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I want to put flowers in your hair. But what flowers? There are none with touching enough simplicity. And from what May would I fetch them? But I’m convinced now that you always have a wreath in your hair… or a crown… I’ve never seen you any other way.
Rainer Marie Rilke love letters to Lou Andreas-Salomé
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Lou Salomé is the acearo icon that I never knew I needed
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«Donde quiera que Nietzsche opone una “moral de esclavos” a una “moral de amos”, no olvidemos que está hablando de sí mismo. Nos describe los sufrimientos de su naturaleza desarmónica, alma torturada por la nostalgia de su contrario ideal, y por la necesidad de elevar los ojos hacia él, en un gesto de adoración. Es su propio “yo” el que describe, cuando declara que al alma del esclavo le “gusta los recovecos, las escapatorias y las puertas ocultas”, que “le encanta todo cuanto se disimula como si ella encontrara su mundo, su seguridad y su solaz”; es su contrario al que hace alusión, cuando glorifica la naturaleza dominadora, activa, feliz, despreocupada del hombre de acción primitivo. Mas al convertir a uno en corolario del otro, al convertir a la naturaleza humana como tal, el ruedo en el que se enfrentan las dos fuerzas contrarias para superarse, Nietzsche las considera como grados de evolución distinto en el seno de un ser único; estas dos fuerzas permanecen irreductibles, mientras se las estudie bajo un ángulo histórico; sin embargo, esas dos fuerzas sólo provocan divisiones en el alma del individuo, en cuanto se las encara bajo el prisma de la psicología. De suerte que la concepción nietzscheana de la lucha histórica entre amos y esclavos no es más que una ilusión grosera del drama que se desarrolla en el alma del individuo superior.»
Lou Andreas-Salomé: Nietzsche. Editorial Zero, pág. 176. Madrid, 1979.
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#lou-andreas salomé#lou salomé#luíza gustávovna salomé#nietzsche#moral de los señores#moral de los esclavos#moral de los amos#naturaleza humana#psicología#historia#psicoanálisis#Луиза Густавовна Саломе#teo gómez otero#hombre de acción#filósofa
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*All'interno dei rapporti affettivi dell'uomo con il mondo circostante, con gli esseri viventi e le cose, tutto sembra a prima vista inserirsi nei due grandi gruppi di ciò che ci è omogeneo, simpatico, familiare da una parte , e non-affine, estraneo, nemico dall'altra.
O il nostro naturale egoismo è stimolato ad allargarsi a interessarsi del sé di un altro, partecipando entro certi limiti alla sua gioia e al suo dolore, come se si trattassse del proprio sé - o, viceversa qualcosa lo stimola a rinchiudersi rigidamente in sé, a restringersi e a opporsi al mondo esterno con atteggiamento di rifiuto, difesa o minaccia.
Il rappresentante tipico di questo egoismo nel senso più ristretto della parola è l'uomo dalla forte volontà individuale che ama, segue solo sé stesso e assoggetta tutto il resto ai propri scopi; tipico, viceversa dell'egoismo meno delimitato, del cosiddetto altruismo, è il carattere samaritano con il suo ideale di fraternità universale che riconosce e avverte in ogni essere, per quanto estraneo, la partecipazione di questo alla grande unità del tutto* (Riflessioni sull' amore)
Lou von Salomé,Lou Andreas-Salomé
~San Pietroburgo, 12 febbraio 1861~
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Não ter amado é não ter vivido.
Lou Salomé
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Jugar las cartas: Freud y Lou Andreas-Salomé
Antonella Sorrentino
De las aventuras de la joven Violet Evergarden, protagonista del animé homónimo, se desprenden las preguntas que, creo, encierra toda carta: ¿qué son las palabras?; ¿cómo funcionan? Luego de sobrevivir a la guerra en la que pierde sus brazos, Violet se convierte en una automemories doll: una escritora de cartas por encargo. La deshumanizada amanuense vive la extrañeza que todos sufrimos al ser hablantes y se pregunta qué significan las palabras “te amo” que le pronuncia su enamorado antes de morir en combate.
La correspondencia encierra en su nombre mismo una paradoja: la escritura epistolar no implica exactamente comunicar. Pensar en estos términos ¿no nos llevaría acaso a creer en la correspondencia entre significado y significante? Para nada: Violet Evergarden enseña que las palabras son intermediarios molestos. Mediante el juego homofónico entre amor y amuro Lacan muestra que entre dos amantes se interpone el muro del lenguaje: “pero dos que se quieren se dicen cualquier cosa”1 canta en argentino el Indio Solari.
Las misivas no consisten en un diálogo entre personas sino entre lugares de discurso2. Kafka -dice Piglia-, en su escritura epistolar, inventa a su lectora. No se trata tanto de la señora Felice Bauer como del lugar hacia el que el autor dirige su escritura, que, como toda carta, siempre llega a destino. Destino y destinatario son dos funciones diferentes: el destinatario es el otro al que uno cree que le habla, mientras que el destino se vincula con el Otro, rompiendo la idea de comunicación.
“Una carta siempre llega a destino” insiste Lacan en su seminario sobre “La carta robada”; con pasión doctrinal Derrida le responde con su libro La tarjeta postal: de Freud a Lacan y más allá. En ese seminario Lacan señala que la carta robada es el cuarto personaje del cuento de Poe. Desde Shakespeare las cartas se convierten en personajes de las obras (¿tal vez sea eso lo que desemboca en el furor de las novelas epistolares a finales del Siglo XVIII?). Romeo envía una carta a Julieta en la que le anticipa sus planes. Julieta no recibe la carta y se cumple el destino trágico de la obra. La carta llegó a destino pero no al destinatario. El destino de la carta, como todo hecho de lenguaje, escapa a la voluntad del yo.
