#kzksunshine
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“Sunshine”, XXX.
Llegó septiembre y es increíble cómo, repentinamente, todo parece estar en su lugar. El aire se respira fresco, el cielo parece más azul, excepto cuando se oscurece para dar aviso de una pronta lluvia; Yeoryang-myeon está sumamente activo, se prepara para la temporada de cosecha nuevamente. El otoño está llegando y parece que trajo consigo a Matsumoto Kazuki, otra vez.
Hace un par de semanas que volvió, pero a Lee le sigue causando cierta sorpresa volver a verlo. A veces, cuando no está metiendo sus narices en los libros de la universidad, o dando órdenes a los trabajadores de su finca -como todo un niño mandón-, pasa a saludar y a llevar bocadillos para Lilian y su familia. Kyuho tiene mucho trabajo como para detenerse por demasiado tiempo, pero el chiquillo se las arregla para ir a buscarlo por toda la granja y lo saluda con el entusiasmo de quien ha echado de menos a un viejo amigo. Esa familiaridad con la que se desenvuelve lo hace sentir… tranquilo.
Kazuki sigue siendo un tonto delicado, que de vez en cuando se sobresalta cuando ve un bicho entre las plantas, que respinga cuando se le acercan las gallinas, y que hace pucheros cuando se le raspa el calzado. Todavía se sigue poniendo ropa y perfumes caros, y usa maquillaje de vez en cuando. Pero también lo ha visto cargando bidones de agua, costales de granos, arrastrarse por la tierra para alcanzar y arrancar la hierba; a veces llega montado en su caballo, montado en la bicicleta que le obsequió Seokjin, y otras lo ve paseando con su Mustang, como una celebridad. Y también ha notado otros detalles que pueden pasar desapercibidos para quienes no lo conocen, como que su acento ha ido cambiando y ahora suena más como un granjero común y no como un heredero de la ciudad. Su risa es más fuerte y recurrente también, qué curioso; es como si, finalmente, se sintiera libre para expresar su alegría. Bien por él, piensa, se ha ido ganando poco a poco esa armonía de la que ahora goza.
El chico ha trabajado duro, a Lee le consta. El tiempo ha ido pasando y Kazuki se ha ido moldeando a la forma de la gente de Yeoryang-myeon, y aunque en ocasiones lo ve frustrado, agotado, el chiquillo tiene la suficiente energía como para alegrarle los días a Lilian con sus ocurrencias. Y aunque a veces no le haga mucha gracia verlo saludar a Taehyung cuando se lo encuentra por la calle, o cuando visita su tienda, tiene que reconocer que el chico ha sido listo al tomar su distancia sin ser descortés y sin dar explicaciones. A veces se llega a preguntar si es por aquella conversación que tuvieron en navidad, ¿será por consideración a él y el desagrado que siente por aquel sujeto?
El tiempo ha ido pasando rápido, sí, y muchas cosas han cambiado. Lee no tiene nada de qué quejarse, salvo de lo extenuante que es ser la cabeza de la granja, pues Seokjin decidió dedicarse de lleno a la construcción de su cabaña, donde eventualmente, residirá con su futura esposa. Le gusta esa calma de la que goza su entorno, todo parece estar en perfecto equilibrio.
Hacía un largo tiempo que no experimentaba tal calma, una que no trae consigo recuerdos dolorosos, ni pensamientos grises, sino… plenitud, nada más.
—Nayoung-ah —Lilian entra a la cocina, con un cesto lleno de sábanas recién descolgadas del tendedero. La cocinera corre hacia ella, para evitar que siga cargando.
— ¡Señora Jie! Le he dicho que usted no tiene que hacer esto, para eso estoy aquí, déjeme llevar eso arriba.
—Hija —gentilmente la llama—, quiero que me ayudes a preparar la habitación de visitas, por favor.
— ¿Habrá huéspedes?
—Kazuki se quedará a dormir con nosotros esta noche. Ese pobre muchachito… no debería andar por aquí tan tarde, ¡pero quién puede hacerlo entrar en razón! No aprenderá la lección hasta que vea una serpiente en su camino.
—Con lo delicado que es, probablemente moje sus pantalones —murmura ella, sonriendo discretamente, pues Lilian no la ha escuchado. Sale de la cocina, para cumplir con su tarea.
Kazuki no es que le caiga mal, no tiene nada en su contra, pero tampoco es santo de su devoción. Desde el día que lo vio llegar, Nayoung piensa que es tan sólo un niño rico al que le compraron un terreno en el pueblo, para quitarse un simple capricho de millonario excéntrico. No le agrada ese tipo de gente, le recuerda a aquellos por quienes su familia tuvo que vender su granja y moverse de pueblo, un par de años atrás. Además, tampoco le agrada mucho la forma en que revolotea alrededor de Kyuho, como un niño pequeño y ruidoso que exige atención.
Cuando Lee entra a la casa, casi todas las luces están ya apagadas. Lilian se ha ido a dormir y al único que encuentra en su camino, es a Kazuki, dormido sobre la mesa del comedor. Hay libros por doquier, hojas arrugadas, cuadernos, lápices de colores. Se asoma en silencio y alcanzar a ver un par de bocetos en los que seguramente estuvo trabajando hasta tarde. Se ha estado esforzando hasta el cansancio en un proyecto personal del que en ocasiones ha hablado entre charlas, algo sobre maquinaria agrícola. Se ha tomado muy en serio eso de ser un campesino dedicado. A Kyuho se le escapa la sonrisa. Es apenas un jovencito, le queda demasiado camino por recorrer y conocimiento que adquirir, pero ha tenido un buen comienzo y se le notan las ganas de crecer. Tiene potencial.
En Yeoryang-myeon, muy poca gente alcanza un grado académico superior al básico, después de todo, no les hace mucha falta para el estilo de vida que llevan en el campo. Quienes aspiran a algo más que eso, terminan yéndose a la ciudad. Él jamás tuvo aspiraciones de tal calibre, es un hombre nacido y criado entre ganado, siembra, y trabajo que requiere más fuerza física y maña, que capacidad intelectual. Pero ahora que ve a Kazuki andar de aquí para allá, leyendo, escribiendo, dibujando y haciendo anotaciones de todo lo que aprende, se pregunta si él habría sido tan buen estudiante como ese niño.
—Hey —le susurra, tocando suavemente uno de sus brazos—, mocoso. Despierta.
Lo oye emitir un quejido y se acomoda en la superficie de madera, con la cara pegada al libro abierto. No tiene intenciones de levantarse, al parecer.
—Kazuki —lo llama entonces—, es demasiado tarde. Sube a dormir.
—No quiero —balbucea, negándose a abrir los ojos siquiera. Probablemente ni siquiera sabe con quién está hablando—. Tengo mucho sueño.
—Como quieras. Te dejaré durmiendo sobre la mesa —masculla entre dientes. De pronto, lo ve alzar los brazos con toda la pereza del mundo.
—Llévame.
— ¿Huh?
—Arriba —murmura—, llévame, no quiero pararme.
Kyuho chasquea la lengua.
—Eres un idiota —le propia un suave golpe en la nuca—, levántate ahora mismo. Estás demente si piensas que voy a subir las escaleras contigo a cuestas, niño.
Cuando Nayoung se asoma por uno de los pasillos, envuelta en una gruesa bata de dormir, lo primero que ve es a Lee cargando a Kazuki en brazos, al estilo nupcial. Sorprendida, se acerca inmediatamente.
— ¿Le sucedió algo?
—Sólo se quedó dormido —responde él, ya de camino a las escaleras—. Vuelve a descansar, Nayoung. Y apaga las luces, por favor.
Ella asiente y después de desearle buenas noches, espera a que él suba para apagar las luces de la planta baja.
La noche es fresca, tranquila y silenciosa. Lee ingresa a la habitación de huéspedes y de camino a la cama, oye a Kazuki bostezar. Tiene toda la intención de depositarlo en la cama, pero antes de poder hacerlo, el chico aprieta sus brazos alrededor del cuello del rubio.
