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Cronica #3
Los recuerdos infantiles, frágiles como los recuerdos del nacimiento. Los recuerdos son las primeras muertes.
Mamá nos desnudaba el día que lavaba toda la ropa. Amontonaba bultos de trapos en el fondo de la casa y con 20 Bólivares alquilaba una lavadora que solo lavaba en dos direcciones y daba la impresión de desarmarse cuando drenaba el agua. Los cuerpos desnudos de mi hermano y yo alargados por las sombras de la tarde eran cubiertos por una toalla limpia, y quedábamos allí sentados con un vaso de papelón con limón bien frio, esperando la primera tanda de ropa que no tardaba en secarse bajo el ardiente sol de julio. Eran vacaciones del colegio. Nos levántabamos a las 10:00 am y ya las arepas estaban listas. Caminaba luego con mis pantaloncitos cortos por la polvorada del camino que daba de la casa de mis padres a la de mi abuela. Los perros movían las colas, el helecho gigante con raíces peludas daba la impresión de ser una araña verde, cerraba los ojos cuando pasaba cerca y así me imaginaba invisible.
Aun con ese miedo me gustaba sembrar plantas. El jardín gigante de abuela se extendía por el costado de la casa con sus piedras negras, orquídeas que alborotaban a las moscas con su olor a basura y que parecía que comían hormigas cuando no eran vistas, tulipanes rojos de pistilos largos y enredaderas que trepaban por las paredes y oxidaban hasta el metal de las ventanas con la humedad de las flores. Me entregaba a la fantasía; recordaba a Alicia cuando hablaba con las flores y estas les respondían cantando y cantaba yo allí solito mientras cortaba unos ramitos y me los guardaba en los bolsillos para luego, en el callejón de la casa ponerlos en agua y esperar que salieran las raíces blancas de los tallos verdes.
"Una casa sin flores es como una casa sin hijos" decía abuela y yo me quedaba embelesado viendo crecer esos matorrales que se subían al techo y abrazaban la casa enfriándola cuando el calor se tornaba insoportable.
En ocaciones me regalaba los hijitos enraizados. Yo los sembraba en las latas de sardinas o en los potes de leche en polvo que rellenaba con tierra de los potreros del frente. Hasta que un mal día mi otra abuela me dijo que los hombres de verdad sembraban frutas y no flores. Sentí el golpe de las palabras en el pecho. Me enfrentaba a la realidad de ser un hombre en esa casa. Yo queriendo sembrar flores y luego ponerlas en mis cabellos. Nunca me dejaron, pero mi espíritu no se dejaba opacar y escondido recolectaba las mas bonitas y me hacia collares con las izoras y colocaba flores de cayena en mis cabellos ondulados de niño miedoso a que los ojos inquisidores descubrieran ese horrible secreto que el hijo menor de la familia Garcia guardaba con recelo.
Me invadía la felicidad cuando descubría los botones colorados de las flores, o los cogollos de las hojas que retaban a ese sol bravo que quemaba todo. Miraba a mi abuela y a sus manos arrugadas llenas de anillos que lograban enraizar cualquier cosa, y admiraba el árbol de ramo de novia que se levantaba elegante frente a la casa. gigante con sus ramos de rosas blancas, olorosas y del tamaño de mi cuerpo. ¿Cómo podía abuela con tanto dolor en el pecho, tantas perdidas acumuladas y quehaceres de la casa hacer que semejante monumento de flores creciera de ese modo majestuoso? yo quería mi árbol de rosas blancas, mi árbol de ramo de novia, yo le preguntaba y ella sabiendo de mis mañas de niño amanerado me decía que sembrara en menguante y no en creciente, enseñándome a leer la luna y a saber cuando los tallos estaban listos para enraizar. "Esta vez no se van a morir" decía yo. No se van a morir como se murieron los perros de la casa.
El secreto, no duraría mucho. me había ido de viaje a Maracaibo con mi madre a una cita medica por un problema neuronal que sabia que tenia desde que nací. de regreso no había una planta en pie, las latas de sardina estaban vacías y en los potes de leche ahora guardaban un polvo blanco para matar a los bachacos. Lloré como solo un niño solitario puede llorar. no volví a sembrar flores pero seguían yendo al jardín a acompañar a mi abuela cuando regaba las plantas en la caída del sol para que el agua no se evaporara y quemara las hojas y los pétalos de los crisantemos. Mi otra abuela me miraba rodeada de periquitos verdes y gatos despelucados, colocaba flores en su cabeza y me escondía con sus brazos de arrugas colgantes, de vez en cuando cuando se sentía no vista insertaba temblorosa flores pequeña en mis cabellos mientras me sonreía y me contaba de cuando era joven y era mas guapa y dormía en literas al ras del suelo. Yo la veía y sonreía. corría a mi casa y en hojas sueltas dibujaba flores con creyones de cera y guardaba con recelo en una carpeta folios de papel con mis dibujos prohibidos, paisajes de fantasía con los colores de Monet y me abrazaba a la idea de la libertad del ser.
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Por Víctor Hugo Michel de Milenio A primera vista, la casa —bonita y elegante— parece fuera de contexto, como trasplantada aquí por error. Está al final de una calle arbolada y destaca entre las construcciones más humildes y sin terminar que la rodean. Tiene dos pisos, cochera, vidrios tintados y lo que parecer ser una escalera de caracol. Sin embargo, no es sólo la apariencia exterior la que llama la atención y es el interior el que revela más detalles intrigantes. Hay un comedor nuevo, sala, cocina equipada con lavadora y un refrigerador de doble puerta. El piso es de mármol. Este lujo no pertenece en un pueblo como este, a la mitad de la nada. De no ser por algunos detalles peculiares, ésta podría ser la casa de un profesional en la Ciudad de México, Puebla o Guadalajara. Tiene un aire limpio, hogareño, acentuado por el perro pomeranian que pasea por el césped del patio trasero y que de vez en vez se asoma por una puerta de cristal. Un alambre de púas, con restos de bolsas de plástico ondeando en el viento, corona los muros de cuatro metros de alto que rodean la propiedad, diseñados para que nadie pueda superarlos. Como si de una fortaleza se tratara, hay otros elementos que le dan un aire de aislamiento a la casa. Ramiro el huachicolero. Ese es su nombre ficticio. Las condiciones de su reclusión no han ayudado a su salud mental. Ramiro lleva cuatro años sin abandonar estos muros, enclaustrado porque sobre él pende una orden de aprehensión federal, pero su mayor preocupación no es la justicia. La parte central de su miedo no es la prisión, sino el miedo a la muerte. Todos sus antiguos compañeros han sido asesinados, cazados por los cárteles de la droga que se adueñaron de su negocio. Lo que una vez fue un imperio en crecimiento, hoy es una ruina de miedo y traiciones. Porque Ramiro no es cualquier hombre. Es el último contrabandista de San Martín Texmelucan. El miembro final de la generación que inició y fomentó el robo de combustible en el poblado, hasta convertirlo en la capital nacional del huachicoleo. A 14 años de su creación, no queda nada de ellos. Los muchachos de la gasolina se han extinguido. Ramiro accede a contar su historia con una condición clara: no dar a conocer datos que permitan su identificación ni detallen en forma alguna la ubicación de su casa en un poblado cuyo nombre nunca mencionaremos. El tono se vuelve más sombrío cuando explica por qué debe ser cauteloso. A uno de sus últimos compas lo descuartizaron no hace mucho, con sus piernas, torso y brazos arrumbados en una caja de cartón que fue abandonada en la vía pública. No se sabe si fue el cártel de Sinaloa o el Jalisco Nueva Generación (CJNG), que se están peleando la plaza desde hace meses y han dejado un reguero de cadáveres en San Martín, transformado en uno de los municipios más violentos de Puebla. —"¿Cómo sé que no le vas a decir a los federales de mí?", me pregunta antes de comenzar. Sus ojos verdes, enrojecidos, me miran con violencia contenida. —"Sólo vengo a entender del huachicol. No me interesa tu nombre ni quiero saberlo. Ni siquiera sé quién eres, le digo, levantando las manos en señal de que no tengo nada que ocultar". —"Ni te lo diría", responde agresivo, indicándome que tendré que ser muy cuidadoso. —"Voy a confiar en ti sólo porque te recomendaron". La confianza frágil, basada en un conocido mutuo, será crucial para lo que viene. Así te conviertes en huachicolero Ramiro comienza su relato desde 2011, cuando trabajaba como operador de grúa en una bodega. El relato arranca no solo como una historia personal, sino como un testimonio del surgimiento de un negocio que cambiaría el destino de toda una región. Eran los últimos años de la presidencia de Felipe Calderón, y el negocio que habría de devastar a Puebla, Hidalgo, Guanajuato y más estados comenzaba a tomar velocidad y forma: el robo de combustible. Todo comenzó con un visionario llamado El Pelón, tío de Ramiro dotado de una gran capacidad matemática. Antes de que pregunten por su destino, déjenme zanjar esa duda de una vez: murió descuartizado. Fue desplazado por el cártel de Sinaloa, que le arrebató todas propiedades. Pero la cita con la muerte le esperaba todavía en el futuro. En ese 2011, cuando Calderón hablaba del huachicoleo en San Martín Texmelucan, El Pelóncomenzaba a poner en marcha su propio imperio delictivo, construido con precisión meticulosa y asesorado por ex trabajadores de Pemex. Él conocía San Martín, y ellos sabían todo sobre las posiciones exactas de los ductos. La mezcla perfecta de "dónde" y "qué": las profundidades, los horarios, las distancias de las patrullas de Pemex. Las rutas de los soldados, los comandantes de la policía local. Con estos conocimientos, fundaron un imperio que no sólo llenó sus bolsillos, sino que alteró profundamente la estructura social y política del pueblo. Este imperio no tardaría en generar un impacto devastador en la región. Ver a El Pelón negociar era un espectáculo fascinante. Con sólo observar sus cálculos, Ramiro se sintió seducido por la idea de formar parte del negocio. —"De él aprendí que los centavos en grandes cantidades representan mucho, mucho dinero" —me dice. —¿Cómo es eso? —"Veinte, treinta, cincuenta centavos por arriba o por abajo en un litro, por mil litros, es muchísimo dinero. Se acumula, créeme". Como la gasolina fluyendo por los ductos, Ramiro vio una oportunidad de escapar de su vida anterior. Olfateó la posibilidad de dejar un trabajo mal pagado, extenuante y de largas jornadas, por una nueva, llena de abundancias y promesas generosas. Empezó desde abajo, y el relato que sigue nos llevará de sus humildes orígenes a su apogeo hasta su eventual caída. Iremos a sus días de gloria como el rey de una de las tenencias de San Martín, hasta el momento inevitable en que lo perdió todo. Estructura criminal en el huachicol En la jerarquía del huachicol, de abajo a arriba, hay seis escalones: halcón, valvulero, chofer, bodeguero, controlador de piscina y dueño de camioneta.Los salarios corresponden al nivel de habilidad requerido para las tareas, desde tres mil pesos por vigilancia, hasta veinte mil por conducir una camioneta. Quien posee una troca puede ganar hasta 70 mil pesos a la semana, una fortuna rápida y fácil, que superaba cualquier salario promedio en la región. A este lucrativo esquema se sumaba el contexto social. Dinero libre de complicaciones en un poblado donde la mitad de sus habitantes vive en pobreza, y donde la principal actividad económica es trabajar para Pemex, en el campo o maquiladoras, con jornadas extenuantes por doscientos pesos diarios: ¿Cómo resistir la tentación cuando se ofrecía más dinero en una semana que en meses de trabajo extenuante en Pemex o maquiladoras? Así fue como Ramiro, con sus habilidades técnicas, inició su camino en el huachicoleo. En esta primera etapa del huachicol, formaba parte de los equipos que perforaban ductos clandestinamente. El proceso era rápido: identificar el punto, excavar, determinar el combustible, instalar una válvula externa (niple, o pezón, por su parecido), conectar la manguera y vaciar el contenido. La eficiencia del proceso era impresionante. La operación era tan veloz y estructurada que llenaba un bidón de mil doscientos litros en un minuto,gracias a la presión del ducto. Un regalo caído del cielo o surgido de la tierra, pero que también drenaba de recursos las arcas del gobierno mexicano. Como un engranaje bien aceitado, camionetas de redilas y bateas hacían fila para recibir su cargamento. El tiempo siempre era un factor en contra, pero cuando había la oportunidad, los huachicoleros aprovechaban cada segundo y hasta usaban pipas. En la repetición cotidiana, esta operación amplificaba su impacto y adquiría otra dimensión. El pinchado se realizaba hasta cinco veces al día, siete días a la semana, cubriendo decenas de kilómetros de ductos mal custodiados profundizando la hemorragia financiera de Pemex. Era imposible controlar todos los frentes. No había soldados, guardias o policías que pudieran vigilar todos los puntos pinchados. Al igual que un organismo que sangra poco a poco, Pemex perdía miles de litros con cada corte. En paralelo, millones de pesos cambiaban de manos. Ramiro explica la velocidad con que operaban: “Es que la presión sale rápido y una vez que conectas la manguera, no te tardas nada en llenar”, me dice. Era un negocio frío y calculado: contra reloj, cada pinchazo activaba un juego del gato y el ratón con los equipos de la Dirección General de Seguridad Física de Pemex, que detectaban la caída de presión en un ducto cuando había una toma ilegal. Pero en este juego de riesgos, la eficiencia no siempre garantizaba el éxito a largo plazo. —¿Y Pemex no se daba cuenta?, le pregunto. —"A sus equipos les tomaba veinte minutos llegar, mínimo, y como teníamos halcones por todo San Martín, podíamos calcular exactamente por dónde vendrían. Cuando llegaban, nosotros ya no estábamos. Nos habíamos ido". En ese aprendizaje vinieron y se fueron 2012, 2013, 2014. Con el paso del tiempo, Ramiro desarrolló un sexto sentido para el negocio. Como un susurrador de ductos, explica como llegó a entender que cada combustible tiene su propia identidad: su comportamiento, movimiento, olor y, sobre todo, su riesgo, siempre ligado al fuego. “Llegó un momento en el que nada más con poner la mano sabía si era gasolina, diésel o gas”, presume. —¿Y eso cómo es?, le pregunto. —"La gasolina es caliente". —¿Y el gas? —"Frío". —¿El diésel? —"Ese es tibio". —¿Y cómo perforabas el ducto? —"Con una tarraja, una especie de palanca, a la que le decíamos el tecolote. Con una de tres cuartos o media, la presión que sale es enorme. —¿Qué preferías ordeñar? —"Diésel. Al principio no trabajábamos con gas ni gasolina, porque el riesgo era alto. ¿Sabes eso de que un celular puede hacer estallar una gasolinera? Es cierto". El riesgo de muerte inminente estaba a sólo una chispa de distancia y en particular la precaución de Ramiro tenía un origen trágico. Una vez, en otra cuadrilla, un integrante encendió su celular durante la ordeña. La chispa eléctrica causó un incendio que vaporizó parte de su cuerpo e hizo volar la camioneta donde tenían los bidones. Un error simple que nos lleva a una reflexión contundente de Ramiro: “Nel. Picar gasolina es muy peligroso”. Ruta del huachicol: ¿Cómo es posible el tráfico? San Martín Texmelucan ocupa una extensión territorial de casi setenta y dos kilómetros cuadrados, lo que equivale, para dar una idea, a la alcaldía Magdalena Contreras en la Ciudad de México. A diferencia de esta última, su geografía no es complicada: es un enorme llano. De ahí deriva una pregunta clave: ¿Cómo entonces explicar que los huachicoleros operaran con impunidad durante tantos años en un municipio pequeño, fácil de controlar y patrullar? La respuesta, sospecho, está en la astucia de quienes dominaban el territorio. Los huachicoleros conocían bien el terreno, mejor que los soldados de vigilancia de Pemex, a los que la huachicoliza apoda despectivamente como palomas por sus uniformes blancos. Ramiro describe la relación de los huachicoleros con el terreno como un constante juego de astucia, como si fuera una partida entre Robin Hood y el sheriff de Nottingham. Los contrabandistas tenían escondites distribuidos estratégicamente por toda la región y sabían exactamente dónde esperar cuando llegaban las cuadrillas de Pemex. Ejemplo de esta astucia es el escondite de la Virgen, que Ramiro menciona con cierta nostalgia. Es una anécdota que me explica por qué, en la casa en la que estamos llevando a cabo nuestra entrevista, hay un óleo enorme de la guadalupana. El escondite se halla al norte de San Martín, cerca de los tiraderos de basura. Cuando estuve ahí, pude ver sólo campos polvorientos y algunos carros jalados por burros, transportando fierro viejo. Y en un muro, la virgen. Un altar que está justo encima de un ducto de Pemex y en el que se escondían las mangueras, bajo un fondo falso. Por eso, ahora hay que imaginar la escena de cómo inicia una operación común y corriente de huachicoleo. Corre el reloj: La cuadrilla saca las mangueras, usa la tecolota, conecta el bidón y comienza a drenar la gasolina o el diésel. Todos saben qué deben hacer y cuánto tiempo tienen de hacerlo, porque a unos cinco kilómetros de distancia, en la estación de bombeo de Pemex, una alarma se enciende en el tablero del vigilante de guardia. El tiempo es el enemigo. Luego de que el equipo de Pemex es alertado, la patrulla de la Dirección General de Seguridad Física puede tardar entre 10 y 20 minutos en salir, y otros 20 minutos más en llegar al punto Cada segundo cuenta y el margen de tiempo es vital para los huachicoleros. Durante ese lapso crucial, la cuadrilla comienza a medir el tiempo mientras llenan bidón tras bidón. Un minuto. Cinco. Diez. Si los cálculos de Ramiro no fallan, contenedores de mil litros se pueden llenar en un minuto y 45 segundos: una verdadera mina líquida. Podemos reconstruir lo que se escucha en los radios de los halcones, quienes anuncian la posición de los palomos de Pemex. "Vienen las tortugas... Aguacates... 