#le toca salir a este
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“¿Te vas a quedar viendo o vas ayudarme?” espetó de mala gana, agachándose para recoger la bolsa de frutas que rodó por el piso una vez que fue empapado por la imprudencia de un conductor cerca de la acera. Notó una manzana rodar más allá del límite, siendo aplastada por la llanta de algún otro automóvil. “Ugh, odio la lluvia”.
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Te voy a llenar de canciones el corazón, de notas musicales que hablen de todo este amor que me estás haciendo sentir. ¿Pueden escucharme tus oídos, amor de mis amores? ¿Pueden sentirme tus poros, idilio de mis sueños? ¡Mira que no he dejado de hacerlo! Podría estar toda la vida mirándote sin parpadear… Tatuaría tu imagen en mis pupilas para no dejarte marchar, aun así te fueras de mí. Le daría a mis dedos cada una de tus letras, hablaría un nuevo idioma formado con tu nombre… ¡No importa si no me entienden! ¡Tú si! Aquí soy yo, cantándote a los ojos, describiéndote este ardor precioso que me has sembrado en el pecho… ¡Mi amor, mi hermoso fulgor! Aquí yacen mis manos dibujándote el camino hacia mis brazos, y es que no quiero dejarte salir de ahí…
Aquí tienes tu cama, tu colchón donde dormir. Aquí tienes tus labios, tu sonrisa vagabunda. Aquí tienes tu piel, el vestido que te toca. Aquí tienes tu corazón, el latido que te ama.
I'm going to fill your heart with songs, with musical notes that speak of all this love you're making me feel. Can your ears hear me, love of my loves? Can your pores feel me, idyll of my dreams? I've never stopped doing it! I could look at you all my life without blinking.... I would tattoo your image in my pupils so as not to let you go, even if you were to leave me. I would give my fingers each of your letters, I would speak a new language formed with your name.... It doesn't matter if they don't understand me, you do! Here I am, singing to your eyes, describing to you this precious ardor you have sown in my breast... My love, my beautiful radiance! Here lie my hands drawing you the way to my arms, and I don't want to let you go out of there...
Here is your bed,
your mattress to sleep on.
Here are your lips,
your wandering smile.
Here you have your skin,
the dress that touches you.
Here you have your heart,
the heartbeat that loves you.
— Esu Emmanuel©
#el hombre de la soledad#the man of solitude#writing in solitude#escribiendo en soledad#poetas en tumblr#poets on tumblr#writers on tumblr#escritores en tumblr#poeticstories#2015 edición 2023
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24 cosas por tu cumpleaños número 24✨.
1. No buscaba otra cosa, otra persona... Me sentí super segura al dejar a alguien con quien había compartido tanto (Manu) por alguien que me demostró amor puro, lo sentí real, me sentía feliz... Y en meses logré recrear en mi nuevamente una escena de amor junto a ti.
2. Me dolió mucho que me engañaras (pasado y superado; ojo) pero aún así mi amor hacia ti era tan fuerte e inconmensurable que sentía la necesidad de perdonar y volver a intentarlo otra vez, contra lo que sea, contra las críticas de mis amigos y arriesgarme a todo, por eso decidí quedarme apesar de mis inseguridades.
3. Eres una persona con mucha inteligencia, compartimos muchos gustos, muchas cosas en común, amamos comer, amamos salir así sea sentarnos en la plaza a ver gente, o simplemente hablar de lo que siempre hablamos y estar juntos era nuestra mayor felicidad, comer y coger rico en la noche. Amo tus ocurrencias esa personalidad que tenías conmigo que con otra no. Tu atención, tus consejos, tu apoyo y confianza a lo que hicimos nuestro negocio y a mí trabajo.
4. Dormir contigo era magia, coger y dormir desnudos, y despertar desnudos... Era algo que me reconfortaba, la conexión que hay cuando tenemos sexo es única, esa química, la calentura que corre por todo mi cuerpo cuando me tocas, cuando me besas, cuando me lo haces. Las palabras, los gemidos, las quejas, los golpes, todo fantástico... El mejor sexo de mi vida en mis 20 años y con la persona que amé.
5. Odio tu inseguridad, tienes ideas tan brillantes que ningunas las pones a valer, tienes objetivos pero por miedo no te arriesgas, quizás si lo dejaras a un lado lograrlas tanto y yo desde un rincón donde me encuentre seré feliz por ti.
6. Tu familia fantástica, tu papá es el mejor y tu mamá, y las niñas formarán siempre parte de mi corazón por qué a pesar de bajas circunstancias y chismes siempre me recibieron con los brazos abiertos, por eso lucha y trabaja día a día para que les devuelvas todo el esfuerzo que hicieron por ti.
7. Amaba cuando me consentias, me dabas besitos, me mimabas, me cargaba, me cocinabas, el esfuerzo que hacías por hacerme el desayuno o la cena, o comida en la madrugada cuando padecía de hambre 🥰
8. No tengo un mejor momento, creo que cada día fue de aprendizaje y los mejores quedan grabados en mi corazón...
9. Tampoco es novedad que había días que te amaba demasiado y días que provocaba matarte, es algo normal... Pero fui feliz.
10. Aprendí muchas cosas, aprendí atenderte, a cocinar, a tener prioridad primero por ti y después de lo demás, aprendí a amarme lo que soy sin depender de un "estás linda" " te ves preciosa", no los recibía de ti, pero aprendí a ver lo que soy y arreglarme para mi no para alguien más.
11. Me encantaba ayudarte acomodar el cuarto y ver tu carita de felicidad cuando veías todo en su sitio sabía que me lo recomendarías en la noche jaja.
12. Comer contigo era uno de mis momentos favoritos, nos sentíamos felices haciendo los que nos gusta, disfrutando de lo poco que comíamos, aveces mal, aveces comidas super buenas.
13. Sentía este amor puro e Inquebrantable, tanto que sentía miedo de que en algún punto de nuestras vidas todo se viniera abajo.
14. Te sentía tan mío y me volví tan posesiva al principio que lo vi mal en mi, es normal que como parejas ambas personas sientas celos por cualquier cosita, pero es tóxico cuando los celos se convierten en obsecion y ya yo lo estaba sintiendo así.
15. El estar lejos de ti me hizo amarte, y a creer que todo iba enserio... Aunque la segunda vez que me fui que empecé a tener teléfono es donde sentí que lo nuestro era enfermizo y que lo bonito que teníamos desde un principio se convirtió en una pesadilla
16. Amaba cuidarte, amaba protegerte, defenderte, aconsejarte, sentirme protectora y sentirme tu mamá. Que te acorrucaras hacia mi, que fuera yo la que alegrará tus días. Amaba tus cumpleaños, y también apoyarte en los momentos difíciles, y en los felices.
17. Por siempre voy a recordarte por hacerme la mujer más feliz, por serme una mujer fuerte y con cambios repentinos que sabía que estaban mal en mi, siempre voy a recordar cosas buenas y contar cosas buenas... Y lo malo lo dejaré atrás y lo sanare.
18. Hoy es un día al cual no le das mucha importancia, pero para mí siempre será importante que gracias a Dios tienes un año más de vida y de propósito, de disfrutar lo que con mucho esfuerzo te ganas semanal, solo o acompañado.
19. Feliz cumpleaños, Que Dios ilumine en ti un camino con muchos propósitos y que cada uno de ellos se te cumpla, que llegue a ti personas maravillosas y te quite del camino persona a tóxicas. Que tu entorno sea cada día más brillante. Que sane tu dolor y por medio de otras personas que logres volver amar, volver a ver la vida de una forma distinta (aunque sepamos que está acabada) busca un poquito de felicidad.
20. Nunca pienses hacer las cosas por mi, hazlo por ti... Cada cosas que te propongas lo lograrás, cada obstáculo que llegue a ti se que lograras afrontarlo. Te vuelves débil y vulnerable. Pero tienes que aprender ser fuerte, solo o con alguien. Ama tu soledad, disfruta tu soledad, para que el día de mañana no dependas emocionalmente de una mujer. Nadie es dueño de nadie, tu tienes tu propósito de felicidad yo tengo las mías y cada persona que vez pasar en la calle tiene las suyas.
21. Ponte a trabajar en ti, en tu tristeza, en tu inseguridad, en tu ámbito de trabajo ser mejor cada día y aprender. Trabaja tanto en ti hasta el punto que ames tu proceso.
22. Fuiste eres y serás la persona por la cual entregué todo mi amor, la persona que amé de verdad, con quién compartí mis mejores momentos, y estuvo ahí. Me quedo con lo bonito que me hiciste sentir, con las palabras bonitas. Me quedo con tu mirada triste, mirada de felicidad y de rabia... Ame cada parte de tu cuerpo, cada imperfección. Saber más de ti. Y saber que fuiste tú la persona que me ayudó a crecer como mujer y que me hizo sentir mujer, me hace feliz y complacida... Esto me acuerda a una carta de cumpleaños triste que me escribiste jeje, es algo parecido... Pero lo escribo con todo el cariño que me queda para ti.
23. Te amo y te amaré, hasta el punto que mi te amo se convierta en un "te amé"," lo amé ",. Pero aún así... Aunque eso pase te recordaré por qué estuviste en mis etapas más bonitas, recuérdame con buenas cosas, y sanemos todo lo malo. Dejémoslo atrás y sigamos encaminando la vida, la miserable vida.
24. Con todas estas palabras sin sentido me despido de ti, te suelto, quizás ya varias veces te he soltado; pero muy en el fondo sabía que cuando te soltaba en esos momentos lo hacía con mucha inseguridad; tanto así que sabía que iba a caer en tus brazos otra vez y la diferencia de esas veces y estás, es que esta es la segura y definitiva. No digo que no vuelva a saludarte quizás si, vamos a tener contacto por qué tienes un trabajo bien y confío en tu papá en donde te llevaré los aires y ajá pagar normal, si sientes que tu mundo se cae en pedazos por xs cosas y te sientes super mal yo voy a estar, llámame, te ayudaré ( solo que sea de otra cosa, que no incluya lo nuestro). Desde hace tiempito he estado soltandote y hoy es el día... Quizás tú tienes otras intenciones conmigo, yo me quedé contigo con tristeza, lo disfruté, lo ame pero sabía que acabaría y quería cerrar de la mejor manera que me encanta que es escribiendo tantas cosas. Intenta perdonar sanar y trabajar en lo tuyo y el amor llegará. Yo sigo mi camino, no importe con que o con quien... Pero hoy en día siento y amo mi proceso, amo lo que soy y necesito mejorar tanto. No sé si en otra vida seremos un tu y yo, no lo sé. Pero si así fuera lo intentaría, por ahora no; por qué se que te fallare por la desconfianza que hay entre tu y yo. Y ya no quiero ser la villana de otra historia, ya no quiero llevar una vida asquerosa y para empezar de cero hay que soltar pasados. Recuérdame con Actos bonitos, fui feliz hasta el último momento y me despido feliz por qué es lo que quiero, por qué me atreví a soltar a la persona que nunca creí hacer. Que tu vida este llena de bendiciones y que de aquí en adelante el dolor te convierta en un hombre diferente y exitoso; desde el fondo de mi corazón voy a festejar tus éxitos y seré feliz por qué la persona que amé y me amo logro lo que me contó. Mi primer amor de verdad... Intenta buscar esa felicidad que desvanece, CON AMOR tu niñita jaja, narru. (ARIANNY ALVARADO UZCÁTEGUI) ESCRITO A LAS 10:25AM, FECHA 18/07/2022. CON LAGRIMITAS EN LOS OJOS, TE AMO... ADIÓS O HASTA PRONTO 👋 O HASTA EL FIN DEL MALDITO MUNDO ✨.
(Marco Antonio Solis: Mi eterno amor) secreto
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Espera... que?
Relacion Joel Miller x Lectora!Hija!Adoptiva! x Ellie Williams.
Summary: Tu inocencia e ingenuidad casi termina por meterte a ti y a Ellie en serios problemas
A/N: Sé que ya lo he dicho antes, pero, no todos mis fics irán acorde al orden cronológico de la historia, ni tampoco serán tan fieles a sus orígenes, o sea, si en ciertos aspectos, más no en todos.
Advertencias: Leve mención de temas como acoso, pedo!l!a, secuestro... (Descuiden, no abordare mucho en ellos)
Version en ingles disponible aqui
Si había algo que les seguía sorprendiendo y a la vez decepcionado (en una manera irónica) tanto a ti como Ellie, era el hecho de que a pesar de encontrarse en el maldito fin del mundo, todavía existían las escuelas, era obligatorio asistir a ellas, las tarea seguía siendo igual o peor de complicadas y claro, tomar clases que probablemente no te ayudarían en nada, bueno, esto dependería según a lo que te dedicaras en un futuro, si es que llegaba haber uno para empezar.
Pensamiento que muy dentro de si tanto Joel, como Tess, Tommy, María o Marlene apoyaban, pero que ninguno de ellos se atrevía admitir en voz alta para no desalentarlas. Con excepción de Tommy, que en una ocasión cuando le llamaste para pedirle ayuda con tu tarea de trigonometría se burló de la utilidad de esta última. "Te diré algo pulga, en todo este tiempo que llevo sobreviviendo al maldito apocalipsis en ninguna ocasión he usado las tangentes ni nada de eso y si te soy honesto, no sé cómo saber aquello podría ayudar a defenderme de un chasqueador, pero bueno, ¿en que estábamos...?"
Si, puede que después de eso Joel les “prohibiera” pedirle ayuda a su hermano menor con sus tareas.
En fin, hoy fue su primer día de clases y tanto como tú como Ellie no podían encontrarse más aterradas y a la vez fascinadas por los temas a estudiar en los siguientes meses.
Para tu suerte tus clases habían terminado y posiblemente las de Ellie también, no tenías demasiada tarea y la poca que te llegara o les llegara a resultar complicada podrían ayudarse mutuamente, aunque pensándolo mejor, no. Dado que Ellie y tú no eran buenas en la parte práctica o en las ciencias exactas, lo mejor sería acudir con Marlene o Tess.
Aburrida de seguir esperando sola y parada a mitad del pasillo a Ellie, tu amiga y hermana no biología, decidiste salir a distraerte un rato, situación que no sería problema ante tu extrema curiosidad, ingenuidad, misma que en ocasiones te llevaban a situaciones peculiares, por no decir problemáticas, justo como ahora mismo.
Ellie al por fin salir de su última clase lo primero que hizo fue buscarte, al no encontarte en la bibliotecani en la cafetería supuso que estarías en el jardín que se encontraba en la entrada y así fue. Ahí estabas, parada hablando con una pareja que claramente te doblaban la edad, algo que a Ellie en su momento le extraño, ya que, el circulo social de ambas eran similares, limitado en pocas plabras y por lo poco o mucho que te llevaba conociendo sabia que eras alguien huérfana de padres y probablemente de familia tambien. Por todo ello a Ellie le extrañó el verte hablar tan animada con aquellos desconocidos.
Conforme más se acercaba, algo dentro de ella le decía que se encontraban en peligro y que debían alejarse de ahi y ellos ahora.
"Hey (Y/N), hasta que te encuentro, Joel me acaba de marcar y dice que no nos tardemos, pues hoy nos toca patrullaje y hacer la cena ". De una manera sutil y casual rodeo tu brazo con el ella, eto en un intento de hacerte caminar.
"¿Que? De nuevo? Pero si a nosotras nos toco cocinar el fin de smeana… Maldito viejo cascarrabias"
"Si bueno, ya sabes como se pone… lo mejor sera darnos prisa". Al decir esto ultimo Ellie pudo ver la manera en aquella pareja de ancianos se les quedaban viendo. Era un tanto pesada e incomoda.
"Vale…" Te giraste hacia tus "nuevos amigos." "Fue un gusto conocerlos Señor y Señora Weinsptein… Espero y logren encontrar a su charroro…"
Antes de que siquiera pudieras dar el primer paso, de repente tu mano fue agarrada por el esposo, deteniendote abruptamente. "No gustan que las llevemos a casa niñas?
"Oh de verdad? eso seria fantastico…" Antes de que siquiera pudieses responder Ellie te habia interrumpido.
"Descuide, estaremos bien, a parte nuestro Padre ya viene or nosotras…"
Confundida por la reciente actitud y palabras de tu amiga, la miraste con una ceja encarnadas, ya que Joel no era la clase de persona que solia pasar a recogerlas o dejarlas a la escuela.
"De hecho, creo que acaba de llegar… pero gracias…" Sin mirar atras, Ellie te jalo hacia ella, provocando que el agarre que tenia aquel anciano con tu manos se soltara.
A pesar de encontrarse lejos de aquella pareja y probablemente a mitad de camino de regreso a casa, Ellie en ningun momento solto tu mano, no era un agarre como al anterior que aquel sujeto te habia dado, este era uno suave, delicado, uno que te trasmitia confianza y seguridad.
"Y bien... ¿que tal su primer dia? Pregunto Joel.
De nuevo, Joel no era el tipo de persona que solia interesarse demasido en la vida de los demas, pero tras pasar el tiempo su corazon se fue ablandando y abriendo con ustedes.
"Oh en definitiva fue un dia que no olvidaremos" respondiste con una sonrisa mientras le dabas un bocado a tu comida
"¿Y eso? Tan malo fue?." Ahora fue Tess quien se interesaba por el rumbo de la conversacion y de su dia.
"No para nada... o bueno, no como tal pues casi somos adoptadas"
"Que". Unos consternados Joel y Tees preguntaron al unisonido, por lo que Ellie de inmediato te corrigio.
"En realidad casi somos secuestradas"
"Oh, de acuerdo... y que tal la tare... Espera, como?. Por segunda ocasion y en tiempo record, la reaccion de Joel y Tess volvio a ser simultanea, con la unica diferencia que Tess se quedo a medio bocado de carne.
Version en ingles disponible aqui
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HEADCANON MIKEY X FEM READER.
Headcanon Tokyo Revengers.
🌞Headcanon Manjiro Sano/Mikey🌞

Nota del autor: Mikey el solecito al que hay que proteger ✨. Libre de spoilers. Espero que os guste, escribir sobre este personaje me encanta 🥰

SFW
🌞Fue a tu casa a pedir permiso a tus padres para poder salir contigo. (Se ganó fácilmente a tu mamá porque le ayudaba con las tareas cuando iba a tu casa).
🌞Se enamoró de ti la primera vez que entraste a su dojo. Después se enteró de que eras amiga de Emma y eso le dio la oportunidad para conocerte. Siempre le estaba preguntando a Emma sobre ti.
🌞Chifuyu y Takemichi le ayudaron a organizar vuestra primera cita y Draken fue quien lo peinó.
🌞Te recoge de la escuela con su moto.
🌞Siempre que va a tu casa a visitarte te da un fuerte abrazo.
🌞Se lleva genial con tu madre, ella dice que es muy simpático y tranquilo.
🌞Es como un bebé, le gusta que sólo tú le acaricies el pelo y le cocines.
🌞Draken y tú os encargáis de que no haga ninguna locura o travesuras de las suyas.
🌞Se pone muy celoso si le prestas atención a otra persona por mucho rato. Una vez dijo que estaba celoso de Hinata porque habías salido muchos días con ella.
🌞Le gusta que te lleves bien con Emma. Visitarla era tu excusa perfecta para ver también a Mikey. Emma te suele dar consejos y te ayuda a escoger tu ropa para vuestras citas.
🌞Es 100% fiel. No tiene interés en otras chicas, solo te quiere a ti.
🌞Aunque no lo parezca siempre está muy pendiente de ti.
🌞Si peleáis alguna vez él es el primero que se disculpa con una mirada de cachorrito.
🌞Cuando os veis después de mucho tiempo se suele poner muy nervioso.
🌞Siempre quiere parecer genial y lucirse ante tus ojos.
🌞No se suele enfadar rápido pero si lo hace eres la única que puede calmarlo.