— ¿Qué haces? —susurra, como si procurara no ser escuchado por alguien más.
—Dijiste que no me cargarías, pero lo hiciste —contesta, soltando una risita traviesa. Oye a Kyuho resoplar.
—Debí dejarte ahí, para que te estropearas el cuello.
—Gracias —murmura, adormecido—. Hueles a tierra y a hierba —añade, sin todavía soltarlo, y Lee comienza a sentirse tenso. Quizá nervioso, mas no incómodo—. Y a sudor, deberías darte un baño.
—Púdrete, Kazuki. Estuve trabajando todo el maldito día —y con estas palabras, dichas entre dientes, con todo el reproche, simplemente abrió los brazos y dejó caer al menor en la cama; de no haber estado tan cansado, seguramente lo habría aventado como a un saco de papas. Por supuesto que Kazuki despertó inmediatamente, asustado. Su reacción fue cerrar el agarre con fuerza y de esa manera, se llevó a Kyuho consigo. Cayeron los dos en la cama.
Kazuki comenzó a reír mientras Kyuho maldecía y se levantaba inmediatamente. Se sacudió la ropa, en lo que el chico seguía riendo, como haría un niño satisfecho por su travesura. A la luz de las velas de aquella habitación, reconoció que Matsumoto tenía una sonrisa encantadora.
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“Sunshine”, XLIII.
La mañana siguiente, se levantó con el sol. Hacía frío, aunque los primeros destellos de un nuevo día atravesaban las copas de los árboles. Kazuki bajó envuelto en el suéter de navidad que Lilian le había obsequiado en la primera navidad que pasó en Yeoryang-myeon.
Pasó un rato buscando a Kyuho por todos los rincones de la casa, pero no lo encontró. ¿Se había atrevido a dejarlo solo, después de lo que había sucedido el día anterior? De sólo recordarlo, se ruborizaba.
Cuando decidió tomarse un café para iniciar el día, entonces se encontró con una nota en la mesa. Era la letra de Kyuho: «vuelvo en un rato, fui por mis herramientas, no quise despertarte». Entonces sonrió y se regañó mentalmente por sacar conclusiones apresuradas.
Se preparó el café y salió al patio, con la taza en mano, bebiendo pequeños sorbos calientes. Kazuki caminaba por todo el jardín, cuando se dio cuenta; su estómago se encogió y pareció dar vueltas dentro de él, dejándole un cosquilleo mientras se acercaba al enorme árbol. Su corazón se unió al revoltijo desquiciado de su estómago.
«¿Sabes qué sería bonito? Tener un columpio debajo del árbol», había dicho, y ahora, en completa quietud, como esperando que alguien lo usara, el columpio yacía colgado de una rama gruesa; hecho con una tabla de madera y soga. Kyuho... Ese idiota...
Su estómago dio otro vuelco cuando alargó el brazo y su mano acarició la cuerda. No pudo esperar más y dejó la taza en el suelo, para sentarse y comenzar a balancearse, hasta que pronto se encontró volando por el aire frío. Su cabello se mecía con él y sus manos se aferraban con fuerza a la soga, mientras sus piernas le daban impulso, flexionándose y estirándose una y otra vez.
Las lágrimas brotaron mientras observaba a su alrededor, la casa, las flores, los árboles que ya daban indicios de otoño. Lloró pensando en Lilian y sus abrazos fuertes, su amor por su colorido jardín, la calidez de su alma que lo envolvía todo; en Seokjin y su forma de hacerlo sentir protegido, de enseñarle a sobrevivir, de transmitirle fuerza. Incluso en sus padres, que ahora lo desconocían y lo rechazaban; en sus abuelos, que no hacían más que apoyarlo en la distancia; en sus hermanos, de quienes se había estado distanciando los últimos meses. En la vida que había dejado en la ciudad hacía mucho tiempo y los días grises, llenos de vergüenza y tristeza que pasó callado, fingiéndose fuerte. En Lee... En Kyuho Lee, que le hacía estallar el corazón y le brindaba un sentimiento único de estar acompañado. En el ahora y el mañana. Sus planes, sus deseos; lo que estaba bien en su vida y lo que estaba mal. Había muchas cosas que todavía lo atemorizaban, otras que lo alentaban a continuar.
«La vida es parecida a este columpio: a veces tienes fuerza para impulsarte hacia arriba y la sensación de estar subiendo es increíble, sin importar cuán cansado te encuentres después de impulsarte con todo lo que tienes; otras, esa fuerza te faltará para continuar, pero no importa... Siempre puedes descansar para volver a tomar impulso con más energía. Pero también habrá quienes te empujen desde atrás, ¿cierto? De una u otra manera, nunca estamos solos».
En medio de ese llanto imparable, cargado de emociones, de recuerdos, mientras se balanceaba cruzando los aires con fuerza y vitalidad, Kazuki se echó a reír, y se sintió más vivo que nunca.
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“Sunshine”, XXXV.
Llueve.
No. Es apenas una llovizna, que se anuncia a través de suaves toques a la ventana.
Dudas. Las preguntas se acumulan, una a una, pero predomina el cuerpo, un deseo que no sabe de dónde afloró, pero ya no puede detener a esas alturas. Porque la boca de Kyuho le arrebató la capacidad de pensar con claridad. Ni siquiera recuerda por qué estaba tan molesto con él.
Cuando se encerró en aquella habitación, dando un portazo de pura rabia, Kazuki admitió que Lee había logrado alborotar sus emociones. Había pasado un par de semanas dándole vueltas y vueltas a lo que había ocurrido esa tarde en la finca. El beso. Su posterior indiferencia, su consabida calma. ¿Cómo se había atrevido a besarlo y después, a comportarse como si nada de eso hubiera ocurrido? ¿Con qué derecho le había hecho cosquillear al estómago y se había desentendido inmediatamente?
Se había ido. Kyuho lo había besado, se había levantado y se había marchado sin más, dejándolo con ese cúmulo de preguntas y confusión. Y así habían pasado los días. Y cuando lo vio sobre Taehyung, soltando golpes como un bárbaro, todo lo que pudo pensar fue "¿cómo te atreviste a dejarme solo después de besarme?", y no había podido evitar llamarlo idiota.
Kyuho Lee siempre había estado ahí. Silencioso, observador, a la espera de cualquier amenaza que pudiera lastimarlo, ¿cierto?
Lo besó con rabia, con ansia, molesto, confundido. La puerta se había cerrado detrás de ellos y se había desatado la locura, y la ropa había empezado a estorbar. Kazuki, quien ni siquiera había permitido que su ex prometido lo tocara más allá de lo que él le dejaba, ahora no había dudado en desnudarse delante de Lee. Lo dejó moverse por su cuerpo con total libertad, como si le perteneciera. Como si hubiera pasado años rechazando otras manos, porque estaba esperando las suyas.
Qué locura.
Su mente se encuentra en blanco y lo único que figura en su panorama es la rubia cabellera que le hace cosquillas en los muslos. A decir verdad, entendía muy poco de las razones por las que se había aparecido repentinamente, atrapándole la boca con sus besos, así sin más.
Estremecido a causa de su tacto, Kazuki aventura sus manos hacia la despeinada melena, designado a levantar su rostro e indagar respuestas que se quedan a mitad de camino, tan pronto Kyuho busca espacio en su interior. Mierda. Como llegase alguien a la casa y escuchara el explícito gemido que se escurrió de su garganta, de tener a Lee empujando los dedos en sus entrañas.
Está tan avergonzado. Quiere esconderse, pero su cuerpo pide más. Se estremece, se retuerce en medio de la amplia cama. Sus sentidos se agudizan, todo él está hecho un manojo de nervios, de timidez, pero de un deseo intenso que no sabría cómo describir.
Su avidez se expresa sola y bambolea sus caderas hacia el origen de la intromisión, a medida que, con la existencia trémula, la espalda arqueada y los labios entreabiertos, la habitación se llena del calor producido por aquellos cuerpos, y el deseo de Kazuki de reemplazar aquellos finos invasores por una silueta más firme, que lo haga sentir completamente a merced de Lee.