32s, 40s, 38s" —una cadena de códigos que reconstruyo del argot que me explicó Ramiro. Cada uno describe la amenaza inminente con un lenguaje críptico y eficiente. Aguacates equivale a soldados, 32 a policías estatales, 40 a ministeriales, 37 a municipales... Y, justo cuando la amenaza parece tangible, para cuando las fuerzas federales o estatales están a 10 minutos de distancia, los contrabandistas ya han desaparecido, llevándose su botín líquido. Miles de pesos de gasolina listos para el mercado negro, desvanecidos en la neblina del ingenio de una banda de ladrones de combustible. —"Hacíamos lo que queríamos", me dice Ramiro. Entiendo, en efecto, que hicieron lo que quisieron. En sus días de gloria, Ramiro me cuenta que disfrutaba el lujo del huachicoleo. Prada, Gucci y Ferragamo eran su uniforme. Reflejo del poder que llegó a tener. —Ramiro, ¿cuánto ganabas en una buena semana? —le pregunto. —"Hasta doscientos mil pesos libres" —responde sin inmutarse. —¿Y qué hacías con ese dinero? Con naturalidad, me cuenta: "Me iba a Puebla con mi familia de fin de semanay me podía quemar 70 mil pesos sin problema. Ropa, comida, cenas". En esos días, el dinero fluía sin control. Nuestro contrabandista compraba camionetas en efectivo, sin pestañear, para seguir alimentando el negocio. Esos días dorados también le permitieron construir varias casas, adquirir un rancho y expandir su flotilla de vehículos. Junto a su tío, El Pelón, vivían como si no hubiera mañana. El sexenio de Enrique Peña Nieto fue su auge, con la policía federal recibiendo su tajada, al igual que las autoridades locales de Cholula, donde se estableció el mayor punto de venta de huachicol de la región. Todos ganaban. Sólo Pemex perdía. Pero toda fiesta tiene su fin. Después de los excesos, llegó la resaca, como suele suceder. Sin necesidad de hablar de los detalles del descenso de Ramiro a la drogadicción, baste con decir que el lujo vino acompañado del desenfreno. Ese fue solo el preludio de su caída, acelerada por la llegada de los cárteles de la droga en 2016. Relevancia de Sinaloa en el tráfico de huachicol —"Vinieron y empezaron a matar a la banda —recuerda Ramiro. Su inquietud es palpable ahora, con sudor cubriendo su rostro y su mano temblando al sostener la cabeza. El aire en la habitación se vuelve más denso a medida que relata esta parte. —Les tenías que pagar tributo". Intrigado, le pregunto: —¿Sinaloa?, la respuesta viene salpicada de un cierto humor negro. —"Sí, y eran unos pendejos. Al primer encargado de plaza que llegó, nos reunió un día a todos en un salón de fiestas, sacó su pistola para amenazarnos y se la disparó accidentalmente. Se voló la punta de su pene, el pendejo (sic). ¡Tuvimos que llevarlo al doctor!". Aunque en su inicio parecían incompetentes, los sinaloenses supieron tomar control del negocio. El verdadero cambio llegó cuando decidieron apoderarse de toda la cadena, como buenos empresarios. Lo que comenzó como caos rápidamente se convirtió en un sistema organizado bajo su control. Poco a poco, fueron desapareciendo los intermediarios, hasta que El Pelón fue levantado. Fue el punto de no retorno y Ramiro tuvo boleto de primera fila. Su familia se vio obligada a entregar todas sus propiedades: los ranchos, las casas, las camionetas. Todo, con la esperanza de liberarlo, aunque, como ya les conté, fue en vano. Lo que vino después fue la caja donde terminó su cuerpo, abandonado y reducido a restos. El imperio del huachicol, arrumbado en una caja de cartón corrugado. Evitando los detalles más crudos, Ramiro rememora la escena de la caja. Prefiero no describirla y mientras conversamos noto que su respiración es más pesada, señal que me indica que nuestra conversación también llega a su fin. —"A eso que le pasa se le conoce como estrés postraumático" —le digo, pecando de confianza. Ramiro sólo me mira con esos ojos enrojecidos, incapaz de una respuesta verbal, pero su mirada lo dice todo. Fuente Milenio en https://www.milenio.com/policia/ramiro-la-historia-del-ultimo-huachicolero-de-texmelucan Read the full article
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Comillas.
Durante un año de rutina con distintos chicos superficiales, llegue a mi límite por una sobredosis siendo tan necesitado con un militar. En seguida revalue mis necesidades y supe que podía estar solo, conmigo mismo. Mi vida comenzó a sonar, verse y leerse muy bonita. Cambie de hogar a uno mejor, el trabajo era agradable por mi equipo y comencé a ganar más económicamente, la gente que conocía sin afán de romance eran interesantes y amables, conocía poco a poco rincones y escondites nuevos en la ciudad. Recuerdo sentirme bien, no feliz, pero realmente bien una noche mientras comía pizza acompañada de una cerveza muy fría en el balcón de mi habitación, respiraba un aire puro y escuchaba el sonido de las palmeras que tenía enfrente. Unos meses pasaron y decidí crear un perfil de una app más "seria" para "conocer gente". Las citas de verdad eran citas, conoci niños universitarios, chicos de casa y adultos de oficina, pero con ninguno lograba conectar de alguna manera, hasta que apareció Roberto y me invitó a la "peor" cita de mi vida.
Su perfil era el más "distinto" entre los anteriores mencionados, ya conversando confirme aún más lo diferente. Él era "atractivo" de alguna manera, piel blanca, alto, usaba lentes y tenía un tatuaje de su apellido encima de la ceja derecha, la mayoría de sus fotos traía gorra, una "mariconera" o estaba sobre una moto amarilla. Tenía menor edad a mí pero aparentaba más que yo, vivía en el centro de la ciudad pero en la parte "mala", la que te previenen si entras por esas calles y colonias, sus estudios llegaban hasta la preparatoria trunca y trabajaba en una carpintería. Todos juzgamos a un libro por su portada y en ese entonces yo era como una edición especial por aniversario y él era el libro de primer grado de primaria de español. El chat era fluido gracias a él, lo notaba entusiasta por querer conocerme, me detenía mucho por esta idea de "clases sociales" que había generado, pero a las semanas acepte ir a una "posada" con él. Esa noche pensé en cancelar minutos antes, pero insistió tanto que me obligue a ir, me arrepentí al llegar y ver que el punto de reunión era a mitad de calle con varias personas en un círculo creado por motocicletas y todos bebían "caguamas" compartidas. Me recibió y presentó con todos, la mayoría eran nombres que empezaban con "la" o "él", me invitó a sentarme en un bote y me ofreció una botella de cerveza solo para mí. Decidí no arruinarme la noche por ese fiasco y comencé a socializar de la mejor manera, el alcohol ayudó bastante y poco después mi atención era solo con él, era como el "líder" de todos ellos, mandaba y ordenaba de manera que todos la pasaban bien, supe que estábamos afuera de su casa cuando pedí entrar al baño, pase por un intento de sala, un cuarto donde dormía una persona mayor, una combinación de comedor con cocina, un pasillo/patio y llegue al final a un sanitario que incluía los restos de una lavadora, era imposible para mi no juzgar y hacerme más a la idea de que salir con él había sido terrible, pero conforme más avanzaba la madrugada, más me perdía en él, era un deseo que tenía muy guardado en el fondo oculto por la plenitud de mi nuevo "estilo de vida". Su actitud era explosiva, arrogante pero con esta humildad y léxico que hay de "barrio", comenzó con piropos indiscretos hacia a mi, luego algunas "caricias" en el hombro, abrazos algo salvajes, me apretaba la mano demasiado fuerte y al final simplemente me besó, sin permiso. Cuando regresé a mi habitación algo ebrio, me acosté y mi "fantasía" interna de hace mucho salio a flote y la acepté alrededor de mi privilegio, había encontrado a mi "chakalón".
Las citas eran ahora también "distintas", pasaba por mi en las noches, me llevaba en su moto a recorrer esa parte "insegura" de la ciudad, me señalaba cada lugar que era encuentro de sus "amigos", esquinas, bares y parques, saludaba a cada persona que estaba en nuestro paso, todos lo conocían y él conocía a todos. Terminábamos siempre afuera de su casa, ya sea solos o con los suyos tomando cualquier alcohol que se disponía en el momento. Su mamá era encantadora, desde la primera vez que la conocí me servía de cenar cosas deliciosas mientras me contaba los chismes del momento, me platicaba como si fuera uno más de su familia, y así pasaba con todos los que me presentaba, me incluían de la mejor manera. A solas con él era aún mejor, me hacía sentir demasiado protegido, estaba al pendiente de todo alrededor de mí, dispuesto siempre a mis tiempos, formas y gustos. En Año Nuevo acepte ser su "novio".
Dentro de mi descubrimiento gay, conocí Rupaul's Drag Race, un reality show donde drag queens luchaban para ganar la corona de ser la mejor en todo tipo de categorías, me hice fan de inmediato, seguía temporada tras temporada y compartía este gusto solo con gente muy cercana porque no quería ser "juzgado" de alguna manera como un prototipo de gay. Respeto y admiro el valor de las drag queens conforme también fui conociendolas en antros y eventos sobre ellas. Después de al principio "juzgar" y darme cuenta de lo equivocado que estaba con respecto a él, le compartí mi fanatismo del programa, sabía que no sería criticado por el entorno que me había enseñado, cuando quedamos para ver un primer capítulo juntos me lleve la sorpresa de que sabía muy bien todos los "trucos" que las concursantes usaban, en el segundo capítulo que vimos juntos quede aún más sorprendido al contarme datos extras sobre alguna participante o sobre el concurso, para el tercer capítulo quedé impactado al confesarme que él era una "drag queen". Trate de tomarlo bien, mas por mi afición a ese arte, me enseñó fotos, videos, redes sociales, ropa, pelucas, tacones, maquillaje... Y a pesar de eso, de nuevo comencé a juzgar.
La relación se fue enfriando poco a poco, por mí. La idea de este "malandro chakalon" que era mi novio y me protegía de todo se iba desvaneciendo al verlo algunas noches como "imitadora" de Gloria Trevi. Una parte de esta nueva vida en Queretaro me habia hecho tambien cambiar mis prejuicios e ideales y por más que me convencía de que el cariño de los dos era suficiente para la relación me seguía "molestando" el hecho de su dualidad. Él no estaba mal, yo lo era y no quería "lastimarlo" de alguna manera, sabía que tenía que regresar a terapia.
...
Fue difícil explicarle a Roberto el porque ya no quería seguir con él, recuerdo que incluso al terminar no entendía del todo la razón y me buscaba hasta que tuve que decir que ya estaba con alguien más. "Mi último acto de amor fue que me odiara".
El uso de comillas en todo este escrito fue para resaltar y dar ironía, porque me di cuenta de lo mal que estuve al siempre explicar nuestra historia entre ellas. Repito, el que estuvo mal aquí fui yo, pero viendo mi avance a través del proyecto, me sentí bien al no continuar y encerrarme de nuevo en una relación que no quería para no sentirme solo, alguna clase de responsabilidad afectiva dijo mi nueva terapeuta.
Cuando me fui de Querétaro pude despedirme de él, mientras empacaba todo con mi papá llegó en su moto amarilla, tan él como siempre, me deseo lo mejor y yo a él, sellamos ese cariño con un último beso. Chateamos algunos días pero la comunicación se perdió. Se que esta bien y se que encontrara a alguien mejor que yo, sin egoísmo y prejuicios, y se que su mamá les preparará la mejor comida de Querétaro.
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Lencería para el día a día
La lencería es algo que muchas personas suelen guardar para ocasiones especiales, como una cita importante o una fiesta. Sin embargo, no es necesario reservar nuestras mejores piezas de lencería solo para esos momentos. Usar lencería bonita y especial en nuestro día a día puede hacernos sentir mejor, más sexys y, además, puede ayudarnos a mejorar la confianza en nosotras mismas. Usar la lencería en nuestro día a día es bueno y te explicamos por qué.
¿Por qué usar lencería especial todos los días?
A menudo, pensamos que solo debemos usar lencería bonita en momentos especiales, pero la verdad es que podemos disfrutarla todos los días. Aquí te damos algunas razones para hacerlo:
Sentirse bien con una misma: Usar lencería bonita no es algo que hagamos solo para los demás. Es una forma de cuidar de nosotras mismas y de sentirnos bien. Cuando llevamos algo que nos gusta y que nos hace sentir cómodas, nuestra confianza aumenta. Esto no solo se refleja en cómo nos vemos, sino también en cómo nos sentimos a lo largo del día.
Aumento de la autoestima: Cuando sabemos que estamos usando algo bonito y especial, aunque esté oculto bajo nuestra ropa, nos sentimos más seguras. Esta sensación puede elevar nuestra autoestima y hacernos sentir más poderosas y seguras en cualquier situación.
No hay necesidad de esperar: La vida está llena de momentos especiales, pero no todos tienen que ser grandes eventos. Cada día puede ser una ocasión para sentirnos especiales y usar nuestra mejor lencería es una manera sencilla de hacer que cualquier día sea un poco más especial.
Cuidar la lencería para que dure más
Para que nuestra lencería siempre luzca como nueva y podamos disfrutarla durante mucho tiempo, es importante cuidarla adecuadamente. A veces, nos da miedo usar nuestras mejores piezas porque no queremos que se estropeen, pero si seguimos algunos consejos simples, podremos usarlas a diario sin problemas.
Lavar a mano: La mayoría de la lencería está hecha de materiales delicados, por lo que es mejor lavarla a mano. Esto evitará que se estire, se deforme o se dañe. Usa agua fría o tibia y un detergente suave para mantener las telas en buen estado.
Evitar la lavadora y la secadora: Aunque pueda ser tentador usar la lavadora para ahorrar tiempo, lo mejor es evitarla. El ciclo de lavado y el centrifugado pueden ser demasiado agresivos para las telas delicadas. La secadora, por su parte, puede causar que los elásticos se desgasten o que las prendas se encojan.
Secar al aire libre: Después de lavar la lencería a mano, es importante dejarla secar al aire libre, pero sin exponerla directamente al sol. Esto ayudará a que los colores no se desvanezcan y a que las telas mantengan su forma.
Leer las etiquetas: Cada prenda de lencería suele venir con una etiqueta que indica cómo debe cuidarse. Seguir estas instrucciones es la mejor manera de asegurarnos de que nuestras prendas se mantengan en perfecto estado por más tiempo.