🌞Sobrepone tu comodidad sobre la suya y quiere que tengas la confianza para decirle lo que te incomoda y lo que no.
🌞Suele ser serio en público pero cuando está a solas contigo es muy cariñoso y hablador.
🌞Muchas noches cuando dormíais juntos sollozaba recordando su pasado y tú lo abrazabas para consolarlo.
🌞Te quiere demasiado, le afectaría mucho si te pasara algo.
🌞Si tiene alguna duda sobre algo siempre acude a ti para que se lo expliques, dice que eres muy inteligente y que sabes sobre todo.
🌞Si alguien te toca créeme que no vivirá para contar la tremenda paliza que le dará.
🌞En privado te da muchos besitos y es muy pegajoso.
🌞Te habla sobre su hermano Shinichiro y lo mucho que lo admira. Una vez “cogió prestada” una de las motos de la tienda para pasearte en ella y hacerse el chulo.
🌞Pensabas que era inocente porque a veces no se entera de ese tipo de cosas pero en privado descubriste que no lo era en absoluto.
🌞Duerme siempre abrazado a ti. Cuando llega el verano tiene que hacer el intento de no pegarse mucho porque hace calor, su excusa perfecta es poner muchos ventiladores.
🌞Si está ocupado le pide a Draken que sea tu guardaespaldas.
🌞Cuando tiene pesadillas siempre estás ahí para consolarlo.
🌞En las noches si tienes algún ritual de belleza él se los hace también. Una vez se quedó dormido con la mascarilla facial puesta mientras esperaba a que hiciera efecto.
🌞Te regala muchas pulseritas, le gusta verlas en tu muñeca.
🌞Si se meten contigo también se meten con la ToMan entera.
🌞No te deja acercarte a Kisaki o a Hanma, no son muy seguros.
✨BONUS : MIKEY CON TUS INSEGURIDADES.
🌞Si tienes pancita a Mikey le gusta acurrucarse en ella para dormir.
🌞Si tienes vello en los brazos a Mikey no le importa, dice que es algo natural.
—No te preocupes yo también tengo mucho vello abajo en...
—¡Mikey!— grita Draken antes de que diga nada y sabiendo a qué se refiere.
🌞Si tienes los muslos gruesos le gusta echar la siesta en ellos.
🌞Si tienes el pelo rizado le gusta mucho acariciarlo.
—Es como un algodón de azúcar, me encanta— lo acaricia con sus dos manos con un brillito en sus ojos.
🌞Si eres alta dice que tomará más leche para alcanzarte y superarte algún día.
🌞No le importa el tamaño de tus pechos, para él son perfectos.
🌞Si tienes estrías le gusta acariciarlas con sus dedos siguiendo su forma, también las besa para demostrarte que te ama tal y como eres.
🌞No te preocupes si eres muy blanquita, él también se quema mucho cuando va a la playa, una vez Smiley le dio una palmada en la espalda y se quedó con la marca de la mano todo el día.
🌞Mikey te va a querer tal y como eres, no es un chico superficial.
NSFW
🌞Le gusta darte besos muy mojados con lengua.
🌞Es versátil pero siempre será él quien esté encima de ti y maneje la situación.
🌞Le gusta darte órdenes y susurrarte al oído, sabe que amas su voz suave y eso te pone la piel de gallina.
🌞Cuando lo están haciendo le gusta gruñir y suspirar en tu oído. Gime bastante fuerte.
🌞Le gustan todas las posiciones aunque su favorita es la convencional para poder apreciar tu cuerpo.
🌞No es tan inocente como creías y utiliza un lenguaje vulgar y sucio “Eso es, preciosa ¿quieres que te folle más fuerte? ¿o prefieres que lo haga lento? Respóndeme”
🌞Cuando está muy estresado le encanta que le hagas orales, generalmente se relaja mucho y guía tu cabeza sin hacerte daño.
🌞A veces va demasiado lento, lo hace para que después le ruegues por más.
🌞Adora tu cuerpo mientras tienen sexo, le gusta decirte lo mucho que te ama y lo preciosa que eres. Para él eres su diosa.
🌞Le gusta darte nalgadas y ver tu trasero rojo.
🌞Te agarra de la cintura para que vayas al ritmo que él quiere. Ama la sensación de vuestras pelvis cuando se rozan.
🌞Puede durar demasiadas rondas, una vez te dejó tan exhausta que perdiste la noción de cuántas hicieron.
🌞Te puedo asegurar que si lo montas vas a coronarte, le encanta que tomes las riendas y lo dirijas.
🌞Es muy bueno con la lengua y la va a usar para todo.
🌞Le excita demasiado que le digas su nombre, y no su apodo sino su nombre real.
🌞Suele dejar marcas de chupetones por todo tu cuerpo, muchas veces ha dejado demasiadas por tu cuello para que los demás sepan que eres suya.
🌞Le gusta acariciarte el abdomen y los muslos mientras lo hacen.
🌞Una vez de broma intentaste ponerlo celoso y el castigo fue una noche entera de sexo duro.
🌞No piensa compartirte con nadie, eres solo para él.
🌞Gime cuando te aprietas alrededor de él, siempre te dice que lo vuelvas a repetir.
🌞Le gusta cumplir tus caprichos en eso y si tú se lo pides, él lo hace.
🌞Una vez mientras lo estaban haciendo Draken os llamó y Mikey cogió el teléfono y lo dejó manos libres. Sorprendente que Draken no se diera cuenta, o eso es lo que te dijo Mikey al siguiente día.
🌞Muchas veces a fumado encima de ti mientras que lo hacían.
🌞Le gusta apretar tus pechos y morderlos.
🌞Cuando tiene un mal día le gusta desquitarse contigo.
🌞Sus fetiches favoritos son el cuello y los pechos.
🌞Le gusta poner música lenta y follarte al ritmo de la canción y si la habitación está iluminada con luces rojas más que perfecto.
🌞Cuando te hace orales le gusta que le tires del cabello y lo acerques más a ti, gime más si lo haces.
🌞Le gusta mucho el bondage y te atará con su corbata favorita, no te preocupes será muy suave contigo, si él quiere claro.
🌞Una vez le hiciste dos orales seguidos y lo dejaste temblando y hecho un lio.
🌞A veces se corre sobre tu estómago.
🌞Aunque no lo parezca se puede correr demasiado.
🌞Cuando terminan de hacerlo le gusta que duermas encima de su pecho.
🌞Después de hacerlo te abraza toda la noche y si quieres darte una ducha caliente él te la preparará y cuidará de ti.
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Carta al próximo amor del amor de mi vida.
Hace tiempo que no se de ella, hay días en los cuales no sale de mi mente, pienso en cómo está, si piensa en mi, incluso hasta la sueño.
Ella era una chica espectacular como ya te habrás dado cuenta, tiene muchísimas inseguridades, las mismas que unos días la hacen caer pero otros la llenan de valor para seguir adelante con todo, ama dormir aun que la universidad casi no le da tiempo es por eso que cuando puede duerme muchísimo, quizá notarás que habrán días que no duerma tanto aún que tenga tiempo pero no te preocupes es probable que tenga que hacer algo muy importante para ella o para ti, ama los animales, en especial los sapos, si fuese por ella cada perrito, gatito que ve en la calle lo sube al auto. También le encanta la comida, comida china, sushi, mexicana en fin una infinidad de comida pero algo que jamás puede faltar es un McDonalds y un buen postre, en especial en algún centro comercial cuando caminen un nevado de smores, cabe recalcar que cocina y cocina bastantes cosas ( dice que aveces le toca) pero se que en el fondo le gusta cocinar las cosas que ama, también ama las tortillas de papa (en especial las de mi ma), es alérgica a los frutos secos, como sabrás y te darás cuenta es necia por ende tratará aveces de comer algo que contenga eso, debes prohibirle rotundamente por más enojo que le dé o te pida por favor, en caso de que se te pase por alto, ella tiene una pipeta para eso (recuérdale siempre salir con eso), también ama vestirse, la forma en que se viste es fenomenal, siempre trata de decirle cumplidos, subirla en redes y siendo sincero se lo merece. En ciertas salidas regálale cositas, chocolates, cartas, flores, es una forma en la cual ella pueda sentirse más amada, también llévala a sitios donde vendan comida de su tierra, la hace sentir un poco más en casa pero siempre después de eso abrázala muy fuerte. Llévala al cine lo más que puedas, ama el cine como no tienes idea, no pueden faltar las cotufas y una Coca Cola. Habrá días en los cuales hablen poco o que realmente no se vean, no te preocupes, no se cansó de ti o no quiere verte, solo necesita espacio y está ocupada, es sensible en varios temas los cuales deberías siempre darle tu apoyo incondicional. Me tardaría una vida escribiendo todo acerca de ella, pero se qué ahora será más feliz que nunca, disfruta de todo el tiempo que pases con ella, es una chica fuera de serie que te volará la mente y el alma. Les deseo lo mejor de este mundo!. Att: Guillermo.
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Estoy llena de emociones que juegan a la ruleta rusa para ver a cuál le toca el turno, ya no sé si mentalmente estoy sana o si muy en el fondo padezco alguna enfermedad, se me ocurre googlear “neurosis”, enfermedad que padecía Alejandra Pizarnik y de la que habla constantemente en sus Diarios.
Últimamente no logro entenderme, por momentos me siento extremadamente feliz y valoro cada detalle, pero otras veces me siento depresiva. No triste, sino depresiva. Cuando esa sensación me invade se apodera de mi cuerpo entero y no logro ver las cosas de otro color que no sea negro. No hay grises, no hay matices, todo es oscuridad. No hay salida posible.
En cambio, cuando tengo la suerte de estar bien, acepto lo que hay, lo que viene, lo que sea, con una mirada muy optimista de que todo va a mejorar y de que mañana será mejor.
Hoy siento menos dolor que ayer, hoy me siento un poco más feliz y por fin puedo descansar. Sólo en este refugio logro calmarme y apagar mi cerebro por un rato.
Alejandra y su neurosis, ella y su inestabilidad emocional y sus ideas suicidas y todos sus amores que concluyeron en fracasos. Cuando la leo, me identifico con ella. Por momentos siento que soy ella, siento que eso que leo lo pude haber escrito yo, porque literalmente me representa en cada cosa que dice.
A su vez, más allá de notar todo lo que tenemos en común, que parece ser la vida entera, siento que tengo que dejar de leerla, porque tuvo una visión de la vida bastante pesimista, y ya bastante tengo con la mía, siento que neurosis al cuadrado puede terminar en una bomba explosiva poco saludable para mí.
Cuando Alejandra habla de suicidio, de ponerle fin a su vida, de una forma poética, inmediatamente siento ganas de suicidarme y de vivir una bella muerte, poética y bella, tendida en mi cama, sin sufrimiento, pero temo que pueda salir mal. Siento que me seduce con las palabras y me incita a hacerlo, me invita a tirarme por la borda y terminar con el sufrimiento, que al parecer es la única salida… pero en lugar de a los 36, a los 26.
En esos momentos de oscuridad pienso “al fin tendré una paz que nunca conocí”

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«Kunicki», Olga Nawoja Tokarczuk.
Agua I
Es media mañana, no sabe exactamente qué hora es, no ha mirado el reloj, pero no debe de llevar esperando más de un cuarto de hora. Se reclina cómodamente en su asiento y entorna los ojos; el silencio es tan penetrante como un persistente sonido agudo, no puede ordenar sus pensamientos. Todavía no sabe que lo que suena es una alarma. Aparta el asiento del volante y estira las piernas. Le pesa la cabeza, un peso que zambulle su cuerpo en un aire tórrido, blanco. No piensa moverse, esperará.
Seguro que se ha fumado un pitillo, tal vez incluso dos. Al cabo de varios minutos baja del coche y orina en la cuneta. Parece que mientras tanto no ha pasado ningún coche, aunque ahora ya no está tan seguro. Vuelve al coche y bebe agua de una botella de plástico. Finalmente, empieza a impacientarse. Toca con furia el claxon, cuyo ruido ensordecedor desencadena una oleada de ira que, en cierto modo, lo devuelve a la tierra. A partir de este momento lo ve todo mucho más claro: mentalmente ya enfila el mismo sendero por el que ellos se han ido, concibiendo para sus adentros las palabras que en breve va a pronunciar: «¿Por qué tardas tanto? ¿¡Qué diablos crees que estás haciendo!?».
Es un olivar, reseco como un hueso. La hierba cruje bajo los zapatos. Entre los retorcidos olivos crecen zarzamoras silvestres; sus tiernos brotes intentan alcanzar el sendero y agarrarlo de los pies. Hay basura por todas partes: pañuelos desechables, compresas asquerosas, excrementos humanos infestados de moscas… Otras personas también se paran para hacer sus necesidades junto a la carretera. No se toman la molestia de internarse un poco en los matorrales, tienen prisa, incluso aquí.
No hay viento. No hay sol. El cielo blanco e inmóvil recuerda al sobretecho de una tienda de campaña. Hace bochorno. Partículas de agua se expanden en el aire y en todas partes se percibe el olor del mar: de electricidad, de ozono, de pescado.
Ve movimiento, pero no allí, entre los árboles, sino aquí mismo, bajo sus pies. Un enorme escarabajo negro avanza hasta el sendero; durante un rato analiza el aire con sus antenas, se detiene, a todas luces consciente de la presencia humana. El blanco cielo se refleja en su perfecto caparazón formando una mancha lechosa, y a Kunicki, por un instante, le parece que desde la tierra lo observa un ojo extraño que no pertenece a ningún cuerpo, un ojo intempestivo e indiferente. Kunicki escarba con la punta de su sandalia. El escarabajo cruza el sendero haciendo susurrar la hierba seca. Desaparece entre las zarzamoras. Es todo.
Maldiciendo, Kunicki da media vuelta para volver al coche, aún alberga la esperanza de que ella y el crío hayan regresado ya dando un rodeo, sí, está seguro de ello. Les va a decir: «¡Llevo una hora buscándoos! ¿¡Qué diablos creéis que estáis haciendo!?».
Ella dijo: «Para el coche». Cuando lo detuvo, ella bajó y abrió la puerta de atrás. Desató al niño de su sillita, lo tomó de la mano y se alejaron juntos. Kunicki no tenía ganas de salir, se sentía soñoliento y cansado, aunque no habían recorrido más que unos pocos kilómetros. Apenas les echó un vistazo con el rabillo del ojo, sin darles importancia; no sabía que debía prestar atención. Ahora intenta evocar esa imagen borrosa, enfocarla, acercarla y fijarla. Así que los está viendo caminar por el sendero que cruje, de espaldas. Cree recordar que ella lleva unos pantalones claros de lino y una camiseta negra, y el pequeño, una camiseta con un elefante, de eso está seguro porque él mismo se la puso por la mañana. Mientras caminan, se dicen cosas, él no oye qué cosas; no sabía que debía escuchar. Desaparecen entre los olivos. No sabe cuánto rato, pero no mucho. Un cuarto de hora, tal vez un poco más, ha perdido la noción del tiempo, no miró el reloj. No sabía que debía controlar el tiempo. Detestaba que ella le preguntara: «¿En qué piensas?». Le contestaba que en nada, pero ella no le creía. Decía que era imposible no pensar, se ofendía. Pero sí que es capaz —ahora Kunicki experimenta una especie de satisfacción— de no pensar en nada. Sabe hacerlo.
Sin embargo, de repente se detiene en medio de la selva de zarzamoras, se queda quieto, como si su cuerpo, al alcanzar el rizoma de la zarza, encontrase involuntariamente un nuevo punto de equilibrio. El zumbido de las moscas y otro que está solo en su propia cabeza acompañan el silencio reinante. Por un momento se ve a sí mismo desde arriba: un hombre que viste camiseta blanca y un vulgar pantalón safari, con una pequeña calva en la coronilla, en medio de los matorrales, un intruso, un invitado en casa ajena. Un hombre expuesto al bombardeo, caído en el epicentro de un efímero alto el fuego en la batalla que libran el cielo incandescente y la tierra abrasada. Cae presa del pánico; querría ocultarse cuanto antes, esconderse en el coche, pero el cuerpo no obedece: es incapaz de mover el pie, de forzar el ponerse en marcha. Dar un paso: nunca creyó que fuese tan difícil. Se han cortado las conexiones. El pie metido en su sandalia es el ancla que lo ata a la tierra: ha encallado. Conscientemente, con esfuerzo, sorprendiéndose a sí mismo, lo obliga a moverse. No hay otra manera de abandonar este tórrido espacio infinito.
Llegaron el 14 de agosto. El ferry desde Split estaba abarrotado: muchos turistas, aunque el pasaje estaba formado mayoritariamente por gente del país. Llevaban las compras hechas en tierra firme, donde todo es más barato. Las islas no producen muchas cosas. Era fácil distinguir a los turistas porque, cuando el sol empezó a caer irremisiblemente en el mar, se trasladaron a estribor apuntando los objetivos de sus cámaras hacia él. El ferry fue sorteando lentamente los desperdigados islotes y, tras superarlos, pareció salir a mar abierto. Una sensación desagradable, unos instantes de pánico sin importancia.
Encontraron sin dificultad su hostal; se llamaba Poseidón. El propietario, Branko, con barba y una camiseta con una concha estampada, insistió en que lo tutearan y, dando a Kunicki palmaditas cómplices en la espalda, los condujo al primer piso de la angosta casa de piedra construida sobre el mismísimo mar, donde, orgulloso, les mostró el apartamento. Disponían de dos dormitorios y una pequeña cocina rinconera amueblada con los tradicionales armarios de conglomerado de madera laminada. Las ventanas daban directamente a la playa y a mar abierto. Bajo una de ellas acababa de florecer un agave: la flor, en su fuerte tallo, se elevaba triunfalmente sobre el agua.
Saca el mapa de la isla y estudia las posibilidades. Quizá ella se ha desorientado y ha salido en otro lugar de la carretera. Seguramente estará ahí, puede que pare un coche y se dirija… ¿hacia dónde? Advierte en el mapa que la carretera dibuja una línea sinuosa por toda la isla y que se la puede recorrer en circunvalación sin descender en ningún momento hasta el mar. Así es como visitaron Vis hace unos días. Deja el mapa en el asiento de ella, sobre su bolso, y arranca. Conduce despacio, buscándolos con la vista entre los olivos. Pero al cabo de un kilómetro el paisaje cambia: sustituyen al olivar rocosas tierras baldías cubiertas de hierba seca y zarzamoras. Las blancas piedras calizas parecen enormes dientes perdidos por un ser salvaje. Tras recorrer varios kilómetros, da media vuelta. A la derecha, ante sus ojos se extienden viñedos de un verde deslumbrante, salpicados aquí y allá por pequeños cobertizos de piedra para guardar herramientas: vacíos y lóbregos. En el mejor de los casos se ha perdido, pero… ¿y si se ha desmayado, ella o el pequeño? Hace tanto calor, tanto bochorno… A lo mejor necesitan auxilio inmediato, mientras que él, en vez de hacer algo, da vueltas por la carretera. Pues sí, solo un idiota como él puede tardar tanto en darse cuenta. Su corazón empieza a latir con más fuerza. ¿Y si ha sufrido una insolación? ¿O se ha roto una pierna?
Regresa y pega varios bocinazos. A su lado pasan dos coches alemanes. Calcula el tiempo: ha pasado hora y media, lo que significa que el ferry ya ha zarpado. El imponente barco blanco ha engullido los coches, ha cerrado las puertas y se ha echado a la mar. Con cada minuto que pasa, los separan extensiones cada vez más vastas de un mar indiferente. Kunicki tiene un mal presentimiento que le deja la lengua seca, un presentimiento de algo relacionado con la basura junto a la carretera, con las moscas y los excrementos humanos. Ha comprendido. No están. Han desaparecido los dos. Sabe que no los encontrará entre los olivos, pero aun así toma el seco sendero y lo recorre llamándolos a gritos, aunque ya sin esperanza de que le contesten.