Oscar Wilde escribía cartas en Chelsea, les colocaba la estampilla y las arrojaba por la ventana; algunos decían que lo hacía para no perder el tiempo en dirigirse hasta el correo, confiando en que algún comedido las levantaría y despacharía. Particularmente considero que lo hacía porque entendía que: “el emisor recibe su propio mensaje bajo una forma invertida. (…) una carta siempre llega a su destino” (Lacan, pág. 35)
“¿Han pensado ustedes que una carta es precisamente una palabra que vuela?” (Jacques Lacan)
El equívoco entre Letter y Litter indica que la carta no es solamente un mensaje, sino que también es un objeto que puede intercambiarse, romperse, devolverse e incluso desecharse. En español se puede jugar con carta/descarta.
Vale aclarar que no es el mensaje de la teoría de la comunicación. El término género epistolar es incorrecto, argumenta Saer, se trata de un procedimiento que poco tiene que ver con la comunicación: “El procedimiento de la carta es un pretexto literario para encubrir formalmente un monólogo” (Saer, pág. 233). No hay en esa excusa un diálogo posible3: las cartas siempre son a uno mismo. Miller postula que el significante sirve a los fines de la comunicación de manera secundaria; su uso principal tiene que ver con un goce autoerótico que elude al Otro. Una cita del ensayo sobre el Elogio y vindicación de la correspondencia epistolar de Pedro Salinas deja en evidencia la doble función del significante: “Por lo pronto, cartearnos desinteresadamente con nuestros prójimos nos coloca en el trance de tener que entendérnoslas con el instrumento de comunicación, el lenguaje. Nos coloca frente a nuestra lengua en actitud muy otra a la del conversante” (Salinas, pág. 60)
Otra perspectiva es la de Eduardo Grüner, quien expone que hay que buscar en la correspondencia epistolar siempre una estructura de a tres4: “La carta expresa un vínculo especular en el instante de búsqueda de una Terceridad, de un salto al exterior que habría que verificar en cada caso” (Grüner, pág. 255) Elige para sus desarrollos sobre las cartas el concepto de “intercambio”, afirmando que se tratan de un “don de amor” o que se puede incluir entre las formas universales del intercambio que plantea Levi-Strauss: de objetos, de signos y de mujeres. Si se entiende que la Terceridad es el Otro del lenguaje, no por ello dejaré de señalar algunos ejemplos de esta estructura de a tres en las cartas de Freud. ¿Dónde buscar dicha estructura? Tal vez en la interpretación que realiza Anna Freud sobre la negativa de su padre a que se publicaran sus correspondencias: “desea que lo publiquen”. O el protagonismo de Marie Bonaparte en la conservación y posterior publicación de las cartas de aquél a Fliess (es conocida la afición de la princesa por los registros escritos: diarios, cartas, cuadernos, etc.). En 1936, el Sr. Stahl, un comerciante de arte le vende cartas de Freud que le había comprado a la esposa de Fliess. Freud quiere apoderarse de ellas para destruirlas, pero Bonaparte se niega: su intención es que ese importante material para la historia del psicoanálisis fuera preservado. Las cartas de Freud se editan y publican en francés en 1956 “como una bella formación de compromiso por Anna Freud, Marie Bonaparte y Ernst Kris, precedidas por un prefacio-guía de lectura de Kris que es traducido con el resto.” (Eric Laurent, Virtualia 2006).
Las cartas: escritura a uno mismo o estructura de tres elementos. Ambas definiciones ilustran la imposibilidad lógica de un diálogo en la práctica epistolar.
Resulta evidente que la carta además es un objeto. El intercambio epistolar se vuelve una práctica popular en la época de la Reina Victoria con el penny black. La oficina postal se convierte en una institución en sus primeros años de reinado; las novelas epistolares ya no constituyen el género literario predominante. La hipótesis que formula al respecto Kate Thomas es que la carta comienza a tener un protagonismo como objeto y no ya como mensaje: “La ficción epistolar, en otras palabras, le dió el paso a la trama postal, en el que el interés no recae sobre el interior de las cartas, sino sobre su exterior: la carta se invirtió”5 (Thomas, pág. 2). En Inglaterra de principios de siglo XIX se instituye en el saber popular una relación entre el sistema postal y el sexo “promiscuo”. Joyce escribe a Nora Barnacle el 2 de diciembre de 1909: “Hay algo de obsceno y lascivo en el aspecto mismo de las cartas. También su sonido es como el acto mismo, breve, brutal, irresistible y diabólico” . (Joyce, pág. 87) Al ser la carta un objeto, como desarrolla Freud en su texto Sobre las transmutaciones de los instintos y especialmente del erotismo anal, puede ser equivalente e intercambiable adquiriendo distintos valores.
La metamorfosis que sufren las cartas que han sido publicadas consiste en dejar de ser ese objeto único de papel: son impresas, editadas, anotadas, abandonan el circuito de lo privado y se convierten en un género secundario. Esos manuscritos que otrora le entregó Anna Freud a Ernest Pfeiffer se multiplican en la imprenta, y una vez más aparece una pregunta: ¿a quién pertenecen las cartas? Creo que esto responde a una inquietud que me contagió mi amigo Oscar Montivero ¿por qué las cartas de Freud no forman parte de sus obras completas?
