curiosidad.
—Ahora me apetece comer contigo.
Haru se ruboriza con cierta pena. Aún extrañado de que nadie le regañara. Su padre responde con una suave sonrisa.
Cálida.
𓆝 𓆟 𓆞 𓆝
Canciones incluidas:
▶ If it could become one kind day (優しい一日になれたなら) Lamaze ft. Hatsune Miku
▶ The madman's march (狂者の行進) 164 ft. Gumi
▶ Memoryless story (記憶のない物語) Noboru ft. Hatsune Miku
▶ Ballad of the wind fish, Nagamatsu Ryo ft. Aoba Ichiko
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Los Niños Que No Hacían Los Deberes
Por: Orfeo
La primera vez que tuve un ataque de ansiedad tenía diez años. A decir verdad, recuerdo muy poco de esa etapa de mi vida, pero siento cierta lucidez cuando pienso en ese día. Era un día soleado, un jueves de mediados de Marzo. Estaba sentado en la mesa del comedor, en casa de mis abuelos, esperando a que mis padres llegaran. Toda mi familia me rodeaba, sentados en la mesa junto a mí, preparados para empezar a comer. El reloj ya había dado las tres de la tarde, eso oí decir a mi abuelo, para después soltar un sonoro suspiro de frustración. Un sonido se comenzó a escuchar por toda la habitación, haciendo que el lugar se quedará en completo silencio. Era el teléfono fijo el que sonaba. Mi abuela, María, fue la que contestó. Era mi madre. No recuerdo bien la conversación, solo sé que la llamada se cortó pocos minutos después. Nos dieron permiso para seguir jugando en el jardín de casa con Belly y Tobby, los cachorros que nuestros abuelos habían adoptado recientemente. Necesitaban hablar de “cosas para mayores”, o eso dijo mi tía Sofía. Eran poco menos de las cuatro y media de la tarde cuando regresamos al salón. Cansados, llenos de barro y arena, riendo como locos, nos sentaron a la mesa de nuevo. Los adultos presentes permanecían con ojos llorosos, aún tengo grabada en mi memoria la viva imagen de mi abuela con la voz rota, intentando explicarnos lo sucedido. Las palabras accidente, muerte y tren aún rondan por mi cabeza al recordar este fatídico día. Por lo visto, en el trayecto de regreso a casa después de un semestre en la universidad, el tren donde mi hermano Hugo viajaba había sufrido un “accidente” (para ser más concretos, un atentado, palabra que tarde años en entender) y él había fallecido junto con casi ciento cincuenta personas más. Años después, tengo tatuada esa fecha bajo la muñeca 11 de Marzo de 2004, Madrid. Mi reacción fue extraña. En ese momento mi cerebro se vio incapaz de procesar toda la información, no entendía el cómo ni el por qué, pero algo estaba claro, mi hermano estaba muerto. Desgraciada e inevitablemente. De un momento a otro, el tiempo comenzó a ir muy rápido, yo solo sentía a mi corazón desbordante en mi pecho, deje de tener el control de mi respiración en pocos segundos. Casi sin darme cuenta, estaba tumbado en el suelo, hiperventilado, creyendo morir, mientras mi abuela ponía una bolsa de papel sobre mis labios para ayudarme a seguir respirando con normalidad. Cerré los ojos, sintiendo las primeras lágrimas rodando por mis mejillas. Cuando desperté ya no había nadie en casa. Estaba a solas con mi abuela María, tumbado sobre sus rodillas, con la espalda recostada en la cama matrimonial de su habitación. Ella pasaba sus suaves manos por mis rizos, casi de forma mecánica, en un afán de acabar con los temblores que no habían cesado desde el ataque. No era consciente de que yo ya estaba despierto. Me removí un poco sobre la cama, fijando mi mirada en la suya. Sus ojos estaban tristes y parecía estar susurrando algo.
-Abuela, ¿Cuándo viene mamá? – eso fue lo primero que pude pronunciar, aún con la voz tambaleándose. Porque era lo único que necesitaba en ese momento, a mi madre conmigo, ella me calmaría, me prepararía chocolate caliente y me llenaría las mejillas de besos para que me tranquilizara. Ella fue mi paz.
-Tardara un poco más en venir, tú tranquilo, duerme un rato.
-¿Es por lo que le ha pasado a Hugo?- susurré, casi sin abrir los labios, pronunciando despacio cada palabra. Como si tuviera miedo de terminar la frase. Note como los ojos de ella volvían a aguarse. Sentí una punzada en mi estómago.
Ya no volvimos a pronunciar palabra en toda la noche. No entendía nada, pero algo tuve claro, Hugo no volvería.
Mis padres no volvieron esa noche, tampoco durante los tres días siguientes. Aparecían muy pasada la tarde, para hablar con mis abuelos y tías entre susurros. Habían traído mis juguetes favoritos, también una mochila con ropa (la suficiente como para pasar unos días más con mis abuelos). Recuerdo esa casa, que acostumbraba a ser ruidosa y siempre estaba llena de vida, completamente en silencio por largas horas. Mi resignación seguía latente en mi pecho. Tobby venía a buscarme hasta mi habitación provisional, que en algún momento perteneció a mi madre, para que jugara con él. Lo máximo que hice fue dejarlo subir a mi lado, hundiendo mi mano en su pelaje blanco, en busca de algo que me calmará. Así pase días, sin querer comer ni salir, solo dejando entrar al cachorro cuando rasguñaba la puerta por las tardes. Alguna vez mi abuela vino al lugar, sentándose conmigo, para intentar que saliera a jugar con mis primos. Siempre recibía un no por respuesta. Según ella, mi confinamiento termino de matar la vida que se respiraba en la casa.
No fue hasta una semana después del incidente que volvimos a casa. Eran las doce de la mañana, yo me encontraba en la habitación con Tobby, el perro subió las orejas en un gesto de advertencia, segundos después la puerta se abrió. Detrás de ella estaban mis padres, vestidos pulcramente de negro, esperándome. Sin cruzar palabra, me levante de la cama y caminé hasta estar frente a ellos. Abrace a mi madre. Fue una sensación rara. Un gesto muy frío para no habernos visto en más de seis días. La despedida con mi abuela fue la que peor lleve. Algo me decía que las cosas cambiarían aún más, si eso era posible, tuve miedo de no volver a tenerla cerca. Tobby mordió mis zapatos, empujándome dentro de la habitación, intentando evitar que me fuera. Por supuesto, también lo echaría de menos a él.
Esa primera noche dormí en la habitación de mi hermano, a pesar de las reticencias de mi madre. Nadie lo entendió, pero necesitaba sentirlo más cerca que nunca ahora que se había ido. Él llevaba meses fuera de casa, pero sus sabanas aún me recordaban a su perfume. Ese cuarto estaba lleno de recuerdos, muchos de ellos bien guardados en fotos que colgaban de un tablón de corcho sobre la pared. Fotos familiares, conmigo, con sus amigos, con Mateo…De repente se me pasa por la cabeza si él sabía algo de todo esto, o si aún seguía esperando volver a verlo cruzar el umbral del tren, con una sonrisa y un beso pendiente esperando en los labios.
Me sentí sin fuerzas, ni siquiera para caminar fuera de la cama. Pasé casi dos semanas más sin ir al colegio. Cosa que no me aliviaba en lo más mínimo. Por este entonces amaba todo lo que envolvía el ir a clase: pasar tiempo con la profesora Clara (que era mi única maestra, a la que adoraba) y aprender cosas divertidas junto con mis compañeros. Si bien desde pequeño he sido alguien muy asocial, por lo que siempre he sido el raro de clase que no sabía relacionarse, en este tiempo todos lo respetaban. Mi comportamiento me hacía invisible ante todos, no fui capaz de ir a una fiesta de cumpleaños de ningún amigo de clase hasta años más tarde. Mi ansiedad social ha estado presente en mi vida, mucho más después del “accidente” de mi hermano. Cuando por fin me arme de valor para salir de casa, me vi abrumado. De nuevo, sentía esa presión en el pecho al ver a mi padre alejarse de mí tras dejarme en la fila de entrada a clase.
¿Y si él tampoco vuelve a casa esta noche?
Muchos niños se acercaban a mí, preguntando por cómo estaba, pero mi vista seguía fija en la silueta de mi padre. Miré a mi alrededor, todos mis amigos estaban ahí, pero, por un momento, me veía incapaz de reconocer a ninguno. Mis manos se cerraron en forma de puño, sintiendo el sudor frío que bajaba por mi espalda. Tenía que irme de allí ya.
Los pensamientos incoherentes llenaron mi cabeza, como si fueran relámpagos de luz que se apagaban cada pocos segundos. Otra vez, como paso días antes, me vi en el suelo, sintiendo como todo el aire del mundo parecía haber desaparecido, luchando por respirar. Mi padre volvió minutos después, alterado por las llamadas insistentes de mi profesora. Me llevo a casa, otra vez sin hablar, me encerré en la habitación de Hugo. Recuerdo haber llamado a Mateo, años después de todo esto, y él me describió un panorama muy parecido. “Ataques de pánico más que frecuentes y una sensación de vacío demasiado intensa como para dejarla a un lado.” Tengo esa llamada grabada a la perfección en la memoria.
Esa tarde la dedique a contemplar los cuadros que Hugo dejó en casa, aún estaban a medio acabar. Mi hermano estudiaba el segundo año de Bellas Artes en la universidad Complutense de Madrid, las mejores notas de toda su promoción durante esos primeros semestres. A raíz del accidente, sus compañeros de residencia se encargaron de enviar a mis padres todas sus pertenencias. Esa misma mañana habían llegado algunos chicos, cargados de cajas que yo mismo les ayude a colocar por toda la habitación. Sus pintores favoritos hacían acto de presencia a través de innumerables libros dedicados a sus obras y estilos artísticos. Hugo era un gran artista. Dedico los veintiún años de su vida a crear obras, pinturas y libros que encabezaban la larga lista de creaciones que él había compuesto con todo su amor y esfuerzo. Algo que sé es que mi hermano estaba enamorado del arte. Era lo que le hacía seguir viviendo. Quería ser un gran artista, soñaba con ver su arte expuesto en los museos más importantes del mundo. Él no sabía que, por muy poco conocido que fuese, siempre será mi artista de referencia.
Conoció a Mateo cuando tenía diecisiete años, un flechazo de Cupido, decía él, basándose en que transcurría un catorce de febrero cuando se vieron por primera vez. Su primer amorío acababa de darle calabazas, después de semanas preparando la cita más romántica, cara y cursi de la historia, ella había decidido ni presentarse al lugar. No le dolió tanto como creía que lo haría, menos aun cuando ese guapo camarero, que se encargó de ayudarlo con su reserva, dejó apuntado su número de teléfono tras una servilleta justo antes de que Hugo se fuera del lugar. Nunca lo reconocería, pero ese fue el mejor San Valentín que había vivido. Esa noche la pasaron hablando, casi hasta las dos de la mañana charlaron de todo y de nada. Resultó que iban al mismo pub los fines de semana, quedando pendiente una cita el próximo sábado. Todo lo demás es historia. Cuatro años llenos de amor, días llenos de besos, otros con peleas por en medio, pero siempre terminaban en noches cálidas, donde se demostraban ese gran aprecio que sentían, más aun si eso era posible. Las llamadas eran frecuentes, poco a poco el ver a Mateo por casa también lo fue. Siempre fue un chico muy respetuoso y amable, sobre todo con mis padres, con quien llego a desarrollar una relación muy estrecha. No era raro ver a la pareja de tortolitos pintando juntos, estudiando juntos en la habitación de Hugo o viendo una película en el sofá, donde a veces me invitaban para que pasara la noche con ellos, comiendo palomitas y refrescos hasta las tantas.
Tras este nuevo “incidente” volví a levantarme temprano la mañana siguiente. Sin embargo, mi madre no me llevó al colegio. Condujo hasta una “clínica” que quedaba muy lejos de nuestra casa. Aún puedo sentir el olor a canela que se percibía por todo el lugar. Minutos después de llegar, conocí a la doctora Hernández. En todo lo que quedaba de hora me pregunto por mi cuaderno de dibujo (que era de mi hermano), por mis gustos, por mis amigos,… Esto se volvió una rutina semanal. Todos los viernes iba a verla, con el olor a canela invadiendo mi nariz le contaba mis temores, mis sueños y todo lo que me hacía sentir esa presión en el pecho. Tras nuestro primer encuentro, comencé a tomar medicación para mis “nervios”. Debía ingerir una pastilla blanca, insabora, de contextura extraña. Esta nueva ayuda me hacía sentir bien otra vez, poco a poco el miedo me fue abandonando, aunque nunca se ha ido del todo. Es de las pocas cosas que conservo aún a día de hoy, bien guardado dentro de mi corazón.
Los ataques, los psicólogos y los antidepresivos no cambiaron, aun cuando habían pasado seis años y sentía el recuerdo de mi hermano cada vez más lejos. Era gracioso, ya que todo el mundo parecía encontrarme algún parecido con él. Lo cierto es que siempre sentí una conexión extraña con las obras de mi hermano, cosa que iba en aumento conforme pasaban los años, cuanto más entendía el mensaje y la complejidad que Hugo quiso mostrar, más tengo claro lo lejos que habría llegado si hubiera vivido unos años más. Ese fue otro tema que hable con Mateo en una de nuestras llamadas. Tu hermano una vez me confeso que le habían ofrecido publicaciones en diferentes revistas y editoriales, en los concursos locales siempre quedaba el primero cuando era pequeño y eso llamaba la atención de mucha gente. Él creció, sus inseguridades también. Podía haberse hecho muy conocido, pero dejo que ellas ganaran el juego al pensar siempre que sus obras debían mejorar, que no eran lo suficientemente perfectas. Yo siempre discutía con él por eso, es el artista más talentoso e inseguro que he conocido nunca… Mi hermano era un cobarde. Habría su corazón en cada trazo de sus cuadros, en cada palabra que colocaba sobre el papel cuando escribía, pero era incapaz de enseñarlo al mundo. Tenía miedo a fracasar, a no convertirse en ese “afamado artista” con el que soñaba ser. Parecía que no prestaba la suficiente atención en clase de Historia del Arte, pues muchos escritores y pintores habían empezado sus carreras con obras mediocres o muy simples. Y os prometo que ese no era el caso de Hugo. Tenía mucho nivel y un estilo propio que he amado cada vez más, también una carrera brillante por delante.
La pérdida de mi hermano había afectado irreparablemente a mi familia. El primer cambio notable ocurrió nada más volver a casa después de mi primera cita con mi psicóloga, mi padre se encargó de guardar todas las fotos de mi hermano en un baúl que escondió en lo más profundo del armario ubicado en su habitación. De la misma forma, llevó las cosas de Hugo al trastero, que desde ese momento permaneció varios años cerrado bajo llave, una única copia que él custodiaba. Lo que no sabía era que yo escondí una caja bajo mi cama, allí guardaba la mayoría de relatos de mi hermano, también muchos de sus libros sobre arte ya estaban escondidos en mi estantería, entre los diccionarios de inglés y latín. Pasaron más de dos meses sin mencionar ninguna noticia relacionada con el atentado, ni siquiera encendían la televisión a la hora de comer, tenían demasiado miedo de que algún titular hiciera volver a esos tormentosos recuerdos que ambos prefirieron apartar. No los culpo. Ellos sufrieron mucho y eso les acabo pasando factura. Ese once de marzo recibieron una llamada urgente de la policía, creían que su hijo podía haber sido víctima del ataque que varios trenes habían sufrido. Fueron urgentemente al reconocimiento. En un lugar lleno de personas histéricas, que pedían desordenadamente información, los condujeron hasta una sala hospitalaria donde había varias camillas, cubiertas por sábanas blancas. Ahí vieron a Hugo. El funeral de mi hermano, que sucedió mientras yo aún estaba en mi “confinamiento”, fue lo que los acabo de romper. Ninguno de los dos estaba mínimamente preparado para esa situación.
La gente tenía razón, me parecía a mi hermano más de lo que me gustaba reconocer. Herede su pelo rizado, sus ojos verdes y, como no, su amor hacia el arte. Su habitación, ocupada por mí años atrás, estaba muy cambiada, pues los muebles habían cambiado su distribución, también nuevos posters y fotos llenaban el corcho de la pared. Seguía siendo el raro de clase, pues me refugiaba en la tranquilidad que mi cuarto me proporcionaba para alejarme de esa sociedad tan ruidosa. La diferencia era que, en esa época, con dieciséis años, tenía conmigo a Alejandra. Ella era mi salvavidas. Pero no os confundáis, nunca hubo nada amoroso entre nosotros. Nos conocimos en el instituto donde ambos estudiamos. Yo estaba en mi primera semana de curso, en primero de la ESO, cuando empecé a pasar los recreos solo en la biblioteca. Un día, de la nada, Ale apareció y se sentó a mi lado. Comenzó a hablarme, diciéndome que se había fijado en mí, que le parecía alguien interesante y muchas otras banalidades más. Esta chica es un torbellino, contrastando mucho conmigo, que tiendo a ser muy introvertido. Definitivamente, nunca me arrepentiré de haberla tenido en mi vida.
Corría una tarde gris de enero, ambos cursábamos cuarto, y quedaban dos días para regresar a clase después de unas semanas de vacaciones. Ella se encontraba acostada sobre mi cama, con una manta encima y el teléfono en las manos. Yo estaba a su lado, con otra manta sobre mí, contemplando el techo color marfil.
-Aún no me puedo creer que ni hayas querido ver tus notas. Nos las dieron hace casi dos meses- Ale dejó su teléfono sobre la cama, girando su cabeza en mi dirección. Tenía razón, ese trimestre no me había molestado ni en mirar mi boletín de notas. Las enviaban por correo, por lo que mis padres sí las abrían leído, o eso suponía. Nuestra comunicación no había mejorado mucho que digamos.
-Eso da igual, sé perfectamente que me han quedado cuatro- le contesté, sin apartar mi vista del techo. Aún puedo recitar de memoria cuales eran: inglés, matemáticas, historia y francés.
-Estoy alucinando. El niñito bueno que si sacaba un notable se deprimía, ahora me suspende. Este trimestre que te quede también educación física a ver qué tal- Alejandra lo dijo entre risas, pero sabía lo preocupada que estaba por mí. Había sido una sorpresa enorme encontrarme en esta situación. Ese año aprendí a amar y a odiar el instituto. Por una parte, me encaminaba cada vez más a mis intereses y gustos, pero, a su vez, no podía centrarme al completo en mis estudios. Pasaba seis horas al día sentado, luchando contra mí mismo por no desviar mi atención de lo que los profesores explicaban en la pizarra. Mi mente aprendió a disociarse cuando me sentía abrumado, y ese año todo me hacía sentir así. Una de las cosas que entendí de Hugo fue ese miedo al fracaso, pues al verme a la deriva, fue complicado encontrar motivación para seguir. Mi déficit de atención no diagnosticado me mataba. Cada día más, mi ánimo decaía. No quería seguir creciendo, el futuro era como un abismo sin fin donde caería en cualquier momento. Tenía dieciséis años y miedo a mí mismo. Sabía que me quedaban menos de cinco meses para graduarme, después, todo dependería de mí. Aún no había encontrado un destino fijo, quería estudiar artes (sí, al igual que hizo Hugo), pero sabía que era muy poco factible en esos momentos. La situación que el país atravesaba hacía que todos los trabajos artísticos fueran considerados irrelevantes.
“Hay personas que se quejan de la poca cultura y educación de sus países, pero cuando alguien cercano decide dedicarse a las Artes, se espantan y no creen que vaya a tener futuro alguno ni ingresos económicos. ¡Irónico!” -eso escribió mi hermano en uno de sus libros. Otro factor que me hacía temer a mi futuro eran mis padres. Papá se fue de casa meses antes de que yo cumpliera quince años, según dijo en una llamada telefónica, se había enamorado de otra persona y necesitaba dejar atrás al pasado. Comprendía lo que quería decir con esto, ya que la ley de hielo, instaurada en casa desde hacia años, era lo peor situación en la que nos podíamos encontrar. Yo aún vivía con mi madre, en la que en algún momento fue la casa familiar de nosotros cuatro. Estaba muy cambiada. La abuela María nos dejó unos meses después que Hugo. Eso la terminó de hundir.
No sabía hasta que punto esos recuerdos, que ambos parecían haber enterrado en lo más hondo de la memoria, volverían a consecuencia de que yo quisiera seguir los pasos de mi hermano. Sí, mi vida no la debería condicionarla algo así, pero las suyas tampoco deberían haber sufrido ese cambio tan drástico que significó la perdida de Hugo.
“…Me dan miedo las respuestas reales que no me imagino en mi cabeza.”
A veces sentía que sus relatos me los dedicaba a mí. Muchas veces expresaban preocupaciones, dilemas y sentimientos muy parecidos a los que yo sentía. Nuestras vidas habían sido muy diferentes, pero se vieron ligadas eternamente por la ambición de crear arte. No había nada que me llenara más que sentarme delante del escritorio, con un folio en blanco delante, y dejarme llevar por mis emociones hasta quedarme saciado. Pues esa es mi mayor expresión de libertad. Lo único que ha dado sentido a mi vida desde que tengo uso de razón. Desconectando la cabeza y dejando hablar al corazón.
Por las noches aún sentía a mi pecho moviéndose sin control, a pesar de las pastillas que tomaba religiosamente todos los días, nada calmaba mis arrebatos de tristeza. Puede parecer que lo he superado, pero el día once de marzo nunca salgo de la cama. Me gusta recordar a mi hermano, honrarlo, pero ese día parece que vuelvo a tener diez años y yo estoy en casa de mis abuelos. Las consultas con la doctora Hernández se acabaron cuando tenía once años y mi madre consideró que ya era hora de “dejar atrás a Hugo”. El declive llegó ahí. Siempre echaré de menos el olor a canela que me inundaba las fosas nasales cada viernes.
Abandoné mis estudios con diecisiete años. Mi ansiedad ganó la batalla rotundamente. Sonará victimista, pero poneros en mi situación, mis profesores y mi familia ya me daban por perdido, por caso irreparable. Me perdí, durante muchos años, pero esa noche mi perspectiva cambio. Ocurrió cuando deje las clases, justo esa noche tuve el ataque de pánico más fuerte de mi vida. Esta vez pensé, completamente en serio, que moriría. El cortarme las muñecas más que una válvula de escape, se convirtió en un vicio. Lo necesitaba todas las noches, me agobiaba si no tenía una navaja cerca, y así pasaron los meses hasta que un día intenté suicidarme pero la ambulancia lo impidió. Me sentía perdido, sin propósito, con los ojos vendados caminando al filo de un muro que dividía el miedo a vivir con el deseo de morir. Estuve encerrado en el ala psiquiátrica de un hospital por más de seis meses, después se me hizo imposible retomar el ritmo de mis compañeros. Así podría haber terminado la historia, con diecisiete años, sin futuro, muriendo desesperado y sin esperanzas. Si no fuera por mi ángel guerrero. Alejandra me obligó a volver a clase un año después, con dieciocho, mientras ella estudiaba para la PAU, me ayudaba en sus tardes libres para que pudiera sacar el curso. Yo me gradué de la ESO mientras ella comenzaba su carrera en medicina.
Fue complicado retomar el rumbo, el recuerdo de Hugo me perseguía constantemente. Él siempre tuvo unas notas excelentes, incluso en la universidad, donde yo logré graduarme a duras penas. Mis padres ya ni se molestaban en preguntarme cómo iba todo, aunque con mi regreso a los estudios parecía haberles dado esperanzas. Por esa época, cuando empecé primero de bachillerato, tuve una hermana nueva. Se llama Olivia, fruto del nuevo matrimonio de mi padre. Él y su mujer, Sandra, nos invitaron a Alejandra y a mí a pasar las navidades con ellos, allí pude pasar tiempo con ella, tan solo tenía nueve meses y ya era la niña más feliz, juguetona e hiperactiva que he conocido nunca. Por supuesto que mamá también estaba invitada a esta cena, no asistió, pues su trabajo había complicado su horario durante esas fiestas. Ese año pasamos nochevieja con ella, cenando juntos y despidiéndonos de un 2012 llenó de sorpresas.
Durante mis años de bachillerato y sus primeros años universitarios, Alejandra y yo vivíamos juntos. La convivencia era increíble, con alguna que otra discusión, pero nada que no se pudiera arreglar con dos tazas de chocolate caliente y un maratón de realitys americanos con los que desconectar. Si os soy sincero, para mí ella siempre fue una salvación. Desde ese primer encuentro en la biblioteca yo ya supe que podía confiar en ella. La he visto crecer enormemente como persona, llorando cuando su primera pareja la dejo, riendo de cualquier absurdez que yo dijera, regañándome (como la hermana mayor que siempre fue para mí) por no aprobar las asignaturas de ciencias y celebrando cada victoria conmigo. Porque eso representaba nuestra casa, el único lugar que fue completamente nuestro durante dos años.
Cumplí veinte años en 2014. Ese año, tras pasarme gran parte de él estudiando para selectividad, pedí plaza en varias universidades. Estudiaría Bellas Artes, la carrera que mi hermano no pudo acabar. Me aceptaron en la Universidad Complutense. Al recibir la noticia llamé a Mateo. Él era profesor de dibujo técnico allí, fui su alumno durante los años posteriores. Ese mismo verano me mude yo solo, por primera vez en mi vida, a un apartamento más céntrico. Alejandra no paraba de venir a visitarme, quería asegurarse de que todo, absolutamente todo, me estaba yendo bien. Así era, pero me sentía un poco solo, sentimiento que creo que ella compartía a veces.
El cinco de septiembre de 2014, volví a tomar un tren que me llevaría a clase. Después de lo que le paso a Hugo, mis padres me prohibieron tajantemente utilizar transporte público, cosa que nos complicó la rutina a los tres.
Diez años después del atentado toque el tatuaje que adornaba mi muñeca 11 de Marzo de 2004, Madrid. Ese día perdí a la persona que más he amado nunca, pero también floreció en mí la rabia y la tristeza. Sentimientos que rompieron a mi familia en pedazos, nos quitaron un pilar fundamental, sí, pero ninguno de nosotros supo cómo afrontarlo. Siempre sentiré su falta, pero sé que me acompaña de alguna manera. Si no fuera por él, yo nunca habría cruzado el umbral de ese tren de una forma tan decidida. Crecer es perdonar, pero nunca olvidar. O eso leí en alguna parte.
“De eso se trata el arte, de hacer algo precioso tomando como inspiración todo el caos que sientes interiormente. Anímate, haz arte, saca aquello que te hace sentir desastre.”
FIN
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Glee «To the right to be upset» Part II
Julio de 2058
-Kurt, Blaine… él… él es Tim… Timothy Buckley… un... un amigo… —agregó volviendo a lo de la carraspera. -Hola… —dijo este extendiendo su mano en dirección de Kurt— es divertido, Carole me ha hablado tanto de ti y he visto muchas fotos, pero… te ves muy diferente.. —agregó sonriendo, Kurt se quedo en silencio y quieto como estatua, -Eso es porque es mucho mas guapo en persona… —dijo Blaine estrechando aquella mano extendida— mi nombre es Blaine… no se si le han hablado de mí… -Claro.. claro que si, Carole no para de hablar de ustedes… usted es el músico, ¿verdad? -Si… trato de ganarme la vida en eso… ¿y usted? -¿Si soy músico? -No… —dijo Blaine riendo— ¿qué hace?, ¿a que se dedica? —añadió mirando de reojo a su esposo que seguía sin respirar siquiera. -Ah, claro… soy profesor en la escuela comunitaria de Lima… no es mucho lo que pagan pero me ha permitido hacer la diferencia en la vida de muchos jóvenes, lo que es mas satisfactorio que cualquier cosa. -Por supuesto… ¿allí… allí se conocieron? —pregunto Blaine sin rodeos. -No… es decir… no… nos conocimos en un grupo de ayuda… ambos perdimos a nuestra otra mitad y allí fue donde… -Disculpen.. —interrumpió Kurt dándose media vuelta, Carole miró a Blaine y luego a Tim e hizo el ademán de seguirlo. -Carole… yo iré… gusto en conocerlo Señor Buckley… —añadió estrechándole la mano nuevamente -Lo mismo digo… y llámame Tim, por favor… -Ok… permiso… —dijo Blaine partiendo en busca de su esposo, Carole y Tim intercambiaron miradas de complicación— ¿el Papá?...—preguntó al llegar a la sala, los chicos se miraron entre sí y apuntaron al unísono hacia el segundo piso— ok… gracias… -¡«Papáblen»!... —exclamó Lizzie levantándose de donde estaba, se acercó a Blaine hasta el pie de la escalera y trató de hablar con él de manera disimulada,— ¿esta todo bien?...—preguntó en voz baja.