Es la hora de la siesta, la pequeña ciudad está casi desierta. En la playa, justo al lado de la carretera, tres mujeres hacen volar una cometa azul. Las distingue perfectamente mientras aparca. Una de ellas lleva pantalones de color crema claro que ciñen sus rollizas nalgas.
Encuentra a Branko sentado en una mesa de un pequeño café. En compañía de dos hombres. Beben pelinkovac con hielo como si fuera whisky. Branko, sorprendido, sonríe al verlo.
—¿Has olvidado algo? —pregunta.
Le acercan una silla, pero no se sienta. Quiere contarlo todo por orden, pasa al inglés al tiempo que en otra parte de la cabeza, como si se tratara de una película, se pregunta qué se hace en tales situaciones. Dice que Jagoda y el pequeño han desaparecido, y precisa dónde y cuándo. Los ha buscado y no los ha encontrado. Branko entonces le pregunta:
—¿Os habéis peleado?
Responde que no, sin faltar a la verdad. Los otros dos hombres apuran sus copas de pelinkovac. A él también le gustaría tomar un trago. Siente en la boca ese sabor agridulce que tiene el licor. Branko, con parsimonia, recoge de la mesa el paquete de tabaco y el mechero. Los otros también se levantan, a regañadientes, como si se concentraran antes de entrar en combate, o tal vez, simplemente, porque preferirían seguir disfrutando de la sombra del toldo. Irán todos con él, pero Kunicki insiste en que primero hay que avisar a la policía. Branko vacila. Vetas canosas entreveran su negra barba. En su camiseta amarilla destaca, en rojo, el dibujo de una concha con la palabra Shell.
—¿Y si ha bajado hasta el mar?
Puede ser. Quedan en lo siguiente: Branko y Kunicki irán a aquel lugar, y los otros dos, al puesto de policía, desde donde telefonearán a Vis. Branko explica que Komiža cuenta con un solo agente, que la verdadera comisaría está en Vis. Sobre la mesa quedan las copas con el hielo derritiéndose.
Kunicki reconoce enseguida la pequeña entrada al borde de la carretera donde ha permanecido aparcado. Le parece que han transcurrido siglos desde entonces, ahora el tiempo corre de otra manera, espeso y acre, compuesto por secuencias. El sol asoma entre las blancas nubes, de pronto hace mucho calor.
—Toca el claxon —dice Branko, y Kunicki obedece.
El sonido es prolongado y lastimero como una voz animal. Al cesar se diluye en vagos ecos de cigarras.
Se internan en la espesura entre los olivos, llamándose de vez en cuando. Se vuelven a encontrar junto al viñedo y, tras intercambiar unas palabras, deciden inspeccionarlo de punta a punta. Avanzan por las sombreadas hileras, llamando a la mujer desaparecida: «¡Jagoda, Jagoda!». Kunicki se percata del significado de este nombre, arándano, ya se le había olvidado, y de pronto cree estar participando en un rito ancestral, borroso y grotesco. De los arbustos penden carnosas bayas violeta oscuro, perversos pezones multiplicados, mientras él deambula por los frondosos laberintos gritando: «Jagoda, Jagoda». ¿A quién se dirige? ¿A quién está buscando?
Tiene que detenerse unos segundos al notar un pinchazo en el costado; se dobla en dos entre las hileras de las plantas. Sumerge la cabeza en la umbría frescura, la voz de Branko, amortiguada por el follaje, ya no le llega, y Kunicki solo oye el zumbido de las moscas, la familiar textura del silencio.
Tras un viñedo empieza otro, separado tan solo por un angosto sendero. Se detienen y Branko habla por el móvil. Repite las palabras žena y dijete, «esposa» e «hijo», las únicas que Kunicki es capaz de entender en croata. El sol, ya de color naranja, enorme e hinchado, se debilita a ojos vistas. Pronto podrán mirarlo a la cara. Los viñedos adquieren a su vez un intenso verde oscuro. Dos figuras humanas están en medio de ese verde mar a rayas, impotentes.
Al anochecer, en la carretera hay ya algunos vehículos y un grupo de hombres. Kunicki, en el coche en que pone Policija, con ayuda de Branko contesta unas preguntas que le resultan caóticas, formuladas por un policía fornido y bañado en sudor. Habla en un inglés básico. «We stopped. She went out with the child. They went right, here», y señala con la mano. «I was waiting, let’s say, fifteen minutes. Then I decided to go and look for them. I couldn’t find them. I didn’t know what had happened». Le ofrecen agua mineral recalentada, la bebe con avidez. «They are lost». Y repite: «lost». El policía marca un número en su móvil. «It is impossible to be lost here, my friend», le dice mientras espera a que le contesten. A Kunicki le llama mucho la atención ese «my friend». Luego se oye un walkie-talkie. Pasará aún una hora antes de que formen filas irregulares para emprender una batida por la isla.
En este lapso de tiempo, el hinchado sol desciende sobre los viñedos; para cuando alcancen la cima, ya tocará el mar. Lo quieran o no, asisten a esa puesta de sol operísticamente prolongada. Finalmente encienden las linternas. Ya a oscuras, bajan hasta el abrupto acantilado desde donde ven muchas pequeñas calas. Inspeccionan dos de ellas; en cada una hay una casita de piedra en la que se alojan esos turistas excéntricos que reniegan de los hoteles y prefieren pagar más por no tener agua corriente ni luz eléctrica. Cocinan en fogones de piedra u hornillos de butano. Pescan peces que del agua pasan directamente a la parrilla. No, nadie ha visto a una mujer con un niño. Se disponen a cenar; aparecen en las mesas pan, quesos, aceitunas y esos pobres pescaditos que esa misma tarde vivían absortos en sus frívolas ocupaciones marinas. De vez en cuando Branko llama al hotel de Komiža; se lo pide Kunicki porque cree que ella, después de perderse, habrá logrado llegar hasta allí por otro camino. Pero después de cada llamada, Branko se limita a darle unas palmaditas en la espalda.
Alrededor de la medianoche resulta que el grupo de hombres ha menguado, pero entre los que quedan están los dos que Kunicki vio en la mesa del café en Komiža. Ahora, al despedirse, hacen las presentaciones: Drago y Roman. Juntos se dirigen al coche. Kunicki les está muy agradecido por la ayuda, pero no sabe cómo se dice «gracias» en croata; debe de parecerse al polaco «dziękuję», algo así como «diákuyu» o «diákuye» o una cosa por el estilo. En realidad, con un poco de buena voluntad, podrían crear una versión eslava de koiné, un conjunto de palabras parecidas y prácticas para comunicarse sin necesidad de la gramática, en vez de recurrir a una versión sosa y simplona del inglés.
En plena noche un bote atraca frente a su casa. Deben evacuar la zona, es una inundación. El agua alcanza ya el primer piso de los edificios. En la cocina se cuela por las juntas entre los azulejos y sale con cálidos chorritos de los enchufes. Los libros se han hinchado por la humedad. Abre uno y constata que las letras se corren como el maquillaje, dejando manchas en las páginas en blanco. Resulta que todo el mundo ha salido ya en el bote anterior; solo queda él.
Entre sueños oye las gotas de agua que caen perezosamente del cielo y que al cabo de un instante se convertirán en un breve y violento aguacero.
Agua II
—Tampoco es que sea tan grande la isla —dice por la mañana Djurdżica, la mujer de Branko, al tiempo que le sirve un café bien cargado.
Se lo repiten todos como un mantra. Kunicki comprende lo que intentan decirle, él mismo sabe que la isla es demasiado pequeña como para perderse en ella. A lo largo de sus poco más de diez kilómetros, tiene solo dos ciudades dignas de tal nombre: Vis y Komiža. Es posible registrarla a conciencia, centímetro a centímetro, como un cajón. Y los habitantes de ambas localidades se conocen bien. Las noches son cálidas, los campos están cubiertos de viñedos y los higos ya casi maduros. Aunque se hubieran perdido, nada malo les podría pasar, no iban a morir de hambre ni de frío, ni tampoco devorados por fieras salvajes. Pasarían la cálida noche tumbados sobre la hierba abrasada por el sol, bajo un olivo, acunados por el soñoliento susurro del mar. No más de tres o cuatro kilómetros separan cualquier lugar de la carretera. En los campos hay casitas de piedra con barriles y prensas de vino, algunas provistas de víveres y velas. Desayunarán un jugoso racimo de uva o compartirán el desayuno habitual de los veraneantes de las calas.
Bajan hasta el hotel, donde los espera un policía, pero no el mismo, uno más joven. Por un momento Kunicki alberga la esperanza de oír buenas noticias, pero este le pide el pasaporte. Copia concienzudamente los datos y anuncia que buscarán también en tierra firme, en Split. Y en las islas vecinas.
—Es posible que caminara hacia el ferry por la orilla —explica.
—No llevaba dinero. No money. Está todo aquí. —Y Kunicki muestra el bolso del que saca un monedero, rojo y bordado con pequeñas cuentas. Lo abre y se lo enseña al policía, que se encoge de hombros y copia la dirección polaca.
—¿Cuántos años tiene el niño?
Kunicki contesta que tres.
Conducen por la serpenteante carretera de vuelta al mismo lugar, el día promete ser despejado y tórrido, sobrexpuesto a la luz como una película sacada del carrete. A mediodía todas las imágenes habrán desaparecido. Kunicki piensa en la posibilidad de escrutarlo todo desde lo alto, desde un helicóptero, al fin y al cabo la isla está casi desnuda. También piensa en los chips, en que se los injertan a los animales, a las aves migratorias, cigüeñas y grullas, y ya no quedan para las personas. Todo el mundo debería llevar uno, por su propia seguridad. Posibilitaría el rastreo en internet de todo movimiento humano: caminos, lugares donde la gente descansa y donde se pierde. ¡Cuántas vidas podrían salvarse! Cree estar viendo la imagen en la pantalla de un ordenador: líneas de colores correspondientes a cada individuo, huellas y señales constantes. Círculos y elipses, laberintos. Quizá también ochos sin acabar, quizá espirales malogradas, abruptamente truncadas.
Hay un perro pastor de color negro; le dan a oler un jersey de ella desde el asiento de atrás. El perro olfatea los alrededores del coche y luego se interna entre los olivos por el sendero. Kunicki siente una súbita inyección de energía, pronto se aclarará todo. Corren tras el perro, que se detiene en el sitio donde habrán hecho sus necesidades, pese a que no se distingue huella alguna. Se le ve muy satisfecho de sí mismo, pero, querido pastor, no has hecho más que empezar. ¿Dónde están, adónde se fueron? El perro no entiende qué más esperan de él, pero retoma la marcha, a regañadientes, en dirección opuesta, alejándose de los viñedos a lo largo de la carretera.
Así que caminó a lo largo de la carretera, piensa Kunicki, seguramente se equivocó. Pudo salir más adelante y haberlo esperado a unos cientos de metros. Pero ¿no oyó el claxon? ¿Y después? Quizá los recogió alguien, pero teniendo en cuenta que no los han encontrado, ¿dónde puede haberlos llevado ese alguien? Alguien. Una figura vaga, difusa, ancha de hombros. Cogote recio. Un secuestro. ¿Los habrá noqueado y metido en el maletero? Después los habrá trasladado a tierra firme en el ferry, podrían estar en Zagreb o en Múnich o en cualquier otra parte. ¿Y cómo pudo cruzar la frontera con dos cuerpos inconscientes?
Sin embargo, el perro no tarda en torcer hacia un barranco que va en diagonal a la carretera, una brecha larga y pedregosa que desciende sorteando las piedras. Al fondo se extiende un pequeño viñedo descuidado donde hay una casa de piedra, parecida a un quiosco, con techo de hojalata ondulada llena de herrumbre. Ante la puerta hay un montoncito de tallos de vid secos, reunidos probablemente para ser quemados. El perro describe círculos concéntricos alrededor de la casa y acaba regresando siempre a la puerta. Sin embargo, constatan con sorpresa que la puerta está cerrada con candado. Habrá sido el viento el que ha acumulado las ramitas en el umbral. Resulta evidente que nadie ha podido entrar por ahí. El policía mira al interior a través de los cristales sucios, después empieza a tirar de la ventana, cada vez más fuerte, hasta que la arranca. Entonces se asoman y les golpea un persistente olor a cerrado y a mar.
El walkie-talkie crepita, el perro bebe agua y recibe nueva orden de oler el jersey. Da tres vueltas a la casa, regresa a la carretera y, tras dudar un rato, la recorre en dirección a unas rocas prácticamente desnudas, apenas cubiertas de hierba seca en muy contados lugares. Desde el acantilado se ve el mar. Todos los del grupo de búsqueda están allí, de cara al agua.
El perro pierde el rastro, da media vuelta, finalmente se tumba en medio del sendero.
—To je zato jer je po noći padala kiša —dice alguien en croata, y Kunicki entiende perfectamente que habla de la lluvia de anoche.
Viene Branko y se lo lleva a comer. La policía se queda allí mientras ellos dos van a Komiža. Casi no hablan. Kunicki intuye que Branko seguramente no sabe qué decirle, y más aún en una lengua extranjera, en inglés. De acuerdo, que no diga nada. Piden pescado frito en un restaurante a orillas del mar; de hecho ni siquiera es un restaurante, sino la cocina de unos amigos de Branko. Todos lo son aquí, incluso tienen un aire de familia, rasgos afilados, caras curtidas por el viento, una tribu de lobos de mar. Branko le sirve una copa de vino e insiste en que se la beba. Apura la suya de un trago. No acepta dinero para pagar la cuenta. Recibe una llamada.
—They manage to get a helicopter, an airplane. Police —dice.
Elaboran un plan de expedición bordeando la costa, con la barca de Branko. Kunicki telefonea a Polonia, a casa de sus padres, oye la familiar voz ronca de su padre, le dice que deben quedarse tres días más. No le cuenta la verdad. Todo va bien, sencillamente deben quedarse. También llama al trabajo, dice que le ha surgido un pequeño problema y pide tres días más de vacaciones. No sabe por qué dice «tres días».
Espera a Branko en el embarcadero. Este aparece otra vez con su camiseta con una concha estampada, pero es una camiseta nueva, limpia, fresca, debe de tener para dar y regalar. Entre las barcas amarradas encuentran un pequeño bote de pesca. Unas letras azules torpemente escritas en el borde pregonan su nombre: Neptuno. En ese momento Kunicki recuerda que el ferry que los trajo se llamaba Poseidón, al igual que muchos bares, tiendas y barcas. Poseidón o Neptuno, nombres que el mar expele como conchas. Sería interesante averiguar cómo se compran los derechos de autor a un dios. ¿Con qué se le paga?
Se acomodan en el bote. Pequeño y estrecho, es más bien una barca a motor con una minúscula cabina de madera, de tablones toscamente armados. Branko guarda en ella botellas de agua, llenas y vacías. Algunas contienen vino de su propio viñedo, blanco, bueno, fuerte. Todos tienen aquí su propio viñedo y hacen su propio vino. Branko saca de allí un motor y lo fija en la popa. Arranca al tercer intento. A partir de entonces hay que gritar para oírse. El ruido es espantoso, pero al cabo de un rato el cerebro se acostumbra a él como a la gruesa ropa de invierno que separa el cuerpo del resto del mundo. Poco a poco el ruido se impone a la vista de la bahía, cada vez más pequeña, y del puerto. Kunicki divisa la casa en la que se alojaban, incluso las ventanas de la cocina y la flor de agave disparándose hacia lo alto desesperadamente, como un fuego artificial petrificado, una eyaculación triunfante.
Todo disminuye y se funde ante sus ojos: las casas en una oscura línea irregular, el puerto en una caótica mancha blanca entreverada por las rayas de los mástiles; sobre la ciudad, a su vez, emergen las montañas, desnudas, grises, salpicadas aquí y allá por el verdor de los viñedos. No paran de crecer, ya son enormes. Desde su interior, desde la carretera, la isla parecía pequeña, ahora exhibe su poderío: un macizo de rocas formando un cono monumental, un puño que sobresale del agua.
Al virar a babor dejando atrás la bahía y adentrarse en mar abierto, la costa de la isla parece escarpada y amenazadora.
A consecuencia de la maniobra las blancas crestas de las olas golpean las rocas y los pájaros se asustan por la presencia del bote. Cuando vuelven a arrancar el motor, los pájaros desaparecen. Y aún hay más: la línea vertical de un avión que va rumbo al sur y parte el cielo en dos.
Reemprenden la marcha. Branko enciende un par de cigarrillos y ofrece uno a Kunicki. Resulta difícil fumar: gotas minúsculas salpican desde debajo de la proa alcanzándolo todo.
—Mira el agua —grita Branko—, cualquier movimiento.
Al aproximarse a una bahía con una gruta, ven un helicóptero. Vuela en sentido contrario. Branko se pone en pie en medio del bote y hace señales. Kunicki mira el artefacto, casi feliz. La isla no es grande, piensa por centésima vez, nada puede escapar a la mirada de esa libélula mecánica que vuela alto, todo se verá claro y cristalino.
—Pongamos rumbo al Poseidón —grita a Branko, pero este se muestra reticente.
—Por allí no se puede pasar —grita a su vez como respuesta.
Sin embargo, el bote vira y aminora la marcha. Se mete entre las rocas con el motor apagado.
Esta parte de la isla también debe de llamarse Poseidón, como todo lo demás, piensa Kunicki. El bueno del dios se ha construido aquí sus propias catedrales: naves, cuevas, columnas y coros. Las líneas son imprevisibles, el ritmo falso y desacompasado. La humedad da brillo a las negras rocas ígneas, como forradas con un oscuro y raro metal. Ahora, al anochecer, estas construcciones resultan tristísimas, la quintaesencia del abandono, nadie ha rezado nunca aquí. Kunicki tiene de pronto la sensación de encontrarse ante prototipos de los templos creados por el hombre, de que los grupos de turistas deberían ser traídos aquí antes de visitar Reims o Chartres. Quiere compartir con Branko este descubrimiento, pero hay demasiado ruido como para poder hablar. Ven otro bote, más grande, donde pone Policie. Split. Sigue la línea de la escarpada costa. Los botes se aproximan y Branko se pone a hablar con los policías. No hay ni rastro, nada. Al menos eso imagina Kunicki, pues el estruendo del motor ahoga la conversación. Deben de entenderse leyendo los labios e interpretándolo todo por la manera suave e impotente de encogerse de hombros que no casa con sus camisas blancas con chatarreras de uniforme policial. Indican que hay que volver porque pronto se hará de noche. Es lo único que oye Kunicki: «Volved». Branko pisa el acelerador, emitiendo un ruido que suena como una explosión. El agua se contrae levantando olas minúsculas como escalofríos.
Llegar ahora a la isla resulta muy distinto que hacerlo de día. Primero ven luces centelleantes que por momentos se separan formando hileras. Crecen sumidas en una oscuridad cada vez más profunda, se independizan y diferencian: las luces de los yates amarrados junto al muelle en nada se parecen a las que se filtran por las ventanas de las casas; las que iluminan los rótulos de los comercios en nada se parecen a los movedizos faros de los coches. La imagen segura de un mundo domesticado.
Finalmente Branko apaga el motor y el bote alcanza la orilla. De repente, los bajos rozan terreno pedregoso: han llegado a la pequeña playa municipal, justo enfrente del hotel, lejos del embarcadero. Kunicki adivina el porqué. Al lado de la rampa, en el límite mismo de la playa, ve un coche de policía, dos hombres con camisas blancas que evidentemente los están esperando.
—Me parece que quieren hablar contigo —dice Branko mientras amarra el bote. Kunicki por poco se desmaya, tiene miedo de lo que quizá esté a punto de oír. Que han encontrado sus cuerpos. Eso es lo que le da miedo. Se acerca a ellos, las rodillas le tiemblan.