La realidad se reduce a dos cuerpos que se unen en medio de la luz mortecina de una sola lámpara. A las gotas de lluvia que escurren por el cristal de la ventana.
Pronto es él quien apoya su peso en sus rodillas, instando a Lee a recostarse antes de tomar posición sobre él. Hay miedo en su mirada, pero es opacado por la alta temperatura que lo envuelve. Kazuki jamás ha besado a nadie con tanto fervor, con tantas ganas de olvidarse que existe un mundo aparte allá afuera. Por primera vez, está dispuesto a darle a su cuerpo eso que tanto le pide en ese momento.
No puede seguir alargando la espera, la paciencia se agota y, maldición, necesita...
—Kyuho...
La penetración es pausada, pero nada más abrirse paso en su interior, Kazuki se siente completo. Deja caer su cabeza hacia detrás conforme el estrecho espacio es colmado por la carne ardiente, hasta que finalmente, las caderas de Lee forman un maravilloso lecho para las nalgas del menor, cuya voz se deja escuchar en cada rincón de aquella habitación.
"Kyuho, Kyuho, Kyuho".
Es como el canto de una sirena, que embelesa, aturde.
Kazuki es un demonio con carita de ángel, piensa Lee, que ahora es actor secundario en la acalorada escena que protagoniza el menor. Lo desea. Desde el fondo de su ser, con toda la fuerza que posee.
Como si estuviera leyéndole la mente, finalmente, Kazuki toma lugar sobre su regazo y él lo recibe gustoso. Su hombría es manipulada a conveniencia y de pronto, la estrechez acoge la hinchada punta. El súbito calor arrasa con todo a su paso, lo desarma la sensación de sofoco, la profunda incisión le corta el aliento; el interior de Kazuki contrayéndose alrededor de su carne es su perdición.
“Kazuki…”, ah, mierda. El camino hacia el fondo es sencillo gracias a la actividad previa de sus dedos, las paredes ceden, ensanchándose en su avance para distender y suavizar cada pliegue; su placer aumenta deliciosamente a medida que se pierde en el interior.
Una maldición tras otra y en seguida se halla ahogado en un vasto océano de sensaciones que sólo puede provocarle este hombre, que con dedicación danza sobre su cuerpo. No soporta verlo y no tocarlo, es por eso que se yergue para encontrarse cara a cara con él y enterrarle las uñas en las caderas. Mediante este riguroso agarre intenta imponer un ritmo acelerado, pero la verdad es que las riendas de esta erótica faena las tiene Kazuki.
Busca refugio en la curvatura de su cuello, hunde la nariz y se deja embriagar por su aroma, que se impregna en su propia piel como un virus letal que, sin consideración, le desencadena un hondo deseo de romperlo entero. El peso de Kazuki cae una, otra, otra vez, la cabeza de su pene encuentra el punto adecuado y él procura elevar las caderas, para arremeter contra él. La libido se dispara por los cielos. Lee lo acompaña en sus jadeos, aunque con una pizca de discreción. A él le encanta escucharlo, es un estímulo poderoso.
Besa su cuello. No deja pasar la oportunidad de dejar huella en cada centímetro de piel que encuentra a su alcance.
—Kazuki —lo llama con urgencia. Lo ve tan entregado, no para, y eso lo incita a cazarle la piel del cuello con los dientes: muerde, succiona, mima con su lengua. El vaivén es acelerado, fuerte, lo está llevando demasiado pronto a su límite—. Mírame, Kazuki —exige. No vuelve a pronunciar palabra hasta que su frente se une con la de él y puede verse reflejado en el par de ojos oscuros.
“Tengo que decirte…”, agh, intenta pensar de forma coherente, pero ese chico se está llevando cada pensamiento a rincones de su mente que no puede alcanzar. Se mueve tan bien, tan condenadamente bien...
—Kazuki —exhala un jadeo, en un intento por organizar sus palabras. Están en la punta de su lengua, listas para ser liberadas.
Pero él lo distrae. Su sonrisa traviesa que se deforma por una expresión de placer. El sube y baja apresurado, frenético, le arranca la voz a trozos al más joven. Se aferra a Kyuho, sin detenerse, en busca de esa cúspide que le promete un final delirante. Y él no puede dejar de verlo, de presenciar el erotismo que desprenden sus expresiones, su voz entrecortada.
Los labios de Kazuki. El cuello de Kazuki. Las caderas de Kazuki, que no paran, que le destrozan la razón.
¿En qué momento pasó?
"Tengo que decírtelo, escúchame. Mírame".
—Eres precioso —murmura Lee. No puede más, ir por ahí y no decirle que no puede sacárselo del pensamiento—. Estoy enamorado de ti, Kazuki...
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SEGUNDA PARTE. "Sunshine”, XXVII.
Heesun observaba fascinada la rapidez con la que aquel hombre trabajaba, moviendo las manos, tejiendo el mimbre hasta darle la forma deseada. Se le veía muy concentrado, a veces hacía pausas para detallar con la mirada la estructura que estaba construyendo, buscando imperfecciones; cuando no las encontraba, continuaba su labor diligentemente.
—Oppa —la pequeña niña de seis años esperó a que él alzara la mirada y le pusiera atención—, quiero ser como tú y hacer cestos bonitos como ese.
—Puedes —concedió él—, pero para ello tienes que esforzarte y sólo así harás un trabajo que a la gente le guste.
— ¡Heesun-ah! —ambos, el hombre y la niña, voltearon a ver a la mujer que la estaba llamando. Ella se levantó del suelo a la velocidad de la luz y se sacudió el vestido empolvado—. ¿Cuántas veces te he dicho que dejes de sentarte en la tierra cuando te acabas de bañar? ¡Y deja de estar molestando a Kyuho!
La mujer le sonrió al chico y él movió suavemente la cabeza, a modo de saludo.
— ¡Pero mamá, él está haciendo un cesto muy bonito de mimbre! Cómprame uno, mamá... —refunfuñando, la niña se fue dando saltos hasta la mujer y ella tomó su mano en seguida.
—Si tan solo los vendiera —suspiró ella, sonriéndole al muchacho—, porque te quedan muy bonitos.
Él bajó la cabeza ligeramente, sin contestar el cumplido. No sabía cómo hacerlo, de todas maneras. Tampoco iba a justificarse, anteriormente ya le había dicho a la mujer que no era un artesano, simplemente había aprendido a trabajar con mimbre, para poder crear objetos de utilidad para Lilian Jie.
— ¡Adiós, oppa! —Heesun se despidió agitando la mano en el aire y Kyuho, en silencio, hizo lo mismo. Las vio irse caminando, alejándose del callejón solitario.
La primavera estaba ya bien entrada en aquellos días, los últimos rastros de hielo persistente se habían ido disipando de las zonas más frías, y en su lugar habían comenzado a brotar nuevamente las flores.
En casa, todo estaba igual de silencioso que a mediados del año pasado. Era extraño decirlo (y no lo admitiría más que para su fuero interno), pero no se acostumbraba del todo a esa quietud extraña que había sobrevenido después de que se quedara solo con Lilian. Incluso cuando Seokjin y Jiwoon llegaban de visita, para tomar con ella el almuerzo, había algo que no se sentía igual. Después de tantos meses, ¿no era estúpido tener ese sentimiento? Por eso, lo ignoraba tanto como era posible.
Además, ahora que oficialmente se había convertido en el capataz de la granja, tenía menos tiempo para pensar tonterías como esa. La actividad avícola y ganadera, la siembra y cosecha, requería una gran cantidad de dedicación, cuidado y supervisión. Seokjin había cedido el mando y después de realizar un contrato por el que tuvieron que viajar juntos a la ciudad más cercana, Kyuho se había quedado al frente. Era una responsabilidad enorme, sobre todo desde que el trabajo en la granja se había duplicado a inicios de la primavera, pero él era un hombre que destacaba por su entrega y lealtad.
