#la cruz blanca del bosque
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ignacionovo · 4 months ago
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¡Hola, buenos días, humanidad! 🌍 ¡Feliz lunes! 🌞 Hoy os traigo la panorámica de la Costa del Descubrimiento, una región en el estado de Bahía, Brasil, conocida por ser el lugar donde los exploradores portugueses, liderados por Pedro Álvares Cabral, llegaron en 1500, marcando el inicio de la colonización portuguesa en América.
Esta costa se extiende por varios kilómetros y abarca municipios como Porto Seguro, Santa Cruz Cabrália y Belmonte. Es famosa por sus playas de arena blanca, aguas cristalinas y paisajes exuberantes que combinan bosques tropicales con manglares.
Además de su belleza natural, la Costa del Descubrimiento tiene una rica historia cultural, con vestigios arqueológicos y sitios históricos que narran los primeros contactos entre los europeos y los pueblos indígenas.
Vida consciente 🌟
En un mundo de prisas y preocupaciones, olvidamos que él ahora es nuestro único tesoro. Un regalo que nos brinda la oportunidad de vivir con consciencia, de sumergirnos en la experiencia de estar vivos.
Es en este preciso instante donde nuestras decisiones y acciones tejen nuestro destino. Honrar el presente nos invita a aprovecharlo al máximo, a apreciar lo simple, a conectar con nosotros mismos y con los demás de manera profunda.
Aquí reside la verdadera felicidad, la paz interior y la realización personal. Cultivemos una mente presente, dejando atrás el pasado y las ansiedades del futuro, abrazando este único momento que realmente importa: el ahora.
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glauconaryue · 2 years ago
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Glauconar Yue: List of works
Novels
2007    El Empalador. Novel. Bizarro, Lima.
2017    Crónicas del templo negro. Novel. Luis Arbaiza, Lima.
2020    Das Herz des Zahnradmädchens. Novel. Epubli, Berlin.
Other Literature
2003    Poems in Elisión. Año 1, Nº 1 y 2. PUCP, Lima.
2008    Poems in Fósforo. College of the Holy Cross, Worcester MA.
2008    Poems in Poetas y Narradores del 2008. 3rd place in a contest. Ricardo Calderón, Miami.
2010    "Amor Puro“, poem in Golgota. Año 10, Nr. 22. Lima.
2011    "Kürbis, Kürbis, hüpf herum!“. Hörspiel. NSW-Anime Radio, Weddendorf.
2013    Poems in Richtungsding. Ausgabe VI. Dichtungsring, Düsseldorf.
2013    "Eterno despertar", Short story in 201. Altazor, Lima.
2013    "Evocaciones Literarias", Short story in Altazor. Año 1, Nº 5. Altazor, Lima.
2013-2014    "El magnífico mago Mystére", Series in Heroclash.
2015    "The Taming of the Snake", Short story in Relatos increíbles. Año 1, N.º 3. Acuedi, Lima.
2016    "La iglesia del padre Samael", Short story in El Bosque. Año 3, Nº8. Lima.
2017    "La chica más blanca del primer ciclo". With Carlos Carrillo. Short story in Nictofilia. Año 1, N.º 2. Cthulhu, Lima.
2017    "Bichos". Short story in Tenebra. Torre de Papel, Lima.
2018    "Coloquio demonológico entre Lilith e Ishtar". Poetic dialogue in Nictofilia. Año 3, Nº 4. Cthulhu, Lima.
2019    "Midnight Radio". Short story in Richtungsding. Ausgabe XII. Dichtungsring, Düsseldorf.
2020    "Transmutación". Short story in Perro negro de la calle. Año 4, N° 40. Lagos de Moreno.
2020    "Tres sonetos en honor a Sor Juana Inés de la Cruz". Poems in Pluma Literaria. Año 1, N° 10. Buenos Aires.
2021    "Segunda caída del templo de Entheria en su quinta edad". Short story in Relatos Increíbles. Año 5, N° 20.
2021    „Das bleiche Mädchen von Übersee“. In Zusammenarbeit mit Carlos Carrillo. Kurzgeschichte im Sammelband Dämonenliebe. Twilight-line, Wasungen.
2021    "La leyenda del Llantapa". Short sotry in Titanes. Aeternum, Lima.
2021    "Rencuentro fatal". Short story in Eros en el Averno. Cthulhu, Lima.
2021    "Guerra con Chile: Campañas terrestres". Chapter in Hiztoria del Perú. Sakra, Lima. 
2022     „Der Letzte Chaufa des Grafen zu Lerchenfeld“. Kurzgeschichte in der Zeitschrift Stadtrevue. Köln. 
2022    Poems in Un hogar llamado cuerpo. Poetas trans de AbyaYala. Pez en el árbol, Oaxaca.
2023     „Der Flug der Titania“. Rollenspielabenteuer im Almanach für die Gratisrollenspieltage. Redaktion Phantastik, Essen, und Pegasus, Friedberg.
2023 Poems in Queer: Nun Reden Wir. Linn Schiffmann, Dortmund.
Performances
2013    „Die Verwandlung“. Dramatische Lesung. Regie und Performance mit Tänzerin Mihyun Ko. Treibsand, Bochum.
2013    „A day, a Session, a Performance“. Tanzstück. Performance unter Regie von Lihito Kamiya. The Roof, Duisburg.
2014    „The Grave Tragedy of the Kitty [...]“. Tanzstück. Dramaturgie und Performance mit Choreograph Yuta Hamaguchi. Kunstraum, Düsseldorf.
2015    „DanKe“. Tanzstück. Dramaturgie mit Choreograph Yuta Hamaguchi. Kunstraum, Düsseldorf.
2016    „Algodón“. Intervention und Tamzperformance. Dramaturgie mit Tänzerinnen Magda Agudelo und Kathye Molina.  Theater der Gezeiten, Bochum.
2018    "La llave del conocimiento". Obra teatral. Guión y actuación junto con Julián Brock, Omar Valencia y Emelyn Yábar.  Atelier Automatique, Bochum.
2019    "Artsy Fartsy Ficki Facki". Theaterstück. Schauspieler unter Regie von Caroline Königs. Ruhr-Universität Bochum, Zeitmaultheater Bochum und Kunstwerkstatt Dortmund.
2019    "La leyenda de la monja alférez". Obra teatral. Guión y producción. Atelier Rottstr Hof, Bochum.
2019    "Collective Clips of Body Motion". Intermediales happening. Dramaturgie mit Choreographin Mihyun Ko. K21 Ständehaus der Kunstsammlung Düsseldorf.
2019    "The Fragment Show". Soundperformance. Konzeption und Lesung mit Musiker Nicolo Sommer. Bücher Ober, Düsseldorf.
2023 "24 Hours". Tanztheater. Dramaturgie mit Choreographen Mihyun Ko und Junghwi Park. Tanzfaktur, Köln.
Film / Video
2014    „Here to There“. Dramaturgie. Kurzfilm unter Regie von Lihito Kamiya. Bochum, Duisburg, Düsseldorf.
2015    „Heidelberg Variations“. Darsteller*in. Kurzfilm unter Regie von Lihito Kamiya. Heidelberg.
2016    „Lesen aus der Trinkhalle.“ Intervention und Video am „Tag der Trinkhallen“. Organisiert von der Literaturzeitschrift Richtungsding. Bochum.
2022     „Three Broken Dolls“. Videoperformance als Teil der Installation Queering Documentation: 1. Materiality. Seoul.
2022     "Discurso de transmutación alquímica". Videolesung als Teil der Kölner Literaturclips. Literaturhaus Köln.
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nadaesb · 10 months ago
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Cruz de Mayo
estoy escribiendo acuciada por la angustia que siento en la parálisis del diseño, en la parálisis del proceso creativo. no puedo diseñar el segundo piso porque no hice las preguntas suficientes y ya es demasiado tarde, mañana entrego. cómo fueron de torturantes esas entregas de taller. ese desvelarse uno dos tres cuatro cinco seis días. seis días de angustia. de no comer. de no dormir. de no vivir. de tener miedo a las notas. hoy me acusaba un rayo de sentimiento de esos años. recordé, mejor dicho, mi cuerpo recordó esos rrayos de terror que fue dormir si tratar de dormir demasiado, con la luz prendida, co la bulla de la computadora, de un cooler que nunca se apaga, por el miedo a apagar completamente y que pase las horas y que o haya resuelto el diseño y que me coma la culpa, la angustia. hoy pasó por mi cuerpo esos rayos, ya no como esos años, ya no tuvo frente a sí a esa chiquilla culposa, sintiéndose inservible ante la vida por o poder resolver un proceso de diseño. faltar a la universidad. sentir odio. sentir angustia. el suicidio. el fracaso. la indefensión. la vida universitaria. llorar de madrugada. ya no llorar. acumular sobre el cuerpo esas memorias. pesarse. pensarse sin futuro. qué corta era la vida entonces. qué poco se miraba. renunciar entonces. fumar entonces. elevarme sobre un monte. soluciones que ahora aplicaría. soluciones. soluciones: preguntar. oh! cómo sufrí esos años. cómo sufrió conmigo mamá al ver que las luces de mi cuarto nunca se apagaban. que el desorden crecía. qué fueron esas dimensiones demenciales de angustia. ahora escribo. ahora escucho musiquita. miro lo que he construido. no puede ser en vano. escribo a José. un poco quiero exorcizar esa angustia. un poco quiero que desaparezca. no es José a quien escribo, no es su cuerpo, es a su alma a quien escribo. a su alma en la niebla de Cruz de Mayo. a su alma en el sonido del río de Andamarca, tantas veces aparecido en sus sueños, en sus pesadillas, al remanso donde nadó, a los relámpagos con los que bajamos aquél día del bosque dorado, escribo a esa soledad, a esa no soledad, al desierto caluroso del Pachaccámacc, escribo a su alma de huayno, al alma que le heredó su viejito, su gran viejito en la sangre de Los Andes de Cruz de Mayo. te escribo, querido José, al sonido del río que hoy acompaña a tu padre, a los claveles roas y blancas que esta noche le perfuman el camino, a su presencia que hasta hoy estuvo contigo, y luego también pero de otras manera. no hay muerte como dijo su hermano. qué va pues, amigo, qué va, eso cómo lo sabemos nosotros, no? José? caminador de montañas? 13 de febrero del 2024. crisis de angustia en el proceso de disseño. pero a diferencia de hace 10 años. de hace 15. Blanca, ahora pregunta.
te extraño Abram. extraño no estar sola en el mundo. ojalá pudieras haber mirado lo que miro yo cuando me tengo mucho cariño. aquello quizá es solo vanidad. pero yo creo que soy hermosa. este día comprobé cómo es el alma, pues, que nunca es otra, que nunca es igual, en nadie. quién eres. se diluye tu imagen de mi cuerpo. se diluye tu imagen de mi mente. se diluirá como se diluyó gustavo. quizá no. porque con él nunca pude compartir mi alma como contigo, como con nadie. te extraño realmente. es el cuerpo es el respiro de una ilusión que ya se muere lo que hizo la tristeza un poco este día en mi cuerpo, pero no te preocupes, un poco nada más.
ultima vezña
https://www.youtube.com/watch?v=UyJtW9G-HDU&list=RDUyJtW9G-HDU&start_radio=1&rv=dN2xwUrMrNQ
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armatofu · 1 year ago
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Tenerife
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Disfruta de todo
Tenerife es la mayor y más poblada de las siete islas que componen el Archipiélago Canario; junto con las islas de La Palma, El Hierro y La Gomera forma la provincia de Santa Cruz de Tenerife, cuya capital, Santa Cruz de Tenerife, lo es también de la isla. Tiene 2.034 km²; de superficie y una forma triangular, alzándose en su centro el Pico del Teide, que con sus 3.718 metros es el punto más elevado de toda España. La abrupta orografía de Tenerife y su variedad de climas dan como resultado un territorio de múltiples paisajes y formas, desde el Parque Nacional del Teide con su amalgama de colores fruto de las sucesivas erupciones volcánicas, hasta los Acantilados de Los Gigantes con sus paredes verticales, pasando por zonas semidesérticas en el sur, o por ambientes de carácter meramente volcánico como es el Malpaís de Güímar. También cuenta con playas como la de El Médano, parajes protegidos como los de Montaña Roja y Montaña Pelada, fértiles valles como el de La Orotava, boscosos parajes de laurisilva en los macizos de Anaga y Teno con profundos y escarpados barrancos y extensos bosques de pino canario. El Pico del Teide es el símbolo de Tenerife por antonomasia. Su situación central, sus importantes dimensiones, su silueta y su paisaje nevado, lo dotan de una singular personalidad. Ya los aborígenes lo consideraban lugar de culto y adoración. Desde 1954 el Teide y todo el circo de su alrededor, está declarado como Parque Nacional. Además, desde junio de 2007 está incluído, por la UNESCO, dentro de los espacios Patrimonio de la Humanidad como Bien Natural.
Más información
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Símbolo
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s de Tenerife
Bandera
Sobre fondo azul, un aspa blanca cuyo ancho es una quinta parte de la anchura total del paño.
La bandera de Tenerife fue adoptada inicialmente en 1845 como bandera de matrícula de la provincia marítima de Canarias. Con la creación de la otra provincia, se quedó como bandera de la de Santa Cruz de Tenerife, para ser finalmente aprobada como bandera de la isla de Tenerife.
Aprobación: Orden Consejería de Presidencia y Justicia del Gobierno de Canarias de 9 de mayo de 1989 (BOC de 22 de mayo).
Escudo heráldico
Concedido por la Reina Doña Juana de Castilla mediante Real Cédula de 23 de marzo de 1510. Al ser la ciudad de La Laguna la capital de la isla durante los primeros tiempos tras la conquista, quedó convertido en emblema municipal de esta localidad. Al crearse en 1912 el Cabildo Insular, esta institución asumió el mismo escudo. De oro, una isla de sinople sumada de un volcán en su color escupiendo fuego, todo sobre ondas de azur y plata, adiestrado de un castillo de gules, siniestrado de un león de lo mismo y surmontado del Arcángel San Miguel en su color, llevando una lanza en una mano y un escudo en la otra. Bordura de gules, con la leyenda Thenerife Me Fecit. Cabildo Insular de Tenerife en letras de oro. Al timbre, corona real abierta. Para diferenciar su escudo del de la ciudad de La Laguna, el Cabildo Insular añade dos ramas de palma bajo la punta. Los elementos del escudo simbolizan la incorporación de la isla de Tenerife a la Corona de Castilla y León y su evangelización bajo la advocación de San Miguel.
Municipios de Tenerife
Adeje
Arafo
Arico
Arona
Buenavista del Norte
Candelaria
Fasnia
Garachico
Granadilla de Abona
La Guancha
Guí­a de Isora
Güí­mar
Icod de los Vinos
La Matanza de Acentejo
La Orotava
La Victoria de Acentejo
Puerto de la Cruz
Los Realejos
El Rosario
San Cristóbal de La Laguna
San Juan de la Rambla
San Miguel de Abona
Santa Cruz de Tenerife
Santa Úrsula
Santiago del Teide
El Sauzal
Los Silos
Tacoronte
El Tanque
Tegueste
Vilaflor
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noticiasdelcanar · 2 years ago
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Otro sujeto sentenciado a 29 años de cárcel
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El Tribunal Segundo de Garantías Penales del Cañar, acogió el pedido de Fiscalía y sentenció a Jonathan José Álvarez Cruz, a 29 años y 4 meses de privación de la libertad, como autor del delito de violación sexual en contra de una adolescente de 15 años, registrado el 23 de marzo de 2022, en la ciudad de Cañar. Además, el Tribunal dispuso al sentenciado cancelar un monto económico como reparación integral a la víctima. Durante la audiencia de juicio, el fiscal del caso demostró que el día del suceso, el ahora sentenciado con el uso de un arma blanca (cuchillo), amenazó de muerte a la joven y a un amigo, y les forzó a dirigirse a un bosque, en las afueras de la ciudad. En ese lugar, bajo intimidación y amenazas, obligó a los adolescentes a tener relaciones sexuales, y con su celular tomó fotos y grabo videos del acto. Posteriormente, le cubrió el rostro al joven con una chompa y violentó sexualmente a la menor. Luego de la agresión sexual, la adolescente llegó a su domicilio, e inundada en llanto contó a sus padres lo sucedido. Se presentó la denuncia en Fiscalía para que inicie la investigación. Al tratarse de un delito flagrante, la Policía Judicial, empezó el operativo de búsqueda, logrando la aprehensión del sospechoso. Entre las pruebas presentadas por Fiscalía constan: el testimonio anticipado de la víctima, valoración médico-legal y de entorno social, reconocimiento del lugar de los hechos, videos de la ruta por donde les llevó el ciudadano a los jóvenes, y más evidencias. El sentenciado cumple con la pena privativa de libertad en el Centro de Rehabilitación Social, de la ciudad de Cañar. Read the full article
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asttaeroth · 4 years ago
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Caperucita se come al lobo
Eran más de las cinco cuando mi mamá me pidió que le llevara a la abuela unos pasteles que había preparado. ¿Que vos preparaste?, dije. Mi mamá era una feminista de línea dura, socióloga, de esas que se sienten agredidas con la sola mención de las palabras cocina y mujer en la misma frase. Tenía tanto talento para la repostería como yo, que estudiaba ingeniería de sistemas, sentido poético. Bueno, admitió, los compré en la pastelería, y me pasó la caja.