Gracias a Dios, se trata de un simple interrogatorio. No, no hay ninguna novedad. Pero ha pasado tanto tiempo que el asunto se ha vuelto serio. Lo llevan a la comisaría de Vis por la misma carretera, la única que hay en la isla. Ha oscurecido ya del todo, pero por lo visto conocen bien el camino, pues no aminoran la marcha ni siquiera en las curvas cerradas. No tardan en dejar atrás el lugar fatídico.
En la comisaría lo esperan personas nuevas. Un traductor alto y apuesto que habla un polaco que, seamos sinceros, deja bastante que desear —lo han traído expresamente desde Split—, y un oficial. Indiferentes, le hacen preguntas de rutina. Empieza a darse cuenta de que se ha convertido en sospechoso.
Lo devuelven al hotel. Baja del coche y hace ademán de entrar. Pero solo lo finge. Aguarda en un oscuro pasillo a que se marchen, a que cese el ruido del motor, y luego sale a la calle. Se encamina hacia donde se concentran más luces, al bulevar junto al embarcadero donde están todos los bares y restaurantes. Pero es tarde y a pesar de ser viernes ya no hay aglomeraciones; debe de ser la una o las dos de la madrugada. Entre los escasos clientes en las mesas busca con la vista a Branko, pero no lo ve, no divisa su conocida camiseta con una concha. Hay unos italianos, toda una familia, están acabando de cenar, también ve a dos personas mayores, sorben algo con una pajita mientras observan a la ruidosa familia italiana. Dos mujeres rubias, en actitud de íntima complicidad, los hombros tocándose, absortas en su conversación. Hay algunos lugareños, pescadores, otra pareja. Nadie le presta atención, qué alivio… Camina por el límite de la sombra, casi tocando el agua, percibe el olor a pescado y la cálida y salada brisa del mar. Le entran ganas de dar media vuelta y subir por una de las empinadas callejuelas en dirección a la casa de Branko, pero no se atreve, ya deben de estar dormidos. Así que se sienta en una pequeña mesa al borde de una terraza. El camarero lo ignora.
Observa a los hombres que llegan a la mesa de al lado. Se sientan y acercan otra silla. Son cinco. Antes de que venga el camarero, antes de pedir bebidas, reina entre ellos una intangible complicidad.
De distintas edades, dos lucen una barba tupida, pero toda diferencia pasa inadvertida una vez formado el círculo que, queriéndolo o no, han creado. Hablan, aunque no importa lo que dicen: podría pensarse que se preparan para cantar a coro, que prueban la voz. El círculo se llena de risas: los chistes, aun los más trillados, son pertinentes, incluso deseables. Una risa que susurra, vibrante, conquista el espacio y acalla a las turistas de la mesa vecina, dos mujeres de mediana edad, consternadas. Atrae miradas curiosas.
Preparan al público. La entrada del camarero con una bandeja de bebidas se convierte en una obertura, y el joven camarero en un maestro de ceremonias que, inconsciente de su papel, anuncia un baile o una ópera. Al verlo se animan, una mano le indica dónde ponerlas: aquí. Breves momentos de silencio, y los bordes de cristal alcanzan sus labios. Algunos de ellos, los más impacientes, no consiguen evitar cerrar los ojos, igual que en la iglesia cuando el cura, solemne, deposita en la lengua extendida una oblea blanca. El mundo está listo para dar un vuelco: solo en apariencia el suelo sigue bajo los pies y el techo sobre la cabeza, el cuerpo ya no pertenece exclusivamente a cada uno, sino que forma parte de una cadena viva, el eslabón de un círculo que ha cobrado vida. Ahora igual, vasos viajando hasta los labios, casi no se percibe el instante mismo de vaciarlos, es un momento de máxima concentración, de efímera seriedad. Estarán a partir de ahora aferrados a ellos: a los vasos. Los cuerpos sentados a la mesa empezarán a dibujar sus círculos, las coronillas marcarán en el aire los suyos, al principio pequeños, mayores después. Se superpondrán, dibujando nuevos arcos. Al final se levantarán las manos, primero probarán su fuerza en el aire, gesticulando para ilustrar las palabras, luego caerán sobre los hombros de los compañeros, sobre nucas y espaldas, propinando golpecitos de apoyo. En esencia, gestos de amor. La confraternización de manos y espaldas no resulta inoportuna, es un baile.
Kunicki lo contempla con envidia. Le gustaría salir de la sombra y unirse al grupo. Desconoce esa intensidad. Él pertenece al norte, donde los hombres se comportan con mayor timidez. Pero en el sur, donde el sol y el vino dan al cuerpo espontaneidad sin retraimiento, ese baile cobra absoluta realidad. Solo al cabo de una hora se desploma el primer cuerpo sobre el respaldo de la silla.
La cálida brisa nocturna lo empuja hacia las mesas posándole su pata en la espalda, insistiéndole: «Venga, hombre, ven». Quisiera unirse a ellos, vayan a donde vayan. Quisiera que lo llevaran con ellos.
Regresa a su hotelito por el costado no iluminado del bulevar, cuidándose mucho de no cruzar el límite de la sombra. Antes de entrar en la estrecha y asfixiante escalera, toma una bocanada de aire y se queda quieto un rato. Luego sube la escalera, tanteando los peldaños en la oscuridad, y enseguida cae desplomado en la cama, sin quitarse la ropa, boca abajo, con los brazos extendidos hacia los lados, como si alguien le hubiera pegado un tiro en la espalda y él contemplase esa bala durante unos instantes y luego se muriera.
Se levanta a las pocas horas, dos o tres, pues todavía está oscuro. Y baja a tientas hasta el coche. La alarma chasquea, el coche, lleno de añoranza, parpadea con guiños cómplices. Kunicki descarga el equipaje, todo, sin orden ni concierto. Sube los bártulos escaleras arriba y los arroja al suelo de la cocina y de la habitación. Dos maletas y un sinfín de hatillos, bolsas, cestas, también la de las provisiones para el viaje, un juego de aletas en su saco de plástico, las caretas de buceo, el parasol, las esterillas de playa y la caja de vino que compraron en la isla, así como el ajvar, ese condimento de pimientos rojos que tanto les había gustado, y unos tarros de aceitunas. Enciende las luces y se sienta en medio de todo este desorden. Después coge el bolso de ella y vacía suavemente su contenido sobre la mesa de la cocina. Se sienta y posa la mirada en el patético montoncito de objetos como si se tratase de un complicado juego de palillos chinos y le tocara a él hacer la siguiente jugada: extraer uno sin mover ningún otro. Tras vacilar un instante elige la barra de labios y desenrosca la tapa. De color rojo oscuro, casi nueva, apenas la había usado. Se la lleva a la nariz. Huele bien, es difícil decir a qué. Se arma de valor, va cogiendo uno a uno los demás objetos y los deposita por separado sobre la mesa. El pasaporte: viejo, con tapas azules, en la foto está bastante más joven, lleva una melena larga y suelta, con flequillo. Su firma en la última página aparece borrosa, por eso a menudo la retienen en las fronteras. El pequeño bloc de notas negro, con cierre de goma. Lo abre y lo hojea: unos apuntes, el dibujo de una chaqueta, una columna de cifras, la tarjeta de un bistró del balneario de Polanica, un número de teléfono al dorso, un mechón de pelo, oscuro, ni mechón siquiera, tan solo unas docenas de cabellos sueltos. Lo deja a un lado. Ya lo examinará más adelante. El estuche de maquillaje hecho de tela exótica hindú, en el interior: un perfilador de ojos verde oscuro, una polvera (sin apenas polvos), un rímel verde con cepillo en espiral, un sacapuntas de plástico, brillo de labios, unas pinzas, una cadenita ennegrecida rota. También encuentra una entrada del museo de Trogir con una palabra extranjera escrita al dorso; acerca a los ojos el pedazo de papel y lee con dificultad: καιρóς, debe de leerse K-A-I-R-Ó-S, pero no está seguro, la palabra no le dice nada. Y mucha arena en el fondo.
El móvil, casi descargado. Comprueba el registro de llamadas recientes; se repite su propio número, pero también hay otros, dos o tres, no le dicen nada. «Mensajes recibidos», solo uno, de él, cuando se perdieron en Trogir: Estoy junto a la fuente de la plaza principal. «Mensajes enviados»: vacío. Vuelve al menú principal, en pantalla la iluminada aparece un dibujo, al cabo de unos instantes se apaga.
Un paquete de pañuelos de papel, abierto. Un lápiz, dos bolígrafos, uno es un Bic naranja, el otro lleva escrito «Hotel Mercure». Calderilla, céntimos de zloty y de euro. Un monedero, con billetes croatas, poca cosa, y diez zlotys polacos. La tarjeta Visa. Un paquete de pósits naranja, manchado. Un alfiler de cobre con un grabado antiguo, parece roto. Dos caramelos Kopiko. La cámara de fotos, digital, en su estuche negro. Un clavo. Un clip blanco. Un envoltorio de chicle, dorado. Migas. Arena.
Coloca todo esto cuidadosamente sobre la encimera negra mate, cada cosa equidistante de la siguiente. Se acerca al grifo, bebe agua. Vuelve a la mesa y enciende un cigarrillo. Después saca fotos con la cámara de ella, objeto a objeto. Los fotografía despacio, con solemnidad, el zoom al máximo, el flash puesto. Solo lamenta que esta pequeña cámara no pueda fotografiarse a sí misma. También ella es una prueba en todo este asunto. A continuación va a la entrada, donde están las bolsas y las maletas, y toma una instantánea de cada una de ellas. Sin embargo, no se detiene ahí, deshace las maletas y se pone a fotografiar cada prenda, cada par de zapatos, cada tubo de crema y el libro. Los juguetes del niño. Incluso saca de una bolsa de plástico la ropa sucia y a ese montoncito informe también le hace una foto.
Encuentra una botellita de rakia, se la bebe de un trago, sin soltar la cámara, y toma una instantánea de la botella vacía.
Ya se ha hecho de día cuando conduce en dirección a Vis. Lleva los bocadillos, resecos, que ella había preparado para el camino. Con el calor, la mantequilla se ha derretido, empapando las rebanadas de pan con una fina y reluciente capa de grasa, el queso está duro y medio transparente, parece plástico. Se come un par al abandonar Komiža, se limpia las manos en el pantalón. Conduce despacio, con cuidado, mirando a los lados, a todo lo que ve al pasar, consciente de que lleva alcohol en la sangre. Pero se siente fuerte e infalible como una máquina. No mira hacia atrás, aunque sabe que allí, a sus espaldas, el mar crece metro a metro. La limpidez del aire permitiría seguramente divisar la costa italiana desde lo alto. De momento se para en el arcén y examina con la mirada todo lo que hay a su alrededor, cada pedacito de papel, cada desperdicio. También tiene los prismáticos de Branko, los usa para observar las laderas. Ve los pedregosos declives cubiertos por un fino colchón grisáceo de hierba reseca, ve los inmortales arbustos de zarzamoras oscurecidos por el sol, aferrándose a las piedras con sus largos brotes. Miserables olivos asilvestrados de tronco retorcido, pequeñas tapias de piedra vestigio de viñedos abandonados.
Al cabo de más o menos una hora, despacio, como un coche patrulla de la policía, empieza a adentrarse en Vis. Pasa junto a un supermercado, hace la compra, vino sobre todo, y en un momento se planta en la ciudad.
El ferry ya ha atracado en el muelle. Es inmenso, enorme como un edificio, un bloque flotante. Poseidón. Su portalón ya está abierto, ya hay formada una cola de coches y gente medio dormida para alimentar sus fauces. Enseguida empezará el embarque. Kunicki se detiene junto a la barandilla y observa el grupo de personas que están comprando billetes. Algunas cargan con mochilas, entre ellas una preciosa muchacha tocada con un turbante multicolor; la mira, no puede quitarle los ojos de encima. Junto a esta beldad, un muchacho alto de tipo escandinavo.
Hay mujeres con niños, supone que del lugar, sin equipaje, un hombre trajeado, con un maletín. También una pareja: ella, acurrucada contra el pecho de él, tiene los ojos cerrados, como si quisiera completar el sueño de una noche demasiado corta. Y varios coches, uno cargado hasta los topes, con matrícula alemana, dos italianos… Y unas furgonetas locales que van a buscar pan, verduras, el correo. La isla debe subsistir. Kunicki, con disimulo, echa un vistazo al interior de los coches.
Por fin la cola se mueve, el ferry engulle a personas y vehículos, nadie protesta, avanzan como borregos. Todavía llegan unos moteros franceses, son los cinco últimos, y también desaparecen dócilmente en las fauces del Poseidón.
Kunicki espera a que el portalón se cierre con su chirrido metálico. El taquillero cierra de golpe la ventanilla y sale a fumarse un cigarrillo. Los dos son testigos de cómo el ferry, con un escándalo repentino, se aleja de la orilla.
Le dice que está buscando a una mujer con un niño, saca del bolsillo el pasaporte de ella y se lo planta delante de las narices.
El taquillero se inclina para examinar la foto del pasaporte. Dice en croata algo así como:
—La policía ya ha preguntado por ella. Nadie la ha visto por aquí. —Da una calada y añade—: No es una isla grande, alguien se acordaría.
De pronto le da una palmada en el hombro, como si se conocieran de toda la vida.
—¿Un café? ¿Te apetece? —Y señala con la cabeza el cafetín del puerto que abre en ese justo momento.
Pues sí, un café, ¿por qué no?
Kunicki toma asiento en una mesita y el otro viene enseguida con sendos expresos dobles. Beben en silencio.
—No te preocupes —dice el taquillero—. Aquí es imposible perderse. Aquí estamos todos siempre a la vista, como expuestos en la palma de una mano abierta —dice, y le muestra la palma de la mano, surcada por varias líneas gruesas. Después le trae un panecillo con carne y lechuga. Finalmente se va, dejando a Kunicki con el café a medio tomar. Cuando desaparece, un breve sollozo lo sacude; es como un bocado de pan, así que se lo traga. No sabe a nada.
No logra evitar la sensación de estar expuesto en la palma de una mano. Para ser visto. ¿Por quién? ¿Quién querrá observar a todo el mundo, esa isla en medio del mar, esos hilos de caminos asfaltados que van de un puerto a otro puerto, a varios miles de personas derretidas por el sol, turistas y lugareños, en constante movimiento? En su cabeza centellean imágenes como captadas por satélite, al parecer se puede leer en ellas lo que pone en una caja de cerillas. ¿Será eso posible? ¿También será visible desde ahí arriba su incipiente calvicie? Un cielo inmenso, templado, poblado por incansables satélites armados con ojos escrutadores.
Regresa al coche atravesando un pequeño cementerio junto a la iglesia. Todas las tumbas miran al mar, como en un anfiteatro, de manera que los muertos observan el ritmo del puerto, lento, repetitivo. Probablemente les alegra el blanco ferry, a lo mejor incluso lo toman por un arcángel que escolta las almas en su aéreo viaje.
Kunicki nota que algunos apellidos se repiten. La gente y los gatos de aquí deben de parecerse: crecen en entornos endogámicos, se mueven en ambientes formados por contadas familias, rara vez salen de ellos. Se detiene una sola vez: al ver una lápida pequeña con apenas dos filas de letras:
Zorka 9-02-21 – 17-02-54
Srečan 29-01-54 – 17-07-54
Durante un rato busca en esas fechas un orden algebraico, parecen una clave. Madre e hijo. Una tragedia encerrada entre dos fechas, desarrollada por etapas. Una carrera de relevos.
Aquí se acaba la ciudad. Está cansado, el calor ha alcanzado su cénit y el sudor le inunda los ojos. Subiendo de nuevo en coche al interior de la isla, constata que el sol pertinaz hace de ella el lugar más inhóspito de la tierra. El calor emite el tictac de una bomba de relojería.
En la comisaría le ofrecen una cerveza bien fresca, como si quisieran ocultar su impotencia bajo la blanca espuma. «No los ha visto nadie», dice un funcionario fornido y, cortésmente, dirige hacia él el ventilador.
—¿Qué hago? —pregunta al policía desde la puerta.
—Debería irse a descansar —responde el policía.
Pero Kunicki se queda en la comisaría y, todo oídos, escucha cada conversación telefónica, cada chasquido de los walkie-talkie, cargado siempre de algún significado oculto, hasta que viene a buscarlo Branko y se lo lleva a comer. Casi no hablan. Después pide que lo dejen en el hotel, se siente débil y se tumba en la cama sin quitarse la ropa. Huele su propio sudor; el repulsivo olor del miedo.
Vestido, permanece tumbado boca arriba entre las cosas que había sacado de las bolsas. Con vista atenta calibra sus constelaciones, sus interrelaciones, las direcciones que señalan y las figuras que forman. Tal vez sea un presagio. Hay en todo ello un mensaje para él, en torno a su mujer y su hijo, pero sobre todo acerca de él mismo. Desconoce esta escritura y estos signos, seguro que no son obra de mano humana. La relación que los une resulta evidente, el mero hecho de que los esté mirando reviste importancia, y el verlos encierra un gran misterio, misterio es que pueda mirar y ver, misterio es que exista.
Tierra
El verano se cerró tras él dando un portazo. Kunicki se va adaptando, cambia las sandalias por unas zapatillas, las bermudas por el pantalón largo, afila los lápices de su escritorio, ordena facturas. El pasado ha dejado de existir, se convierte en retazos de vida: nada que lamentar. Así que eso que siente debe de ser un dolor fantasma, irreal, un dolor de toda forma incompleta, mellada, que por su propia naturaleza tiende a un todo. No hay otra manera de explicarlo.
No logra conciliar el sueño últimamente. Es decir, sí se duerme por la noche, agotado, pero se despierta hacia las tres o cuatro de la madrugada, como tras la gran inundación de hace años. Solo que entonces sabía el porqué de su insomnio: le había asustado el cataclismo. Ahora es distinto, no se ha producido ningún desastre. Sin embargo, se ha abierto un agujero, una interrupción. Kunicki sabe que las palabras podrían recomponerlo; si encontrase un número razonable de palabras sensatas, adecuadas para explicar lo sucedido, del agujero no quedaría ni rastro y él dormiría hasta las ocho. Algunas veces, pocas, le parece oír dentro de su cabeza una o dos palabras pronunciadas en voz alta, lacerantes. Palabras arrancadas tanto de la noche de insomnio como del frenesí del día. Algo chispea en las neuronas, impulsos saltando de un lugar a otro. ¿No es eso lo propio del proceso de pensar?
Se trata de espectros prêt-à-porter apostados a las puertas de la razón, fabricación en serie. No resultan nada aterradores, no son comparables con ningún diluvio bíblico, no encierran escenas dantescas. Se trata simplemente de la terrible inevitabilidad del agua, de su omnipresencia. Impregna las paredes del piso. Kunicki examina con el dedo el enfermo revoque empapado, la pintura húmeda deja huella en su piel. Las manchas trazan en la pared mapas de países que no conoce, que no sabe nombrar. Las gotas se filtran por el marco de las ventanas, se cuelan bajo la alfombra. Clava una alcayata en la pared y verás salir un reguerito, abre un cajón y oirás un chapoteo. Levanta una piedra y me descubrirás a mí, susurra el agua. Chorros incontrolables inundan los teclados, se apaga la pantalla bajo el agua. Kunicki sale corriendo de su bloque de pisos y constata que han desaparecido los cajones de arena para niños y los parterres, el bajo seto vivo ha dejado de existir. Con el agua hasta los tobillos, va hacia su coche, con él intentará salir del barrio y alcanzar un terreno más elevado, pero no le dará tiempo. Resultará que están sitiados, es una ratonera.