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Mi último día será muy tranquilo y placentero, me levantare temprano, desayunare algo rico, limpiare mi habitación, arropare con algo bonito la cama, pondré ropa en la lavadora, limpiare la casa, me daré un baño, me pondré una pijama limpia y bonita, cepillare mi cabello, me pondré crema en el cuerpo, y en mi cara, me recostare sobre la cama, reflexionare un poco sobre mi vida y después procederé a tomar pastillas para quedarme dormida pacíficamente para siempre.
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Glee «A nice tradition»
Diciembre de 2022
-¿¡Quien anda ahí!?... —exclamó Carole mientras bajaba la escalera de su casa, era la noche de víspera de la navidad y al igual que el año anterior, la casa Hummel-Hudson en Lima, había sido la elegida para pasar las fiestas— ¡tengo un arma!… —agrego bajando los dos últimos peldaños como en cámara lenta y con miedo. -¿Un arma?... —preguntó Blaine apareciendo desde la oscuridad de la sala. -¡Ay Blaine!… eres tú… ¡qué susto!… —dijo Carole llevándose las manos al pecho. -Lo siento… ¿esa es tu arma?... —quiso saber su yerno señalando con la mirada el alisador de cabello que llevaba en una de las manos. -Pues en vista y considerando que se calienta en menos de dos segundos… yo diría que si… ¿qué paso?, ¿esta todo bien?, ¿necesitan algo?... —pregunto Carole encendiendo las luces— le dije a Burt que debíamos cambiar esa cama pero me recordó algo de unos «post it» y que no podía moverla… juro y no me acordaba de eso… —añadió encendiendo mas luces— ¿estabas mirando televisión?, ¿o fue Burt el que la dejo encendida como siempre?…—agregó señalando el aparato que en ese instante estaba en el canal de las noticas. -No, yo la encendí recién… vine a dejar los regalos de los niños y quise mirar un poco por si me topaba con el informe meteorológico. -¿Por qué?... ¿temes por el vuelo de regreso?, porque si se los cancelan no hay problema, aquí pueden quedarse el tiempo que quieran… —sentenció Carole haciendo un gesto acorde. -Gracias, pero no es por eso… es… Kurt esta preocupado si habrá nieve o no… se supone que si, y como muere por enseñarle a Lizzie la nieve… tal como lo hizo con Henry, esta desesperado por saber a que hora empieza a caer… -¿En serio? -Si… Henry tenía tres meses cuando recibió en su cara su primer copo en la nariz… te juro y rió como si supiera de qué se trataba… y ahora Kurt no puede esperar para hacerlo con Lizzie… -Qué bonita tradición… —dijo Carole sonriendo nostálgica, como si pensara en alguna de las tantas tradiciones que ella misma tuvo con su hijo, acto seguido se quedó en silencio un buen rato, tanto que Blaine comenzó a sentirse incómodo.
-Carole, disculpa no quise traerte malos recuerdos o algo… -No cariño… como se te ocurre, ningún mal recuerdo viene a mi cabeza, de hecho solo puedo pensar en los mejores de mi vida… es solo un poco de nostalgia… y no puedo evitar sentirla, bien sabes que extraño a Finn con el alma, pero cuando es Navidad u otra fecha de estas… te juro y siento que no puedo respirar… -Lo siento… —repitió Blaine acercándose un poco. -No es tu culpa… ¿asi es que viniste a dejar obsequios?…—pregunto cambiando el tema— ¡son muchos! —añadió mirando hacia los pies del árbol.. -Si… Kurt quiere que nuestros hijos crean el mayor tiempo posible… a si es que siempre esperamos a que se durmieran para dejar todo… —explico Blaine mirando con ternura los regalos. -Y lo que Kurt quiere es una orden para ti… -Algo así… —dijo Blaine sonriendo coqueto. -Pues me parece super acertado, nada como la ilusión e inocencia de los niños. Finn creyó hasta que encontró los regalos dentro de la lavadora, este chico nunca se mojo un dedo ni para un calcetín y justo cuando tenia como 10 años y una semana antes de navidad, se le ocurrió que todos sus pantalones necesitaban un lavado, descubrió todo y tuve que decirle la verdad… —dijo Carole riendo, Blaine se limitó a sonreír por lo bajo, casi como si aquel momento fuera exclusivo de su suegra y su cuñado— mirame… otra vez hablando de mi hijo… en fin… me has dado una buena idea… así es que haré lo mismo… Burt quería despertar temprano a poner los regalos pero bien sé que no lo hará… vuelvo enseguida… —dijo Carole dándose media vuelta, Blaine quiso decir que en realidad él ya había terminado y que se disponía a subir a dormir, pero prefirió callar y seguir viendo televisión.
-¿Puedes creer esto?... 8 canales de noticia, incluyendo dos locales y en ninguno han dado el informe del tiempo… —dijo Kurt en cuanto su esposo puso un pie en la habitación, estaba sentando en la cama con las piernas en W y cambiaba de canales cada cambio de segundo. -Lo se, yo estaba en lo mismo… —contestó su esposo metiéndose al baño. -¿No estabas poniendo los regalos? -... -¿Blaine?... —Kurt se quedó en silencio y puso en «mute» el televisor— ¿Blaine? -Te escuche… —respondió saliendo— y si… pero pensé en que encontraría un canal que tu no y entonces sería el héroe de la jornada al subir y decirte «esta pronosticada nieve para las 5 am»… —agregó poniendo voz de lector del tiempo. -¿Y lo conseguiste? -Desafortunadamente no… —añadió subiéndose a la cama— lo siento… —dijo acomodándose a su lado. -Esta bien… asumo y dirán lago antes de que me den ganas de dormir— sentencio echándose hacia atrás en las almohadas— ¿dejaste todo como te lo pedí? -Todo… los regalos de nuestros respectivos padres atrás y los de los niños adelante. -¿Y el de Cooper? -No habían regalos para Cooper… -¡Blaine! -Los deje en el grupo de los adultos, porque aunque él no quiera reconocerlo, lo es…—dijo Blaine poniendo mala cara. -Muy bien… ¿por eso te demoraste?... —pregunto Kurt acurrucándose en él, Blaine se apartó un poco como para hacerse el interesante, pero acabó rindiéndose a su calor como siempre, estiro uno de sus brazos y lo abrazo con propiedad. -No… —respondió besándole la cabeza— me tope con Carole… en realidad ella se topó conmigo, pensó que era un ladrón o algo.. -¿En serio? -Si… luego me quede hablando con ella un rato, le explique lo de los regalos y creo que se puso un poco nostálgica recordando a Finn… -Bueno es de esperarse, en especial en estas fechas… -Es lo que ella dijo… le hable de la tradición que teníamos de poner los regalos en la noche para que los chicos no se dieran cuenta por nuestra intención de que creyeran lo más posible… luego me sentí culpable porque al parecer recordó unas 100 historias con su hijo… -No es tu culpa…además fueron ellos dos desde siempre… es obvio que… — Kurt no pudo seguir hablando, un bostezo largo y sonoro interrumpió su relato— lo siento… —dijo tratando de parecer más despierto de lo que tenía ganas de estar. -Estás agotado… prácticamente te bajaste del escenario y te subiste al avión… —añadió Blaine apagando el televisor. -Oye… yo estaba… viendo eso… —dijo volviendo a bostezar -Seguro que si… -¡Blaine!… -Kurt… lo más probable es que no nieve esta noche… tal vez cuando lleguemos a New York podamos toparnos con una ventisca inclusive… -Pero no es lo mismo… yo quiero que Lizzie vea nevar desde el principio, tal y como pasó con Henry… -Lo sé… ok… te diré algo... yo me quedaré despierto, viendo el noticiario y mirando por la ventana… y te despierto cuando caigan los primeros copos… ¿que?... —agregó al ver que Kurt lo miraba con sospecha divertida -¿Seguro? -¡Obvio que si! -¿Y no querrás ser tú el que le enseñe la nieve?, porque te advierto que es mi traducción, yo la invente… -Jamás podría quitarte una invención tuya… te prometo que te despierto para que tu hagas los honores… ¿te he mentido alguna vez?... —Kurt arrugó más el entrecejo— ok, no respondas… me retracto y mejor digo… desde que nos casamos, ¿te he metido alguna vez?... -No.. -Entonces… dulces sueños Señor Hummel-Anderson.. —dijo besándolo en la frente y acercándolo mas él mediante un abrazo, Kurt se acomodo sin remilgos pero se quedó un ojo abierto un largo rato desconfiando y sospechando.
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BTS FESTA D-DAY 9
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Jimin - "Hoseok-ie hyung es mío también y un lugar lleno de lo que es mío"
Jimin: “Mi habitación tiene mucha luz y aire, por qué todo incluídas las ventanas, es grande. Se caracteriza por muchas de nuestras fotos, como álbumes Polaroids. La cama huele cálida incluso cuando está desordenada. Además de eso, todos filmamos el MV Life Goes On. En el pasado las cosas siempre estaban amontonadas, pero ahora están organizadas y ordenadas.”
Jungkook - "Nuestra habitación" [El espacio que me abrazó de niño]
Jungkook: "El espacio que me abrazó durante la infancia. La habitación en mi casa ubicada en Mandeokdong, Busan es especialmente más bonita cuando se eleva el sol. La luz del sol se rompe en el balcón y se oye el sonido de la lavadora en funcionamiento. Una habitación llena de aroma a jabón de lavandería. En el piso, una manta acogedora nos abrazó (nosotros, los hermanos) y siempre había un escritorio al lado. Aunque no está ahí ahora, es un espacio en el que quiero estar de nuevo cada vez que recuerdo mi infancia.
#park jimin#jeon jungkook#jikook#kookmin#jimin#jungkook#jiminshiii#galletita#amor a mis chicos JMJK#bts festa 2021#bts festa d-day calendar celebration of the 8th anniversary#bts festa day 9 10 11 12 13
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Sunhee está completamente segura, al menos la última vez que lo comprobó, de que vivía sola. Así que, ¿por qué había una mujer intentando usar su lavadora? Había que remarcar que era sumamente bonita y su porte era super elegante, algo que contrastaba terriblemente con aquellas paredes descoloridas y los calcetines con estampado de koalas que pendían de los ganchos. Horrorizada, la mirada de Sunny se pasea por toda la habitación y reprime la necesidad de correr a esconder las prendas de chillones colores y vergonzosas formas que usualmente le gusta vestir (los panties con estampado de margaritas sonrientes danzando sobre un arcoiris, por ejemplo). Pero se mantiene de pie en la entrada, indecisa sobre sí debe entrar o dar la vuelta y seguir con sus asuntos dejando a la hermosa joven en paz.
Por más distraída que fuese, siempre se preocupaba por cerrar la puerta con llave antes de salir. Después de aquel incidente donde un mapache casi quema su casa, ha intentado ser precavida. Además, había tenido un percance con un vecino demasiado curioso que, sinceramente, le aterraba bastante. Por supuesto que su actual inquilina distaba, por mucho, del horroroso hombre barrigón del segundo piso, pero esa no era la cuestión ahí.
Confundida más que otra cosa, Sunny no entiende porqué ha escogido su casa, de todas las del edificio, para hacer su ropa (o lo que sea que esté haciendo, no está 100% segura). El pequeño departamento consistía en su habitación, un baño, el cuarto de lavado, la cocina y la sala que conectaba a un balcón. Todo de un tamaño reducido. Eso sí, la vista desde el sexto piso era bonita, sobre todo por las noches, y eso fue lo que la llevó a alquilar ese lugar hace poco más de cinco meses. "Mmm... ¿oye? No te quiero interrumpir, pero está es mi casa y si lo que estás buscando es el detergente de la ropa de color, está en la puertita de abajo a la derecha..." // ♡ @nekojirius
#( sunhee • interactions )#here; here; babe uwu#como ya no hicimos hc me quedé con el inicial jashkas#pero igual podemos adelantar las presentaciones y dar un santo en el tiempo JAJAJAJA
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A Touch Of Spice |WMatsui (Parte 2)
Jurina no pudo evitar soltar un bostezo una vez que estuvo dentro de la lavandería. Eran la una de la madrugada de aquel jueves de finales de septiembre y cualquier persona sensata estaría durmiendo, pero este era el único momento en el que podía lavar su ropa. Su turno en el restaurante empezaba un poco más tarde de lo normal, lo cual le daba el tiempo justo para asegurarse un poco de ropa limpia.
Si no lavaba hoy, no tendría que vestir el resto de la semana y aquello era un gran no-no. Con los horarios extensos de trabajo, siempre era difícil encontrar el momento adecuado para realizar las labores domésticas. Jurina ya había aprendido a usar algunas horas de la noche a su favor. Aquella lavandería quedaba a solo dos cuadras de su apartamento y era algo por lo cual sentirse agradecida.
Dejó su cesto de ropa sucia sobre la mesa y procedió a observar que maquinas se encontraban libres. Su vista viajó por toda la habitación y casi suelta un grito cuando encontró a una silenciosa figura sentada en uno de los rincones.
No era extraño encontrar a alguien más a esa hora, pero aquella presencia estaba tan mimetizada con el ambiente, que Jurina simplemente la había pasado de largo cuando entró. Y si el grito no salió de su boca, fue porque se quedó atorado en su garganta al darse cuenta de quien era la persona.
Su jefa. Matsui Rena. Quien aparentemente no se había dado cuenta que ya no se encontraba sola en el sitio. Estaba sentada sobre una silla pegada a una de las esquinas, con los hombros caídos, su cabello suelto formando una cascada oscura y la vista fija en una de las maquinas. Jurina siguió la dirección de la mirada de su jefa, solo para darse cuenta de que aquella lavadora se encontraba detenida. Aparentemente el ciclo de lavado terminó hacía algún tiempo atrás.
Jurina intercambió su mirada de su jefa a la lavadora un par de veces. Era obvio que la otra chica no tenía noción de lo que pasaba a su alrededor, ¿Debía de interrumpirla? ¿Era prudente hacer notar su presencia? Al igual que aquella noche en la cocina, la aprendiz no estaba segura si le era permitido entrar a aquel mundo donde la chef parecía habitar.
Por otro lado, la ropa de su jefa ya estaba lista y bueno…
“¿M-Matsui-sensei?” Jurina trató de no usar un tono demasiado alto. No deseaba asustar a la chef, sin embargo, fue necesario un segundo llamado con mayor potencia, para que aquellos pequeños ojos castaños la registraran.
“¿M-Matsui-san?” Rena parpadeaba rápidamente, como cuando los ojos debían de adaptarse a una luz potente.
“Es una sorpresa verla aquí,” Jurina trató de sonar casual.
Rena arregló rápidamente su postura. Enderezó su espalda e hizo grujir su cuello un par de veces. Jurina notó una pequeña sonrisa estirar los labios de su ahora compañera de lavado.
“Es la primera vez que vengo. Mi maquina de lavado esta defectuosa,” la chef aclaró con tono derrotado. “Tuve la mala fortuna de comprar un aparato defectuoso, sin una buena garantía.”
“Oh, conozco a un buen técnico. Es un viejo amigo mío, si usted gusta, puedo darle su número telefónico.” Jurina dirigió su mirada hacia su cesto de ropa sucia y comenzó a separar las prendas por color. “Y también, si me lo permite, puedo traerle una bebida de la máquina, para que su espera sea más amena.”
Jurina sonrió cuando vio que su mención indirecta del tiempo logró su objetivo. Rena miraba hacia su lavadora con sorpresa y procedió a ponerse de pie. La aprendiz observaba de reojo, mientras cargaba su propia lavadora y metía unos cuantos yenes para empezar el ciclo de lavado.
“Gracias, Matsui-san, aceptaré el número,” la chef contestó con un tono alegre. “En cuanto a la bebida, creo que soy yo la que debería de invitar, después de todo, usted ya me ha regalado una taza de café.”
Jurina giró con tal rapidez su cuello para poder entrelazar su mirada con la de Rena, que estaba segura se había lastimado algún musculo.
“N-No hay problema, además ese era café del restaurante y no sería correcto que…” comenzó a balbucear.
“Tonterías.” Rena, quien estaba ocupada sacando su ropa de la lavadora y metiéndola dentro de la secadora, no la volteó a ver, pero hizo un gesto con su mano izquierda para restar importancia a las palabras de su subordinada. “¿Qué le gusta de tomar?”
Cinco minutos después, Jurina abría la lata de jugo de naranja frío que la chef había sacado de la maquina expendedora. Rena se encontraba apoyada contra la mesa central, en sus manos, una lata de té verde frío. La aprendiz dio un sorbo corto a su bebida, sin evitar pensar en lo extraño que era compartir aquel momento con alguien como la famosa Matsui Rena.