Cartas, textos, fotos, dinero, oro, hija…regalo
"Siempre me pareció que las cosas son hermosas, valiosas, cuando son regalos, no adquisiciones, y porque entonces traen inmediatamente consigo el segundo obsequio: el poder sentirse agradecido."(Lou Andreas-Salomé. Mirada retrospectiva. Compendio de algunos recuerdos de la vida)
A comienzos del Siglo XX las postales se volvieron populares. Son el paradigma de la carta como objeto: una foto de un paisaje con un mensaje, en la mayoría de los casos prefabricados: “wish you were here” y acompañada de un pequeño manuscrito expuesto a los ojos de cualquier curioso que se encuentre en medio del circuito postal. Con la Reina Victoria y su sello postal de un penique el correo se vuelve popular. En un principio, el sistema fue cuestionado por el hecho de pagar por adelantado6 para mandar una carta; gracias a la paradoja epistolar sobre el propietario de la carta, anteriormente los gastos de envío corrían por cuenta del destinatario. Algunos nostálgicos y apocalípticos condenaron este hecho histórico como el responsable del declive de la carta inglesa; otros lo veían como un signo de progreso. El resultado de la creación de la oficina postal fue el grandioso incremento del tráfico de cartas, que obliga en esta misma época al nacimiento del buzón de correo para uso público. Luego de la reforma de 1840, las cifras de cartas transportadas se duplicaron. Diez años después esta cifra nuevamente se duplicó. El sello postal y la inclusión de buzones en los hogares hicieron más rápido y eficaz el proceso de envío de correspondencia. Menos de cien años después, y con la práctica epistolar instalada en la vida cotidiana, Sigmund Freud y Lou Andreas-Salomé inician su correspondencia.
Lou siempre se mostró interesada por los misterios del lenguaje. Jugaba con los nombres propios. Gillot, el pastor protestante con quien estudia en secreto, la bautiza Lou al no poder pronunciar su nombre en ruso. ¿Ella adoptará ese nombre, porque como asegura Lacan “es en tanto que vehicula cierta diferencia sonora que es tomado como nombre propio” (Lacan, pág. 16)? René Maria Rilke cambia su primer nombre por Rainer, a pedido de ella porque ese nombre le sonaba más masculino. El enamorado poeta cambia su letra para que se parezca a la de ella. Un detalle en las cartas: Cuando Lou Andreas Salomé le envía a Sigmund Freud (a quien en ocasiones llamaba cómicamente Freuden) su texto “Mi agradecimiento a Freud”, éste le sugiere cambiar el título “Mi agradecimiento al psicoanálisis”. Lou, como la califica Freud, “con su agudeza habitual” no acepta sustituir el nombre propio por la palabra Psicoanálisis: “puesto que el trabajo mismo no es en realidad más que esta sola palabra: ha sido vivido con el pensamiento en la persona que así se llama; en cuanto a lo que hubiera sido como simple saber objetivo, sin esta vivencia humana ni me lo puedo imaginar. (Después de todo soy mujer)” (Freud-Salomé, pág. 262, ). Con la lucidez que la caracteriza, lee que la historia del psicoanálisis es la historia de Freud: “esta historia es la historia de quien la escribe” (Musachi, G. recuperado de http://www.revistavirtualia.com/articulos/146/psicoanalisis-y-literatura/el-acto-en-cuestion-su-objeto)
En su escrito de 1915 Sobre la transmutación de los instintos y especialmente del erotismo anal Freud cita Anal y sexual, el texto de Andreas-Salomé, y explica que hay elementos tratados en lo inconsciente como equivalentes e intercambiables. La relación de Lou y Freud no solo incluye cartas, sino también otros objetos.
En la carta que Freud escribe dos días después de su sexuagésimo cumpleaños, agradece a Lou por sus hermosas palabras. Le agradece por regalarle aquello que ella no tiene7, y que lo expresa abiertamente en varias de sus cartas: “Y ahora quisiera decir todavía muchas cosas, pero no sé cómo hacerlo” (Freud-Andreas Salomé, pág. 214); “Por desgracia es tan difícil verter esas cosas en palabras (a lo menos para mí, que lucho siempre con la expresión)” (Freud- Andreas Salomé, pág. 241) “Por el momento se trata únicamente de este “no poder contenerlo” que por desgracia no se puede exteriorizar fácilmente con palabras” (Freud - Andreas Salomé, pág. 279)...
Junto con las cartas se envían textos, libros y artículos. Freud escribe a Lou:
“Las conferencias grandes no se las envié, porque no son más que una reimpresión inalterada de aquello que usted ya posee en tres partes. Pero bastará una palabra de usted indicando que desea también esta edición en un volumen para que el ejemplar le sea inmediatamente enviado” (Freud-Andreas Salomé, pág. 119)
En esa misma carta Freud le pide que le regale su conmovedor acto fallido para incluirlo en Psicopatología de la vida cotidiana, Lou lo amplía y se lo adjunta en la siguiente carta.
Otros objetos comienzan a circular entre ellos: Freud, en un generoso gesto de amistad le envía dinero a Lou; ella una vez más le da las gracias. Graciela Musachi en su artículo sobre las cartas de Freud/ Andreas-Salomé interpreta el dar las gracias como otorgar aquello que falta. Lou aclara a Freud que además de la felicidad del agradecimiento no siente vergüenza por el presente. En otra de sus cartas lo culpa por: “semejante despilfarro”: utilizar los 50 dólares que le envía Freud por medio de Eitington para arreglar su vieja piel con la cual podrá “pavonearse” nuevamente. “Le doy a usted de todo corazón las gracias por haberme orillado a esta tentación, porque la mujer inmoral que soy se complace siempre al máximo de sus pecados” (Freud-Andreas Salomé, pág. 187). Freud no sólo le envía dinero, sino que también la exhorta a subir los honorarios a sus pacientes.