Alégrate de que todo haya acabado bien, se dice al levantarse en la oscuridad para ir al cuarto de baño. Claro que me alegro, se contesta. Pero no se alegra. En absoluto. Vuelve a acostarse entre las sábanas aún calientes y permanece tumbado con los ojos abiertos, hasta la mañana. Sus pies, inquietos, se dirigen a alguna parte en un paseo irreal e impedido por los pliegues del edredón, escuecen por dentro. A ratos descabeza un sueñecito del que lo despierta su propio ronquido. Ve clarear el día al otro lado de la ventana, oye el ruido de los basureros y los primeros autobuses; los tranvías salen de sus cocheras. A primera hora de la mañana se pone en movimiento el ascensor, se oyen sus chirridos desesperados, chillidos de una existencia encerrada en un espacio bidimensional, arriba y abajo, nunca en diagonal o a los lados. El mundo sigue adelante, con ese agujero irreparable, lisiado. Cojea.
Kunicki cojea junto con él hacia el cuarto de baño, después, de pie, toma un café junto a la encimera de la cocina. Despierta a su mujer. Medio dormida, desaparece en el baño.
Le ha encontrado una ventaja a su insomnio: escuchar lo que ella pueda decir mientras duerme. Así se desvelan los mayores secretos. Escapándose involuntariamente cual diminutos haces de humo para enseguida desaparecer; hay que atraparlos justo al asomar por la boca. Así que piensa y aguza el oído. Ella duerme boca abajo, silenciosamente, su aliento es apenas perceptible, suspira a veces, pero esos suspiros no contienen palabras. Cuando se da la vuelta para cambiar de lado, su mano busca instintivamente otro cuerpo, intenta abrazarlo, su pierna aterriza en las caderas de él. Por un instante se queda petrificado, pues ¿qué querrá decir? Finalmente concluye que se trata de un movimiento mecánico y se lo consiente.
Aparentemente nada ha cambiado salvo que el sol le ha aclarado el pelo y salpicado con unas cuantas pecas su nariz. Pero al tocarla, al pasar la mano por su espalda desnuda, le parece haber descubierto algo. No acierta a saber qué. Esa piel le opone resistencia, se ha vuelto más dura, más compacta, como una lona.
No puede permitirse nuevas búsquedas, tiene miedo, retira la mano. En un duermevela imagina que su mano da con un terreno ignoto, algo que pasó por alto en los siete años de su matrimonio, algo vergonzoso, un estigma, una tira de piel peluda, una escama de pez, un plumón de pollo, una estructura atípica, una anomalía.
Por eso se aparta hasta el borde de la cama y mira desde ahí esa forma que es su mujer. A la tenue luz del barrio que penetra por la ventana, su cara no es más que un pálido contorno. Se queda dormido con los ojos clavados en esa mancha y ya clarea en el dormitorio cuando despierta. La luz del amanecer, metálica, cubre de ceniza los colores. Por un instante le asalta la estremecedora sensación de que está muerta: ve su cadáver, un cuerpo vacío y reseco del que el alma ha volado tiempo atrás. No le da miedo, solo le sorprende, y acto seguido, a fin de ahuyentar esta imagen, le toca la mejilla. Ella suspira y se vuelve hacia él poniéndole una mano sobre el pecho, el alma regresa. Su respiración recupera el ritmo acompasado, pero él no osa moverse. Espera a que el despertador lo libre de tan incómoda situación.
Le preocupa su propia inacción. ¿No debería apuntar todos estos cambios para no pasar nada por alto? Levantarse en silencio, escurrirse de la cama y en la mesa de la cocina dividir una hoja de papel en dos columnas y escribir: antes y ahora. ¿Qué escribiría? La piel, más áspera: a lo mejor envejece, sin más, o a causa del sol. ¿Camiseta en vez de pijama? A lo mejor los radiadores están regulados a mayor potencia que antes. ¿Su olor? Ha cambiado de crema.
Recuerda el pintalabios que tenía en la isla. ¡Ahora usa otro! El anterior era claro, beis, suave, del color de los labios. Este es rojo intenso, carmesí, no sabe cómo definirlo, nunca ha sido bueno en esto, nunca ha sabido cuál es la diferencia entre rojo y carmesí y ya no digamos púrpura.
Abandona con cuidado las sábanas, toca el suelo con los pies desnudos y, a oscuras, para no despertarla, va al cuarto de baño. Solo en él se deja deslumbrar por su cegadora luz. En el estante de debajo del espejo está su estuche de maquillaje bordado con cuentas. Lo abre con delicadeza para cerciorarse de sus suposiciones. El pintalabios es diferente.
Por la mañana consigue llevar a cabo una actuación perfecta, eso cree: perfecta. Que ha olvidado algo y tiene que quedarse en casa, cinco minutos más.
—Ve sola, no me esperes.
Finge tener prisa por encontrar unos papeles. Ella, mientras tanto, se pone la chaqueta frente al espejo, se envuelve el cuello con una bufanda roja y coge al niño de la mano. La puerta se cierra de golpe. Los oye bajar corriendo la escalera. Se queda inclinado encima de los papeles mientras el eco del portazo resuena repetidas veces en su cabeza como si rebotase un balón, bum, bum, bum, hasta que vuelve el silencio. Respira hondo y se yergue. Silencio. Nota cómo lo envuelve, a partir de este momento se mueve despacio y con precisión. Se dirige al armario, descorre su puerta acristalada y se sitúa frente a los vestidos de ella. Alarga el brazo hacia una blusa blanca, nunca se la ha puesto, es demasiado elegante. La roza con la punta de los dedos, después la toca con toda la mano, que desaparece en sus pliegues de seda. Pero como la blusa no le dice nada, continúa; reconoce un traje chaqueta de cachemira, también casi sin usar, y unos vestidos de verano, así como unas cuantas camisas, una encima de otra; un jersey de invierno, envuelto aún en la bolsa de plástico de la tintorería, y el largo abrigo negro. Tampoco la ha visto a menudo con él puesto. Se le ocurre que esta ropa colgada está ahí para confundirlo, despistarlo, llamarlo a engaño.
Están en la cocina hombro con hombro. Kunicki corta el perejil. No quiere volver a empezar, pero no consigue contenerse. Siente cómo las palabras se le agolpan en la garganta, no se ve capaz de tragarlas. Así que vuelta a empezar:
—Venga, ¿qué pasó?
Ella responde con voz cansada, su tono es de quien repite lo mismo por enésima vez, que él es un pelma y un aburrido:
—Otra vez: me mareé, debí de intoxicarme, ya te lo dije.
Pero él no se rendirá tan fácilmente:
—No te encontrabas mal al salir del coche.
—Es verdad, pero luego me sentí mal, muy mal —repite con sorna—. Creo que por un momento perdí el conocimiento, el pequeño se puso a chillar y sus gritos me hicieron volver en mí. Se asustó y yo también me asusté. Quisimos ir hacia el coche, pero con la confusión tomamos otra dirección.
—¿Qué dirección? ¿Hacia Vis?
—Sí, hacia Vis. No, no sé si hacia Vis, ¿cómo iba a saberlo?, de haberlo sabido habría regresado al coche, te lo dije mil veces —levanta la voz—. Cuando comprendí que me había perdido, nos sentamos en una floresta, el pequeño se durmió y yo seguía mareada…
Kunicki sabe que miente. Sigue cortando el perejil sin levantar la vista de la tabla y dice con voz de ultratumba:
—Por allí no había ninguna floresta.
Y ella casi gritando:
—¡Claro que sí!
—No, había olivos solitarios y viñedos. ¿Qué floresta?
Se hace un silencio. Ella lo interrumpe diciendo en tono mortalmente grave:
—Pues bien. Lo has descubierto todo. Bravo. Se nos llevó un platillo volante, experimentaron con nosotros, nos insertaron chips, mira, aquí. —Y levanta la cabellera enseñando la nuca; su mirada es fría.
Kunicki ignora su sarcasmo.
—De acuerdo, sigue.
Y ella sigue:
—Encontré una casita de piedra. Nos dormimos, se hizo de noche…
—¿Así, de repente? ¿Y en qué se os fue el día? ¿Qué hicisteis?
Ella no hace caso, continúa su relato:
—… Por la mañana nos gustó. Pensé que te preocuparías un poco y te acordarías de nuestra existencia. Una especie de terapia de choque. Comíamos uva y salíamos a nadar…
—¿Tres días sin comer?
—Comíamos uva, te lo acabo de decir.
—¿Y qué bebíais?
Ella tuerce el gesto.
—El agua del mar.
—¿Por qué no me dices simplemente la verdad?
—Esta es la verdad.
Kunicki se esmera en cortar los carnosos tallos.
—Vale, ¿qué pasó después?
—Nada. Finalmente volvimos a la carretera y paramos un coche que nos llevó hasta…
—¡Tres días más tarde!
—¿Y qué?
Él lanza el cuchillo contra el perejil. La tabla cae al suelo.
—¿Te das cuenta del lío que armaste? Te buscaron con un helicóptero. ¡Movilizaste toda la isla!
—Innecesariamente. Que las personas desaparezcan por un tiempo es algo que sucede, ¿no es cierto? No hacía falta desatar el pánico. Digamos que me encontré mal y luego mejoré.
—¿Dónde está mi mujer de siempre? ¿Qué demonios te ocurre? ¿Cómo piensas explicarlo?
—No hay nada que explicar. Te he dicho la verdad, pero tú no quieres escucharla.
Le grita y enseguida, bajando la voz:
—Dime lo que piensas, cómo te imaginas que pasó todo.
Pero él no contesta. Semejante conversación se ha repetido ya varias veces. Y no parece que ninguno de los dos tenga el ánimo para mantener otra.
En ocasiones, ella se apoya en la pared, entorna los ojos y se burla de él:
—Se acercó un autobús lleno de proxenetas y me llevaron a un burdel. Mantenían al pequeño en el balcón a pan y agua. Tuve sesenta clientes en aquellos tres días.
Entonces él se aferra con las manos a la mesa para no golpearla.
Nunca se lo había planteado ni se ha preocupado por no recordar el transcurso de los días uno tras otro. No sabe qué hizo tal o cual lunes, no solo tal o cual, sino el último o el penúltimo. No sabe qué hizo anteayer. Intenta evocar el jueves anterior a que salieran de Vis y… no ve nada. Pero cuando se concentra, los ve caminar por el sendero, oye el crujido de arbustos y hierbajos secos al ser pisados, que la hierba estaba tan reseca que quedaba reducida a polvo bajo sus pies. También recuerda la pequeña tapia baja, pero seguramente tan solo porque allí vieron una serpiente que escapó al verlos. Ella le mandó coger al niño en brazos. Y mientras él lo llevaba cuesta arriba, arrancó algunas hojas de una planta y las restregó entre los dedos. «Ruda», dijo. Entonces es cuando recuerda que toda la isla olía así, precisamente a esa hierba, incluso el rakia, metían en las botellas ramitas enteras. Pero ya no sabe decir cómo volvían ni lo que sucedió aquella tarde. Tampoco recuerda otras tardes. No recuerda nada, lo pasó todo por alto. Y lo que no se recuerda, es que nunca existió.
Los detalles, la importancia de los detalles; antes no los había tomado en serio. Ahora está seguro de que, si logra organizarlos en una cadena coherente de causa efecto, todo se aclarará. Debería sentarse tranquilamente en su despacho, desplegar un papel, a poder ser de gran tamaño, el más grande que encuentre, tiene uno así, en paquetes de libros, y anotarlo todo punto por punto. Al fin y al cabo, la verdad existe.
Pues bien. Corta las cintas de plástico de un paquete de libros, los apila sin siquiera mirarlos. Es uno de esos superventas recientes, al cuerno con él. Saca la hoja de papel gris y la extiende sobre la mesa. La vasta superficie gris, un poco arrugada, lo intimida. Con un rotulador negro escribe: frontera. Allí se pelearon. ¿Debería remontarse a los días anteriores al viaje? No, se quedará en la frontera. Habrá enseñado el pasaporte sacando la mano por la ventanilla del coche. Fue entre Eslovenia y Croacia. Recuerda que después circularon por una carretera entre aldeas abandonadas. Casas de piedra sin tejado, con huellas de incendios o bombardeos. Inconfundibles vestigios de la guerra. Campos de cultivo cubiertos de malas hierbas, una tierra seca y yerma, desamparada. Sus propietarios, desterrados. Senderos muertos. Mandíbulas apretadas. Nada, no pasa absolutamente nada, están en el purgatorio. Circulan contemplando en silencio estos desolados paisajes. Pero no se acuerda de ella, estaba sentada a su lado, demasiado cerca. Tampoco recuerda si se detuvieron por allí o no. Sí, repostan en una gasolinera pequeña. Le parece que compran helados. Y el tiempo: bochorno bajo un cielo lechoso.
Kunicki tiene un buen empleo. Le permite ser un hombre libre. Trabaja como representante comercial de una gran editorial capitalina; representante, que quiere decir que vende libros. Tiene asignados varios puntos en la ciudad que debe visitar de vez en cuando, promocionando ofertas, recomendando novedades, tentando con descuentos.
Detiene su coche delante de una pequeña librería de los suburbios y saca del maletero el pedido realizado. La librería se llama «Librería. Papelería», es demasiado pequeña para permitirse un nombre propio, de todos modos la mayor parte de su facturación la constituye la venta de cuadernos y libros de texto. El pedido cabe en una caja de plástico: manuales, dos ejemplares del sexto tomo de una enciclopedia, las memorias de un actor famoso y el último superventas de un título que no dice nada: Constelaciones, la friolera de tres ejemplares. Kunicki se promete a sí mismo leerlo más adelante. Le sirven un café y bizcocho casero, les cae bien. Da cuenta de los bocados de bizcocho con unos sorbos de café, muestra el nuevo catálogo de la editorial. Esto se vende bien, dice, y se lleva un nuevo pedido. En esto consiste su trabajo. Antes de salir, compra un calendario rebajado.
Por la tarde, en su minúscula oficina, anota los datos del pedido en formularios corporativos; los envía por correo electrónico. Al día siguiente recibirá los libros.
Qué alivio, disfruta de una calada, ha terminado su jornada laboral. Ha estado esperando este momento desde la mañana para poder mirar tranquilamente las fotos. Conecta la cámara al ordenador.
Son sesenta y cuatro. No elimina ninguna. Aparecen en modo presentación, unos segundos cada una. Las fotos son aburridas. Su único mérito radica en que inmortalizan instantes que de otro modo se perderían para siempre. Pero ¿vale la pena copiarlas? Pues sí. Kunicki las copia en un CD, apaga el ordenador y se va a casa.
Todos sus movimientos obedecen a actos reflejos: girar la llave de contacto, desactivar la alarma, abrocharse el cinturón de seguridad, encender la radio con el toque de un dedo, meter la primera. El coche rueda despacio desde el aparcamiento hacia la concurrida calle, en segunda. La radio da el pronóstico del tiempo: va a llover. Y precisamente en este momento empieza a llover, como si las gotas de la lluvia, preparada de antemano, estuvieran a la espera del conjuro de la radio. Arrancan los limpiaparabrisas.
Y de repente algo cambia. No se trata del tiempo ni de la lluvia ni de lo que ve desde el coche, sino de él, todo se le aparece de manera diferente. Es como si se acabara de quitar las gafas de sol o como si los limpiaparabrisas hubieran quitado algo más que el polvo de la ciudad. Sufre un acceso de calor y por un reflejo quita el pie del acelerador. Le pitan. Se obliga a recuperar el autocontrol y acelera hasta alcanzar a un Volkswagen negro. Empiezan a sudarle las manos. De buena gana se apartaría a un lado, pero no hay donde meterse, tiene que seguir.
Constata con estremecedora clarividencia que todo el camino, tan de sobra conocido, está lleno de señales chillonas. Una información destinada tan solo a él. Círculos sobre una pata, triángulos amarillos, cuadrados azules, paneles verdes y blancos, flechas, indicadores. Rojo, verde, naranja. Líneas pintadas sobre el asfalto, letreros informativos, advertencias, recordatorios. La sonrisa de una valla publicitaria, también importante. Las ha visto por la mañana, pero entonces no le decían nada, podía ignorarlas, ahora ya no podrá. Le hablan en tono bajo y categórico, son más numerosas que nunca, en realidad no dejan espacio para nada más. Rótulos de comercios, anuncios, logos de Correos, de farmacias, de bancos, la paleta STOP de una maestra de infantil que vigila a los niños en el paso cebra, una señal superponiéndose a otra, cruzando una segunda, indicando la de más allá; un poco más adelante, una señal tomando el relevo de otra y esta última relevando la siguiente, un contubernio de señales, una red de señales, una connivencia de señales a sus espaldas. Nada es inocente ni carente de significado, es un gran rompecabezas sin fin.
Presa del pánico, busca sitio para aparcar, tiene que cerrar los ojos, si no, se volverá loco. ¿Qué le pasa? Empieza a temblar. Divisa una parada de autobús y, aliviado, allí se detiene. Intenta controlarse. Piensa que tal vez haya tenido un derrame. Teme mirar a su alrededor. A lo mejor ha encontrado otra forma de ver, otro Punto de Vista, con mayúsculas, todo con mayúsculas.
La respiración no tarda en normalizarse, pero las manos le siguen temblando. Enciende un pitillo, sí, se envenenará un poco con nicotina, se aturdirá con el humo, fumigará los demonios. Ya sabe que no va a seguir conduciendo, no podría con ese nuevo conocimiento que lo abruma. Jadea con la cabeza apoyada en el volante.
Aparca el coche en la acera —seguro que le pondrán una multa— y sale con cuidado. La calzada de asfalto le parece viscosa.
—Señor Intocable —dice ella.
Kunicki no cae en la provocación: no contesta. Ella abre ruidosamente la puerta de un armario de cocina, saca un paquete de té y espera el lapso de tiempo que le ha concedido para que reaccione.
—¿Qué te ocurre? —pregunta agresivamente esta vez. Kunicki sabe que si tampoco contesta a esta pregunta, ella le lanzará un ataque en toda regla, de manera que, con calma, dice:
—No ocurre nada. ¿Qué quieres que ocurra?
Ella pega un bufido y enumera con voz monótona:
—No me hablas, no permites que te toque, te apartas a la otra punta de la cama, no duermes por las noches, no ves la tele, vuelves tarde de no se sabe dónde oliendo a alcohol…
Kunicki sopesa cómo comportarse. Sabe que haga lo que haga, estará mal. Así que se queda quieto. Se incorpora sobre la silla, clava los ojos en la mesa. Está tan incómodo como si hubiera algo negándose a pasar por su garganta. Detecta un movimiento amenazador en la cocina. Intenta una vez más:
—Hay que llamar a las cosas por su nombre… —Arranca, pero ella le interrumpe:
—Vaya, pues ojalá supiéramos ese nombre.
—De acuerdo. No me contaste lo que de verdad…
Pero no termina, porque ella tira el té al suelo y sale corriendo de la cocina. Un segundo después se oye el portazo de la entrada.
Kunicki piensa que es una actriz consumada. Podría hacer carrera.
Siempre ha sabido qué quería. Ahora no lo sabe. No sabe nada, ni siquiera sabe qué debería saber. Va abriendo secciones del catálogo general y, sin prestar demasiada atención, ojea las fichas atravesadas por una varilla. No sabe ni cómo ni qué buscar.
Pasó la última noche en internet. ¿Y qué encontró? Un mapa no muy exacto de Vis, una página del departamento de turismo croata, un horario de ferrys. Cuando tecleó el nombre de Vis, aparecieron decenas de páginas. Solo un par sobre la isla. Precios de hoteles y atracciones turísticas. Asimismo, Visible Imaging System, con fotografías de satélite, le pareció entender. Y Vaccine Information Statements. Victorian Institute of Sport. Y una más: System for Verification and Synthesis.
Internet lo conducía de una palabra a otra, ofrecía enlaces, señalaba con el dedo. Cuando no sabía algo, callaba discretamente o mostraba las mismas páginas hasta aburrir. Fue cuando Kunicki tuvo la impresión de haber alcanzado los límites del mundo conocido, el muro, la membrana de la bóveda celeste. Imposible romperlo a cabezazos y asomarse al exterior.