-Todo esta bien Princesa, tranquila… —respondió haciendo ademán de subir los primeros peldaños -¿Seguro?... —insistió tomándolo de la camiseta. -Seguro…—repitió devolviéndose el paso que había dado— el Papá se impresionó un poco al conocer al nuevo amigo de la abuela, pero estará bien... vuelvo enseguida...—agregó haciéndole un cariño en la cara. -¡«Papáblen»!... -Princesa, de verdad… -No, si te creo… igual, no se... quería decirte que… a nosotros también como que nos impactó esa persona… han pasado solo cuatro meses… ¡hola!... —dijo ahogando su voz cuando decía lo del «hola» -No prejuzgues Princesa.. eres mejor que eso… vuelvo enseguida… —repitió partiendo rápido esta vez para evitar nuevas «atajadas».
-¿Kurt?...—dijo golpeando y abriendo la puerta del antiguo cuarto de su esposo— ¿estas …?... aquí estas.. —agregar al verlo pasearse de un lado a otro en el espacio que había entre el final de la cama y la repisa empotrada en la pared, tenía en las manos algo de forma cuadrada que parecía a la distancia ser una foto, un diploma o algo enmarcado— te fuiste de manera un poco dramática… ¿estas bien? -... -¿Kurt? -¿Sabes lo que es esto?... —dijo enseñando el cuadro vidriado. -No… ¿un diploma de algo? -Es el certificado de mi participación en una de las competencias regionales que perdimos… antes de irme a New York, cuando estaba clasificando las cosas, esto lo rotule con un post-it rojo, lo que quería decir… -Que iba a la basura… me acuerdo… —dijo Blaine sentándose en la cama, Kurt sonrió y detuvo su paseo un instante solo para perderse en los ojos del hombre que amaba desde hacia más de 40 años. -Así es… —dijo como volviendo en sí— pero, a pesar de eso y como ves, mi Papá decidió conservarlo, junto con todas estas cosas que hay aquí… -Creo que eran parte de la memorabilia que querías que se conservará a prueba de humedad… —Kurt se detuvo nuevamente e hizo esta vez un gesto infantil con su boca y volvió a lo de mirarlo enamorado. -Así era, pero esto no estaba incluido —dijo enseñando el cuadro—… pero mi Papá lo guardo por algo y dudo que ese tal Tim, sepa porqué… -Ok… hablemos de eso... ven… —dijo Blaine dando unos golpes a la cama. -¿Por qué tienes que hacer esto? -¿Qué cosa? -Esto… actuar como si nada te molestara, como si fueras el «ying» de mi «yang»… como el mejor esposo del mundo… -Primero, si hay cosas que me molestan, como que te muevas de un lado a otro por ejemplo, segundo me encanta ser el «ying» de tu «yang» y tercero, no trato de ser el mejor esposo del mundo, solo trato de ser tu esposo… ven, hablemos… —dijo repitiendo el gesto para invitarlo a su lado. -No hay nada de qué hablar… ¿de qué vamos a hablar? -No se… ¿de la manera bien poco educada con la que abandonaste la conversación con Carole por ejemplo? -¿Que? -Kurt… se que estas molesto… -¡No estoy molesto!... —exclamó deteniéndose de pronto— ¿te dije en algún momento de que estaba molesto? -No, pero.. -¿Entonces?... no pongas ni actitudes, ni palabras en mi boca, ¿de acuerdo?... —dijo retomando lo del paseo -De acuerdo.. —dijo Blaine soltando un suspiro de resignación al tiempo que se levantaba y caminaba hacia la puerta -¿A dónde vas?...—pregunto Kurt al ver aquello. -Abajo, con nuestros hijos, tú claramente no quieres hablar, así que… -¡Pero por qué insistes en lo de hablar!, ¿de qué vamos a hablar?!, ¿de que ya es pasado medio día y aun no se enciende la parrilla?, ¿de las servilletas elegantes de mi Mamá que ese tal Tim ponía como si esto fuera la feria de Harlem, Ohio?, ¿o de como Carole solo le tardó 4 meses olvidarse de mi Papá?... —dijo tomando una cantidad extra de aire, como si quisiera con ello contener las lágrimas que empezaban a asomarse, abrazo un poco más el cuadro que sostenía entre sus manos y se dejó caer en la cama. -Kurt… no sabemos eso… —dijo Blaine sentándose a su lado. -Por favor… ¿quién crees que es esa persona?, ¿un buen samaritano? -Tal vez… abundan de esos en Lima, en especial en los días de fiesta… —añadió sonriendo, Kurt sonrió también y guardó silencio un instante antes de seguir con la conversación. -Pensé que lo amaba… —agregó encogiéndose de hombros. -Yo creo que aun lo ama… -¿Si?... ¿cuántas personas conoces que aman a alguien pero están con otra persona que no necesariamente ese alguien?... -Todos tenemos derecho a buscar compañía Kurt... -Lo se, es solo… ¡dios!… —exclamó poniéndose de pie, tiró el certificado de las regionales sobre la cama y se agarró la cabeza con las dos manos— te juro y creo que nunca había estado tan molesto en toda mi vida… -Creí que habías dicho que no estabas molesto… -Pues lo estoy, tengo derecho a estarlo, ¿o no? -Por supuesto que sí… te lo dije cuando veníamos para acá... -¿Por que tengo la sensación de que dirás un «pero»? -Porque lo diré… -¡Blaine! —exclamó dando un zapatazo en el piso. -Escucha… —dijo levantándose— tienes derecho a estar molesto, por supuesto que si, es una prerrogativa que no te quitaré jamás… pero… —Kurt blanqueó los ojos como sintiéndose fastidiado desde antes de escuchar cualquier cosa— tal vez sería prudente disimular un poco… -¿Puedo preguntar porque mi esposo, que siempre me ha animado a mi y a mis hijos a ser honesto, me pide que mienta? -Por Carole… —contesto Blaine haciéndole una caricia en la cara— Kurt, ella lo ha pasado muy mal, desde que Burt enfermo… -Yo también lo he pasado mal… -Lo sé… lo sé… —agregó besándole las manos— pero ella ha estado aquí… «in situ», viendo y soportando cosas que ninguno de nosotros vio o soporto... -Bueno para eso es que se dice la parte de “en salud y enfermedad”... ¿tú harías eso?... —preguntó zafándose para apuntarlo con sus dedos. -¿Qué cosa? -Buscar a otro después que yo muera… -Kurt… no hagas esto… -No, pero respóndeme… yo ciertamente que no y puedo decirlo… porque si te pasa algo a ti, ese es el fin para mi… ¿tú? -Kurt.. -Ok, no digas más… —dijo Kurt dándose media vuelta. -Pues diré que nunca me he puesto en ese escenario, porque ciertamente prefiero morir primero porque creo y no podría soportar una vida sin ti… —sentencio Blaine sin vacilaciones, Kurt se quedó en silencio dándole la espalda y se tomó la cara un instante— pero no estamos hablando de nosotros… —agregó acercándose, lo abrazó desde atrás y le dio un par de besos en un hombro, Kurt le tomó las manos con la fuerza de quien no quiere soltar algo nunca— estamos hablando de Carole… luego que tu Papá murió ella se quedó sola, tú me tenías a mí, a nuestros hijos, a nuestros nietos… Carole en cambio tuvo que lidiar con la muerte, con los recuerdos y con todo ella sola… así es que… por más que te sientas molesto, creo que lo que necesita en este momento no es nuestro prejuicio, sino que nuestro apoyo… ¿qué dices?... —dijo repitiendo lo del beso en el hombro. -Digo… digo que tienes razón… —respondió dándose media vuelta, lo miró un instante para luego abrazarlo por un par de segundos que se sintieron como horas— de verdad eres el mejor esposo del mundo, ¿no es así?... —añadió mirándolo de medio lado. -Hago lo que puedo… ¿vamos?... —dijo tomándole la mano— creo y Tim necesita saber cuan maravilloso ser humano eres… —terminó por decir sonriendo, Kurt soltó como dándose el animo que necesitaba para hacer algo de lo que aún no estaba bien convencido.
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Capítulo 7: Un chico confundido.
< Yoongi's POV >
— La belleza de la vida y del arte reside muchas veces en lo que es diferente, en lo que sobresale, en lo extraño. Las mejores obras de arte vienen del dolor, de la pérdida, del sufrimiento... —
"Tonterías" murmuró para sí, mientras intentaba leer algo para la clase de arte muggle. Yoongi sabía que si eso era remotamente cierto, no aplicaba para él. Desde su llegada a Hogwarts se lo habían hecho saber... Incluso desde antes: desde siempre.
Un hogar muggle disfuncional había sido el hogar que lo vio nacer, con un padre ebrio y una madre violenta ¿Qué destino podría esperarle? Uno lleno de alcoholismo también, un trabajo mediocre, una vida que apenas te deja para comer cada día. Una asquerosa vida de mudarse cada mes porque ya no puedes pagar la renta. La vida que había llevado con sus padres.
Pero había un poco de esperanza en ese piano, el de su abuela, el que aquella viejecilla que apenas y podía moverse le había enseñado a tocar hacía tanto tiempo... Solo él era testigo del dolor, de la ira, del terror de seguir viviendo así. Tal vez, cuando tuviera un par de amigos, podría formar su propia banda y podrían ganar mucho dinero y podría salir de esa pocilga. Y de los gritos, y las peleas. Y por fin alguien podría decirle que estaba orgulloso de él.
Aunque su vida dio un giro de 180° aquel día en que una mujer peculiar llamó a la puerta. La historia de cualquier chico muggle que llega a Hogwarts, la sorpresa de ser un mago, la trabajadora de Hogwarts que te cuenta las maravillas de la escuela. Aunque con él había algo diferente, un par de padres de mierda que desean que salgas cuanto antes de su casa y no fueron a dejarte a la estación o a comprar tus útiles, sin importar que te ibas a los 11 años con una extraña que podría venderte en trata de blancas.
Pero a veces el mundo no es tan cruel y te encuentras con buenas personas que prometen pagar por tu educación en Hogwarts y cuidar bien de ti y por primera vez sientes una clase de amor parental. La señora Widow siempre había sido tan amable con él.
Lo que nadie te cuenta de Hogwarts es que vas por un programa de inclusión llamado A.M.I. y que serás de los pocos chicos con ojos rasgados y que no saben hablar inglés dentro del colegio. En cuanto llegó al castillo le obsequiaron un aparato que le traducía lo que otros decían y traducía lo que ellos escuchaban. Aunque muchas veces deseó apagarlo, especialmente en sus primeros días.
< Flashback >
— ¡Hey chino! — un chico rubio, alto, de ojos marrones gritó desde el otro lado del pasillo de Defensa contra las artes oscuras.
— ¿Huh? — Yoongi se detuvo para mirar quien era aquel.
— Sí, chino, tú, quédate ahí.
— No soy chino.
— Sí, sí eres, mírate, tienes los ojos rasgados y apestas a pescado crudo. — Los chicos que iban con él rompieron en carcajadas. — Mi nombre es Sam Bieber y... no me gusta que estés en mi escuela.
Yoongi rodó los ojos alejándose de la escena, que imbécil e inseguro debía ser ese chico para molestarlo por su nacionalidad. Era el siglo XXI, esas cosas eran imposibles. Sintió un jalón en la capucha de su uniforme que lo hizo caer y ese tal Sam lo tomó por la camisa.
— Te estoy hablando, chino estúpido. Sé que no entiendes inglés y solo sabes hablar ching, Chong, chang pero no creo que seas sordo, además tienes ese aparato que te traduce todo lo que digo ¿no? — El idiota rió a carcajadas mirando los ojos de Yoongi. — Eres feo, todos los chinos son feos y tú no eres la excepción pero si eres diferente a ellos en algo ¡Eres estúpido! Te he visto en clase de pociones y no puedes ni medir los ingredientes. — Sam lo dejó ir, estrellándolo levemente contra el suelo. Uno de sus idiotas amigos lo ayudo a levantarse. — Maldito Hogwarts y su maldita inclusión, es un asco tener que convivir con chinos estúpidos... Los extranjeros siempre infestando nuestros países... Haznos un favor a todos y regresa a China.
Yoongi estaba perplejo, quería gritarle, quería irse a los golpes pero ¿Qué haría si lo expulsaban de la escuela? ¿A dónde iría? Demonios. Sam y la horda de imbéciles se alejaron de ahí con un rostro orgullos, como si su odio fuera algo para enorgullecerse. Se puso en pie esperando que nadie hubiera presenciado la escena. Se había dejado maltratar como un verdadero, citando a Sam, estúpido.
< Fin del flashback >
Pero cuando hay adversidades en la vida, cuando hay estúpidos como Sam, debes ponerte en pie, sacudir tu uniforme y demostrarle a todos que eres el mejor aun cuando tu familia es una mierda, cuando no hace tanto te enteraste que tienes magia. Porque aun cuando existe gente como Sam, existe gente como la señorita Widow. Ella fue su mayor cómplice, su tutora de inglés todas las tardes hasta que pudo dejar ese aparato. Nadie se volvería a burlar de él. Y también se encargaría de que todos los Slytherin que vinieran con el programa A.M.I. no sufrieran lo mismo que él.
Sacudió la cabeza notando que se había perdido en la lectura, por pensar en el pasado se había olvidado de la tarea y que en menos de treinta minutos tendría que ver a sus tutorados, los chicos a los que ayudaría ese año donde por fin podía ser prefecto. Y ahí estaba, entrando por el Gran Comedor... El eterno rayo de sol. Jung Hoseok.
Habían estado en las mismas clases desde primer año aunque él era de la casa de los tejones y mucho más inteligente que Yoongi en pociones. Desde que le vio entrar por la puerta el primer día de clases algo en él se movió aunque jamás comprendió que era... Solamente le gustaba verle sonreír, su sonrisa parecía iluminar el aula entera y sus ojos formaban una media luna de la forma más adorable posible. Un compañero más. Hasta que no lo fue.
Un día en el tablón de anuncios de Slytherin apareció un aviso "Se ofrecen servicios de tutoría para las materias de: Cuidado de Criaturas Mágicas, Pociones, Defensa contra las artes oscuras y Encantamientos. Interesados enviar una carta a los prefectos de Hufflepuff". Yoongi sabía que debía mejorar en pociones si quería llegar a ser prefecto alguna vez. Y envió la carta.
< Flashback >
Un par de minutos habían pasado después de lo pactado, solo cinco, pero estaba nervioso ¿Qué tal si el tutor no aparecía? Tendría que pedirle al profesor asesoría y su orgullo estaba en la línea.
— ¡Siento la demora!
Y ahí estaba, con algo de sudor en la frente y la respiración sumamente agitada... Era ese chico, el de la sonrisa bonita. Maldición ¿Y ahora como reaccionaba? Era pésimo en la convivencia humana pero... Justamente con él. Quería ser su amigo ¿no? Lo admiraba de cierta manera, por eso debía estar tan nervioso. Y solamente entró, su corazón se alteró ¿Qué carajo?
— No fue nada... Gracias por venir.
— Así que pociones ¿No?
Yoongi solo asintió, no podía ni mirarle a la cara y un leve color rojizo se extendió por su rostro. Y para hacerlo peor, él buscó su cara para poder mirarlo.
— ¡Hey! No hay nada de qué avergonzarse, no a todos nos gustan las mismas materias. Está todo bien.
— No estoy avergonzado ¿Podemos comenzar la lección?
Parecía que Hoseok le resultaba divertido pues sonrió y comenzó la lección.
< Fin del flashback >
Habían convivido durante más de cuatro meses para prepararlo para los exámenes y cada que el tiempo pasaba, Yoongi rogaba que fuera más lento, que se detuviera. Pero jamás le dijo esas cosas a Hoseok. Jamás le dijo nada además de lo académico. Solo sus amigos sabían sobre sus sentimientos y no los sabían a profundidad.
No sabía si su mirada se había quedado fija en la puerta o en él porque ahora se estaba acercando a su mesa. Tomó rápidamente su libro, fingiendo leer.
— ¡Yoongi-hyung! ¡Hola! ¿Qué tal tus vacaciones?
— Bien, creo. Repase todo así que...
No había terminado de formular la oración cuando el menor le interrumpió.
— ¡Me alegra que estudiaras en vacaciones! Verás que este año te resulta mucho más fácil esa clase.
— Supongo. No quiero molestarte de nuevo con las tutorías.
— Vamos, no era molestia. Me agrada enseñar y no dudes en llamarme si necesitas mi ayuda. Iré a mi mesa Yoongi, feliz inicio de año.
Yoongi se quedó en la mesa maldiciendo a sí mismo ¿Por qué no podía ser más valiente? ¿Por qué no podía decirle que lo extrañó? Que paso las vacaciones en Hogwarts con la señorita Widow y que hubiera deseado estar ahí con él. No pudo despegar la mirada del chico, ni cuando llegó a su mesa. Y es que verle le llenaba de energía, le hacía sonreír por dentro, le hacía sentir en un hogar que jamás conoció. Cuando estaba cerca de Hoseok sentía que había imitado a Van Gogh y comió pintura amarilla... Se sentía amarillo por dentro, como si un millón de girasoles florecieran en su interior.
— Así que veo que pasaras otro año sin acercarte a Hoseok. — Uno de sus amigos le había sacado de sus pensamientos.
— No es de tu incumbencia, David. Es mi tutor, eso es todo. — Mentira, era una mentira.
— Yoongi, deberías tener el valor de aclarar tus sentimientos acerca de tu... — Sabía perfectamente hacía donde iba esa conversación. Tenía demasiadas ocupaciones, responsabilidades y problemas para pensar en algo tan estúpido como su orientación sexual. No era amor, solo era admiración.
— David, no es un tema a discusión, lo que haga o no haga no es de tu incumbencia. Si no quiero acercarme más a ese chico tal vez es porque no me agrada y eso no debería importarte. Tengo cosas más importantes que hacer.
Y tal vez así era. Tal vez él no le agradaba aunque lo admiraba. Y sus cosas importantes para hacer ya lo observaban desde otro lado de la mesa. Hora del show y a sonreír. Nada había pasado.
— Hola, Kook.
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La imagen atemporal de ti, sentada en el sillón tomando café.
¿Será que el sentido de la vida es hallarle sentido?
Cuando llegué, ella estaba en el piso, recostada en posición fetal al pie del árbol. Parecía que estaba dormida. Abrazaba nuestra foto, esa del marco que yo siempre le dije que estaba horrible.
Me senté en el piso.Tomé su cuerpo inerte y puse su cabeza en mis piernas. Le acaricié el cabello. No importó cuantas lágrimas mías cayeron sobre su rostro, ella no se despertó.
Me cansé de esperarlo. Hacía mucho frío. Me subí al auto y manejé por la carretera hasta llegar a la zona del árbol. De mi mochila saqué nuestra foto, esa del marco que siempre me dijo que estaba horrible.
Saqué todas las cosas de mi ritual; mi última cena, mi último trago de naranjada mineral, el libro con el último poema que él me iba a leer.
Abrí los ojos. Estaba en la casa y no en el hospital como hubiera querido. Me levanté rápidamente de la cama y la busqué, ella ya no estaba, se había ido sin mi.
Imaginé que me leía el poema, el 12 del espantapájaros de Girondo "se miran, se presienten, se desean..." Estaba segura que llegaría, pero yo no estaba dispuesta a esperarlo, la decisión estaba tomada desde antes de conocerlo.
Me puse lo primero que encontré, me di cuenta que se había llevado las pastillas, me sentí el más estúpido del mundo, quizás nada de esto hubiera pasado si las hubiera escondido. Salí a la calle y me di cuenta que el coche no estaba, no se me ocurrió buscar las llaves, sabía que ella se lo había llevado, me subí al primer taxi que se detuvo.
Al terminar de cenar saqué el frasco de pastillas, me di cuenta que faltaban algunas. Lo entendí todo. ¿Quién soy yo para juzgarlo? Él no sabe lo que es estar en mis zapatos, era obvio que iba a intentar algo así. Me las tomé todas en una sola tanda.
Por más dinero que le ofrecí al chofer no quiso ir más rápido, ni siquiera después de explicarle lo que estaba sucediendo.
Sola vine al mundo, sola me iré. No puedo enojarme contigo esposo mío, te deseo lo mejor, te honro, te agradezco todo lo que hiciste por mi, te amo te amo te amo. Y aunque sé que no lo vas a entender, no importa cuánto tiempo pase, el mayor regalo que me pudiste dar fue dejarme morir sola. Te amo.
Cuando cumplieron 3 meses de relación, él le regaló una "caja de sorpresas" que incluía: una copia de su libro favorito de poemas, transcrito a mano con tinta verde; una botella de vino tinto y 3 papelitos en forma de cheque que decían "vale por lo que tú quieras".
Ella le regaló una foto, la primera que se tomaron, adornada por Un marco café que simulaba ramas de un árbol. le escribió un poema en hojas de papel reciclado y con tinta morada, le dibujo corazones a lo largo de todo su brazo derecho. Cenaron en un restaurante italiano, durmieron abrazados durante toda la noche en casa de él.
A la mañana siguiente, Magnolia abrió los ojos y se descubrió sola en la cama, sintió un vacío, el recuerdo del abandono de su esposo le heló la sangre. ¿Oli? Levantó su cuerpo desnudo de la cama, tomó una sábana y se envolvió en ella simulando una toga. Abrió la puerta, escuchó golpes y ruidos en la cocina. Algo no está bien, lo sabía. Caminó despacio para no hacer ruido, el sonido de sus pies al contacto. Con la alfombra era casi imperceptible. ¿Oli? Silencio ¿Oli? Silencio. Magnolia entró a la cocina casi temblando, su preocupación se transformó en una sonrisa cuando vio a su hombre, luchando con la estufa intentando cocinar para ella. Perdón si hice demasiado ruido, quería sorprenderte con el desayuno en la cama. Ella se sonrojó un poco, a sus 30 años de edad, nadie, ni siquiera en los inicios de su enfermedad le había llevado o tenido siquiera la intención de llevarle el desayuno a la cama. Espera, no des un paso más ¿Te enojaste conmigo Oli? No, es que así con esa sábana como toga pareces una musa, quiero recordarte así, como mi musa. Magnolia no supo que decir, cambió las palabras con un abrazo.
Su primer vale lo canjeó apenas una semana después de haberlos recibido. Oli, quiero usar un vale para que vayamos de día de campo, los dos solitos, a un lugar secreto que quiero que conozcas.
¿Sigo derecho? Si Oli, todo derecho por la carretera hasta donde yo te diga te vas a dar vuelta a la derecha. ¿Aquí? Sí, toma el camino de terracería. ¿Adónde me llevas Magnolia? Ya te dije que a mi lugar secreto y no preguntes es mi vale por lo que yo quiera.
Lo llevó a un lugar que se veía desierto, campo que era decorado por un árbol gigantesco y frondoso. ¿Te gusta? ¿Cómo conoces este lugar tan hermoso? Aquí crecí, bueno no aquí en el árbol, atrás de esa colina estaba mi casa. ¿Estaba? Sip, acá me venía a leer era mi lugar secreto, eres la tercer persona a la que traigo aquí. ¿A tu ex esposo y a quién más? No, a él no, nunca quiso venir. ¿Entonces? Haces muchas preguntas Oli, vente vamos a comer.
Comieron a los pies del árbol, ella se recostó en el estómago de él, que le acariciaba el pelo con su mano. ¿Te puedo preguntar algo Oli? Claro que sí preciosa. ¿Por qué yo? ¿Por qué tú? Si, porqué yo en tu vida y no alguien más. Por favor Magnolia, dime que esta no es una de esas conversaciones en las que tú ya tienes una expectativa de respuesta y si no contesto lo que tú quieres te vas a enojar. No Oli, mi pregunta es auténtica, en serio no sé porqué yo. ¿Y por qué habrías de preguntártelo? Porque yo si sé por qué tú, pero no sé porqué yo en tu vida. ¿Y por qué yo? No seas tramposo, yo te pregunté primero. Pues porque te vi. ¿me viste? Es difícil de explicar Magnolia. Anda, inténtalo. Te vi y lo supe. ¿Así cómo amor a primera vista? No Magnolia claro que no, el amor a primera vista no existe... pero te vi y lo supe. No te entiendo nada Oli. Te digo que es difícil de explicar. ¡Ay ándale explícame, me viste y luego qué! Esa vez, la primera vez que te vi. Que llegaste tarde a “la conferencia. Sí, llegué tarde y cuando puse un pie en el salón, de entre cuarenta personas que me estaban esperando a la única que vi fue a ti. Pero me viste porque estaba sentada justo frente a ti, en segunda fila. Sí, ya sé, pero había cuarenta personas y a la única que vi fue a ti y apenas te vi algo se me movió en la panza, te juro que lo primero que pensé fue. ¡Que mujer tan hermosa! No, lo primero que pensé fue “ya valí”. “¿Ya valí?” ¿Eso fue lo primero que pensaste Oli?
No puedo, en serio. No quiero ser grosera contigo. Pero no puedo, no tengo tiempo de tener una relación. No puedo Oli, no puedo. Eres muy lindo, pero no puedo.
Escuché desde el primer “no puedo”, pero nunca te escuché decir “no quiero tener una relación”, ¿Es ésta tu manera suave de decirme las cosas para no lastimarme? ¿O es que sí quieres pero crees que no puedes?
¿Oli, qué piensas de la muerte? ¿Por qué me preguntas eso? Es un tema importante para mi. ¿Un tema así como algo de lo que siempre escribes? No, algo así como algo que vivo todos los días. No me asustes Magnolia. No te asusto Oli, tu opinión es importante para mi. ¿Pero por qué? Ay, por favor respóndeme. La muerte, para mi la muerte es el regalo que recibes cuando cumpliste tu misión en esta vida, algo que no hay que temer ni tampoco esperar, algo que es muy triste para todos los que se quedan, no para el que se va. La gente llora en los velorios, siente la ausencia, pero por muy en paz que se encuentre el muerto siempre hay dolor. La muerte de alguien nos confronta con nuestra propia vida y nos recuerda lo egoístas que somos. Le lloramos a alguien que ya no está, pero cuando estaba presente dejamos muchas veces de llamarle siquiera para preguntarle si estaba bien, por que como era parte de nuestra vida, como lo asumíamos parte de nuestro paisaje cotidiano, no sentíamos su ausencia. Cuando alguien muere y asumimos la idea que ya nunca más va a estar con nosotros nos dolemos a nosotros mismos, por egoístas, por sentir que nos han quitado algo y no nos alegramos por que la persona que ha muerto ya está en paz. ¿Por qué sonríes Magnolia?
Oliverio llevó a Magnolia con sus padres, su padre se mostraba contento de que su hijo de treinta y cuatro años finalmente sentara cabeza. Su madre, aún más emocionada, no dejaba de mirar a Magnolia como si fuera una especie de salvadora, alguien que había venido a rescatar a su hijo de la soledad en la que ella creía que su hijo se encontraba. Estaban cenando cuando sucedió. Magnolia acababa de contarle a sus suegros del libro que había terminado de escribir, de la
relación que había tenido su abuela con uno de los alcaldes más famosos de Oaxaca, de la muerte de su padre durante el conflicto de maestros a mediados de los ochenta y del cáncer de su madre. Se recargó en la silla, miró al techo sonriendo, pensando que hacía mucho tiempo que no se sentía tan acompañada, volteó a ver a Oli mandándole un beso, Magnolia cayó inerte en el piso como si en aquel beso hubiera dejado su último aliento.
¿Lo ves Oli? ¿Ves por qué no puedo tener una relación? ¿Tú crees que tengo tiempo de amar a alguien si tengo que cuidarme a mi y a mi madre enferma? Magnolia, yo no quiero una relación contigo para que me ames, sino para que ames. Oli, eso se lo estás robando a Jodorowsky. Ya sé, quería que dejaras de pensar un momento en tus problemas y que ocuparas tu mente en otra cosa. Estás loco Oliverio, no puedo hacerme cargo de ti, ya tengo mucha carga conmigo y con mi madre, y tú te mereces a alguien que te dedique el cien por ciento de su tiempo. Yo ya tengo mamá Magnolia, no estoy buscando a alguien que se haga cargo de mi. ¿Entonces qué quieres, para qué insistes en querer estar conmigo? Porque te quiero y quiero que sepas que no tienes que pasar por todo esto tú sola. Bueno gracias, si así es gracias, puedes acompañarme el tiempo que quieras pero no puedo comprometerme contigo. Está bien Magnolia, así será, sin compromisos, sólo que sepas que no tienes porqué pasar por esto tú solita. Está bien Oli y quiero que a ti te quede bien claro que yo no estoy buscando un superhéroe que venga a rescatarme.