La tarde estaba encapotada así que me puse mi impermeable rojo de caperuza. Mi mamá me miró burlona. Cuidado con el lobo, Caperucita, me dijo cuando salía. Yo la miré rayado. A ver si captaba que el chiste no me hacía la menor gracia.
El lobo era el nuevo vecino de enfrente y le decíamos así por “lobo”. Se ponía medias blancas y zapatos bicolores como los de jugar bolos. Se forraba el torso con camisetas de tela brillante y complicados motivos fluorescentes. Tenía un gimnasio en el garaje de la casa que dejaba abierto cuando se ejercitaba para que todo El Bosque, nuestro barrio, pudiera admirarle la frondosa musculatura.
Naturalmente mi mamá y yo asumimos que era narco. Nada de eso, nos dijo la abuela que, por su agitada vida social, se sabía la vida de todo el mundo. El lobo era el potentado de las salas de internet del norte de Cali: tenía más de 25 establecimientos entre Santa Mónica y La Flora. A la abuela, por supuesto, le pareció que el individuo era una curiosidad pintoresca que adornaría sus fiestas y, para mi horror, lo invitó a la siguiente que ofreció.
Desde el primer momento me puso los ojos encima. A cada rato me los encontraba, eran verdes, mirándome con una mezcla de cinismo y morbo. Entonces elaboraba una sonrisa retorcida y yo le volteaba la cara. Nunca intentó ponerme conversación ni me sacó a bailar. Por fortuna. La música lo arrebataba y alzaba los meñiques y animaba a su pareja zumbándole epa, mami, eeeso, así, así. Se dedicó a mirarme nada más, apostado contra las paredes, desde la pista de baile, en las esquinas, mientras botaba el humo de sus Kool Frozen Nights, mientras sorbía whiskey del vaso, mientras conversaba con alguien o frotaba a otra en un bolero lento.
Cuando vio que nos íbamos se abrió paso por la fiesta, como un tiburón, y le preguntó a mi mamá, a ella y no a mí, si quería que nos llevara en su carro. No, gracias, le dije yo y, sin más, agarré mi impermeable rojo de caperuza del perchero.
Mi mamá me alcanzó en la calle. Lloviznaba. Quiso saber qué me había hecho el tipo para tratarlo tan mal, parecía lista para uno de sus ataques de iracundia feminista. Pero yo estaba más iracunda. Me regué en una invectiva sobre lo lobo que era, la provocación de su mirada, la insistencia de su mirada, me explayé en el particular, le di ejemplos y todos los detalles explicativos y, como se me agotaron las injurias, volví a machacar sobre lo lobo que era. Mi mamá soltó la carcajada.
Qué, le dije. Ella se había parado, las manos en la cadera, los ojos vivos con un punto de socarronería. Qué, insistí. No puedo creer que no te des cuenta, me dijo. De qué, me impacienté. Siempre didáctica, en vez de responder a mi pregunta, mi mamá elaboró otra. Explicame una cosa, empezó suspicaz, ¿por qué sabés que te estuvo mirando toda la noche? Ella misma se respondió, sin darme tiempo de explicar nada: Porque vos también lo estuviste mirando, lo miraste tanto que hasta sabés qué marca de cigarrillos fuma y cómo baila, ja, se bufó. El odio que le tenés no es sino una máscara para tapar lo que realmente sentís. Suspiró, me miró a los ojos y finalmente sentenció: A vos ese lobo te encanta. Ahora me bufé yo. Ay, mamá, por favor. Ella estaba caminando otra vez, la seguí dando zancadas. Yo no soy tan sucia. Pero lo era.
Apenas salí de mi edificio con la caja de pasteles para la abuela oí el rugido a mis espaldas y se me aflojaron las rodillas. El lobo tenía un Dodge Dart del 82, largo y potente, ningún otro carro de El Bosque producía tanto estruendo. Ni tanto espanto, la cojinería era peluda y en el tablero tenía un perrito de adorno que movía la cabeza con el vaivén.
Desde la fiesta de la abuela me lo encontraba en todas partes. En el paradero del bus, en la panadería, cuando salía a caminar. O nuestros horarios habían empezado a coincidir misteriosamente o se la pasaba siguiéndome. Yo hacía todo lo posible por ignorarlo. Lo saludaba con sequedad y seguía mi camino.
El Dogde Dart me alcanzó y el lobo recostó el brazo en la ventanilla. ¿Qué se dice?, me saludó. ¿Cómo le va, Wilson?, dije lo más antipática que pude. Pero me descubrí mirando de reojo su brazo de macho cabrío. ¿Para dónde va tan solita? Los jeans le apretaban, hacían bulto. Para donde mi abuela, balbucí ya francamente embebida. La mano, cerrada sobre la palanca de cambios, era poderosa y nervuda. La barba, dura. La boca, gorda. Y esos ojos verdes.
Él se había dado cuenta del celo en mi mirada y se reía. ¿La llevo?, me preguntó todo convencido. No, le dije y me desvié rápidamente por un callejón de El Bosque que, si bien haría más largo el recorrido, solo admitía peatones. El lobo aceleró picado.
El Dogde Dart estaba parqueado en la esquina cuando llegué al edificio de la abuela. Pensé que el lobo estaría visitando a alguien que vivía en la misma cuadra. El portero me dejó subir sin anunciarme y timbré en el apartamento de la abuela. Está abierto, me dijo ella desde dentro con una voz más gutural que de costumbre.
Luego de la muerte de Celia Cruz a la abuela le dio delirio de Celia Cruz. Se ponía pelucas inverosímiles, vestidos de fantasía y gritaba azúcar con su ronquera de fumadora de toda la vida mientras bailaba guateque en tacones altos. Le hicieron exámenes de alzhéimer, arterioesclerosis cerebral y las demás variantes de la demencia senil. Dio negativo en todo. Así que no hubo forma de hacer que se moderara, las parrandas de la abuela eran salvajes.
Empujé la puerta, el apartamento estaba en penumbra. Percibí la silueta de la abuela sentada en la silla de mimbre que tenía forma de pavo real. Llevaba su levantadora chinesca y una peluca engargolada y fumaba con su larga pitillera en alto. No me extrañó encontrarla así.
Lo que sí me pareció inaudito fue que el cigarrillo despidiera un suave aroma mentolado, la abuela era adicta a los Pielroja sin filtro desde los dieciséis años. Le dije que mi mamá le había mandado unos pasteles y me hizo señas para que los pusiera sobre la mesa del comedor. Lo hice y me encaminé hacia la silla pavo real para escrutarla bien. Entonces noté las fluorescencias de la camiseta que llevaba debajo de la levantadora y los zapatos de jugar bolos. Se me pusieron los pelos de punta.
Pero ni por un segundo pensé en retroceder. Pensé en seguir el juego. Y me di cuenta de que ya no iba a seguir luchando en contra de mis impulsos.
Abuelita, le dije muy lentamente, quitándole la pitillera, qué ojos tan grandes tienes. Se quedó mirándome fijo: Son para verte mejor. Cuando me incliné para apagar el cigarrillo me acerqué a su oreja y le recorrí los pliegues. Abuelita, susurré, qué orejas tan grandes tienes. La piel se le erizó: Son para oírte mejor. Me estiré como un gato y le ofrecí el cuello. Abuelita, qué nariz tan grande tienes. Se metió en él y aspiró: Es para olerte mejor. Y fui cerrando la distancia entre mis labios y sus labios, pero no le dije abuelita, qué boca tan grande tienes, porque la que se lo iba a comer era yo. Lo besé. Le metí la lengua como una serpiente. La saqué.
Le desaté la levantadora y le bajé la cremallera de los jeans. Le cogí la verga y sentí en mis dedos el cosquilleo de un fluido que le subía. Eso me enloqueció, se le había puesto durísima. Él metió la mano por el impermeable. Me acarició las tetas y me pellizcó un pezón. Eso me enloqueció más. Me monté entre sus piernas, él buscó por debajo de mi falda y me corrió el calzón. Le apreté la verga, me la inserté. Solté un gemido y nos empezamos a mover. El polvo fue desesperado. Fue ávido. Fue duro. Fue delicioso. Nos vinimos juntos en una explosión como de juegos pirotécnicos. Y fue liberador: había cumplido una perversión.
Cuando acabamos no necesité mirarme al espejo para saber que tenía una sonrisa maliciosa de satisfacción puesta en la cara. En cambio, el lobo me estaba mirando enternecido. La quiero, me dijo.
No tuve tiempo de contestar porque la puerta del apartamento se abrió de golpe. Alcanzamos a separarnos antes de que se prendiera la luz. Me alisé la falda, él se cerró la levantadora. En la puerta, con los ojos desorbitados, estaba el vecino de la abuela.
Era tan viejo y exótico como ella. Se ponía camisas de leñador y botas de caucho para andar por el apartamento, lleno de plantas, como un vivero. Le salían pelos por la nariz y se cogía los tres que le quedaban en la cabeza en una cola de caballo.
¿Dónde está?, gritó. ¿Quién?, dije yo. Su abuela, respondió. El lobo le dijo que se estaba bañando. El viejo, todavía sospechoso, quiso saber por qué tenía puestas la levantadora y la peluca de la abuela. El lobo inventó que estábamos jugando a las charadas. Con mímica y disfraces, añadió. El viejo pareció serenarse, explicó que había oído unos ruidos muy raros salir del apartamento, como si alguien se estuviera sofocando. Entonces miró al lobo y me miró a mí. Antes de que pudiera hacer el cómputo dije que me iba a ver cómo estaba la respiración de la abuela. Acababa de salir de la ducha. Sin tacones, sin peluca ni maquillaje y envuelta en su toalla, la abuela se veía más vieja, pequeña y desamparada que nunca. Le di un beso, le dije que encontraría los pasteles que mi mamá le había mandado en el comedor. Ella me preguntó si me había divertido con la broma del lobo. Por toda respuesta, sonreí.
De vuelta en la sala, le dije al viejo que la abuela estaba respirando perfectamente. Miré al lobo y me despedí con un gesto. El lobo me siguió al corredor. ¿Hablamos mañana?, preguntó ansioso. Me le acerqué. Ya no me producía nada, ni siquiera una leve indisposición. Wilson, hombre, le dije poniéndole la mano en el hombro, lo que pasó estuvo muy bien, pero yo no quiero nada más con usted.
Tomado de 'Caperucita se come al lobo' de la escritora Pilar Quintana.
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voluntarismochilensis · 4 years ago
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The Pepper Country (chile pero en ingles)
Comunas de Santiago de chile :Jamestone's comunnes , Pepper country
1= lo barnechea , The Basement
2= vitacura ,Big stone
3= las condes ,The countesses
4= Provicencia = Providence (pro-vuh-dns)
5= la reina = The queen
6= Ñuñua = Yellow flowers Pl
7= Macul = White clay Pl
8= peñalolen= sheaf Valley
9= La florida = The flowerful  
10= Puente alto = High Bridge
11: Pirque = Miners zone
12= Huechuraba = clay maker place
13= Conchalí = bright valley (brait valley)
14= Independencia= independence (in-duh-pen-dns)
15= Recoleta = isolated PL
16= Santiago centro = Jameshire
17: Quilicura = Threestone
18: Renca = Herb plains
19: Pudahuel = Puddle Pl
20: Maipú: Plowed (plawd) Pl
21:Padre hurtado : St.Bert
22: San Bernardo = St. Bernie
23: La pintana = DuckField
24: lo espejo = Mirror Pl
25: El bosque = The Forest
26: La cisterna = The cistern
27: San Ramón = Saint Raymond
28: La granja = Farmers Pl
29= San joaquin = St.Kim
30: San Miguel = St.Michael
31: PAC = P.H.B (Peter Handsome bristle)
32: Cerrillos = Small Hills
33: Estacion central = Central Station
34: Lo prado = The Meadows(meh-dowz)
35: Cerro navia = Asturian Hill
36: Quinta normal = Fifth Normal
-------------------------------------- comunas de la Region de valparaiso: pass to heaven comunnes
Petorca: The pecks district
-Petorca:Peck shire
-cabildo: Hall town
La ligua: Rising sun village
-papudo: Big chin
-Zapallar: Pumpkin Pl
-------------------------------------------- San felipe de aconcagua: St.Phill viewpoint district
-San felipe: St.Phill shire
-catemu: Bonny Pl
-llay llay: Windy Ville
-panquehue: Flowery city
-putaendo: Cold springs
-Santa maria: St.Marie -----------------
Brighton district
san esteban= St.Stephen
Los andes = brighton shire
calle larga= Boulevard Town
Rinconada= Corner town
-------------------------- Quillota = Moon River
-Nogales: Walnut grove
-La cruz: The cross
-La calera: Lime quarry
-Hijuelas: Litle castle
-Quillota: Moon shire
------------------------------ valparaiso = Pass to heaven
puchuncavi = Party town
quintero= Celtic ville
concon= Midnight beach
viña del mar: Vineyard beach
valparaiso: Heaven shire
casablanca: Whitehause
San ferndandez: Ferdy islands
-------------------------- San antonio = St.Toni
algarrobo : Carob beach
el quisco: Owlstone beach (owl , A-ul)
el tabo: Coven beach (coven= kuh-vn)
cartagena: Newtown beach
santo domingo: St.Dominick
---------------------------------
Marga Marga= Flimsy grassland
-limache: Warlockstone
-Olmue: leafy Pl (Lify)
-villa alemana = German ville
-quilpue: turtledove Pl -------------------------------- Isla de pascua = Easter island
Terevaka = canoes Hills
hanga oteo= viewpoint bay
anakena= white cave
ovahe= Cliff bay
te pito kura : Healing sanctuary
papa vaka: Canoestone
poike: Echoes Pl
tongariki: Wind sanctuary
rano raraku: Grooved volcano
akahanga: sanctuary bay
vaihu: Hot waters Pl
vinapu: Cassanova bay
rano kau: Forest volcano
motu nui: Big island
orongo: Ceremonial village
ana kaitangata: Cannibals cave
hanga roa: Far bay
tahai: Sunset Pl
ana kakenga: Forbidden love cave
puna pau: Hats quarry
ana te pora: Canoes cave
ana te pahu: Urns sanctuary
ahu tapeu: Snake sanctuary
akivi: Ceremonial shrine
----------------- Region de tarapacá: Extended eagle state
iquique: Dream district
-iquique: Dream city
-alto hospicio: high hospice
-------------- Tamarugal: Prairie lands district
pozo almonte: Wells hills
camiña: Purple town
colchane: Grasstone
huara: Starstone
pica: Sandflower ville
------------- region de antofagasta: Hidden copper state
-antofagasta: Copper city
-mejillones: Mussels city
-sierra gorda: Fat saw city
-taltal: Night city
--------- El loa: Longest river district
-Calama: Water town
-Ollagüe: beatiful city
-san pedro de atacama: St.Peter
--------
Tocopilla: big ravine
-tocopilla: Ravine city
-maria elena: Mia city
comerse el morro. ------------------- Region de atacama: Black duck state
Chañaral: Geoffroea district
-chañaral: Geoffroea Pl
-Diego de Almagro: Red clay city ----- Copiapó: Colour district
-Copiapó: Blue city
-Caldera: Red city
-Tierra amarilla: Yellow city ----- Huasco: Valley district
-Vallenar: Ballenary
-Alto del carmen: South valley
-Freirina: Warrior priests city
-Huasco city: North valley ------------------------------------ Peacefull waters State (region de coquimbo)
Choapa= Golden District
Salamanca: Romanstone
Los vilos: Lord Willow Beach
Canela: Sunshine City
Illapel: Golden City ----- Peaceful´s river District
-Coquimbo: Peaceful city
-Andacollo: Golden king
-la higuera: Figtree city
-la serena: Pacific city
-paihuano: Sunny city
-vicuña: Wool city ------ White District
-Ovalle: Valley City
-Combarbalá: Duck city
-Monte patria: Mountain City
-punitaqui: Stony city
-rio hurtado: River City -------------------------- Region del libertador general Bernardo O’higgins : O´higgins State
Cachapoal=Greenish district
Rancagua: Canestone
codegua: Water Place
coinco: Sandstone
coltauco: Frogstone
doñihue: Pea city
graneros: Farmerstone
las cabras: Goat city
machali: Witches city
malloa: White grey city
mostazal: Mustard Pl
olivar: Olive Pl
peumo: Sunrise city
pichidegua: Mousestone
quinta de ticoco: stony water
rengo: Brave city
requinoa: Stoneville
san vicente de tagua tagua: St.Enzo ----------- Cardenal caro: Charlestone District
Pichilemu: Little forest
la estrella: Star city
litueche: Whitefield
marchigue: Claysoil
navidad: Chrismastone
paredones: Walltown ---------- Colchagua= Holy District
San fernando: Saint Ferdy
Chepica: Grasstown
Chimbarongo: cloudystone
lolol: Crabstone
nancagua: Gunneraceae
palmilla: Palmtree city
peralillo: Litletrees Pl
placilla: Litle square
pumanque: Condors Pl
santa cruz: Holy cross -------------------------- Maule= Rain River state
Cauquenes= Fisher district
Cauquenes: Fisherstone
Chanco: Aquaprings
Pelluhue: Turtle city ----- curico= Blackwater district
Curicó: Blackwater city
Hualañé: Duck Place
Licantén: Gemstone
Molina: Millersburgh
Rauco: Grey city
Romeral: Rosemary
Sagrada familia: Holy family
Teno: Burghstone
Vichuquén: Snake City ----- Linares= Clothes district
Linares: Clothburgh
Clobún: Wholeburgh
longaví: Snakeburgh
parral: Vineburgh
retiro: Restburgh
san javier: Neu Hausen
villa alegre: Happy ville
yerbas buenas: Plant city --------- Talca= Stormy District
Talca: Stormy city
constitucion: Constitution
curepto: Windyburgh
empedrado: Stonyburgh
maule: Rainstone
pelarco: Frostburg
pencahue: Pumpkintown
rio claro: Clear river
san clemente: St.Clement
san rafael: St.Toby ------------------------------ region del Biobio= River gossip state
Arauco= Grey district
-Lebu: Riverburgh
-Arauco: Greyburgh
-Cañete: Fisherburgh
-Contulmo: Stone city
-Curanilahue: Fordstone
-Los Álamos: Poplarstone
-Tirúa: The Meeting Pl ---------- River gossip district
-Los Ángeles: The Angels
-Alto Bío Bío: Highland
-Antuco: Hotsprings
-Cabrero: Goatburgh
-Laja: Slabstone
-Mulchén: Hawkstone
-Nacimiento: Jesusburgh
-Negrete: Niggaburgh