Internet es un estafador. Promete mucho: que cumplirá la tarea que le encomiendes, que encontrará aquello que busques; tarea, cumplimiento, premio. Pero a la hora de la verdad la promesa no es más que un reclamo, pues enseguida caes, hipnotizado, en trance. Los senderos se bifurcan, se multiplican a gran velocidad, los enfilas persiguiendo un objetivo que no tarda en desdibujarse y sufrir una serie de metamorfosis. Pierdes el suelo bajo los pies, el punto de partida queda olvidado y el objetivo desaparece definitivamente de tu vista, se extravía en el parpadeo de más y más páginas y tarjetas de visita que siempre prometen más de lo que pueden dar, fingen descaradamente que detrás de la superficie de la pantalla existe un cosmos. Nada más ilusorio, querido Kunicki. ¿Qué estás buscando, Kunicki? ¿Hacia dónde crees que vas? Tienes ganas de extender los brazos y lanzarte a él, a ese abismo, pero no existe nada más ilusorio: el paisaje resulta ser el fondo de la pantalla, no puedes dar un solo paso más.
Su pequeño despacho ocupa una sola habitación que alquila por cuatro perras en la cuarta planta de un desconchado edificio de oficinas. Al lado hay una agencia inmobiliaria y un poco más allá un salón de tatuajes. Tiene un escritorio y un ordenador. Paquetes de libros por el suelo. En el alféizar de la ventana hay una tetera eléctrica y un bote de café.
Arranca el ordenador y espera a que la máquina se recupere del susto. Mientras tanto enciende su primer pitillo. Vuelve a mirar las fotos, y esta vez las examina prestando mucha atención y dedicando tiempo a cada una, hasta que llega a las últimas que hizo: el contenido de su bolso desparramado por encima de la mesa y esa entrada con la palabra kairós, sí, incluso la aprendió de memoria: καιρóς. Sí, esta palabra se lo explicará todo.
De modo que ha encontrado algo que antes pasó por alto. Necesita fumar otro cigarrillo, hasta tal punto está excitado. Observa la palabra misteriosa que a partir de ahora lo guiará, la soltará al viento como una cometa y la seguirá. «Kairós», lee Kunicki, «kairós», repite sin estar seguro de cómo se pronuncia. Debe de ser griego clásico, piensa contento, ¡griego!, y se lanza hacia las estanterías de su biblioteca, donde no hay ningún diccionario griego, solo uno titulado Proverbios útiles en latín, al que apenas ha dado uso. Ya sabe que sigue la pista correcta. No podrá parar. Coloca las fotografías del contenido de su bolso, qué bien que las haya hecho. Las dispone una al lado de otra en filas iguales, como en un solitario. Enciende otro cigarrillo y da vueltas alrededor de la mesa como si fuera un detective. Se detiene, da una calada, clava los ojos en el pintalabios y el bolígrafo fotografiados.
De repente percibe que hay diferentes maneras de mirar. Con una solo se ven objetos, cosas útiles para la persona, concretas e inofensivas, y enseguida se sabe para qué sirven y cómo utilizarlas. Pero también existe una manera de mirar panorámica, generalizadora, gracias a la cual se descubren vínculos entre los objetos, su red de reflejos. Las cosas dejan de ser cosas, el hecho de que sirvan para algo es irrelevante, mera apariencia. Se convierten en señales, indican algo que no aparece en la fotografía, remiten más allá del marco de la instantánea. Hay que concentrarse mucho para mantener esa mirada, que en esencia es un don, un estado de gracia. El corazón de Kunicki late cada vez más fuerte. El bolígrafo rojo con la palabra «Septolete» aparece profundamente enraizado en un significado oscuro, inescrutable.
Reconoce ese lugar, estuvo en él por última vez cuando bajaban las aguas, justo después de la inundación. La biblioteca, la honorable Ossolineum, está situada junto al río, frente a él, y es un error. Los libros deberían guardarse en terreno elevado.
Recuerda aquella imagen, el momento en que salió el sol y bajaron las aguas. La inundación había dejado cieno y fango, pero ya habían limpiado algunos lugares y los trabajadores de la biblioteca ponían allí los libros a secar. Los colocaban medio abiertos en el suelo; eran cientos, miles. En esa posición tan poco natural para ellos, recordaban a seres vivos, un cruce entre pájaro y anémona. Manos enfundadas en finos guantes de látex despegaban pacientemente las páginas unas de otras para que frases y palabras se secaran por separado. Lamentablemente, las páginas se habían marchitado, oscurecido por el cieno y el agua, retorcido. La gente se movía entre ellas con sumo cuidado, mujeres con bata blanca, como en un hospital, dejaban los volúmenes abiertos hacia el sol, que fuera el sol quien leyese. Pero en el fondo era un panorama desolador, algo así como un encontronazo entre dos elementos. Kunicki lo contempló con horror hasta que, animado por el ejemplo de un transeúnte, se unió al grupo de voluntarios entusiastas.
Hoy se siente incómodo en esa biblioteca del centro de la ciudad, espléndidamente reconstruida tras el desastre de la inundación y oculta en una serie de edificios que circundan un claustro. Al entrar en la espaciosa sala de lectura ve mesas dispuestas en filas regulares y distancia discreta entre una y otra. Ante casi todas ellas hay sentada una espalda: inclinada, jorobada. Árboles sobre tumbas. Un cementerio.
Los libros colocados en los estantes solo muestran el lomo, es como si, piensa Kunicki, se pudiera mirar a la gente solo de perfil. No seducen con abigarradas cubiertas, no presumen de fajas que invariablemente rezan «el mayor», «la más grande»; disciplinados cual reclutas, solo presentan sus insignias básicas: autor y título, nada más.
Catálogos en lugar de reclamos publicitarios, carteles y bolsas con su logo. La igualdad de las fichas embutidas en cajones estrechos infunde respeto. Información básica, número, breve descripción, ningún alarde.
Nunca había estado allí. Durante la carrera frecuentaba únicamente la moderna biblioteca de la universidad. Entregaba una hoja con el título y el autor y al cabo de un cuarto de hora le traían el libro. Tampoco es que la frecuentara muy a menudo, en situaciones excepcionales más bien, porque la gente fotocopiaba la mayoría de los textos. Una nueva generación de la literatura: texto sin lomo, una fotocopia fugaz, una especie de kleenex que se hizo con el poder tras la abdicación del pañuelo de algodón tradicional. Los pañuelos de papel hicieron una modesta revolución: abolieron las diferencias de clase. Un solo uso y a la basura.
Tiene delante tres diccionarios. Diccionario griego-polaco. Autor: Zygmunt Węclewski, Lvov, 1929. Librería Samuela Bodeka, calle Batorego 20. Pequeño diccionario griego-polaco. Teresa Kambureli, Thanasis Kambureli, Wiedza Powszechna, Varsovia, 1999. Y los cuatro volúmenes del Gran diccionario griego-polaco, Zofia Abramowiczówna (ed.), 1962, Editorial PWN. En él descifra no sin dificultad la palabra καιρóς, ayudándose con un cuadro comparativo de alfabetos.
Lee solo lo que está escrito en polaco, en alfabeto latino: «1. “De la medida”, medida correcta, adecuación, moderación; diferencia; importancia. 2. “Del lugar”, lugar vital, sensible del cuerpo. 3. “Del tiempo”, tiempo crítico, adecuado, oportunidad, ocasión, momento favorable, el momento propicio es fugaz; los que han aparecido inesperadamente; perder la ocasión; cuando llega el momento adecuado, ayudar a tiempo en caso de tormenta, cuando se presenta la ocasión, prematuramente, períodos críticos, estados periódicos, orden cronológico de los hechos, situación, estado de cosas, posición, peligro definitivo, provecho, utilidad, ¿con qué fin?, ¿qué te ayudaría?, ¿dónde sería conveniente?».
Esto pone en el primer diccionario. En el segundo, más antiguo, Kunicki echa un vistazo somero a las diminutas entradas saltándose los términos griegos y tropezando con maneras de expresión anticuadas: «buena medida, moderación, relación correcta, alcanzar un objetivo, desmesura, instante correcto, tiempo adecuado, momento oportuno, maestría, asimismo, solamente, tiempo, hora, y en pl.: circunstancias, relaciones, tiempos, casos, incidentes, momentos revolucionarios decisivos, peligros; buena es la ocasión, la ocasión se brinda, a tiempo se presenta». El diccionario más reciente ofrece la pronunciación entre paréntesis cuadrados: [keirós]. Además: «tiempo atmosférico, tiempo cronológico, temporada, ¿qué tiempo hace?, temporada de uva, pérdida de tiempo, de cuando en cuando, una vez, ¿cuánto tiempo?, hace mucho que se debía hacer».
Desesperado, Kunicki pasea la vista por la sala de lectura. Ve las coronillas de cabezas inclinadas sobre libros. Vuelve a los diccionarios, lee la entrada anterior, que se parece mucho, en realidad solo difiere en una letra: καιριος. También difiere la explicación: «ejecutado a tiempo, certero, eficaz, mortal, fatal, pregunta decisiva» y: «sitio vulnerable del cuerpo, allí donde las heridas son eficaces, lo que siempre se produce a tiempo, será lo que tenga que ser».
Kunicki recoge sus cosas y regresa a casa. Por la noche encuentra en la Wikipedia una página dedicada a Kairós por la que se entera de que se trata de un dios, de poca importancia, olvidado, helénico. Y de que fue descubierto en Trogir. Su efigie estaba en aquel museo, por eso su mujer apuntó esta palabra. Nada más.
Cuando su hijo era pequeño, cuando era un lactante, Kunicki no pensaba en él como persona. Y eso estaba bien porque se encontraban muy cerca el uno del otro. La persona siempre está lejos. Aprendió a cambiarle los pañales con mucha destreza, lo hacía con un par de movimientos de manos, casi imperceptibles, solo se oía el débil sonido de los pañales. Sumergía su pequeño cuerpo en la bañera, le enjabonaba la barriga, después, envuelto en una toalla, lo llevaba a la habitación y le ponía el buzo. Aquello era fácil. Cuando se tiene un niño pequeño, no hace falta preguntarse nada, todo resulta obvio y natural. El niño abrazándose a tu pecho, su peso y su olor, tan familiar y enternecedor. Pero el niño no es una persona. Lo es a partir del momento en que se libra del abrazo y dice no.
Ahora le preocupa el silencio. ¿Qué hará el pequeño? Kunicki se planta en la puerta y ve a su retoño en el suelo entre juguetes Lego. Se sienta a su lado y toma entre las manos uno de los cochecitos de plástico. Lo conduce por una carretera pintada. Tal vez debería empezar por el cuento de érase una vez un cochecito que se perdió. Está a punto de abrir la boca cuando el niño le arrebata el juguete para entregarle otro: un camión de madera cargado de bloques.
—Vamos a construir —dice.
—¿Qué quieres construir? —Kunicki entra en el juego.
—Una casa.
Muy bien, una casa pues. Forman un cuadrado con los bloques. El camión va trayendo materiales.
—¿Y si construyéramos una isla? —pregunta Kunicki.
—No, una casa —contesta el pequeño y coloca más bloques sin orden ni concierto, uno encima de otro. Kunicki los arregla con delicadeza para que la construcción no se derrumbe.
—Esto…, ¿recuerdas el mar?
El niño asiente, el camión descarga una nueva remesa de suministros. Kunicki ya no sabe qué decir ni por qué preguntar. Señalando la alfombra, dirá que es una isla, que ellos se encuentran en esa isla, que papá está muy preocupado porque no sabe dónde puede estar su hijito. Pensado y hecho, pero no resulta convincente.
—No —se obstina el niño—. Construyamos la casa.
—¿Recuerdas cómo os perdisteis mamá y tú?
—¡No! —espeta el pequeño y, alegremente, descarga más bloques para la construcción.
—¿Te perdiste alguna vez? —insiste Kunicki.
—No —responde el pequeño, momento en que el camión se empotra con ímpetu en la casa recién levantada, las paredes se derrumban—. Bum, bum. —El niño se ríe.
Kunicki, con paciencia, se pone a reconstruirla.
Cuando ella vuelve a casa, Kunicki la ve desde la alfombra, como el niño. Es grande, está sospechosamente excitada. Tiene la cara encendida por el frío y la boca roja. Arroja al respaldo de la silla su chal rojo (¿no será carmesí o púrpura?) y abraza el niño. «¿Tenéis hambre?», pregunta. Kunicki tiene la impresión de que con ella ha irrumpido el viento en la habitación, un viento marino racheado. Le gustaría preguntarle «¿Dónde has estado?», pero no puede permitírselo.
Por la mañana tiene una erección y se ve obligado a darle la espalda, a ocultar esas vergonzantes ideas del cuerpo, para que no las lea como una invitación, un intento de reconciliación, un gesto de intimidad. Se vuelve hacia la pared y celebra esa erección, esa disposición inútil, ese estado de alerta, esa extremidad glutinosa dura; la tiene para sí mismo.
La punta del pene, como un vector, apunta a lo alto, a la ventana, al mundo.
Piernas. Pies. Incluso cuando se sienta, ellos siguen caminando, se mueven virtualmente, no pueden parar, salvan cada distancia con precipitados pasitos. Cuando intenta detenerlos, se rebelan. Kunicki teme que sus piernas estallen y echen a correr, llevándolo por derroteros que él no elegiría, que en contra de su voluntad peguen saltos como si bailasen una cracoviana o se internen en lúgubres patios de bloques mohosos, suban escaleras ajenas, lo arrastren por una escotilla a tejados empinados y resbaladizos, obligándole a pasear como un sonámbulo por las escamas de sus tejas.
Kunicki no puede dormir, probablemente a causa de esas piernas tan inquietas; de cintura para arriba está tranquilo, relajado y soñoliento; de cintura para abajo, imparable. A todas luces se compone de dos personas. Arriba anhela paz y justicia; abajo se muestra transgresor y quebranta todos los principios. Arriba tiene nombre, apellido, dirección y número de carnet de identidad; abajo no tiene nada que decir sobre su persona, en realidad está harto de sí mismo.
Quisiera sosegar las piernas, untarlas con una pomada calmante; en realidad el cosquilleo interno resulta doloroso. Acaba tomando un somnífero. Llama al orden a sus piernas.
Kunicki intenta dominar sus extremidades. Inventa un método: les permite moverse ininterrumpidamente, incluso a los dedos de los pies dentro del zapato cuando el resto del cuerpo está quieto. Y cuando se sienta, también los libera, que se debatan solitos. Mira las puntas de los zapatos y ve el suave movimiento del cuero, señal de que sus pies siguen su obsesiva marcha sin moverse del sitio. Aunque también da largos paseos por la ciudad. Le parece que esta vez ha cruzado todos los puentes sobre el Odra y sus canales. Que no se ha dejado ni uno.
La tercera semana de septiembre trae lluvia y viento. Habrá que bajar del altillo la ropa de otoño, chaquetas y botas de goma del niño. Lo recoge de la guardería y se dirigen deprisa hacia el coche. El niño salta en medio de un charco y el agua lo salpica todo a su alrededor. Kunicki no se da cuenta, piensa en lo que va a decir, barrunta frases. Por ejemplo: «Temo que el niño haya podido ser víctima de un shock» o, más seguro de sí mismo: «Me parece que nuestro hijo sufrió un shock». Se acuerda de la palabra «trauma»: «sufrir un trauma».
Atraviesan la ciudad mojada, los limpiaparabrisas funcionan a cien por hora para quitar el agua, por unos instantes muestran un mundo sumido en la lluvia, desdibujado.
Es su día: el jueves. Los jueves recoge a su hijo de la guardería. Ella está ocupada, trabaja por la tarde, frecuenta sus cenáculos, regresa tarde, así que Kunicki tiene al pequeño para él solo.
Se acercan a un edificio recién renovado sito en el corazón de la ciudad y pasan un rato buscando sitio para aparcar.
—¿Adónde vamos? —pregunta el niño, y ya que Kunicki no contesta, se pone a repetir la pregunta machaconamente—: ¿Adónde vamos, adónde vamos?
—Cállate —dice el padre, pero poco después le explica—: Vamos a ver a una señora.
El niño no protesta, debe de picarle la curiosidad.
No hay nadie en la sala de espera; enseguida aparece ante ellos una mujer alta que ronda la cincuentena y los invita a pasar a su consulta. La estancia es luminosa y agradable, una mullida alfombra multicolor en el centro exhibe juguetes y bloques Lego. Un poco más allá hay un tresillo, un escritorio y una silla. El niño, prudente, se sienta en la punta de un sillón, pero sus ojos viajan hacia los juguetes. La mujer sonríe y estrecha la mano de Kunicki, y también saluda al niño. Habla precisamente con él, como si ignorara por completo al padre. Así que Kunicki es el primero en tomar la palabra, adelantándose a sus posibles preguntas:
—Mi hijo lleva un tiempo con problemas de insomnio, se ha vuelto nervioso y… —Miente, pero la mujer no le deja terminar.
—Primero vamos a jugar —dice.
Suena absurdo, Kunicki no sabe si también piensa jugar con él. Atónito, se queda de una pieza.
—¿Cuántos años tienes? —pregunta la mujer al niño, que enseña tres dedos.
—Cumplió tres en abril —dice Kunicki.
Se sienta sobre la alfombra junto al niño, le pasa unos bloques y dice:
—Papá se quedará un rato leyendo en el pasillo mientras tú y yo jugamos. ¿Te parece?
—No —contesta el pequeño, se levanta y corre hacia su padre. Kunicki ha entendido. Convence al niño para que se quede.
—La puerta estará abierta —asegura la mujer.
El ala de la puerta se cierra suavemente, pero no del todo. Kunicki se queda en la sala de espera, desde donde oye sus voces, si bien muy amortiguadas; no sabe lo que dicen. Esperaba muchas preguntas, incluso lleva encima el historial médico del chico; ahora lee que nació dentro del plazo, de parto natural, diez puntos en la escala Apgar, vacunas, peso 3,750 kg, longitud 57 centímetros. Las personas adultas son «altas», los niños «largos». Coge de la mesa una revista, la abre mecánicamente y enseguida encuentra anuncios de novedades editoriales. Reconoce títulos, compara precios. Le embarga una agradable oleada de adrenalina: él las vende más baratas.
—Dígame, por favor, qué ha pasado. ¿Qué espera de mí? —le pregunta la mujer.
Kunicki se siente avergonzado. ¿Qué se supone que debe decir? ¿Que su mujer y su hijo desaparecieron durante tres días? Cuarenta y nueve horas, las ha contabilizado desde la primera hasta la última. Y que no sabe dónde estuvieron. Siempre lo había sabido todo de ellos y ahora no sabe lo más importante. En una fracción de segundo se imagina diciendo:
—Ayúdeme, por favor. Hipnotícelo y reconstruya minuto a minutos aquellas cuarenta y nueve horas. Tengo que saber.
Ella, esa mujer alta y erguida como un mástil, se le acerca tanto que Kunicki percibe el olor a antiséptico de su jersey —así olían las enfermeras cuando era niño— y tomándole la cabeza entre sus grandes y cálidas manos la estrecha contra su pecho.
Sin embargo, la realidad es muy distinta. Kunicki miente:
—Últimamente está muy inquieto, se despierta en plena noche, llora. En agosto estuvimos de vacaciones, he pensado que tal vez haya vivido algo que no alcanzamos a comprender, que se haya llevado un susto…
Está convencido de que no le creerá. La mujer toma un bolígrafo entre los dedos y juega con él. Esboza una sonrisa cálida y encantadora, y dice:
—Tiene usted un hijo más que espabilado, inteligente y sociable. Efectos como estos los puede causar una simple película de dibujos animados. Que no abuse del consumo de televisión. A mi juicio no le ocurre nada, nada en absoluto.
Y lo mira con preocupación, así se lo parece.