Su segundo vale lo canjeó el día que se casaron. El mismo día que una antigua novia de Oliverio se suicidó estrellando su coche. No quiero ir Magnolia, quiero estar contigo en nuestra noche de bodas. Oli, fuiste muy importante para ella, tienes que ir a darle el pésame a su familia. No, no fui importante, ella era una mujer hermosa, tenía muchísimos admiradores, lo único importante que hice en su vida fue ponerle un apodo a su cintura. No quiero saber Oli, pero quiero que vayas. No quiero, quiero estar contigo. ¿Te acuerdas de los vales Oli? No, no me salgas con el asunto de los vales. Aquí dice "vale por lo que tú quieras" y lo que quiero es que vayas al velorio. Vamos un rato y nos regresamos. No, tienes que ir tú solo, es una grosería que me lleves. Es una grosería ir el día de mi boda y dejar a mi esposa sola. Yo siempre he estado sola Oli, vas a estar conmigo por el resto de mi vida, puedo esperar un día
más. Ella ya no me va a esperar. Ricardo Oliverio Martínez García, acabo de usar uno de los vales que me regalaste, cumple tu palabra.
Oliverio no entendió qué era lo que Magnolia quería al pedirle que fuera al velorio, pero como lo había hecho desde que la conoció, Oliverio cumplió la voluntad de su ahora esposa.
“¿Por qué estás conmigo Oli? Magnolia, me has hecho esa pregunta muchas veces. Es que de verdad no entiendo. ¿Para qué quieres entenderlo? Para estar segura. ¿Segura de qué? De que un día no me vas a abandonar, de que merezco tener a alguien como tú en mi vida. No te voy a abandonar Magnolia, ya nos casamos, te he cuidado en tus recaídas, te amo, te acepto, no te he dejado sola ni un momento ¿qué más necesitas? Nada, lo que necesito no me lo puedes dar. ¿Qué es? Salud Oli, salud para poder tener un matrimonio normal, para tener hijos contigo, para hacerte feliz. ¿Y quién te dijo que no me haces feliz? Si yo estuviera en tu lugar Oli, no sería feliz. Pues yo sí lo soy y tú no eres yo y siempre que me preguntes el porqué estoy contigo te voy a contestar lo mismo. Nunca me contestas nada concreto. Por eso, la que se tiene que convencer eres tú, yo sí estoy convencido. ¿Puedes prometerme algo Oli? Lo que quieras, pero por favor nada que tenga que ver con exnovias. ¿Me prometes que vas a estar listo, cuando sea momento de dejarme ir? Magnolia, todos los días me despierto antes que tú y lo primero que hago es darte un beso en la frente, sentir la temperatura de tu piel y sentir tu respiración cerca de mi boca, me hace cosquillas por cierto, pero eso hago, no porque esté esperando el día que te vayas, sino para agradecer que estás viva un día más, y el día que eso deje de suceder voy a estar listo, no te preocupes por eso, sé que te choca sentirte atada, que con tu dolor es suficiente y que no se lo quieres provocar a alguien más, estaré listo Magnolia, confía en mí. Ella sonrió, le acarició el rostro, le besó los labios. ¿Quieres café Oli? Él le sonrió asintiendo con la cabeza, se levantó a poner un poco de música mientras Magnolia servía el café en un par de tazas moradas. ¿Qué quieres escuchar amor? Pon a Drexler, se me antoja escuchar a Drexler. Ella salió de la cocina hacia la sala, puso la taza de él sobre la mesa de centro, ella se sentó en el sillón con las piernas cruzadas, traía puesto un suéter azul largo que Oliverio le había regalado la semana anterior. Él puso la música y al darse la vuelta y mirar a su esposa se quedó inmóvil, como si el tiempo los hubiera detenido por un instante. ¿Qué pasa Oli? Él la contempló en silencio,
ella sujetaba con sus dos manos la taza de café, como si quisiera recibir el calor del brebaje en su cuerpo, su pelo estaba perfectamente acomodado, pero su copete se echaba hacia adelante. Oliverio nunca se lo dijo, pero le encantaba ver el copete largo de Magnolia deslizándose por su rostro. Nada, que eres hermosa y que me encanta verte así, tranquila, disfrutando de estos instantes cotidianos que para cualquier otra pareja pasan desapercibidos, pero que para nosotros son lo mejor que tenemos. Magnolia dejó la taza sobre la mesa, lentamente se levantó y se acercó a su esposo abrazándolo. ¿Bailamos Oli? Él la tomó de la cintura, sus cuerpos se movían al ritmo de la música, se miraban en silencio y los dos sonreían, por un momento no hubo dolor, ni preguntas, ni diálogos que no los llevaban a ninguna parte, sólo ellos dos sin sus problemas, sin el fantasma de la enfermedad de Magnolia. Al terminar la canción, Ella nuevamente lo tomó de las manos. Hay algo que quiero decirte Oli, algo que siempre he querido decirte pero que por miedo nunca lo había hecho. Oliverio trató de disimular, pero ella se percató del temblor de su cuerpo. No tiembles Oli, no es nada malo. No estoy temblando. Sí lo estás. Oliverio iba a decir algo, pero Magnolia interceptó las palabras con otro beso, esta vez más profundo, más intenso, más dedicado hacia él. Te amo Oliverio, nunca te lo había dicho pero te amo te amo te amo te amo. Él permaneció en silencio, hacía mucho tiempo que había dejado de esperar escuchar esas palabras de su amada. Cada "te amo" se fue incrustando frío, en su cuerpo. Te amo Magnolia, aunque jamás me lo hubieras dicho. Lo sé, y justamente por eso te lo digo, te amo Oliverio te amo.
Esa noche algo cambió, Hicieron el amor durante horas, ella no dejaba de abrazarlo, de besarlo, de sentirlo parte de ella, esa noche Magnolia empezó a fluir.
Planearon un viaje con todas las precauciones, llevaban una maleta llena de medicamentos en caso que Magnolia empezara a sentirse mal. Eran tan sólo cinco días, habían logrado ajustar las agendas en el trabajo para poder salir, la intención era llevarse a la madre de Magnolia pero la señora se rehusó rotundamente, ella quería que su hija intentara tener unos días de armonía sin tener que preocuparse. Magnolia estuvo a punto de arrepentirse, pero sus tías se empeñaron en hacerla sentir tranquila. Oliverio estuvo consciente que en cualquier momento su esposa podría arrepentirse y cancelar el viaje. Cuando ella dudaba, él sólo se encargaba de recordarle que no pasaba nada y que podrían cancelar los boletos de avión y el
hotel, eso era lo que la hacía funcionar, sentir que él la apoyaba en todas y cada una de sus decisiones.
¿Oli? Dime amor mío. Gracias. ¿De qué? De todo, de hacerme sentir segura, por cuidarme, por llevarme a conocer la tierra de nuestro escritor favorito. Vas a amar Buenos Aires Magnolia, espero de verdad que puedas disfrutar el viaje. Así será Oli.
Al llegar a Buenos Aires, Oliverio la llevó a comer y a tomar una copa de vino. Magnolia no dejaba de sorprenderse por los paisajes, bailaron tango en San Telmo y fueron de compras a Palermo, pasearon por la Recoleta y despertaban en Puerto Madero. Conocieron a varios artistas en el barrio de la Boca. Los días que estuvieron allá, visitaban las librerías y jugaban a esconderse entre los estantes de la literatura de Girondo y Borges. Parecía un sueño, era el paraíso. La última noche, mientras cenaban asado, Magnolia habló con Oliverio sobre su tercer vale.
No Magnolia, no, esto no, no puede ser, no. Es mi tercer y último vale Oli y eso es lo que quiero. No, no, no Magnolia no, ahora sí me estás pidiendo demasiado. No Oli, finalmente es algo que eventualmente va a suceder. No no no, no me estás pidiendo esto Magnolia. Sí, te lo estoy pidiendo, bueno, es algo que ya decidí, lo que te estoy pidiendo es que estés conmigo cuando suceda. No no no Magnolia, no entiendo cual es el problema de que suceda naturalmente. Pues justo eso, que no quiero que suceda naturalmente, quiero ser yo la que decida cuando suceda y ya lo decidí, lo que te estoy pidiendo y tengo un vale para hacerlo, es que estés conmigo cuando suceda. Oliverio no dejaba de llevarse las manos al rostro, cerraba los ojos y los apretaba como si quisiera despertar de una pesadilla. ¿Me estás pidiendo que te vea morir, no de causas naturales que sabemos que va a suceder, sino que te vea morir porque tú vas a provocar tu muerte? Sí Oli, eso te estoy pidiendo. ¿Por qué ahorita, por qué decidiste de la nada que vas a inducir tu muerte? Cálmate Oli, no va a ser hoy o mañana, lo planeamos igual que como planeamos este viaje. No Magnolia, no no no entiendo, no quiero, sé que voy a verte morir, pero así no. ¿Qué diferencia hay? Sabes que tarde o temprano me voy a morir, estoy enferma. ¡Pero no así, no porque tú quieres! Oli, desde que nos hicimos pareja sabías que esto iba
a pasar. ¡Pero no es lo mismo! Sí lo es Oli, la única diferencia es que ya no vamos a vivir aterrorizados todos los días pensando si hoy es el día que me voy a morir, vamos a saber cuándo y a qué hora y va a ser decidido por mi. Oliverio sintió un agujero en su estómago, sabía que su esposa tenía razón, pero se negaba a la idea de aceptar que ella había decidido, fijado ya una fecha para su muerte. Está bien Magnolia, pero dos cosas. Oli nunca me habías puesto condiciones. No son condiciones, ya te dije que sí, pero quiero saber, tratar de entender porqué en este viaje tan increíble y maravilloso para los dos se te ocurrió que te vas a matar. No es el viaje Oli, ya lo tenía pensado desde hace mucho, incluso desde antes de conocerte, tú me ayudaste a retrasar el acto, y no te lo digo para mal, en serio, muchas gracias, gracias a ti he vivido cosas que jamás me imaginé, pero ya lo tenía decidido y nunca te lo dije directamente, pero todo este tiempo te estuve preparando. Bueno sí, pero ¿por qué decírmelo hoy? Porque en este viaje Oli, entendí finalmente como puedo disfrutar de la vida y decidí que quiero vivir más de esto contigo, sin tener que preocuparme por el día de mi muerte, y la única forma para dejar de preocuparme por el día de mi muerte es decidiendo yo el día que eso sucederá. Estás loquita Magnolia. ¿Sabes por qué los demás viven su vida sin preocupaciones? Porque no están pensando en su muerte, ni en la muerte de sus seres queridos, viven y en muchos casos desperdician su vida porque no saben cuando les llegará su momento, yo estoy al revés Oli, yo he sabido desde siempre que me voy a morir porque estoy enferma y es justo eso lo que no me deja vivir. Magnolia. No Oli, lo tengo bien claro y eso es lo mismo por lo que no te dejo vivir a ti tampoco. Pero yo te acepté así. Ya sé Oli, por eso, vamos a vivir un rato, sin preocupaciones como los demás, como adolescentes y cuando llegue el momento déjame ir, que habrá sido mi decisión y moriré en paz. Bueno, pues ahí está tu explicación y es muy válida Magnolia. Gracias Oli te amo. Espera, sólo quiero decirte algo más. ¿Qué pasó? La única manera en la que podría soportar verte morir es si yo también me muero. No Oli no no tú no. Sí Magnolia, yo sí y ya lo decidí, estoy de acuerdo con todo lo que dices, pero si es verdad que te crees eso que quieres ser tú la que decida cuando morir, te voy a hacer caso y lo voy a hacer yo también, yo me quiero morir contigo Magnolia. Ella jamás esperó una respuesta así, no sabía si estallar en amor por su marido o golpearlo y odiarlo por el resto de sus días. Magnolia tenía sentimientos encontrados, quizás esto es lo que siempre hubiera querido, que alguien estuviera para ella, morir con ella. O quizás esto es lo último que hubiera querido y la razón por la que nunca se comprometió con alguien, miedo a asumir un compromiso de pareja en la que uno sigue al otro hasta el final. ¿Tenemos un trato Magnolia?
Esa noche, el acto amoroso fue distinto. Mientras sus cuerpos se juntaban y se penetraban nunca dejaron de mirarse a los ojos, sin gemidos, sin gritos de placer, en absoluto silencio.
No se hablaron durante las ocho horas de viaje, pero todo el camino permanecieron tomados de las manos. La decisión estaba tomada y aunque pareciera lo contrario, su amor era más fuerte que antes.
Al llegar a su casa, la tía de Magnolia les avisó que su madre había muerto. Los dos tomaron la noticia con mucha calma, sobretodo cuando la tía les dijo que las últimas palabras de la madre de Magnolia habían sido "díganle a mi hija que le agradezco, que es tiempo de que ella empiece a vivir".
¿Oli? Dime amor mío. ¿Crees que mi mamá haya escogido morir cuándo nos fuimos? ¿Por qué piensas eso? Porque mi mamá se sentía muy culpable, de estar enferma, de que yo estuviera enferma, de sentir que yo había desperdiciado mi vida por cuidarla, porque ella no podía cuidarme a mi. ¿Sabes qué creo Magnolia? ¿Qué Oli? Que esto fue un regalo, de ella para ti. ¿Un regalo? Sí, para que pudieras seguir viviendo, para que pasaras el resto de tu vida haciéndote cargo de tu vida y no más de ella. Yo también pienso lo mismo. ¿Magnolia? ¿Qué pasa Oli? ¿Estás segura que quieres seguir con esto de planear tu muerte? Sí Oli, esto no cambia nada, pero si tú ya te... No, no me he arrepentido, sólo preguntaba. Te amo Oli. Te amo Magnolia.
Dos semanas antes de su muerte, Magnolia tuvo otra recaída que la tuvo en cama varios días, estaban en Playa del Carmen paseando por la quinta, habían tomado chocolate con chile y una rebanada de pizza. A pesar de los medicamentos, la presión del nivel del mar hizo que Magnolia se desmayara. Oliverio la llevó al único hospital de la zona, donde la tuvieron conectada al oxígeno. A él no lo dejaron estar
todo el tiempo con su esposa, salvo en los horarios de visita. Esos eran los momentos que más odiaba, no poder estar con ella, a su lado, estar sin ella ya no era una opción de vida.
Cuando la dieron de alta, con la cara pálida y demacrada, Magnolia abrazó a Oliverio. Nos quedan dos semanas Oli, quiero que sea donde crecí, a los pies del árbol, tú y yo abrazados. Está bien amor, estoy listo.
Los días pasaron rápido. En dos semanas Magnolia y Oliverio vivieron tantas experiencias como pudieron. Lo cotidiano pasó a ser lo más valioso, había cada vez menos palabras entre los dos, no querían desperdiciar sus últimos días en pláticas. La última noche, después de hacer el amor con las luces prendidas y sin protección, Magnolia rompió el silencio. ¿Oli? Qué pasó amor mío. ¿Por qué yo? Oliverio se rió durante unos segundos. ¿De qué te ríes? De tu pregunta, pensé que nos íbamos a morir sin tener que volver a escuchar esa pregunta. Yo creo que más bien, no me quiero morir sin saber la respuesta. Pero Magnolia, siempre has sabido la respuesta. ¡No es cierto¡ Sí. No Oli, siempre que te pregunto me respondes con evasivas y nunca me das una respuesta concreta. Pues es que la pregunta tiene muchas respuestas. ¿Lo ves? ¿Qué veo? Ahí vas otra vez a no responderme. Magnolia, la respuesta la sabes desde nuestra primera cita, desde que fuimos al parque, el primer domingo. ¿Ah sí? Sí, sólo que no te acuerdas. No, no me acuerdo, se habla de tantas tonterías en las primeras citas y generalmente todas son mentiras. Esto no fue ni tontería ni mentira Magnolia, y aunque no es toda la respuesta, sí es la principal razón por la que estoy contigo. Ya dimeeeeee. ¿Te acuerdas de nuestra primera cita? ¿Te ofendes Oli si te digo que no mucho? No, no me ofendo, entiendo que lo último que querías era conocer a alguien que te viniera a sacar de tu zona de confort. Pues que bueno que no te ofendes por que sí me acuerdo. Si te acordaras no me preguntarías "¿por qué yo?" Cada diez segundos durante estos cinco años. ¿Ya ves? ¡Ya veo qué! ¡Lo estás haciendo de nuevo! ¿Qué? Evadiendo la respuesta, Oliverio ¿será que todos estos años me has engañado y en realidad no sabes el porqué estás conmigo? Claro que lo sé, te lo dije desde la primera vez, pero es muy estúpido, no entenderías. Pruébame. ¿Otra vez, quieres que lo hagamos otra vez? ¡No tontito! Ya me estoy evadiendo otra vez. Sí, Oli. Es que es más bonito tener esta clase de discusiones que discutir que nos vamos a morir mañana. No Oli, no lo pienses, no lo pienses no lo pienses. No lo haré. ¿Ya me vas
a decir? ¿Por qué tú? Sí. Porque desde que te vi lo supe, ¿no te dije que lo primero que pensé fue "ya valí"? Sí Oli, eso siempre me lo dices pero nunca me dices porqué lo sabías. ¿Te acuerdas cuando nos conocimos, la primera cita, lo que te respondí cuando me preguntaste en qué era en lo primero que me fijaba cuando veía a una mujer? Me dijiste que en los ojos o en las manos, los hombres siempre responden eso. ¡No, nunca te contesté eso! No, entonces déjame acordar, me dijiste que te las imaginabas de alguna forma, pero en realidad no te presté atención, pensé que estabas queriendo hacerte el interesante. Pues ahí está, si me hubieras puesto atención nos hubiéramos ahorrado quien sabe cuánta saliva en darte explicaciones que no te convencen nunca. ¡Ya Oli dimeeee! Siempre que conocía a una mujer, en lugar de verle el cuerpo, las manos, los ojos, los senos, lo que se te ocurra, lo primero que hacía era imaginármelas sentadas en el sillón de mi casa tomando café. ¿Huh? Te dije que no me ibas a entender. Ándale Oli sígueme explicando. No sé desde cuando, pero así pasaba, me imaginaba a una mujer que me gustara sentada en mi sillón tomando café. ¿Así cómo estoy ahorita? Sí. ¿Así como estaba la primera vez que te dije "te amo"? Sí. Ya entiendo, siempre que estoy sentada en el sillón tomando café me miras de una manera especial. ¿Sí? Sí, es un mirada distinta, de muchísimo amor, pero apenas ahora hago consciencia de ello. Bueno pues ahí está, el gran misterio es una estupidez. No Oli, no lo es, pero sigo sin entender. Pues que a toda mujer que me gustaba me la trataba de imaginar así, como tú te pones todos los días y nunca había podido. ¿En serio? Sí, y esa vez que te vi, cuando pensé "ya valí" fue porque cuando entré al salón y te vi la imagen llegó a mi mente, sin pensarlo, y después mira, cinco años después repites esa imagen una y otra vez y cada vez que lo haces sé, recuerdo y entiendo porqué estoy contigo. Ay Oli. No te estoy diciendo que fue obra del destino que nos conociéramos porque no creo en el destino, pero así pasó, como pasó lo de tu mamá. Oli, que bueno que nunca me lo dijiste. ¿Por qué? Porque si me lo hubieras dicho cuando nos conocimos hubiera estado muerta de miedo, pensando que estabas ahí por una ilusión y jamás te hubiera dejado entrar. Ya lo sé, por eso nunca te lo dije y nunca fue algo que me aferrara a estar contigo, simplemente era algo que me hacía recordar que me tocaba estar, el tiempo que me tocaba estar y finalmente el tiempo me dio la razón. Oli, nos voy a extrañar mucho. Sí, fue difícil, pero vivimos cosas maravillosas, no me arrepiento ni un segundo de haber estado contigo esposa. Ni yo, es más agradezco que hayas insistido hasta que te dejé entrar, agradezco toda tu paciencia y amor esposo mío. Mañana, antes de morir quiero leerte un poema, quiero que lo escojas muy bien, va a ser el último. Te amo Oli, no te lo digo mucho, pero cuando lo hago en verdad lo siento. Lo sé Magnolia, vamos a dormir, vamos a disfrutar nuestra última noche en la vida. Gracias Oli, gracias por amarme, por aceptarme, por aceptar todo de mi. Buenas noches amor, te voy a abrazar y no te voy a soltar lo que queda de la noche. Sí eso quiero, gracias.
Magnolia se quedó dormida pensando en lo afortunada que era de haber encontrado a alguien que nunca la había dejado sola, y que estaría con ella por el resto de la eternidad.
Oliverio esperó a que su esposa estuviera profundamente dormida. Lentamente se levantó de la cama y fue al baño, del botiquín tomó un puñado de pastillas para dormir. Sin hacer ruido fue hasta la cocina, al pasar por la sala, se quedó contemplando el sillón, el lugar donde su esposa tomaba café todas las mañanas. Se acercó a la foto donde aparecían los dos, la primera que se tomaron y que él siempre pensó que el marco era horrible. Se sirvió un vaso con agua. Titubeó un momento, no estaba seguro si su plan funcionaría, no tenía nada que perder, era su última oportunidad de prolongar la vida de su Magnolia. Se tomó las pastillas, regresó a la cama sin hacer ruido, se quedó dormido pensando si es que el sentido de la vida es hallarle sentido.
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Ángeles con patas
Hoy estoy realmente emocionada porque les hablaré de alguien muy especial para mí. Estoy segura de que las personas que me conocen sabrán de quién estoy hablando:
Ella es Dasi. Tiene aproximadamente 2 años y 3 meses. Estuvo conmigo desde los 20 días de nacida: cuando todo su cuerpo cabía en el puño de mi mano. Era demasiado pequeña y ni siquiera tenía dientes. Una rareza extraña, un animal exótico, que no pudo conquistar mi corazón al principio.
Un día, mientras navegaba por una página de Facebook de la PUCP, encontré un post en el que una chica la puso en adopción debido a que no contaba con el espacio necesario dentro de casa para poder mantener a cinco cachorros y a la madre. Recuerdo que varios alumnos se peleaban por ella. Cuando la vi, no me causó nada de gracia, pero estaba segura de a quien sí le encantaría tenerla.
Mi abuela venía soñando desde tiempos inmemorables tener un perro pequinés o, bueno, el intento de ello, razón por la cual decidí jugarme por el cupo. Mi madre, cuando vio la foto de la cachorra, era pura baba. Insisto, yo en realidad no entendía el encanto que tenía aquella pulga. Tanto fue la insistencia de mi madre al obtenerla -para dársela a mi abuela- que jugué con más entusiasmo mis cartas. ¡Y lo logré! Acordé día y lugar de encuentro para recogerla. Me la dieron en un bolso, tapada con una toalla fucsia. Parecía una rata mojada. ¡Cómo olvidarlo!
La dueña estaba preocupada, no sabía si estaba haciendo lo correcto. Para tranquilizarla, fingí mucho amor y baba hacia la pequeña. Cogí mis cachivaches y antes de irme, la chica me detuvo y me dijo: “Por favor, cuídala bien. Dale leche en biberón porque aún es una bebé. Y mándame muchas fotos de ella cuando puedas”. Con dichas palabras pude recién entender su dolor.
Yo tenía un perro para en ese entonces, se llamaba Daker- sí, se llamaba, en pasado. Era un osito: pequeño, gordo, peludo y blanco. Lo amaba demasiado y era el centro de atención de la casa. Con la llegada de la nueva integrante, las cosas cambiaron, todo era ella. Me llenaba de indignación. Solo quería que venga mi abuela y se la llevara, pero era imposible. Ella vive en un pueblo cercano a Chimbote. Se suponía que ella vendría a los días que me entregaron a la pulga (nombre que le puse a Dasi desde un principio), pero gracias a ciertos problemas familiares no pudo llegar en el momento establecido.
Los días pasaban, Daker estiró, se volvió grande y muy cochino. Orinaba a cada persona que llegaba a mi casa. Comencé a odiarlo. Peleaba mucho con Dasi, le pegaba, le quitaba su cama, la comida, sus juguetes… Supongo que la falta de atención lo volvió así. La única que le prestaba atención era yo y eso cuando podía porque la universidad se comía grandes horas de mi agitado día.
Una tarde llegué a casa y Daker ya no estaba. Habían dejado la puerta abierta de mi casa y el perro huyó. Nunca más regresó. Lo buscamos por días, pero no supimos nada de él. No le di el luto necesario a mi perro, era época de parciales y solo tenía la cabeza centrada en mis cursos. Mi abuela seguía sin venir. Ya había pasado aproximadamente 9 meses. Dasi estaba un poco más grande y comenzaron a caerles sus dientes. Me di cuenta de ello cuando un día mientras miraba televisión, la pulga se acercó a mis pies con un hueso. De la nada comenzó a hacer sonidos raros. Estaba ahogándose. De miedo le metí el dedo en el hocico y ¡oh! ¡Sorpresa! Encontré su diente y el hueso. Me causó gracia ver ese pedazo de muela que decidí guardarlo en mi billetera. Aún la tengo y es uno de mis recuerdos más preciados.
Las vacaciones estaban asomándose y la pulga enfermó. Habíamos decidido con mi familia aún no ponerle un nombre para no poder encariñarnos con ella. Era tonto porque la perra ya se había ganado a casi toda la familia. Al inicio, la pulga no quería comer, no caminaba bien, no tenía ánimos. Pensábamos que no era tan grave hasta que comenzó a vomitar y hacer sus necesidades con sangre. Esta fue la llamada de emergencia.
Le dio la distemper canina. Fueron días duros. La tuvimos en el veterinario cerca de cuatro días con puro suero y otros químicos. Cuando llegaba a casa ya no encontraba aquella pulga que me diera la bienvenida por más que no le hiciera caso. Entristecí con toda mi familia.
El veterinario nos comentó que si no reaccionaba al segundo día, la diéramos por perdida. Sentí una bala en el pecho: fuerte, rápida y dura. Fue en ese preciso momento que entendí que esa pulga ya se había robado mi corazón. Los días pasaron y ella mejoró. Cuando regresó a casa, mi madre le puso su nombre actual y decidimos quedarnos con ella hasta que el tiempo nos lo permita.
Se volvió mi engreída y el de la mayoría de mis amigos(as) por todas las poses raras y caras memeables que pone cuando posicionas una cámara delante de ella.
Mi pulga sigue sin crecer. Gracias a la distemper canina, ella es más pequeña que los de su raza. Pero, ¿saben? No me importa, es lo de menos.
Al año y medio, volvió a enfermarse, el aire se me iba. Logró salir de esa también. Diría que desde entonces, ya no logró enfermarse, pero les mentiría…
Como les comenté en crónicas pasadas, fue un ciclo asqueroso que me enseñó a ser fuerte gracias a los golpes duros. Todos mis días se volvieron sensibles. Me encerraba en mi cuarto, lloraba y lloraba. No había nadie que me pare. La preocupación de Dasi era tan grande que saltaba cuantas veces podía para estar en mi cama, ahí conmigo. Al ser muy pequeña y mi cama muy alta no podía subirse. Muchas veces caía de espaldas, se golpeaba, pero ahí estaba: volviendo a pararse y tomar nuevo impulso para intentar estar conmigo. Cuando lo lograba, iba a lamerme las manos y al no entender el porqué de mi tristeza, se hacía bolita a un lado y lloraba conmigo. Supongo que lo hacía para que no me sienta sola.
Todo un ciclo fue así. Dejé de comer y ella también. Tenía varias amanecidas y ella estaba ahí, conmigo, sobre mis piernas o mi pecho. La cargué a mi abismo. Enflaqueció. Ya no jugaba. No comía. No quería salir. No dormía. Solo estaba tirada en su caja o en mi cama todo el día.
La volvimos a llevar al veterinario y él solo me dijo: “Si quieres salvarla, sálvate primero tú. Ella te siente y te acompaña en tu dolor”. Al principio creí que era una broma de mal gusto, pero con el tiempo me di cuenta que no. Comencé a cambiar mis hábitos. Lloraba menos. Aumenté mis porciones de comida. Comencé a salir un poco. Ella también empezó con lo propio.
Engordó. Volvió a mover su colita como los viejos tiempos. Comenzó a desempolvar sus juguetes. Quería ser feliz, no solo por mí, sino también por ella.
El tiempo la volvió experta en los saltos. Desde que empecé a dormir con ella no he dejado ese hábito. Cada vez que cierro la puerta de la habitación e inicio mi ritual de cambio de ropa, ella salta a mi cama, se ubica en su lugar y me espera.
Dasi me dio una de las razones para seguir adelante y seguir respirando: ella misma. Algunas personas me dicen que le creo una utopía a mi pulga, pero es que no he conocido un amor tan bonito y tan leal como el de ella. Dasi, sin entender qué me sucedía, decidió ponerse en mi lugar mientras que otras PERSONAS RACIONALES solo me veían como un despojo humano. Y es que en realidad, a veces, son los animales los que dejan impregnado un gran mensaje.