-Quilaco: Treewater
-Quilleco: Waterstone
-San Rosendo: St.Rudesind
-Santa Bárbara: St.Barbie
-Tucapel: Mudstone
-Yumbel: Saint Lucy ---------- concepcion= Saint District
Concepcion: Marieburgh
Chiguayante: Cloudyburgh
Coronel: Fredburgh
Florida: Flowerstone
Hualpén: Beautiful view
Hualqui: Creekstone
Lota: Litlestone
Penco: Water city
San Pedro: Saint Peter
Santa juana: St.Hanna
Talcahuano: Stormystone
Tomé: Tommyburgh ---------------- Region de la Araucanía: Clay waterlands State
Cautin: Iron district
Temuco: Myrtales
Carehue: Neu Deutshland
Chol chol: Thistlestone
Cunco: Clearwater
cararrehue: Sanctuarystone
Freire: Fryburgh
Galvarino: Cornville
Lautaro: Eaglestone
loncoche: Maineville
melipeuco: Crystal Waters
nueva imperial: Imperial city
Padre las casas: Tollystone
Perquenco: Grubby waters
Pitrufquén: Lisperguer
Pucón: Mountains Pl
Saavedra: Old Port
Teodoro schmidt: Theoville
Toltén: Sea ​​waves
Vilcún: Snakestone
Villarica: Richville --------------------- Malleco: Terracotta District
Angol: Steep place
Collipulli: Colourlands
Curacautin: Meetingstone
Ercilla:New Euskadi
Lonquimay: Main River
lumaco: Shinyburgh
purén: Swamplands
renaico: Cavewater Pl
traguén: Waterfall Pl
victoria: Victoryburgh --------------------------------- Region de Los rios= The Rivers State
Ranco= Stormy district
La union: Spiritburgh
Futrono: Smoke Place
Lago ranco: Stormy Lake
Rio bueno: Good River ---------- Valdivia= Ford District
Valdivia: Fordburgh
Corral: Barnyard Pl
Lanco: Calm waters
Los lagos: Lake city
Máfil: Tree rivers
Mariquina: Family valley
Paillaco: Lonely waters
Panguipulli: Cougarlands --------- Region de Los lagos= The Lakes state
Chiloe= Seagull District
Castro: Celticstone
Ancud: Saint Karl
Chonchi: Blackstone
Curaco de velez: Ravenstone
Dalcahue: Shipstone
Puqueldon: Toughstone
Queilen: Cypresstone
Quellon: Aristotelia
Quemchi: Rustyburgh
Quinchao: Duckstone ------------ Llanquihue= Atlatis District
Puerto Montt: Montain Port
Calbuco: Bluewater
Cochamó: Dawnburgh
Fresia: Albas place
Frutillar: Strawberry
Los muermos: Maizeburgh
Llanquihue: New Atlanta
Maullin: FullWater
Puerto varas: Stickport ---------- Osorno: St.Matt
Osorno: Mattburgh
Puerto octay: Oxport
Purranque: Reedstone
puyehue: Fisherlake
Rio negro: Nigga River
San juan: St.Hans
San pablo: St.Paul ------------- Palena= Spider district
Chaiten: Rainy Place
Futuleufú: Bigger River
Palena: Spiderburgh -------------------------------- region de Aysén = Fjord lands State
Aysen: Fjordstone
Cisnes: Swanstone
Guaitecas: Sutherland ------ capitan pratt: Prattshire district
-Cochrane: Cochrane
-O´higgins: O´higgins
-Tortel: Deep waters ------- General Carrera: Joe Mike district
-Chile chico: Litle Pepper
-Rio ibañez: Johnson river ------------ Magellan state
Antartica: New Iceland district
Cabo de hornos: New Amsterdam
Antártica: Antarctica ----------------- Magallanes: Fern district
Punta arenas: Sandy Point
Laguna blanca: White lagoon
rio verde: Green river
San Gregorio: Saint Greg ---------- tierra del fuego:Firelands district
porvenir: Omenstone
Timaukel: Holyland --------- ultima esperanza: Hope district
puerto natales: Jesuslands
torres del paine: Fitzroy bush -------
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todo-por-nada · 4 years ago
Quote
Mis besos lloverán sobre tu boca oceánica primero uno a uno como una hilera de gruesas gotas anchas gotas dulces cuando empieza la lluvia que revientan como claveles de sombra luego de pronto todos juntos hundiéndose en tu gruta marina chorro de besos sordos entrando hasta tu fondo perdiéndose como un chorro en el mar en tu boca oceánica de oleaje caliente besos chafados blandos anchos como el peso de la plastilina besos oscuros como túneles de donde no se sale vivo deslumbrantes como el estallido de la fe sentidos como algo que te arrancan comunicantes como los vasos comunicantes besos penetrantes como la noche glacial en que todos nos abandonaron besaré tus mejillas tus pómulos de estatua de arcilla adánica tu piel que cede bajo mis dedos para que yo modele un rostro de carne compacta                                                                   idéntico al tuyo y besaré tus ojos más grandes que tú toda y que tú y yo juntos y la vida y la muerte del color de la tersura de mirada asombrosa como encontrarse en la calle con                                                                              uno mismo como encontrarse delante de un abismo que nos obliga a decir quién somos tus ojos en cuyo fondo vives tú como en el fondo del bosque más claro del mundo tus ojos que tú no conoces que miran con un gran golpe aturdidor y me inmutan y me obligan a callar y a ponerme serio como si viera de pronto en una sola imagen toda la trágica indescifrable historia de la especie tus ojos de esfinge virginal de silencio que resplandece como el hielo tus ojos de caída durante mil años en el pozo del olvido besaré también tu cuello liso y vertiginoso como un tobogán inmóvil tu garganta donde la vida se anuda como un fruto                                                             que se puede morder tu garganta donde puede morderse la amargura y donde el sol en estado líquido circula por tu voz y tus venas como un cogñac ingrávido y cargado de electricidad besaré tus hombros construidos y frágiles como la ciudad                                                                         de Florencia y tus brazos firmes como un río caudal frescos como la maternidad rotundos como el momento de inspiración tus brazos redondos como la palabra de Roma amorosos a veces como el amor de las vacas por los terneros y tus manos lisas y buenas como cucharas de palo tus manos incitadoras como la fiebre o blandas como el regazo de la madre del asesino tus manos que apaciguan como saber que la bondad existe besaré tus pechos globos de ternura besaré sobre todo tus pechos más tibios que la convalecencia y que pesan en el hueco de mi mano como la evidencia                                                              en la mente del sabio tus pechos pesados fluidos tus pechos de mercurio solar tus pechos anchos como un paisaje escogido definitivamente inolvidables como el pedazo de tierra donde habrán                                                                      de enterrarnos calientes como las ganas de vivir con pezones de milagro y dulces alfileres que son la punta donde de pronto acaba chatamente la fuerza de la vida y sus renovaciones tus pezones de botón para abrochar el paraíso de retoño del mundo que echa flores de puro júbilo tus pezones submarinos de sabor a frescura besaré mil veces tus pechos que pesan como imanes y cuando los aprieto se desparraman como el son                                                                      en los trigales tus pechos de luz materializada y de sangre dulcificada generosos como la alegría de aceptar la tristeza tus pechos en donde todo se resuelve donde acaba la guerra la duda la tortura y las ganas de morirse besaré tu vientre firme como el planeta Tierra tu vientre de llanura emergida del caos de playa rumorosa de almohada para la cabeza del rey después de entrar a saco tu vientre misterioso cuna de la noche desesperada remolino de la rendición y del deslumbrante suicidio donde la frente se rinde como una espada fulminada tu vientre montón de arena de oro palpitante montón de trigo negro cosechado en la luna montón de tenebroso humos incitante tu vientre regado por los ríos subterráneos donde aún palpitan las convulsiones del parto de la tierra tu vientre contráctil que se endurece como un brusco                                                           recuerdo que se coagula y ondula como las colinas y palpita como las capas más profundas del mar océano tu vientre lleno de entrañas de temperatura insoportable tu vientre que ruge como un horno o que está tranquilo y pacificado como el pan tu vientre como la superficie de las olas lleno hasta los bordes de mar de fondo y de resacas lleno de irresistible vértigo delicioso como una caída en un ascensor desbocado interminable como el vicio y como él insensible tu vientre incalculadamente hermoso valle en medio de ti en medio del universo en medio de mi pensamiento en medio de mi beso auroral tu vientre plaza de todos partido de luz y sombra y donde la muerte trepida suave al tacto como la espalda del toro negro de la muerte tu vientre de muerte hecha fuente para beber la vida                                                                   fuerte y clara besaré tus muslos de catedral de pinos paternales practicables como los postigos que se abren sobre                                                                       lo desconocido tus muslos para ser acariciados como un recuerdo pensativo tensos como un arco que nunca se disparará tus muslos cuya línea representa la curva del curso de los tiempos besaré tus ingles donde anida la fragilidad de la existencia tus ingles regadas como los huertos mozárabes translúcidas y blancas como la vía láctea besaré tu sexo terrible oscuro como un signo que no puede nombrarse sin tartamudear como una cruz que marca el centro de los centros tu sexo de sal negra de flor nacida antes que el tiempo delicado y perverso como el interior de las caracolas más profundo que el color rojo tu sexo de dulce infierno vegetal emocionante como perder el sentido abierto como la semilla del mundo tu sexo de perdón para el culpable sollozante de disolución de la amargura y de mar hospitalario y de luz enterrada y de conocimiento de amor de lucha a muerte de girar de los astros de sobrecogimiento de hondura de viaje entre sueños de magia negra de anonadamiento de miel embrujada de pendiente suave como el encadenamiento de las ideas de crisol para fundir la vida y la muerte de galaxia en expansión tu sexo triángulo sagrado besaré besaré besaré hasta hacer que toda tú te enciendas como un farol de papel que flota locamente en la noche.
Tomás Segovia
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translucent-serendipity · 4 years ago
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El corzo (Capreolus capreolus)
El corzo es un pequeño cérvido cuya área de distribución se extiende desde Europa occidental, hasta el norte de China. [1]
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Fig 1: Corzos hembra (izquierda) y macho (derecha), Segovia, 2015. [3]
En estado adulto (Fig. 1) tiene una altura en la cruz de unos 75 cm como máximo y un peso de entre 20 y 30 kg. Los machos presentan cuernas pequeñas de tres puntas, que mudan cada año a principios del invierno.
Su pelaje es pardo-rojizo en ambos sexos durante el verano, volviéndose grisáceo en invierno, al tiempo que aparece una mancha blanca sobre la grupa (Fig. 2). [1]
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Fig 2: Corzos hembra (izquierda) y macho (derecha), mostrando la variación estacional en la coloración. [4]
Se alimenta de hojas de arbustos y árboles bajos, además de bayas y brotes tiernos. Sus excrementos son cilíndricos, tendiendo a ser alargados, pequeños, de color negro brillante, con un extremo que suele acabar en punta (Fig. 3). Los encontraremos en el interior de las masas boscosas con lo que no cabe posibilidad de confusión con ovejas u otro tipo de ganado. [2]
Sus huellas son muy pequeñas (4 cm. aprox.), con la punta muy afilada, los cascos suelen formar una forma de corazón invertido característica en el corzo. [2]
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Fig. 3: A) Huella delantera de macho adulto. B) Huella trasera se macho adulto. C) Huella delantera de hembra adulta. D) Rastro del paso de macho adulto (en negro huellas traseras). E) Excrementos de macho de unos dos años: e1) sueltos; e2) aglomerados. [5]
El corzo es un animal tremendamente adaptativo, pudiendo vivir tanto en bosques cerrados, como en amplias praderas. Es una especie solitaria, a diferencia de la mayoría de cérvidos europeos, que son gregarios, con gran capacidad de adaptación, facilitada por la falta actual de predadores naturales, excepto el ser humano.
Prefiere paisajes con un mosaico de bosques y tierras de cultivo, con estratos arbóreo, arbustivo y herbáceo, y por ello está bien adaptado a las zonas agrícolas modernas.
Sus hábitos son crepusculares, es decir, es activo preferentemente al anochecer y al amanecer, cuando las temperaturas son más suaves, viéndosele rara vez durante el día, que suele pasar escondido entre la espesa vegetación o en lugares deshabitados. [1]
Los machos en celo emiten unos ladridos roncos (berrea) muy característicos (Víd. 1). [4]
Víd. 1: Ladridos de corzo. Catalunya, 2021. Elaboración propia.
Bibliografía:
1. Capreolus capreolus. (Sin fecha). Wikipedia. Recuperado el 9 de febrero de 2021 de https://es.m.wikipedia.org/wiki/Capreolus_capreolus
2. García, J. (2011). Rastros de corzo Capreolus capreolus. Recuperado el 9 de febrero de 2021 de https://web.archive.org/web/20110907051844/http://www.barbastella.org/mastozoologia/corzo_capreolus_capreolus.htm
3. Lacruz, J. (2015). Capreolus capreolus. Wikimedia Commons. Recuperado el 9 de febrero de 2021 de https://commons.m.wikimedia.org/wiki/File:Corzo_24-10-2015_5.jpg#mw-jump-to-license
4. Llobet i François, T., Fèlix, J. (2009). Flora i fauna del Parc Natural Montseny (p. 95). BRAU edicions, Figueres.
5. Rodríguez, F. L. (1972). Reptiles y mamíferos ibéricos (p. 201). Libro joven de bolsillo/Doncel, Madrid.
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objetosimaginarios · 4 years ago
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A Greek Verse for Ophelia
The afternoon I knew your death–
the summer’s purest, the almonds
had grown up to the sky,
and the loom halted in the rainbow’s
ninth colour. How, by the white rim, did
her movement go?
How was your flight by that thread woven
which gave almost the name of destiny?
Only the clouds uplifted in the light
told everybody’s writing, the ballad
of who has seen a kingdom and
another kingdom and remains
within the fable. They carried
your body, snow between dust branches
that have already heard the song and keep
peace of the nightingale among the tombs.
I shut the garden gates, the
castle’s high windows. Indeed I grudged
the troubadour, transmuting wood
to water, flower and lute, entry.
He sang his song; time has unravelled what
the Lord has ravelled, silver tapestry
already happening, moonlit wandering,
yet returning to the skein. Alone
you may find the shape that awaits you.
I don’t know what blue was, there and then, lonely,
I don’t know what forest imparted to
the bitter moon its enchantment, the sunflower found
under the ship on voyages that recall
the Mediterranean clear waters.
The afternoon I knew you
were leaving was death’s purest: you
were in my memory talking to me
among the lilies, in some lines by
Saint John of the Cross. What sky was there,
what hand knit slowly, what songs
brought the pain, the marvel
that is awed of being at that hour
in which the moon burst on the almonds
and burned down the jasmines. You came
by the side of the sea from where a song
is heard, perhaps from a drowning
virgin, as your steps on the land.
Then you departed through my soul, you queen
of ancient fables, dust kindred to those ships
that once seeded from sandal-
-wood and cedar the wine sea.
Alone you travelled, beautiful, in silence,
stone-beautiful; in your shoulder
a violin stopped in its tracks. The almonds in
the courtyard and the jasmines announced
a summer storm. The sky
shattered my house’s mirror, death
resounded deep in the cistern. I was
thus lost in that fiery bramble, in which
our memory conceals our loved ones.
I wore blue mourning and remained alone
“on the eve of the longest day”.
Giovanni Quessep
Traducción de Felipe Botero.
Un verso griego para Ofelia
La tarde en que supe de tu muerte
fue la más pura del verano, estaban
los almendros crecidos hasta el cielo,
y el telar se detuvo en el noveno
color del arco iris. ¿Cómo era
su movimiento por la blanca orilla?
¿Cómo tejió tu vuelo de ese hilo
que daba casi el nombre del destino?
Sólo las nubes en la luz decían
la escritura de todos, la balada
de quien ha visto un reino y otro reino
y se queda en la fábula. Llevaron
tu cuerpo como nieve entre la rama
del polvo que ya ha oído el canto y guarda
la paz del ruiseñor de los sepulcros.
Cerré la verja del jardín, las altas
ventanas del castillo. Apenas quise
dejar que entrara el trovador que hacía
agua y laúd y flor de la madera.
Dijo su canto: el tiempo ha destejido
lo que tejió el Señor, tapiz de plata
que ya sucede y anda por la luna,
tapiz que a la madeja vuelve. Sola
podrás hallar la forma que te espera.
No sé que azul de pronto estuvo solo,
no sé cuál bosque dio a la luna amarga
su sortilegio, el girasol hallado
bajo la nave en viajes que recuerdan
las claras aguas del Mediterráneo.