Cuando salen, mientras el pequeño acaba de despedirse de la doctora agitando el brazo, empieza a llamarla «puta» para sus adentros. Su sonrisa se le antoja falsa. También ella oculta algo. No se lo ha dicho todo. Ahora sabe que no debería haberla visitado. ¿Acaso no hay en la ciudad psicólogos infantiles hombres? ¿Acaso las mujeres ostentan el monopolio de los niños? Nunca resultan inequívocas, nunca se sabe a primera vista si son débiles o fuertes, ni cómo reaccionarán, ni qué quieren; hay que permanecer alerta. Recuerda el bolígrafo en su mano. Bic naranja, idéntico al de la foto del bolso.
Hoy es martes, el día libre de ella. Agitado desde primera hora, no duerme, finge no mirarla en su deambular matutino entre el dormitorio y el cuarto de baño, entre la cocina y la entrada, y otra vez el cuarto de baño. Un breve e impaciente grito del niño: debe de atarle los zapatos. El silbido del desodorante. El pitido de la tetera.
Cuando por fin se van, se planta junto a la puerta, aguzando el oído, atento a si ya ha llegado el ascensor. Cuenta hasta sesenta, el tiempo que les llevará bajar. Después se calza deprisa y saca de una bolsa de plástico la chaqueta que ha comprado en una tienda de segunda mano. Servirá de camuflaje. Cierra la puerta silenciosamente tras de sí. Ojalá no tenga que esperar el ascensor demasiado rato.
De momento todo sale a pedir de boca. La sigue a una distancia prudencial, con la chaqueta de otro. No quita la vista de su espalda, se pregunta si sentirá alguna incomodidad, lo más probable es que no, pues camina deprisa, con garbo, él podría decir: con alegría. Madre e hijo saltan por encima de los charcos, no los bordean, sino que saltan por encima de ellos, ¿por qué? ¿De dónde sacará tanta energía en una lluviosa mañana de otoño? ¿O ya habrá surtido efecto el café? Los demás le parecen lentos y soñolientos, ella destaca, su chal rosa rabioso constituye una mancha llamativa sobre el fondo del día. Kunicki se agarra a él como a un clavo ardiendo.
Finalmente llegan a la guardería. La ve despedirse del pequeño, pero el adiós no lo conmueve. A lo mejor mientras lo envuelve con sus tiernos mimos y abrazos deja caer un susurro en el oído del niño, quién sabe si precisamente esa palabra que Kunicki busca con tanta desesperación. Si la conociera, podría teclearla en el buscador cósmico, el cual le proporcionaría en una fracción de segundo una respuesta sencilla y concreta.
Ahora la está viendo esperar el semáforo verde en un paso de peatones, sacar el móvil y marcar un número. Por un momento Kunicki abriga la esperanza de que el móvil empiece a sonar en su bolsillo; el sonido asignado a ella es el canto de la cigarra, un insecto tropical. Pero su bolsillo permanece en silencio. Ella cruza la calle, manteniendo una breve conversación con alguien. Ahora es él quien tiene que esperar a que cambie el semáforo, cosa peligrosa porque ella dobla la esquina y desaparece, así que él, en cuanto puede, aprieta el paso, temiendo haberla perdido, furioso consigo mismo y con los semáforos. Vaya, perderla a doscientos metros de casa. Pero no, ahí está, el chal entra en la puerta giratoria de una gran tienda. Más que tienda, es un centro comercial, lo acaban de inaugurar, está casi desierto, de modo que Kunicki duda de si debe entrar tras ella, si logrará ocultarse entre las diferentes secciones. Pero no tiene más remedio, porque hay una segunda salida que da a otra calle, así que se cala la capucha —gesto justificado, al fin y al cabo está lloviendo— y entra. La ve caminar entre los puestos, despacio, como si la retuviese algo; mira cosméticos y perfumes, se detiene ante una estantería y alarga el brazo en busca de algo. Sostiene un frasco en la mano. Kunicki rebusca entre calcetines rebajados.
Mientras, absorta en sus pensamientos, avanza hacia la sección de bolsos, Kunicki coge el frasco. Carolina Herrera, lee. ¿Grabar este nombre en la memoria o desecharlo? Algo le dice que grabar. Todo significa algo, solo que no sabemos el qué, repite para sus adentros.
La ve desde lejos, plantada ante un espejo con un bolso rojo en la mano, contemplando su imagen ya de un lado, ya del otro. Después se dirige hacia la caja, precisamente hacia donde se encuentra Kunicki, que, presa del pánico, se oculta tras el aparador de los calcetines, agacha la cabeza. Ella pasa a su lado. Como un fantasma. Pero no tarda en volverse, como si se hubiera olvidado de algo, y su mirada cae directamente sobre él, encorvado y con la capucha tapándole la frente. Kunicki ve sus pupilas dilatadas por el asombro, siente su mirada tocándolo, escrutándolo, palpándolo.
—¿Qué haces aquí? ¿Sabes qué pinta tienes?
Pero enseguida sus ojos pierden dureza, los envuelve una neblina, parpadean.
—¡Dios! ¿Qué te ocurre? ¿Ha sucedido algo malo?
Qué extraño, no es eso lo que se esperaba Kunicki. Sí una bronca. Ella, en cambio, lo abraza y se acurruca contra él, hunde la cara en su estrafalaria chaqueta de segunda mano. Él deja escapar un suspiro, un pequeño «oh» redondo, no sabe si de sorpresa ante tan inesperada reacción o de verse llorando con ganas en su fragante parka de plumón.
Llama un taxi, lo esperan en silencio. Solo en el ascensor ella le pregunta:
—¿Cómo te encuentras?
Kunicki contesta que bien, pero sabe que van hacia el enfrentamiento definitivo.
El campo de batalla será la cocina; ocuparán sendas posiciones de ataque: él probablemente ante la mesa, ella de espaldas a la ventana, como de costumbre. Y sabe que no debe tomar a la ligera ese momento crucial, tal vez el último posible para enterarse de lo que pasó. Conocer la verdad. Pero también sabe que se halla en un campo minado. Cada pregunta será una bomba. No es ningún cobarde y no cejará en su empeño de intentar establecer los hechos. Según el ascensor va subiendo, se siente un poco como un terrorista portador de una bomba bajo la ropa, bomba que estallará en cuanto abran la puerta del piso y lo reducirá todo a escombros.
Sujeta la puerta con el pie para primero meter las bolsas con la compra, después, entra. En realidad no nota nada raro, enciende la luz y vacía las bolsas sobre la encimera de la cocina. Pone agua en un vaso en el que mete un manojo de perejil, un tanto marchito. Es lo que lo espabila: el perejil.
Deambula como un fantasma por su propio piso, le parece atravesar las paredes. Las habitaciones están vacías. Kunicki es el ojo que juega al pasatiempo «Encuentra las X diferencias». Y las busca. No le cabe duda de que los dibujos, el piso antes y el piso después, difieren en detalles. Es un juego para los poco observadores. Al fin y al cabo en el colgador no está el abrigo de ella, ni su chal, ni la cazadora del pequeño, ni el desfile de zapatos (solo quedan las solitarias chancletas de él), tampoco el paraguas. La habitación del niño parece totalmente abandonada, de hecho solo quedan los muebles. Sobre la alfombra yace un cochecito de juguete cual vestigio de una colisión cósmica inimaginable. Pero Kunicki debe saber a ciencia cierta, así que avanza hacia el dormitorio con el brazo extendido, hacia el armario acristalado que, al descorrer Kunicki su pesada puerta, emite un triste gemido de disgusto. Tan solo queda la blusa de seda, demasiado elegante para llevarla. Cuelga solitaria en el armario. El movimiento de la puerta mueve suavemente la manga: parece alegrarse de que por fin la han encontrado, abandonada. Kunicki observa los estantes vacíos del cuarto de baño. Solo quedan sus accesorios de afeitado, arrinconados. Y el cepillo de dientes a pilas.
Necesitará mucho tiempo para comprender lo que ve. Toda la tarde, toda la noche y, además, la mañana siguiente.
Hacia las nueve se prepara un café muy cargado y luego mete en la bolsa de viaje unas cuantas cosas del cuarto de baño, unas camisetas y unos pares de pantalones del armario. Antes de salir, en realidad cuando ya está ante la puerta, comprueba el contenido del billetero: los documentos y las tarjetas de crédito. Después baja corriendo al coche. Como durante la noche ha nevado, tiene que quitar la nieve del parabrisas. Lo hace de cualquier manera, con la mano. Espera poder llegar a Zagreb al anochecer y al día siguiente a Split. O sea, mañana verá el mar.
Emprende camino por una carretera recta como una aguja rumbo al sur, en dirección a la frontera checa. Autor: Olga Tokarczuck
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(Dibujo bien a los personajes, ahora me toca aprender a dibujar fondos XD)
El Demonio Guardian...
La historia de los dos primeros protagonistas inicia con una huida de parte del mas pequeño, Mike. Mike es un Ángel, el ultimo de su especie quien huía con su madre de los que buscaban asesinar a todos los ángeles y luego vender sus alas y ojos al mercado negro.
Mike fue empujado por su madre, quien le pide huir, de una bestia sagrada echa de rocas. Mike obedeció y huyo, mientras sus últimos recuerdos de su madre eran los sonidos de ella gritando de dolor.
Tras haber corrido una larga distancia, Mike tropieza, y la bestia lo alcanza. Mike solo pensó en su final, mientras temblaba y lloraba. Lo que no esperaba era la aparición de otro ser que llego a su rescate, quien con su arma, destrozo e hizo pedazos a la bestia sagrada mientras decía:
‘‘Tu decías ser una criatura amable y benevolente que ayudaba a las criaturas y humanos a salir del bosque, pero te atreves a atormentar a un pobre niño...que asco me das.’‘
Mike solo lo veía desde atrás, pero su cansado cuerpo solo hizo que se desmayara.
Después de un rato, este despierta siendo cargado por su salvador, quien no solo lo rescato, si no que vendo sus heridas.
‘‘Oh! ya estas despertando, ¿Cómo estas?, ¿te sientes mejor?’’ hablo su salvador. Mike solo asentía o negaba con la cabeza a cada pregunta que hacia ‘‘No eres muy hablador’’ dijo el muchacho.
Mike solo soltaba lagrimas de dolor, pues sentía un vacío en su pecho, el miedo aun en su mente que lo hacia temblar.
‘‘Me presentare, me puedes llamar Soul, y soy un viajero’’ Mike no era tonto, sabia que no solamente era un viajero, su joven salvador era un demonio, pues este observo sus cuernos y cola antes de desmayarse. ‘‘¿Tu como te llamas?...no...responderás...esta bien, pero dime, ¿Tienes familia?, ¿Alguien que se encargue de ti?...o ¿un hogar?’’
El joven demonio pensaba que el niño no quería responderle por miedo a lo de antes y por desconfianza hacia el por no conocerlo, lo que no sabia Soul es que Mike era mudo.
En una parte de su transcurso Soul olio el hedor de la sangre, lo que hizo fue bajar al niño y ver por si era algún peligro, pero lo que vio fue el desastroso cuerpo de un ángel femenino desfigurado hasta lo imposible, esa ángel era la madre de Mike.
‘‘Por un demonio...que horrible...’’ dijo Soul para si mismo. Mike se acerco para ver que sucedía, Soul quiso detenerlo pero Mike fue mas rápido y vio la terrible escena. Y de un desgarrador momento sus lagrimas salieron sin cesar, Mike intentaba agarrar el hermosos cabello de su madre que era lo único que podía reconocer de todo este desastre.
Soul pudo ver que el niño no se le escuchaba su voz, aun si este parecía gritar con todas sus fuerzas. Soul entendió todo, y solo se mantuvo a su distancia, mientras Mike lloraba mares por su madre fallecida.
cuando Mike se volvió a desmayar por tanto llorar, Soul volvió a acercarse a el, lo separo del cuerpo, lo coloco en otro lugar del bosque y este se dispuso a hacer un hoyo en el suelo, para enterrar a la pobre mujer, Soul uso sus manos y su arma para lograrlo, la coloco cuidadosamente y cuando ya estaba cubierta por la tierra y hojas, este solo junto sus manos.
‘‘Lo único bueno de esto, es que este bosque es un laberinto viviente, nunca nadie termina en el mismo lugar que otros, así que usted puede descansar en paz aquí señora...nadie mas la molestara’’
Tras eso, Soul vuelve a donde Mike dormía y lo llevo a una cueva cercana, donde preparo todo para descansar allí.
Tras la mañana, Mike despertaba y se levantaba nuevamente pero esta vez desesperado, Soul quien estaba levantado solo lo mira y dice:
‘‘Tu madre se encuentra a 20 arboles hacia la derecha’’ Mike al escucharlo salió rápido de la cueva y Soul lo siguió despacio y desde allí la historia de su encuentro inicio.
Pues cada día era igual, Mike llegaba a la tumba de su madre, lloraba, buscaba cosas y se las dejaba como ofrenda, luego se quedaba dormido en ella y Soul lo llevaba de regreso a la cueva, para que la mañana siguiente fuera igual.
Así duraron 2 meses, hasta que Soul noto que Mike ya no lloraba y solo se le veía triste y decaído, Soul siempre buscaba comida para ambos en el bosque, hasta pescado, y se le ocurrió la idea de hacer algo para animar al pequeño.
Al principio Mike lo ignoraba, pero Soul no lo dejaría solo al pobre angelito, le aventaba juguetes hechos por el de materiales del bosque, muñecas y pelotas echas de hojas y telarañas.
Mike poco a poco fue agarrando esas pelotas y juguetes, pero cuando en su mente recordaba a su madre, este hacia todo de nuevo. Y Soul tambien.
Poco a poco, Mike confiaba mas en Soul, el mundo de Mike estaba oscuro y roto por sus traumas, pero Soul parecía una luz al final del túnel.
En un momento a otro, Soul compartió algo de el con Mike.
‘‘Yo...yo se como te siente, el dolor de perderlo todo es la peor cosa que le pueden hacer a un niño. A 15 pueblos de aquí, yo vivía en una aldea humana, mi padre era un demonio esqueleto y mi madre una simple camarera, pero se enamoraron y me tuvieron, pero tiempo despues, cuando cumplí los 8, llegaron a mi aldea y mataron a todos, incluyendo a mis padres... Yo se lo duro que es la perdida, es difícil dejar ir todo, y es difícil no sentir que salir de aquí es abandonar a los que amas, pero...si te quedas, las personas que te amaron, se sentirán tristes, porque tu no pudiste seguir...Tu, no tienes que hacerlo solo, si lo deseas, puedo ayudarte, sanar este dolor no es fácil, pero con ayuda de alguien puedes hacerlo...’’
Mike lloraba a mares, y se aferraba a Soul, este solo le correspondió el abrazo.
‘‘Yo se que puedes salir adelante niño...tu, tu no estas solo aquí.’‘
Tras la mañana siguiente, después de 4 meses en el bosque, Soul y Mike estaban parados frente a la tumba, mientras Mike sostenía la mano de Soul se despedía de su madre dejándole un ultimo ramo de flores que Soul le ayudo a hacer.
‘‘Te prometo que si llegas a extrañarla, moveré tierra y cielo para que la veas de nuevo’‘ Dijo el demonio quien sonreía amablemente, Mike solo asintió mientras se limpiaba su ultima lagrima, y ambos se iban del bosque.
Empezando asa su aventura.
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Espero y les guste TvT
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( * ) CONTENIDO DESBLOQUEADO : CONEXIONES.
muy buenas bellezas, por aquí bluey llegando tardísimo, pero vengo a presentar a mi muchacho: 𝐚𝐥𝐢𝐬𝐭𝐞𝐫 𝐡𝐰𝐚𝐧𝐠, lister para los amikes. por aquí abajito pueden encontrar un poco ( mucho ) de información sobre su vida y personalidad, junto con las conexiones que le andamos buscando. cualquier cosita que gusten denle al corazoncito y yo voy corriendo a molestarles.
* STATS GENERALES: nombre completo: alister hwang. apodos: lister. no le digan ali pq se enoja. edad: veinticinco años ( julio 23, 1997 ). status actual: concertista, profesor de piano y pianista oficial de the 1777. esquleto: b5.
* SOBRE SU VIDA: ♡ nace y crece en la ciudad de los angeles, siendo hijo único de un concertista y compositor de orquesta famoso. alister hereda el amor por la música de su padre, pero a diferencia de el, no quiere estancarse o encasillarse en la música clásica. ésta motivación es la que lo lleva a convertirse parte de la banda the 1777.
♡ actualmente vive solo, pero la tensión con su padre se complica día con día. mientras alister quiere explorar con su carrera y probar cosas distintas, su papá espera que siga el mismo camino que él. y miren que si hay algo que este tonto no soporta es que le digan qué hacer, por ello se esfuerza para que la banda siga ganando reconocimiento por su talento.
♡ no les voy a mentir, tiene un carácter medio pesadito. su personalidad despreocupada y extrovertida le facilita el conocer personas, pero es MUY honesto al decir todo lo que piensa. tho si pueden aguantarle eso les prometo que tendrán un buen amiko dispuesto a cualquier cosa.
* SOBRE SU PERSONALIDAD:
[ ✓ ] extrovertido » independiente » sincero » encantador.
[ ✕ ] caprichoso » impredecible » terco » indiferente.
* DATOS CURIOSOS:
tiene una gatita negra llamada daphne, prácticamente su hija.
en la preparatoria fue votado most likely to become a stripper, aun conserva el diploma con mucho orgullo.
el color rosa es su favorito.
solía salir con un estudiante de gastronomía, la relación no funcionó pero alister le aprendió mucho sobre la cocina. no es un profesional, pero cuándo quieran les invita para prepararles una cenita.
además del piano toca varios instrumentos, incluyendo guitarra y violín.
* CONEXIONES Y DINÁMICAS:
estamos abiertos a cualquier cosita, pero aquí abajito les dejo escenarios/dinámicas con las que podemos comenzar a soltar headcanons para llegar a una conexión.
ALISTER le cocinó en alguna cita.
se quedaron toda la noche hablando en alguna fiesta.
compartieron un viaje en taxi.
ALISTER le debe un favor.
despertaron en la misma cama después de una fiesta.
se conocieron en algún concierto.
(*) se hizo cargo de ALISTER en una borrachera, o viceversa.
se quedaron atrapados en un elevador.
compartieron un cigarro.
(*) ayudó a ALISTER a encontrar a su gatita.
#tarde y terrible pero se intentó jsjsjs#bueno dejo esto por aquí y corro a empezar a contestar jiji 💞
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Holaaaa! Que gusto, espero te encuentres bien
Quería pedir algo con Jason, Thomas, Bubba y Brahms con un lector que sabe tocar la guitarra y siempre les dedica canciones
Jason + Thomas + Bubba + Brahms x GN ! Reader

Tarde un poco más de lo esperado, ya que no se tocar la guitarra y no sabía que hacer, lol. Esto es tan corto por lo mismo, perdón:(.

𖥦 Advertencias 𖥦
Ninguna, todo es comodidad y pasar el tiempo con nuestros grandes chicos.
Palabras: 632.



❥ 𝙅𝙖𝙨𝙤𝙣 𝙑𝙤𝙤𝙧𝙝𝙚𝙚𝙨
𓆤 Va a llorar, siempre, no importa si es la primera vez que le dedicas una canción o no, él simplemente llorara.
𓆤 No llora de tristeza, llora porque cada vez se siente iluminado al saber que lo amas y que si, eres la persona indicada para él.
𓆤 Escuchara cada nueva canción que aprendieras, sea tuya o alguna canción que escuchaste, él siempre quiere escucharte.
𓆤 ¿Escribes tus propias canciones? Completamente sorprendido, él siente que no tiene nada de especial más allá de matar, así que le emociona que tú tengas algo que él considera casi un don.
𓆤 Escribirás nuevas canciones y en algunas trataras de hacerle saber lo realmente especial que es. Nuevamente esta llorando.