Sé que cuesta comprender que nos pasamos mitad de vida persiguiendo cosas que nos intoxican y cuesta más aún darnos cuenta que, a veces, también las personas que más queremos terminan hiriéndonos cuando es justamente ese momento donde más los necesitamos. Si bien ellos no pueden hablar, sus acciones expresan sus emociones, sepámoslo valorar porque pueden ser exactamente ellos los que te salven la vida de alguna manera.
Ahora bien, no todo es tristeza ni superación. Actualmente, me encuentro bien y feliz de hacer lo que más me gusta: escribir, tomar fotos, dibujar y estar más tiempo con mi pequeña.
Han visto ese meme donde una mamá le dice a su hijo: “No fastidies al perro” y, cinco minutos después, sucede esto…
¡Amen a sus mascotas! No importa si no son de raza, el amor que te darán será incondicional. Son tus compañeros perfectos para tus horas de estudio, trabajos, vacaciones… ¡Para todo!
En estos momentos pasan por mi cabeza algunas amistades con sus respectivas mascotas: Carlos y Carla Llanos con Linda, Cristian Agurto con Scott, Jhony C. con Chocolate, Patricia Chullunquía con Danna, Jahaira con Pequeña, Efraín Amanzo con Orejas, Nathalie Ccalla con su sinfín de periquitos, y así…
¡Denle un abrazo a su mascota! ¡Y sean felices!
¡Hasta la próxima crónica!
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Bueno, como las estoy pasando canutas con una comedia que estoy escribiendo para el teatro, voy a contaros unas cosas que pasaron la noche que me habían dado calabazas y luego se murió mi abuelo, todo el mismo día y al mismo tiempo, que así me despejo un poco. Es que es una historia con su puntito emocionante y con personajes muy variados y de repente me han entrado ganas de escribirla. Además aparece Karra Elejalde y os aseguro que todo es cien por cien patético y cien por cien real.
Yo en octubre de 2013 vivía en Pamplona y compartía piso con tres personas. Una era una amiga de mi curso en la universidad, otra era una chiquita brasileña de dieciséis años que recién empezaba Periodismo y el cuarto era un compositor de música que, de hecho, era el propietario del piso y nos lo subarrendaba.
El compositor casi nunca estaba por casa, hasta justo ese año que le había dejado la novia. La chiquita brasileña se presentó a las pruebas para entrar en el grupo de teatro universitario en el que yo participaba, pero como era y es un grupo grande de la hostia no coincidíamos ni en ensayos ni en obras. A las fiestas y a los estrenos sí que íbamos junticas. La chiquita además era bulímica, empezamos a sospecharlo porque de vez en cuando desaparecía silenciosa y, cada vez con más frecuencia, yo la oía teniendo arcadas al otro lado de la puerta del baño. Recuerdo que una noche me estaba duchando y el desagüe de la bañera se atascaba. En el agua que se iba acumulando veía trozos de algo color naranja y empecé a tirar de los pelos que lo atascaban y terminé sacando una bola ácida de pelo y comida a medio digerir, todo muy asqueroso, porque aquel día a la pobre le había dado por vomitar en la bañera. La niña también robaba las galletas con pepitas de chocolate del Eroski del compositor para comérselas ella, y cuando el compositor llegaba los domingos por la noche y se encontraba sin novia y sin galletas de chocolate se ponía de una mala hostia tremenda.
El asunto es que yo tenía que cuidarla de algún modo, porque claro, la chavala tenía dieciséis años y yo vivía con ella y eso me convertía en una especie de hermana mayor postiza suya. Y a mí estas cosas siempre me han provocado una ansiedad como un camión de grande, porque bastante trabajo tengo ya con cuidar de mí misma y no parecer, no sé, el peluche del cubo de basura de Barrio Sésamo cuando estoy socializando. En cualquier caso yo intentaba cuidar de mi brasileña.
En la primera fiesta que arrejuntó a todo mi grupo de teatro universitario (temporada 2013-14), acabé liándome en la discoteca con uno de los veteranos. El tío ya había acabado la carrera y creo que estaría sacándose el MIR o algo por el estilo. A mí me gustaba mucho porque era el veterano ligón y todo el grupo contaba batallitas suyas y siempre decían que era muy buen actor y tenía el pelo largo y en una fiesta anterior me había mirado como diciendo: te voy a arrancar las bragas a mordiscos y en un ensayo del curso anterior al que había venido yo interpretaba a la abuela de La casa de Bernarda Alba y él me miró también como diciendo: lo estás haciendo bien, joven aprendiz. Y a mí me había parecido muy sexy aquello a pesar de que yo estuviera haciendo de vieja loca. El tipo de cosas que te ocurren cuando padeces una adolescencia tardía. Bueno, pues en la disco acabamos comiéndonos las bocas delante de todo dios hasta que yo le dije vámonos de aquí, y nos fuimos en dirección a su casa. Lo que pasa es que por el camino se me fueron quitando las ganas de follar con él, primero porque estaba más borracho que yo y segundo porque yo tenía la regla, no en fase sangre roja lunar a chorros sino en fase negro petróleo, con lo que la idea visualmente me convencía menos. Lo dejé en su portal y no volvimos a hablar y me estuve arrepintiendo un mes entero y me estuve comiendo la cabeza porque el tío me gustaba y una amiga me dijo: si te gusta llégale, total, el no ya lo tienes y YO CAÍ, CAÍ, CAÍ en la humillación imperdonable de la excesiva intimidad y le mandé un whatsapp toda misteriosa: hola, quiero verte.
Así que quedamos en una cafetería y yo le dije que me gustaba y él, es lógico, se quedó como el hombre del final del meme de THAT’S MY OPINIONNNN así parpadeando un par de veces, y me dio calabazas y nos despedimos y yo pensé: pues a tomar por culo y a otra cosa, pero en realidad estaba bastante triste porque ya me había imaginado que me acostaba con él unas pocas de veces y que además montábamos unas pocas de obras de Shakespeare juntos y que nos íbamos a vivir a un pueblico de Soria porque así soy yo, muy veloz para unas cosas y The Slowest para otras muchas más.
A todo esto, yo vivía en Pamplona (Navarra) pero mi familia es de La Línea de la Concepción (Cádiz) y mis abuelos paternos estaban (ella y él) ingresados desde hacía un par de semanas en el hospital (él demente, ella con las piernas del color del tramo trianero del río Guadalquivir). Pero por ahí andaba yo sin noticias hasta el momento.
Volviendo al día de las calabazas, la verdad es que me había organizado muy mal. Porque justo esa misma tarde había estreno de obra del grupo de teatro, y eso significaba volver a coincidir con el tipo que me había rechazado por la mañana. Aún así, a las siete yo estaba clavada en el auditorio del Civivox Iturrama con mi niña brasileña acompañándome. A la salida del estreno (Romeo y Julieta: el musical) dijo la directora del grupo de teatro: quién se viene a cervezas. Y yo como es natural lo que quería era irme a mi casa, pero nuestra amiga la directora me vio carita de pena y por eso insistió aún más en que yo fuera y yo tenía a mi brasileña allí conmigo y a mi brasileña le iba bien hacer amigas y amigos y entre una cosa y otra, acabé por ceder. Manda huevos también que de un grupo de teatro universitario de ochenta miembros esa tarde solo fuéramos a echar cañas seis personas, entre esas seis personas, ya lo estáis adivinando, el veterano ligón.
Para sorpresa de nadie, las cañas estaban siendo deprimentes. En un momento de debilidad, por hacer algo, fui a mirar el móvil. Y en mi teléfono móvil, un sms (¡¡¡!!!) de mi padre que decía: el abuelo ya se ha muerto- y yo ahí dejé de leer y me vino como una inspiración divina que me levantó de la silla del bar, hizo que me despidiera de todos los allí presentes con una eficiencia singular, que agarrara a mi niña brasileña, pagara la cuenta y me fuera echando hostias. Lo primero que hice fue explicarle a la chiquilla lo que me había pasado. La chiquilla me aconsejó avisar a nuestros compañeros de piso. Y nuestros compañeros de piso, amiga ella, compositor él, estaban en un bar cercano echando vinos. Debía de ser juevintxo porque estaba todo el barrio en la calle. Huimos a reagruparnos en unidad familiar, entonces fui aterrizando poco a poco. Le mandé un mensajito a la directora explicando por qué había salido corriendo, y recuerdo que después ella se acercó a verme un momento. Yo estaba tranquila. Nos quedamos allí los cuatro, bebiendo verdejo parriba verdejo pabajo. En uno de estos verdejos, el compositor musical salió corriendo a saludar a un amigo y se lo trajo al poyete donde estábamos y nos dijo: chicas este es Karra Elejalde, que hicimos una peli juntos el año pasado y somos amigos y en efecto allí estaba Karra Elejalde, que ya venía contentillo, y le saludamos las tres y cuando fui a darle los dos besos de rigor el tío se apartó un momento y me olfateó el pelo y me miró y me dijo: tú eres atea. Eres medio bruja. Y así te va a ir muy mal. Todavía no sé si Karra Elejalde hace esto con todo el mundo cuando sale de juevintxo.
Y luego recuerdo hablar pero no recuerdo de qué, de lo que sí me acuerdo es de ir cogiéndome un ciego bueno y de cabrearme más y más con mi padre por enviarme un mísero sms para contarme que el abuelo se había muerto, que el funeral iba a ser al día siguiente y que yo no llegaba, y de cabrearme con el veterano ligón por rechazarme y de cabrearme con mis compañeras y con el compositor por estar emborrachándose con Karra Elejalde como si nada. Total, que dije ahí os quedáis me subo a casa, y la chiquita brasileña dijo: pues yo también aprovecho y me subo.
Cuando llegamos al piso, yo etílica, la chiquita no sé, puse Comfortably Numb de Pink Floyd en el altavoz del iPod en bucle y a toda leche y me quedé quieta y empecé a llorar. Al principio no me di cuenta, pero la chiquita estaba sacando la cama nido de debajo de la mía y la estaba montando para quedarse ahí a dormir. Ella cerró la puerta de la habitación, se tumbó y se quedó cerquita de mí.
Y luego llegó un punto en que yo ya no sabía por qué lloraba, no sabía si lloraba por mi abuelo, o por el sms cutre, o si lloraba porque Karra Elejalde me había dicho que me iba a ir muy mal, que en aquel momento yo me lo creía porque aquello de tener mala racha en el amor me venía de lejos y me sentía bastante miserable. Yo lloraba y lloraba, también por tener a la niña brasileña a mi lado cogiéndome la mano y resistiendo conmigo. Lloraba porque David Gilmour estaba allí con nosotras y su canción es una preciosura. Así hasta que lo saqué to pa fuera y me quedé dormida.
Después de aquello, por supuesto, pasaron un montón de cosas más. En abril el compositor de música echó del piso a la chiquita brasileña. De un día para otro, ella tuvo que recoger todas sus cosas y largarse. Había robado demasiadas de sus galletas, había potado demasiadas veces en sus váteres, y además contestaba a todos y cada uno de sus arranques de mala hostia. Yo la entendía, yo entendía todo: creo que ninguna de las otras tres personas que vivíamos en el piso con ella fuimos capaces de cuidarla como necesitaba. Y aunque simpatizase menos con el compositor, también lo comprendía. Era otro que estaba pasando una mala racha en el amor. No le culpo. Todas hemos pasado por una época parecida pero creo que la onda expansiva tiene siempre bajas colaterales. Qué os voy a contar. El dolor es una cosa muy perversa.
#la vida la vida#las cosas de la vida#cuento#comfortably numb#karra elejalde#me estoy riendo mucho con estos jastags#gracias por leer todo esto hasta aquí ♡
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NUESTRO MUNDO
Mi abuelo Marcotulio era una persona con muchos conocimientos y experiencias pues nació en el campo donde su madre era la curandera del pueblo y su padre trabajaba día a día con la fuerza de un roble. Tuvo ocho hijas y dos hijos. Cada 24 de diciembre los sentaba a todos en la sala y les daba un huevo para que el día siguiente a través de sus dones pudiese leer cualquier tipo de porvenir en la vida de sus hijos y poder decírselos. La última vez que realizo este culto fue el día que vio en el huevo de su hija mayor, los pasos de la muerte. Desde aquella predicción dejó esta tradición a un lado pues enterró a su hija el año siguiente. Entre tantas cosas que mi abuelo aportó a la familia como historias, experiencias, conocimiento y sabiduría, aleatoriamente dio dones a la familia, dones que bien sean bendiciones o maldiciones llegaron a nuestro hogar, a mi hermana y mi.
Mi hermana tiene una mirada fuerte y agresiva. Los rasgos suaves y finos hacen ver en ella una belleza oscura que coincidencia mente poseía mi tía fallecida mencionada hace un momento. Según mi madre, eran igual de raras y compartían los mismos gustos como reunir a sus amigos e inventar historias peculiares, inusuales y escalofriantes o como realizar las más difíciles maniobras para bajar la panela que se encontraba encima de la nevera y aquí tengo que hacer un break pues mi tía Mary, de la que tanto hablo le pasó algo que de sólo pensarlo me hace estremecer. Un día cuando era pequeña estaba jugando con todos sus hermanos y hermanas, vio a mis abuelos salir al parque y se escabulló adentro de la casa para poder bajar una panela que le endulzara su paladar, aunque fuese algo que se le tenía determinantemente prohibido. Es increíble como una madre puede tener una audición tan aguda y fina pues de la nada, mi abuela salió corriendo y todos estupefactos la siguieron sin pensarlo dos veces. En el patio estaba Mary tirada con una panela desgastada por uno de sus bordes con pruebas de su infantil crimen. Mi abuelo la tomó en sus brazos, la recostó sobre una cama y pidió que trajeran un poquito de agua con azúcar, no se sabía si este mandato era o un remedio para que se le quitara lo que tenía o un premio alcahueta por su gusto al dulce. El caso es que al despertar blanca y pálida abrazo a mi abuela con todas las fuerzas y dijo que había visto al diablo. Al pasar las horas pudo describir mejor lo que la había atormentado, un señor grande con casco, piel tosca, ojos desvanecidos y cola larga se cruzó en el pasillo de la nada. Esta descripción dejó anonadada a toda la familia y a mi tía con un gran sinsabor o se podría decir lo contrario por lo de la panela y el agua con azúcar, a fin de cuentas fue algo que no es común o por lo menos para las demás familias.
Mi núcleo familiar está compuesto por mi madre conocida como doña Blanquita, mi padre o como mi mamá le dice “Negro” y mi hermana Flor Lizeth pero dejémoslo en Flor a secas. Desde niños hemos crecido con una mente abierta respecto al mundo paranormal, siempre nos han inculcado que pase lo que pase debemos de estar unidos como familia.
Cuando tenía aproximadamente ocho años viví mi primera experiencia paranormal. En aquel tiempo solo me dedicaba a estudiar de siete de la mañana a cuatro de la tarde, luego llegaba a mi casa y dormía hasta las siete de la noche aproximadamente, justo cuando iniciaban las mejores películas de Disney Channel. Como tenía que hacer tareas, mi mamá me obligaba a apagar el televisor y concentrarme en mis quehaceres. Yo intentaba realizar las tareas rápido ya que las mismas películas que daban a las siete, las repetían a las doce, un poco tarde pero me gustaba asumir el riesgo, a escondidas claro está. Un día iban a dar El Rey León, mi película favorita, tanto que me sabía Hakuna Matata en flauta y en ocasiones la sacaba para ir al compás de la música. Flor siempre dormía conmigo, como ella era la líder por la vaga regla de hermana mayor, le tocaba la cama de arriba y según mis padres por mi seguridad y porque todavía era un bebe, me tocaba la cama de abajo. Ella tenía un examen al día siguiente y la película no la dejaba dormir, por lo tanto me sapeó con mi mamá. Escuché sus pasos y me tapé debajo de las cobijas, pasaron tres o cuatro segundo antes de recibir el primer correazo lo que me hizo recurrir al llanto, pero no con lágrimas casuales, era un llanto dramático del que gritas y te retuerces como si no hubiese un mañana. Me acuerdo que fueron los latigazos más largos de mi vida pues me pegaba con silabas y se los juro que deletreaba muy bien. Al terminar, dijo en voz alta – si ustedes dos siguen jodiendo a estas horas de la noche va a venir el diablo y los va a asustar-. Luego de estas proféticas palabras, mi hermana y yo nos miramos y empezamos a llorar, mi mamá apagó las luz, el televisor y cerró la puerta. La verdad no sé cómo explicar lo que paso después, tan solo puedo decir que del llanto empezamos a reírnos al mismo tiempo de manera descontrolada, literalmente estábamos llorando pero de la risa, hasta que sonó un totazo en la ventana. El silencio llenó la casa, me levanté rápido para prender la luz y lo primero que vi fue el reflejo de mi hermana sentada y asustada en el vidrio y una grieta que dividía su cara en dos. Abrí la puerta y corrí hacia el cuarto de mis padres. Fuimos a ver que había pasado, mi hermana estaba mirando el espejo fijamente todavía pero con una mirada perdida y con las lágrimas secas en sus cachetes. Mi padre es una persona muy nerviosa, su crecimiento se edificó con actitudes machistas y materialistas, trabajador y responsable pero poco amoroso y con carencia de sentido racional, tiene una peculiar manera de hablar, como si fuese otro idioma, dice las palabras con tanta velocidad que es difícil extraer la idea que trata de emitir. Al ver esta escena intentó encontrarle una rápida explicación que evidentemente no había por lo que lo obligó a tomar la salida más fácil, culparme de que yo había tirado un zapato al vidrio, lo curioso era que no había ninguno en el suelo. Mi madre se crió en una familia numerosa y mística llena de historias espirituales y escalofriantes, su vida está cargada de experiencia y sabiduría. Por el contrario de mi padre, ella sabía que lo que había ocurrido era inexplicable si se miraba desde una perspectiva lógica, había un trasfondo en todo este asunto, nos habían asustado. Nos cogimos de las manos y empezamos a rezar, luego tiramos los colchones al piso y dormimos como si estuviésemos en una zona de campamento. Es contradictorio pero al estar al lado de mis padres sentí que el niño más seguro del mundo o por lo menos hasta el día siguiente.
La siguiente semana fue un poco intranquila, mi mamá hizo unas llamadas a Ibagué para contar lo que estaba pasando. Mi abuelo estaba de viaje por lo que no nos pudo ayudar pero había alguien que sí, mi tío Rutbel. Insidious es una película con los personajes de Josh Lambert y Renai Lambert, una pareja que se dedica a ayudar a las personas que tienen problemas paranormales y muchas veces tiene que recurrir a exorcismos, sacrificios o incluso arriesgar su propia vida. Pues bien, mi tío y su esposa son como esta pareja. Mi tío representa lo malo, lo negro, lo oscuro, lo que no se debe hacer y mi tía representa lo bueno, armonioso, la paz, la luz, con lo que se debe de luchar. No crean que hay un fallo en este mecanismo pues los dos se complementan. Según me explica él, son como un Yin Yang, en el campo de batalla tienen que tener sus energías neutras para poder batallar de la mejor manera. Volviendo al tema, mi mamá le explicó todo lo que había pasado, él solamente escuchaba y al terminar de contar los hecho, solo dijo -la llamo en la noche-. Efectivamente como a las diez de la noche sonó el teléfono, todos los cuatro sabíamos que era él. Mi hermana colocó el teléfono en altavoz y mi tío empezó a contarnos que no era “nada del otro mundo”, que simplemente estaba muy tarde y nosotros estábamos jodiendo mucho, en síntesis un espíritu burlón de procedencia indígena tiro una flecha a la ventana pero con lo que si no pudo dar fue el por qué el vidrio se agrieto de esa manera, partiendo en el reflejo la cara de mi hermana.
Aprendimos la lección, no joder a altas horas de la noche. Aunque se nos hizo normal que a veces cuando nos quedábamos hasta tarde escucháramos pasos o abrieran las llaves del agua, hasta se escuchaba en ocasiones la máquina de coser de mi mamá.
La experiencia que sigue si es la cúspide, es el momento en el que más he tenido miedo en lo que llevo de vida tanto que ni al lado de la protectora Blanquita, me sentía a salvo. Mi hermana al igual que yo cuenta con un don, ella puede sentir y ver, ya sean espíritus, ángeles o demonios y también puede desdoblarse con facilidad, yo soy testigo de ello. Un día estábamos durmiendo juntos, me levanté porque de la nada escuche que la tapa de la olla se había caído y vi que Flor estaba temblando, balbuceando palabras que no entendía y cerrando y abriendo los ojos. Lo único que pensé fue en abrazarla y besarle el cuello. Se levantó como si se estuviese ahogando y me dijo que su alma había recorrido la casa y que conscientemente empujó la olla para que le ayudáramos a volver. Me quedé helado y sin palabras porque ni siquiera le dije que se había caído nada. Mi don radica en que soy una especie de amuleto, un talismán que protege a las personas más cercanas de cualquier brujería o mala vibra que se despliegue sobre nosotros y de vez en cuando me erizo cuando siento alguna energía ya sea negativa o positiva. El tener estos dones me asusta pues son cosas que no pedí, mi tío nos dice que son regalos de Dios y que tenemos que aprovecharlos y desarrollarlos para ayudar a los demás pero no es tan fácil lidiar con situaciones como que tu hermana te diga que en la esquina del cuarto hay alguien y aunque veas que no hay nada, lo sientes.
Era mitad de año cuando ocurrió todo. El primer piso de la casa tiene un espacio reducido, cuenta con un patio, tres habitaciones, un baño, una cocina y una sala. Tiene poca iluminación ya que tiene solo 2 ventanas al ingresar la casa y un traga luz enrejado donde se colgaba la ropa.
El segundo, tercero y cuarto piso estaba en obra negra. Totalmente oscuro y gigante con un eco que se encarga de llevar cualquier tipo de mensaje por todos los rincones. Pisos abandonados, ya que no había ninguna intención de terminarlos. También era el espacio designado para guardar las cosas grandes que incomodaban en el primer piso.
Mi hermana empezaba a sentirse incomoda, ya no se podía cambiar tranquila en su cuarto porque sentía que la estaban observando, solía escuchar como aruñaban las paredes y le costaba dormir en las noches. La primera solución fue colocar unas tijeras abiertas debajo de su cama y que todos los días que colocara sus interiores al revés. Al principio funcionó, pero luego se intensificó todo. Mi mamá tiene una amiga del alma llamada Lucy, ella le aconsejó que llamara a una amiga de ella que era de Cuba, la cual sabía mucho de estos temas y la podía ayudar. La llamó y acordaron que un viernes trece Sory, una morocha cubana iría a mi casa. Nos dijo que tuviéramos velas blancas, alcohol, sahumerio y mente abierta para lo que fuese a pasar.
Efectivamente llegó a la casa un viernes trece, yo tenía aproximadamente catorce años. Nos reunió a todos en la sala y ella empezó a caminar por todos los lugares de la casa, cuando llego al patio nos gritó – que bueno cojones, aquí está la joputa-. No sé cómo pudo decirlo tan tranquilamente pero a mí se me erizó la piel y obviamente me puse a llorar. Luego hizo un círculo con alcohol en la sala rezando cosas que nadie entendía, nos pidió el favor que ingresáramos dentro del círculo uno por uno. Primero ingresó mi madre, luego yo, luego mi hermana y al ingresar mi papá el contorno del circulo empezó a arder en llamas, sin fósforos, ni candela, ni siquiera una chispita mariposa, emergió de la nada. Literalmente las llamas alcanzaban mis tobillos, lo curioso era que no sentía que me quemaban. Sory muy tranquila nos pidió que saliéramos de nuevo uno por uno. Al dejar solo a mi padre, las llamas subieron aún más alcanzando sus rodillas. Era evidente mi padre era el del problema. Yo no entendía todavía lo que estaba pasando hasta que escuche claramente lo que dijo la cubanita – familia se trata de una perra bruja y la voy a joder-. Es necesario decir que no fue con la mejor pinta, tenía un vestido con cadenas y artilugios en su cuello y calzaba unas chancletas de cuero nada especiales, se quitó una de ellas y empezó a dar pisotones alrededor del círculo, faltaba un pedacito de llama para acabar con el fuego y cuando lo pisó, sonó el chillido más impresionante que he escuchado en mi vida en el segundo piso, es como si le hubiesen aplastado la cola a cincuenta ratas al mismo tiempo. Todos nos quedamos callados y burlándose Sory dijo – alcancé a quemar a la malnacida-. Después preparó el sahumerio y lo esparció por toda la casa, nos echó a cada uno agua bendita mientras nos rezaba y nos informó que el ritual ya había acabado. Explicó muy brevemente que la bruja que había en la casa quería molesta a mi papá y que era una amiga de mi mamá. Mi mamá le preguntó que si podía dar una breve descripción de su amiga, detalles no faltaron pues de inmediato supo quien era. Nunca hicimos nada al respecto solo sé que mi mamá cortó amistad con ella y que no suele andar con camisas destapadas ya que en su hombro tiene la cicatriz de una quemadura. Al final Sory le dijo a mi hermana algo que me acuerdo muy bien pues reconozco que me dio envidia, le dijo que si no hubiese sido por ella, la bruja hubiese estado todavía en la casa, también le dijo que ella tenía un don muy lindo y que con eso podía hacer grandes cosas y finalizó con que ese don era algo envidiable y que en su camino iba a encontrar muchas adversidades como seres del mas allá que se iban a aprovechar de ella para realizar sus desdenes.
Gracias a los numerosos esfuerzos económicos y emotivos realizados por mi madre pudimos pasarnos a los pisos de arriba. Este lugar tomó forma, se llenó de color y firmeza. Cada espacio tuvo un rol. Se finalizó la sala, la cocina, el comedor, los baños y un cuarto de cómputo y el de negocios. En el tercer piso también se terminó los tres cuartos, los dos baños y el cuarto de costura y en el último piso se hizo un cuarto de huéspedes, el lavadero y un pasillo inmenso para los asados y reuniones familiares.
Cuando cumplí diecisiete años, mi hermana empezó a ver en los pasillos a un señor. Según ella nunca se dejaba ver la cara y cuando lo veía le daban ganas de vomitar y de desmayarse como si ese espectro intentara apoderarse de ella. Mi abuelo dijo que lo que había en la casa era una mujer, pero al pasar los meses nos dimos cuenta que lo que había en la casa era un monje maligno. Pero bueno eso es otra anécdota que luego les contare.
CS
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Algún título triste
Tenía 15 años cuando lo conocí por messenger. Dijo que me encontró bonita en un cumpleaños y que por eso me había agregado. Hablábamos todos los días, y al tiempo, se convirtió en mi primer pololo.
Todo estaba bien hasta que empezó a criticar mi maquillaje. Decía que se me notaba la base, que me veía fea, que era muy chica, y que la gente se iba a dar cuenta. Me daba mucha pena porque a mi me encantaba, y comencé a maquillarme de manera que no se notara, sólo para que él no se enojara.
Pero le gustaba que yo fuera flaca y, de alguna manera, sentía que eso compensaba los otros comentarios. Siempre hablaba mal de las personas gordas, y me hacía sentir “afortunada” de no ser así.
Me empecé a sentir muy insegura y celosa en la relación, siempre esperaba su aprobación en todo. Cuando demostraba una de las dos cosas él reaccionaba muy mal, terminaba conmigo y me decía que estaba loca. Aún no sé cómo se generó ese sentimiento en mí, sé y sabía que estaba mal, pero por alguna razón nunca confié en él.
Cuando peleábamos –casi todas las semanas-, faltaba al colegio porque en la noche lloraba tanto que me daba vergüenza ir con los ojos hinchados, y le inventaba a mi mamá que estaba enferma para quedarme en la casa.
Hice cosas que ahora no logro entender. Recuerdo que en una de nuestras tantas peleas él me pidió alguna prueba para confiar en mí. Y yo, al otro día, le entregué en un disco el respaldo de mis historiales de messenger, tal cual. Él se quedó toda la noche leyendo mis conversaciones, y al otro día me trató de maraca. Nunca me dijo por qué.
Volvíamos, terminábamos, volvíamos. Me empecé a volver loca, y estaba convencida de que él siempre tenía la razón. Era tan violento que incluso mi perro le tenía miedo, se agachaba cada vez que lo veía como si le fuese a pegar. De hecho, lo golpeó cuando era cachorro, diciendo que “así aprendían”. Me da mucha rabia acordarme.
Comencé a hacerme daño físico de la angustia que me provocaba estar –y no estar- con él. Me mordía los dedos y le pegaba combos a la pared hasta que mis nudillos sangraran. En una pelea en mi pieza, me mordí frente a él y se empezó a pegar combos en la cara. Todo era muy violento, y triste.
Las peleas eran cada vez peor, yo estaba más celosa y él más agresivo. Y recuerdo la siguiente imagen: yo acostada en mi cama, con los dedos mordidos, llorando, y dejándole casi cien llamadas perdidas.