La tarde en que yo supe que te ibas
fue la más pura de la muerte: estabas
en mi memoria hablándome, olvidada
entre las azucenas y en un verso
de san Juan de la Cruz. Qué cielo había
qué mano hilaba lenta, qué canciones
traían el dolor, la maravilla
que se asombra de ser en esa hora
en que estalló la luna en los almendros
y quemó los jazmines. Tú venías
por el lado del mar donde se oye
una canción, tal vez de alguna ahogada
virgen como tus pasos en la tierra.
Luego te fuiste por mi alma, reina
de fábulas antiguas y de polvo
semejante a las naves que sembraron
de sándalo y de cedro el mar de vino.
Solo te ibas, bella y en silencio,
bella como la piedra; había en hombro
un violín apagado. Los almendros
del patio y los jazmines anunciaban
una tormenta de verano. El cielo
quebró el espejo de mi casa y honda
sonó la muerte en el aljibe. Estuve
así, perdido en esa zarza ardiente
que en la memoria oculta a los que amamos.
Vestí de luto azul y quedé solo
“en vísperas del día más extenso”.
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incorrectkarmaland · 5 years ago
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Heartstrings:
¿Que otra opción tenemos?
Violett se encontraba sola. La mente de Merlon parecía haber vuelto a estar estable, ¿Pero por cuánto tiempo? Se entretuvo mirando varios recuerdos en los que ella y sus amigos aparecían, pero no encontró la salida.
Cuándo se sentó en el suelo, vio el recuerdo de los Evils roto en el suelo. Como un marco. Se acercó y, al recogerlo, también recogió un trozo de cristal desperdigado.
¿Que pasaba si moría?
Se acercó el trozo de cristal a su muñeca, dejando que el frío material rozase su piel rosada. En el último momento se arrepintió, tirando el cristal muy lejos de ella.
Recogió la foto del recuerdo. Cuando fue a apoyar su dedo contra esta, notó como la foto se abría, formando una clase de portal parpadeante, inestable. Rápidamente el portal desapareció.
El recuerdo estaba roto, pero podía arreglarse. La pequeña se sentó con el recuerdo en mano. Lo puso entre sus dos manos y cerró los ojos. Notó como una energía descendía desde su mente hasta las palmas de sus manos, como un fuego arrasando el bosque.
Cuando abrió los ojos, la foto levitaba en sus manos. Estaba rasgada, de la descarga de ira que Violett había sufrido anteriormente. Vivi tapó la raja con sus dos manos. Esta vez la descarga de energía se extendió por todo su cuerpo, y también la sala. Fue como una onda expansiva que hizo temblar los demás cuadros/recuerdos.
De Violett salió un aura blanca, y cuando miró entre sus manos, la foto volvía a ser una sola. Había arreglado el recuerdo. Podría encerrarlos allí de nuevo.
De repente, el recuerdo se la tragó. Devolviéndola a aquel destruido y arrasado Karmaland, antes de la onda de ira de la joven.
En el Karmaland normal;
Vegetta llegó al sitio de la pelea. E!Luzu mantenía a Luzu en una posición inferior, acorralandolo cada dos por tres. Evil!Auron y Auron estaban luchando como iguales. Lolito y su respectivo Evil parecían dos bestias sueltas luchando a matarse por el territorio. Como dos osos en todo su esplendor. Cuando uno de ellos le golpeaba al otro, este se la devolvía con más fuerza.
Cuando Vegetta fue a dar un paso hacia adelante, una flecha fue a atravesarle el pecho. Este la detuvo agarrándola a pocos metros de su corazón.
Cuando levantó la cabeza y vio a aquel hombre tan parecido a él, frunció el ceño y apretó tanto los puños que partió la flecha en dos.
— Te voy a enseñar por qué no tienes que tocar a mis hijos. — Dijo antes de dispararle otra flecha.
Su Evil esquivó todas dando saltos y piruetas, quedando frente a frente con Veg. Este lanzó un puñetazo, el cual el Evil esquivó. El otro aprovechó su ventaja para darle una patada en el estómago a Vegetta, quién salió volando.
Vegetta se levantó de un salto, pero Evil!Vegetta ya estaba allí. Le dió tal puñetazo en la cara que Vegetta hizo un agujero en el suelo.
Rubius, quién estaba ocupado con su Evil, lo vio de reojo. Aprovechó para agacharse en el momento en el que E!Rubius le lanzaba una cuchilla, clavandola en la espalda de E!Vegetta.
— ¡Idiota! — Dijo este antes de quitarse la cuchilla.
Eso fue una ventaja para Vegetta, quién, como si se tratase de una brisa, ya se había movido, saltando justo encima de su Evil.
Le dió una patada en la mandíbula, casi rompiendosela. Metió el pie entre los dos suyos y después lo deslizó, haciendo que E!Vegetta perdiese el equilibrio. Cuando cayó, Vegetta lo fue a rematar de un puñetazo, pero E!Vegetta rodó en el momento oportuno para esquivarlo.
Aprovechó y le dió un rodillazo en la cara a Vegetta, quién cayó rodando a un lado. Este le dió una patada a E!Vegetta en los pies, tumbandolo de nuevo.
Estaban completamente igualados, luchaban de manera táctica y con estrategia, no daban un golpe en vano.
Esa pelea era vida o muerte.
Mientras tanto, Willy entraba a la iglesia. Se colocó en uno de los bancos e hizo lo que nadie lo había visto hacer en la iglesia, hincó rodilla.
Cuando se arrodilló junto las manos y cerró los ojos. Cuando habló, su voz parecía cargada de desesperación.
— Dioses de Karmaland, que siempre nos escuchan y ayudan. Complacen nuestros deseos y satisfacen nuestra hambruna. Combaten lo que nos amenaza y curan nuestras heridas más profundas. — Hizo una pequeña pausa. — Se que yo no soy el más indicado para pediros nada, pero ya no soy solo yo.
Willy miró la pulsera que llevaba en la muñeca, hecha por Zeus cuando esté era pequeño. Tragó saliva.
— Hay vidas inocentes en peligro por vuestra culpa. Vosotros creasteis esas aberraciones, así que vosotros tenéis que solucionarlo.
Nadie contestó. Willy se mordió la lengua, conteniendo su impulsividad.
— Nos creasteis para proteger Karmaland de monstruos. De amenazas externas que pudiesen hacer daño a los habitantes del pueblo. Pero mucho hemos tardado en darnos cuenta de que los monstruos sois vosotros. — No pudo contenerlo más. — Los encerrasteis sabiendo que podían salir y matarnos perfectamente. No los destruisteis, los dejasteis libres. Matáis por matar, ¿Os divierte? Lo entiendo, a mí también me divertía.
Cogió la pulsera y la puso frente a la cruz.
— Pero esto, esto que me disteis cambió mi perspectiva de la vida. No podéis quitármelo, a ninguno.
Tras un gran silencio, la grave y profunda voz de los dioses hizo aparición en aquella iglesia.
— Si dejáis que su oscuridad os consuma, seréis parte de ella. Acabarán con todo lo que jamás habéis querido y arrasaran vuestros hogares. Sin embargo, cuando la oscuridad acecha, la mensajera de la luz deberá romper sus cadenas y hacer una decisión.
Willy frunció el ceño, claramente confundido ante el acertijo. Los dioses hablaron una última vez.
— Convivir con la oscuridad, o desafiar a la mismísima naturaleza.
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lrcraven · 4 years ago
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Los Misterios Iniciaticos del Mago Merlin y el Rey Arturo
Los estudiosos que durante décadas han estado debatiendo si el rey Arturo existió realmente o no, y que continúan sin encontrar pruebas consistentes de que fuera una figura histórica (lo cual parece que no les desmoraliza), han caído en el mismo error en el que cayeron los católicos, que se tomaron y siguen tomando el mito de Jesús al pie de la letra, ignorando su simbolismo.
Están perdiendo el tiempo.
La leyenda del rey Arturo es eso, una leyenda, simbolismo religioso puro y duro. Es como si nos pusiéramos a debatir si Zeus ¿ vivió realmente en el monte Olimpo ?.
A diferencia de lo que la mayoría cree, las leyendas artúricas tienen poco que ver con la mitología celta, y mucho con el gnosticismo. Aunque se basaran en antiguas historias britanas, fue en Francia donde adquirieron su forma definitiva, en la misma época y en la misma región en la que aparecieron los cátaros (los gnósticos medievales por excelencia). Chrétien de Troyes fue el principal responsable de este fenómeno, y curiosamente la ciudad de Troyes era el bastión más importante del catarismo en el norte de Francia… Pero la gente sigue sin ver el mensaje subyacente en la leyenda artúrica, pues la mayoría no están familiarizados con los secretos de la Gnosis y los símbolos que ésta emplea. Aunque una vez que uno tiene en su poder las claves para descifrar el misterio, enseguida se ve la verdadera naturaleza del mensaje. El significado oculto de la historia del rey Arturo y sus caballeros es el siguiente:
El rey Arturo, que casi nunca protagoniza las aventuras caballerescas que se narran en su corte, simboliza a Dios, aparentemente ausente de este mundo; mientras que su consorte, la reina Ginebra, es la Diosa, la Gran Madre Sofía, el Espíritu Santo (el nombre de Ginebra significa precisamente espíritu puro). El caballero Lanzarote, amante de Ginebra, simboliza al hijo-amante de la Diosa, es decir, es su ángel predilecto, Lucifer, "el portador de luz" (como Lanzarote es el portador de la lanza, símbolo del rayo de luz que ilumina al místico). Los demás caballeros de la Mesa Redonda son los ángeles de los coros restantes. Mordred, celoso de Arturo y Lanzarote (pues también desea a Ginebra), es el ángel traidor, Satán, que origina la guerra y la muerte.
El inocente Perceval, en la versión de Chrétien de Troyes y sus continuadores, y posteriormente Galahad, el caballero sin mancha, esperado por todos como el salvador que dará fin a las aventuras más extrañas, son figuras mesiánicas que simbolizan a Jesús.
De todos los caballeros que parten a la búsqueda del Grial, Perceval o Galahad (según la versión) es el único que consigue llegar hasta el final, es decir, el único que alcanza la Gnosis. Merlín, el mago por excelencia (además de vidente y místico), es el hombre que ya ha alcanzado la Gnosis con anterioridad (por eso no participa en la búsqueda del Grial, ya que no le hace falta), el maestro espiritual que instruye a los demás y tiene el poder de obrar magia de origen celestial sobre el mundo terrenal. Se le presenta como hijo de un demonio y una monja, es decir, reúne en su figura los contrarios, reconciliándolos. La historia de cómo fue hechizado por la belleza de la Dama del Lago simboliza el amor del sabio gnóstico por Sofía (pues la Sabiduría es la fusión del amor y el conocimiento).
La ambigua Morgana, su rival (pero también su amante), es su contrapartida femenina, la bruja por excelencia, a veces practicante de magia blanca, y a veces de magia negra. Por otra parte, es su condición de mujer enamorada la que guía buena parte de sus actos; en su intenso amor por Lanzarote puede verse el mismo amor que siente cada bruja por Lucifer, el ángel caído.
La Mesa Redonda, como el círculo del Zodíaco, representa el infinito, el Universo; y es también la hermandad espiritual de las almas (los caballeros-ángeles). La legendaria corte de Camelot es "el reino de los cielos" del que hablaba Jesús en sus enseñanzas.
La leyenda artúrica del Grial procede del gnosticismo primitivo. Los gnósticos del Imperio Romano celebraban ritos que incluían un banquete sagrado similar al de la Última Cena; su vasija sagrada era el krater, o cáliz. ¿Cómo fue la primera aparición del Grial ante los caballeros de Arturo? Surgió cubierto por un velo, justo en el centro de la Mesa Redonda, cuando estaban todos reunidos disfrutando de un banquete como Jesús y sus discípulos en la Última Cena. Pero fue algo efímero, pues el Grial no tardó en esfumarse. Arturo ordenó entonces a sus caballeros partir en su búsqueda, búsqueda cuyo fin era retirar el velo del Grial para que el reino, yermo, floreciera de nuevo. Dicho reino es interior: es el reino del alma, necesitada del renacimiento espiritual para ir más allá del velo que supone el mundo material. Los caballeros deciden cabalgar en solitario, pues ir en grupo habría sido vergonzoso. Cuando todos se hubieron puesto sus armaduras, "se adentraron en un bosque [el mundo material], desde diferentes puntos, donde les pareció que era más frondoso, por todos aquellos lugares donde les parecía que no había sendero alguno". Empezaron, de esta manera, su viaje espiritual como individuos.
Las armaduras de los caballeros simbolizan los cuerpos físicos de los que se revisten las almas angélicas en el mundo material. En sus aventuras, los caballeros-ángeles se topan continuamente con la Diosa, que aparece bajo diferentes aspectos. A veces la Diosa es Cundrie, el espíritu de la naturaleza, mensajera del Grial que lleva una capucha negra. Otras veces es un hada que se encuentran en medio del bosque, la cual les otorga algún tipo de poder o conocimiento, ayudándoles en su búsqueda. Con frecuencia, la Diosa adopta el aspecto de una "damisela en apuros" que requiere su ayuda, encarnando en este caso a la Sofía hija atrapada en este mundo. Otras veces es una bruja vieja y horrible con colmillos de jabalí.
En un relato, esta bruja horrorosa le exige al rey Arturo el matrimonio con Gawain en pago por haber resuelto un acertijo, salvándole al rey la vida. Gawain, al besarla con desgana en la noche de bodas, descubre atónito que la bruja se convierte ante sus ojos en una mujer hermosa. En resumen, la Sabiduría hace llegar a los caballeros su llamada, y éstos se convierten en sus amantes. Disfrazada de vieja bruja, los conduce a abrazar su propia oscuridad, transformándola a través del amor. Al final de la búsqueda les revela el tesoro secreto del Grial, el cáliz que rebosa comida para todos y la visión de la reunión del alma con su fundamento divino.
Esta visión otorga la experiencia de unidad, tan anhelada, sanando así toda herida y calmando toda tristeza. Como dicen Anne Baring y Jules Cashford en su obra capital El mito de la diosa: ¿Qué es entonces el Grial, sino la vasija inagotable, la fuente de vida que continuamente se genera, energía derramándose sobre la creación, energía como creación, la fuente inextinguible del ser eterno? Había habido antes otras imágenes de la fuente de la creación; sin embargo, ningún mito había vinculado esa imagen con el desbordamiento espontáneo de un corazón individual (el del caballero), convirtiendo el Grial externo en consustancial con el instante interno en que se convierte en vida dentro del ser humano.
El caballero que alcanza el Grial es el ser humano liberado de las ataduras que lo amarran a las costumbres tribales propias de la mayoría. Es el caballero que sirve al mundo a través del amor individual, siguiendo su propio corazón a dondequiera que le lleve.
Al principio ese caballero solía ser Perceval. El trovador y caballero templario Wolfram von Eschenbach revelaba en su obra Parzival el origen del Grial (según los gnósticos): durante el descenso de Lucifer a este mundo, una esmeralda que adornaba su frente se desprendió y cayó a tierra, siendo recogida por Adán, que la esculpió en 144 facetas.
Sus descendientes la heredaron, es decir, heredaron la Gnosis, pues los secretos del cielo estaban contenidos en esta esmeralda (son los secretos que Lucifer transmitió al hombre). En tiempos de Jesús, se supone que José de Arimatea mandó esculpir un vaso en la esmeralda de Lucifer, y que éste sería el famoso Grial, con el que José recogió la sangre que manaba de las heridas de Jesús en la cruz (el simbolismo "sanguíneo" es una forma de decir que José era pariente de Jesús, por lo que al ser del mismo linaje también estaba en posesión de la Gnosis). Tras la muerte de José, el Grial sería custodiado por sus descendientes, que llevarían sucesivamente el título de Rey Pescador (pescador de almas, como se decía de Jesús). Su último descendiente sería Galahad.
En cuanto a la figura luciferina de Lanzarote, es precisamente su amor por Ginebra la causa de su caída, es decir, de la pérdida de su reputación de "caballero perfecto" (la misma pérdida que sufrió Lucifer-Azazel, al que pasó a considerarse erróneamente un demonio a raíz de su amor por las mujeres). Esta caída provoca su expulsión de la corte, es decir, del cielo. El celoso Mordred (Satán), rechazado por Ginebra, es quien pone al corriente a Arturo del amor entre la reina y Lanzarote, originando la guerra en el reino. Cuando la facción de Mordred quiere ajusticiar a Ginebra, apresándola y atándola a un poste para quemarla como se hacía con las brujas (la misma humillación que sufre Sofía a manos de los ángeles celosos), Lanzarote acude en su rescate, liberándola y matando a varios de sus antiguos compañeros. En la división de los caballeros de la Mesa Redonda en dos bandos enfrentados, los partidarios de Mordred y los de Lanzarote, se ve la misma división que hubo en los cielos cuando Satán se rebeló… Además, durante esa guerra que divide el reino, Arturo se ausenta de Camelot para combatir, por lo que su sobrino Mordred se convierte en regente en ausencia del rey… Mordred es, por tanto, el Demiurgo que reina sobre el Mundo Material en ausencia (aparente) de Dios. Falsifica cartas en que se anuncia la muerte de Arturo y por las que se atribuye el trono (como Yahvé, que afirma ser Dios) y a la deseada Ginebra, a la que asedia en una torre… asedio que sólo rompe cuando Arturo se da cuenta de quién es el verdadero enemigo, enfréntandose a él en la batalla final. Dicha batalla entre Arturo y Mordred, es decir, entre el Bien y el Mal, es la del Juicio Final. Mordred muere, y Arturo también… pero a diferencia de Mordred, el cuerpo de Arturo es llevado a la isla mágica de Avalon (cuyo n
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armatofu · 1 year ago
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La Gomera
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Naturaleza y magia
La Gomera tiene una superficie de 369,76 km²; y su punto más alto es el Garajonay, con 1.487 m de altitud. Es una isla de forma redondeada y con unos 12 millones de años de antigüedad. También es conocida La Gomera como la isla colombina, porque fue lugar de avituallamiento de Cristóbal Colón antes de partir al Nuevo Mundo. La isla cuenta con el Parque Nacional de Garajonay, declarado en 1981 y posteriormente designado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad. Garajonay alberga una joya natural propia del Terciario, el bosque de Laurisilva. El Parque puede recorrerse fácilmente gracias a los numerosos senderos que lo atraviesan. La Gomera, al igual que el resto de las Canarias, es una isla volcánica, pero los episodios de este tipo pueden considerarse extintos en ella, teniendo lugar los últimos hace unos dos millones de años. Debido a esta falta de erupciones en época reciente, la erosión del agua ha trazado numerosos barrancos y en la costa ha delineado prominentes acantilados. Ejemplo de ello es el espacio natural protegido de Los órganos, en el norte de la isla, dentro del término municipal de Vallehermoso.