“No había tenido la oportunidad de preguntarle, ¿Qué le parece el trabajo en el restaurante? ¿Es lo que usted imaginaba?” Escuchó a su jefa preguntar. Jurina dirigió su mirada por un momento al techo, tratando de encontrar las palabras adecuadas para aquella pregunta.
“En realidad…” Jurina dejo caer su mirada sobre la de la otra chica. “No tenía una idea fija sobre lo que sería trabajar aquí. Imaginé que sería una tarea exigente, tomando en consideración el prestigio del lugar, pero…” Negó con la cabeza, mientras soltaba una suave risa. “La verdad es que no ha sido fácil. Sin embargo, deseo continuar esforzándome.”
“¿Es feliz en la cocina?” Rena había dejado su bebida a un lado, sus manos se encontraban entrelazadas sobre la superficie de la mesa. Jurina supo, por la mirada concentrada que estaba recibiendo de su parte, que la respuesta que diera definiría las cosas en la cabeza de la chef.
“Sí.” Su respuesta fue inmediata. “Me siento feliz y viva cuando estoy trabajando en la cocina y saber que puedo llegar aun más alto, me motiva.”
“Felicidad, motivación… son cosas importantes…” La mirada de su jefa ahora se concentraba en la lata de té verde. “Sin embargo, son cosas muy subjetivas. Mi padre decía, que la felicidad no debe de estar afuera, si no adentro…” Sus miradas se cruzaron una vez más. Rena tenía ahora una pequeña sonrisa irónica en sus labios y Jurina sintió que algo estaba fuera de lugar.
Durante el tiempo que duraba el ciclo de la secadora – treinta minutos – ambas mujeres intercambiaron un poco de información algo superficial. Por ejemplo, la marca de cuchillos favorita de Jurina o la diferencia de calidad entre la vajilla que usaba el hotel para el restaurante y lo que Rena había visto en algunos otros hoteles.
La chef también habló ligeramente sobre sus inicios en Tokio y la manera en la que su actual trabajo había llegado casi por casualidad. Llegó al Merlon luego de ver en un periódico que solicitaban personal para la cocina. Cinco años habían pasado desde aquello.
Durante todo ese tiempo, Jurina no había podido despegar su atención de su jefa. La forma en la que hablaba, el movimiento de sus manos que acompañaban algunas oraciones, el brillo que notaba en su mirada cuando se refería al antiguo chef del Merlon y quien fuera su mentor.
Desde la primera vez que la había visto en persona, aquella funesta madrugada en el mercado, Jurina no había podido evitar notar que era bonita, pero en ese momento, era como si hubiera descubierto que su belleza no se limitaba a las facciones de su rostro.
Su cabello, su mirada, incluso sus manos, su timbre de voz, la forma educada y respetuosa en la que se refería a sus superiores. Jurina sabía que todo aquello no era más que un acercamiento superficial a la persona que realmente era su jefa, pero aun con aquella pequeña conversación, le estaba gustando mucho lo que descubría.
La alarma del fin de ciclo de la lavadora de Jurina y de la secadora de Rena sonaron al mismo tiempo, terminando así con su pequeña conversación. La aprendiz vio a la chef sonreírle una vez más antes de dar media vuelta y comenzar a acomodar su ropa en su cesto. Ella empezó a desocupar la lavadora.
“Tenga buena noche, Matsui-san,” se despidió Rena una vez que toda su ropa estuvo correctamente acomodada en su cesto “espero poder coincidir más con usted en la cocina.” Asintió un par de veces con su cabeza antes de darse media vuelta.
“Descanse, Matsui-sensei.” Fue lo único que alcanzó a responder Jurina, antes de que la chef saliera por la puerta.
Jurina no pudo evitar mantenerse en la misma posición con la mirada fija hacia la salida y entonces dio un pequeño brinco al recordar que no le había dado el número telefónico prometido a su jefa.
* * * * * *
Eran las 2:30 de la mañana cuando Rena llegó a su departamento. Se quitó los zapatos y entró a su vivienda usando únicamente sus calcetines, demasiado cansada para siguiera buscar sus zapatillas de interior o encender la luz. Dejó su canasto con ropa limpia sin demasiada ceremonia sobre su pequeño comedor y entró a su habitación. Tenía cuatro horas para dormir y deseaba aprovecharlas.
No pasó demasiado tiempo antes de darse cuenta de que le sería imposible. Después de perder la cuenta de las veces que dio vueltas sobre su cama, entendió que su cerebro no le daría tregua.
Rena suspiró al tiempo que fijaba su vista en el techo. Normalmente, cuando su cabeza no la dejaba descansar, iba hacia el Merlon y se encerraba en la cocina. Así era como había adelantado el menú para el restaurante, tenía suficientes platillos y combinaciones para los próximos tres meses, pero desde hacía un tiempo, la magia parecía haber escapado de su cocina.
Se levantó y fue hacia su sala, tal vez sería buena idea doblar la ropa recién lavada. Normalmente no tenía tiempo para eso, trabajar más de diez horas diarias seis días a la semana no solía ser una ventaja para las labores domésticas. Prendió la luz, sus ojos cerrándose de golpe ante el cambio brusco de iluminación.
Caminó hacia la mesa-comedor para encontrarse con el famoso cesto de ropa limpia, la imagen de la aprendiz de cocina llegando a su mente. En algún tiempo atrás, se hubiera sentido motivada a alentarla y darle consejos para que su naciente carrera empezara bien, pero luego de aquel año tan agitado que Rena estaba teniendo, sinceramente, el único consejo que se sentía con el valor de dar era: aléjate y busca algo mejor de que vivir.
Su miraba pasó del cesto hacia una pila de revistas y papeles puestos sobre la mesa. La directiva del hotel parecía pensar que era muy buena idea darle una copia de todas las revistas o artículos de periódico en los cuales su nombre era mencionado. Sin embargo, era más que obvio que la persona encargada de tal tarea no filtraba la información que llegaba hacia ella: criticas mal intencionadas y artículos de chismorreo se mezclaban con publicaciones serias.
Rena había aprendido a no leer nada de lo que le mandaban y normalmente todo aquello terminaba en la basura, pero hoy, cuando sacó el contenido de su buzón, notó una extraña carta con el sello del gobierno. En su interior, se hacía la invitación para una contienda entre los hoteles del país para la campaña turística que sería lanzada a nivel mundial el próximo verano.
Las manos de Rena temblaron de nuevo ante el recuerdo. Cada hotel podía decidir en que categorías competir. El Ministerio de Estado para Asuntos de Okinawa y Territorios del Norte junto con el Ministro de Turismo y el de Economía, esta era una campaña grande, el gobierno estaba apostando demasiado en aquello.
Era más que obvio que el Merlon participaría y la versión de Matsui Rena que aun no sabía lo que significaba estar bajo los reflectores, hubiera estado extasiada con aquella oportunidad de medir su cocina con los grandes chefs de Tokio; esta Rena, sin embargo, solo podía pensar en la presión y la atención vendrían con eso.
“Una oportunidad de fuego para la joven prodigio,” podía imaginarse perfectamente los titulares.
“Tranquilízate,” se dijo a si misma, mientras se masajeaba el cuello y nuca. Esto era lo que siempre había querido, ¿cierto? Reconocimiento. Ser un nombre fuerte en la cocina japonesa. No podía dejarse vencer, no podía permitirse ser tan débil. Existían chefs con más años de carrera y con muchos más premios y presión mediática, ¿qué dirían si supieran que se estaba rompiendo por un poco de atención negativa?
Debería de sentirse feliz. Feliz y viva, tal y como había dicho su aprendiz hacía unas horas. Rena tenía que admitir para sí misma que había sentido envidia al ver la mirada de la chica brillar cuando hablaba de la cocina.
Desechó la idea de doblar la ropa. Siendo sincera consigo misma, era solo una fantasía su ánimo de vaciar ese canasto y acomodar prolijamente las prendas en su armario. Así que salió al pequeño balcón de su apartamento y se dejó caer en la cómoda silla de mimbre azul. Desde ahí podía divisar la silueta del Merlon recortar el cielo nocturno.
Se quedó absorta, mirando hacia aquella dirección. Recordando la primera vez que había tenido aquella vista frente a sí. Su hermano la había ayudado a mudarse desde Tokio, ambos siempre fueron muy unidos y el viaje hasta Okinawa – según palabras de su hermano – era una excelente oportunidad para pasar tiempo de calidad entre hermanos. La primera noche en aquel apartamento había bullido con entusiasmo y expectación.
Desde hacía unos días había caído en aquella rutina. Dejarse llevar hacia atrás en el tiempo y compararse con la persona que era en ese entonces. Dejaba su mente volar hacia el pasado incluso sin darse cuenta.
“Me siento feliz y viva cuando estoy trabajando en la cocina…” El recuerdo de la voz de su aprendiz asaltó sus sentidos.
Motivación. Felicidad. Entusiasmo.
Carecía de aquello desde hacía meses. La presión de los medios, del hotel, de los críticos. La presión que ella ejercía sobre sí misma. Ya no estaba cocinando para probar hasta donde podía llegar, estaba cocinando para complacer a otros. Y esos “otros” ni siguiera eran los comensales del restaurante.
Algo había perdido desde que su nombre fue mencionado por primera vez en un articulo y esta noche. Rena dejo caer sus hombros aceptando lo que ya sabía: quería retirarse.
No quería seguir lidiando con la fama. No deseaba seguir saliendo en programas de televisión y tener a los críticos respirando en su nuca. Mucho menos le parecía atrayente tener que leer lo que el internet tenía que decir sobre la forma en la que cortaba un pescado. Porque para los expertos detrás de la pantalla, ella siempre estaba mal y era sobrevalorada.
Alejarse de los reflectores, regresar a trabajar con un bajo perfil. Tal vez en algún restaurante pequeño en alguna prefectura discreta.
“No puedo hacer eso,” se dijo a sí misma, ¿Qué pasaría si la joven prodigio, elogiada por el Primer Ministro, rostro de más de una portada de revista culinaria en la actualidad, se retiraba? Solo así. Sin mayor explicación. Entregar su delantal, dar las gracias al Merlon y regresar a casa.
Rena sabía que no podría encarar a sus padres. Y también sabía que la seguirían a Tokio, sabía que el teléfono de sus padres no dejaría de sonar. No podía exponerlos a esa experiencia.
¿Y que es lo que le diría a la gerencia? “Disculpen, pero descubrí que he perdido mi amor hacia la cocina y no pretendo atender a otro programa de televisión para seguir dando propaganda a este sitio.” Dijo en voz alta, fingiendo que hablaba directamente con el gerente del hotel. Una carcajada seca salió de sus labios al imaginarse la escena.
Tenía un contrato y estaba segura de que si anunciaba su retiro justo cuando el anuncio del Ministerio de Estado había sido publicado, las cosas no terminarían bien para ella. Sin embargo, no podía seguir con aquella farsa.
“Si entro a la competencia en mis condiciones actuales, únicamente seré una burla y motivo de vergüenza,” una pequeña, pero firme voz en su cabeza resonó con fuerza.
Suspiró una vez más. Decidió cambiarse de ropa e ir hacia el restaurante, era mejor jugar un poco con los fogones – aunque no hiciera nada digno de presentar a una comensal – que permanecer en su balcón, dejando a su mente transitar por lugares poco placenteros.
* * * * * *
Jurina entró por la puerta designada para el personal del hotel a las ocho de la mañana en punto. Hoy no estaría en la cocina principal. Estaría en una de las estaciones de comida rápida en la línea de playa del hotel. El servicio hacia los huéspedes ahí empezaba a las diez de la mañana, y no había nada mejor que ser asignada a ese servicio. Significaba una rutina un poco más relajada.
Dejo sus cosas en su locker y se dirigió hacia la estación de conexión del restaurante principal, en donde ayudaría a sus compañeros a transportar la comida hacia la estación de la playa. Los carritos con charolas y acondicionados para mantener los guisos calientes ya estaban listos. Dos de sus compañeros comenzaban a llenar el check list y ella se apresuró a ayudarlos.
“¡Matsui-san!” Escuchó a alguien llamarla. “Por favor, verifique el numero de cubiertos con la lista.” Jurina volteó rápidamente hacia su compañero, quien le había dado la indicación desde la cocina principal.
El punto de conexión no era más que una amplia puerta, por donde los cocineros de la cocina principal cargaban los carros destinados a la estación de playa. Los cocineros asignados a la estación recibían los carros, revisaban su contenido, constataban que todo estuviera en orden y partían hacia su área de trabajo llevando consigo el cargamento.
Jurina no pudo evitar que sus labios se estiraran en una amplia sonrisa cuando capturó la silueta de Matsui-sensei detrás de la persona que le hablaba. Dio un rápido vistazo general hacia dentro de la cocina, el ambiente parecía más animado de lo usual. Definitivamente la chef estaba dirigiendo todo hoy.
De pronto, Jurina lamentó estar en la estación de Playa. Su jefa no siempre estaba con ellos, pero cuando ocupaba el mando en la cocina, era como si estuvieran trabajando en otro lugar. Las cosas se volvían más animadas e incluso podía decir que la sincronización entre todos parecía mejorar. Matsui Rena era una presencia fuerte cuando estaba al mando.
Jurina fijó su mirada unos segundos más hacia la cocina, deseando que la chef volteara y la notara. Deseaba poder darle un saludo, pero lamentablemente eso no ocurrió. Cierta desilusión se instaló en su pecho, sin embargo, no dejó de intentar el contacto visual mientras ayudaba a sus compañeros a dirigir los carritos hacia la estación de Playa.
Tal vez no había tenido éxito, pero se convenció a sí misma de que el día a penas empezaba y ya tendría oportunidad de intercambiar algunas palabras con su jefa.
La estación de Playa era mucho más pequeña que el restaurante, contaba con una barra con doce banquillos, diez mesas y cuarenta y cuatro sillas. Información que Jurina había tenido que aprender de memoria porque al sous-chef le gustaba atacar con preguntas a los cocineros, sin previo aviso.
El lugar tenia amplias ventanas por las que el aire salado entraba y mantenía el sitio fresco y agradable. La cocina se encontraba oculta detrás de la pared de fondo de la barra.
La rutina se desarrolló a un ritmo tranquilo. La mayoría de los huéspedes entraban por algún trago o algo que poner en el estomago mientras llegaba la hora del almuerzo en el restaurante. Quien llevaba la parte más pesada del trabajo era el bartender, Jurina solo debía de concentrarse en emplatar.
Fue más o menos a las dos de la tarde, cuando las cosas cambiaron de pronto. Matsui Rena llegó a la estación saludando a los cocineros e instalándose en la pequeña estación de cocina. No era usual que un chef se molestara en llegar hacia ahí. La mayoría se mantendría en el restaurante principal atendiendo comensales, pero definitivamente no ahí.
“Buen trabajo, chicos.” Su jefa los saludó a todos con una amable sonrisa.
El desconcierto, pensó Jurina, no era solamente suyo, puesto que podía ver en el rostro de sus compañeros que aquella visita no era algo que esperaran ocurriera.
“Por favor.” La chef agitó su mano derecha quitando importancia a su presencia. “Solo he venido por algo de aire fresco y ver si faltaba algo.”
“No, chef,” Shunichi, uno de los cocineros respondió de inmediato. “El segundo cargamento de comida llegó hace una hora, iremos por el tercero en dos horas más.” Jurina observó a su jefa sonreír complacida y asentir con la cabeza antes de que su mirada viajara alrededor del lugar y cayera en la suya.
“Matsui-san, ahora entiendo porque no la vi en la cocina hoy.” La chef se dirigió a ella con una sonrisa. Jurina pudo notar de que, a pesar del aparente buen ánimo, su jefa parecía algo cansada. Recordó su encuentro en la lavandería, ¿Cuántas horas habría logrado dormir? “Es muy diferente al caos de ahí adentro, ¿cierto?”
“Sí, chef,” la aprendiz asintió, sintiendo las miradas de sus compañeros sobre ella.
“Solo no se acostumbre demasiado a este ritmo, porque ahí dentro.” Su jefa señaló con su mano izquierda en dirección hacia el restaurante principal. “Las cosas siguen a su ritmo normal. Pasar de un servicio a otro puede ser difícil para los principiantes.”