Una vez me mantuve “firme” en mi decisión de terminar y no le hablé en una semana. Pero él llegó a mi casa, con su perro, pidiéndome que por favor habláramos. Ya ni recuerdo por qué habíamos peleado, pero horas después ya habíamos vuelto.
No me puedo sacar de la cabeza otra escena. Estábamos discutiendo en su pieza y yo lo agarré del cuello de la polera para decirle algo, él me tomó y rajó la mía. A los minutos empezó a llorar y a pedirme perdón, y yo le decía que estaba todo bien, si al final yo le había echado a perder su ropa.
Un 31 de diciembre, mi hermano me cuenta que lo vio coqueteando con una niña. Yo ya cachaba que había algo entre ellos, pero él siempre lo negó. Antes, cuando le pregunté qué onda con ella, me dijo: “cómo me va a interesar ella, si tiene la espalda más grande que yo”, o “ no voy a cambiar carne por charqui”. Con esos comentarios, yo, estúpida, me quedaba tranquila.
Esa noche mientras todos carreteaban, yo estaba en mi cama llorando sin parar. Fue el peor año nuevo de mi vida. De alguna manera sentía que había confirmado mi desconfianza hacia él, y además, tenía mucha rabia porque él iba ir a un carrete donde estaba esta niña. Pero llegó a mi casa, se sentó en la cama y le pedí que por favor asumiera que tenía algo con ella y así terminábamos de una vez. Me dijo: “lo asumo, un poco”.
En un momento me quedé dormida, cansada por tanto llorar. Desperté de golpe al sentir que me destapa y me empieza a dar vuelta con mucha fuerza. Empezó a desabrocharse el pantalón y a bajar el mío. Le decía que por favor parara y que iba a gritar. Justo entra mi papá a la casa, que estaba carreteando con mi mamá y sus amigos en el patio del vecino. Él se asustó y me dejó ahí, semidesnuda, asustada, avergonzada. No podía creer que me había intentado violar.
Me encantaría decir que acá termina la historia, pero no. Aunque estuvimos alejados un par de meses por esto, no recuerdo cómo pero volvimos a hablar y a pololear. Tengo un bloqueo mental inmenso de este periodo, pero sé exactamente como, esta vez, realmente termina todo:
Lo mismo de siempre, pelea en su pieza, insultos, etc. Su mamá llegó a pedir que por favor la lleváramos donde la abuela en el auto. Nos subimos primero nosotros y él me dijo que iba a aprovechar de dejarme en la casa. Le pedí que por favor no, que siguiéramos conversando a la vuelta. Y acá, hice algo de lo que me arrepiento hasta el día de hoy. Lo agarré del brazo muy fuerte, enterrándole mis uñas y diciéndole que no me fuera a dejar. Él grita “suéltame”, y de inmediato sale su mamá para subirse al auto. Él empezó a manejar rápido, llega a mi casa y grita, muy fuerte: “¡bájate!”. Cerré la puerta, y nunca más lo volví a ver. Al fin se terminaba esta relación de casi cuatro años, y sin siquiera nombrar la palabra “terminar”.
Al bajarme de ese auto y ver que por primera vez un tercero –su mamá- había presenciado cómo era nuestra relación, fue como si algo me abriera los ojos y me dijera: “ya no puedes más”.
No salí a comprar sola en tres años. Me daba mucho, pero mucho miedo encontrarme con él, además que vivía a tres cuadras de mi casa.
Esta relación fue la causa de muchas inseguridades y culpas, algunas me pesan hasta el día de hoy, pero que sé que con el tiempo van a desaparecer. En eso estoy.
Tengo 25 años y recién pude escribir de esto.
Ahora una de las cosas que más me gusta es maquillarme.
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Un gran poder conlleva… muchos problemas - Capítulo 8 Día de chicas
Webby estaba segura de que su vida había mejorado considerablemente. En realidad, sentía que todo le iba mucho mejor desde que Huey, Dewey y Louie junto con su tío Donald se mudaron a vivir a la mansión. Scrooge había cambiado su actitud, ahora era mucho más amable, salía de aventuras nuevamente, llevándoselos a ellos con él, lo cual, ¡era magnífico! Ya que era lo que Webby siempre había deseado hacer.
Como en su última aventura, por ejemplo, en principio se dirigían a buscar a un grillo para escuchar su canto mágico cuando de repente recibieron una llamada de socorro procedente de Macaw por parte de Gladstone Gander, cambiando su rumbo, se dirigieron a la ciudad china, y allí descubrieron que el primo de Donald vivía a cuerpo de rey en un casino y que la ayuda la pedía para gastar todo el dinero que había acumulado o eso era lo que en principio parecía, pues la realidad resultó ser mucho más dura. En realidad, Gladstone era el prisionero de un malvado espíritu llamado Liu Hai que se alimentaba de la buena suerte del pato con la mejor suerte del mundo.
En ese viaje, el que más lo disfrutó al principio fue Louie, al menos hasta que descubrió que su tío 'favorito' en realidad solo parecía preocuparse de si mismo y de conseguir su libertad. Ese hecho llevó al patito vestido de verde a darse cuenta de cuanto apreciaba a su tío Donald.
Webby se alegró de que al menos ese viaje hubiera servido para eso, pues era consciente de que los trillizos, en mayor o menor medida, a veces se olvidaban de cuanto su tío había hecho por ellos. Aunque… si era sincera consigo misma, había disfrutado mucho más en Macaw que cuando llegaron al templo en el que estaba el grillo, pues el canto de este… no era nada del otro mundo la verdad.
Otro cambio significativo en la vida de Webby, era que había hecho una nueva amiga, lo cual para ella era un gran logro, teniendo en cuenta que había estado encerrada en la mansión sin apenas poder salir durante años.
Realmente su vida no paraba de mejorar. Ahora tenía incluso, la posibilidad de resolver un misterio, tal vez el mayor misterio de Scrooge McDuck. Y ese misterio, era el de la desaparición de Della Duck. Sí, cuando Dewey y ella fueron a los archivos a buscar información sobre la madre de los trillizos, encontraron una sala secreta repleta de objetos, escritos, pinturas… todo relacionado con ella.
Al principio Dewey parecía muy emocionado, tanto que le dijo a Webby que debían traer a sus hermanos a que vieran todo eso, o ese era el plan hasta que encontraron una nota escrita por la propia Della en la que se decía que ella se había llevado algo llamado la Lanza de Selene, y que lo sentía por eso.
Webby notó además que para Dewey esa no parecía ser la primera vez que escuchaba ese nombre, pero cuando le preguntó al respecto, el niño evadió la pregunta. Pero fuera lo que fuese lo que Dewey sabía, fue suficiente como para que cambiara de opinión y decidiera ocultar lo que habían descubierto de sus hermanos. Según el trillizo mediano, primero quería resolver el misterio antes de decírselo.
Para Webby esa situación se volvió muy incómoda, mentir no se le daba muy bien, y esconder secretos, sobre todo a sus nuevos amigos… era algo que preferiría no hacer, pero Dewey le había pedido que prometiera que guardaría el secreto, y Webby siempre, siempre, siempre cumplía sus promesas.
Cuando Webby se levantó esa mañana, estaba muy emocionada. Hoy había quedado nuevamente con Lena para ir al museo, ya que había una exposición sobre armas a lo largo de la historia y la joven con lacito en el pelo estaba emocionada por ver esa exposición.
Pensando en Lena, ayer mismo, cuando vino a la mansión, se presentó con un cuervo con bombín sobre su hombro.
"Esta es mi mascota" les dijo a los cuatro patitos, y añadió:
"Se llama Pokey"
Un buen nombre para un cuervo, en la modesta opinión de Webby.
Los trillizos, por su parte, de inmediato reconocieron ese pájaro como la extraña ave que parecía haber estado observándolos desde su llegada a la mansión, pero Lena de inmediato les quitó esa idea de la cabeza:
"No, no, no os sigue" les dijo "lo que pasa es que Pokey tiene tendencia a… buscar jardines enormes cerca de mansiones para pasar el rato, y vuestro tío-abuelo tiene la mansión más grande con el jardín más espectacular que hubieran visto, creo que es obvio que a Pokey le guste venir a menudo a este jardín"
Lena les dijo a los chicos que, a pesar de ser su mascota, ella le daba mucha libertad a ese pájaro, y que, aun teniendo esa libertad, el animal siempre regresaba con ella.
Awww
Webby encontró eso muy tierno, significaba que su nueva amiga cuidaba muy bien de los animales, tanto que, aunque podían hacerlo, se negaban a dejarla. ¡Lena era espectacular!
Pensando en Lena y los trillizos, Webby notó de que a pesar de que los tres la habían perdonado, Huey parecía… nervioso cuando ella estaba cerca. La chica con lazo en el pelo no alcanzaba a entender por qué, tal vez, tal vez fuera porqué aún recordaba cómo se lanzó sobre su hermano pequeño y temía que lo hiciera de nuevo, pues Webby sabe muy bien que Huey es como un pequeño papá para sus hermanos. Dewey por otro lado parecía estar superbién con Lena, pero Dewey era así, parecía ser incapaz de llevarse mal con nadie, y en cuando a Louie, el más joven de los trillizos parecía haber desarrollado algún tipo de admiración por Lena, como si la adolescente fuera algún tipo de superheroína o algo así.
Pensando más en la relación entre su amiga y los trillizos, la mente de Webby viajó al día al que fueron a ver esa película. Al salir del cine, y después de iniciarse esa discusión entre Huey y ella, Lena los incitó a bajar al subsuelo para investigar si los Terrafirmians eran reales o no. Puede que Huey viera a Lena como una mala influencia para ellos y por eso se ponía nervioso con su amiga adolescente. A decir verdad, Webby llegó a creer que incluso su abuela parecía disgustada con su nueva amiga, pero luego y para sorpresa positiva, cambió de opinión, y hasta le permitió venir a la mansión cuando quisiera, para gran alegría de las dos chicas. Tal vez Huey solo necesitaba más tiempo para acostumbrarse a ella.
Este último pensamiento le llevó a recordar que el trillizo mayor al principio también actuó de un modo muy nervioso cuando estaba cerca de ella. Podría ser que Huey se sintiera nervioso cuando estaba cerca de una chica a la que acababa de conocer. Porqué sí, Webby se había dado cuenta de que Huey no era tan extrovertido como sus hermanos.
Dewey era un chico agradable que no parecía tener miedo de hablar con quien fuera, y Louie, el trillizo más joven parecía tener una habilidad especial para socializar con los demás, e incluso conseguir cuanto quisiera de ellos. Pero Huey… él era más bien reservado, solamente se mostraba más abierto cuando hablaban de algún tema que realmente le interesaba.
Bien se acabó pensar en los trillizos, tenía que prepararse para su gran día, seguro que sería espectacular. La joven con lacito en el pelo se preparó y se vistió a toda prisa, luego bajó para desayunar, al entrar en el comedor, vio a su abuela preparando la mesa para los miembros de la familia.
"Buenos días abuela" dijo la joven alegremente mientras se sentaba en una silla. Su abuela la miró con una sonrisa en su rostro y respondió:
"Buenos días Webby, ¿qué haces levantada tan pronto?"
Webby sonrió ampliamente de nuevo y respondió a la pregunta de su abuela diciendo:
"Oh, es que hoy he quedado con Lena"
Su abuela la miró sorprendida y arqueando una ceja, preguntó:
"¿Con Lena?"
La joven asintió y respondió simplemente:
"Sí"
Un ruido captó entonces la atención de abuela y nieta, y mirando hacia la entrada del comedor, vieron aparecer a Huey, quién al entrar en el comedor, saludó a las presentes diciendo:
"Hola, buenos días"
Webby saludó al trillizo mayor con voz alegre:
"Buenos días Huey"
Beakley saludó también al niño:
"Buenos días"
Luego se volvió nuevamente hacia su nieta y le preguntó:
"Escucha Webby, con lo de salir con Lena, ¿adónde pensabais ir si puede saberse?"
Webby volvió a mirar a su abuela y con una enorme sonrisa respondió:
"Al museo"
Huey se sentó en la mesa junto a Webby y mirándola emocionado, dijo:
"¿Vais al museo? Si no tuviera ya planes para hoy, me gustaría venir con vosotras. ¿Qué clase de exposición vais a ver?"
Webby se volvió hacia el trillizo mayor, por el rabillo del ojo pudo ver que su abuela abandonaba la estancia, pero quitándole importancia a eso, se centró nuevamente en Huey y respondió:
"Una sobre armas"
La cara de Huey cambió radicalmente cuando escuchó lo que iban a ver las dos chicas, y hablando de un modo mucho más nervioso que antes, el joven preguntó:
"¿Sobre… armas?"
Webby casi saltó de su silla gritando:
"¡Sí! Estoy seguro de que será algo genial"
Huey retrocedió ligeramente asustado ante la repentina proximidad de su amiga y respondió:
"Sí seguro… lástima que no pueda venir"
Webby se separó, y sin dejar de sonreír, preguntó a continuación:
"Ya… ¿y tú Huey? ¿Qué haces levantado tan temprano?"
"Oh, pues verás, hoy el tío Scrooge va al club de millonarios, y había pensado acompañarle para ver cómo es ese lugar y qué es lo que hace él allí"
"Oh, está bien, esto… ¿Dewey y Louie no se han levantado todavía?"
Huey negó con la cabeza y respondió a la pregunta de Webby diciendo:
"No, los dos siguen durmiendo. A no ser que haya una aventura de por medio, a Dewey se le pegan las sábanas tanto como a Louie"
"¿A quién dices que se le pegan las sábanas?" preguntó una voz de repente. Los dos patitos miraron hacia la puerta del comedor sorprendidos y allí vieron al trillizo mediano, mirándolos con los brazos cruzados.
"¡Dewey!" exclamaron Huey y Webby al mismo tiempo, entonces, el trillizo vestido de rojo sonrió nerviosamente y comenzó a hablar:
"Yo… em… lo que quería decir…"
Dewey levantó una mano para silenciar a su hermano y habló él en su lugar:
"No te molestes en buscar una excusa Hubert, lo he oído todo"
Huey bajó la cabeza, avergonzado, y dijo:
"Lo siento…"
Dewey movió la mano con indiferencia y dijo a continuación:
"Bah, da igual, te perdono, pero vendré contigo a ese club de multimillonarios"
Webby vio que, ante esa última declaración, el trillizo mayor levantaba la cabeza rápidamente exclamando con voz ligeramente molesta:
"¿Qué? ¿Por qué?"
La joven miró entonces al trillizo mediano que miraba a su hermano mayor con una sonrisa en su pico y le escuchó responder:
"Yo también tengo ganas de saber qué hace nuestro querido tío-abuelo allí"
Webby no pudo evitar soltar una risita ante eso, los trillizos siempre se comportaban igual peleaban, hacían las paces, a veces parecía que uno quería imitar las acciones del otro, otras veces trataban de demostrar que no eran iguales haciendo actividades lo más diversas posibles… en fin, la chica con lazo en el pelo supuso que así era como actuaban los hermanos.
Los dos patitos miraron a su amiga y luego se pusieron a reír, luego Huey miró a Dewey y le dijo:
"Supongo que quien tiene algo que decir acerca de si vamos o no a ese club, es el tío Scrooge, yo no soy quien para impedirte venir"
Dewey no pudo sino admitir que su hermano tenía razón, así que finalizando así la conversación, los tres patitos se pusieron a desayunar, y cuando terminaron, los dos chicos se fueron hacia el club de millonarios mientras Webby esperaba a Lena.
Afortunadamente la joven no tuvo que esperar mucho tiempo, pues su amiga adolescente llegó a los pocos minutos de marcharse los dos hermanos. La mascota de Lena esta vez no estaba sobre su hombro, lo cual significaba que muy probablemente estaba por el jardín.
Las dos chicas de inmediato se fueron hacia el museo, y mientras caminaban por la calle, Lena de repente se volvió hacia su amiga y le dijo:
"Oye Webby, antes he visto salir a dos de los trillizos, el de rojo y el de azul ¿adónde iban?"
"Ah, ¿te refieres a Huey y Dewey? Querían ver cómo es el club de millonarios de Duckburg"
Lena abrió los ojos con sorpresa, lo que hizo que Webby pensara que había hecho algo mal, pero antes de que la joven pudiera preguntar qué había hecho mal, la adolescente de aspecto rebelde preguntó:
"¿Cómo puedes diferenciarles?"
Esa pregunta tranquilizó a Webby, así que Lena no se había sorprendido por ella, sonriendo ampliamente, la joven con lacito en el pelo respondió:
"¡Oh! No es tan difícil"
Lena arqueó una ceja y dijo a continuación:
"¿En serio? Aparte de llevar ropa de distinto color, ¿hay algo más que permita diferenciarles?"
Webby sonrió aún más que antes y con voz alegre explicó:
"Pues sí, tienen peinados distintitos, y además sus caracteres también son muy diferentes"
Webby vio que Lena adoptaba una postura reflexiva, tal vez ella también quería aprender a distinguir a los trillizos de otro modo que no fuera por el color. Y la chica con lacito en el pelo estaba dispuesta a ayudar a su amiga en todo lo que fuese necesario si ese era el caso.
Cuando Lena habló nuevamente, lo hizo diciendo:
"Oye Webby, me gustaría saber una cosa, si no es muy indiscreto, ¿Qué opinan esos niños de mí?"
Webby nuevamente se sorprendió, de todas las preguntas que podrían hacerle, esa era una de las que menos se esperaba. Aún así se esforzó por contestar lo más sinceramente posible:
"Bueno… no sabría decirte, Huey se pone nervioso cuando estas cerca, pero creo que eso es porque tiene miedo de que los ataques a él o a sus hermanos, como hiciste la primera vez que los viste"
Lena entrecerró los ojos, como si sospechara de algo, y luego contestó:
"Vaya, pensé que ya habíamos superado esto, ¿y los otros dos?"
Webby lo pensó unos instantes y luego contestó:
"Dewey se lleva bien con todo el mundo, así que creo que él te encuentra simpática"
Lena no parecía muy satisfecha con esa respuesta, pero no insistió, simplemente le dijo:
"Oh, gracias ¿y qué pasa con el de verde?"
Webby no tuvo que pensar mucho en esa respuesta, y rápidamente le dijo a la adolescente:
"¿Louie? Él te admira"
Lena se sorprendió y con voz ligeramente asombrada, preguntó:
"¿Me admira?"
Webby asintió con entusiasmo y respondió alegremente:
"Sí, a Louie por lo que me han dicho sus hermanos, se le da muy bien manipular a la gente para conseguir lo que quiere, y al ver que provocaste una pelea entre los Beagle Boys con tan solo una pregunta… bueno, eso lo dejó impresionado"
Lena sonrió con picardía y cruzándose de brazos respondió:
"Vaya, me siento halagada"
Webby se rio y con voz alegre y confiada le dijo a su amiga:
"No tienes por qué Brittania, estuviste a la altura de las expectativas"
Lena también se rio y respondió:
"Te digo lo mismo Inglabeth, de no ser por ti no habríamos logrado salir"
La exposición sobre armas era aún más impresionante de lo que Webby había esperado, realmente allí había armas de todas las épocas de ¡todas las culturas! Algo simplemente genial.
La chica con lazo en el pelo apenas podía contener la emoción yendo de un lugar a otro, tratando de determinar de dónde era tal o cual arco, adivinando, y casi siempre acertando, en que año comenzó a utilizarse cada tipo de arma.
Girándose hacia su amiga adolescente, Webby quería comprobar si ella estaba tan emocionada como la propia Webby por estar allí. Cuando la joven localizó a Lena, vio que ella parecía muy interesada en armas mágicas o cuyo origen se considerara mágico o sobrenatural. Webby sonrió, esas armas también eran muy interesantes, en su opinión, sobre todo teniendo en cuenta que vivía en una mansión con un pato que detestaba todo lo que tuviera que ver con magia.
Webby se acercó a su amiga y situándose a su lado le dijo:
"¿Te gustan las armas mágicas?"
Lena se miró a Webby con los ojos abiertos, no esperando en absoluto la repentina aparición de la otra chica, pero pronto se recuperó y respondió:
"¿Qué? Oh, en realidad no, pueden parecer mágicas, pero ¿cómo podemos saber que en realidad lo son? ¿Cómo podemos incluso saber si la magia existe en realidad?"
Webby entendía lo que quería decir Lena, pero, ella sabía que la magia existía, era una realidad tan clara como el agua para ella, y así lo expresó diciendo:
"Bueno… desde mi experiencia, puedo decir que la magia existe, o por lo menos existen los dragones buscadores de oro, las espadas encantadas, los fantasmas, y los caballos sin cabeza"
Lena sonrió con picardía y preguntó a continuación:
"Vaya, y ¿cómo sabes tú todo eso?"
Webby sonrió con cierta nostalgia, aunque lo que estaba a punto de contar no hacía tanto tiempo que había sucedido:
"El día que los chicos llegaron a la mansión, despertamos a todos estos seres en el garaje del Sr. McDuck"
Lena abrió ligeramente los ojos y cruzándose de brazos, preguntó a continuación:
"Oh… ¿y alguno de los niños se comportó de forma rara ante alguna de esas criaturas?"
Webby miró a su amiga de forma extraña. ¿A qué venía esa pregunta? No tenía sentido, ¿por qué iba alguno de los trillizos a comportarse de forma extraña? Aunque si por extraña se entendía a reaccionar con miedo, incertidumbre o completamente desconcertado por la situación, entonces, los tres habían actuado de forma rara. Pero nuevamente, estaban viendo a todos esos seres por primera vez, es más, estaban siendo atacados por ellos, lo más lógico, era reaccionar del modo en el que los tres hermanos reaccionaron.
Tras esa breve reflexión, Webby miró a Lena nuevamente y respondió:
"… No, no que yo recuerde, ¿por qué lo preguntas?"
Lena apartó la mirada y respondió:
"Oh sólo curiosidad, pensé que tal vez, si interactuasteis con seres mágicos, puede que alguno de ellos, no sé… ¿tenga también magia?"
Webby arqueó una ceja, pues lo que acababa de decir la adolescente parecía lo opuesto a lo que había dicho antes, y así lo exteriorizó preguntando:
"¿No decías hace un momento que no creías en la magia?"
Lena rápidamente alzó las manos y respondió a esa pregunta diciendo:
"No, lo que he dicho es que no podíamos saber si existía, no que no exista. Lo que preguntaba antes, era por si alguno de los niños mostró cierta… sensibilidad ante esos objetos, he oído por allí que aquellos que poseen magia tienden a reaccionar ante objetos mágicos, y si alguno de ellos tuviera magia, sería genial, ¿no crees?"
Webby tuvo que admitir que lo que decía Lena era cierto, tal vez no se lo había preguntado a ella directamente, porqué de tener magia, Webby ya se habría dado cuenta y obviamente, ya se lo habría dicho a su mejor amiga. Algo tan genial como la magia no debía ocultarse, al menos no según la opinión de Webby. Así pues, la joven contestó a Lena diciendo:
"Sí ciertamente sería genial, aunque no creo que ninguno de los chicos tenga magia, yo no los he visto reaccionar a nada mágico, al menos no por ahora, aunque si hablamos de ser sensible, creo que el más sensible de los tres es Louie, aunque trate de ocultarlo constantemente"
Lena sonrió aún más y dijo:
"Ah… así que Louie es el más sensible"
Webby asintió y respondió:
"Sí, pero, no creo que eso tenga algo que ver con que él tenga magia, la sensibilidad de Louie tiene que ver con que él… intenta mostrar que las discusiones, las malas experiencias, las aventuras que salen mal, no le afectan, cuando en realidad, tal vez sea el más afectado de todos, Louie simplemente actúa como si nada le importara mientras que en su interior lo guarda todo"
La adolescente pareció decepcionada por esa respuesta, tal vez no era lo que ella esperaba. Aún así, trató de ocultar su decepción diciendo:
"Ah ya, claro. En fin, ¿seguimos mirando la exposición?"
El resto de la visita fue bastante tranquilo y para cuando salieron del museo, ya casi era la hora de comer. Las dos chicas decidieron volver a la mansión. Regresando allí, se encontraron con Huey y Dewey, quienes, con voz entusiasmada, les anunciaron que al día siguiente empezarían a trabajar como becarios para Mark Beaks, al cual habían conocido en el club de multimillonarios.
Webby notó tres cosas, la primera que Huey parecía ser el más emocionado de los dos por su 'nuevo trabajo' segundo notó que el trillizo vestido de rojo aún parecía nervioso estando cerca de Lena, en serio, eso comenzaba a ser un poco ridículo, tal vez Webby debería hablar con Huey al respecto.
Por último, la chica con lazo en el pelo vio que Dewey tenía un maletín el cual no llevaba cuando salió de la mansión esa mañana. ¿De dónde lo había sacado? Bueno eso era igual, lo importante era llegar a la mansión para comer.
Al llegar allí, se encontraron con que Louie se había pasado toda la mañana delante de la televisión. Menuda novedad. En serio, el trillizo más joven debería aprender a no ser tan perezoso, tal vez Webby debería hablar con el Sr, McDuck para irse de aventuras más a menudo y así sacar a Louie de lo que se estaba convirtiendo en su rutina habitual.
Sí, sería bueno para el trillizo más joven salir más a menudo, y Webby se encargaría de que así fuera, le enseñaría lo gratificante que era vivir e involucrarse en una aventura, la cual no necesariamente tenía que involucrar tesoros, lo importante no era el resultado final, sino la aventura en sí y lo que se pudiera aprender de ella.
Cuando los cinco patitos terminaron de comer, nuevamente cada uno volvió a sus propias actividades, Lena anunció que ya era hora de irse, por lo que Webby y ella se despidieron y la adolescente se fue de la mansión Pokey apareció de repente volando quién sabía de donde, y se posó sobre el hombro de la joven.
Awww, Webby realmente admiraba la lealtad que mostraba ese cuervo por su amiga. Ojalá ella tuviese también una mascota tan leal, y no, ella no elegiría un tigre. ¿Una pantera? Tal vez, pero un tigre… no, Dewey podía quedarse con él.
Poco tiempo después de marcharse Lena, el Sr. McDuck llegó a la mansión, y Webby decidió que tal vez sería bueno hablar con él acerca de… Louie y las aventuras. El Sr. McDuck pareció bastante interesado en ese hecho, tal vez porqué a él tampoco le gustaba ver a su sobrino-nieto holgazanear de esa manera, el rico pato le prometió a Webby que prepararía una expedición, probablemente a Egipto, para irse lo antes posible, pero que antes de hacer eso, tenía que encargarse de otro asunto, un posible nuevo enemigo del que tenía que… ocuparse.
Bueno, esa respuesta pareció ser suficiente para Webby, al menos sabía que ahora el Sr. McDuck iba a encargarse de la situación, y eso le daba a la joven con lacito en el pelo, la libertad para encargarse de otro asunto que tenía entre manos.
Dirigiéndose hacia su habitación, Webby sacó un libro en cuya portada podía verse un unicornio, pero que en realidad escondía debajo de esas tapas falsas, un libro de magia, 'El Grimoire du Merlock', después, cogió una pulsera a medio hacer, su intención era terminar esa pulsera y luego hacer otra, serían pulseras de la amistad para Lena y para ella, pulseras que luego hechizaría con un conjuro del libro de magia que había logrado introducir en la mansión, con un hechizo de amistad eterna.
Sí, Webby estaba convencida de que sí hacía eso, Lena y ella serían amigas para siempre.