Lou corona la cantidad de textos que se envían y comentan con su carta abierta titulada “Agradecimiento a Freud”.
Las fotos son intercambiadas también entre ellos al principio y al final de su correspondencia. En una de las últimas cartas Lou le adjunta su retrato y lo llama “mal recuerdo”; Freud en cambio, se abstiene de enviar el suyo.
Lou recibe un importante presente: uno de los anillos de oro que el Profesor obsequiaba a su círculo más íntimo. Este símbolo de lealtad hace que Freud confíe a Lou a su predilecta Anna, quien inicia un análisis con Andreas Salomé.
Las cartas son, en la relación de Freud y Lou, uno de los tantos regalos que intercambian.
“¡Por carta una se siente un poco más atrevida!”
En su carta del 15 de marzo de 1923 Lou Andreas Salomé le hace esta confesión a Freud: “¡Por carta una se siente un poco más atrevida!”
El secreto de la correspondencia se impone por derecho constitucional en el Siglo XIX. El secreto está en la etimología misma de los manuales epistolares y de aquellos que se encargan de la correspondencia: los Secretarios8. Para el psicoanálisis existe una proximidad entre las mujeres y el secreto. La correspondencia y el secreto sirven a las mujeres para generar intrigas; para escribir, como Lou, en exceso; para hacer hablar al Otro; para ser amadas; para gozar…
El secreto no es el único punto en común entre las mujeres y las cartas; también lo es la coquetería. Esto se desprende de una de las tantas paradojas epistolares: la carta es privada pero puede pasar al ámbito de lo público. Esta ambivalencia es la que toma Salinas para comparar la carta con la coquetería femenina: ”por dar algo y negarlo, por ofrecer y reservar, en un solo acto”. (Salinas, pág. 95). Más adelante agrega: “Y así carta y mujer tienen de común darse a conocer por sus rasgos, y a la vez mantenerse secretas”. (Salinas, pág. 95)
Lou Andreas-Salomé es el secreto que permanece durante toda la correspondencia con Sigmund Freud, a pesar de su parloteo ��l conoce muy poco acerca de ella.
Lewis Carroll en su texto ocho o nueve palabras sabias sobre la escritura de cartas percibe que las mujeres suelen excederse en las palabras, por lo cual intenta regular esto con una advertencia: “La posdata es una invención muy útil, pero no está pensada (como suponen muchas damas) para contener la auténtica esencia de la carta; más bien sirve para quitar importancia a cualquier asuntillo sobre el que no deseamos armar alboroto”. (Lewis Carroll, pág. 20)
Escribir cartas o la construcción del lector
Piglia enseña la operación que realiza Kafka al escribir sus cartas a Felice Bauer; inventa en esas innumerables cartas a su lectora. Ella forma parte de su proceso de escritura: del procedimiento estratégico del monólogo del que habla Saer. Antonio Oviedo lee que se trata de la marginalia. El margen forma parte del texto principal, son inseparables.
La hipótesis puede hacerse extensible a las misivas de Freud a Lou Andreas Salomé. Freud ganó el 28 de agosto de 1930 el premio Goethe por su estilo de escritura y le obsequió a ella parte del dinero, otro objeto de los tantos que circularon entre ellos. Más aún, escribe en la carta que considera que este gesto permite: “deshacer una parte de la injusticia que se cometió en la concesión del Premio” (Freud-Andreas Salomé, pág. 254) ¿No es acaso éste el indicio de que ella forma parte del proceso de escritura de su profesor?
Las correspondencias de Freud forman parte del cuerpo teórico y político del psicoanálisis, permiten entender de qué modo Freud va construyendo el movimiento psicoanalítico y sus conceptos. Respecto de sus cartas con Lou Andreas-Salomé, Appignanesi y Forrester escriben: “A través de estas cartas, emerge un retrato íntimo de los procedimientos intelectuales de Freud” (Appignanesi-Forrester, pág. 288). Me atrevo a decir que estos procedimientos intelectuales forman parte de su escritura misma. Freud escribe en un estilo ensayístico, argumentando cada uno de los conceptos que va escribiendo.
El recurso argumentativo que utiliza Freud es dialéctico: una tesis, una antítesis y una síntesis a la que fuerza a permanecer abierta. Con esto insiste en reiteradas oportunidades a su perspicaz interlocutora: la importancia de no apresurarse a concluir:
“Paso a paso, sin necesidad interior de conclusión, siempre bajo la presión de un problema actualmente presente y esforzándome temerosamente sin respetar los trámites. (...)
Si me es dado seguir elaborando la teoría, es posible que usted llegue a reconocer con satisfacción más de una cosa intuida o inclusive anunciada por usted desde mucho antes. Sin embargo, a pesar de mi edad, no me corre prisa alguna” (Freud-Andreas Salomé, pág. 79)
Freud juega con una constante tensión entre la tesis y la antítesis, Lou completa este proceso de argumentación con una síntesis y empuja a Freud a seguir escribiendo.