Más información
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Símbolos de La Gomera
Bandera
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La bandera de La Gomera se presenta dividida en tres franjas verticales, la central blanca y de una anchura del doble de cada una de las otras dos, de color rojo. En el ángulo superior izquierdo, un gánigo en su color sobre la silueta de la isla en blanco, y una vela cuadrada blanca con una cruz patada verde. El gánigo (recipiente de barro típico de la cultura aborigen canaria) sobre la silueta de la isla simboliza la herencia aborigen de la cultura gomera, y la vela con la cruz representa las carabelas de Colón que hicieron escala en la isla, por lo que se la conoce como "la isla colombina". La enseña de La Gomera fue aprobada por el pleno del Cabildo Insular con ocasión del Día de Canarias, el 30 de mayo de 1999.
Escudo heráldico
El escudo de La Gomera es de gules, con dos calderos de oro. Bordura de gules con doce calderos de oro. Al timbre, corona condal. Reproduce las armas del linaje Herrera, quienes ostentaron el título de condes de La Gomera, como refleja la corona.
Aprobación: Orden Consejería de Presidencia del Gobierno de Canarias de 25 de junio de 1999 (BOC de 2 de agosto).
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cuadernodeliteratura · 5 years ago
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«Aké», Wole Soyinka.
Aké ya no es más que un terreno extendido y ondulante. Fue algo más que una mera lealtad a los te­rrenos de la vicaría lo que dio origen a un enigma, y a un resentimiento, a que Dios escogiera contemplar desde arriba su propia avanzada de religiosidad, los terrenos de la vicaría, desde las alturas profanas de Itoko. Claro que existía el misterio del establo del Jefe, donde vivían los caballos cerca de la cima del cerro, pero más allá aquel camino mareante seguía subiendo y subiendo, de un mercado ruidoso a otro, y contemplaba desde arriba Ibarapa e Ita Aké, y más allá hasta los lugares más recónditos de la vicaría en sí.
Los días de niebla, la cuesta que subía hasta Itoko se juntaba con el cielo. Si bien era posible que Dios no viviera efectivamente allí, no cabía duda de que donde primero había descendido era a aquella cima, de que después había dado un único paso gigan­tesco por encima de los mercados tumultuosos —que osaban vender en domingo— hasta llegar a la Iglesia de San Pedro, y que después había llegado a los terrenos de la vicaría a tomar el té con el Canónigo. Quedaba el pequeño consuelo de que, pese a la tentación de lle­gar a caballo, no se había parado primero a ver al Jefe, que se sabía era pagano; desde luego, al Jefe nunca lo veíamos en la iglesia más que en los aniver­sarios de la coronación del Alake. Por el contrario, Dios llegaba directamente a la Iglesia de San Pedro a los oficios matutinos, hacía una breve parada duran­te los oficios de la tarde, pero reservaba su presencia más exótica y formal para los oficios vespertinos, que en honor suyo siempre se celebraban en idioma in­glés. En los oficios vespertinos, el órgano adquiría una sonoridad oscura y ahumada, y no cabía duda de que el órgano iba adaptando sus sonidos normales para acompañar a las respuestas sepulcrales del propio Dios, con su timbre de egúngún [Ceremonia ancestral de varias máscaras], a las plegarias que se le ofrecían.
La residencia del Canónigo era la única que po­día alojar al Invitado semanal. Para empezar, era el único edificio de un piso de toda la vicaría, cuadrado y sólido como el propio Canónigo, lleno de ventanas negras con marcos de madera. BishopsCourt tam­bién era un edificio de un piso, pero en él no vivían más que alumnos, de manera que no era una casa. Desde el piso de arriba de la casa del Canónigo casi se podía mirar directamente a los ojos paganos de Itoko. Estaba en el punto habitado más alto de los terrenos de la vicaría y casi miraba por encima de la puerta principal de éstos. Tenía la espalda vuelta al mundo de los espíritus y de los ghommids [Espíritus de los árboles que, según se cree, también pueden vivir en tierra]  que ha­bitaban el denso bosque y que perseguían hasta su casa a los niños que se habían aventurado demasiado lejos en busca de leña, setas y caracoles. El edificio cuadrado y blanco del Canónigo era un baluarte contra la amenaza y el asedio de los espíritus del bosque. Su muro trasero demarcaba el territorio de aquéllos y les impedía tomarse libertades con el mundo de los seres humanos.
Las aulas de la escuela primaria eran las únicas que compartían aquella proximidad al bosque, y por la noche estaban vacías. Encerrada por muros rugosos y encalados, por las traseras sin ventanas de las ca­sas, por túmulos de piedras que en vano trataban de oscurecer los árboles gigantescos, la vicaría de Aké, con sus tejados de plancha ondulada, tenía el aspecto de una fortaleza. A salvo en su interior, bajábamos o subíamos según nos apetecía por planos imbricados, superpuestos, por pendientes de peñascos que caían a pico, entre matojos de monte bajo y por en medio de huertos de frutales que aparecían repentinamente. Por todas partes había plantas de quingombó. El aire se llenaba del perfume de los limoneros, las guayabas, los mangos, se ponía pegajoso con la resina del bum-bum y las secreciones del árbol de la lluvia. Los re­cintos escolares estaban rodeados por aquellos árbo­les de la lluvia, con sus anchas ramas que esparcían sombra. Por encima de las acacias se erguían los pinos aciculares, y los bosques de bambú siempre nos po­nían nerviosos; si las serpientes monstruosas pudieran escoger, seguro que los matorrales de bambú serían su residencia ideal.
Entre el lado izquierdo de la casa del Canónigo y los campos de juego de la Escuela estaba el Plantío. Era demasiado variado, demasiado profuso para lla­marlo jardín, o ni siquiera huerto. Y en él había plan­tas y frutas que convertían al Plantío en una exten­sión de las clases de Historia Sagrada, las lecciones o los sermones de la iglesia. Había una planta de hojas moteadas blancas y rojas a la que llamábamos lirio de Cana. Cuando clavaron a Cristo en la Cruz y de sus heridas saltó la sangre, unas cuantas gotas se que­daron pegadas en las hojas del lirio y lo estigmatiza­ron para siempre. Nadie se molestaba en explicar la causa de las abundantes manchas blancas que también aparecían en cada una de las hojas. Quizá tuvieran que ver con el lavado de los pecados en la sangre de Cris­to, que dejaban incluso las manchas más oscuras del alma de una persona blancas como la nieve. También había la fruta de la Pasión, producto de otra parte de la misma historia, y que sin embargo no nos gus­taba a ninguno de los niños. Era agradable frotarse la palma de la mano con su turgente piel verde, pero al madurar se ponía de un amarillo marchito, y su ter­sura se hundía como las caras de los ancianos de am­bos sexos a los que conocíamos. Y apenas si era dul­ce, con lo cual no pasaba por la prueba infalible de lo que era una fruta de verdad. Pero el rey del plantío era el granado, que no era producto de una semilla de la iglesia de piedra sino más bien de la lírica Escuela Dominical. Pues era en la Escuela Dominical donde se contaban las historias de verdad, las historias que vi­vían realmente por sí solas y que traspasaban la fron­tera del tiempo de los domingos o de las hojas de la Biblia y penetraban en el mundo de los países, los hombres y las mujeres de fábula. El granado tenía una producción de lo más mezquino. No rendía su fruto, aparentemente duro, sino muy de tarde en tar­de, pese a la paciencia con que lo cuidaban las manos y la cara de venas abultadas pertenecientes a alguien a quien sólo conocíamos por el nombre de Jardinero. Jardinero era la única persona en quien se podía con­fiar para que compartiese aquella rara fruta entre la banda, pequeña y fiel, de observadores del granado, pero aunque nos diera el trozo más pequeño, servía para trasladarnos al mundo ilustrado de la Historia Sagrada. El granado era la Reina de Saba, rebeliones y guerras, la pasión de Salomé, el Sitio de Troya, el elogio de la belleza en el Cantar de los Cantares. Aquella fruta, con su aspecto y su tacto pedregoso, abría las cuevas de Ali Baba, sacaba al genio de la lámpara de Aladino, tocaba las cuerdas del arpa que devolvió la cordura a David, separaba las aguas del Nilo y llenaba nuestra vicaría de incienso procedente del sombrío templo de Jerusalén.
Jardinero decía que sólo crecía en el Plantío. El granado venía de fuera de la tierra del negro, pero algún obispo anterior, un hombre blanco, había traí­do las semillas y las había plantado en el Plantío. Preguntamos si aquéllo era lamanzana, pero Jardine­ro se echó a reír y dijo que no. Y añadió que aquella manzana tampoco se encontraría en la tierra del ne­gro. Pensábamos que Jardinero era un ignorante. Era evidente que la granada era la única manzana que podía hacer perder a Adán y Eva las delicias del pa­raíso. Había otra fruta a la que nosotros también lla­mábamos manzana, suave pero turgente, con una piel de un rosa pálido y bastante jugosa. Antes de que lle­gara la granada se le había asignado la identidad de la manzana que acabó con la pareja desnuda. El primer mordisco de granada sirvió para desenmascarar a la impostora, a la cual sustituyó.
En la higuera habitaban bandadas de murciéla­gos, cuyas deyecciones llenas de semillas cubrían las piedras, las praderas, los senderos y los arbustos antes del amanecer. Había un tilo, suave e inmenso, al bor­de del campo de juegos del lado del recinto del li­brero, que desafiaba al harmattan[ viento muy cálido y seco]; llenaba los terre­nos de la vicaría con un concierto infatigable de pája­ros tejedores.
Algo terrible ha ocurrido en los terrenos de la vicaría de Aké. La tierra está erosionada, las praderas agostadas y de sus techumbres, que antes eran tan discretas, ha desaparecido todo misterio. Antes, a cada nuevo día aparecía un lugar nunca visto, un montoncillo de piedras, un seto y una colonia de caracoles. El esqueleto del automóvil no se ha movido de su punto de partida, donde los niños nos metíamos en él para hacer viajes a lugares fabulosos; ahora no es más que un cadáver, con sus ojos convertidos en huecos oxidados, su cara de dragón hundida por la pérdida progresiva de los dientes. Del incinerador abandona­do, con sus malas hierbas tan grandes y sus serpientes relucientes, no queda más huella que un montón de barro. Las casas supervivientes, casas que formaron los baluartes de la vicaría de Aké, se han convertido en cajas de embalar, en medio de un paisaje vacío, lleno de chirridos, desnudo y sin nervios.
Y también han desaparecido las sensaciones de antes. Incluso las praderas abiertas y los anchos cami­nos, bordeados de piedras encaladas, lirios y matojos de citronela que cambiaban de naturaleza según las estaciones, según que fuera día de semana o domingo y que fuera mediodía o el atardecer. Y los ecos que re­botaban en los muros de la parte baja de la vicaría iban adquiriendo nuevas tonalidades con las estacio­nes, cambiaban al irse vaciando las praderas cuando las escuelas cerraban por vacaciones.
Si yo me echaba boca arriba en la pradera de­lante de nuestra casa, mirando al cielo, con la cabeza en dirección a Bishops Court, cada una de mis piernas apuntaba a los recintos internos de la Vicaría Baja. La mitad de la Escuela Anglicana de Muchachas ocupaba uno de aquellos espacios inferiores, y la otra mitad había pasado a ocupar Bishops Court. La parte inferior contenía las aulas para las niñas más pequeñas, una residencia, un pequeño plantío de papayas, guayabas, algo de bambú y malas hierbas. En la estación de las lluvias siempre se encontraban caracoles. En el otro recinto bajo estaba el librero de la misión, un hombre­cillo arrugado, casado con una esposa muy tranquila sobre cuya inmensa espalda todos nosotros habíamos, en algún momento, dormido o contemplado el mundo. Su recinto se convirtió en un atajo hacia la carretera que conducía a Ibará, Lafenwá o Igbéin y su Escuela Media, dirigida por Ransome-Kuti quien vivía en ella con su familia. El recinto del librero contenía el único pozo de la vicaría; en la estación seca nunca estaba vacío. Y sus tierras parecían ser las únicas que pro­ducían cocoteros.
Bishops Court, de la Vicaría Alta, ya no existe. A veces aparecía allí el Obispo Ajayi Crorwther entre dos arbustos de hortensias y buganvillas, un rostro de gnomo con ojos saltones cuya fotografía oficial habíamos visto por primera vez en el frontispicio de su biografía. El maestro nos dijo que había vivido en Bishops Court, y a partir de aquel momento empezó a contemplarnos entre las plantas siempre que yo pa­saba junto a la casa a llevar un recado a nuestra Tía Abuela, la Sra. Lijadu. Bishops Court se había conver­tido en dormitorio anexo a la escuela de las niñas y en un campo de juego más para nosotros durante las vacaciones. El Obispo estaba sentado, en silencio, en el banco que había bajo el porche de madera sobre la entrada, con las túnicas todas enredadas entre los ta­llos cada vez más largos de la buganvilla. Cuando los ojos se le convirtieron en meras cuencas me acerqué más a él. Entonces mis ideas se desviaron hacia otra fotografía en la cual él llevaba un traje de cura, con chaleco, y yo me preguntaba dónde mantenía en reali­dad el extremo de la cadena de plata que le desapa­recía en el bolsillo. El me sonreía y decía: «Acércate, que te lo enseño.» Cuando yo avanzaba hacia el por­che él iba sacando la cadena hasta extraer un reloj de bolsillo totalmente redondo que brillaba como plata maciza. Apretaba un botón que tenía en la tapa y ésta se abría y no revelaba el cristal y la esfera, sino un espacio profundo lleno de nubes. Después me gui­ñaba un ojo y éste se le caía de la cara al hueco del reloj. Guiñaba el otro y éste se reunía con su compa­ñero dentro del reloj. Volvía a tapar el reloj, volvía a hacer un gesto con la cabeza y ésta se quedaba calva, le desaparecían los dientes, y la piel se le iba estirando hasta que quedaban al aire los pómulos blancos. En­tonces se ponía de pie y tras volverse a meter el reloj en el bolsillo del chaleco, daba un paso hacia mí. Yo huía a casa.
A veces parecía que Bishops Court quería rivali­zar con la casa del Canónigo. Parecía ser una casa-bar­co, pese a su protección de piedras encaladas y de flores relucientes, a su fachada de madera tallada casi total­mente sumergida entre buganvillas. Y también estaba bajo la sombra de aquellos peñascos omnipresentes, entre cuyas hendiduras crecían milagrosamente árboles altos de grandes copas. Iban llegando las nubes, y los peñascos se confundían en la habitual turbulencia gris de ellas, y después los árboles se mecían adelante y atrás hasta quedar suspendidos sobre Bishops Court. Aquéllo sólo ocurría cuando había grandes tormentas. Bishops Court, al contrario que la casa del Canónigo, no daba a las peñas ni a los bosques. Estaba separada de ellos por los campos de juego de las niñas, y sa­bíamos que aquella separación siempre había existi­do. Era evidente que los obispos no sentían inclina­ción a desafiar a los espíritus. Sólo podían hacerlo los vicarios. El que el Obispo Ajayi Crowther me hubiera hecho salir muerto de miedo de aquel recinto con sus extrañas transformaciones sólo servía para confirmar que los Obispos, cuando morían, se iban al mundo de los espíritus y los fantasmas. Yo no podía creer que el Canónigo se fuera a ir deshaciendo así ante mis ojos, ni tampoco el Rev. J. J. que había ocupado an­tes aquella casa, hacía muchos años, cuando mi madre era todavía una niña como nosotros. De hecho, en sus tiempos J. J. Ransome-Kuti había rechazado a varios ghommids; mi madre lo confirmaba. Era su sobrina nieta, y hasta que vino a vivir a nuestra casa, había vivido con la familia del Rev. J. J. También su her­mano Sanya había vivido allí, y todo el mundo reco­nocía que era un oró, de modo que se sentía en casa en los bosques, incluso de noche. Sin embargo, en una ocasión debe de haber ido demasiado lejos.