❥ 𝙏𝙝𝙤𝙢𝙖𝙨 𝙃𝙚𝙬𝙞𝙩𝙩
𓆤 Thomas siempre está haciendo todo por todos y sabes que este chico nunca pedirá nada a cambio, ni un gracias. Entonces, cuando llegas tú dedicándole melodías llenas de cariño y cuidado, está encantado.
𓆤 Agradece el hecho de que todavía trae su máscara puesta, así nadie y especialmente tú, no pueden ver el lío sonrojado que es bajo la misma.
𓆤 No te pedirá que toques, pero no dudará en ningún momento al estar cerca de ti mientras lo haces. Completamente lo consuela y ahora eres su punto de comodidad.
𓆤 Dejará de escuchar la radio solo por ti. Pará qué tener los hits comerciales sonando a todo volumen, cuando bien podría tenerte a ti. No odia la música comercial, simplemente piensa que es más especial lo que tú haces.
𓆤 Se siente especial y bendecido porque le permitas escuchar y no dudará en agradecerte cada que puede. Aunque le dices que no es necesario, él insistirá.
❥ 𝘽𝙪𝙗𝙗𝙖 𝙎𝙖𝙬𝙮𝙚𝙧
𓆤 La habitación se llenará de chillidos emocionados y saltitos de alegría. Llamara la atención de todos en casa, quienes no dudaran en ver que tiene tan emocionado menor de los Sawyer.
𓆤 No dudará en bailar al ritmo de tu música, no es un maestro en baile, pero lo hace desde el corazón y la emoción que le transmites. Los gemelos se unirán totalmente a él.
𓆤 Cuando no tenga trabajo que hacer, de forma tímida irá a pedirte que si puedes tocar algo para él. No importa que clase de música toques o si empiezas a experimentar con algo distinto, él escuchará todo lo que tengas que ofrecer.
𓆤 Chop Top completamente tendrá pláticas musicales contigo y no dudes si en una de esas pláticas menciona saber tocar un instrumento. Esto emociona a Bubba, pero tratará de ser silencioso y solo los escuchara feliz al ver que alguien en su familia puede unirse a ti.
𓆤 Si le dedicas una canción, oh chico, será un desastre llantos y balbuceos. Lo veo siendo amoroso físicamente, abrazos y besos como agradecimiento.
❥ 𝘽𝙧𝙖𝙝𝙢𝙨 𝙃𝙚𝙚𝙡𝙨𝙝𝙞𝙧
𓆤 Si para antes de que se revelara qué estaba vivo y decides tocarle la guitarra al muñeco Brahms, estará encantado y feliz de que decidas tener ese gesto hacia él, no muchas niñeras compartiría algo más allá de su trabajo.
𓆤 Estará siempre pegado a las paredes para poder escuchar atentamente todo lo que tocas. Muchas veces se vio tentado a salir sin pensar, solo quiere escucharte más de cerca.
𓆤 Pero sí es cuando sabes ya de su existencia, está pequeña perra. Querrá hacerse el chico rudo y decir que no le importa, ya te ha escuchado tantas veces.
𓆤 Si te detienes después de esto, no dudará en disculparse y si no lo haces, estará tras de ti como un cachorro, no quiere mostrar cuánto le gusta lo que tocas y cómo tocas.
𓆤 No dudes que te pedirá tocar algo antes de que se vaya a dormir, se siente totalmente cómodo con ello, como su música de cuna personal.

#jason voorhees x you#jason voorhees x reader#jason voorhees x y/n#thomas hewitt x y/n#thomas hewitt x you#thomas hewitt x reader#bubba sawyer x y/n#bubba sawyer x you#bubba sawyer x reader#brahms heelshire x y/n#brahms heelshire x you#brahms heelshire x reader#slashers x you#slashers x reader#slashers x y/n
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Domingo 19 de marzo del 2023 a las 6:08pm
Al principio cuando empiezo a escribir se me olvida lo que quería escribir y al final termino escribiendo lo mismo; empezare contando lo que he hecho este fin de semana, el viernes fue muy productivo ayude a hacer la comida, lave los trastes, hice la carne de las hamburguesas para lacena, barrí y trapee la casa, cambie sabanas y también transcribí al final vimos una película de terror, ayer lave mi ropa y sabanas, hoy doblare la ropa y creo que ya, mañana sacudiré mis muebles, mi horario también está bien, estabilidad mental normal y lo del trabajo hoy enviare un mensaje para ver si me convence o no, la mayoría de cosas que he soñado o casi todas sin de hombres ya sea que he conocido o randoms coqueteándome, yo les sigo el juego no me incomoda ni nada lo único que si lo hace es que a veces cuando despierto y recuerdo que soñé con los tipos que he conocido y les seguí el juego no se me da algo, son personas que en la vida real jamás quisiera volver a verlos y eso también me he dado cuenta de que sigo envidiando a las personas que reciben apoyo de otras.
Viernes 24 de marzo del 2023 a las 11:11pm
Al fin con este escrito voy al día, probablemente solo escriba 2 o 3 veces a la semana pero bueno fuera de tema hoy hice todo el quehacer que me toca y también arregle el filtro de los peces no sé por qué después de un tiempo ya no hace burbujas pero bueno A si tengo un nuevo pes parece un tiburón chiquito y probablemente después tenga más de los fosforescentes pero de distintos colores a los que ya tengo, hoy casi me da otra parálisis pero antes de que me dé cuenta ya estaba fuera de ella no se cosas raras mm últimamente me han dado ganas de salir a ver la lluvia, eso me recuerda que por esta época pasaron los mejores recuerdo que tengo de mi vida, quisiera poder salir más lejos que al patio de mi casa pero supongo que aún me sigue dando algo salir sola aquí después de lo que paso ese día bueno no he regresado a ese lugar y es un lastima es un bonito lugar pero si algo llegara a pasar nadie te escucharía tal vez no solo en ese lugar en todo este pueblo de mierda pasaría lo mismo que asco de lugar para vivir lleno de machitos pero bueno muy fuera de tema últimamente he estado leyendo antes de dormir, el ASMR ya no me hace afecto y con las meditaciones no logro concentrarme pero he empezado a dormirme otra vez a las 6 de la mañana no quiero romper mi horario y eso tampoco he soñado nada interesante A y lo del trabajo bueno no me conviene AAA si estuviera allá al día de buscar un trabajo ya estaría trabajando otra desventaja de este pueblo de mierda y se supone que esta es la ciudad jaja que asco.
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¡Hola! Amo todo lo que escribes y quisiera saber si puedo hacer un pedido, en caso de que sí me gustaría una situación de un evento o celebración en el que hay un invitado especial que para sorpresa de todos es una bonita joven violinista profesional, ¿Cuál sería la reacción de los chicos al verla hacer su interpretación? Y al terminar, ¿Intentarían conquistarla o invitarla a salir?
Situación: Presencian la actuación de una joven violinista, ¿cómo reaccionan?
Personajes: Baki Hanma, Jack Hanma, Katsumi Orochi, Kosho Sinogi y Yujiro Hanma.
Baki Hanma.
Probablemente Strydum fue quien llevo a Baki a dicho evento, por deseo del Ogro además, está un poco incómodo por el traje que le obligaron a usar. Estaría aburrido hasta que las luces se apagaron y un hombre diera apertura al evento, mantendría las manos en los bolsillos y una mirada desinteresada que va flotando por todo el lugar hasta que anuncian la actuación de una sorpresa especial. Ahora si presta algo de atención.
Es arrullado por el sonido afinado del violín que tocaba con maestría la persona en el escenario, esta embelesado por los suaves y elegantes movimientos de la persona. Se quedaría impresionado por tal interpretación.
Iria a conocerle porque podrían ser tan jóvenes como él. No sería un problema el colarse a la parte trasera del lugar para toparse a la persona de recién, saludara de forma despreocupada como si fuese natural que él este por allí. Ya saben, lo usual.
Jack Hanma.
El restaurante que frecuenta habrá avisado que por motivos de su aniversario presentarían a una celebridad para ambientar el lugar y dar una grata experiencia a sus fieles clientes por preferirlos. Jack no sabía que esto sería así.
Ignorará el sonido del equipo de sonido al subir y llenar el lugar, esta de espaldas ocupándose de lo suyo, el suave sonido de un instrumento de cuerdas lo sorprende un poco, pero aun así no se molesta en darse la vuelta. Solo estará allí, comiendo y disfrutando la melodía de fondo como si fuese igual a la música de algún parlante.
No creo que se acerque aun cuando vea al intérprete, simplemente porque no es su estilo hacer algo como ello. Se dignará a mirar a la persona cargando el violín cuando se levante para retirarse, pero no habrá mucha diferencia en sí le ha visto o no.
Katsumi Orochi.
Sería una ocasión especial con respecto al dojo, los habrán invitado por Doppo, invitando a la familia Orochi a comer al lujoso restaurante como muestra de reconocimiento. Aceptan, pues nunca es malo salir de la rutina para variar.
Presenta a la violinista como la atracción principal de la noche y de como deleitara a todos con su fabulosa interpretación. Katsumi se pierde rápidamente en la elegante imagen de la persona que toca el violín.
Se escabullirá entre la gente al finalizar con alguna vaga excusa solo para ir y hablar con la joven, quizá pueda conseguir aunque sea una sonrisa suya.
Kosho Sinogi.
Sería una cena familiar en donde ha tenido que ir en compañía de sus padres y hermano, alguna familia lejana que ha decidido venir a visitar y a pasar algo de tiempo en la ciudad, como se han visto poco es el momento perfecto para ponerse al tanto. Kosho probablemente mate el tiempo en una pequeña charla con su hermano y dando algunos comentarios cuando se le pregunte.
Detrás de ellos, y la razón por la que vinieron exactamente a ese lugar, sube una joven en conjunto con un violín; le presentan como la actuación estrella de esa noche, quien procurara la ambientación.
No es propio de él acercarse a desconocidos por mucho que le deslumbren a primera instancia, por lo que se contenta con admirarle desde su lugar. Se une a la ola de aplausos al final de la interpretación y le sigue con la mirada hasta perderle.
Yujiro Hanma.
No es extraño que le inviten a eventos elegantes en donde el ambiente sea el idóneo para esa clase de sorpresas especiales. No es especial admirador de la música en general, aunque no se queja -demasiado- de la música clásica. Llega a disfrutarla, de hecho.
Debe admitir que la interpretación no está mal, supera con creces a cierta basura que muchos profesionales han hecho, pero no es suficiente para impresionarlo en sí mismo.
De dos, puede acercarse como también puede que no, él hace lo que quiera y si le apetece irrumpir en el camerino de la joven estrella; lo hará. Las mismas probabilidades hay de que simplemente pase de ella sin más.
#baki hanma#jack hanma#katsumi orochi#kosho shinogi#yujiro hanma#baki son of ogre#baki the grappler#baki dou#baki headcanons
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Sábado, aquí vamos de nuevo

Abrí los ojos seis minutos antes del mediodía y no salí de la cama hasta pasada la una veintitrés. Evité hacer planes este sábado porque quería visitar a Daniel, pero dos horas antes de lo pactado me avisó que tenía que acompañar a su mamá a la quimioterapia.
Daniel vive a cinco minutos de mi casa, por eso le dije que cuando volviera del hospital me mandara un mensaje a ver si íbamos a casa de Franco. Dijo que sí. Luego le llamé a Sara para saber si estaba en su trabajo o de nuevo había faltado para ir con Salomé. No me contestó y asumí la segunda opción.
Me paré a servirme un plato de cereal y volví a la cama. Pensé en Lana y ese beso que me dio el martes antes de subirse al Uber. “No nos vamos a ver pronto”, así se despidió. La frase que no salía de mi cabeza, quería verle un lado positivo.
Sonó el teléfono: Sara. Me dijo que estaba – como pensé – en misión S.S. (como Salomé y ella se nombran estando juntas), que iban de salida a comprar unas cosas a San Lorenzo y en dos horas regresaban. Quedo de marcarme a ver si en la noche íbamos al taller de Carmen. Le dije que sí sabiendo que, como siempre, en dos o tres días iba a reaparecer para contarme otra “aventura bien pinche loca”. Tan predecible entre su vorágine.
- ¡Tristán, te toca sacar a los perros! –, gritó mi hermana desde la planta baja.
No respondí. Me puse a ver un video de Hanna en TikTok: un baile en ropa interior junto a su novio. Le di 'Me gusta'. Luego apareció un video de un tipo que, ante alguien preparando un pastel, se limitaba a hacer gestos. Vi otros dos tiktoks de él. Me aburrí y le marqué a Raquel.
- Hoy no puedo, Tris, tengo dos consultas, y después quedé de cenar con mi papá – dijo ante mi propuesta de ir al billar de su novio, mi primo.
- Salúdame a los loquitos – bromeé. Soltó una carcajada y colgó.
A las dos recibí un WhatsApp de David: iba a ir a comer con su mamá y quería ver si el domingo me quedaba mejor. No le contesté, aunque la respuesta era no porque ese día tenía el baby shower de Alex.
“La época en que tus mejores amigos comienzan a tener bebés es el principio del final”, pensé. Luego reviré y me dije que Alex, desde que lo conozco, siempre ha querido un hijo.
“Esas responsabilidades son la mejor forma de madurar”, lucubré antes del grito que me hizo volver a la realidad:
- Carajo Tristán, saca a los perros a que caguen.
Le mandé un mensaje a Lana a ver si estaba libre, pero para darle emoción a la respuesta apagué mi celular. Me puse otra camiseta y busqué las correas de Arya y Tony Soprano.
“A veces todo se siente en calma, pero afuera alguien está cogiéndose a quien amas”, fue idea que pasó por mi mente antes de salir con mis perros al parque frente a mi casa, que en realidad es un camellón con hojas marchitas y aguas negras corriendo en su centro.
"Bonito viernes", pensé. Luego casi me atropella un camión que, con todo y sus bocinas tronadas, traía a tope ‘Sympathy for the devil’, de los Stones.
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¡Colombianismos!
Recientemente vi la película Encanto de Disney en español, la historia de una familia mágica basada en Colombia, y me acordé de aquel conocimiento común que dice que el español colombiano es el más neutro de Latinoamérica. Centros de atención telefónica emplean a colombianos para rendir servicios a hispanohablantes alrededor del mundo. Son fácilmente entendidos y a Colombia se le considera el Ohio de Latinoamérica por también tener un acento neutro al hablar inglés.
Soy admirador del español colombiano por su pronunciación clara con ese toque tan distinto. Sin embargo, esto no significa que carezca de jerga o de expresiones que te dejen confundido. He aquí algunos colombianismos más comunes con su traducción al español neutro para tu deleite y encanto.
1. Bacano = Genial
Ayer la pasamos muy bacano. = Ayer la pasamos genial.
2. Camellar = Trabajar
Me toca camellar fuerte este fin de semana. = Me toca trabajar mucho este fin de semana.
3. Parcero = Amigo
Se le agradece la ayuda, parcero. = Gracias por la ayuda, amigo.
4. Parche = Grupo de amigos
Hoy voy a salir con mi parche. = Hoy voy a salir con mis amigos.
5. Hacer una vaca = Reunir dinero entre varias personas para un fin común
Hicimos una vaca para comprarle una bicicleta a Juan. = Reunimos dinero para comprarle una bicicleta a Juan.
6. Berraco = Persona que saca todo adelante
Ese hombre es un gran berraco, no se deja de nadie. = Ese hombre es muy valiente, no se deja de nadie.
7. ¿Quiubo? = ¿Cómo estás?
¿Quiubo, parce? = ¿Cómo estás, amigo?
8. Tusa = Despecho por la terminación de una relación amorosa
Ella rompió conmigo y ahora tengo una tusa grandísima. = Ella rompió conmigo y ahora tengo un gran despecho.
9. Filo = Hambre
No he desayunado y tengo filo. = No he desayunado y tengo hambre.
10. Boleta = Vergüenza
Ese evento desorganizado estuvo una boleta. = Ese evento desorganizado fue una vergüenza.
11. Rumba = Fiesta
Nos vamos de rumba esta noche. = Nos vamos de fiesta esta noche.
12. Motoso = Siesta
Me voy a pegar un motoso. = Me voy a tomar una siesta.
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Kirihara Megumu
Y pues esta vez le toca el turno a Kirihara Megumu
el hermanito loquito de su hermanito también loquito
y lo que voy a comentar sobre Megumu es acerca de esto ↓
su foto
seguramente fue tomada cuando fue a la tienda euphoria
la foto de Ikuina tiene un color distinto, pero la suya y la de Asakura tienen un fondo del mismo color, así que supongo que tal vez el color dependía de la edad, o de que tanto se ajustaba a la persona, o tal vez simplemente la tuvo que presentar para poder ingresar
¡COMO SEA!
lo que me llama la atención es......
sí sí, ya sé que veo demasiado y le doy mucha vuelta a pequeños detalles que podrían hasta ser irrelevantes 🙄 pero me gusta pensar en todo tipo de teorías 😁
para eso son los misterios, no? 🕵️♀️ para estar debatiendo
bueno la cuestión es
¿por qué la foto de Megumu estaba quemada/ensangrentada?
Empiezo con mis teorías
a Maya parecía "gustarle" este chico, seguramente por su naturaleza vi0lenta (y tal vez por su pelo rojo que era un color que a ella le gustaba 😅)
pero no creo que lo quisiera tanto como para andar su foto con ella 24/7
de donde sacó Sakaki esta foto?
y por qué estaba en ese estado?
aquí me voy a salir un poco del tema pero lo voy a mencionar
por qué Sakaki le envió precisamente las fotos de estos tres a Towa? si se supone que hubieron muchos otros "clientes" que también le hicieron heridas a Towa
debería haber mandado más fotos, no?
ellos tenían poco tiempo de haberse mudado a Shinkōmi pero... tampoco es como si Maya/Sakaki hubieran profetizado que estos 3 en específico iban a entrar en contacto con Towa de nuevo 🤨
la tienda euphoria no se quemó, quedó en estado de abandono como todo el resto de la zona especial A después del conflicto interno del grupo
que la foto se haya desteñido debido a humedad? puede ser
pero entonces porque las otras fotos están en mejor estado?
si estaba entre los documentos que se pudieron rescatar, debería estar en un mejor estado, no?

Nozomu estaba obsesionado buscando a su hermano
una posibilidad es que esta foto la tuviera él, y que Sakaki la recuperara cuando se deshizo de él en la ruta de Fujieda
y la otra sería que la recuperara del propio Megumu cuando se "suicidó"
si es que era una mancha de sangre
las páginas del diario de Maya también estaban manchadas
pero como dije, no creo que Maya lo quisiera tanto como para que anduviese la foto de él hasta cuando cayó por las escaleras
no creo que llevara las fotos de los clientes metidas en su diario a todas partes 一一;
o que anduviese el diario al momento de caer
en ese momento lo que menos le podía importar era su diario, ya que iba como loca poseída persiguiendo al pobre Towa 😑
Si nos vamos hasta el principio del juego, el capítulo 0, que es desde donde empieza la ruta común y la ruta de Fujieda
el paquete que le llegó a Towa
Sakaki ya tenía esa foto
eso significa que para este punto todavía no se había "encargado" de Nozomu ⚰
no podría haberla tomado de él 🙅♀️
por lo que lo más probable entonces sería que la haya tomado de Megumu
pienso que Megumu como la bestia que era, en algún momento volvió a Shinkōmi por más 🔪, y no regresó
de ahí su "desaparición"
algo tiene que haber sucedido, porque, seamos honestos, Megumu nunca se habría suicid@d0 por "sentimientos de culpa"
era un tipo extremadamente vi0lent0
algo tiene que haber hecho haber pasado para que terminara muert0, ¿pero qué hizo?
no se sabe ┑( ̄Д  ̄)┍
es uno más de "los misterios de SD"
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