En reiteradas oportunidades, él se admira del arte de síntesis (palabra que utiliza en varias de sus cartas), del poder ir más allá de lo dicho de la “encontradora de problemas”9. Él envía sus textos y espera sus comentarios crítico-sintéticos. En 1930 Freud le escribe que la relación que cada uno mantiene con un tema no cambió: entre ambos se produce un movimiento de dialéctica acerca de un mismo punto de conversación:
“Yo toco una melodía, muy simple en la mayoría de los casos, y usted proporciona las octavas superiores; yo separo una cosa de otra, y usted reúne lo separado en una unidad superior; yo presupongo silenciosamente las condiciones de nuestra limitación subjetiva, y usted atrae deliberadamente la atención sobre ellas. En conjunto, nos hemos entendido bien y somos de la misma opinión. Sólo que yo tiendo a excluir todas las opiniones menos una, y usted, en cambio, a fundirlas todas en una sola”. (Freud-Andreas Salomé, pág. 247)
Graciela Musachi10 afirmó que: “el psicoanalista es el último lector puesto que Freud inventa una nueva manera de leer” ¿De qué lectura se trata en psicoanálisis? Se podría anticipar una respuesta: un analista lee lettres. Bouvet se sirve de Schuerewegen para reafirmar: la carta es modelo de lectura.
Desde la óptica del lector, Schuerewegen sostiene que toda lectura se realiza sobre el modelo de la lectura de la carta, es decir, de una escritura privada, siempre compleja, a descifrar por el modelo comunicacional, que necesita elegir entre interpretaciones múltiples. En este sentido, escritura privada y literaria resultan indistinguibles; la primera funda la segunda. Una obra literaria pone en escena también su propia “regla de destinación”, la forma de contacto que quiere mantener con sus lectores, cómo quiere ser leída. (Bouvet, pág. 127)
Conocer algunas de las cartas que Freud enviaba a distintos interlocutores permite realizar una lectura “no-cronológica” de la historia del movimiento psicoanalítico. Un ejercicio en el que el lector debe poner de su parte para construir el relato. Este es un modo de explicar lo que propone Lacan en la Obertura de sus Escritos: “Toca al lector dar a la carta en cuestión, más allá de aquellos a los que fue dirigida un día, aquello mismo que encontrará allí como palabra final: su destinación”. (Lacan, pág. 4). Leer las cartas de Freud es un modo de continuar con su deseo: la construcción de la historia del movimiento psicoanalítico. Las cartas son parte de esta historia, pero no solo por su valor documental, esto queda incluso en segundo plano. Con la correspondencia Freud estaba, en una operación política11, construyendo a sus lectores en el sentido de una elite12 intelectual: aquellos que puedan descifrar un mensaje. Cuando Germán García escribe sobre Kojeve, señala que el arte de escribir permitía no sólo escapar de una persecución, sino también “ejercitar la sagacidad del lector elegido” (García, pág. 28). Inventar a sus lectores es crear el movimiento psicoanalítico.
Del mismo modo que Lacan expresa en la Obertura a sus escritos sobre la carta robada, la destinación que Freud otorga a las cartas de Lou Andreas- Salomé es la de una lectura que le permite seguir argumentando. En una de las misivas que ella envía bromea que el mejor modo de escribir cartas consiste en mandar hojas en blanco al destinatario para que éste las interprete. La perspicaz Lou Andreas-Salomé sabe que las cartas siempre llegan a destino.
Bibliografía:
Appignanesi, L y Forrester, J (1996). Las mujeres de Freud. Buenos Aires: Planeta.
Andreas-Salomé, L. (1982). El narcisismo como doble dirección. Obras psicoanalíticas. Edición a cargo de G. Dessal y G. L. Koop. España: Tusquet.
Bouvet, N.E. (2006). La escritura epistolar. Buenos Aires: Eudeba.
Carroll, L. (2010) Cartas inéditas a Mabel Amy Burton. España: Nocturna ediciones
Derrida, J. (1986). La tarjeta postal de Freud a Lacan y más allá. Buenos Aires: Siglo XXI.
Freud, S. (2008). Cartas a Wilhem Fliess. Buenos Aires: Amorrortu.
Freud, S. & Andreas-Salomé, L. (1968) Correspondencia. Buenos Aires: Siglo XXI.
García, G. (2014) Derivas analíticas del siglo. Buenos Aires: UNSAM
García, G. (2018) Palabras de ocasión. Buenos Aires: Los Ríos.
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Giraud, F (2004) Lou: Historia de una mujer libre. Paidos: España.
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Joyce, J. (1992) Cartas de amor a Nora Barnacle. Buenos Aires: Leviatán.
Kojève, A. (2003) El emperador Juliano y su arte de escribir. Buenos Aires: Grama.
Lacan, J. (2005). El seminario sobre La carta robada en Escritos 1. Buenos Aires: Siglo XXI.
Lacan, J. (2005). Obertura de esta recopilación en Escritos 1. Buenos Aires: Siglo XXI.
Lacan, J. (2008) ¿Par o impar? Más allá de la intersubjetividad en El Seminario 2. El Yo en la Teoría de Freud y en la Técnica Psicoanalítica. Buenos Aires: Paidos.
Lacan, J. (2008) La carta robada en El Seminario 2. El Yo en la Teoría de Freud y en la Técnica Psicoanalítica. Buenos Aires: Paidos.
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1 Patricio Rey y los redonditos de ricota: “La hija del fletero” Lobo suelto-Cordero atado (1993) Discográfica: Del cielito records.
2 Tomando los conceptos que utiliza Todorov al realizar una poética y una lectura de la novela epistolar de 1782: Las relaciones peligrosas de Pierre Choderlo de Laclos.
3 Alejandra Pizarnik en sus cartas a León Ostrov escribe lo siguiente: “Pero hacer los diálogos me es imposible. Yo no sé hablar como todos. Mis palabras suenan extrañas y vienen de lejos, de donde no es, de los encuentros con nadie”.
4 Oscar Masotta deduce que con la carta robada Lacan introduce el problema estructural: cómo pensar el dos en el interior de una relación de tres términos.