“Sí, chef. Gracias, chef.” Jurina de pronto se sintió muy atenta a sus propios movimientos y respuestas. Si su jefa se quedaría ahí un momento, ella tenía que demostrar que podía hacer bien el trabajo. No se permitiría caer en los mismos errores que aquella vez con el pescado.
No tardaron en regresar a su rol de trabajo. La chef Matsui se mantuvo con ellos al menos dos horas. Jurina no podía evitar mirar hacia ella de vez en cuando, una amplia sonrisa instalándose en su rostro debido a la inesperada visita. Su jefa no decía o hacía algo, simplemente los dejaba desenvolverse y de vez en cuando sus ojos viajaban por el sitio sin detenerse en algún punto en específico.
Sus miradas se encontraron por una pequeña fracción de tiempo. Jurina le dirigió una sonrisa, que su jefa respondió con una mucho más discreta, pero aquello fue suficiente para hacer que de pronto sintiera la cabeza más ligera.
Jurina no volvió a verla hasta las seis de la tarde, cuando el comedor de la estación de Playa ya estaba cerrado y solo permanecía el bar. Fue su jefa quien recibió los carros vacíos en la estación de conexión. Detrás suyo, los demás cocineros se preparaban para la cena. Se movían con rapidez de un lugar a otro, todo de manera perfectamente orquestada.
“Bien, por favor, lleven todo a la estación de lavado y después dispónganse a unirse a sus compañeros para servir la cena,” su jefa les dijo luego de revisar todo. “Buen trabajo allá afuera, muchachos.”
Tal vez esta era la única parte que no le gustaba a Jurina, el momento de lavar todos los platos y cubiertos utilizados durante el día. Sus compañeros se libraban de aquello, pero ella, al ser aprendiz, le correspondía ayudar con la faena.
“Yoichi-san, mueva más esa salsa.” La voz de Matsui-sensei llegó hasta ellos.
“Sí, chef,” fue la rápida respuesta.
“Shigeru-san, más sal de este lado, por favor.”
“Sí, chef.”
Jurina sonrió, sin lugar a duda la cocina parecía un mejor lugar cuando Matsui-sensei estaba con ellos. Podía sentir cierta tensión en el ambiente, algo normal considerando que su jefa estaba ahí observando cada movimiento, pero al mismo tiempo, sabía con ver la manera en las que sus compañeros trabajaban, que la presencia de la chef era bien recibida.
La concentración de Jurina, entonces, se enfocó en su tarea a realizar y pronto las órdenes dadas por su superior se disolvieron junto con todo lo demás que le rodeaba. Media hora después, cuando secaba sus manos con una toalla y comenzaba a estibar los platos en su sitio, sintió unos golpecitos en su hombro derecho.
“Matsui-san.” Jurina se encontró de frente con el sous-chef. “Matsui-sensei te quiere en su oficina ahora.”
El corazón de Jurina golpeaba con fuerza en su pecho cuando con su puño anunció su llegada a la oficina de la chef. Un firme “adelante” fue su indicación para entrar. Matsui-sensei estaba sentada detrás de un sencillo escritorio de madera, encima de él, toda una variedad de papeles se apoderaba de la superficie.
“Disculpe mi llamada tan repentina.” Su jefa, quien hasta ese momento había tenido los ojos clavados en una hoja tamaño carta llena de letras, dirigió su mirada hacia ella. “Pero la gerencia del hotel acaba de informarme sobre un evento especial mañana.”
“¿Hay algo en lo que pueda ayudar?” preguntó Jurina, sin entender cual era el motivo de aquella reunión.
“Así es.” La chef se masajeó el cuello antes de suspirar y dirigirle a Jurina una mirada cansada. “¿Qué tan buena es frente a las cámaras, Matsui-san?”
“¿Cámaras?” Jurina observó aquellos pequeños ojos castaños brillar con algo de diversión.
“Sí, cámaras. Cámaras de televisión que la grabarán y transmitirán a toda la prefectura.” Su jefa parecía a punto de reír.
“No tengo experiencia en ese rubro, me temo, Matsui-sensei,” respondió Jurina con toda la sinceridad que poseía.
“Bien, tiene menos de doce horas para hacer algo al respecto. El programa “Buen día-día” acaba de invitarme a una sección de cocina y desean que lleve a uno de los aprendices para demostrar parte de su entrenamiento… y no sé si se haya dado cuenta, Matsui-san, pero usted es nuestra única aprendiz.”
Jurina observó cuidadosamente a su chef, aquello era algún tipo de broma de cámara escondida, ¿cierto? ¿Qué haría ella en un programa de televisión?
“Será menos de diez minutos, Matsui-san, luego podrá regresar al restaurante y olvidarse de todo.” La chef agitó las manos de manera casual.
“Oh.” Jurina sonrió. “¿Eso significa que una celebridad no puede tener un día libre?” Una risa clara fue la respuesta de parte de su jefa y ella no pudo evitar contagiarse por aquel sonido.
“No, Matsui-san, las celebridades nunca descansamos.” La chef ladeó la cabeza, una sonrisa algo cínica empujando de sus labios. “Le espero aquí. Seis de la mañana. Mañana… y recuerde, vestimenta impecable.”
“Sí, chef.” Jurina hizo una pequeña reverencia antes de salir de la habitación, sintiendo el nerviosismo comenzando a esparcirse por su pecho.
* * * * * *
Jurina estaba de pie frente a la entrada del restaurante a las 5:30 am. Le fue absolutamente imposible dormir, el nerviosismo de imaginarse en un foro de televisión hizo que el sueño saliera corriendo, así que decidió prepararse y llegar lo más pronto posible a encontrarse con su jefa.
Grande fue su sorpresa, cuando a las 5:45 am, Matsui Rena salió por la puerta del restaurante. Jurina de inmediato entendió que la chef se había quedado nuevamente toda la noche en la cocina. Se le notaba considerablemente agotada y por un momento, pensó en señalar su observación, pero no le pareció prudente.
“¿Lista para su debut regional?” Rena sonrió al verla.
“No,” fue la única respuesta que Jurina pudo articular, para luego notar su rudeza y corregir de inmediato. “Sí, chef.”
Su jefa rio ante aquello. “No se preocupe, será rápido. Solo tiene que relatar lo que ha hecho aquí con nosotros.” La chef se dirigió hacia la salida del hotel.
Para Jurina todo se sintió demasiado rápido. En un momento estaba en el vehículo para personal con Matsui-sensei y al siguiente ya estaban en el cuarto de maquillaje, en donde una agradable chica les colocaba algo de base y les daba consejos para aprovechar la iluminación del set. Consejos que Jurina olvidó en el instante en el que puso un pie sobre el plató.
A pesar de todo, había algo que era muy obvio para la chica: su jefa no estaba feliz de estar ahí. Rena era educada y cordial, pero algo en su lenguaje corporal le decía que prefería estar en mil lugares diferentes a este. El aura que emanaba de ella era muy diferente al que se podía sentir en la cocina y le recordaba mucho a la persona que había conocido aquella mañana en el mercado.
El set de grabación era la simulación de una cocina americana, con grandes jarrones llenos de follaje verde en lo que parecían dos ventanales. Ambas cocineras portaban el uniforme del Merlon y Jurina intentaba disimuladamente secar el sudor de sus manos con el delantal.
De pronto las luces se prendieron sobre ellas y el camarógrafo se colocó en posición al tiempo que un sujeto que parecía decirles a todos que hacer y hacia donde mirar se dirigió a ellas. Empezarían en un minuto.
Y empezaron.
Jurina no hizo mucho. Quedarse de pie junto a Rena, asentir a las cosas que su jefa decía y relatar su experiencia cuando la entrevistadora se dirigió hacia ella.
“Me son asignadas tareas semanales, las cuales son supervisadas por nuestro sous-chef Fujioka Aso-san y también por Matsui-sensei. La cocina es un ambiente exigente, pero gratificante.” Recuerda haber dicho en cierto momento.
En cierto momento, un cuchillo fue puesto en su mano junto con un rábano blanco. Rena comenzó a explicar los diferentes tipos de cortes y Jurina por inercia comenzó a realizarlos sin pensar demasiado.
“Es importante que nuestros aprendices tengan un buen dominio del cuchillo. Para la eficacia del trabajo y para su propia seguridad.” Escuchó a la chef comentar y algunos sonidos de sorpresa por parte de la entrevistadora, sin embargo, la voz de su jefa sonaba bastante monótona como si aquello que estaba explicando le resultaba inmensamente aburrido.
Al final, Rena también terminó con un cuchillo en la mano y decidieron hacer una actividad, tomando el tiempo que cada una tardaba en cortar una cebolla.
“Para despedir nuestra sección de cocina. Todo el equipo de Buenos días-días, nos gustaría mostrar nuestro apoyo hacia Matsui-sensei, quien participará en la gran contienda de hoteles y restaurantes impulsada por el Primer Ministro…” Jurina pudo notar como la tensión se volvía más palpable, mientras su jefa mencionaba que la última palabra sobre su participación la tenía el Merlon.
Una vez de vuelta al vehículo, Jurina podía sentir la adrenalina correr por todo su cuerpo, había estado en un programa de televisión y sobrevivió para contarlo. Sin embargo, el entusiasmo que estaba sintiendo era contrarrestado con el humor lúgubre que parecía envolver a su jefa.
“Matsui-sensei, ¿se encuentra bien?” se atrevió a preguntar a la mujer que tenía la mirada perdida en dirección a la ventana del vehículo. “¿Matsui-sensei?” llamó de nuevo ante la falta de respuesta.
“Humm…” Rena pareció salir de su ensoñación “Disculpe, Matsui-san, no escuché su pregunta.”
“Preguntaba si se encuentra bien, parece algo… desanimada.” Jurina tardó un momento en encontrar la palabra adecuada.
“Sí, sí. Lo siento, es solo que las competencias siempre me ponen algo nerviosa.” La sonrisa en el rostro de la chef no lograba convencer a su aprendiz, sin embargo, Jurina decidió no mencionar nada.
Cuando llegaron al restaurante, las cosas parecían tan normales como de costumbre. El caos cotidiano que podía llegar a ser la cocina. Solo se escucharon dos o tres bromas sobre la nueva celebridad del lugar, pero pronto todo regreso a su sitio sin mayor obstáculo.
Y Jurina pudo haber pensado que la rutina no tendría mayor cambio, hasta que, saliendo del almacén, después de hacer la lista de productos que debía conseguir en el mercado a la mañana siguiente, cuando todos sus compañeros ya se habían retirado, se encontró con su jefa sentada en el suelo de la cocina, con su espalda apoyada en la pared y la mirada perdida hacia algún punto del infinito.
Al principio, Jurina no había notado su presencia, pero cuando se dispuso a apagar las luces, la vio y estuvo a punto de soltar una exclamación ante la inesperada presencia.
“¿Matsui-sensei?” Se dirigió hacia ella, pero si algo había aprendido en estos últimos días, era que cuando Rena se encontraba en ese estado, era necesario insistir para ser notada. “¿Matsui-sensei?” levantó un poco más la voz, agachándose a la altura de su jefa, estiró su mano dudosa sobre si tocar o no a la chica para sacarla de sus pensamientos. “Matsui-sensei.” Colocó su mano sobre el hombro izquierdo de la chef y sacudió sutilmente.
La chef salió de donde sea que estuvieran sus pensamientos, porque dio un pequeño brinco en su lugar al notar a Jurina.
“Matsui-san, disculpe, ¿Qué hora es?” Su jefa parecía desubicada.
“12:45 de la noche. Mis demás compañeros dejaron el lugar hace casi una hora.” Jurina frunció el ceño al ver el notable estado de confusión de la otra mujer.
“Cierto. Es hora de que usted también vaya hacia casa. Tiene que descansar después de un día tan largo como hoy.” Rena masajeó su cuello para después restregar sus ojos.
“Matsui-sensei, tal vez mi atrevimiento sea demasiado, pero debo de preguntarle, ¿Cuándo fue la última vez que durmió?” Jurina podía notar las bolsas debajo de los ojos de su jefa. Rena hizo una mueca que posiblemente intentó ser una sonrisa, pero sin demasiado éxito.
“El trabajo nunca termina, Matsui-san. Estar fuera de la cocina no significa que pueda permitirme descansar. Siempre hay muchas cosas por hacer.” La chef intentó incorporarse y Jurina no dudó en prestar su ayuda para tal acto.
“Entiendo, si me permite ser aun más imprudente. Le recomendaría que descanse esta noche, entiendo que desee tener platillos nuevos para la competencia, pero descansar también es parte del proceso creativo, ¿cierto? O al menos eso es lo que me decía un profesor en la escuela,” dijo la aprendiz, una vez que se aseguró que la chef tenía buen apoyo para mantenerse de pie. Jurina vio a su jefa suspirar antes de asentir con la cabeza y darle la razón.
“Eso es cierto,” la chef asintió de nuevo, “eso me recuerda, buen trabajo en el programa. Se desenvolvió bien. Yo siempre suelo ponerme demasiado tensa para disfrutar las grabaciones. Cuando te vuelves demasiado consciente de lo que dices, el encanto se pierde.”
“Tenerla a mi lado me ayudó mucho.” Jurina sonrió ampliamente. “Si hubiera estado sola… hubiera sido un desastre.”
Rena negó con la cabeza para demostrar que no pesaba lo mismo que su aprendiz. “Hizo un buen trabajo. Gracias por aceptar.” Rena estiró su espalda e hizo tronar su cuello antes de dar media vuelta y dirigirse hacia la salida “¿Vive cerca? Puedo llevarla.”
Jurina negó rápidamente con la cabeza ante aquella proposición. Agradecía el gesto, pero nunca molestaría a la chef con algo así y mucho menos viendo lo agotada que se encontraba.
“Matsui-sensei, no hay necesidad de…”
“Insisto,” Rena no la dejo terminar, “además no siempre puedo presumir de tener a una celebridad en mi automóvil.”
Ambas sonrieron ante aquello.
* * * * * *
El trayecto no duró más de cinco minutos. Jurina tenía su apartamento cerca del hotel, tomando en consideración las largas horas de trabajo, era mejor vivir cerca y así no necesitar levantarse demasiado temprano para llegar a buena hora a su turno.
Sin embargo, antes de bajar del Subaru plateado, la joven aprendiz recordó algo de golpe. Rápidamente comenzó a buscar en su pequeña mochila ante la mirada confusa de la chef.
“Aquí tiene,” dijo sacando un papel del interior y extendiéndoselo a Rena.
“¿Qué es esto?” La confusión era notoria en la mirada de la otra chica.
“El número telefónico que le prometí. Puede llamarlo cualquier día. Es un buen técnico,” le dijo Jurina, con notable orgullo en su voz.
Rena se mantuvo en silencio un momento. Había olvidado por completo sobre aquel número. “Oh,” dijo sintiendo de pronto su ánimo más ligero, “por un instante creí que era su autógrafo.”
Jurina rio de buena gana ante aquella frase. “No, pero si gusta puedo darle mi número telefónico también.” La aprendiz aprovechó el buen ambiente para seguir con la broma.
Ahora fue el turno de reír de Rena.
“Vaya a dormir, Matsui-san, ambas lo necesitamos,” la chef dijo con voz ligera, mientras negaba con la cabeza.
“Muchas gracias por traerme a casa.” Jurina agitó su mano a manera de despedida antes de hacer una pequeña reverencia y dar media vuelta. Lo que la aprendiz no vio, fue a su jefa observarla atentamente mientras entraba a su edificio con una ligera, pero sincera sonrisa en los labios.