Ahora Lilian pasaba más tiempo en la granja también, sobre todo ahora que su hijo se había comprometido con Park Jiwoon. Y quizá (sólo era una suposición absurda de Lee), también sentía que su casa estaba demasiado vacía.
Como pasatiempo, Lee había aprendido a trabajar con mimbre, su primer intento había culminado en una cesta que regaló a Lilian. Así había empezado a finales de diciembre, llegados a abril, ya tenía suficiente destreza. Jie estaba orgullosa de él, como una madre. Él apreciaba lo mucho que se valoraba su trabajo.
Un día jueves, cuando el sol brillaba en todo lo alto, los trabajadores se reunieron en el lugar de siempre para tomar el almuerzo.
—Kyuho-ssi —lo llamó una voz femenina, mientras él ensillaba su caballo—, te... te preparé el almuerzo especialmente, ¿no vas a sentarte a comer?
—Voy a dar una vuelta en los alrededores. Me avisaron que la finca que está al otro lado del río fue comprada. Sólo quiero asegurarme que el ganado no esté dando problemas, la cerca que están reparando no está lista todavía —explicó.
Ella parecía desilusionada, pero asintió. Las decisiones del jefe no se discutían. Para nadie era un secreto que la muchacha tenía una especie de admiración por Lee. Desde el momento en que la habían contratado para hacerse cargo de la cocina, había demostrado una fascinación curiosa por él. Sí, todos lo sabían, excepto el mismo Kyuho. Jo Nayoung era una muchacha intachable, de familia humilde, pero valores destacables; enérgica y trabajadora. Pero nada más, ni siquiera la consideraba una amiga.
Kyuho se alejó cabalgando. No le tenía un gran amor a montar a caballo, pero había sido totalmente necesario hacerlo, para moverse por el extenso terreno de la granja (que, además, el mes anterior, se había extendido hasta tener como límite un río que atravesaba Yeoryang-myeon de extremo a extremo, y donde el ganado se refrescaba cuando lo sacaban a pastar).
Paseó un rato por los límites de la propiedad, deteniéndose a la sombra de un árbol, para descansar un momento. Todo estaba en orden, en aparente calma. Si todo estaba tan tranquilo, ¿por qué en el fondo no se sentía así? Desde que había despertado aquella mañana, había tenido esa sensación extraña de inquietud. Habrían sido los recuerdos repentinos que lo asaltaron y le dejaron el humor trastocado.
Habían pasado más de seis meses desde que Kazuki se había ido de Yeoryang-myeon, de vuelta a la ciudad, a su casa, con su familia. No es que hubiera tenido nada en contra de ello, es que simplemente... Tsk, ¿qué podía decir? Ni él se entendía. Él no se había despedido del chico. Lo había escuchado comunicarle a Lilian y a Seokjin su decisión, la mañana de navidad, y para la tarde ya estaba partiendo de ahí. Se había ido con su madre, escoltado por ese imbécil que lo había dejado plantado el día de su boda. Kyuho se había marchado esa mañana a la cabaña en la que trabajaba con Seokjin y allí se había quedado. Volvió al día siguiente y Lilian lo puso al día con la partida de Matsumoto.
A partir de aquel día, el trabajo había incrementado, afortunadamente, y había pasado cada día metido ahí, trabajando incansablemente a la par de Seokjin. El tiempo había pasado rápido y lento a la vez. Estaban entrados en agosto, la primavera se había ido y le había cedido el lugar al verano; la temperatura aumentaba, hasta volverse bochornosa. Había colores brillantes por todos lados y la vegetación crecía sin parar. Nada raro en aquella zona.
Esa mañana, había sido avisado sobre la compra de la propiedad vecina, con la que ahora tendrían que compartir un buen tramo del río. Lo más adecuado habría sido presentarse y ponerse a las órdenes de los nuevos dueños, por mera cortesía. Trabar amistad con los ganaderos de aquellas zonas siempre traía buenos beneficios, sobre todo, paz y armonía. Pero el día se le había ido volando y para el momento en que se decidió, ya era tarde. Lo dejaría para el día siguiente.
Pero a la mañana siguiente, se le adelantaron. Mientras él terminaba de atarse la larga cabellera rubia para colocarse el sombrero que lo protegería del sol más tarde, un jinete apareció en la distancia. El sol se comenzaba a asomar en el horizonte, lanzando los primeros destellos de la mañana.
Oyó las pisadas firmes del caballo, pero no distinguió quién lo montaba. No supo en ese momento si se trataba de un hombre o una mujer, hasta que fue acercándose directo hacia donde él estaba.
—Kyuho-ssi —lo llamó Nayoung, a dos metros de él, en la entrada de la gran casa—, parece que tenemos visitas.
—Eso veo —murmuró para sí mismo.
La claridad de su visión llegó pronto y el imponente animal se detuvo a aproximadamente quince metros de distancia. Él vio al jinete acariciar al caballo, seguramente le hablaba también. Entonces comenzó a caminar lentamente hacia él, llevaba en la mano lo que parecía ser una cesta, y hasta ese momento reparó en ella.
— ¡Buenos días! —exclamó. Era un hombre. Un hombre con un coreano particular, su acento era distinto. Kyuho se sintió aturdido—. Estoy buscando al capataz de este lugar. Vengo a presentarme. Soy el nuevo dueño de Trieu Le Dinh, la finca vecina.
Mientras más se acercaba y más hablaba, mayor era su incredulidad, su sorpresa. ¿Estaría soñando? En cualquier momento se despertaría en su cama y se preguntaría por qué diablos ese niño se le había aparecido en sueños. Tal vez porque había estado pensando en él, en el día que se había ido, en que no había estado ahí, y en que nunca entendió por qué había tomado esa decisión cuando se le veía firme en su posición de quedarse.
—Me dijeron que estaría aquí al amanecer. Y sé de buena fuente que le gusta la mermelada de fresa casera con pan de trigo.
Y ahora estaba ahí. Lo más increíble de todo no era su presencia, sino que hubiera llegado montando a caballo como todo un experto, tan seguro, y llamándose así mismo el dueño de una propiedad rural.
Kazuki se detuvo frente a Lee.
—Así que vine personalmente a traerle este presente —extendió hacia él la canasta—. Y esperaba que él... lo aceptara, junto a mis saludos.
Por supuesto que era él. No estaba dormido, en medio de un sueño, ni nada parecido. Tenía el cabello mucho más largo, a ras del hombro, y había un color azul artificial encendiéndole la mirada. Atravesando su labio inferior, una pieza de metal brillante. El maquillaje era sutil, pero resaltaba sus facciones; tenía el rostro de una muñeca de porcelana y olía igual que cuando lo conoció. Sólo que esta vez, había una determinación especial en su forma de hablar, en sus ojos. Era Kazuki, pero ya no el niño que había llegado a Yeoryang-myeon hacía casi un año. Este chico, este... hombre, era distinto.
El silencio y el cruce de miradas parecieron extenderse una eternidad.
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“Sunshine”, XXV.
Kyuho le ofreció una gruesa manta a Kazuki y este, en voz baja, se lo agradeció.
La granja, domicilio de Seokjin, había sido el primer lugar al que se le había ocurrido ir a Lee, pues con las condiciones climáticas de aquella noche, no podía darse el lujo de perderse en cualquier rincón del vecindario. Era la primera vez que Kazuki conocía la habitación en la que dormía Kyuho cuando no llegaba a casa de Lilian, usualmente cuando estaban cargados de trabajo.
Durante varios minutos, ninguno de los dos dijo nada.
—Necesito respirar —murmuró Kazuki.
Kyuho no había puesto ningún pero, no hizo preguntas, no hubo regaños, simplemente lo acompañó hasta la planta baja y salieron juntos a caminar por el extenso terreno. Las botas se les hundían en la fina capa de nieve. Lee encendió un cigarro, si sentía frío, lo disimulaba bastante bien. Kazuki había bajado envuelto en la tibia manta.