—Ya nos habían visitado antes para quejarse —decía ella—. Claro que no entraban de hecho en el recinto, sino que se quedaban en el borde, donde termi­naba el bosque. Su jefe, el que hablaba, lanzaba chis­pas de la cabeza, que parecía ser una esfera toda de ascuas, no (estoy mezclando dos ocasiones) aquello fue la segunda vez, cuando nos persiguió hasta casa. La primera vez no hicieron más que enviar un emisario. Era muy negro, bajito y de gesto adusto. Vino hasta el patio y se quedó allí mientras nos ordenaba que llamásemos al Reverendo.
»Era como si el Tío hubiera estado esperando aquella visita. Salió de la casa y le preguntó qué que­ría. Nos amontonamos todos en la cocina a mirar fur­tivamente.»
—¿Qué voz tenía? ¿Hablaba igual que un egún-gún?
—Eso viene ahora. Aquel hombre, … bueno, supongo que habría que decir que era un hombre… No era del todo humano, y se le notaba. Tenía la cabeza demasiado grande y siempre miraba al suelo. Enton­ces dijo que había venido a acusarnos. No les impor­taba que fuéramos al bosque ni siquiera de noche, pero no querían que entrásemos en ninguna parte más allá de las peñas y del bosquecillo de bambú junto al arroyo.
—Bueno, y, ¿qué dijo el Tío? Y no nos has dicho qué voz tenía.
Tinu me echó su mirada de hermana mayor.
—Deja que Mamá termine la historia.
—Quieres saberlo todo. Muy bien, hablaba exactamente igual que tu padre. ¿Estás contento?
No lo creí, pero lo dejé pasar:
—Sigue. ¿Qué hizo el Tío Abuelo?
—Nos llamó a todos y nos dijo que no volvié­ramos a aquel sitio.
—¡Pero volvisteis!
—Bueno, ya conoces a tu Tío Sanya. Se había enfadado. Para empezar, los mejores caracoles son los que hay al otro lado del arroyo. Así que siguió queján­dose de que aquellos oró estaban siendo unos egoístas, y diciendo que iba a enseñarles quién era él. Y eso fue lo que hizo. Una semana después, más o menos, nos volvió a llevar allí. Y la verdad era que tenía razón. Llenamos una banasta y media de los caracoles más grandes que habéis visto en vuestra vida. Bueno, para entonces ya nos habíamos olvidado del aviso, había una luna muy grande, y además ya os he dicho que el propio Sanya es un oró…
—Pero, ¿por qué? Parece normal, como tú y como nosotros.
—Todavía no lo comprendes. En todo caso, es un oró. Así que con él nos sentíamos a salvo. Hasta que de pronto empezó a brillar a lo lejos una especie de luz, como una bola de fuego. Aunque todavía esta­ba muy lejos, no parábamos de oír voces, como si en torno a nosotros hubiera un montón de personas que gruñeran lo mismo. Decían algo así como: «Niños tercos e insolentes, os hemos avisado y avisado, pero no queréis escuchar…»
La Cristiana Salvaje miró por encima de nues­tras cabezas, frunciendo el ceño para recordar mejor:
«Ni siquiera se puede decir “ellos”. Lo único que vi yo fue aquella figura de fuego, y todavía estaba muy lejos. Pero la oía con toda claridad, como si tu­viera muchas bocas y me las apretara todas contra las orejas. Y la bola de fuego se iba haciendo cada vez mayor a cada momento.»
—¿Qué hizo el Tío Sanya? ¿Se peleó con él?
—¿Sanya wo ni yen? Fue el primero que se echó a correr. ¡Bo o ló o yá mi, o di kítipá kítlpá! [¡Si no queréis correr, apartaos de mi camino!] Nadie se acordó de aquellos caracoles tan grandes. Aquel iwin nos siguió hasta que llegamos a casa. Nuestros chillidos habían llegado antes que nosotros, y toda la casa estaba… bueno, ya os podéis imaginar el jaleo que había. El Tío ya había bajado las escaleras a toda prisa y estaba en el patio de atrás. Pasamos corriendo a su lado mientras él salía a enfrentarse con aquel ser. Aquella vez el iwin llegó a pasar del borde del bosque, y siguió adelante como si quisiera seguir­nos hasta dentro de la casa, ya sabéis, que no corría, sino que nos perseguía con toda la paciencia del mundo.
Esperamos. ¡Ahora venía lo gordo! La Cristia­na Salvaje se quedó pensativa mientras nosotros per­manecíamos en el suspense. Después dio un hondo suspiro y meneó la cabeza con una extraña tristeza:
—Ya ha acabado la era de la fe. Entre nues­tros primeros cristianos abundaba mucho la fe, de la de verdad, no sólo de esa que consiste en ir a la iglesia y cantar himnos. La fe. Igbagbó. Y esa fe es la que pro­duce la verdadera fuerza. El Tío se quedó allí como una piedra, sacó la Biblia y ordenó: «¡Atrás! Vuélvete al bosque que es tu casa. ¡Atrás, te digo en nombre de Dios!» Ejém. Y se acabó. Aquel ser sencillamente se dio la vuelta y se echó a correr, y las chispas le salían cada vez más rápido, hasta que ya no quedó más que un débil resplandor que iba desapareciendo por en medio del bosque —dio un suspiro—. Claro que aquella noche, después de rezar, hubo que pagar el precio. Seis correazos a cada uno. Y a Sanya doce. Y nos pasamos toda la semana cortando la hierba.
Yo no pude por menos de pensar que ya el sus­to era bastante castigo. Sin embargo, la Cristiana Sal­vaje, mirando a lo lejos en dirección a la casa cuadra­da, pareció advertir lo que estaba pensando yo, y añadió:
—Fe y Disciplina. Aquello era lo fundamental para los primeros creyentes. ¡Bah! Dios ya no crea gente como aquella. Cuando pienso en el que ocupa ahora esa casa… —y pareció recordar que estábamos nosotros allí:
—¿Qué estáis haciendo aquí los dos a estas horas? ¿No es hora de que os bañéis? ¡Lawanle!
Desde una parte remota de la casa, la «Tía» Lawanle replicó:
—Ma.
Antes de que apareciese recordé a la Cristiana Salvaje:
—Pero no nos has dicho por qué el Tío Sanya es un oró.
Ella se encogió de hombros:
—Lo es. Lo he visto con mis propios ojos.
Ambos gritamos:
—¿Cuándo?  ¿Cuándo?
Nos sonrió:
—No lo comprenderíais. Pero ya os lo contaré alguna vez. O que os lo cuente él la próxima vez que venga.
—¿Quieres decir que lo viste transformarse en oro?
Justo en aquel momento llegó Lawanle y se dispuso a hacerse cargo de nosotros:
—¿No es hora ya de que se bañen los niños?
Imploré:
—No, espera, Tita Lawanle —aunque sabía que era perder el tiempo. Ya nos había agarrado a cada uno de un brazo. Volví a gritar—: ¿Era el Obis­po Crowether un oró?
La Cristiana Salvaje se echó a reír:
—Y, ¿qué vais a preguntar ahora? Ah, ya veo. Ya os han hablado de él en la Escuela Dominical, ¿no?
—Yo lo he visto —dije, tirando de la puerta para cerrarla y obligando a Lawanle a detenerse—. Yo lo veo todo el tiempo. Viene a sentarse bajo el porche de la Escuela de Niñas. Lo he visto cuando cruzaba el recinto camino de la Tía Lijadu.
—Muy bien —suspiró la Cristiana Salvaje—. Id a tomar vuestro baño.
—Se esconde entre las buganvillas… —y La­wanle me alejó para que no me siguiera oyendo.
Aquella misma tarde, después, nos contó el res­to de la historia. En aquella ocasión, el Rev. J. J. esta­ba fuera de Aké, en uno de sus muchos viajes a las mi­siones. Se iba muchas veces, unas a pie y otras en bicicleta, con objeto de mantenerse en contacto con todos los grupos de su diócesis y de difundir la Pala­bra de Dios. Tropezaba con oposición muy a menudo, pero nada lo disuadía. Tuvo una experiencia aterrado­ra en una de las aldeas de Ijebu. Le habían advertido que no predicase en un día determinado, que era el día de una salida de los egúngún, pero persistió y ce­lebró los oficios. El desfile de los egúngún pasó mien­tras estaban en marcha los oficios, y uno de ellos, uti­lizando la voz de los antepasados, exhortó al predica­dor a que se detuviera inmediatamente, dispersara a su gente y saliera a rendir homenaje. El Rev. J. J. no le hizo caso. Entonces el egúngún se marchó y se llevó consigo a sus seguidores, pero al pasar junto a la puer­ta principal la golpeó tres veces con su varita. Apenas había salido del local de la iglesia el último miembro de su procesión cuando el edificio se derrumbó. Sen­cillamente, las paredes se cayeron y el techo se desin­tegró. Sin embargo, de manera milagrosa, las paredes se derrumbaron hacia afuera, mientras que los sopor­tes del techo cayeron entre los pasillos o salieron vo­lando por cualquier parte, pero no sobre los feligreses. El Rev. J. J. calmó a los fieles, hizo una pausa en su prédica para entonar una plegaria de acción de gra­cias y continuó con su sermón.
Quizá fuera aquello a lo que aludía la Cristiana Salvaje cuando hablaba de la Fe. Y aquello tendía a confundir las cosas, porque, después de todo, el egún­gún había hecho que se derrumbara el edificio de la iglesia. La Cristiana Salvaje no hizo ninguna tentativa de explicar cómo había ocurrido aquello, de manera que la hazaña tendía a ser del mismo género que la Fe que movía montañas o que permitía a la Cristiana Salvaje echar aceite de cacahuete de un cuenco de boca ancha a una botella vacía sin verter una gota. Tenía ella la extraña costumbre de suspirar con una especie de éxtasis, y de atribuir la firmeza de sus ma­nos a la Fe y a que daba gracias a Dios. Sin embargo, si se le resbalaba la vasija y se desparramaban una o dos gotas, entonces murmuraba que sus pecados em­pezaban a pesar sobre ella, y que tenía que rezar más.
Pero si bien el Rev. J. J. tenía la Fe, también parecía compartir la Terquedad con nuestro Tío Sanya. La terquedad era uno de los primeros pecados que aprendimos a reconocer con facilidad, y por mucho que la Cristiana Salvaje intentara explicarnos por qué el Rev. J. J. predicaba el día en que salían los egún-gún, a pesar de los avisos, aquello se parecía mucho a la terquedad. En cuanto al Tío Sanya, no parecía haber muchas dudas acerca de su caso: apenas si se había ido pedaleando el Rev. J. J. para cumplir con sus deberes pastorales cuando él desaparecía en el bosque con uno u otro pretexto y se largaba hacia la misma zona que el oró había declarado prohibida. Sus objetivos reales eran las setas y los caracoles, y como excusa obligada utilizaba la de ir a recoger leña.
Pero incluso Sanya dejó de aventurarse por el bosque de noche, pues reconoció que era demasiado pe­ligroso; durante el día y al atardecer no había dema­siado peligro, porque la mayor parte de los espíritus del bosque no salían más que por la noche. Madre nos dijo que en aquella ocasión ella y Sanya habían estado recogiendo setas y no estaban separados más que por unos cuantos matorrales. Ella podía oír perfectamente los movimientos de él, y de hecho habían tomado la precaución de mantenerse siempre muy cerca el uno del otro.
De pronto, nos dijo, oyó la voz de Sanya que hablaba con alguien en tono muy animado. Tras escu­char durante un rato, llamó a Sanya, pero éste no res­pondió. No se oía otra voz que la de él, pero parecía estar hablando en tono amistoso y excitado con otra persona. Entonces ella miró por entre los arbustos y vio al Tío Sanya sentado en tierra y hablando muy rápido con alguien a quien ella no lograba ver. Trató de penetrar en los arbustos próximos con la mirada, pero en el bosque seguía sin haber nadie más que ellos dos. Y entonces su mirada se detuvo en la banas­ta de él.
Según dijo, era algo que ya había observado ella antes. Siempre ocurría lo mismo, independientemente de cuántos fueran los niños que fueran al bosque a coger caracoles, bayas o lo que fuera; Sanya se pasaba casi todo el tiempo jugando y subiéndose a las peñas y a los árboles. Se iba a vagabundear solo, y dejaba su cesto por cualquier parte. Aquella vez fue como de costumbre. Ella se fue acercando y alarmó a nuestro Tío, que dejó de parlotear e hizo como que estaba buscando caracoles por la tierra.
Madre dijo que se asustó. La banasta estaba llena hasta los bordes, a reventar. También se sentía desalentada, de manera que recogió su banasta casi va­cía e insistió en que volvieran inmediatamente a casa. Abrió ella el camino, pero al cabo de un rato miró atrás y pareció que Sanya intentaba seguirla, pero no lo conseguía, como si se lo impidieran unas manos invisibles. De vez en cuando, Sanya se soltaba un bra­zo y gritaba:
—¡Dejadme en paz! ¿No veis que tengo que irme a casa? He dicho que tengo que irme.
Madre se echó a correr y Sanya hizo igual. Fue­ron corriendo hasta llegar a casa.
Aquella noche Sanya se puso malo. Rompió a sudar, se pasó la noche dándose vueltas en la estera y hablando a solas. Al día siguiente toda la familia es­taba asustadísima. Tenía la frente ardiendo, y nadie podía conseguir que dijera una palabra con sentido. Por fin llegó a la casa una anciana, una de las conver­sas de J. J., que iba a hacer una visita de rutina. Cuan­do se enteró de cómo estaba Sanya, hizo un gesto de comprensión y empezó a actuar como alguien que sabe exactamente lo que hay que hacer. Tras averiguar en primer lugar lo último que había hecho antes de caer enfermo, llamó a mi madre y la interrogó. Mi madre se lo contó todo mientras la anciana seguía haciendo gestos de comprensión. Después dio sus instruccio­nes:
—Necesito un cesto de agidi con cincuenta en­voltorios. Después me tenéis que preparar algo de ékuru en un cuenco grande. Aseguraos de que el es­tofado de ékuru esté preparado con bien de alubias grandes y cangrejo. Tiene que tener el olor más apeti­toso posible.
Los niños se dispersaron en varias direcciones, algunos al mercado a buscar el ágidi, otros a empezar a moler las alubias para la cantidad de ékuru necesaria para acompañar cincuenta envoltorios de agidi. A los niños se les hizo la boca agua, pues supusieron inme­diatamente que se iba a tratar de una fiesta de apaci­guamiento, una saará  a algún espíritu ofendido.
Pero cuando todo estuvo preparado, la anciana se lo llevó a la habitación en que estaba acostado Sanya, con una cántara de agua fría y unas tazas, cerró la puerta y ordenó marcharse a todo el mundo de fuera.
—Haced lo mismo que todos los días y no os acerquéis en absoluto a esta habitación. Si queréis que vuestro hermano se ponga bueno, haced lo que os digo. No tratéis de hablar con él y no miréis por el ojo de la cerradura.
También cerró las ventanas y se marchó a un extremo distante del patio, desde donde podía vigilar los desplazamientos de los niños. Sin embargo, poco después se fue quedando dormida, de manera que ma­dre y los otros niños podían pegar las orejas a la puer­ta y las ventanas, aunque no pudieran ver al inválido en sí. Parecía que Tío Sanya ya no estaba solo. Le oían decir cosas como: «portaos bien, hay bastante para todos. De acuerdo, tómate tú este otro envoltorio… Abre la boca… así… no tenéis que pelearos por eso, aquí hay otro cangrejo… Que os portéis bien, he di­cho…».
Y oían ruidos como si alguien pegara en la mu­ñeca a otro, ruidos de platos en el suelo o de agua al ir vertiéndose en una taza.
Cuando la mujer consideró que ya había pasado suficiente tiempo, lo cual ocurrió bastante después del atardecer, casi seis horas después de haber cerrado la puerta de Sanya, fue a abrirla. Allí estaba Sanya, dor­mido como un tronco, pero esta vez muy tranquilo. Le tocó la frente y pareció quedar satisfecha con el cambio producido. Sin embargo, la familia que había entrado en pelotón con ella no se interesaba en abso­luto por Sanya. Lo único que contemplaba, con gran asombro, eran las hojas esparcidas de cincuenta envol­torios de ágidi vaciados de su contenido, una gran bandeja vacía que antes estaba llena de ékuru, y una cántara de agua casi vacía.
No, no cabía duda, nuestro Tío Sanya era un oró; la Cristiana Salvaje había visto y oído pruebas de ello muchísimas veces. Evidentemente, sus amigos eran del tipo benévolo, o si no él hubiera tenido graves pro­blemas en más de una ocasión, pese a la Fe protectora de J. J. En aquella época, Tío Sanya pasaba muy poco tiempo con nosotros, de manera que no le podíamos hacer ninguna de la preguntas que la Cristiana Salva­je se negaba a contestar. La vez siguiente que vino a visitarnos en los terrenos de la vicaría, advertí lo raros que tenía los ojos, que casi nunca parecía cerrar, sino que siempre miraba frente a sí por encima de nuestras cabezas, incluso cuando nos estaba hablando. Pero pa­recía demasiado activo para ser un oró; de hecho, du­rante mucho tiempo lo confundí con un jefe local de boy scouts al que dábamos el apodo de Actividad. Entonces empecé a observar a los scouts más pequeños, que parecían ser los más próximos al tipo de amigos secretos que nuestro Tío Sanya podía haber tenido de niño. Cuando formaban círculos con sus caritas tensas en las praderas de Alcé, hacían pequeñas hogueras, intercambiaban señales secretas con las manos y con palitos, con piedras especialmente colocadas unas con­tra otras durante sus reuniones, creí haber detectado a los amigos ocultos que se habían deslizado invisibles en la casa por las hendiduras de la puerta e incluso del suelo, al lado de las narices ofendidas de la Cristiana Salvaje y de los otros niños de la familia de J. J. y se habían dado un banquetazo de cincuenta envoltorios de agidi y un enorme cuenco de ékuru.