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Por Víctor Hugo Michel de Milenio A primera vista, la casa —bonita y elegante— parece fuera de contexto, como trasplantada aquí por error. Está al final de una calle arbolada y destaca entre las construcciones más humildes y sin terminar que la rodean. Tiene dos pisos, cochera, vidrios tintados y lo que parecer ser una escalera de caracol. Sin embargo, no es sólo la apariencia exterior la que llama la atención y es el interior el que revela más detalles intrigantes. Hay un comedor nuevo, sala, cocina equipada con lavadora y un refrigerador de doble puerta. El piso es de mármol. Este lujo no pertenece en un pueblo como este, a la mitad de la nada. De no ser por algunos detalles peculiares, ésta podría ser la casa de un profesional en la Ciudad de México, Puebla o Guadalajara. Tiene un aire limpio, hogareño, acentuado por el perro pomeranian que pasea por el césped del patio trasero y que de vez en vez se asoma por una puerta de cristal. Un alambre de púas, con restos de bolsas de plástico ondeando en el viento, corona los muros de cuatro metros de alto que rodean la propiedad, diseñados para que nadie pueda superarlos. Como si de una fortaleza se tratara, hay otros elementos que le dan un aire de aislamiento a la casa. Ramiro el huachicolero. Ese es su nombre ficticio. Las condiciones de su reclusión no han ayudado a su salud mental. Ramiro lleva cuatro años sin abandonar estos muros, enclaustrado porque sobre él pende una orden de aprehensión federal, pero su mayor preocupación no es la justicia. La parte central de su miedo no es la prisión, sino el miedo a la muerte. Todos sus antiguos compañeros han sido asesinados, cazados por los cárteles de la droga que se adueñaron de su negocio. Lo que una vez fue un imperio en crecimiento, hoy es una ruina de miedo y traiciones. Porque Ramiro no es cualquier hombre. Es el último contrabandista de San Martín Texmelucan. El miembro final de la generación que inició y fomentó el robo de combustible en el poblado, hasta convertirlo en la capital nacional del huachicoleo. A 14 años de su creación, no queda nada de ellos. Los muchachos de la gasolina se han extinguido. Ramiro accede a contar su historia con una condición clara: no dar a conocer datos que permitan su identificación ni detallen en forma alguna la ubicación de su casa en un poblado cuyo nombre nunca mencionaremos. El tono se vuelve más sombrío cuando explica por qué debe ser cauteloso. A uno de sus últimos compas lo descuartizaron no hace mucho, con sus piernas, torso y brazos arrumbados en una caja de cartón que fue abandonada en la vía pública. No se sabe si fue el cártel de Sinaloa o el Jalisco Nueva Generación (CJNG), que se están peleando la plaza desde hace meses y han dejado un reguero de cadáveres en San Martín, transformado en uno de los municipios más violentos de Puebla. —"¿Cómo sé que no le vas a decir a los federales de mí?", me pregunta antes de comenzar. Sus ojos verdes, enrojecidos, me miran con violencia contenida. —"Sólo vengo a entender del huachicol. No me interesa tu nombre ni quiero saberlo. Ni siquiera sé quién eres, le digo, levantando las manos en señal de que no tengo nada que ocultar". —"Ni te lo diría", responde agresivo, indicándome que tendré que ser muy cuidadoso. —"Voy a confiar en ti sólo porque te recomendaron". La confianza frágil, basada en un conocido mutuo, será crucial para lo que viene. Así te conviertes en huachicolero Ramiro comienza su relato desde 2011, cuando trabajaba como operador de grúa en una bodega. El relato arranca no solo como una historia personal, sino como un testimonio del surgimiento de un negocio que cambiaría el destino de toda una región. Eran los últimos años de la presidencia de Felipe Calderón, y el negocio que habría de devastar a Puebla, Hidalgo, Guanajuato y más estados comenzaba a tomar velocidad y forma: el robo de combustible. Todo comenzó con un visionario llamado El Pelón, tío de Ramiro dotado de una gran capacidad matemática. Antes de que pregunten por su destino, déjenme zanjar esa duda de una vez: murió descuartizado. Fue desplazado por el cártel de Sinaloa, que le arrebató todas propiedades. Pero la cita con la muerte le esperaba todavía en el futuro. En ese 2011, cuando Calderón hablaba del huachicoleo en San Martín Texmelucan, El Pelóncomenzaba a poner en marcha su propio imperio delictivo, construido con precisión meticulosa y asesorado por ex trabajadores de Pemex. Él conocía San Martín, y ellos sabían todo sobre las posiciones exactas de los ductos. La mezcla perfecta de "dónde" y "qué": las profundidades, los horarios, las distancias de las patrullas de Pemex. Las rutas de los soldados, los comandantes de la policía local. Con estos conocimientos, fundaron un imperio que no sólo llenó sus bolsillos, sino que alteró profundamente la estructura social y política del pueblo. Este imperio no tardaría en generar un impacto devastador en la región. Ver a El Pelón negociar era un espectáculo fascinante. Con sólo observar sus cálculos, Ramiro se sintió seducido por la idea de formar parte del negocio. —"De él aprendí que los centavos en grandes cantidades representan mucho, mucho dinero" —me dice. —¿Cómo es eso? —"Veinte, treinta, cincuenta centavos por arriba o por abajo en un litro, por mil litros, es muchísimo dinero. Se acumula, créeme". Como la gasolina fluyendo por los ductos, Ramiro vio una oportunidad de escapar de su vida anterior. Olfateó la posibilidad de dejar un trabajo mal pagado, extenuante y de largas jornadas, por una nueva, llena de abundancias y promesas generosas. Empezó desde abajo, y el relato que sigue nos llevará de sus humildes orígenes a su apogeo hasta su eventual caída. Iremos a sus días de gloria como el rey de una de las tenencias de San Martín, hasta el momento inevitable en que lo perdió todo. Estructura criminal en el huachicol En la jerarquía del huachicol, de abajo a arriba, hay seis escalones: halcón, valvulero, chofer, bodeguero, controlador de piscina y dueño de camioneta.Los salarios corresponden al nivel de habilidad requerido para las tareas, desde tres mil pesos por vigilancia, hasta veinte mil por conducir una camioneta. Quien posee una troca puede ganar hasta 70 mil pesos a la semana, una fortuna rápida y fácil, que superaba cualquier salario promedio en la región. A este lucrativo esquema se sumaba el contexto social. Dinero libre de complicaciones en un poblado donde la mitad de sus habitantes vive en pobreza, y donde la principal actividad económica es trabajar para Pemex, en el campo o maquiladoras, con jornadas extenuantes por doscientos pesos diarios: ¿Cómo resistir la tentación cuando se ofrecía más dinero en una semana que en meses de trabajo extenuante en Pemex o maquiladoras? Así fue como Ramiro, con sus habilidades técnicas, inició su camino en el huachicoleo. En esta primera etapa del huachicol, formaba parte de los equipos que perforaban ductos clandestinamente. El proceso era rápido: identificar el punto, excavar, determinar el combustible, instalar una válvula externa (niple, o pezón, por su parecido), conectar la manguera y vaciar el contenido. La eficiencia del proceso era impresionante. La operación era tan veloz y estructurada que llenaba un bidón de mil doscientos litros en un minuto,gracias a la presión del ducto. Un regalo caído del cielo o surgido de la tierra, pero que también drenaba de recursos las arcas del gobierno mexicano. Como un engranaje bien aceitado, camionetas de redilas y bateas hacían fila para recibir su cargamento. El tiempo siempre era un factor en contra, pero cuando había la oportunidad, los huachicoleros aprovechaban cada segundo y hasta usaban pipas. En la repetición cotidiana, esta operación amplificaba su impacto y adquiría otra dimensión. El pinchado se realizaba hasta cinco veces al día, siete días a la semana, cubriendo decenas de kilómetros de ductos mal custodiados profundizando la hemorragia financiera de Pemex. Era imposible controlar todos los frentes. No había soldados, guardias o policías que pudieran vigilar todos los puntos pinchados. Al igual que un organismo que sangra poco a poco, Pemex perdía miles de litros con cada corte. En paralelo, millones de pesos cambiaban de manos. Ramiro explica la velocidad con que operaban: “Es que la presión sale rápido y una vez que conectas la manguera, no te tardas nada en llenar”, me dice. Era un negocio frío y calculado: contra reloj, cada pinchazo activaba un juego del gato y el ratón con los equipos de la Dirección General de Seguridad Física de Pemex, que detectaban la caída de presión en un ducto cuando había una toma ilegal. Pero en este juego de riesgos, la eficiencia no siempre garantizaba el éxito a largo plazo. —¿Y Pemex no se daba cuenta?, le pregunto. —"A sus equipos les tomaba veinte minutos llegar, mínimo, y como teníamos halcones por todo San Martín, podíamos calcular exactamente por dónde vendrían. Cuando llegaban, nosotros ya no estábamos. Nos habíamos ido". En ese aprendizaje vinieron y se fueron 2012, 2013, 2014. Con el paso del tiempo, Ramiro desarrolló un sexto sentido para el negocio. Como un susurrador de ductos, explica como llegó a entender que cada combustible tiene su propia identidad: su comportamiento, movimiento, olor y, sobre todo, su riesgo, siempre ligado al fuego. “Llegó un momento en el que nada más con poner la mano sabía si era gasolina, diésel o gas”, presume. —¿Y eso cómo es?, le pregunto. —"La gasolina es caliente". —¿Y el gas? —"Frío". —¿El diésel? —"Ese es tibio". —¿Y cómo perforabas el ducto? —"Con una tarraja, una especie de palanca, a la que le decíamos el tecolote. Con una de tres cuartos o media, la presión que sale es enorme. —¿Qué preferías ordeñar? —"Diésel. Al principio no trabajábamos con gas ni gasolina, porque el riesgo era alto. ¿Sabes eso de que un celular puede hacer estallar una gasolinera? Es cierto". El riesgo de muerte inminente estaba a sólo una chispa de distancia y en particular la precaución de Ramiro tenía un origen trágico. Una vez, en otra cuadrilla, un integrante encendió su celular durante la ordeña. La chispa eléctrica causó un incendio que vaporizó parte de su cuerpo e hizo volar la camioneta donde tenían los bidones. Un error simple que nos lleva a una reflexión contundente de Ramiro: “Nel. Picar gasolina es muy peligroso”. Ruta del huachicol: ¿Cómo es posible el tráfico? San Martín Texmelucan ocupa una extensión territorial de casi setenta y dos kilómetros cuadrados, lo que equivale, para dar una idea, a la alcaldía Magdalena Contreras en la Ciudad de México. A diferencia de esta última, su geografía no es complicada: es un enorme llano. De ahí deriva una pregunta clave: ¿Cómo entonces explicar que los huachicoleros operaran con impunidad durante tantos años en un municipio pequeño, fácil de controlar y patrullar? La respuesta, sospecho, está en la astucia de quienes dominaban el territorio. Los huachicoleros conocían bien el terreno, mejor que los soldados de vigilancia de Pemex, a los que la huachicoliza apoda despectivamente como palomas por sus uniformes blancos. Ramiro describe la relación de los huachicoleros con el terreno como un constante juego de astucia, como si fuera una partida entre Robin Hood y el sheriff de Nottingham. Los contrabandistas tenían escondites distribuidos estratégicamente por toda la región y sabían exactamente dónde esperar cuando llegaban las cuadrillas de Pemex. Ejemplo de esta astucia es el escondite de la Virgen, que Ramiro menciona con cierta nostalgia. Es una anécdota que me explica por qué, en la casa en la que estamos llevando a cabo nuestra entrevista, hay un óleo enorme de la guadalupana. El escondite se halla al norte de San Martín, cerca de los tiraderos de basura. Cuando estuve ahí, pude ver sólo campos polvorientos y algunos carros jalados por burros, transportando fierro viejo. Y en un muro, la virgen. Un altar que está justo encima de un ducto de Pemex y en el que se escondían las mangueras, bajo un fondo falso. Por eso, ahora hay que imaginar la escena de cómo inicia una operación común y corriente de huachicoleo. Corre el reloj: La cuadrilla saca las mangueras, usa la tecolota, conecta el bidón y comienza a drenar la gasolina o el diésel. Todos saben qué deben hacer y cuánto tiempo tienen de hacerlo, porque a unos cinco kilómetros de distancia, en la estación de bombeo de Pemex, una alarma se enciende en el tablero del vigilante de guardia. El tiempo es el enemigo. Luego de que el equipo de Pemex es alertado, la patrulla de la Dirección General de Seguridad Física puede tardar entre 10 y 20 minutos en salir, y otros 20 minutos más en llegar al punto Cada segundo cuenta y el margen de tiempo es vital para los huachicoleros. Durante ese lapso crucial, la cuadrilla comienza a medir el tiempo mientras llenan bidón tras bidón. Un minuto. Cinco. Diez. Si los cálculos de Ramiro no fallan, contenedores de mil litros se pueden llenar en un minuto y 45 segundos: una verdadera mina líquida. Podemos reconstruir lo que se escucha en los radios de los halcones, quienes anuncian la posición de los palomos de Pemex. "Vienen las tortugas... Aguacates... 32s, 40s, 38s" —una cadena de códigos que reconstruyo del argot que me explicó Ramiro. Cada uno describe la amenaza inminente con un lenguaje críptico y eficiente. Aguacates equivale a soldados, 32 a policías estatales, 40 a ministeriales, 37 a municipales... Y, justo cuando la amenaza parece tangible, para cuando las fuerzas federales o estatales están a 10 minutos de distancia, los contrabandistas ya han desaparecido, llevándose su botín líquido. Miles de pesos de gasolina listos para el mercado negro, desvanecidos en la neblina del ingenio de una banda de ladrones de combustible. —"Hacíamos lo que queríamos", me dice Ramiro. Entiendo, en efecto, que hicieron lo que quisieron. En sus días de gloria, Ramiro me cuenta que disfrutaba el lujo del huachicoleo. Prada, Gucci y Ferragamo eran su uniforme. Reflejo del poder que llegó a tener. —Ramiro, ¿cuánto ganabas en una buena semana? —le pregunto. —"Hasta doscientos mil pesos libres" —responde sin inmutarse. —¿Y qué hacías con ese dinero? Con naturalidad, me cuenta: "Me iba a Puebla con mi familia de fin de semanay me podía quemar 70 mil pesos sin problema. Ropa, comida, cenas". En esos días, el dinero fluía sin control. Nuestro contrabandista compraba camionetas en efectivo, sin pestañear, para seguir alimentando el negocio. Esos días dorados también le permitieron construir varias casas, adquirir un rancho y expandir su flotilla de vehículos. Junto a su tío, El Pelón, vivían como si no hubiera mañana. El sexenio de Enrique Peña Nieto fue su auge, con la policía federal recibiendo su tajada, al igual que las autoridades locales de Cholula, donde se estableció el mayor punto de venta de huachicol de la región. Todos ganaban. Sólo Pemex perdía. Pero toda fiesta tiene su fin. Después de los excesos, llegó la resaca, como suele suceder. Sin necesidad de hablar de los detalles del descenso de Ramiro a la drogadicción, baste con decir que el lujo vino acompañado del desenfreno. Ese fue solo el preludio de su caída, acelerada por la llegada de los cárteles de la droga en 2016. Relevancia de Sinaloa en el tráfico de huachicol —"Vinieron y empezaron a matar a la banda —recuerda Ramiro. Su inquietud es palpable ahora, con sudor cubriendo su rostro y su mano temblando al sostener la cabeza. El aire en la habitación se vuelve más denso a medida que relata esta parte. —Les tenías que pagar tributo". Intrigado, le pregunto: —¿Sinaloa?, la respuesta viene salpicada de un cierto humor negro. —"Sí, y eran unos pendejos. Al primer encargado de plaza que llegó, nos reunió un día a todos en un salón de fiestas, sacó su pistola para amenazarnos y se la disparó accidentalmente. Se voló la punta de su pene, el pendejo (sic). ¡Tuvimos que llevarlo al doctor!". Aunque en su inicio parecían incompetentes, los sinaloenses supieron tomar control del negocio. El verdadero cambio llegó cuando decidieron apoderarse de toda la cadena, como buenos empresarios. Lo que comenzó como caos rápidamente se convirtió en un sistema organizado bajo su control. Poco a poco, fueron desapareciendo los intermediarios, hasta que El Pelón fue levantado. Fue el punto de no retorno y Ramiro tuvo boleto de primera fila. Su familia se vio obligada a entregar todas sus propiedades: los ranchos, las casas, las camionetas. Todo, con la esperanza de liberarlo, aunque, como ya les conté, fue en vano. Lo que vino después fue la caja donde terminó su cuerpo, abandonado y reducido a restos. El imperio del huachicol, arrumbado en una caja de cartón corrugado. Evitando los detalles más crudos, Ramiro rememora la escena de la caja. Prefiero no describirla y mientras conversamos noto que su respiración es más pesada, señal que me indica que nuestra conversación también llega a su fin. —"A eso que le pasa se le conoce como estrés postraumático" —le digo, pecando de confianza. Ramiro sólo me mira con esos ojos enrojecidos, incapaz de una respuesta verbal, pero su mirada lo dice todo. Fuente Milenio en https://www.milenio.com/policia/ramiro-la-historia-del-ultimo-huachicolero-de-texmelucan Read the full article
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Me presento...