5 Epistolary fiction, in other words, gave way to postal plots, in which literary interest lay not in the interiors of letters, but rather their outsides: the letter became inverted. La traducción es mía.
6 El valor de envío por adelantado era de un penique, mientras que si se pagaba contrareembolso el valor era de dos peniques.
7 Germán García en una entrevista para “La voz del interior”, compilada por César Mazza bajo el nombre “Palabras de ocasión” dijo: “Quien escribe es alguien que tiene, por exceso o por defecto, un problema con el lenguaje: le sobran o le faltan palabras; el sujeto de la literatura no es diferente de aquel del psicoanálisis: es el sujeto derivado del lenguaje”. Freud se refería a Lou como “desmesuradamente modesta como escritora” (Freud- Andreas Salomé; p. 132)
8 Salinas en su ensayo sobre la carta misiva define los secretarios como un sitio intermedio entre lo público y lo privado.
9 Este es el apodo con el que Freud nombra a Lou Andreas-Salomé en la carta que le dirige el 1 de agosto de 1919.
10 En el marco del taller de lectura sobre “La cosa freudiana o sentido del retorno a Freud en psicoanálisis” del CIM-Instituto Clínico de Buenos Aires, año 2016
11 Piglia afirma que la pregunta acerca de ¿Qué es un lector? es siempre política.
12 La palabra leer viene del Latín Legere: escoger, leer.
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«Al contemplador fugaz no se le ofrecía ningún detalle llamativo. Aquel varón de estatura media, vestido de manera muy sencilla, pero también muy cuidadosa, con sus rasgos sosegados y el castaño cabello peinado hacia atrás con sencillez, fácilmente podía pasar inadvertido. Las finas y extraordinariamente expresivas líneas de la boca quedaban recubiertas casi del todo por un gran bigote caído hacia delante; tenía una risa suave, un modo quedo de hablar y una cautelosa y pensativa forma de caminar, inclinando un poco los hombros hacia delante; era difícil imaginarse a aquella figura en medio de una multitud -tenía el sello del apartamiento, de la soledad. Incomparablemente bellas y noblemente formadas, de modo que atraían hacia sí la vista sin querer, eran en Nietzsche las manos, de las que él mismo creía que delataban su espíritu. - Similar importancia concedía a sus oídos, muy pequeños y modelados con finura, de los que decía que eran los verdaderos "oídos para cosas no oídas". - Un lenguaje auténticamente delator hablaban también sus ojos. Siendo medio ciegos, no tenían, sin embargo, nada de ese estar acechando, de ese parpadeo, de esa no querida impertinencia que aparecen en muchos miopes; antes bien, parecían ser guardianes y conservadores de tesoros propios, de mudos secretos, que por ninguna mirada no invitada debían ser rozados. La deficiente visión daba a sus rasgos un tipo muy especial de encanto, debido a que, en lugar de reflejar impresiones cambiantes, externas, reproducían sólo aquello que cruzaba por su interior. Cuando se mostraba como era, en el hechizo de una conversación entre dos que le excitase, entonces podía aparecer y desaparecer en sus ojos una conmovedora luminosidad: - mas cuando su estado de ánimo era sombrío, entonces la soledad hablaba en ellos de manera tétrica, casi amenazadora, como si viniera de profundidades inquietantes...»
Lou von Salomé sobre Friedrich Nietzsche
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Friedrich Nietzche'nin sevgilisi Lou Salome'ye gönderdiği mektup;
"Öyle bir hayat yaşıyorum ki,
Cenneti de gördüm, cehennemi de
Öyle bir aşk yaşadım ki,
Tutkuyu da gördüm, pes etmeyi de.
Bazıları seyrederken hayatı en önden,
Kendime bir sahne buldum oynadım.
Öyle bir rol vermişler ki,
Okudum okudum anlamadım.
Kendi kendime konuştum bazen evimde,
Hem kızdım hem güldüm halime,
Sonra dedim ki “söz ver kendine”
Denizleri seviyorsan, dalgaları da seveceksin,
Sevilmek istiyorsan, önce sevmeyi bileceksin,
Uçmayı seviyorsan, düşmeyi de bileceksin.
Korkarak yaşıyorsan, yalnızca hayatı seyredersin.
Öyle bir hayat yaşadım ki ,
Son yolculukları erken tanıdım
Öyle çok değerliymiş ki zaman,
Hep acele etmem bundan, anladım…"
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Lou
Un bellissimo articolo di LAMPMAGICIAN dal titolo “Without Lou. there would be no Zarathustra”, che potete leggere qui: https://lampmagician.wordpress.com/2020/09/12/without-lou-there-would-be-no-zarathustra/, mi ha riportato alla mente questo mio vecchio divertissement:
LOU Lo conoscevo da solo due giorni quando mi disse “Sposami” “No- risposi- non voglio sentirmi ingabbiata in un…
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It is not enough for two people to find each other, it is also very important that they find each other at the right moment and hold deep, quiet festivals in which their desires merge so that they can fight as one against storms.
Rainer Maria Rilke, from a letter to Lou Andreas Salomé
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Di “Freud” (la serie) preferisco Fleur, cioè Lou Salomé. Ovvero: sull’incontro tra il padre della psicanalisi, la musa fatale e Rilke
Più che altro, è lei – lui, pur somigliante, a vedere le fotografie coeve, ha sempre la stessa espressione tra il trepidante e il cretino – a vivacizzare la serie, altrimenti tramortita da trivialità splatter e banalità psicanalitiche. Mi sono informato, perché il mix – bella & visionaria, rapace & innocente, feroce & perduta – è cocaina nei giorni della reclusione dove le mura di casa sono specchi e tutto è immagine di altro, immaginazione. Solo che, come sempre, la verità tradisce gli infingimenti: Ella Rumpf, fotografata dal vero, è una ragazzona non più affascinante di quella a fianco e di quell’altra. In stola tardottocentesca, quinta viennese e stregoneria magiara è – ai miei occhi ingenui, proni a ogni malia – superba. Ma forse tutti saremmo splendenti nella Vienna del 1886, dove, tra lampadari e strade viola si distraggono le certezze.