—Fui criado los primeros años de mi vida en un orfanato, en Ilsan —comenzó a hablar de pronto, mientras paseaban entre una extensa hilera de árboles—, aunque según los registros de mi ingreso, probablemente haya nacido en Seúl. Nunca lo supe con exactitud.
Kazuki estaba sorprendido. Kyuho nunca hablaba de su vida personal, era todo un misterio para él, aunque debía admitir que desde las conversaciones con Taehyung, su curiosidad había crecido considerablemente. ¿Qué lo había llevado a hablar ahora, tan repentinamente?
—Cuando conocí a Jihye, ella era aún una bebé que ni siquiera caminaba —continuó, tras exhalar el humo del cigarrillo—. Llegamos el mismo día al orfanato. Los niños debíamos cuidarla también. Se convirtió en mi hermana pequeña con el tiempo. Era la niña más adorable —Kazuki reconoció cierta timidez en la voz del mayor. Su sorpresa aumentó. Era la primera vez que le oía decir algo semejante, Kyuho jamás dedicaba cumplidos ni se expresaba directamente con afecto—. Fuimos adoptados juntos por un matrimonio de Jeongseon que nunca había podido tener hijos. Nos trajeron hasta Bukpyeong-myeon y nos dieron una buena vida —hizo una pausa breve, seguían avanzando hacia el frente, pero rodearon uno de los árboles en algún momento y caminaron de regreso por el sendero que habían transitado ya—. Jihye era una chica sana, inteligente, pero ingenua. Tenía 15 años cuando Taehyung apareció en nuestras vidas.
Oh. Esta era la historia. Kazuki sintió un revoloteo extraño en el estómago, ¿por qué estaba nervioso de pronto? Nunca había escuchado sobre la existencia de esa hermana suya, ¿qué habría sido de ella? Cuando Kim le habló del incidente que había matado a los padres de Lee, omitió totalmente a la hermana. Eso lo llenó de dudas. Siguió guardando silencio, Lee sabía que lo estaba escuchando con toda su atención.
—Comenzó a frecuentarla, a llevarle regalos, a buscarla. Hasta que los rumores de que no era una buena junta llegaron a oídos de mis padres. Le prohibieron verlo. Pero ella era joven y estaba ilusionada. Intenté cuidarla sin enemistarme con ella, pero era difícil estar de parte de todos al mismo tiempo. Comenzó a guardarme secretos, a escaparse, a tomar una actitud rebelde. Fue alejándose.
— ¿Creías lo que se decía de Taehyung? —por fin, Kazuki habló.
—No sabía si creerlo, pero tampoco podía ignorarlo. Por eso intenté averiguarlo. Para desgracia de los dos, descubrí que estaban planeando escaparse, él iba a llevársela a Busan. No enfrenté a ninguno de los dos, fui precavido, quería esperar al día que habían pactado, para evitar que ella se fuera con él —hubo otra pausa, ahora más extensa. El cigarro se estaba consumiendo rápidamente y Lee comenzó a buscarse otro en el bolsillo—. Una noche antes de que eso sucediera, encontré a Taehyung enredándose con un chico. Nos molimos a golpes y ahí me enteré que planeaba dejar plantada a Jihye, para escaparse con él. El muy cerdo —esbozó una media sonrisa, amarga. Kazuki notó el rencor en el tono agrio de su voz—. Aquello sucedió en diciembre. Habíamos puesto un árbol de navidad, con luces por todos lados. Jihye y yo lo adornamos. La noche que descubrí la bajeza de Taehyung y su amante, hubo un corto circuito que inició un incendio en casa. Mientras él y yo nos dábamos una paliza, mis padres y Jihye, estaban muriendo.
Esta fue la pausa más larga de todas. Kyuho fumaba tranquilamente y su tono de voz había sido el mismo durante toda su anécdota; mas, Matsumoto podía percibir la tristeza, la rabia contenida por quién sabe cuántos años. Muchas cosas tenían sentido ahora. Sintió un malestar en el estómago, ganas de vomitar, de llorar, de abrazarlo.
—No puedo culpar a ese sujeto de lo que sucedió con mi familia, Kazuki. Pero comprenderás que no hay manera de que él y yo convivamos en el mismo entorno, sin que sienta ganas de partirle la cara —hasta entonces, el rubio había volteado a verlo y el menor asintió.
Habían llegado hasta la casa nuevamente. Cuando entraron, Kyuho se aproximó a la mesa y sacó el contenido de una bolsa que Kazuki estaba seguro, había llevado consigo cuando volvió a casa de Lilian y se encontró con el escándalo. Oh... Por un rato estuvo tan metido en el relato de Lee, que se había olvidado de sus propios problemas.
—Ten —el rubio lo sacó de sus pensamientos y le acercó una caja cuadrada de madera. Pesaba. Kazuki la recibió, con gesto sorprendido, callado—. Es un... —desvió la mirada—. Por Navidad. Lo de adentro debía estar listo ayer, pero sólo pudieron entregármelo hasta hace un rato.
Por eso había salido de casa de Lilian tan repentinamente, había ido a recoger esta caja, un obsequio de navidad.
Kazuki se apresuró a ponerla en la mesa y quitó la tapa. Se percató de que tenía tallada su inicial en una esquina y todas sus emociones se revolvieron. No supo por qué, pero los ojos se le llenaron de lágrimas.
En el interior encontró cuatro pequeños frascos de vidrio: una vela, miel, duraznos en conserva y dulces de coco.
— ¿Tú hiciste la caja?
— ¿Qué más da? —resopló. Kazuki se volvió hacia él y Lee lo miró de reojo, pero después se giró para verlo directamente. ¿Por qué Matsumoto estaba llorando?
—Tú hiciste la caja —ya no era una pregunta, era una afirmación. Kyuho no dijo nada, pero no hacía falta, porque Kazuki ya lo sabía. Él había tallado su inicial en la tapa.
La noche no había sido lo que él esperaba, muchas emociones lo sorprendieron, se sentía confundido, perdido. Pero Kyuho estaba ahí y se había abierto con él, por razones que desconocía, pero eso era lo menos importante. Lo que realmente importaba era que había alguien que confiaba en él, que estaba ahí, acompañándolo.
Cuando se aproximó a él, la manta cayó al resbalar por sus hombros. Kyuho se tensó y se quedó sumamente quieto cuando los brazos de Kazuki le envolvieron el cuello y lo estrecharon. Sintió su calor, su corazón latiendo con prisa, un ligero temblor (quizá de frío). No le correspondió inmediatamente el abrazo porque fue tomado por sorpresa y aunque consideró la idea de apartarlo, Lee no lo hizo. Lentamente, la estrecha cintura del japonés quedó encerrada entre los brazos del rubio.
Nadie dijo nada. No hizo falta tampoco. El abrazo había sustituido un "gracias" de Kazuki.
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“Sunshine”, XXIV.
23 DE DICIEMBRE. ㅤㅤㅤㅤ ㅤ ㅤㅤ ㅤㅤㅤ
Hacia la tercera semana de Diciembre, Yeoryang-myeon comenzó a vestirse de luces y adornos coloridos; en sus calles, se respiraba la llegada de la Navidad. En casa de Lilian Jie, el menú de Nochebuena ya estaba decidido. Seokjin, Kyuho y Kazuki habían puesto manos a la obra para ordenar y adornar la casa un día antes. No fue trabajo fácil, ¿quién diría que una casa podía dar tanto que hacer?
Por la mañana, mientras Kazuki se quedaba encargado de limpiar la cocina, el trío restante se había marchado a hacer las últimas compras. Lilian había pedido a su hijo que se detuviera en la florería del pueblo, pues planeaba adornar la mesa con un par de ramos de flor de Nochebuena.
—El cumpleaños de Kazuki es en enero —comentó Lilian de pronto, tanto Seokjin como Kyuho, se volvieron hacia ella—, me gustaría regalarle un ramo de flores de temporada.
— ¿Qué clase de flores se regalan en los cumpleaños? Creo que las rosas son bonitas —la sugerencia vino del mayor.