Soy Emma Zamudio, estudiante de historia de Arte.
Cada vez que digo esto, mucha gente se sorprende y me mira con cara rara, preocupada e incluso resignada, para luego preguntarme ¿por qué elegiste estudiar eso?
No hay una respuesta simple salvo que la vida me trajo por este camino.
Déjenme darles una noción de porque digo esto.
He pasado una gran parte de mi vida con la mente en otros mundos. Amo leer, mayoritariamente novelas de fantasía y aventuras, aunque como toda mi generación tuve roces con libros populares, leía en su mayoría novelas poco conocidas al grado de tener dificultades para encontrar segundas o terceras partes, he coqueteado con la ciencia ficción, clásicos de culto, novela policíaca y cuentos de terror, además de haber pasado por un par de novelas románticas. Soy una comedora de libros. He leído cientos y a pesar de que la novela es mi género literario predilecto, me gusta la poesía, cuentos y microrrelatos por lo tanto, me parece pertinente la afirmación con la que he iniciado el párrafo.
Lo más chistoso de esto es que odiaba leer. Me costó mucho aprender a hacerlo y era una experiencia de lo más traumática, me vi obligada a hacerlo a raíz de que me gustan las historias; por lo que realmente el momento en que empecé a leer fue hasta los 8 años y de ahí no paré.
Mi amor a las historias me hizo hacerlo, vencer los obstáculos para poder disfrutar algo que me gusta mucho:
Conocer…
o mejor dicho… aprender.
Sip, soy muy curiosa. A veces demasiado.
Esa curiosidad me ha llevado a interesarme por el funcionamiento de las cosas, como llaves de agua, estufas, planchas, licuadoras, lavadoras, aire acondicionado, animales, la respiración, la digestión, como se hace el jabón, cómo nos paramos, por qué tenemos brazos en vez de alas, que te hace crecer, por qué los peces no respiran fuera del agua, que pasa sí me corto, de dónde sale la saliva, porque nos casamos, porque el cielo no cae sobre nosotros, que pasa cuando morimos, etc.
Preguntas de niña chiquita que se transformaron en inquietudes con interrogantes aún más grandes y complicadas conforme iba aprendiendo o me iban explicando, a veces las respuestas no eran suficientes así que tenía que buscarlas por mi cuenta, quemándome con una plancha, rompiéndola y luego arreglándola, desarmando objetos de la casa y volviéndolos a armar, leyendo, yendo a la escuela, la cual no era una mala experiencia para mí, me daba oportunidad de aprender, aunque a veces se tornaba aburrida porque ya sabía algunas cosas.
La curiosidad me llevo a aprender a armar y desarmar objetos pequeños, los nombres de herramientas mecánicas y eléctricas además de cómo usarlas, a aprender jardinería, bañar perros y quitarles garrapatas, pintar una casa, aprender a cocinar, probar el jabón (cosa que no recomiendo), ser buena con los números, aprender a administrar dinero, cocer, zurcir, cambiar llantas, lavar ropa, planchar, cuidar enfermos, cambiar mosquiteros, limpiar regaderas, lijar y pintar rejas, barnizar madera, estar siempre los más preparada para lo que pueda pasar, a adaptarme a los cambios lo mejor que puedo, tener paciencia, reprimir impulsos (hasta cierto punto), convencerme de ser valiente para intentar, arreglármelas para salir lo más airadamente de los problemas.
En la escuela me dediqué no solo a prender, lo que me era muy fácil (incluso matemáticas o física); por lo que empecé a cuestionar y exigir coherencia entre lo que nos enseñaban y lo que decían, es decir a protestar y meterme en problemas por ello, me enredé en peleas de puños para defenderme de imbéciles, a ser idealista y luego eventualmente a desechar ese sistema de creencias.
Practiqué ballet por doce años, para dejarlo porque comprendí que jamás sería profesional, de las cosas más dolorosas que he pasado. Un golpe duro con la realidad y las posibilidades.
Aprendí lo que la iglesia respondía a mis preguntas metafísicas, para luego cuestionar a la iglesia y las respuestas que daba, dando como resultado que cuestione a la religión organizada y ya solo crea que sus libros son historias interesantes.
He aprendido incluso a manejar armas de fuego y seguir ordenes sin cuestionar (al menos de manera externa), ser práctica, empacar en 5 minutos, bañarme en 2, estar lista en menos de cinco minutos, nociones no tan básicas sobre biológicas, que la familia no siempre es unida y puede ser de lo más hipócrita. A estar sola desesperada y salir adelante, he sido madre de familia y administradora de una casa, he tomado decisiones por las que nadie me apoya y a vivir con sus consecuencias, reconocer que lo que creía de mí misma no era cierto, saber que me he mentido, obligarme a seguir adelante a pesar de creerme mental, emocional o físicamente incapaz de continuar.
A todo esto, se han de preguntar, - bueno, bonita historia, pero ¿y por qué estudias historia del arte?
La respuesta es que era el camino más adecuado para mí. En el pasado del ser humano se encierra una serie de realidades a las que vale la pena introducirse, la historia se hace a base de tecnologías y descubrimientos y el arte es una herramienta interesante y curiosa para estudiar lo que pasaba, las ciencias dejan testimonio en su arte, la religión se expresa a través del arte, el arte puede hablar de la vida cotidiana, de ideales, de sistemas de creencias, de la subido y la caída de ideas y personas, de rebeliones y de sus represiones, las guerras, los bailes, las esperanzas. Una pieza de arte tiene muchos valores no solo a nivel histórico sino, económico, ideológico, social, de identidad, entre otros. Los objetos de arte tienen la capacidad de hablarnos y contarnos historias. El chiste es aprender a leerlos.
Por eso estudio lo que estudio y me gustaría compartirlo.
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Hola!!! ^-^ yo quiero intentar ayudar a dar un poquiito de positividad a esto... X3 Ya bugmoov se porta bastante mal con nosotras como para q haya mas gente mala queriendo hacer daño... Asi q, queria preguntar: tienes headcanons de como sería Kentin en un futuro feliz xd estilo con su trabajo, con sus futuros niños y esas cosas idilicas y bonitas? Graciss de antemano (:
Hi, anon, gracias por el aporte positivo, se agradece ^^. Sé que tengo el ask últimamente un poco apartado pero han empezado las obras en mi edificio y me cuesta muchísimo concentrarme, pero espero retomar el ritmo. En cuanto al orden… bueno, tengo algunos ask viejos pendientes pero los sacaré en cuanto pueda ponerme al día con algunas cosas del juego que tengo pendientes, sobre todo, de Eldarya.
Aunque también tengo mi idea de final ‘bonito’ siempre he pensado que a Kentin le quedaba sufrir un poco más. Sobre todo, para zanjar asuntos con su padre y terminar de buscar su ‘lugar en el mundo’. Incluso, pienso que para ello, tuvo que pasar por una época en la que su emancipación, a parte de forzosa, fue costeada de su propio bolsillo, lo que le complicó mucho las cosas. Pero, después de todo, creo que las cosas no le fueron mal:
-La boda fue discreta. Más de lo que podía esperarse. Apenas una docena de personas y un banquete pequeñito. Pero hay una gran sesión de fotos. De alguna manera, querían que fuese un acto ‘íntimo’ y no un acontecimiento social. Pese a que cuando Kentin hablaba de ello parecía que quisiera hacer un gran espectáculo. Fue por la iglesia y de blanco, aunque el tema fue discutido.
-Luchó muy duro para conseguir una oposición y entrar en la policía. Es serio y responsable cuando está trabajando, está bien considerado y le gusta su empleo. Pero no se mata por ascender y hacer horas extras, prefiere volver a casa con su familia.
-Pienso que el número de hijos (y no soy la única que tiene este headcanon) son 3. No creo que se planteasen tener una familia mayor por temas prácticos, pero sí que le gustan los críos. Probablemente, 2 niñas y un niño. El orden me parece un poco indistinto pero de seguro el más tímido y ‘Ken’ fuese el chico. A diferencia de su padre, las cosas le fueron un poco mejor y no es tan dependiente. Las niñas, en cambio, heredaron más de la madre y del carácter valiente de Kentin, lo que les hace un par de trastos hiperactivos.
-Kentin es el padre favorito. Siempre juega con los niños y está encima. Los adora, le encanta pasar tiempo con ellos y hacer actividades en familia. Pero, a diferencia de Manon, es capaz de ponerse firme cuando es necesario. Aunque eso haga llorar a los críos y eso le haga entrar en pánico internamente.
-Casi todos los fines de semana hace una tarta de galletas. A Kentin se le da especialmente bien hacerlas.
-En general, tampoco tiene problemas con limpiar y cocinar. Las tareas del hogar no son un problema, excepto la lavadora. Odia la lavadora y, sobre todo, la plancha. No sabe planchar sin estropear la ropa o usar la lavadora sin desteñir algo o que se encoja la ropa delicada. Tampoco sabe coser pese a que lo intentó con horribles resultados.
-Todos los veranos se van de vacaciones a un camping. Les gusta pasar tiempo haciendo actividades al aire libre y en contacto con la naturaleza.
-Tienen un enorme jardín con piscina.
-Rara vez tiene tiempos para citas privadas con su pareja, pero eso no quita que siga teniendo obvias muestras de cariño en casa. Siempre se despide antes de marcharse con un beso y suele abrazarte mientras duerme. También compra regalos tontos sin venir a cuento si se acuerda de ti, como bombones, llaveros con formas cuquis o algún cachivache deportivo (siempre trata de que hagas más ejercicio porque quiere pasar más tiempo contigo).
-Cuando salís de cena siempre trata de tener una ‘cita formal’ aún odiando vestir con ropa ‘elegante’. Se queja constantemente de lo incómodos que son los trajes.
-Cuando se enfada contigo duerme en el sofá, pero al día siguiente trata de hablarlo, aún cuando no quiere hacerlo. Cuando tú te enfadas con él, él trata de arreglarlo de inmediato. Pide disculpas rápidamente y hace algún chiste tonto para tratar de que te rias. Si te ries, siente que ha ganado.
-Los gemelos pasan mucho tiempo en casa. Son los ‘tíos’ Armin y Alexy para los niños.
-Kentin sigue haciendo mucho ejercicio y se levanta pronto para ello. Siempre procura no hacer ruido al salir del cuarto. Cuando vuelve siempre se tira un buen rato frente al espejo, no le gustaría verse mal para ti cuando te levantas. A veces tú odias que siempre se vea tan radiante cuando aún no has tomado un café y tienes una pinta terrible.
-Come como una lima, tanto y tan rápido como los niños.
-Le gusta ver romcoms contigo. Finge que es solo por ti, en realidad, a él le gustan más que a ti. Le gusta pasar el sábado así. Algunas veces llora si la trama lo requiere.
-Aunque no vea a sus padres habitualmente, conocen a los niños y vienen a la casa de vez en cuando.
-Kentin ADORA la navidad. Incluso demasiado. Se puede volver un poco loco procurando que se hagan todas las actividades típicas, se decore la casa y todo el mundo participe. Siempre hay una gran comida con amigos y familia.
-Ya han ido a Disney tres veces… En todas las fotos Kentin lleva orejas de Mickey y está tan ilusionado como los niños.
-Kentin adoptó una novia para Cookie. Tuvieron cachorritos. Le dio mucha pena, pero tuvieron que regalarlos.
-Saca siempre a pasear sus tres veces reglamentarias a Cookie y la perrita. Nunca se queja, aunque haga mal tiempo. Muchas veces le acompaña alguno de los niños.
Creo que más o menos esos son mis headcanon básicos :) Espero que te hayan gustado xDD
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Lo que no puede faltar en ninguna web
Beneficios, confianza y acción.
Sé que es muy básico pero sigue habiendo muchas páginas webs sin.
Demasiado básico y demasiado dañino.
Si en tu web falta alguno de estos 3 elementos estas perdiendo muchas oportunidades. Tantas como visitas se vayan sin comprar.
Lo que te explico [ocultar]
1 A quién va dirigida una página web
2 Qué debe transmitir una web
2.1 Beneficios
2.1.1 Cómo transmitir los beneficios
2.2 Confianza
2.2.1 Cómo transmitir confianza
2.3 Acción
2.3.1 Cómo transmitir la acción
3 Elementos para transmitirlo
3.1 La parte más importante de una web
3.2 Elementos a utilizar en la partes visible al entrar en la web
3.2.1 Título
3.2.2 Descripción
3.2.3 Elementos visuales
3.2.4 Llamada a la acción
3.2.5 Diseño
3.3 ¿Y en el resto de la página?
4 Conclusión
5 Albert Pont Catalán
A quién va dirigida una página web
Antes de entrar en materia quiero aclarar que en este artículo hablo de páginas webs que se dirigen a usuarios de internet que puedan querer comprar tus productos o contratar tus servicios.
Si tienes una web para enseñar a tus amigos y que digan que es muy bonita no sigas leyendo.
Dicho esto.
De ese posible cliente tienes que tener muy claro cómo es y qué lo mueve.
Para ello hay herramientas para analizarlo como el stack de persuasión (deseos velados, puntos de dolor y objeciones) que condensa muy bien todo lo que hay que tener en mente. No entraré en detalle aquí. Usa lo que te funcione para tener al cliente en mente.
La cuestión es que en todo momento nos tenemos que dirigir a este usuario.
Toda la web, desde el texto a las imágenes pasando por colores, menús… debe estar pensado para este internauta que llega a tu página (muchas veces no sabes cómo) y quieres que se interese por tu negocio.
Qué debe transmitir una web
Beneficios
Este usuario quiere lo que todos queremos.
Que le hablen a él o ella y le expliquen qué puede ganar él o ella con lo que hay en la web.
Qué beneficio saca de comprar o contratar.
Y esta percepción de ganancia para debe ser superior al coste que le suponga.
Y va a ser en unos pocos segundos en los que va a «escanear» la web para sacar su conclusión y decidir si sale en busca de otra alternativa o si se queda e indagar más en tu página.
Cómo transmitir los beneficios
Céntrate en cómo le hablas a un posible cliente en el día a día y trasládalo a la web.
Si tienes una tienda de alimentos ecológicos y entra un cliente ¿Le explicas corriendo que lleváis 3 generaciones vendiendo?
Si vas a realizar la reparación de una lavadora a un domicilio ¿Le dices en cuanto entras que sois un equipo multidisciplinar que realizáis todo tipo de reparaciones del hogar?
Son mensajes que sí que te puede interesar transmitir para mejorar su percepción del negocio pero no los expones inmediatamente después de saludar al cliente.
Confianza
Una vez convencido el usuario que el producto o servicio le aporta más de lo que le cuesta tiene que confiar.
Confiar que se trata de una web legítima.
Confiar en que lo que se explica es cierto.
Confiar en que se ajusta a la realidad.
En definitiva, confirmar que el beneficio esperado será real y el previsto.
Cómo transmitir confianza
Utiliza las mismas técnicas que ya usas en tu contacto directo con posibles clientes.
Explica las generaciones que lleváis a cargo de la tienda, algún detalle personal o del equipo del centro con el que pueda empatizar, que un producto o servicio gusta mucho, que tú lo usas…
Adapta estos mensajes respondiendo a lo que tranquiliza más a tus clientes. Debes cubrir las principales y dejar abierta la posibilidad de más aclaraciones.
Acción
Finalmente debemos indicarle qué acción debe hacer para conseguir sus beneficios.
Cuál es el siguiente paso para acercarse a estos.
Puede ser comprar, contactar, suscribirse… todo dependerá del objetivo de esa página web. Lo cual a su vez vendrá marcado por el tipo de producto (si es de compra impulsiva, su importe…).
Cómo transmitir la acción
Hay que incitar a realizar la acción que queremos pidiendo que la haga.
No hay que andarse con rodeos.
Lo importante es hacerlo en el momento adecuado. Una vez ya ha podido captar los beneficios y tener confianza en la web.
Al tratarse de apreciaciones personales habrá usuarios que necesitarán más detalles.
No hay problema.
Sigue con explicaciones hasta llegar a otro momento adecuado en el que pedir esa acción.