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Sin ella 2
Jake Wyler x Reader
10 años después
-Mensaje nuevo de "Mamá❤️"-
Mamá❤️: mira hija que me encontré en el buzón esta mañana 12:36✔️✔️
Imagen.pgd✔️✔️
Mamá❤️: Pensarás ir ¿verdad? 🤨 ____: No entiendo, el motivo por el que no iría ma' 🤷🏻♀️ 18:03✔️✔️ Mamá❤️: ¡Esa es mi niña! 🥰 18:10✔️✔️ ____: siento irme en un momento así...pero he de preparar mis maletas y las de James, ya sabes es el 24 y estamos a 19, quiero pasarme por casa para verte ¿te importa si me quedo allá un tiempo? 18:19✔️✔️ Mamá❤️: ¿¡Pero qué dices?! Como me iba a importar que te quedes conmigo, eres mi niñita🤗 y desde que se fue Frank la casa se siente sola además, sabes que quiero ver a James 18:26✔️✔️ ____: Ma' Frank se fue hace tres años🙄 y James también quiere verte 18:30✔️✔️ Mamá❤️: ¡y tú llevas fuera 10, niña del demonio! 😠 ¡No repliques a tu madre! 18:38✔️✔️
____ se conectó por últ. vez a la(s) 18:39
____ se acercó al armario de su habitación y empezó a sacar prendas y colocarlas en forma de pila sobre la cama
-¡James!- llamó
Pasos se oyeron por el pasillo - ¿si?- preguntó una dulce voz desde la puerta
La mujer se giró para mirar hacia donde se encontraba- Cariño, saca tu mochila de la cómoda de tu cuarto y vete guardando allí tus juguetes ¿si? Mamá irá ahora a guardar tu ropa
-¿Dónde vamos?- cuestionó acercándose a la cama, para dar un salto y sentarse
-A casa de la abuela- respondió ___, el niño al oír esas 5 palabras empezó a dar palmadas- Venga a guardar tus cosas, cielo
El pequeño niño rubio salió corriendo de la habitación en dirección a la suya
La fémina desde su cuarto podía escuchar el sonido de los juguetes chocar entre sí y a su pequeño cantar "Somewhere over the rainbow" con una muy mala entonación
Cuando ____ acabó sus maletas, se encaminó al cuarto de James, cuando entró observó tres mochilas abarrotadas de cosas
-James- musitó suavemente- ¿Por qué llevas tu habitación entera? No estaremos más de 3 semanas. Además tenemos que subir a un avión-
-¿U-un avión?- preguntó con miedo
-Eh cariño, tranquilo- se acercó a él y se agachó a su altura para acariciar sus mejillas, un tierno puchero se formó en el rostro del niño- No va a pasar nada, mamá estará contigo, ¿lo sabes verdad?- El rubio asintió, y abrazó a su madre por el cuello apretando sus pequeños brazos alrededor de este
-Te preparo la maleta con ropa y luego...cenaremos pizza- intentó animarlo. Sintió como sonrió sobre su hombro
-Yo la quiero barbacoa- susurró
____ solo rió
Al día siguiente tuvieron que levantarse a las 7am para abordar un vuelo, el problema de vivir en Londres es tener que hacer un vuelo de 14 hrs hasta casa de tu madre y por defecto a la reunión de ex-alumnos
-Estoy muy nervioso- susurró el pequeño apretando la mano de su madre
-No tienes porque estarlo-
-Los aviones son malos, mamá. Son malos- susurró apunto llorar
-Los aviones no son malos, cielo- susurró acariciando con sus dedos los nudillos del pequeño- No hay que tener miedo de algo que nos llevará a ver a la abuela
James solo asintió no muy convencido
El pequeño pasó el vuelo, dormitando, viendo películas, comiendo cacahuetes y bebiendo zumos de manzana
"Al menos no ha llorado como cuando tenía año y medio" se tranquilizaba mentalmente ____, cuando las azafatas avisaron que debían ponerse los cinturones pues iban a aterrizar
____ ató su cinturón y el de James, cuando aterrizaron James se puso ha aplaudir por la emoción de que no hubiese pasado nada
Al llegar a la terminal pasaron sus pasaportes y fueron directos a la salida del aeropuerto donde Margot los esperaba al lado de un Nissan Leaf blanco.
En cuanto los vio se acercó a ellos y los llenó de besos
-Pero mira que grande estás, Jamey ¡eres igual de guapo que tu padre!- halagó la mayor, ___ solo pudo esbozar una débil sonrisa ante el recuerdo del padre de James
-Tita ¿tú crees que Watson podrá jugar conmigo al fútbol?- preguntó inocente el menor, Watson, el nuevo esposo de Margot era como el padre que nunca tuvo ____, el pobre sufría de artritis*
-No creo mi vida - lo agarró en sus brazos y los llevó al coche sentando al pequeño en la parte trasera, ____ se sentó en el asiento del copiloto; una vez guardó las maletas en el maletero, con la mirada gacha, tenía tanto que agradecer a Watson
El viaje a la casa de su infancia fue relativamente corto, no duró ni 45 minutos
Cuando estacionaron en frente de la casa de su infancia, la primera en bajar fue Margot, se dirigió a la parte trasera para sacar a James. Dejaron a ____ sacar todas las maletas, y no eran pocas
-Gracias por ayudarme- musitó ___ con la voz cortada por el esfuerzo.
-¡Watson baja a ayudar a la niña con las maletas!- gritó Margot cuando entró en la casa. Rápidamente Watson bajó las escaleras hacia el coche y ayudó a ___ con el equipaje
-Gracias Watson- agradeció ____
-De nada cielo
-¡Mamá!- gritó james- ¡Me voy con la abuela al parque! ¡Adiós!
-Veo que mamá echó de menos a James
-Habla todos los días de él- contestó Watson con una sonrisa
-A veces odio vivir tan lejos, pero tampoco me gusta estar aquí- elevó los hombros mirando al suelo y a las escaleras- Iré a subir las cosas arriba- anunció
-¿Te ayudo?
-No, tranquilo, lo subo poco a poco, ve con mamá y Jamey
Watson se fue y ella se quedó más tranquila viendo los nuevos adornos que decoraban la casa, no estaba ahí desde hacía casi cuatro años, pero las fotografías seguían ahí: cuando se graduó en la universidad, una foto con su madre, el día que fue a probarse el uniforme, las pruebas de vestido, el día de su boda, James de pequeño en su cuna con el móvil de la cama personalizado con avioncitos
La mayoría eran lindos recuerdos del pasado.
A James le encantaba estar en el pueblo de la infancia de su madre, era demasiado idílico para un niño de 5 años, con los grandes parques, las zonas verdes, los barrios tranquilos y sin contar que, un tiempo ideal ,hay una gran cantidad de niños de la misma o similar edad a James; en cambio en Londres encontrar todo eso es bastante complicado.
(...)
-¡Mira que guapa está mi niña! - exclamó emocionada Margot y no mentía, ___ se veía radiante: el vestido morado oscuro que portaba le iba como anillo al dedo, los bonitos tacones negros la estilizaban la pierna y el peinado solo hacía que se viese más refinada- Vas a deslumbrar hoy cariño- dijo con un tono lleno de amor
-Gracias mamá- susurró mirándose al espejo- Ya sabes si James se despierta a media noche ponle "Mary Poppins" o "Tarzán" son sus favoritas, si tiene hambre tienes qu- Margot no la dejó terminar pues la miraba con una ceja alzada y una mueca en la cara
-___, cielo, he criado dos hijos, sé que Frank no es muy normal- se encogió de hombros- Pero está bien criado, son los genes de mis cuñadas- ___ rodó los ojos- Creo que sabré cuidar de mi nieto por una noche y si son más, no hay problema- la guiñó un ojo
-Ja Ja- respondió con sarcasmo- Sabes que lo mío no son las relaciones mamá-
-Bueno había que intentarlo- echó un vistazo a la pantalla de su móvil- Cariño la reunión ya empezó, deberías irte ya
-Si mamá, hasta luego- la dio un beso en la mejilla y bajó las escaleras, no se encontró a Watson por lo que dedujo que estaría con James, decidió no molestarles pues igual el mayor le estaba contando una historia del ejército, James amaba esas historias
Agarró su chaqueta y las llaves y salió de la casa
Iba a ir andando al instituto pues, a fin de cuentas no le quedaba tan lejos. Por el camino iba encontrándose con antiguos compañeros que al igual que ella iban andando al lugar
-¿____? - escuchó una voz detrás de ella, se giró de donde provenía su llamado. Vio a una mujer de cabellos rubios platinos recogidos en una trenza de espiga
-¡Lisette!- exclamó feliz viendo a su amiga del instituto- ¡Dios!- Esta vez gritó al ver su enorme panza- ¿Qué es?
-Son- corrigió - Dos niñas- respondió con una sonrisa deslumbrante
-No sabes cuanto me alegro, Lis, de verdad-
Se encaminaron juntas al recinto
-¿Y...cómo te ha ido en estos últimos años?- preguntó Lisette girando la cabeza para mirarla mientras andaban
-Pues....-meditó- Han sido complicados, muy complicados- dijo remarcando la palabra "muy"
-¿Tienes pareja o hijos?- Esta vez cuestionó acariciando su vientre
-Sí, tengo un hijo, James- respondió con una sonrisa
-Eso es fantástico, yo tengo cinco fieras en casa y los dos en camino- ___ la miró sorprendida- ¡Ey! No me mires así, no teníamos TV hasta que nació Margaret- reprochó- Y....- la miró pícaramente - ¿Cómo es el padre de James?
___ bajó la mirada- Es algo complicado Lis, un día de esta semana podemos quedar para ir a una cafetería y te lo explico- ofreció
Lisette solo asintió- Siento si te moleste, es solo que...desde lo de Jake...pues...- dudaba su respuesta
-No hace falta que sigas- la paró con una sonrisa reconfortante- Mira ya hemos llegado
Entraron al edificio y se dirigieron hacia el gran pabellón, dentro de este una mesa con diferentes tipos de Snacks y otra muy, muy extensa con bebidas
"Si me aburro puedo embriagarme" se animó la de vestido morado
-Lisette ¿de verdad crees que este es un buen ambiente para ti?- cuestionó preocupada ____
-Estuve en ambientes peores cuando en quedé embarazada de Greg
____ frunció el ceño ante eso, Lisette era una "gran madre"
-Me estoy agobiando, mucha gente- avisó ____- Creo que me iré ¿si?
Lis asintió
____ se encaminó a la salida del lugar y se sentó en una banca del patio
Sintió como la madera crujía al lado contrario del banco donde se encontraba ____ miró de reojo quien era, no se lo podía creer
-Hola- susurró su acompañante
No respondió- Sé que lo hice mal- continuó
-Me da igual la verdad- respondió ella con indiferencia
-¿Es lo primero que me dirás después de 10 años ?
-¿Quieres que te pregunte sobre tu vida?- cuestionó divertida
-Pues no sé-dubitó que decirla- ¿No te intriga saber que hice en una década?
-Sinceramente- hizo una pausa dramática- Nop
Jake rodó los ojos, siempre le había encantado su espontaneidad- Bueno pues aunque no preguntes yo te responderé igual, verá- fue interrumpido por ____
-No me interesa tu vida con Norah, Jake
-¿Norah? ¿Qué Norah? - preguntó confundido Jake
-Oh ¡¿no me digas que ya te olvidaste de Norah!?- ___ observó a su acompañante y lo vio confundido así que lo ayudó- Por la que me dejaste
A Jake se le iluminó el rostro al acodarse de la inexistente Norah, fue todo mentira si hubiese dicho la verdad ahora ni le estaría hablando
-Aaah ya, si claro...l-la dejé dos semanas después de empezar con e-ella- finalizó
-¿lo único que hiciste en 10 años?
-Más o menos, ahora enserio, ¿como te fue a ti?-
-Estudié derecho en la Universidad Carlos III de Madrid
-Ese siempre fue tu sueño- susurró Jake. ____ asintió con una sonrisa
-Hice las prácticas en un bufete de abogados cercano a Toledo, pero...me dejaron fija en Londres, Mi actual residencia- explicó la fémina
-En el sentido de estudios y trabajo no me fui tan lejos, estudié grado en diseño de producto, trabajo a 35 minutos de aquí-
-Me alegro mucho Jake
-Y...¿tienes pareja o familia?
-Mi madre sigue perfecta, te odia, pero esta perfecta, Watson sigue teniendo astritis y tengo un hijo- Jake bajo la mirada, seguro que estaba casada con alguien o en alguna relación- Se llama James, es rubio cenizo, tiene unos enormes ojos verdes achocolatados y uñas largas pestañas rubias, sus mejillas son las más rechonchas y rosadas que jamas hayas visto- finalizó con alegría en la voz
-¿Su padre?- cuestionó
-No me creo esa pregunta, ¿Frank no te lo contó?
-Frank me dejó de hablar el día que se enteró de lo que te hice- respondió con sinceridad
-Bueno, el padre de James murió cuando él tenía dos años- contó con la voz rota y muy suave-
-L-lo siento, Dios, que idiota soy por preguntar....Perdóname
-Tranquilo Jake, no pasa nada, es parte de mi pasado. ¿Continúo?- Jake asintió concentrando toda su atención en ella
-Se llamaba Chadler, era militar en las fuerzas inglesas, nos conocimos en el bufete de Brighton, él quería el visado que pedían la militancia para ir a Irán- lo contaba con admiración- Me pidió mi número para "contactar por si surgían problemas"- remarcó las comillas con sus dedos- Se fue de misión y en cuanto volvió me fue a buscar a la puerta de las oficinas, ¡vestido de militar!-
-Vaya exagerado- musitó Jake molesto por ver cómo ____ hablaba de él
-Eh eh eh- lo replicó ____ con el dedo índice Tú querías saber sobre él- cogió aire para continuar
>> Aún venía con heridas por el rostro, pero me hizo intensamente feliz verle ahí, al menos no se olvidó de mi por alguien más- lo último lo dijo mirando al azabache- Empezamos a salir a los 7 meses de conocernos, allá por el 2010, en el 2012, me pidió matrimonio, de la forma más normal del mundo, como un civil, a él no le iba pero lo hizo por mí, porque sabía que no me gusta destacar. Nos casamos en el 2013, una boda militar: yo iba vestida como una novia "típica" pero llevaba algunas medallas de batallón de Chad. Me las obsequió porque según él las ganó cuando estábamos juntos, yo era su inspiración y fuerza: exactamente lo que representaban los medallones que llevaba a la altura de mi corazón A finales del 2013 me enteré de que estaba embarazada, fue una de las mejores noticias de mi vida- Jake sonrió al verla hablar tan feliz pero no pudo evitar observar también como pequeñas lágrimas caían por su rostro- James nació el 1 de Agosto* de 2014, era aquella luz que todo el mundo necesita en su vida- "Tú eres la luz que yo necesito en mi vida ___" pensó Jake al oírla pronunciar esas palabras- Vinimos aquí cuando James cumplió los 36 meses, mi madre fue la que más lloró al verlo-
-¿E-estuviste aquí? ¿con tu hijo y Chadler?-preguntó cohibido Wyler
-Si-suspiró frotando sus manos por su rostro- Mi madre amaba a Chadler, porque Chadler nunca me falló, no como todo el mundo- miró hacia el cielo, ese hermoso y estrellado cielo de su pueblo natal- continuaré- Jake giró sobre sí mismo para sentarse con el costado y el brazo derecho sobre el respaldo de la banca para quedar delante del lado de ____
>>La ultima misión que Chad dijo que tomaría para luego retirarse fue, literalmente, su última misión: el avión en el que iba fue bombardeado, si, podrían haberlo esquivado de no ser por el patán que lo pilotaba, falleció en 2016. Llegó una carta a mi casa informándonos de su defunción. Cuando James cumplió los 4 años, y era más...¿consciente? de todo empezó a preguntar por su papá, sobre cuándo volvería. Yo obviamente se lo expliqué todo, desde entonces tiene alto pánico a viajar en avión. Me costó horrores subirle a uno para venir acá
-No s-sabes cuanto lo siento ___- musitó apenado Jake
-No fue tu culpa, no tienes que sentirlo- intentó animarlo ___ acariciando la mejilla de Jake con su pulgar
-Fui un completo gilipollas cambiándote, siendo un jodido egoísta- Los ojos de ambos se cristalizaban con cada palabra del azabache- Si-i no te hubiese hecho eso....Tu ahora tendría aún bonito anillo en ese dedo que me perteneciese, viviríamos en Inglaterra cerca del bufete, habríamos tenido un hijo y no estaría sin padr- ____ lo interrumpió antes de que siguiese hablando
-Ni se te ocurra decir que si hubieses estado conmigo James tendría un padre, Wyler. Ambos sabemos que no eres capaz de cuidarte ni a ti mismo- habló ella con molestia en la voz- Chadler para mí fue...fue...de las mejo-mejores cosas que me pasó en la vida ¿ok?
-¿Más que yo?- preguntó con dolor en la voz
-Pues si
-Se que cometí un error, pero puedo hacerte feliz, lo sé
-Jake somos humanos tenemos derecho a errar, y si lo damos vueltas, el que me dejases no estuvo tan mal- elevó los hombros Jake la miró incrédulo- Gracia a ti, tuve la determinación de irme lejos de aquí a estudiar y sin ganas d devolver me quedé allí, conocí a Chadler gracias a esas decisiones, así que estoy agradecida contigo- se levantó de la banca, se acercó a Jake y le dio un beso en la mejilla yéndose- Pero sabes donde vive mi madre, además....Según Lisette hay un delicioso té de menta en la cafetería de Side Place podemos ir como amigos- Le sonrió y se fue
Jake solo se la quedó mirando con una sonrisa y una vaga esperanza de que ella pudriera darle una segunda oportunidad a él
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Dios te salve.
Como hacen los fantasmas de las ciudades que comúnmente denominamos vagabundos, Carmen caminaba de un lado a otro con ojos vacíos, hablando sola y sin ella, perdida, como todos, pero con un pesar que le partía el corazón cada cinco minutos y luego se recomponía en un suspiro, para romperse otra vez y así sucesivamente taladrándole lentamente el alma. Atravesó unas cuantas calles sin mirar a los dos lados, chocó con ocho o trece personas, se quedó parada en una esquina sin moverse al menos una hora, luego cuando por fin sus piernas decidieron avanzar, una banqueta la llamó, y ahí se sentó a llorar otra hora. Tres ratas pasaron bajo sus piernas, un camión le echó humo en la cara. Cuando los ojos se le secaron, se levantó y caminó nuevamente sin hacer caso a los semáforos, repitiendo el mismo ciclo, mientras la muerte y la locura ya caminaban tras ella escoltándola. Mientras seguía con esa marcha como de ir al paredón, una mano la tomó del brazo, la cual sintió como si el refrigerador viejo de casa de su abuela la electrocutara o como cuando la plancha con la que su mamá le remendaba el uniforme los lunes, le quemó la piel. Carmen alzó la cara y vio a un hombre de unos 40 años, con una barba ya canosa que le hablaba, preguntándole repetidamente- ¿Estás bien? ¿Estás bien? – mientras este la veía a los ojos, sin encontrar nada en ellos, pero de igual forma seguía hablándole – Creo que necesitas ayuda, ven conmigo. – Carmen se dejó guiar unas cuantas calles hasta que fueron a dar frente a un edificio con una puerta muy grande de madera que tenía tallados unos símbolos que no pudo comprender, encima del edificio se encontraba una estructura de un triángulo dorado que daba una magnificencia súbita, mientras unas letras muy grandes también doradas, debajo de él decían en grande:
“Iglesia del evangelio perdido”.
Carmen se quedó paralizada ante la estructura y ahí a las afueras del edificio se hincó y comenzó a llorar, ya no de tristeza, sino de alivio, de consuelo, mientras la muerte y la locura se iban nuevamente por otros rumbos y sus ojos volvían a llenarse de color y esperanza. Se había salvado.
Por ahí por la Península de Yucatán, pasando por Campeche, Champotón, Escárcega, siguiendo más adelante hasta llegar a Candelaria, donde se encuentra el río que lleva el mismo nombre y que gracias a él, la actividad ganadera y agrícola es la que domina el área. Bueno, más adelante todavía, después de Pejelagarto, que aquí haré un paréntesis, esto es de esas maravillas de Dios, es un pez que tiene un pico, bueno, no pico, porque eso es de los pájaros. Una boca que asemeja mucho a la de un cocodrilo, y que se dice también que es delicioso, es mucho más común en Tabasco, aunque la verdad Tabasco y Campeche están muy cerca uno del otro, así que es casi lo mismo, espero que puedas llegar a ver uno y mucho más, que puedas comerlo. Bueno, tendrás qué pasar también Miguel Alemán, y luego yendo un poco más delante de Josefa Ortiz de Domínguez, se llega a un lugar donde termina la carretera y ya solamente queda adentrarse a la selva, dicho lugar se llama “El chilar”. Ahí hemos decidido que tienes qué ir a inaugurar nuestra siguiente iglesia y poco a poco vayas haciendo más adeptos. Claro que después puedes moverte a otros lados como los que te mencioné antes, pero es importante comenzar por ellos, sí es la región más pobre de todo el lugar, pero también creo que eso lo hará más fácil, solo tienes qué poner en práctica lo que te enseñamos, lo que el apóstol Felipe te ha dicho. Seguro que te irá bien. Estaremos en contacto seguido y cuando sea el momento te iremos a visitar. Que la verdadera palabra le acompañe, hermana. Contamos con usted para seguir creando más pilares de nuestra iglesia.
Ese fue el mensaje que el Apóstol Dionisio le dio, como una oportunidad y en gratitud de sus servicios a la congregación episcopal de los evangelios perdidos, y Carmen ahora vivía solo y para ellos, después de haber sido salvada en aquella ocasión cuando sintió que la vida se le iba de las manos. Así que tomó sus maletas y salió de Michoacán hasta el estado de Campeche, siguiendo el camino ya señalado. Ahí fue tal cual le dijeron. Un lugar pobre. Las casas todas de palos, techos de cartón, o si acaso uno que otro con lámina, pero en su mayoría todas eran así. Ninguna casa tenía piso y mucho menos baños. Eran pocas las que habían construido una letrina en los rincones donde terminaban los terrenos de las casas. En las escasas cuatro calles de componían el pueblo, había gallinas y cerdos caminando, los cuales los perros de vez en cuando iban a regañar para regresarlos a los hogares que pertenecían. También había una especie de muelle que daba acceso a lo que en ese momento parecía un pantano, en el que aseguraban que habitaban lagartos que durante la época de lluvias, cuando el agua subía y ese encharcadero que llamaban lago, se volvía un pantano que seguro era más bien un estanque, los lagartos llegaban a las orillas y se llevaban gallinas despistadas e incluso algún perro que abusando de su valentía, se había aventurado y acercado más de la cuenta.
A Carmen la recibió Atilano, un campesino al que los hermanos apóstoles habían contactado previamente y que pagaban para facilitar el establecimiento tanto de la hermana como de la nueva iglesia que montarían. Atilano era hijo de los primeros pobladores, aunque sus padres habían muerto hacía unos 15 años, cuando él era joven. Nunca se había casado, a pesar de que sus padres habían arreglado su matrimonio con una de sus primas, pues al parecer antes de que esto sucediera, ella había huido. Algunos decían que se había enamorado de un menonita que había renunciado a su comunidad y juntos habían huido a Tijuana. De cualquier forma Atilano vivía feliz y tranquilo, haciendo chambitas de repente y vendiendo algunas de sus gallinas o cerdos que sus padres le habían dejado.
Fue justo en parte del terreno de Atilano donde inicio la construcción de la iglesia. Mientras tanto, Carmen arreglaba una cabaña que una familia había abandonado, cuando uno de sus hijos murió ahogado en el río y su cuerpo había sido desmembrado por los cocodrilos, hacía unos tres años. En el baño remplazó la letrina por un retrete y también le instaló una regadera y un tinaco. También Atilano le regaló un perrito de unos 5 meses al que llamó napoleón, en honor a su artista favorito, el cual estaba inflado como un globo, debido a que no lo habían desparasitado y caminaba todo el tiempo como si estuviera a punto de caerse, por lo que 2 meses después murió ahí acostado bajo la hamaca en la cual dormía Carmen en su cabañita.
Una vez que se había instalado de forma apropiada en el pueblo, Carmen emprendió su camino a ir tocando de puerta en puerta hablándole a la gente del Chilar, de la verdad, la fe y el verdadero camino al cielo. Les pedía que le contaran sus problemas o algo que quisieran cambiar y que ella, de la mano de Cristo sin duda alguna los ayudarían a lograr y darle un nuevo rumbo y sentido a sus vidas.
En una ocasión conoció a Jacinta, quién apenas al presentarse y hablarle del poder de Dios y de los evangelios perdidos rompió a llorar y a decirle que por favor le ayudara, decía:
-Ayúdeme Santísima Carmen, ayúdeme hermana. Mi esposo… mi esposo ya no me ama, ama a otra.
Carmen la levantó lentamente y le prometió que la iba a ayudar. Primero le hizo saber que a veces la vida toma esos rumbos, que las personas no permanecen siempre a nuestro lado y que la muerte no es lo único que nos puede separar. Pero Jacinta seguía llorando - ¡Es que usted no entiende! ¡No ama a otra mujer, ama a otra! – Carmen la vio ahora más extrañada… y un poco más en silencio preguntó - ¿Ama a otro hombre? – Jacinta seguía llorando y moviendo su cabeza indicaba que tampoco era esa la razón. - ¿Entonces a quién ama? – preguntó Carmen. Entonces Jacinta se repuso, y tomando fuerzas dijo – Ama a su estúpida cabra. La compramos hace dos años. Ya había sentido algo raro, pero hace unos meses lo vi. Lo vi haciendo cosas con ella. Le reclamé, pero me dijo que la prefería a ella antes que a mí, y que lo dejara en paz.
En otra casa encontró a Doña Rosi. Una mujer de unos 50 años que juraba que su hijo estaba poseído. Doña Rosi quería que le ayudara a sacarle el diablo y lo volviera un muchacho normal, aunque la realidad era que tenía cierto retraso mental y la falta de apoyo y atención lo habían hecho integrarse al mundo de maneras extrañas, como gritando solo o riéndose de la nada de un momento a otro. Carmen le explicó el problema a Doña Rosi y tan la quiso hacer entender, que le prometió que su hijo se convertiría en un gran Apóstol de la iglesia y que ella sería quien le enseñaría todo de los evangelios perdidos y que tenía que considerarlo más bien un regalo de Dios.
En otra ocasión Carmen fue a la tiendita del pueblo, la cual administraba Don Apolinar, quien tenía su familia en Miguel Alemán, aunque en realidad eran de Tabasco pero tenían varias tienditas en ese pueblo. Por eso decidió asentarse en el chilar, para seguir con la tradición de la familia sin hacerse competencia, pues ya tenían varias sucursales de “La bendición de Dios” como llamaban a sus tendejones. Carmen hizo buena amistad con Don Apolinar, pues hablaban de cosas que sucedían en la ciudad, de ciertos artistas tanto de cine como de música con los que compartían su afición, aunque eso sí, Don Apolinar le dejó en claro que él no iría a su misa, pues él era adventista, pero que cuando quisiera, podían discutir y argumentar de sus respectivas religiones.
En otra casa, la de doña Lupe y Don Martín, Doña Lupe le pidió que le ayudará y que le pidiera a Dios que las hiciera mejores mujeres para ya no hacer enojar a su esposo. O que hiciera que su esposo se transformara y ya no tuviera esos ataques de furia, en los que golpeaba a todos y a veces hasta llegaba a abusar de algunas de sus hijas. Más tarde Carmen incluso de dio cuenta que algunas de sus hijas habían tenido hijos de Don Martín.
Carmen habló con todos. Los calmó, los hizo entrar en razón y los encaminó e invitó a que ese domingo fueran con ella a saber cómo se adentraba en los evangelios perdidos y se iban conociendo todos los gloriosos secretos y misterios del amor y la pasión de Dios. Carmen hizo que la ceremonia fuera más grata, pues llevó la guitarra que su padre le regaló cuando tenía unos 10 años y que le enseñó a tocar con algunas canciones de Joan Báez que ya había olvidado. Así que de momento le había servido de acompañamiento para los cánticos, mientras le hacía señas con la cabeza y los ojos a las personas para que la siguieran y repitieran los versos.
Todo salió bien. Algunas personas lloraron, otras mantuvieron sus ojos cerrados todo el tiempo buscando reflexión, otras miraban al cielo y colocaban sus manos en señal de petición y otras, mantenían sus manos arriba, como esperando sentir algo en el aire. Cada uno de los asistentes entonces comenzaron a decir uno a uno lo que esperaban de sus nuevas vidas llevadas de la mano de los evangelios perdidos. Mientras esto sucedía, Carmen anunció que Rodolfito, el hijo de doña Rosi con retraso mental a quien ella había vestido con una túnica amarilla, iba a pasar con ellos a pedir el diezmo, el cual les ayudaría a mantener ese lugar sagrado que ahora conservaba todos sus deseos y peticiones y que sería el punto de contacto con Dios. Carmen les dijo – No importa si no es mucho, con lo que tengan será suficiente y yo les aseguro que se les multiplicara. – Algunos asistentes sacaron el poco dinero que llevaban con ellos, dejando 2 o 5 pesos. Otros fueron a sus casas y le dejaron gallinas, pollitos, huevos y un cerdo. Lo cierto es que nadie volvió a poner un solo pie en la iglesia, ningún día, ningún domingo.
El único que seguía yendo con ella era Rodolfito, a quién ella había tomado bajo su brazo y le intentaba enseñar a leer, a escribir, a comer, controlarse cuando sentía esos ataques que lo hacían gritar despavoridamente y hacían creer a su madre y a varios del Chilar, que estaba siendo poseído por algún demonio. Rodolfito fue bautizado por Carmen con el permiso de su madre, esperanzada de que las aguas benditas liberaran de todo lo que aquejaba a su hijo. Durante la ceremonia a la que asistieron menos de quince personas, más llevadas por el morbo que por la fe, Rodolfito lloraba al ver a los ojos a Carmen, que le cantaba las canciones más dulces que conocía de la fe de los evangelios perdidos, y delicadamente dejaba caer un chorro de agua por su cabeza mientras el gritaba “¡Madre! ¡Madre!”, hasta que la emoción de ese momento fue tanta que se desmayó. Todos se quedaron en silencio, esperando a que despertara y por fin fuera normal, aunque cuando despertó, Rodolfito seguía siendo el mismo. Por lo que todos se fueron de inmediato del lugar, decepcionados por el ritual, incluyendo a Doña Rosi, que tomó a su hijo enfurecida y se lo llevó a casa.