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Insomma, la serie di Netflix, Freud, funziona perché c’è Vienna, quella Vienna, c’è lei, Ella, che ha nome Fleur Salomé – e basta. Anzi, ci aggiungo l’uomo d’ordine e d’onore – poi agente del disordine – Alfred Kiss (cioè Georg Friedrich). L’unico personaggio, in una serie che calca termini psicanalitici, con una psiche. Gli altri – a partire da Francesco Giuseppe – sono macchiette. Piuttosto, la serie mi ha rimesso in mano Freud, che è un po’ come andare in smoking al supermercato usando una maschera veneziana al posto della mascherina. Il divo Sigmund è rétro, ma ha inventato uno stile, un ‘tono’: per questo va letto. Pensa scrivendo; di ogni atto esplicita il contrario e il conturbante. In fondo – lo sappiamo – dietro un sorriso cova un coltello, alla foce di un ‘grazie’ alligna il ‘ti ammazzo’, le parole significano il contrario di ciò che denunciano.
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In questo brano Freud sembra Seneca. “Nessun uomo si concede l’illusione che la natura sia stata ormai dominata; pochi osano sperare che sia stata sottomessa dall’uomo una volta per tutte. Ecco gli elementi che sembrano farsi beffe di ogni costruzione umana, la terra che trema, dilania, sotterra tutto ciò che è umano e ogni sua opera, l’acqua che tumultuosamente inonda e sommerge ogni cosa, la tempesta che spazza via tutto, ecco le malattie… infine l’enigma doloroso della morte, contro la quale finora non è stato trovato alcun rimedio né probabilmente verrà mai trovato. Con queste forze la natura si erge contro di noi imponente, terribile, inesorabile, ci pone ancora dinanzi agli occhi la nostra debolezza e impotenza, che abbiamo pensato di eludere con il lavoro della civiltà… Come per l’umanità nel suo complesso, così per l’individuo la vita è dura da sopportare. Una parte di privazione gliela impone la civiltà della quale è membro, un certo grado di sofferenza glielo procurano gli altri uomini, o malgrado le imposizioni della civiltà o per l’imperfezione di questa civiltà”. Un brano de L’avvenire di un’illusione, 1927. Sul “Criterion”, nel dicembre del 1929, Thomas S. Eliot, paladino anglicano, definirà quel libro “scaltro ma stupido”.
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Fleur Salomé, quella della fiction, è elevata a bellezza ipnotica perché si riferisce a Lou Andreas-Salomé, donna fatale, figlia di una generale russo. La confusione cronologica beatifica la fiction. Negli anni ottanta dell’Ottocento, la Salomé non incanta Freud, ma Friedrich Nietzsche. Freud, piuttosto, lo incontra nel 1911, quando decide di darsi alla psicoanalisi. Nel necrologio – Lou muore il 5 febbraio 1937 – Freud ne parla come di una “donna straordinaria… chiunque l’avvicinasse riceveva un’impressione fortissima dell’autenticità e dell’armonia della sua natura e poteva asserire, non senza stupore, che tutte le debolezze femminili, e forse la maggior parte delle debolezze umane, le erano estranee o erano da lei state superate nel corso dell’esistenza”. Riguardo a Freud – che morì due anni dopo di lei – Lou Salomé scrisse pagine da cui estraggo questo sketch: “Assalita da un irrefrenabile moto di ribellione contro il suo destino, dissi con labbra tremanti: «Quello di cui allora ho solo fantasticato, Lei lo ha fatto!», e spaventata per la brutale sincerità delle mie parole scoppiai a piangere. Freud non mi rispose. Sentii solo il suo braccio intorno a me”. Disse di averlo seguito nel sogno, fin da quando era giovane, incompreso.
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“Due contrastanti esperienze di vita mi hanno particolarmente predisposto per l’incontro con la psicoanalisi di Freud: in primo luogo l’aver assistito all’eccezionale e raro destino di un individuo e poi l’essere cresciuta in mezzo ad un popolo, quello russo, caratterizzato da una connaturale tendenza all’interiorità”, ricorda Lou. Lui, Freud, d’altronde, la prende per confidente. In una lettera del 6 gennaio 1935 le scrive riguardo al lavoro più travagliato, L’uomo Mosè e la religione monoteistica, riassumendo temi e perplessità. “Mosè non era ebreo, bensì un nobile egiziano, alto dignitario, sacerdote, zelante seguace della fede monoteistica che il faraone Ekhnaton IV impose come religione di Stato”.
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Il punto d’unione tra Freud e Lou Salomé è Rainer Maria Rilke. Rilke conosce Lou il 12 maggio del 1897, a Monaco, ne è l’amante. Lou svela a Rilke la Russia, dove conosce Lev Tolstoj e Leonid Pasternak, il padre di Boris. Di Rilke, Lou percepisce l’altezza e l’abisso (“Queste crisi depressive ravvisavano con estrema evidenza quanto la natura originaria di Rilke anelasse, al di là dell’opera d’arte, anche la più perfetta, all’esperienza vissuta, alla rivelazione della vita come unica fonte di quiete e di pace”). C’è qualcosa di primitivo e di infantile nel desiderio di questi uomini di testa di precipitare nella bocca di Lou, tra le maglie del suo incantesimo.