La Misión dejó los terrenos de la vicaría con sólo el vicario y su catequista, Aké ya no merecía un obispo. Pero incluso el «patio» del Vicario es una mera ruina de lo que fue. El plantío ha desaparecido, hace mucho tiempo que las cabras se han comido las hileras de citronela. La citronela, la cura para las fie­bres y los dolores de cabeza: una o dos aspirinas, una taza de infusión bien caliente de citronela y a la cama. Pero su olor era verdaderamente fragante, y normal­mente la bebíamos como variante del té corriente. Está aislado, escogido por la edad, aquel monumento cuadrado blanco que, enmarcado en los peñascos, se erguía sobre los terrenos de la vicaría, obligaba a los visitantes a mirarlo cuando pasaban por la puerta del complejo. El dueño de la casa era como un pedazo de aquellas peñas, negro, enorme, de cabeza de gra­nito y unos pies gigantescos.
Casi siempre lo llamaban Pastor. O Vicario, Ca­nónigo, Reverendo. O, como hacía mi madre, sencilla­mente, Pa Delumo. Padre prefería llamarlo Canónigo, y lo mismo decidí yo, pero sólo debido a una visita a Ibara. Hacíamos aquellas excursiones con cierta fre­cuencia: a visitar a los parientes o a acompañar a la Cristiana Salvaje en sus expediciones de compras, o para algún otro objetivo que nunca podíamos com­prender. Sin embargo, al final de aquellas excursiones, teníamos como una vaga idea de que nos habían lleva­do a ver algo, a experimentar algo. Nos quedábamos muy contentos, y naturalmente agotados, pues la ma­yor parte del camino íbamos a pie. Pero a veces resul­taba difícil recordar qué era lo que habíamos visto concretamente. Cuál había sido el objetivo de nuestra salida, con ropa de gala y peinados especiales, y con tantos jaleos y preparativos.
Habíamos subido una cuesta muy empinada y llegado a la imponente entrada: a los pilares blancos y la placa que decía: la residencia. Era evidente que allí vivía un hombre blanco, pues la puerta estaba vigilada por un policía de pantalones cortos y anchos que miraba por encima de nuestras cabezas. La casa en sí estaba bastante más atrás, en un cerro, oculta en parte por los árboles, pero los objetos en que se fija­ron mis ojos fueron dos tubos negros de grandes bocas montados en ruedas de madera. Estaban colocados contra los pilares, apuntando hacia nosotros, y al lado de cada uno había un montón de bolas redondas de metal, casi tan grandes como balones de fútbol. Son armas, dijo mi madre, se llaman cañones y se usan para las guerras.
—Pero, ¿por qué Papá llama cañón a Pa Delumo?
Nos explicó la diferencia, pero yo ya había en­contrado mi propia respuesta. Era por la cabeza, por­que Pa Delumo tenía la cabeza en forma de bala de ca­ñón, y por eso mi padre lo llamaba cañón. Todo el aspecto de los cañones recordaba el de aquel hombre, su fuerza y su solidez. Los cañones parecían inmóvi­les, indestructibles, y él también. Parecía dominarlo todo; cuando venía a visitarnos él solo llenaba total­mente la salita. Lo único que parecía adecuado para sus dimensiones era la sala grande, pues cuando se hundía en uno de los butacones resultaba más fácil verlo entero. A mí me daban pena sus catequistas y su vicario adjunto o coadjutor —parecía que sus ayudan­tes también cambiaban de nombre—, pues parecían parodias insípidas y famélicas de él y de un espíritu aparentemente tan pobre que más adelante me recor­darían a las ratas de iglesia. De los hombres que ve­nían a nuestra casa y que llevaban cuello eclesiástico sólo nuestro tío Ransome-Kuti —a quien todo el mun­do llamaba Daodu— tenía una personalidad compara­ble e incluso mayor. El aspecto de Pa Delumo me pro­ducía un temor reverencial: no dominaba solamente la vicaría, sino todo Alcé, y ello con mucha más efica­cia que nuestro Oba, Kabiyesi, a cuyos pies veía pos­trarse a muchos hombres. A veces me encontraba con clérigos mucho más misteriosos y huidizos, con un aire imponente propio, como el Obispo Howells que vivía jubilado a poca distancia de nuestra casa. Pero el Ca­nónigo era el vicario de San Pedro, y llenaba total­mente los caminos y las praderas cuando bajaba de su cerro a visitar a su rebaño o a pronunciar sus ser­mones atronadores.
El Canónigo venía a menudo a charlar con pa­dre. A veces la conversación era seria, y otras su risa resonaba por toda la casa. Pero nunca discutían. Des­de luego, nunca los oí discutir acerca de Dios como dis­cutía mi padre con el librero o con sus otros amigos. Al principio daba miedo oírlos hablar de Dios de aque­lla forma. Especialmente el librero, con su voz aguda y su cuello de pavo, parecía estar mal dotado físicamen­te, para hacer afirmaciones tan despreocupadas acerca de tamaña Fuerza. A veces el Canónigo parecía ser esa Fuerza, de manera que aunque la disputa se realizaba indirectamente, parecía ser muy desigual y peligrosa para el librero. Naturalmente, yo suponía que mi pa­dre gozaba de una invulnerabilidad especial. Una vez que el Canónigo iba paseándose por los terrenos de la vicaría ellos estaban discutiendo de algo que tenía que ver con el nacimiento de Cristo. Hablaban a voz en cuello, y a veces todos a la vez. El Canónigo no estaba separado de ellos más que por la pradera, y cuando se paró de repente me pregunté si había oído e iba a venir a reñirlos.
Pero sólo se había parado para hablar con un niño que iba de la mano de una mujer, que quizá fuera su madre. Se paró a darle una palmadita en la cabeza, con aquella boca enorme abierta en una sonrisa inaca­bable, y las comisuras de los ojos se le llenaron de arruguitas. También se le arrugó la frente; a veces re­sultaba difícil saber si estaba contento de algo o le había dado un dolor repentino de cabeza. Llevaba una chaqueta demasiado pequeña, los pantalones sólo le llegaban hasta encima de los tobillos y el cuello cleri­cal parecía estar a punto de estrangularlo. El sombre­ro de teja, de ala ancha, rebajaba su figura gigantes­ca, y yo miré rápidamente a ver si era que de pronto había bajado de estatura y me sentí tranquilizado al ver aquellos zapatones que, según me dijo un primo, se llamaban No-Hay-Esa-Talla-en-Londres. Di un rá­pido vistazo final a su enorme trasero antes de que él volviera a enderezarse y la mano de la mujer desapare­ciera totalmente de la vista cuando él se la estrechó. Aquellas alternativas entre posibilidades sobrehuma­nas y una vestimenta corriente y demasiado pequeña me ponían nervioso, y hubiera preferido que fuera siempre vestido con la sotana y la casulla.
La posición favorita de Essay en todas las discusiones era la del abogado del diablo (lo llama­ban S. A. por sus iniciales, je o Jefe de Escuela, o Está-Seguro era lo que lo llamaban sus amigos más cachondos). No sé por qué, pero había muy poca gente que lo llamara por su verdadero nombre y durante mucho tiempo me pregunté si de verdad lo tenía. No tardé mucho tiempo en introducirlo en mi conciencia sencillamente con el nombre de Essay, como uno de esos ejercicios de prosa cuidadosamente estilizados que siguen normas fijas de composición, son productos de la minuciosidad y la elegancia y se escriben con una caligrafía preciosa que sería la envidia de casi cual­quier copista de cualquier época. El se sentía verda­deramente desesperado de haber engendrado un hijo que, desde un principio, mostró claramente que no ha­bía heredado en absoluto su letra. La misma elegancia exhibía en el atuendo. Sus modales a la mesa eran una fuente de asombro para madre, a quien por el contraste pronto atribuí el nombre de la Cristiana Sal­vaje. Cuando Essay diseccionaba un trozo de ñame, lo sopesaba cuidadosamente, se lo llevaba al plato, hacía una pausa, le daba la vuelta, cortaba un trozo y lo devolvía a la bandeja, y después iniciaba el mismo ritual con la carne y el estofado, ella meneaba la ca­beza y preguntaba:
—¿Tanta importancia tiene un trocito más o menos?
Essay se limitaba a sonreír, procedía a masticar metódicamente, cortaba cada trozo de carne y de ñame como si fuera un ejercicio de geometría, levantaba un poco del estofado con el filo del cuchillo y lo trasla­daba a la raja de ñame como si fuera un maestro albañil. Nunca bebía entre bocados, ni siquiera un sorbito. Sin embargo, cuando se ponía a discutir, en seguida, se ponía tan excitado que el librero, que era quien más chillaba de todos, con sus ojillos parpadeantes. Parecía que siempre le estuviera dando el sol en los ojos. El librero traía a casa aquel aura de galli­nas de guinea, pavos, ovejas y cabras, animales todos que criaba en su extenso recinto. Constantemente había que salir a recoger las ovejas; o bien un visi­tante había dejado la puerta abierta por un descuido o aquellos tercos animales habían encontrado otra vez un hueco en las paredes de piedra y adobe. Era un hombre delgado y animado, y siempre proyectaba hacia adelante unos pómulos tensos como el cuero y puntuaba su discurso con gestos parecidos a los de un pájaro. Incluso cuando estaba más agresivo iba con la espalda encorvada y sus dedos se negaban a soltar la gorra de paño que, cuando salía, nunca se quitaba, quizá porque era completamente calvo. Podíamos dis­tinguir su risa, aguda y rasposa, que revelaba unos huecos en la dentadura que, a fin de cuentas, le im­partían a la cara el aspecto de una vieja silla de junco.
La mujer del librero era una de nuestras mu­chas madres; si lo hubiéramos sometido a votación, ella sería la primera de todas, incluida la de verdad. Era una belleza de aspecto bovino, piel negra como el azabache y una bondad inagotable, que sin embargo me metía ideas inquietantes en la cabeza, y todo por culpa de su marido. Al contrario que él, era muy grande, y a veces, cuando el librero desaparecía durante varios días, yo estaba seguro de que ella sencilla­mente se lo había tragado. Me sentía muy aliviado cuando veía la cabeza calva de él moverse animada­mente por algún lugar de su casa o en la librería. De todas las mujeres que me llevaron a la espalda, nin­guna era tan segura ni tan cómoda como la Sra. L. Te­nía una espalda amplia, blanda y tranquilizante, que irradiaba el mismo reposo y la misma bondad que le habíamos observado en la cara.
Muchas veces nos quedábamos a dormir en casa del librero. La señora L. enviaba a una criada a informar en nuestra casa de que aquella noche nos quedaríamos a comer y a dormir en la suya, y se acabó. Cuando nos metíamos en líos nos echábamos a correr para ponernos tras ella, y ella nos protegía:
—No no, a quien hay que pegar es a mí…
La Cristiana Salvaje trataba de alcanzar por de­trás de ella con el palo, pero la verdad es que ella era demasiado voluminosa. Salvo que el delito fuera es­pecialmente grave, allí acababa el problema. Bukola, su hija única, no pertenecía a nuestro mundo. Cuando proyectábamos nuestras voces contra las paredes de la escuela de la Vicaría Baja y escuchábamos el eco desde muy lejos, a mí me parecía que Bukola era una de las residentes de aquel otro mundo donde la voz se veía atrapada, filtrada, vuelta a tejer y devuelta en copias cada vez menores. Permanecía en el mundo gracias a una serie de amuletos, pulseras, cascabelillos y anillos de cobre oscuro retorcido que la anclaban a tierra por los tobillos, los dedos, las muñecas y la cintura. Ella sabía que era una ábikú. Las dos dimi­nutas cicatrices que tenía en la cara formaban también parte de las múltiples formas de anular las induccio­nes de sus compañeros del otro mundo. Como todos los ábikú, era un ser privilegiado, aparte. Sus padres no se atrevían a reñirla mucho tiempo ni muy en serio.
De pronto, volvía los ojos hacia dentro y no se le veían más que los blancos. Lo hacía por agradarnos siempre que se lo pedíamos. Tinu se apartaba, dis­puesta a echarse a correr, pues no se sabe cómo preveía que iban a pasar cosas horribles. Yo le pregun­taba a Bukola:
—¿Y puedes ver cuando haces eso con los ojos?
—Sólo la oscuridad.
—¿Te acuerdas de algo del otro mundo?
—No. Pero ahí es donde voy cuando caigo en trance.
—¿Puedes caer en trance ahora mismo?
Desde su distancia, bien a salvo, Tinu amena­zaba con acusarme a nuestros padres si yo la alentaba. Bukola se limitaba a contestar que sí podía, pero úni­camente si yo estaba seguro de que podía hacerla vol­ver en sí.
Yo no estaba muy seguro de poder. Cuando la miraba, me preguntaba cómo se las arreglaba la se­ñora L. con tamaño ser sobrenatural que moría, vol­vía a nacer, volvía a morir y seguía yendo y viniendo siempre que se le antojaba. Cuando nos paseábamos tintineaban los cascabeles que llevaba en los tobillos para alejar a sus amigos del otro mundo que no hacían más que darle la lata y decirle que fuera a reunirse con ellos.
—¿Es verdad que los oyes?
—Muchas veces.
—¿Qué dicen?
—Nada más que vaya a jugar con ellos.
—¿No tienen a nadie con quien jugar? ¿Por qué te molestan?
Ella se encogía de hombros. Yo me enfadaba. Después de todo, Bukola era nuestra propia compañe­ra de juegos. Una vez tuve una idea:
—¿Por qué no los haces venir a ellos aquí? La próxima vez que te llamen los invitas a venir a jugar con nosotros en nuestro propio recinto.
Ella negó con la cabeza:
—No pueden.
—¿Por qué no?
—No pueden ir de un lado para otro como nosotros. Igual que tú tampoco puedes ir allí.
¡Qué raro era aquel ser privilegiado que, al contrario que Tinu y que yo, e incluso que sus amigos de aquel otro sitio, podía pasar fácilmente de una esfera a la otra! La vi una vez cuando cayó en tran­ce, con los ojos vueltos del revés y los dientes apre­tados mientras se desmayaba. La señora L. no hacía más que gritar:
—¡Egbá mi, ara é ma ntutu! ¡Ara é ma ntu-tu! [¡Socorro, está quedándose helada!] —mientras le frotaba desesperadamente las ex­tremidades para devolverla a la vida. El librero vino corriendo de la tienda por la puerta de comunicación y le abrió la boca a la fuerza. La criada ya había sacado un frasco del aparador, y los tres juntos le vertieron un líquido en la garganta. La abikú no recuperó la conciencia inmediatamente, pero al cabo de un rato advertí que el peligro había pasado. En la casa dis­minuyó la tensión, la pusieron en la cama y ella se relajó totalmente, con la cara invadida por una be­lleza que no era natural. Tinu y yo nos quedamos sentados a su lado, mirándola hasta que se despertó. Después su madre le hizo beber una sopa clara de pescado que había estado preparando mientras la niña dormía. Normalmente, todos comíamos del mismo cuenco, pero aquella vez la señora L. pasó algo de la sopa a un cazo más pequeño, al que después agregó un líquido espeso de otro frasco. Era turbio y tenía un olor penetrante. Mientras nosotros íbamos toman­do nuestra sopa de un cuenco distinto, la señora L. echaba atrás la cabeza de su hija y le hacía beberse su propia sopa de un solo golpe. Era evidente que Bukola lo estaba esperando; se bebió su mejunje sin quejarse.
Después salimos a jugar. La crisis había pasado totalmente. Sin embargo, la señora L, insistió en que nos quedáramos en el recinto de ellos. Recordé a Bukola el trance en que había caído:
—¿Fueron tus otros compañeros de juegos los que te llamaron entonces?
—No me acuerdo.
—Pero puedes hacerlo siempre que quieres.
—Sí, sobre todo cuando mis padres hacen algo que fastidia. O la criada.
—Pero, ¿cómo lo haces?, ¿cómo es que lo con­sigues?Ya sé que primero se te ponen los ojos todos blancos…
—¿De verdad? Lo único que sé es que si… por ejemplo, si quiero algo y mi madre dice que no… no pasa todas las veces, no creáis, pero a veces mi padre y mi madre me niegan algo. Entonces, a lo mejor oigo que los otros amigos dicen: «Ya ves, no quieren que estés con ellos, eso es lo que te hemos estado dicien­do». Dicen eso, y entonces me da la sensación de que quiero irme. De que de verdad quieroirme. Siempre digo a mis padres que me voy y me voy si no hacen tal o cual cosa. Si no la hacen, entonces voy y me desmayo.
—Y, ¿qué pasa si no vuelves?
—Pero siempre vuelvo.
Aquello me ponía nervioso. La señora L. era una mujer demasiado buena para cargar con una niña tan difícil. Sin embargo, sabíamos que no era cruel; los abikú eran así, no podían evitarlo. Pensé en todas las cosas que podía pedir Bukola, cosas que sus pa­dres a lo mejor no se podían permitir.
—Imagínate que un día pides algo y no te lo pueden dar. Como el coche del Alake.
—Tienen que darme lo que les pida —insis­tió ella.
—Pero hay cosas que no pueden darte. Ni si­quiera un rey lo tiene todo.