Carmen se volvió una habitante más del Chilar y cuando podía iba a ayudar a la gente, a darles consuelo, a curarlos y cuidarlos durante sus enfermedades, pero nada servía para atraerlos a su religión, ni creían en los milagros e historias de salvación que de vez en cuando Carmen les contaba. Sentía repulsión, tristeza y lástima por ellos pero a la vez y en alguna medida también se sentía reflejada.
-No les gustó lo del Diezmo, Carmencita. – dijo Don Apolinar. -A esta gente solo le gusta que le den, pero no le gusta dar y menos van a entender de Dios. “Qué puede ser peor que esta vida”, eso es lo que muchas veces me dicen. La tiene difícil, de verdad. Mire – Don Pablo le mostraba un cuaderno que tenía una gran lista de nombres que Don Apolinar decía eran sus deudores. – Son todos los del pueblo. Si ni una pinche coca cola a veces me pueden pagar. Pero yo, ahí veo cómo me cobro, a lo chino como dicen, porque si no, cómo le gano. Pero sí, la tiene bien, bien difícil mi Carmencita. Yo no sé qué hizo para que la mandaran acá, a este pueblo de jodidos. – Carmen dentro de ella, sabía que tenía razón. Muchas veces ella también se había preguntado cuál era el motivo de comenzar por este pueblucho, si la congregación se había hartado de ella, o si era una prueba más de Dios que tenía qué superar para ganarse un espacio en el reino de los cielos.
Las lluvias llegaron y el lago que más bien era un pantano se creó. Tal cual como se lo habían contado, las aguas del río crecían y llegaban ahí, volviéndose un terreno al que la gente se adentraba en pequeños cayucos donde apenas cabían dos personas, para ir con redes y anzuelos a sacar algunos peces que llegaban desorientados desde el río para caer en esa trampa que los atraía a un nuevo hogar, pero que al secarse, se volvería su tumba. Fue en esa época que Carmen probó el pejelagarto que de hecho sabía muy bien, diferente de la tilapia que por la manera en que vivía escondida en el lodo, llegaba a tener un sabor muy tierroso, al que se terminó acostumbrando, pues casi todos los días comía pescado que los pobladores le regalaban, hasta que las lluvias comenzaron a bajar y el pantano se hizo más lodoso, y las aguas estancadas comenzaban a apestar y las grullas llegaban a comerse a los peces y jaibas de rio estancadas en las pozas que quedaban formadas, a las que luego los cocodrilos atacaban y a veces con suerte llegaban a atrapar. El ciclo de la vida reflejado en una temporada, le decía Don Apolinar a Carmen, cuando platicaban de la temporada de lluvias, de la cual, Carmen se había prometido irse del pueblo poco tiempo después que terminaran. Llegaría con el Apóstol Dionisio, le besaría la mano y luego le pediría perdón por no haber logrado fundar una nueva iglesia donde resguardar los secretos y misterios de los evangelios perdidos, y él, seguramente la miraría a los ojos y la perdonaría una vez más de todo lo que hizo, lo que no hizo y lo que pudiera hacer, y entonces otra vez estaría en paz para seguir orando.
Un día antes que Carmen abandonara el Chilar, fue a la construcción donde se suponía sería la nueva iglesia. Se arrodilló para orar, pedía todavía un milagro que pudiera revelarle su estancia y abrirle los ojos a la gente. Apretaba los ojos y los puños, no se sentía bien volviendo a casa de esta manera. Mientras rezaba, algo la sacó de su trance, era Rodolfito caminando a ella balbuceando aquellas palabras, ¡Madre! ¡Madre! Rodolfito se puso de rodillas a su lado y la abrazó. Carmen le respondió el abrazo, mientras le decía –Todo va a estar bien. Vas a estar bien. – El abrazo fue largo, tanto que en algún punto comenzó a ser incómodo. Carmen intentó apartar a Rodolfito, pero cada vez la apretaba con más fuerza y sus manos comenzaban a moverse hacia sus partes íntimas. Carmen se intentó soltar, pero solamente terminó acostada con Rodolfito arriba de ella, mientras seguía diciendo ahora con más fuerza y desesperación ¡Madre! ¡Madre! Y en ese momento Carmen entendió, que muy probablemente Doña Rosi hiciera esas cosas con él, y ahora él la buscaba a ella y era muy tarde para que pudiera hacer algo. Carmen gritó, se sacudió, lo golpeó, pero Rodolfito también respondió y comenzó a ser más violento, desgarrándole las ropas, tocándole sus senos, introduciendo sus dedos en su vagina, despojándola de sus ropas e introduciendo su miembro a la fuerza. Carmen lloraba en silencio viendo hacia el techo de su iglesia, pensando en dónde comenzó todo y cómo fue que terminó aquí, mientras Rodolfito seguía gritando encima de ella ¡Madre! ¡Madre!
Tenía 15 años cuando se fue a vivir con su novio Genaro, un chavo de unos 25 años con quien llevaba ya un año y medio. Ella, más por salirse de su casa que por las promesas de amor, se fue con él. No pasó poco tiempo en que Genaro la llevara a vivir a otra casa, donde con otras personas la obligó a prostituirse, mientras la golpeaba, drogaba y alcoholizaba. Fueron casi tres años que la mantuvo en esa situación, hasta que un día, armándose de valor decidió escaparse, pero Genaro se dio cuenta de la fuga y la intentó detener. Forcejearon. En algún punto el arma que Genaro traía siempre consigo cayó al suelo, Carmen la tomó y de una manera tan natural que la dejó asustada de ella misma, disparó seis veces, dejándolo muerto ahí en el piso. Carmen salió caminando por la puerta, abstraída en sí misma, caminando entre calles y calles, con una cruda moral por estar con vida y por haber quitado una, hasta que el apóstol Dionisio la encontró y la llevó a la iglesia.
Cuando Carmen volvió en sí, ya era de madrugada y Rodolfito se había ido. Ahora solo había una oscuridad fluorescente marcada por la luna llena y el resonante ruido de grillos que sonaban al unísono. Carmen se levantó con sus ropas desgarradas y sus brazos y piernas llenas de moretones, fue hasta el muelle y ahí se las quitó todas. Así, desnuda se metió al pantano que en ese momento, gracias a la luna llena que caía de una manera hermosa, los charcos reflejaban como pequeñas lámparas de luz que brotaban de la superficie, alumbrando el camino. Carmen emprendió el viaje por aquel lodo que le hundía las piernas hasta las rodillas, aplastando caracoles que crujían al mismo tiempo que le cortaban los pies, e inmutándose de las nubes de miles de mosquitos que revoloteaban y se posaban en ella, sacándole sangre piquete a piquete. Siguió avanzando hasta que dio con una poza profunda en donde la luna decidió no reflejarse, y donde ella decidió acostarse, flotar y rezar hasta quedarse dormida para descansar, al fin, por siempre.
El cuerpo de Carmen fue encontrado dos días después, y fue llevado a la iglesia que había construido, ante el asombro de todos los pobladores, los cuales no dudaron más y se hicieron a la religión de los evangelios perdidos. Carmen había logrado el milagro. Según los pescadores que la encontraron y que luego pudieron comprobar otras personas que ayudaron a recoger el cuerpo, este se encontraba flotando en la poza con una posición de cruz, rodeada y custodiada de cocodrilos y grullas, que se mantenían dormidas y descansando alrededor de ella. A la nueva iglesia de los evangelios perdidos le pusieron por nombre “La Santísima Carmen de los Lagos” y pronto se extendió por la zona, al punto de volverse un lugar al cual varias personas acudían año con año en las épocas de lluvias para bañarse en las pozas y rezarle ¡Dios te salve! ¡Dios te salve!
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Cuidando de ti
Summary: Historia 3 - Mei quiere cuidar a Lars, pero es difícil.
Otros links:
https://archiveofourown.org/works/25614394/chapters/64256551
https://www.fanfiction.net/s/13658144/3/3-Historias
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Aquella mañana, Lars se levantó como pudo. Estaba mareado, tenía el cuerpo adolorido, la garganta irritada y sentía demasiado calor. Mei le había pedido que se quedara acostado y volviera a dormir, pero luego de unos minutos, decidió levantarse, pensando que las molestias serían pasajeras. Se vistió despacio y salió de la habitación en silencio hasta que un par de estornudos lo delataron.
“¿A dónde crees que vas?” le preguntó Mei en tono tranquilo. Justo cómo pensó, él no se quedaría en la cama por mucho tiempo.
“Tengo que ir a trabajar. Ya me siento mejor” contestó Lars con calma.
“Tú no sales de esta casa. Necesitas reposar. Ya llamé para avisar que estás enfermo” le dijo.
Aunque a él no le gustaba ausentarse, esa respuesta le quitó un peso de encima. Así que, resignado, se dejó guiar de regresó a la habitación. Mei lo ayudó a ponerse ropa más ligera y después de meterse a la cama, ella le tomó la temperatura.
“38°” murmuró al revisar el termómetro, luego se sentó en el borde la cama y le acarició la mejilla ardiente por la fiebre.
“Pero no me siento tan mal” dijo Lars, intentando sonar convincente, pero volviendo a estornudar y sonarse la nariz.
Mei esbozó una triste sonrisa, le apartó el cabello de la frente y le puso un paño de agua tibia. Lo conocía lo suficiente como para saber que él trataría de hacerse el fuerte y fingiría sentirse mejor para no preocuparla. Además, estaba consciente de que a él no le gustaba verse vulnerable, ni siquiera a causa de algo tan común como un resfriado.
La tarde anterior, cuando regresaban caminando de hacer unas compras, los sorprendió un aguacero. Aunque al llegar a casa tomaron una ducha caliente, más tarde, antes de irse a la cama, Lars comentó que tenía un ligero dolor en la garganta. Sin embargo, él no hizo mucho caso, hasta que pasó la mitad de la noche estornudando y quejándose.
“Te traeré algo de comer y medicina, mientras duerme un poco más” le pidió Mei, luego se puso de pie, le lanzó un beso con la mano y salió de la habitación.
Lars la siguió con la mirada hasta que salió del cuarto. Suspiró frustrado, no había de otra. Intentó ponerse cómodo y dormir, aunque el dolor de cuerpo le impedía descansar, y eso sumado al continuo escurrimiento nasal, resultaba aún más difícil. Trató de mantener la calma y actuar racionalmente, pero a quién quería engañar, se sentía fatal. Unos minutos después, por fin se quedó dormido por lo que le pareció unos segundos. Tuvo un sueño intranquilo, pero al despertar sintió menos calor, quizá la fiebre había bajado.
Mientras tanto, Mei seguía preocupada. Miró por la ventana, era una mañana gris y la lluvia no se había detenido ni un minuto. Por lo menos, ese día no tenía que ir al trabajo y podía quedarse en casa y atender a Lars, además, seguía el fin de semana. Eso la alivió, pero también la alarmó porque Lars podía llegar a ser demasiado necio. Estaba segura de que de haber tenido que salir, él se hubiera ido a trabajar como si nada. Lars cuidaba muy bien de ella cuando se enfermaba, pero cuando le tocaba a él ser cuidado, siempre era muy difícil.
Evocó la primera vez que cuidó de él, también por un resfriado. Fue cuando estaban en la universidad. Al principio, él se había rehusado, diciéndole que no quería ser una carga, a pesar de que para Mei no resultaba molestia alguna. No era su culpa, él había crecido pensando que no debía causar problemas a los demás y que siempre debía ser fuerte. Al final, él se sintió tan mal que no le quedaron fuerzas para seguir discutiendo y ella pasó todo el fin de semana a su lado hasta que se recuperó.
Mei suspiró luego de pensar en eso, así que se dio prisa, preparó un poco de sopa y calentó el agua para el té. Luego recordó aquel jarabe que su abuela solía darle cuando se enfermaba. Era tan buen remedio que quizá le aliviaría el dolor de garganta. Además, no llevaba tantos ingredientes y era efectivo. Sabía que Lars era muy quisquilloso y tal vez no iba a querer probarlo porque no creía en remedios. Sin embargo, Mei siempre lograba convencerlo de lo que fuera y si se trataba de recuperarse pronto, era probable que él no pusiera tantos peros.
Al poco rato, cuando todo estuvo listo, ella volvió a entrar en la habitación con un plato de sopa de pollo, una taza de té y el medicamento en una bandeja. Lars ya estaba despierto y se sentó para tratar de comer, aunque no tenía hambre ni estaba de humor para eso, sólo quería tomar un antigripal y volverse a dormir. Mei ya sabía que Lars se negaría a comer, así que antes de que él pudiera tomar la cuchara, ella se adelantó y la agarró primero, la metió a la sopa y luego de soplarle un poco se la acercó para alimentarlo. Él titubeó, a pesar de que no era la primera vez que ella le daba de comer en la boca.
“¿Qué sucede?” preguntó Mei.
“Es que… no tengo hambre” contestó, sonrojándose.
Ella pensó que la fiebre le había subido, pero cuando lo volvió a comprobar se dio cuenta de que no era así. Entonces lo instó a que comiera, aunque fuera un poco.
“Conejito, tienes que comer. Si no el medicamento solo no va a funcionar. Vamos di ah” le pidió, también abriendo la boca.
Lo hizo, todavía dudando, y ella sonrió complacida. Él desvió la mirada, aunque llevaban muchos años de estar juntos y se habían casado hacía cuatro, ella todavía podía ponerlo muy nervioso. Mei siguió dándole de comer poco a poco hasta que se acabó la sopa. La verdad era que, a pesar de todo, a Lars le gustaba que ella lo mimara, sobre todo cuando estaba enfermo. Mei era una esposa paciente y atenta, por eso se sentía muy afortunado de que ella se hubiera quedado en casa con él. Así que se dejó consentir.
“Ahora bebe el té con cuidado porque todavía está caliente” le indicó.
Mientras él le daba un sorbo a su bebida, vio a su esposa sacar una botella pequeña con un líquido extraño. Tomó la otra cuchara y vació un poco.
“Abre la boca” le dijo acercándole la cuchara. Lars la miró interrogante, pero aún se sentía demasiado débil para protestar. Al probar el contenido, estuvo a punto de escupirlo.
“¿Qué es eso?” preguntó, todavía haciendo gestos.
“Es un jarabe especial, mi abuela nos lo daba a mis hermanos y a mi cuando estábamos enfermos” le explicó, un poco divertida al ver su expresión.
“Espero que al menos funcione” dijo él, volviendo a tomar el té para deshacerse de aquella desagradable sensación.
“¡Ay conejito! Por supuesto que funciona. Ahora, vuelve a acostarte y descansa”
Lars asintió, y ella se puso de pie para continuar con el quehacer. A decir verdad, él no quería que se fuera, se sentía más tranquilo en su compañía, pero temía contagiarla. Así que solo la vio salir de la habitación. Él también hizo lo propio y decidió hacerle caso. Si quería recuperarse pronto debía reposar, alimentarse bien y tomar sus medicamentos.
Unos días más tarde, Lars despertó de buen humor, sintiéndose mucho mejor. Mei no estaba en la cama, así que supuso que ya estaba preparando el desayuno. No perdió el tiempo y se dirigió a la cocina. Ella le dio los buenos días al escucharlo aproximarse, pero no le dio tiempo de voltear a verlo, porque él la había abrazado por detrás. Lars nunca había sido demasiado afectuoso, pero ese abrazo era tan cálido y transmitía toda la ternura que quería comunicarle.
“Me alegra saber que ya te sientes mejor, conejito” le dijo.
Él la soltó, y por fin, ella volteó a verlo.
“Sí, ese jarabe me ayudó mucho” comentó él, aun sin creerlo.
“¿Ves? Es efectivo” replicó ella con una sonrisa.
Lars la observó como si quisiera decirle algo más, pero parecía no encontrar las palabras adecuadas, simplemente volvió a abrazarla y le dio un beso en la frente.
“Gracias a ti por cuidarme”
Entonces, ella rodeó su cintura con sus brazos y alzo el rostro para verlo.
“Recuerda que nunca serás una carga para mi”
“Lo sé, lo sé” le dijo, dándole otro beso.
Ambos sonrieron y se quedaron unidos en ese tierno abrazo lleno de confort y tranquilidad.
#nedtai#aph netherlands#aph taiwan#hws netherlands#hws taiwan#aph nedtai#hws nedtai#fanfic#no sé por qué me sugiere tags de personajes de los que jamás publico
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«Bernal y Beatriz», José J. Blanco. Beatriz era una perdedora incorregible, obsesiva. No fallaba en atraerse la desdicha, con una especie de adicción imperiosa. Nos asombraba mucho su mala suerte. Como brújula, siempre le atinaba al fracaso. Primero, claro, cuando alguien acababa de conocerla, se preocupaba por ella: “Mira, mana, no seas tonta, no seas tan terca”, y esto y lo otro. Nada. Le seguía yendo mal, metódicamente. Luego sus amigas hasta nos divertíamos con sus pesares; no por maldad, pues todas terminábamos de una manera o de otra siendo sus protectoras, sus admiradoras, sino como una especie de show, de teatro. La verdad, hasta la envidiábamos. A ella sí le pasaban cosas. Emma decía que al menos Beatriz sí se agarraba a patadas con la vida y hacía que le pasaran cosas, a huevo. Ella siempre tenía mucho qué contar. Porque de veras se necesitaba harta imaginación para fracasar tantas veces, incluso cuando todo lo tenía de su parte, cuando menos se esperaban las contrariedades. Era la chica a la que le ocurría pelearse a gritos, a insultos desaforados, con su jefe (trabajó en la Secretaría de Turismo y en una agencia de viajes: claro, con ese palmito, se conseguía puros buenos trabajos), precisamente al día siguiente de un ascenso por el que había luchado meses; y se quedaba de pronto en la calle. Le estallaban los hornos, las lámparas, porque sí, nomás a ella; le arrebataban la bolsa en la calle, le rasgaban en el metro su mejor vestido. Los agentes de tránsito la detenían exactamente cuando no traía consigo la licencia de manejar, ni dinero para la mordida, y andaba más deprimida y encabronada que nunca en un coche ajeno, prestado, sin papeles; de modo que no podía evitar gritarles improperios en mitad del periférico e ir a dar a la delegación, con todo tipo de multas por faltas a la autoridad. Desde ahí me llamaba por teléfono: “Estos cabrones. Me quieren cobrar a mí sola el periférico entero, como nuevecito”. Me decía la Nena, aunque yo le llevaba varios años. No recuerdo cómo la conocí. Seguramente en las tocadas, en las fiestas. Lo primero que me acuerdo bien de ella fue una noche en el Estudio 54, que quedaba por la estación de Lindavista y abría toda la madrugada, pero ya para entonces nos tratábamos bastante: Beatriz estaba toda madreada, convulsa, medio borracha; me pedía bañada en llanto, como una hijita, que por favor la sacara cuanto antes de ahí, que todas las ficheras del cabaret le tenían envidia y la querían matar, y me la llevé a la casa. Yo compartía entonces un departamentito en la Colonia San Rafael con Marta y Emma. Marta trabajaba entonces de maestra de secundaria, en una escuela de monjas: iba así por las mañanas, muy cara lavada, muy “no hice nada malo en todito el fin de semana”, a enseñarles historia y literatura a las espantosas enanas uniformadas del colegio de monjas. Lo que una no hacía entonces para ganarse algún dinero. Luego la Marta mejoró, porque era muy empeñosa, terminó su carrera en la universidad y agarró chamba como periodista, en una revista de modas. Emma ya trabajaba por su cuenta, una tigresa para el comercio: vendía productos para el hogar, que Avon, que Stanhome, para damas encopetadas. Ahora hasta tiene su propia empresa, muy patrona la Emma. Marta y Emma la aceptaron muy bien, la consolamos. Nos acomodamos ahí en el departamento las cuatro como pudimos, con harta buena voluntad. Estuvo con nosotras año y medio. No colaboraba con un solo centavo porque no tenía trabajo fijo en ese tiempo, pero siempre había amigos que regalaban cosas, o se daba maña para robarse cosas en las tiendas. Así que a veces cenábamos nomás quesadillas o bizcochos con leche, y a veces hasta salmón y champaña, cuando Beatriz vivía con nosotras. Luego conoció a un violinista y se nos perdió dos meses. Regresó peor que antes. Pero Beatriz se reponía de sus golpes y caídas con gran facilidad. La naturaleza era buena con ella. En sus buenos días, que eran los más, andaba alegre y rejuvenecida, muy semejante a la chiquilla traviesa de buena familia que un día cinco años atrás, porque sí, sin que nadie se lo esperaba había armado el gran escándalo en su casa, en Córdoba, Veracruz, y escapó a la Ciudad de México con sólo la ropa que traía puesta. Tenía fotos de cuando estaba en la escuela, con su uniforme y cara de no romper ni un plato. Beatriz era también buena para los comienzos, para empezar casi desde cero, con buena cara, seduciendo a medio mundo. Brillaba como joya. Toda la gente se volvía su mamá, su novio, su abuelita, su alma gemela, su hermano del alma. Un angelote así de este tamaño, tenía la Beatriz. La noche que conoció a Bernal estaba más bonita e inspirada que nunca. Traía un vestido caro, amarillo, que se había robado por ahí. En sus buenos momentos hasta el amarillo le quedaba bien. Antes que se vieran yo sentí el click que habrían de hacer. Era inevitable. Bernal parecía un muchacho de revista, con los que Beatriz siempre soñaba; no sólo se veía muy guapo, medio deportista, medio junior, medio “aquí yo por encima de todas las cosas y todo me vale madre”; sino que vestía, se movía, miraba, sonreía con elegancia de modelo profesional; y su ropa, sus modales, sus joyas tenían el brillo del dinero. Olía con ganas, enrarecidamente, a dinero y a juventud concentrados, y a buena vida, el Bernal. Parecía nuevecito, un cuerote alto, apiñonado, anguloso, de no sé que islas de paraíso recién desembarcado en México, ¿no? Bien fuerte pero no musculoso, sino recio y esbelto como un bailarín. Ves que los bailarines son más recios que los atletas, pero no están boludos, sino más ligeros, más ágiles. La Marta dijo luego que la hacía pensar en Montgomery Clift. La cara no me convencía mucho. Era perfecta, claro, pero como de cromo, como de santo, que dice la canción: “Tus ojos tristes como de santo”. Era semejante a todos los niños bonitos de todos los anuncios, que hasta parecen hechos con molde, en serie. Todos con nariz del David de Miguel Angel. Hasta pensé que ya lo había visto antes, en uno de esos grandes anuncios del periférico, anuncios de lociones, de trajes, de valores financieros, o en una revista de modas; o en la tele, de cantante. Pero eso ya me había ocurrido otras veces. Todos los chicos demasiado guapos se parecen entre sí, y son igualitos a los de los comerciales. Pero yo ya no era ninguna ingenua. Y además, muchos juniors, muchos chicos ricos, pues también andan así con las facciones perfectas y sus “ojos tristes como de santo”. Pensé que el Bernal simplemente era un pollo fino, de raza, hijo de mamá bonita, nieto de abuela bonita -ves que a los hombres con dinero les da por casarse con puras muñecas perfectas, dizque para mejorar la raza-, como los que encuentras en las universidades de ricos, en los campeonatos de surf y de velero. Chico ya de “raza mejorada”, pues. Olía a dinero, a familia con dinero, a una vida regalada con harto dinero. Entonces pensé también en Beatriz: “Ahí vas otra vez, manita”. Porque a todas nos encantaban los príncipes, pero las otras chicas ya habíamos aprendido, unas a los quince, otras a los dieciocho años, que los rorros y las caras bonitas y los príncipes con cuerpazos perfectos sólo traen problemas. Y los grandes príncipes, grandes problemas. Por cierto, nunca supe de dónde venía Bernal, nunca hablaba de su niñez ni de su familia. Pero Beatriz no aprendía. Y eso que todos sus líos habían comenzado por un galán, un galán arrabalero, veracruzano, de bohío, un padrotón, José: un muñecazo amulatado que ganaba todos los concursos de baile en Córdoba, especialmente los de cumbias. Beatriz se las arregló primero para escaparse de las fiestas de sus compañeros de escuela; se disfrazaba de chica pobretona y mala, con mucho maquillaje, mucha minifalda, e iba a dar a los bailes populares, como la princesa del cuento, que todas las noches se gastaba las zapatillas en un baile misterioso. Ahí conoció al mulatazo, a quien dizque le iba mal en la vida, las gentes cabronas nunca le daban trabajo, siempre le quedaban a deber dinero… Pero José estaba ahorrando para largarse a Ciudad de México, o de plano a Estados Unidos. Y le prometió a Beatriz que se irían juntos de esa ciudad hipócrita y aburrida, que iban a conocer mundo, que la iban a pasar de veras súper. José tenía su ilusión: ser piloto aviador; Beatriz iba a ser azafata. Los dos juntos se iban a pasar la vida dándole vueltas al mundo. Se le ocurrió entonces a Beatriz una solución mágica. Sus papás tenían una tienda grande de aparatos electrodomésticos, Almacenes Márquez, y ella a ratos, por la tarde, ayudaba a despachar o a cobrar. Estaban de moda unas caseteras rojas, que parecían platillos voladores y tenían mucha potencia. Si alguien prendía una casetera en alguna banca de la plaza principal, la oía toda la gente que tomaba cerveza en los portales. Su papá le había regalado una casetera roja, la primera que se vio en Córdoba, y ella la traía consigo para todas partes; en la escuela siempre se la andaban recogiendo. Nadie encontró extraño que Beatriz se la pasara todo el tiempo con la casetera a todo volumen, con canciones de José José (“¿Y qué? ¿Al fin te lo han contado, amor? Bueno: ya conoces mis defectos”), entrando y saliendo de la tienda (“Que un hombre que ha sido como yo acaba por volver a su pasado”). Pero a veces no salía con su propia casetera, sino con un aparato nuevo, que hacía pasar por el suyo, cante y cante con la canción a todo volumen (“Yo he rodado de acá para allá, fui de todo y sin medida”), y se lo daba a José, quien la estaba esperando en la plaza; José lo vendía e iban más o menos a mitades. Así se divertían e iban juntando para el viaje. Un sábado que su padre hizo inventario, aparecieron debajo de unos estantes, dobladitas, diez envolturas de cartón de las caseteras rojas. Error típico de Beatriz: pensó en cómo robarse las caseteras sin que nadie se diera cuenta, pero no en cómo deshacerse de las cajas en que venían, nomás las doblaba y las echaba con el pie debajo de los estantes. “¿Pero qué hiciste con el dinero? Si no te negamos nada. ¿Qué necesidad tenías de robarte esas caseteras?”, le gritaba su papá, golpéandola recio y tupido por primera vez en su vida. Beatriz decidió largarse de su casa antes de lo previsto, inmediatamente. Pero, por supuesto el mulatazo José no apareció ese día, ni los siguientes: Beatriz lo esperó casi un mes, soportando los castigos, las humillaciones y los largos interrogatorios de sus padres. Ni las luces del mulatazo. Nadie sabía de él, y ninguno de los amigos de José tenía ganas de hablar con ella. En un descuido del papá, Beatriz tomó un buen fajo de billetes de la caja de Almacenes Márquez y nadie ha vuelto a saber de ella en la pintoresca ciudad de Córdoba, Veracruz, en cuyos bailes populares ha de seguir reinando como dueño y señor de la cumbia, José el mulatazo. Me vino a la memoria esa aventura cuando vi por primera vez a Bernal. “Ahí vas otra vez, manita”. Habíamos caído por azar en una fiesta en la que no conocíamos casi a nadie. Nos especializábamos en pescar fiestas finas, donde hubiera música decente, gringa moderna, buena bebida y bocadillos, y no puro bailotazo en azoteas o patios de vecindad, con música de pura pinche estación de radio en español, con todo y comerciales; fiestas finas con galanes un poco bañaditos, ¿no?, con modales, con conversación, que supieran tratar a una dama; que siquiera se peinaran de vez en cuando, pues; porque de ligues callejeros o del metro estábamos hasta la coronilla, y luego la necesidad hace al ladrón: los chamacos que no tienen en qué caerse muertos, luego la hacen a una pagar las cuentas, o le roban a una hasta la bolsa y cosas peores. Beatriz era la mejor en esas fiestas, porque había sido educada como niña rica, se le veía pues como dicen la cultura, y de inmediato estaba ya riendo, discutiendo, abriendo tamaños ojotes, de grupo en grupo, ora sí que moviendo como marquesa el abanico. Casi toda la gente era un poca falsa, todos se hacían pasar por cantantes, por ricos, por celebridades, con grandes modas y peinados