—Lo he visto contemplar el rosal, es probable que sean sus favoritas —Lilian lucía pensativa. Kyuho chasqueó la lengua, captando la atención de los otros dos.
—Sus flores favoritas son los Claveles —pareció fastidiado, impaciente. Quizás ya se había hartado de las compras, hacía un frío espantoso, además—. Los rosas. No le gusta mucho el color amarillo, así que yo lo evitaría.
—Vaya, Kyuho —Seokjin sonrió con una chispa de travesura en la voz—. No sabía que estabas tan al tanto de los gustos del niño.
Le dio la impresión de que Kyuho se tensaba, por lo que Seokjin extendió la sonrisa. La mujer también lo observaba, curiosa de pronto.
—Lo dijo el otro día en el desayuno —explicó—. Jamás se calla, todo el tiempo está diciendo tonterías —cruzó los brazos sobre el pecho, visiblemente hastiado. Desvió la mirada lejos del curioso par que ahora compartía el gesto divertido.
—Y ya que le prestas tanta atención a sus "tonterías", podrías decirnos, quizá, si sería bueno obsequiarle algunas golosinas.
—Sí, cariño —Lilian extendió la mano, para acariciar cariñosamente el brazo del rubio—, tú pareces conocerlo un poco mejor.
—Hm —él encogió los hombros con desinterés—. Creo que los dulces de coco le gustan bastante. Las velas aromáticas también, en la feria de Bukpyeong-myeon se mostró entusiasmado por las de vainilla y mandarina —poco a poco, al parecer, se iba relajando y hablaba con más soltura. Tenía la mirada perdida, probablemente trataba de encontrar los datos adecuados en sus recuerdos—. Últimamente tiene curiosidad por el bordado, supongo que el material para eso le gustaría... Qué sé yo —de pronto cayó en cuenta de que estaba sonriendo, era un gesto tan sutil, que podría pasar desapercibido para cualquiera. Pero no para Seokjin y para Lilian, que lo habían notado; de hecho, compartieron un vistazo y guardaron silencio, mientras Lee hablaba. Era toda una novedad oírlo decir más de tres frases en una conversación.
Kyuho volteó a verlos, luego frunció el ceño, adoptando la expresión malhumorada de siempre.
—Ya veo —habló Seokjin—. Qué interesante. Lo conoces mejor de lo que yo imaginaba. Y yo que había llegado a pensar que lo odiabas —rió.
—Cierra la boca —gruñó Lee—. Ya dije que son cosas que él mismo ha dicho. Todo el maldito tiempo está hablando, ¿de acuerdo?
—Sí, sí —Seokjin alzó las manos en señal de paz—, como tú digas. ㅤㅤㅤㅤ ㅤ ㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤ ㅤ ㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤ ㅤ ㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤ ㅤ ㅤㅤ 24 DE DICIEMBRE. ㅤㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤ ㅤ ㅤㅤ ㅤㅤㅤ
Seokjin, Kyuho y Kazuki, sin excepción, vestían un mismo diseño de suéter de lana, con la única diferencia en el color, la talla y el pequeño bordado que adornaba la parte izquierda de la prenda, sobre el pecho: un reno (para Seokjin), una flor de Nochebuena (para Kazuki) y un copo de nieve (para Kyuho). Lilian había pasado horas tejiendo los tres abrigos y se los había obsequiado antes de que se acercara la hora de la cena.
Compartieron chocolate caliente y se sentaron todos frente al pequeño pino que había llevado Seokjin y que Kazuki y Lilian habían adornado con esferas azules y plateadas. Eran aproximadamente las cinco de la tarde, la señora Jie comenzó contándoles historias de su infancia, relatándoles cómo solían celebrar la Navidad en su familia.
En algún punto, Kazuki se había sentido nostálgico y culpable por no estar con su propia familia, pero la última llamada con su abuelo le había hecho reflexionar al respecto. Él estaba creciendo, tomando sus propias decisiones, e hiciera lo que hiciera, su abuelo estaría apoyándolo. Eso le dio valor para quedarse. No estaba preparado para enfrentar el torbellino de reclamos, de preguntas, de miradas prejuiciosas.
El calorcito que desprendía la leña quemándose en la chimenea los mantenía a salvo del inclemente frío; afuera, estaba nevando. En algún momento, sobre las seis de la tarde, Kyuho se desapareció con una excusa que sólo compartió con Seokjin, y anunciando que regresaría en seguida. Aunque le extrañó a Kazuki, sobre todo porque Lilian no hizo preguntas al respecto, él no dijo nada. La conversación continuó, entre bromas tontas de Seokjin, anécdotas divertidas, y temas que iban cambiando de un extremo a otro.
Fue entonces cuando tocaron la puerta con insistencia.
— ¿Esperas visitas? —preguntó el mayor a su madre.
—Claro que no, hijo. Quizá Kyuho olvidó sus llaves.
—Lo dudo. Yo atiendo —se puso de pie en seguida y desde donde estaba, Kazuki se estiró sobre el piso de madera, para seguirlo con la mirada. Alcanzó a ver la puerta se abría y escuchó la voz de Seokjin, también otra voz desconocida que no supo identificar como masculina o femenina. Después, una especie de golpe que lo sobresaltó.
— ¡Yo sé que está aquí!
A Kazuki se le heló la sangre cuando escuchó esa voz. Una helada ventisca entró por la puerta abierta, al tiempo que Lilian se ponía de pie, para saber qué estaba sucediendo. Matsumoto hizo lo mismo, mecánicamente, con el estómago revuelto.
— ¿Quién diablos eres tú y con qué derecho entras así a mi casa? —espetó Seokjin y el chico con el que estaba discutiendo lo apartó de un fuerte y repentino empujón, para abrirse paso hacia el interior.
La mirada de Kazuki se cruzó con la de él cuando se acercó. ¿Estaba soñando? ¿Se habría quedado dormido en alguna parte de la velada?
—Hiroki —pronunció, con la voz ahogada—, ¿qué haces aquí?
— ¿Hiroki? —cuestionó Seokjin, cada vez más molesto—. ¿"Ese" Hiroki? Porque si es así...
— ¡Kazuki! —el antes nombrado avanzó, pasando junto a Lilian, que no cabía más en sí misma de la confusión y la sorpresa, y se abalanzó sobre el menudo cuerpo de Matsumoto. Lo estrechó entre sus brazos y Seokjin bramó, yendo inmediatamente a quitárselo de encima. Lo siguiente que Kazuki supo, todavía sumido en el pozo de la incredulidad, es que Seokjin y el recién llegado, estaban agarrándose a golpes ante la mirada de una asustada Lilian.
No podía ser cierto. De verdad... Tenía que haberse quedado dormido, esto no podía estar pasando. ¿Cómo podía ser esto real? Sin embargo, tuvo que reventar su burbuja de emociones y reaccionar rápido, antes de que aquel par se siguiera moliendo a golpes. En medio de aquel estallido de gruñidos, golpes, maldiciones y amenazas, el característico rugido de un motor se sobrepuso al bullicio. Kazuki alzó la mirada un segundo, sólo para ver cómo Akane se bajaba corriendo de la camioneta, seguida de su madre.
¿Qué diablos estaba pasando?
— ¡Oh, por Dios, Kazuki! ¡Kazuki! —Akane entró corriendo—. ¿Estás bien?
—Tú —Koemi Matsumoto entró después y el recibidor se llenó de gente de pronto, para sorpresa de la dueña de la casa—. Ya fue suficiente. Evitémonos el espectáculo y súbete a la camioneta.
—Mamá...
—Kazuki —Akane lo tomó por los hombros, tenía los ojos cristalizados por las lágrimas—, perdóname... perdóname, Kazu, esto fue mi culpa. Yo... Yo sólo... Yo no sabía, yo quería venir a verte y Hyungsik... yo no sabía que Hiroki lo había mandado, te lo juro. Cuando lo supe, cuando supe que venía por ti, tuve que decirle a mamá para que no te hiciera daño, Kazuki... por favor, dime que vas a perdonarme —el llanto de la chica añadió peso al impacto del momento. El chico estaba tan confundido que no podía reaccionar a absolutamente nada. Todos hablaban, su madre gritaba, Seokjin seguía amenazando a Hiroki con romperle la cara.