Y amplia el detalle si es necesario y pide de nuevo la acción varias veces si es necesario.
Elementos para transmitirlo
La parte más importante de una web
Una página web tiene muchos elementos en distintas partes.
Es especialmente importante aquella parte que queda visible en el momento de entrar ya que es la que se utiliza para tomar la primera decisión de quedarte o irte.
Si te quedas en la web seguramente mirarás lo que hay más abajo de esta primera impresión o harás click en algún enlace que te trasladará a otra página (en la que volverás a tomar la decisión de seguir o no).
Así pues debes poner en la «parte visible al entrar» («above de fold» en inglés) los elementos que transmitan los principales beneficios y la confianza.
Elementos a utilizar en la partes visible al entrar en la web
Para transmitir los beneficios, confianza y llamar a la acción en una web puedes utilizar varios tipos de elemento.
Además, cada elemento puede ayudar en más de uno.
Estos son los principales:
Título
Es el titular que debe aclarar al usuario o usuaria el beneficio que le va a aportar:
También da información a Google de lo que va la web y por tanto debería contener la palabra clave principal, añadida de forma que quede natural.
Se le puede añadir texto que ayude a generar confianza:
Con palabras que evoquen conceptos más amplios («platos cocinados como los hacía tu abuela»).
El tono de la comunicación de la web (distendida, cercana, formal…).
Descripción
Amplía la información del título para
Aclarar mejor los beneficios aportados.
Empezar a resolver al usuario o usuaria sus dudas, objeciones y puntos de dolor (para generar confianza).
Pueden empezar a apuntar la llamada a la acción.
Desarrolla la personalidad de la página web (que ya se empieza a transmitir en el título) que debe ser la del negocio físico. Sólo cambia el canal por el que se comunica, no su forma de hacerlo.
Elementos visuales
Me refiero a imágenes, vídeos, esquemas, logos, sellos…
Son muy útiles condensando los beneficios y enviando señales de confianza sobre aspectos muy concretos.
Llamada a la acción
Guían al usuario o usuaria sobre el siguiente paso que debería hacer para conseguir los beneficios prometidos.
Es muy importante que destaque para llamar la atención y acompañarlo con un texto que ayude a pulsarlo. Hay muchas de hacerlo y puedes potenciar los beneficios y la confianza, eso sí, en muy pocas palabras. De nuevo debes intentar transmitir el carácter de tu negocio.
Debería haber sólo 1 llamada a la acción por página, o al menos, sólo 1 o 2 visibles en cada momento. Sino no estamos dirigiendo al usuario, más bien le estamos creando dudas con demasiadas alternativas.
Diseño
La forma en que se muestran los textos, imágenes, esquemas, sellos… ayuda que se entiendan mejor los beneficios de la misma, se genere confianza y se incite a la acción.
Debe haber armonía y equilibrio entre todos estos elementos.
Mantenerlo simple permite guiar mejor al lector o lectora hacia la llamada a la acción. Evita que se despiste por el camino que le hemos preparado hacia lo que queremos que haga.
Ten siempre en mente que no te interesa que la web sea bonita sino que consiga los objetivos para lo que se ha hecho.
¿Y en el resto de la página?
Ya has convencido al usuario o usuaria y en vez de pulsar la llamada a la acción quiere saber más. Se desplaza hacia abajo más allá de la parte visible al entrar y sigue su investigación.
Le tienes que ampliar todo aquello que puede querer averiguar en este proceso.
Vuelve a tus apuntes de lo que tienes que tener en mente de tu cliente y entra en detalle para cada uno de los distintos aspectos en los que puede querer ahondar.
Puedes repetir en varios bloques la fórmula de profundizar sobre uno o varios aspectos y repetir la llamada a la acción. De forma parecida como lo harías en el trato cara a cara con el cliente.
Puedes hacerlo añadiendo una parte de preguntas y respuestas con las dudas más habituales que te llegan en tu día a día.
Una vez ya no puedes profundizar más ofrece una forma de contacto para aclarar lo que aún le hace dudar. Si ha llegado hasta aquí tiene realmente interés y es fácil que utilice ese canal.
Conclusión
Toda página web con intención de vender un producto o servicio debe ir dirigida a un perfil de usuario/a que quieres que se interese por tu negocio.
Debes conseguir transmitirle:
Los beneficios que conseguirá.
Confianza de que los conseguirá.
Que debe realizar una acción para conseguirlos.
Es el mismo proceso que en la venta del mundo real de ese producto, así que intenta trasladar tus conversaciones con tus clientes al mundo online.
Todo ello tiene que estar resumido en la «parte visible de la web» para que cuando un usuario o usuaria la escanee decida quedarse y seguir con el camino planteado (pulsar la llamada a la acción) o bien profundizar investigando más abajo de la página.
Todo esto es la base de toda página web para conseguir los objetivos con los que se ha creado. Los elementos de la misma deben contribuir en la medida que puedan a conseguirlos.Lo que no puede faltar en ninguna web
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Glee «A breakdown moment is totally allowed» Part III
Septiembre de 2040
-Princesa… tú y tus hermanos han sido lo más perfecto que he hecho en toda mi vida… —dijo Blaine acariciándole la cara. -¿Más perfecto que tu álbum recopilatorio?... —preguntó Lizzie divertida. -Mucho más… —respondió dándole un beso en cada mano— ¿de verdad vendrás seguido?... —añadió jugando con sus manos. -¡Obvio que si!, siempre estaré por aquí, aquí se come mejor que en cualquier restaurante, la lavadora es de las mejores y el sistema de sonido del televisor es incomparable, pero esa no es la razón más importante. -¿No? -No… -¿Y cual es? -Lo más importante es que aquí están todos los hombres que amo… —termino por decir Lizzie sonriendo casi tan maravillosamente como su «Papáblen» lo hacía. -Bonita… —dijo Blaine emocionándose, le pellizcó una mejilla y le desordeno un poco el pelo. -¡Ay «Papáblen»!... arruinas mi estilo… ¡hola!... —dijo de vuelta la chica acomodándose los rizos. -Lo siento Princesa… ¿ya están todos listos me dijiste? -Si… solo falta ese papel del demonio y nos podemos ir… -Ok… veré si el Papá lo encontró o necesita ayuda con eso… —sentencio caminando hacia la puerta. -Bien… yo veré que no se me quede nada de lo básico…—respondió mirando alrededor de su ya «ex dormitorio»— ¡y «Papáblen»!… gracias… —agregó sosteniendo el trozo de papel mural cerca de su corazón. -Gracias a ti Princesa por convertirte en la mujer que eres ahora… —dijo Blaine desde la puerta— nos vemos en un segundo… —termino por decir retirándose del todo.
-Estúpido papel… ¡estúpido papel!... —exclamo Kurt mientras registraba todos los cajones que había en el cuarto que compartía con su esposo. -¿Kurt?... —pregunto Blaine asomándose por la puerta como en cámara lenta, como si aquel sitio fuese el enésimo en donde buscaba. -¡Estoy aquí!… ¡con un demonio!... —repitió vaciando todo el contenido del cajón de su mesa de noche sobre la cama. -Y vaya si estas aquí… —dijo mirando el desorden. -No digas nada… por casualidad, ¿no has visto un papel un poco rosado?... —preguntó mientras movía cosas de un lado a otro. -¿Rosado? -Un poco rosado… se supone y lo tenia aquí y ahora no esta… -¿Que papel es?... —quiso saber Blaine comenzando a buscar también. -Es el «salvoconducto», se supone y debe tenerlo el conductor del camión por si lo piden en el «Queensboro Bridge»… juro y lo deje aquí… ¿tu no lo tomaste?.. -No… -¡Con un demonio!... —volvió a decir poniendo todo dentro nuevamente de cualquier manera. -Kurt… tranquilo, lo buscaremos los dos… ¿cuando fue la última vez que lo viste? -Antes de perderlo por cierto… disculpa… —dijo retractándose de inmediato. -No hay problema… yo creo acordarme que lo vi ayer… cuando llegue y tu estabas… viendo las cosas del seguro… ¿revisaste esa carpeta? -Por cierto que no… maldito papel hijo de… —respondió tragandose la grosería, se arremango la camisa, como si le fuera a dar una lección a aquel trozo de papel por esconderse donde no le correspondía, se encaminó al mueble respectivo y saco la carpeta, abrió los primeros dos compartimentos y encontrando la forma en el tercero, todo mientras Blaine juntaba un poco la puerta por si es que Noah decidía aparecer de improviso— ¡aquí esta!...—exclamó enseñando el papel «poco rosado»— eres un sol Blaine Anderson-Hummel… —el aludido hizo una especie de reverencia como concordando con aquello— y ahora si que podemos irnos… —agregó poniendo todo de vuelta en su lugar, Blaine se sentó en la cama y esperó pacientemente. -¿Listo? —pregunto después de la undécima vuelta de su esposo. -Todo listo… -Vamos entonces… —agregó levantándose. -Vamos… un momento… —dijo tomándolo de una mano— ¿tu estas bien? -¿A qué te refieres? -Me refiero a que hace un rato, Noah me dijo que te buscara en el estudio porque allí ibas cuando estabas triste… ¿lo estas? -La verdad es que si... -¿En serio? -Si… como bien dijiste si decirle adiós a Henry fue difícil, con Lizzie lo esta siendo tanto que creo que hasta me duele respirar… -Blaine… -Pero esta bien… se que no es nada físico… es solo… pena o angustia de alma… no se... pero Lizzie, que a todo esto no se como se entero de algo que te dije solo a ti… —Kurt se miró las uñas como aparentando ignorancia al respecto— me dijo que no me preocupara porque siempre estaría por aquí… porque aquí están los hombres que mas amaba... -¿Te dijo eso?... —pregunto Kurt mientras se aproximaba a él para abrazarlo a la altura del cuello. -Así es… —respondió Blaine sonriendo— así es que… —agrego poniéndole las manos en la cadera— si bien estoy triste, no es tanto como ayer… igual confío en que usted me haga sentir mejor luego que lleguemos de Sunnyside, Señor Hummel-Anderson… —dijo acariciándole el cabello de la frente. -Apueste sus mejores partes a que así será Señor Anderson Hummel… —respondió Kurt agarrándole el trasero, Blaine sonrió y le dio el beso que aquello ameritaba. -¡Ya están con eso!... juro que el señor del camión esta así de tirar todas mis cosas a la Fifth Av...—dijo Lizzie al sorprender a su padres en aquel momento romántico. -Gracias cariño por hacer cada vez más fácil el proceso de decirte adiós… —dijo Kurt apartándose de su esposo. -¡Ay Papá!..se que me vas a extrañar. me lo dijiste hace un rato… ¡hola! -Por supuesto que te lo dije… pero cada vez que interrumpes uno de mis momentos con mi esposo, no puedo recordar el por qué… -¡Papá! —exclamó Lizzie dándole un empujón divertido, Kurt exagero y se movió como dos metros a la derecha— ¿encontraste el papel famoso ese? -Lo encontré cariño… —respondió su Papá señalando su bolsillo. -Entonces vámonos… les juro que no miento sobre ese conductor «malas pulgas»… —agregó la chica gesticulando de manera exagerada. -Lizzie Anderson-Hummel… ¿aun no te subes al camión acaso?... —preguntó Noah llegando hasta donde estaban todos, vestía de lo más elegante y traía a «Desmond» entre sus brazos. -¡«Goblin»!, ¡estas super extra elegante!... ¡hola!... —exclamó su hermana llevándose las manos a la cara. -Es porque todos dijeron que era un dia especial y cuando es especial también es «eguelante»… —respondió Noah como sentenciando alguna máxima irrebatible. -Pues también lo creo… ahora si que vamos, insisto que no confío en ese conductor -¿Puedo irme contigo en el camión Lizzie Anderson Hummel? -¿Estas bromeando?, ese atuendo no es para un transporte tan rudo y mundano… mejor nos vamos en el auto con los Papás… y como no te veré en unos cuantos días… ¡te cargare hasta la salida!... —dijo Lizzie tomando a Noah en sus brazos, el pequeño río con ganas mientras sus padres intercambiaban miradas llenas de nostalgia.
-¿Segura y tienes todo cariño?... —pregunto Kurt saliendo del ascensor -Todo… ¡voy a decirle adiós al Señor Jenkins!… —exclamó dando un pequeño salto. -¡No te demores cariño!… —añadió su Papá quedándose junto a Blaine y Noah casi al lado de la puerta de entrada, la chica se aproximó a la estación de trabajo del portero del edificio y le dijo un par de cosas señalando la calle y a su familia, acto seguido rodeo el mesón y le dio un abrazo de lo más sentido, luego sacó algo de su bolsillo y se lo entregó a manera de regalo de despedida, el Señor Jenkins abrió la pequeña caja y se emocionó hasta las lágrimas, Lizzie le volvió a dar otro abrazo y volvió a donde sus padres. -Ay, creo que voy a vomitar… —dijo la chica poniéndose la mano en el pecho. -¿Acaso estas enferma Lizzie Anderson Hummel? —quiso saber Noah mirando a su hermana. -No «Goblin»… ¡ay que estupidez!… —añadió tragando saliva. -¿El Señor Jenkins te dijo algo?... —pregunto Kurt mirando al portero que en ese momento enjugaba sus lágrimas como con cinco pañuelos descartables— ¿que le regalaste? —agregó queriendo adivinar a la distancia. -Un «pin» de la NYU y una tarjeta de «gracias»... ¡ay que estupidez me dio!… —repitió echándose aire con las manos. -Mejor siéntate un momento Princesa… —dijo Blaine señalando los sillones del lobby. -No, si estoy bien… es que caí en la cuenta que cuando salga de aquí, empezaré a ser una «visita» en este edificio… ¡hola! —respondió haciendo un puchero. -Cariño… se lo dijimos a tu hermano y ahora te lo decimos a ti… tu nunca seras una «visita», esta siempre será tu casa… siempre… ¿verdad Blaine?... —dijo Kurt mirando a su esposo. -Muy verdad… Princesa, las puertas de nuestro hogar siempre estarán abiertas para ti… -¡Los super amo Padres!... —exclamó la chica abrazándolos a los dos al mismo tiempo— ¡y a ti «Goblin»!... —agregó volviendo a tomar a su hermanito en los brazos— gracias por todo, enserio… —dijo dándole un beso a todos— adiós casita… —añadió mirando a su alrededor— nunca olvidare la envidia que les provocaba a mis compañeros de clase el que viviera aquí… en especial a Alaska… —dijo soltando una risa traviesa— en fin… ���siguió diciendo al tiempo que dejaba a Noah de vuelta en el piso— solo lamento que ustedes se queden solos con el «Goblin» sin mi incomparable presencia… —dijo secándose unas lágrimas inexistentes. -Creo que sobreviviremos Princesa… —dijo Blaine acariciándole la espalda y parte de los rizos. -Si sobrevivimos a una cuarentena, por cierto que podremos sobrevivir sin ti cariño… -¿Una cuarentena?, ¿cuando paso eso?... -Hace unos cuantos años Princesa… -¿Y yo existía? -Aun no… solo éramos el «Papáblen», Henry y yo… estuvimos confinados al departamento… ¿cuánto tiempo fue Blaine?... -Dos semanas… -Vaya con esa historia… ¿tal vez podría venir a cenar el viernes para que me cuenten el resto?, ya saben para que me digan si no enloquecieron como «Jack Torrance» o algo... —dijo mirando a sus padres de manera alternada. -Imposible cariño, el próximo viernes hicimos planes para redecorar tu cuarto… vendrá un profesional y todo... -¿Enserio?... —dijo la chica queriendo llorar. -Por supuesto que no, estoy bromeando contigo cielo… puedes venir cuando gustes… —dijo Kurt pellizcándole ambas mejillas. -Oigan… no quiero interrumpir ni nada , pero creo que el conductor esta cada vez más arrepentido de haber aceptado este trabajo… —aseguró Henry señalando hacia atrás por sobre su hombro. -Vamos entonces… —dijo Kurt tomando a Noah de la mano, Blaine cogió la de él y ambos salieron enseguida de Henry, Lizzie dio por última vez un vistazo al edificio donde había vivido toda su vida y luego de soltar un poco de aire y decirle nuevamente adiós al Señor Jenkins, esta vez a la distancia, salió rumbo a su vida de adulta.
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