de lujo. Yo, más o menos relegada junto a un muro, con Marta y Emma, apostaba en silencio a cuál de todos esos maniquís era auténtico, y cuáles puras secretarias y oficinistas como nosotras, representando el papel del gran mundo. Bernal tenía que ser auténtico se veía distante, aburrido, despectivo. Solitario como un cachorrote de exposición canina “¡Guauu! ¡Quiero…!”, pensé. Vi cómo Beatriz se le acercaba, le hacía conversación se reía con grandes aspavientos, sacudiendo su cabellera esponjada; insistía, le alisaba las solapas del saco de lino Fracaso. El muñeco de portada de revista la dejaba hablar coma quien deja caer la lluvia, y por encima de ella miraba con desencanto, casi con desaprobación, el curso que seguía la fiesta. Beatriz no fue persistente y al rato me la encontré en el extremo opuesto del salón, bailando con otro muchacho que también olía a billetes. A mí me había sacado a bailar un estudiante de contaduría, Rolando, quien en pocos minutos después me convenció de que nos escapáramos de esa fiesta de mamones. No era un precioso ni un gran partido el Rolando, más bien chaparro, ya empezaba a engordar, hasta se me hacía un poco aburrido, un poco apático; pero duramos varios meses, e incluso ahorita seríamos marido y mujer, si yo lo hubiera aceptado. ¿Pero en plena juventud colgar de plano las armas e irse a amamantar hijos a un departamentito, en una miserable unidad habitacional en plenas afueras de la ciudad, que ya entonces estaba pagando a plazos? Ni loca, dije yo: ya habrá tiempo de sentar cabeza, la juventud es lo primero. Rolando me llevó esa noche a su departamentito, un huevito con dos tres trastes, más allá de la entrada de la ciudad, me parecía que ya estábamos de plano en Pachuca pero era Lindavista, y no me regresó sino hasta al día siguiente, que era sábado, después del mediodía. Marta y Emma estaban alarmadas, en un grito. Que Beatriz y yo éramos unas bárbaras, desaparecernos así, sin avisar ni nada; que no se querían meter en nuestras cosas, pero así desaparecer nomás, no se valía. “¡Pero si yo no sé nada de Beatriz! La dejé con ustedes, bailando”. “Dios mío, que ahora sí no le vaya a pasar nada. No se ha reportado. Ni un telefonazo”, dijo Marta, la maestra, que era la más preocupona, el andarse preocupando demasiado de todo ya era como su vicio profesional. Beatriz se apersonó hasta las nueve de la noche, medio borracha, unas ojeras hasta el piso, con Bernal, a quien venía casi arrastrando, casi dormido, hecho una facha, con la boca inflamada y el saco de lino desgarrado. Entre las tres lo curamos, lo encueramos, nos lo fajamos, cagadas de risa -casi ni respingó con el merthiolate que le puso Marta en los labios heridos, de lo muerto que venía- y nos metimos a una cama. “Es un divino, manas, pero un atascado. ¡Si les contara todo lo que se metió, y lo que nos metió! Le entró a todo: mota, coñac, coca, pastas, varias pastas. Uhhh. Anduvimos de fiesta en fiesta, en las Lomas, en el Pedregal, en las Fuentes del Pedregal, al mediodía estábamos en una quinta maravillosa en Malinalco. Pura gente especial. Puras estrellas, puros jefes, harto dinero. Ni parecíamos estar en México, sino en Florida, en California. Todos alrededor de la alberca tomando cocteles y platicando obscenidades, pero de las gruesas, y sin que nadie se espantara de nada, todos así como muy tolerantes, como de mucho mundo, muy intelectuales. Increíble, divino el Bernal, lleno de vida; me divertí con él como nunca”. “Ten cuidado, manita”, le dijimos las tres, en coro. Entonces nos contó Beatriz que efectivamente todas conocíamos a Bernal, aunque no nos hubiéramos dado cuenta. No se parecía a nadie: era el mismo que uno o dos años atrás habíamos visto en todas partes, todo el tiempo, hasta en la sopa: en la tele, en las revistas, en anuncios. Aún quedaban fotos monumentales de él en algunas estaciones del metro. Y si nos fijábamos bien, lo podíamos reconocer en la foto estilizada que todavía traían las envolturas de los calzoncillos que anunciaba. Era el modelo exclusivo de Calzoncillos Zaga. Corrimos a verlo otra vez, encuerado, en la cama, con la vergota, roncando suavemente. Era de una fragilidad casi excesiva, objetaba Emma, que tenía gustos un tanto otoñales y despreciaba a los jovencitos; prefería panzones entrecanos y casados, que pudieran enseñarle realmente algo de la vida y el dinero. Ahí en la cama, perdido en su sueño pesado, parecía casi un niño. Decidimos que estaba mejor en los anuncios a color: más torneado, más bronceado, más vergón. Marta opinaba que las tetillas, el pecho peludo, la cintura de atleta, la pelusilla de las piernas lucían mejor con los tonos rojizos de la publicidad. Echamos de menos los calzoncillos suaves, de colores pastel y adornos fosforescentes, que querían competir con Calvin Klein. Nos servimos unos tequilas para celebrarlo, sentadas en la cama, a su alrededor, traviesas, muertas de risa, como brujas disolutas en torno a un pastorcito sacrificado. Lo estuvimos manoseando otro rato, dizque mientras le acomodábamos las sábanas. Apenas si gruñó un poco, sin llegar a despertarse, ya bien mojado de la puntita. “No te preocupes, todo está bien mi amor. Duérmete”, le dije yo. Me acuerdo que me impresionaron sus pies, mejor arqueados, los dedos más parejitos y tersos que los de una muchacha. Hasta quise pintarle las uñas y ponerle unas medias. No, no habían cogido, reconoció Beatriz; Bernal le había salido puto. “¡Pero claro!”, gritó Emma, casi triunfal, “¡cuando se pasan de bonitos, se pasan al otro lado!”. Marta lo vio más bien con ojos de lástima y comprensión. Ella leía muchos libros y admiraba a los gays, que en ocasiones eran muy creativos, decía, con mucho talento, como compensación de lo que les faltaba, ¿no?, y muy elegantes, muy finos, bueno, para la Marta todos los gays eran casi como estrellas de cine. Bernal sufría demasiado el pobre, nos contaba Beatriz. Mientras que el resto de los mortales, al ver su entrepierna fabulosa, ceñida por Calzoncillos Zaga, en un gran puente del periférico, lanzaba hacia él los ojos y los deseos como hacia un artista de televisión o un semidiós, decía Beatriz, allá arriba, más arriba, entre los productores y los empresarios que lo habían contratado finalmente, después de dos o tres años de hacerla de extra en telenovelas o de bailarín en coros de segunda categoría, lo trataban peor que a mujerzuela, que a esclavo. Como esclavo sexual, pues. Le seguían pagando su buen sueldo, claro, para que su imagen no anunciara otros productos que Calzoncillos Zaga, pero no lo dejaban tan fácilmente ni cantar en un palenque (aunque cantaba mal, tipludito), ni hacer un papelito en una película (aunque tartamudeaba y se ponía tieso frente a las cámaras). Nada. Para todo tenía que pedir permiso, hacer grandes méritos. “Y qué méritos, manas, de veras que yo no había oído de tanta maldad en el mundo”, exclamó Beatriz, escandalizada. Ni siquiera le seguían tomando fotos. Le habían tomado ya como cien mil fotos. De modo que Bernal se la pasaba entre albercas y fiestas, sobreviviéndose a sí mismo, imitando las poses de los anuncios, los labios húmedos, los ojos entre deseosos y nostálgicos, sonriendo cuando lo reconocían y le hacían chistes sobre los Calzoncillos Zaga, soñando que su oportunidad de ser una estrella vendría después, cuestión de tener paciencia. Dejándose financiar por cada ruco, por cada esperpento. Beatriz había visto cómo, en Malinalco, junto a la alberca, un productor de televisa viejísimo, bien influyente, al que nombraban Ponce, ya medio él, como oliendo a tumba, le ofrecía un viaje a Orlando: y cómo Bernal, más drogado e indolente que una planta, se dejaba traer y llevar y veía con ojos soñolientos cómo otros decidían por el. “Sálvame manita, mi ángel de la guarda. Llévame de aquí, adonde sea, pero sácame de aquí, ahorita”, le había suplicado a moco tendido, cuando el ruco putrefacto de Ponce lo derribó de su silla con un bofetón. “Los cabrones no lo van a dejar salir vivo de Calzoncillos Zaga”, nos dijo Beatriz. “Cuando su contrato termine, ya va a estar arruinado, bofo, con los nervios destrozados, en una clínica de desintoxicación o algo así. Y sin un clavo. No ahorra nada. Con ese tren de vida, nomás junta deudas”. La tragedia de Bernal era que, a pesar de su éxito como modelo, seguía siendo un buen chico, tímido y sensible, pensaba Beatriz. Entre puros tiburones podridos, vulgares. Entonces los viejos priistas, empresarios, productores, directores, los mandamases de la publicidad y el espectáculo, pues, primero lo cortejaban y lo llenaban de regalos, pero luego, a la hora de cumplirles como macho en la cama, Bernal nomás no podía. “¡Pues cómo va a excitarse ningún muchacho con semejantes lagartos podridos!”, exclamaba Beatriz, indignada. Entonces lo insultaban, lo acusaban de parásito, de impotente; se lo cogían, lo ponían a hacer striptease en las fiestas privadas, a mamar y a dejarse coger en público por los invitados y hasta por los meseros macuarros; y luego a veces lo madreaban. Todo porque era un fraude. Un cuero de látex, de vinil, le decían. Y Bernal no se defendía, les había agarrado pánico, les pedía perdón, trataba de congraciarse con ellos, se esmeraba para medio cumplirles como macho; tomaba jalea real, vasotes de mariscos, todo con tal de que no le declararan la guerra, porque decía que cuando alguien se peleaba con uno de los priistas podridos, era como si se peleara con todos y no le volvían a dar ningún contrato de nada. Y no alcanzaba a explicarse cómo fulano y zutano, así, fácilmente, sin ponerse nerviosos, sin asco, sin nada, les cumplían sin contratiempo alguno. Así, como si jugaran futbol, o se echaran una cascarita por la calle. Creyó que de veras era impotente y hasta fue a ver a un sicoanalista. Para entonces los productores, los podridos, ya lo habían catalogado como un falso galán que a la hora de la hora nada de nada, y lo ocupaban nada más de anzuelo. Yo pensaba que cosas así, de maldad tan elaborada, sólo pasaban en las películas viejas. Como su contrato lo obligaba a asistir a eventos sociales y fiestas en el plan de la imagen de Calzoncillos Zaga, lo hacían ir guapísimo a todos lados, a brillar, y claro que atraía a muchos chicos y chicas cuerísimos, con los que de inmediato los podridos entraban en contacto, y les ofrecían esto y lo otro. Así reclutaron incluso a Beatriz, junto a esa alberca de Malinalco, porque te digo que en sus buenos momentos, la Beatriz era muy guapa, guapísima; no sólo bonita, sino muy hembra, caballona, de gran alzada, “yegua fina”, como se dice vulgarmente. Y más cuando se lanzó como leona contra el podrido de Ponce que le había pegado al Bernal, y lo rasguñó, y lo insultó; pero mientras ella le gritaba y le pegaba, el ruco, que era bicicletón, bueno, que ya era de todo, tocho morocho, la manoseaba de lo lindo, pero hasta el fondo, con dedos y puño y todo, y terminó ofreciéndole también a ella un contrato de modelo, ahora de una marca de pantimedias. Pantimedias Konstanze. Beatriz decidió entonces cuidar a Bernal, acompañarlo, protegerlo. Lo adoptó como su alma gemela. Lo llevó a nuestra casa para sacarlo del medio nefasto de los espectáculos y de la publicidad. Pero al día siguiente, cuando estábamos desayunando, y le decíamos a Bernal que si de veras quería rehacer su vida y el buen camino y etcétera, podía trabajar muy bien en algunos negocios modestos, como empleado de una tienda o de un restorán, para empezar, llegó a la casa un adorno floral, enorme, carísimo, para Beatriz. Era del podrido rasguñado. “Si el señor Ponce en el fondo no es tan mala persona…”, dijo Bernal, como resignándose a pesar de todo a su destino, que al menos no tenía que ver con ser empleado de tiendas o restoranes. “¿Pero cómo carajos supo nuestra dirección?”, rugió Emma. Todas comprendimos, sin necesidad de palabras, que Beatriz había aceptado al lagartón. Al anochecer salió despampanante, con Bernal. No la volvimos a ver en varias semanas. Recuerdo que Bernal se veía más atractivo que nunca con su inflamación en los labios, sus manchitas rojas de merthiolate: era como el detalle vivo, sensual, que humanizaba su belleza. Hice que me besara largo en la boca con esos labios, nomás de travesura. Y me relamí el sabor del merthiolate. Nos empezaron a invitar a algunas de sus fiestas, de sus cocteles. Actuaban como novios, y yo me preguntaba si Beatriz había conseguido “reformar” a Bernal, o si solamente fingían para protegerse mutuamente de los lagartos; e incluso llegué a pensar si la desaforada de Beatriz no había llegado al extremo de también emplearse como carnada de Ponce, reclutando efebitos para los caimanes. No quise creerlo. De cualquier manera, seguía tremenda. Nos daba, ahora sí, bastante dinero, “a cuenta de mis deudas”, decía, con su sonrisa irresistible. Y también joyas, que les robaba en las fiestas a las borrachas. Nos hicimos las tres de unos colgajos divinos. Brillaba más que nunca. Se veía más hermosa que nunca al lado de Bernal, como verdaderos príncipes de cuentos de hadas. No llegó a aparecer su foto en ningún anuncio de las pantimedias Konstanze, pero sí, muchas veces, adorable, en la sección de sociales de los periódicos. Recorté varias. Así algunos meses. Hasta pensé que uno encuentra la fortuna donde menos lo espera, y que Bernal, a pesar de todo, era su amuleto contra su inveterada mala suerte; que ahora sí Beatriz iba a tener la felicidad que merecía. Y que Bernal también, con ella, como que contaba con quien lo defendiera. Cuando a una la asedia tan rigurosamente la mala suerte, no hay como un buen amuleto. Y ellos, felices, se habían encontrado el uno al otro, preciosos, se iban a comer el mundo mientras siguieran juntos, pensaba. Entonces, en la sección policiaca de los periódicos, apareció su foto, con Bernal: presos por tráfico de drogas. Marta, Emma y yo la fuimos a ver una mañana de domingo a la cárcel de mujeres. Ibamos preparadas para encontrarla en medio de la desdicha, pero también a ver cómo se sobreponía a ella y de pronto la dejaba atrás, rumbo a una nueva aventura. Nos habíamos acostumbrado a no tomar tan en serio sus fracasos, era como una artista de la derrota, una trapecista de la mala suerte, que a final de cuentas, después de tantos tropiezos, todavía hacía poco tiempo la habíamos visto entera y reluciente. Por eso nos impresionó más verla amarilla, abatida, flaca, casi sonámbula. Se daba por vencida, se rendía finalmente. Nos sonrió con una mueca demacrada y no llegamos a conversar gran cosa con ella, a todo nos respondía con frases breves, mecánicas, ausentes. Era el fin. Las acusaciones de tráfico de drogas se mezclaron muy pronto en la prensa con rumores escandalosos, que hacían aparecer a Beatriz y a Bernal como cabecillas de una banda que era a la vez una secta satánica, empapada de santería caribeña, que de los ritos de sacrificios de animales había avanzado a los sacrificios humanos, para asegurar el éxito, el vigor y la salud de sus agremiados, entre los que había banqueros, senadores del PRI, estrellas de cine. Se hallaron amuletos de huesos humanos y cadáveres mutilados en diversos ranchos y quintas de narcotraficantes, policías, políticos y gente de los espectáculos. Desenterraron la mitad de una niña en el jardín de aquella quinta de Malinalco. (Bueno, dicen: ya sabemos en México que la policía inventa las pruebas y los cargos que quiere de cualquier cosa contra quien se le pega la gana, así que yo ni creo ni niego nada.) Nuevas investigaciones sacaron a relucir fotos en las que aparecían personas famosas, y también Bernal y Beatriz, vestidos como sacerdotes de películas de horror. Así: caftanes, turbantes, cucuruchos, tiaras, cetros, collares, tatuajes. Beatriz declaró que eran fotos de una fiesta de disfraces de televisa. “Si nosotros no sabíamos nada de eso, ayudábamos a divertirse a los rucos, eso era todo, nos la pasábamos en el reventón, nada más”, decía. Otro domingo que la fuimos a visitar, la propia policía de la cárcel nos secuestró a las tres y nos encueró, nos manoseó hasta por donde no, nos fichó y nos estuvo interrogando como a sospechosas, con amenazas de tortura, casi veinte horas: Beatriz se había fugado prodigiosamente, como si los ritos satánicos la hubieran vuelto invisible. Finalmente nos dejaron ir, aterrorizadas, como escapadas de la tumba por un pleito. Marta y Emma ya no quisieron saber nada de Beatriz, y de hecho, poco después nos separamos, por muchas razones, pero sobre todo porque ya la juventud se nos estaba acabando y empezamos todas a sentar cabeza. Quién lo dijera, las tres salimos amas de casa bastante respetables. Yo de plano me case por la iglesia y de blanco. Pero yo nunca me creí el cuento de que así, por arte de magia, Beatriz se hubiera escapado y me sospechaba lo peor: que el podrido Ponce la hubiera mandado matar dentro de la cárcel, para que no soltara más información. Y me dolió, ves que la quise como a una hermanita. Y como soy un poco parecida a ella, en lo terca y enloquecida, un domingo, dos años más tarde, sin más me apersoné en el Reclusorio Sur para hablar con Bernal. Ahora sí iba preparada a situaciones tremendas. Había visto en mi vida las suficientes películas sobre cárceles para saber lo que les pasa a los muchachos jóvenes y guapos, sobre todo si son gays, en una cárcel, entre delincuentes salvajes de la peor ralea que llevan años sin mujer o puro enclosetado mentiroso que anda buscando el pretextito. Me lo imaginaba enfermo, esclavizado, denigrado, violado, obligado a todo tipo de servilismos y humillaciones, golpeado, acuchillado incontables veces por todo tipo de caníbales y orangutanes. Iba a ver la momia o el cadáver del príncipe que había sido Bernal, ora sí que lo que quedara de él. Pero lo encontré perfectamente. Claro, sin la cabellera, la ropa, las lociones, el resplandor de antes, pero sano, creo que hasta con mejor color, sonriente, tranquilo y ya como un menos afeminado, que no es que lo fuera antes. No se trataba precisamente de algún ademán o expresión nuevos, sino de una actitud totalmente nueva, como de señora de clase media. Por fortuna, me dijo, no le había tocado sufrir vejaciones de los demás presos: don Edmundo lo defendía. Se habían conocido desde antes, en las fiestas, pero en la cárcel se habían enamorado. “El primer amor de mi vida, el único: déjame que te lo presente, Nena”. Me imaginé uno de los potentados podridos que habían destruido a Beatriz y traté de reprimir mi rabia. Pero no, a quien me presentó fue a un hombrecito moreno, flaquito, humildón, casi enano, con bigotitos chorreados y dientes de oro: era exageradamente machito y andaba todo tieso como charro, y parecía tener gran ascendiente entre los demás presos. Le tronaba los dedos a cada preso fortachudo, le daba órdenes perentorias a cada preso gigantón. Apenas le llegaba al pecho a Bernal, pero mi viejo amigo le rendía culto como recién casada, lo miraba con ojos de adoración, le alisaba el pelo, le cogía la mano mientras conversábamos, como si para cualquier cosa necesitara su apoyo, su autorización. Don Edmundo había sido durante años el cocinero personal del señor Ponce, todavía prófugo, con otros exsenadores. “¿Y que han sabido de aquélla?”, pregunte en clave, como en telenovela de misterio. Bernal rió ampliamente, don Edmundo a carcajadas; miraron hacia todos lados y me enseñaron furtivamente una fotografía: Beatriz con uniforme de azafata de una compañía aérea europea. Se veía más hermosa que antes. Vi con envidia que Beatriz era de las muchachas guapas que no pierden nada con la edad, por el contrario, como que van ganando sensualidad, picardía, qué sé yo, conforme se convierten en señoras. Porque mi diablilla ya tenía todo un porte de gran dama. En cambio yo, por más dietas que hago…. “Por fin realizó su sueño”, dijo Bernal. “anda dándole la vuelta al mundo; con un nuevo nombre, claro”. No pregunté más. Pero salí feliz de la cárcel. Por mí, por Bernal, por Beatriz, hasta por Edmundo. Me llegó el tiempo de casarme y mi primer embarazo, el de mi hija Rosita. Fui a celebrarlo con mi marido a un restorán caro caro de Polanco, La Donna del Lago, de comida italiana; y que nos vamos encontrando a Bernal, guapísimo en su tuxedo, de parar el tráfico. De nuevo príncipe, director de orquesta, banquero en una recepción de gala. Aunque yo lo prefería, desde luego, como modelo de Calzoncillos Zaga, no hacía mal papel, me dije, como modelo de tuxedos. “¿Pero qué estás celebrando, alma mía? ¿Cuándo saliste?”. Bueno: era el capitán de garçones de La Donna del Lago; don Edmundo, el dueño, nos mandó champaña gratis. “Por cierto, me susurró Bernal, hay noticias de aquélla. Abandonó la aviación el año pasado. Su nuevo giro son las alfombras persas bien cargadas: hace poco huyó de España, con perdidas cuantiosas, pero está a punto de tomar Amsterdam por asalto”. Autor: José J. Blanco
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RESILIENCIA
Es muy fácil sacar conclusiones de lo que uno haría si estuviera en aquella o tal situación, pero la verdad es otra, cuando al que le toca vivirla es a uno.
Aún hoy me pregunto de dónde saca esa fuerza tan poderosa para seguir adelante con su vida y claro, con la de sus hijos.
Sonó el teléfono a eso de las 8:30 am, contestó mi mamá y sólo se escuchó -¡Qué!¿Se murió?-, me paré asustada y le pregunté qué había pasado. Ese día de las velitas nunca volvería a ser igual.
Nos arreglamos, cogimos un taxi y llegamos a Campos de Paz a las 11 de la mañana, el día se sentía raro y cada vez llegaban más y más familiares, pero ninguno podía creer que de verdad el que estuviera en ese ataúd fuera él. Silenciosy el dolor agudo de una viuda era lo que se escuchaba, ni más ni menos, ante la incomprensión de la muerte, que sabemos que existe pero que nos deja asombrados cuando es repentina y llega joven.
Carlos terminó de pintar la casa que su mamá tenia para alquilar y se fue a su casa donde vivía con su esposa, hijos y suegra; decidió dormir y luego al despertarse le dijo a Isabel su esposa, que no se sentía bien y de repente cayó al piso. Juan José en ese momento vio todo lo que paso y cómo su papá se puso morado casi al instante.
De pronto, una ambulancia corría hacia el hospital San Rafael I, aguardando alguna esperanza de vida, pero al llegar la respuesta fue que lo sucedido había sido un infarto fulminante y que ya no había nada que hacer.
Uno se imagina esa situación en las películas y sabe más o menos como reacciona el personaje al que le cuentan la noticia, pero como predecir en la vida real o imaginarnos ese mismo instante en el que a Isabel se le paraba el mundo y rompía el corazón, no solo por perder lo más amado sino al padre de sus dos hijos.
A mi tía Emilsen le llegó la noticia de una manera totalmente distinta ya que siendo una abuela muy orgullosa de tener tantos nietos, dos por cada uno de sus hijos, tiende a ser muy entregada a ellos, esa mañana la despertaron, invitaron a desayunar y ahí le contaron lo que le había sucedido a su hijo, para que por lo menos no se fuera sin desayunar al cementerio, ya que esto la pondría aun peor.
A eso de las 11 de la mañana no se sentía el paso del día, era como si no hubieran pensamientos o si uno no supiera que sentir en el momento, solo se que todos estábamos pendientes de Isabely de mi tía Emilsen por el momento.
Pasaron las horas y llego Ana con sus sobrinos, nadie sabía cuál sería la explicación para ellos, o si verían a su papá en el ataúd pero todos estaban a la expectativa, algunos sin tener nada en la cabeza, con impulsos, lágrimas y llantos muy agudos y otros, sin poder siquiera hablar.
La cara de Isabel y su madre mostraban una tristeza profunda, tan profunda que al ir a abrazarlas para darles el sentido pésame, a la mayoría de los presentes no le fue posible hablar, pero con la presencia y el calor humano teníamos que darles toda nuestra fuerza, para que saliera de esta, para que luchara por el mayor regalo que le había dejado Carlos, sus dos hijos.
El peso del día era cada vez más fatigante, no había consuelo alguno que calmara el dolor que transpiraba el ambiente de ese salón blanco, lleno muy lleno de flores, entre las cuales al leer las tarjetas se destacaba la de la guardería de Juan José, presentando sus condolencias a la familia del difunto papá.
Pasaron las horas y ya entrada la noche algunos de los asistentes decidieron quedarse acompañando a la familia en su pena y más aún a Isabel, ya deshidratada de tanto llorar.
Al día siguiente no se sabía si éramos los mismos o si había ido más gente al cementerio, todo el tiempo que pasaba se congelaba y se volvía frio, como llegando casi a un azul oscuro o un gris, quien sabe.
La persona que más vi que pudo dar apoyo sin derrumbarse esos dos días fueCristina, una tía de la familia que es médica y sabe tratar estos temas, no solo desde la razón sino tambien desde los sentimientos. Ella le hablaba a Isabel para que comiera, se sentara un rato o tomara agua debido a su debilidad que no solo la tenía destruida emocional sino también físicamente.
Isabel permanecía tendida sobre el ataúd y le reprochaba a Carlos que dejara de jugar con ella, que se despertara, le reclamaba y lo llamaba como suplicándole que no se fuera. Justo cuando le decía esto, a mi mente venían los recuerdos de lo necio que era y todas las bromas que le gustaba hacer. Supongo, ya que no puedo afirmar nada, que ella quería que él le dijera que estaba bien y que solo la estaba molestando con su muerte.
En un momento del día irrumpieron el tenso ambiente cuatro sujetos que entraron al lugardispuestos a sacar el ataúd, para llevarlo a la misa en la Iglesia del cementerio, pero Isabel se negaba a dejar que esto sucediera y pedía que le dieran más tiempo con él, que no lo iba a volver a ver.Ya sentados todos en la iglesia, que más que ancha era larga como si fuera a llegar al cielo, escuchábamos al padre que intentaba darle fortaleza a la familia de Isabel, mientras ellos lo escuchaban sentados en primera fila. La misa no demoro, y cuando empezaron a sacar el ataúd con ruedas (como si el que creo este objeto estuviera pensando en el camino que se recorre para llegar al final de la vida) todos con lágrimas en los ojos y el alma desconsolada nos dirigíamos al crematorio en donde los gritos agudos e incesantes de una viuda no pararían de sonar.
Juan José quiso ver a su papá mientras le intentaban explicar que estaría dormido para siempre, él le tiraba besos y le decía chao papi.
Esa imagen hoy en día se repite en mi cabeza como si la hubiera sacado de otra vida, como si no hubiera pasado o si yo quisiera que nunca hubiera pasado. Era un pasillo oscuro y angosto por donde entro el ataúd, que acompañado por demasiadas personas, estas tuvieron que devolverse para esperar en la sala. Se abrió el crematorio y justo cuando se escuchó el sonido del metal cerrándose se mezcló con los llantos, abrazos, la nostalgia, los nudos en la garganta y el desmayo de dolor de Isabel mientras salía el humo blanco por la chimenea de la sala del cementerio Campos de Paz.
Pasados los días Juan José le decía a su mamá que no quería juguetes para el 24 de diciembre si no que él viniera del cielo, su hermanita andaba por toda la casa con la camisa de su papá puesta y si se la quitaban el llanto era lo primero que se escuchaba, Isabel continuaba con la lucha de entregarles todo el amor a sus hijos para que ellos entendieran que su papá era un hombre genuino y especial, no como lo que se dice de toda la gente que muere, porque a sus 32 años contagiaba su buena energía donde fuera y sabia el significado de ser un buen padre y buen esposo. Eso de vivir el día a día como si fuera el último ya lo sabemos de memoria, pero cuando de verdad sucede la muerte la resiliencia entra en su papel más importante para que los seres queridos puedan luchar.
Crónica- 2016
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