—Le voy a pedir, señora —Lilian se dirigió a la otra mujer—, que se retire de mi casa.
— ¡Es lo único que me faltaba! Vieja entrometida, voy a demandarte por mantener cautivo a mi hijo, ¡es menor de edad!
— ¡Basta ya! —gritó Kazuki, y el resto guardó silencio—. Todos ustedes... ¿Qué diablos están haciendo aquí? No tienen ni el más mínimo respeto por la propiedad ajena, ¿cierto? Entran como animales, ¿quiénes se creen?
—A mí no me hables así —advirtió su madre—, y no hagas que pierda la paciencia. ¡Súbete a la maldita camioneta!
— ¡No voy a irme!
—Kazuki —intervino Hiroki—, hazle caso a tu madre. Volvamos a casa, tenemos que hablar.
—Tú eres la última persona con la que pienso cruzar palabras —espetó el aludido—, ¿con qué derecho vienes aquí, como si nada hubiera pasado?
— ¡Yo lo sé! Lo que hice fue horrible, imperdonable, estoy consciente. Sólo dame unos minutos, te lo explicaré todo y te juro que no volveré a molestarte si tú me lo pides.
—Te lo estoy pidiendo ahora —masculló entre dientes—, no te quiero volver a ver en mi vida. No hay una sola persona que me dé tanto asco como tú. Perdiste tu tiempo viniendo hasta aquí. Hazme el favor de largarte, tu sola presencia me repugna.
—Kazuki, por favor...
—Se acabó el drama —sentenció la madre de Kazuki—, termina de una vez con esta escena lamentable y despídete.
—No, mamá. Yo no voy a irme.
—Por supuesto que vas a irte. Este no es tu lugar y lo sabes bien, ¡ni siquiera sé cómo puedes vivir en un lugar como este! Ningún hijo mío puede caer tan bajo. ¡Súbete al auto, Kazuki!
—Si puedes —desafió—, súbeme tú.
La mujer iba directo a cumplir con ese reto cuando la moto se detuvo frente al domicilio. La atención estuvo sobre Lee, que iba entrando, con el ceño fruncido y un signo de interrogación enorme pintado en la cara. ¿Quién era aquella gente y qué hacían ahí? ¿Invitados de Lilian? No... Por la forma en la que estaban vestidos los tres extraños, definitivamente no.
— ¿Qué está pasando aquí?
—Oh, nada fuera de lo normal. El imbécil que dejó plantado a Kazuki en el altar vino a buscarlo para convencerlo de hablar con él y esta señora loca, que por lo visto es su madre, quiere llevárselo a la fuerza —respondió Seokjin, con toda la intención de contenerse y no soltar las groserías que ya tenía en la punta de la lengua. Una algarabía dio comienzo, Hiroki estuvo a punto de echarse sobre él para golpearlo, de no ser porque Lilian se interpuso. Akane estaba llorando todavía y la señora Matsumoto seguía amenazando a su hijo, que parecía haberse convertido en piedra de pronto.
Seokjin sabía que Kazuki estaba conteniéndose. "Qué valiente", pensó, "ver a la persona que le rompió el corazón y no quebrarse después del impacto".
La discusión estaba subiendo de tono, los segundos parecían alargarse. Kazuki no cabía en sí mismo de la tensión, no entendía nada, tenía las ideas revueltas y definitivamente no sabía ni qué hacer, qué decir. Sólo Kyuho pensó en darle un final a aquella absurda locura: tomó la muñeca de Kazuki con fuerza y tiró de él, hasta llevárselo a rastras fuera de la casa. El griterío se calló por un segundo, pero luego las voces volvieron a alzarse.
"¡Kazuki!", su madre y Hiroki lo estaban llamando. Kyuho fue rápido, le tendió el casco y casi le ordenó que se subiera a la motocicleta. Antes de que los recién llegados pudieran hacer algo al respecto, ellos se marcharon a toda prisa.
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“Sunshine”, XLV: Final.
Siempre amó los atardeceres, la sensación de libertad que sólo se obtiene al pararse en medio de la naturaleza y tomar una respiración honda, que le llene los pulmones y el alma de pura paz.
Olía a café, a tierra y hierba; se habían convertido en sus aromas favoritos, junto con el de las flores.
— ¡Kazuki, espera! Tsk... ¿Quieres tener más cuidado? Podrías hacerte daño.
— ¡Date prisa!
Sentir que se pertenece a un lugar, que se ha llegado al sitio correcto, es una de las mejores sensaciones del mundo, pensaba Kazuki, mientras brincaba sobre las piedras que sobresalían del agua tranquila del río. La luz anaranjada del ocaso bañaba los extensos valles y los últimos aires de la tarde acariciaban las plantas, las flores, haciéndolas bailar a su compás.
Kyuho iba detrás de Kazuki, siguiéndolo fielmente y cuidando que no tropezara, aunque estaba tan lleno de energía que constantemente se quedaba varios pasos atrás. Todavía vestían los trajes con los que se habían presentado esa mañana en el evento realizado en Yeoryang-myeon, en el que Kazuki había sido reconocido por su labor en la comunidad. Habían asegurado que volverían para la cena que le habían estado preparando sus abuelos y pronto los estarían esperando para celebrar el acontecimiento. Pero Kazuki había insistido en que fueran a caminar juntos un rato y Lee no se había podido negar cuando expresó sus razones.
Ahora iba tras un Kazuki saltarín, risueño, que subía colinas y las bajaba corriendo, sin miedo, divertido. Finalmente, se detuvo en lo alto y observó la inmensidad del valle, la majestuosidad de la naturaleza. Yeoryang-myeon se había robado su corazón y ahora él, podía llamarlo «hogar».
—Es precioso —murmuró Kazuki, observando el paisaje. Kyuho barrió con la mirada el panorama, pero en seguida se volvió hacia su novio y lo contempló en silencio. Una suave luz le acariciaba el rostro, como besándolo con delicadeza. Él amaba esa expresión de paz de su chico.
—Sí —dijo, sin dejar de mirarlo—, lo eres.
Kazuki se giró y le saltó encima para abrazarlo, entre risitas y besos.
—Te amo —le confesó y vio a Kyuho ruborizarse, como cada vez que se lo decía. Adoraba causar esas reacciones en él de repente.
—Te amo, Kazuki —susurró.
Hubo más besos, abrazos, también unas cuantas promesas y miradas silenciosas, eternas, que expresaban más que las palabras. Mientras se abrazaban, Kazuki volteó hacia un costado y sonrió; tomó a Kyuho de la mano y lo guió hacia debajo del joven árbol, rodeado de flores. Su rincón favorito de todo Yeoryang-myeon.
—Debe estar tan orgullosa de ti, Kazuki —le dijo.
Se habían sentado debajo del cerezo, que había crecido poco a poco y se estaba convirtiendo en un precioso árbol. Ellos lo visitaban con frecuencia y Kazuki se aseguraba de mantenerlo siempre sano, con sus flores bien cuidadas, justo como Lilian procuraba su jardín.
—Y de ti —aseguró. Suspiró. El sol descendía, escondiéndose lentamente entra las montañas—. La extraño tanto, Kyuho.
—Lo sé —extendió el brazo encima de sus hombros y lo atrajo hacia su pecho. Kazuki se acurrucó ahí, en su refugio predilecto—. También yo. Pero, hey, ¿qué es esa carita triste que estoy viendo? Dudo mucho que ella hubiera permitido algo semejante —regañó, arrancándole una sonrisa genuina al menor, que ahora lo observaba con ojos destellantes.
— ¡Lo siento! A veces... a veces no puedo evitar sentirme como un día nublado. Gris.