—La última vez que pasó no había pedido más que una saará. Mi padre me dijo que no. Dijo que hacía poco tiempo de la última, así que me des­mayé. Me iba a ir de verdad.
Tinu protestó:
—Pero no se puede tener una saara todos los días.
—A mí no me hacen una saara todos los días —persistió Bukola—. Y la saara que pedí aquella vez no era para mí, era para mis amigos. Me dijeron que si no podía ir a jugar con ellos todavía, debería hacer­les una saara. Se lo dije a mi madre y ella estaba de acuerdo, pero padre se negó. —Se encogió de hom­bros—. Eso es lo que pasa cuando los mayores no quieren comprender. Papá tuvo que matar una gallina más, porque tardé más que de costumbre en volver.
Por aquella cara oval y solemne se iban suce­diendo los gestos de inocencia y los de autoridad mien­tras hablaba. La observé muy atento, preguntándome si estaba proyectando otra despedida. Por natural que pareciera todo aquello, también existía una vaga in­quietud porque se trataba de un poder excesivo para que lo tuviera una niña sobre sus padres. Recordé todas las caras de los asistentes a la saara, los recorri­dos que hacían la comida y de las bebidas, las dispu­tas repentinas que surgían mientras comíamos y las voces con que los mayores ponían paz; no parecía que había pasado nada raro. Había sido una saara como otra cualquiera. Estábamos sentados en grupos en esteras extendidas en el jardín, todos con trajes de fiesta, y Bukola llevaba un vestido especialmente bo­nito. Estaba comiendo en nuestra estera, del mismo plato, y no se le notaba nada de aquel otro mundo; desde luego, yo no la había visto dar comida en se­creto a compañeros invisibles, y, sin embargo, la saara era para ellos.
A veces me preguntaba si el señor L. se refu­giaba en nuestra casa para huir de la tiranía de aquella niña. Pese a lo aficionado que era padre a las discusio­nes, sobre cualquier tema del cielo o la tierra, era el li­brero quien generalmente prolongaba las polémicas hasta que estaba bien entrada la noche. Iba sacando las briznas al esqueleto de las discusiones con unas ga­rras como las del halcón, no cedía en un ápice sino con la mayor renuencia, y sólo para volver a una posición que hacía tiempo había descartado o que había queda­do desplazada por nuevos argumentos. Incluso yo me daba cuenta de aquello, y la paciencia exagerada con que hablaba Essay sólo servía para confirmarlo.
Y a veces sus discusiones tomaban un giro ate­rrador. Un día el librero, Fowokan, que era el subdirec­tor de la escuela primaria, el catequista y otro de los amigos de Essay lo siguieron a casa desde la iglesia. A Osibo, el farmacéutico, le encantaba asistir a aque­llas sesiones, pero participaba poco en ellas. Las voces los habían precedido desde hacía rato a la casa, esta­ban todos sumidos en un ardiente debate, hablaban todos al mismo tiempo y se negaban a reconocer ni una sola cosa. Aquello continuó mientras bebían bo­tellas de cerveza caliente y bebidas refrescantes y ago­taban las reservas de chin-chin y galletas de la Cristia­na Salvaje, y continuó hasta la hora del almuerzo. Aunque madre meneaba la cabeza desesperada con «esos amigos de vuestro padre» y se preguntaba por qué él lograba tener siempre amigos tan aficionados a las discusiones y a la comida, era evidente que la Cristiana Salvaje disfrutaba con el papel que desempeñaba la casa del Jefe de Escuelas como centro inte­lectual de Aké y alrededores.
A media tarde repostaban su capacidad orato­ria con té y bocadillos y pasteles para la polémica final, pues se acercaba la hora de los oficios vespertinos, y todos tenían que volver a sus casas a cambiarse de ropa. Generalmente era a esa hora cuando el padre de Bukola parecía correr más peligro. Las discusiones iban acercándose al enfrentamiento físico, y el libre­ro, siempre el librero, estaba a punto de convertirse en el chivo expiatorio de algún desacuerdo. Mi lealtad hacia su mujer me creaba un dilema terrible. Me con­sideraba obligado a ir corriendo a advertirla de que su marido estaba a punto de ser vendido como es­clavo, expulsado de Abeokuta, tirado de un aeropla­no, defenestrado desde la torre de la iglesia, atado a un árbol en lo más profundo de la noche y a solas con espíritus del mal, enviado a una misión de inves­tigación al infierno o a una misión de paz ante Hitler… lo que siempre era consecuencia peligrosa de una larga discusión y la única forma en que todos decidirían que se podía resolver. Aquel día, los ami­gos de hecho querían cortarle un brazo al señor L.
—De acuerdo, ¿le digo a Joseph que afile el machete?
La discusión había comenzado a partir del ser­món de la mañana. Había recorrido cien caminos dife­rentes en momentos diferentes y, como de costumbre, los brazos gesticulantes del librero habían reanimado el debate cuando todos los argumentos se habían ago­tado. Ahora parecía a punto de perder un brazo. Sin embargo, se defendió. Siempre lo hacía.
—¿Os he dicho que mi brazo derecho me había sido ocasión de caer?
En medio de risas (y aquello era lo más raro, que siempre se echaban a reír), Essay llamó a Joseph para que trajera el machete.
El Sr. Fowokan intervino:
—O un hacha. Lo que esté más afilado.
El señor L. movió las manos agitadamente, con gestos todavía más desesperados:
—Esperad, esperad. ¿Os he dicho que el bra­zo me había sido ocasión de caer?
—¿Vas a decir ahora que están libre de pe­cado?  —replicó el Catequista.
—No, pero, ¿quién puede decir con toda se­guridad que fue mi mano la que cometió el pecado? Y, ¿qué brazo me vais a cortar, el izquierdo o el de­recho?
—Bueno… —Mi padre reflexionó algo sobre el asunto—. Eres zurdo. De manera que lo más proba­ble es que fuera tu mano izquierda la que cometió el pecado. ¡Joseph!
—No tan aprisa. Vamos a ver otra vez lo que dijo Dios… si tu mano derecha te es ocasión de caer… observad, ocasión de caer… no dice nada de come­ter un pecado. Mi mano derecha puede cometer un pecado, o quizá sea la izquierda. Eso lo convierte en una ocasión de caer ante Dios. Pero no significa que yo haya caído. Es posible que Dios me considere caído, pero es a El a quien corresponde hacer lo que quiera.
Essay pareció escandalizarse.
—¿Vas a decir ahora que una caída ante Dios no debe considerarse como una caída ante el hombre? ¿Te niegas a ponerte de parte de Dios y en contra del pecado?
El librero tranquilizó rápidamente a Dios:
—No, no me hagas decir cosas que no he di­cho. Nunca he dicho eso…
Todos de acuerdo exclamaron:
—¡Muy bien!, en tal caso no perdamos más tiempo.
Ya había llegado Joseph, que estaba esperan­do junto a la puerta. Mi padre tomó el machete y los otros agarraron al librero.
—¡Esperad, esperad! —rogó él. Yo me volví a Tinu, con la que estaba escuchando desde el rincón de la sala y le dije:
—Uno de los dos tendría que ir corriendo a buscar a la señora L. —Pero ella nunca se interesaba de verdad en aquellas conversaciones, de forma que no podía ver cuando llegaba una discusión a una fase peligrosa.
Essay probó el filo del machete con la punta del pulgar. El librero gritó:
—¡Pero os digo que no me han hecho caer la mano izquierda ni la derecha!
Mi padre suspiró:
—Hoy es domingo, el día de Dios. Imagínate que estás ante El. Eres su siervo, un ayudante respe­table de su iglesia de San Pedro. Insistes en que las instrucciones de Cristo han de entenderse literalmente. Muy bien, ahora Dios te pregunta: ¿te ha sido oca­sión de caer alguna vez tu mano derecha?, ¿sí o no?
Era el tipo de lenguaje que me daba todavía más miedo que la violencia que estaban a punto de in­fligir al librero. Mi padre tenía la costumbre de hablar como si tuviera relaciones de amistad personal con Dios. ¿Por qué, si no, sugerir que Dios iba a venir a nuestra salita sólo para perseguir al librero? Yo esperaba que en cualquier momento llegara un casti­go mucho más terrible de lo que jamás pudiera expe­rimentar el librero en aquel combate desigual.
Tinu se marchó a escondidas. El grupo de la salita estaba riéndose del librero, que luchaba furioso, especialmente con la voz. Las risas de los otros hacían que todo aquello resultara todavía más perverso. Essay avanzó un poco hacia adelante con el machete raspando el piso de cemento. El librero se soltó de repente, abrió la puerta de golpe y huyó. Con gritos de: «¡a por él! ¡a por él!» se dispersaron todos, pero no se olvidaron de volver la cabeza atrás para dar las gracias a la Cristiana Salvaje por el banquete dominical. Yo salí corriendo por el comedor y el patio de atrás hasta la puerta, a ver la persecución por los terrenos de la vicaría. Terminó donde se separaban los caminos, uno hacia el recinto del librero y el otro hacia la puerta de los terrenos, por la que los demás se dirigirían ha­cia sus propias casas. Sus risas resonaron en el recinto cuando se despidieron. Yo no aprecié en lo más míni­mo su ligereza, pues me sentía demasiado hondamente agradecido porque la señora L. no tuviera ya que lidiar con un marido manco, además de aquella abikú tan voluntariosa. Autor: Wole Soyinka
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miedoprofundo-blog · 8 years ago
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La Cruz Blanca del Bosque ¡UN RELATO REAL ATERRADOR!
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sofiagsalinas · 5 years ago
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Dos mujeres y la protesta contra la imposición social.
Los roles de género se encuentran impresos en nuestra sociedad desde el principio de los tiempos, estos consisten en una serie de convenciones sociales impuestas sobre los géneros, con la principal intención de controlar el rol de la mujer dentro de la sociedad. A lo largo de la historia surgieron mujeres capaces de cuestionar estos roles frente a esta sociedad patriarcal, haciendo frente incluso al miedo de ser juzgadas por salirse del status quo. Poniendo en cuestionamiento la masculinidad y la femineidad dentro del marco de una sociedad que las encasilla dentro de una de estas.
Los poemas “Tú me quieres blanca” de Alfonsina Storni y “Hombres necios que acusáis” de Sor Juana Inés de la Cruz, presentan claras similitudes respecto a su connotación de protestas contra la mirada (de los hombres) y las exigencias de estos sobre la mujer en comparación al mismo hombre, el cual tuvo siempre todo servido y nunca se lo cuestionó por ello.
En el presente trabajo se comparará la manera de abordar el tema de las imposiciones sociales sobre la mujer de ambas mujeres en sus poemas.
En ambos poemas se critica la postura del hombre ante la mujer, demostrándose así hipócrita en muchos sentidos, exigiendo un comportamiento de la mujer determinado, pero luego gozando de los mismos “pecados” que critican. El poema de Storni se puede dividir en cuatro partes o secciones, el de Sor Juana se podría decir que es más directo por lo que no se puede ver una división. Se puede decir que “Hombres Necios que acusáis” es más directo o que va directamente a la cuestión porque: el título no da vueltas, aunque presenta metáforas si no las entendiéramos aún se puede entender el poema, nos damos cuenta que se dirige a los hombres porque lo menciona al principio: “Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, / sin ver que sois la ocasión/ de lo mismo que culpáis”.Se puede pensar que en la época de Sor Juana era necesario que esta se refiriera a ellos directamente para que generara un impacto, sino hubiera pasado desapercibido, los hombres no se hubieran sentido particularmente tocados, porque no había conciencia sobre lo que decían o pensaban, era ley, como Sor Juana dice: “..Los hombres, que con solo serlo piensan que son sabios”.
Storni menciona al hombre al final, para, por si las dudas  no se hubiera entendido, pero se debe a que el papel de la mujer y del hombre en esa época ya estaba (o empezaba a estar) en cuestionamiento. El poema puede estar divido por la manera en la que Alfonsina va introduciendo el tema lentamente pero de manera que quede claro. En un principio, se expone como el hombre quiere a la mujer, como la pretende: “Tú me quieres alba, / me quieres de espumas, / me quieres de nácar. /Que sea azucena/ sobre todas, casta. / De perfume tenue. / Corola cerrada.” A la mujer del siglo XX se la pretendía blanca y pura, es decir, virgen. Una mujer que disfrutara del sexo fuera del matrimonio era impura, se puede hasta decir que una mujer que disfrutara directamente del sexo, se la consideraba impura y una puta. Storni sigue enumerando las cualidades que se esperan de la mujer, y en la segunda fase da ejemplos de los hábitos que están bien vistos, socialmente, en el hombre pero no en la mujer: “Tú que hubiste todas/ las copas a mano, / de frutos y mieles/ los labios morados.” Los hombres pudieron probar de donde quisieran, es decir, podían tener relaciones sexuales con cuantas mujeres quisieran y no iban a ser socialmente castigados por ello, entonces Alfonsina reprocha cómo es que estos hombres que hacen todas estas cosas y disfrutan todo lo que quieren luego critican a la mujer por hacer exactamente lo mismo. Sor Juana menciona algo parecido al principio de su poema: “sin ver que sois la ocasión/ de lo mismo que culpáis”. Aunque puede ser que se esté refiriendo a que los hombres son la causa de por qué las mujeres terminan actuando de una determinada manera, pero si es de esta manera, también podemos decir que las mujeres al ver el comportamiento de los hombres empiezan a cuestionarse y a preguntarse “Si ellos pueden, ¿por qué nosotras no?”.
En la tercera parte de su poema Storni empieza a enumerar una serie de exigencias que el hombre deberá cumplir para “purificarse” y así recién imponerse ante una mujer, a la cual pretende blanca y pura: “Huye hacia los bosques, / vete a la montaña; / límpiate la boca; / vive en las cabañas; / toca con las manos / la tierra mojada; / alimenta el cuerpo / con raíz amarga; / bebe de las rocas; / duerme sobre escarcha; / renueva tejidos / con salitre y agua”. Alfonsina habla con una gran ironía acercándose al final del poema, exigiendo una cierta cantidad de tareas tan ridículas como las exigencias que los hombres pretenden de las mujeres, esto lo hace a propósito generando una reflexión en el hombre para que puedan encontrar lo ridículo en sus propios pedidos.
Sor Juana trata estas exigencias de los hombres, hablando de cómo es que prefieren a las mujeres de una determinada manera si estos actúan erróneamente: “¿Qué humor puede ser más raro / que el que falta de consejo, / él mismo empaña el espejo / y siente que no esté claro?”. En el poema, esta culpa a los hombres de esperar de las mujeres sin reflejarlo en sus propias acciones y actitudes, a causa de ellos es por qué las mujeres actúan de una determinada manera.
Sor Juana también agrega el hecho de que el hombre nunca va a estar contento con la mujer “Opinión ninguna gana, / pues la que más se recata, / si no os admite, es ingrata / y si os admite, es liviana.” Siempre le va a encontrar algún defecto en su actitud, en su manera de ser y de relacionarse. En esta estrofa Sor Juana trae el hecho de que si una mujer se recata, no lo acepta al hombre, lo rechaza a él y a sus avances, es ingrata y desagradecida, pero si lo acepta, es liviana, fácil.
Storni en la última parte de su poema reflexiona y por último se da cuenta que el hombre nunca va a poder realizar dichas exigencias (esto obviamente lo sabe desde el principio), por lo que se le es imposible al hombre pretender una mujer pura, nunca se purificaran, entonces no tienen ningún derecho a juzgarla ni a ella ni a otras mujeres: “y cuando hayas puesto / en ellas el alma / que por las alcobas / se quedó enredada, / entonces, buen hombre, / preténdeme blanca, / preténdeme nívea, / preténdeme casta.” Ese “buen hombre” denota ironía, Storni sabe desde un principio que sus exigencias son ridículas pero también sabe que el hombre que lo lea también va a terminar sintiéndose por lo menos un poco ridículo y pequeño comparado a ella.
Sor Juana responsabiliza a los hombres de hacer a las mujeres de una cierta manera y luego pretenderlas de otra manera: “Pues ¿para qué os espantáis / de la culpa que tenéis? / Queredlas cual las hacéis / o hacedlas cual las buscáis.”
A diferencia de Alfonsina, Sor Juana también de alguna manera les hecha cierta culpa a las mujeres por caer en estos juegos de los hombres, entonces se puede ver también a través de los poemas una evolución respecto a la manera en la que se tratan los temas.
Sor Juana en ningún momento deja de lado el hecho de que el acto sexual es algo malo, obviamente por el pensamiento de la época. Alfonsina deja esto de lado, en el sentido de que ambos géneros deberían ser capaces de entregarse a este y no ser juzgado por ello, la pureza es un concepto social que debería ser olvidado, porque al igual que las exigencias, es ridículo. Es una construcción social creada para controlar a la mujer y a su sexualidad. Storni, al final de su poema, termina comparando a la “pureza” con sus exigencias, al exigir toda esa serie de tareas, las pone al mismo nivel que la pureza y la castidad, dejando en claro la ridiculez de esta.
Respecto a los roles de género, ambas autoras rompen el molde que las aprisiona: primero, el que dice que las mujeres no tienen la suficiente capacidad intelectual como para escribir obras de tal calibre y luego volviendo a redefinir los roles al poner en el lugar de juzgado al hombre, avergonzándolo de sus acciones, de la misma manera que ellas se han sentido juzgadas y avergonzadas sólo por el hecho de ser mujeres a lo largo de su vida y carrera.
Trabajo para Lit. y Problemática Cultural. 5°L.
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