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Una lunga lettera di Rilke, da Parigi, il 18 luglio 1903, a Lou, di rara violenza, scandisce l’uomo nella metropoli. “Che gente ho incontrato, quasi ogni giorno: rovine di cariatidi su cui gravava ancora tutto il dolore, l’intero edificio di un dolore, sotto il quale esse vivevano lente come tartarughe. Ed erano passanti, lasciati soli e indisturbati nel loro destino. Al massimo li si coglieva come impressione, e li si osservava con pacata curiosità scientifica come una nuova specie di animali, ai quali la necessità ha sviluppato particolari organi, organi per la fame e per la morte. E portavano lo sconsolato mimetismo, dai colori malati, delle città troppo grandi, e resistevano sotto il piede di ogni giornata, che li schiacciava come scarafaggi duri a morire, duravano come se dovessero ancora aspettare qualcosa, guizzavano come pezzi di un gran pesce massacrato, che già marcisce ma vive ancora. Vivevano, vivevano di niente, di polvere, di fuliggine e della sporcizia sulla loro pelle, vivevano di ciò che i cani perdono di bocca, di un qualche oggetto insensatamente rotto che forse qualcuno può sempre comprare per un suo inspiegabile scopo. Che mondo è questo. Pezzi, pezzi di uomini, parti di animali, resti di cose passate, e tutto che si muove ancora, spinto e aggrovigliato come da un vento cattivo, tutto porta e viene portato, cade e si soprassa nella caduta”.
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I tre si incontrano a Monaco, l’8 settembre 1913. Rilke accompagna Lou al IV Congresso di Psicoanalisi, presieduto da Jung. Passano la serata e la notte con Freud. In un testo del 1915, Caducità, Freud ricorda quel momento, una specie di spillo nel tempo. “Non molto tempo fa, in compagnia di un amico silenzioso e di un poeta già famoso nonostante la sua giovane età, feci una passeggiata in una contrada estiva in piena fioritura. Il poeta ammirava la bellezza della natura intorno a noi ma non ne traeva gioia. Lo turbava il pensiero che tutta quella bellezza era destinata a perire, che col sopraggiungere dell’inverno sarebbe scomparsa: come del resto ogni bellezza umana, come tutto ciò che di bello e nobile gli uomini hanno creato e potranno creare. Tutto ciò che egli avrebbe altrimenti amato e ammirato gli sembrava svilito dalla caducità cui era destinato”. Il tema della caduta e della caducità s’imprime nelle Elegie, che Rilke termina nel 1922; l’anno dopo Freud pubblica L’Io e l’Es. Su questi incroci, che si svolgono come nell’aula concava di un lago svuotato, non si potrebbe filare una fiction.
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Per devianza scenica, molti anni fa, studiai Psicopatologia della vita quotidiana. Partii dai lapsus, in onore di Amelia Rosselli; mi inerpicai tra sbadataggini, errori, dimenticanze. Giocando tra i reami di una dimenticanza – davanti al Giudizio Universale del Duomo di Orvieto al pensatore appaiono in mente i nomi Botticelli e Boltraffio al posto di Signorelli – Freud fa scaturire una galassia di allusioni, di rimozioni, di timori, fino ad arrivare a “un breve soggiorno a Trafoi: un malato, per cui mi ero dato molto da fare, si era suicidato perché soffriva di un incurabile disturbo sessuale”. Quello mi piaceva – come esercizio pindarico più che psicoanalitico – scavare nei recessi di ogni parola, evidenziarne i torbidi, i possibili. Fin da giovane, Freud è affascinato dal mostro dietro il sacro, dal sacrilegio. In una lettera a Wilhelm Fliess, 31 maggio 1897: “Il ‘sacro’ si basa sul fatto che gli uomini hanno sacrificato, per il vantaggio di una più vasta comunità, una parte della loro libertà sessuale e perversione… Gli inglesi hanno scavato un vecchio palazzo a Creta (Cnosso), che dichiarano essere il vero labirinto di Minosse. Sembra che Zeus fosse originariamente un toro. Anche il nostro vecchio Dio fu venerato presumibilmente come toro, prima della sublimazione istigata dai Persiani”. Ecco. Dietro il velo delle parole c’è sempre il Minotauro – cioè, il dio. (d.b.)
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“Solo chi rimane completamente se stesso si presta alla lunga a venire amato, perché solo così, nella sua pienezza vitale, può simbolizzare per l’altro la vita ed essere avvertito come una potenza di essa. Non vi è errore più grande nell’amore dell’adattarsi timorosamente l’uno all’altro e di uniformarsi a vicenda…”.
Lou Andreas Salomé(La rivolta dell'Eros)
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Pourquoi il faut lire Lou Andreas-Salomé aujourd’hui Pour la leçon qu'elle donne aux hommes et pour son indéfectible acquiescement à la vie, voici deux bonnes raisons de (re)lire Lou Andreas-Salomé, exposées par le philosophe Dorian Astor.
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hayalini kurmadım. nişanlanabilmek için birini sevmek gerektiğini bildiğim için bu noktaya vardım. benim yapabileceğim bir şey değil bu artık. tüm dünyada o kadar sevebileceğim biri yok
ruth/ lou andreas-salomé
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Jules Bonnet, photograph, 1882, with Lou Andreas-Salomé, Paul Rée and Friederich Nietzsche (orchestrated by Nietzsche)
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