—Habrá muchos de esos momentos. La vida está lleno de ellos, Kazuki. Tú has pasado muchos de esos, ¿cierto? —el chico asintió—. Como yo. Como todos. Pero no importa, ¿sabes por qué?
— ¿Por qué? —alzó la mirada y se encontró con la sonrisa más sincera y una mirada llena de cariño, de puro amor.
—Porque aunque haya días nublados y grises, así vengan uno tras otro, el sol siempre volverá a salir.
Kyuho besó la frente de Kazuki y él se acomodó mejor contra su pecho, acurrucándose entre sus brazos. Se hizo el silencio mientras ambos contemplaban el sol esconderse y juntos, debajo de aquel cerezo, despidieron el atardecer.
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“Sunshine”, XLIV.
—El primer día que puse un pie en Yeoryang-myeon, estaba hecho un desastre... No sabía realmente qué esperar o si estaba buscando algo; estaba asustado, muy desorientado y, literalmente, perdido. En el camino, me encontré con mi primer ángel —Kazuki carraspeó, bajando un poco la mirada; sus mejillas se sintieron cálidas y enrojecieron sutilmente—, y después de él, los otros dos rayos de esperanza que me guiarían en mi nueva vida. No fue fácil... Quizá no se notaba demasiado, porque siempre he sido un chico hermético —admitió con vergüenza—, pero día tras día, estas tres personas me empujaron hacia adelante. Hoy, una de ellas, desafortunadamente, ya no nos acompaña. Pero sé que, si estuviera aquí, estaría sentada en primera fila, junto con su hijo, Kim Seokjin y Lee Kyuho.
Las miradas se centraron, por un instante, en Kim, que había alzado la mano y dicho «¡yo, soy yo, está hablando de mí!»; los presentes rieron, mientras un avergonzado Lee centraba la mirada en un punto cualquiera del suelo.
—Ella solía decirme, que la fortaleza con la que nos golpea la vida, es igual a la fuerza con la que estamos dotados cada uno de nosotros, para levantarnos después de esos golpes. A veces es difícil, hay días en que simplemente quisiera no salir de la cama y olvidarme de que hay un mundo allá afuera —continuó el chico, soltando una suave risa—. Pero en días como hoy, me doy cuenta de que, en esos momentos en los que me falta la fuerza, sigo siendo yo. Y yo, soy tan resistente como un roble.
Una ola inesperada de aplausos lo hizo sentir terriblemente avergonzado. Dirigió la mirada hacia el ahora pelinegro de cabello largo que lo observaba atentamente. Lucía tan atractivo, de traje y corbata.
—Hoy quiero agradecer a todas y cada una de las personas que hicieron posible que yo estuviera aquí hoy, recién graduado y con un proyecto muy importante en puerta, con el que nuestra gente de Yeoryang-myeon podrá tener mejores condiciones, que ayudarán a aumentar la calidad de su trabajo y la cosecha de nuestras tierras. A mi abuelo y mi abuela —señaló—, que han sido el pilar más importante. A Kim Seokjin y su preciosa familia. Y último, pero no menos importante —rió bajito—, a mi pareja, quien me ha sostenido como el mejor compañero, un hombre admirable y comprometido; Lee Kyuho.
En un vistazo rápido, logró divisar una clara muestra de timidez en un par de mejillas coloradas, iguales a la suyas; un brillo especial en la mirada, pero también una amenaza divertida que le hizo hormiguear el estómago: «ya verás cuando bajes de ahí».
—Y a ustedes, comunidad de Yeoryang-myeon, por brindarle la confianza a un grupo de estudiantes que no busca más que un mejor futuro para todas y cada una de las familias que lo habitan. Muchas gracias.
Una sonora ola de aplausos hizo a Kazuki sentirse lleno de alegría. Bajó corriendo de la tarima, rumbo a los brazos de sus abuelos, que lo esperaban con un colorido ramo de flores. Él había cerrado el discurso de agradecimiento, después de que sus compañeros se presentaran por igual, hablando del proyecto que les había valido múltiples reconocimientos durante sus años de estudiante y que había crecido lo suficiente, como para convertirse en una seria propuesta que en un futuro muy cercano estaría financiada por el gobierno de Jeongseon.
De una pequeña semilla, había nacido algo enorme, cuando ni siquiera se veía capaz de darle un rumbo a su vida personal.
Recibió felicitaciones de algunos vecinos, de compañeros de escuela y sobre todo, de su familia.
—Lamento que tus padres se están perdiendo esto, hijo —dijo su abuela, mientras lo estrechaba en un efusivo abrazo.
—No importa, abuela. Quizás algún día decidan venir y ver por sí mismos que soy digno de su apellido —había certeza en su palabra, pero también cierta tristeza.
—No necesitas que ellos admitan algo como eso, Kazuki, incluso si son tus propios padres —continuó su abuelo—. Lo que te hace digno como ser humano no es lo que logres en el terreno académico, ni en el laboral, sino la calidad de persona que eres con el resto del mundo. Nunca lo olvides.
La sonrisa volvió al rostro del muchacho, quien pronto estuvo siendo asfixiado por los fuertes brazos de Seokjin.
— ¡Me estás ahogando!
— ¡Estoy tan orgulloso de ti, mocoso! ¡Mírate! ¿Quién lo diría? Ayer te daba miedo subirte a un caballo y tocar la tierra con las manos desnudas, y hoy eres todo un ingeniero. Mi madre estaría muy orgullosa y feliz, Kazuki.
—Lo está, dondequiera que se encuentre —añadió Jiwoon, que sostenía la pequeña mano de Byunghun, su hijo—, así como nosotros lo estamos, Kazuki. Felicidades.
—Basta, están haciendo que me avergüence.
Pero las felicitaciones continuaron, incluso de parte de Kim Taehyung, que se acercó a él para obsequiarle una canasta llena de bocadillos y adornada con flores. Lo abrazó y llenó de halagos, como era costumbre, y Kazuki aceptó cada uno tímidamente, murmurando su agradecimiento.
—Ven a la tienda uno de estos días, ¿bueno? Tendré un obsequio para ti.
—Creo que ha sido suficiente de obsequios, Kim. Ya puedes largarte —Kyuho, como siempre, lo interrumpió. Taehyung soltó una carcajada.
—Kazuki ya dijo bien claro por el micrófono y en frente de todo el pueblo que están juntos —puntualizó, con tono divertido—, creo que ya está bastante claro, ¿crees que te lo voy a robar?
—Ni en tus sueños podrías.
—No estés tan seguro.
Kazuki no tuvo que interferir esta vez porque, sorpresivamente, Kyuho no peleó, ni hizo el intento de responderle con alguna ofensa. Él simplemente sonrió y negó con la cabeza.
—Te veré pronto —Taehyung se despidió, guiñándole el ojo a Kazuki—. Hasta luego, imbécil.
—Piérdete, Kim.
Kazuki soltó una risita y Kyuho lo abrazó posesivamente, dándole un beso en la cabeza.
—Estoy tan orgulloso de ti, niño —habló en voz baja, sólo para que su novio lo escuchara.
—No habría llegado hasta aquí si no hubieras estado conmigo.
—Habrías llegado —aseguró, apartándose un poco, para poder mirarlo a la cara. Se encontró con ese brillo lleno de vida que lo había cautivado hacía tanto tiempo ya—. Pero no habría sido tan increíble sin mí.
— ¡Engreído!
Como siempre, Kyuho lo calló con un beso.
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“Sunshine”, XLII.
— ¡Qué milagro, están lloviendo los ángeles!
Kazuki dio un respingo cuando la voz grave y escandalosa de Taehyung lo sobresaltó. El japonés soltó una risita y continuó escogiendo las hierbas que había ido a buscar.
—Hola, Taehyung.
—Hace tiempo que no te veía por aquí. Estás muy ocupado con tu... cosa esa, del campo, ¿cierto?
— ¿Mi proyecto de riego? —asintió—. Han sido meses de arduo trabajo y dolores de cabeza, pero está saliendo adelante y pronto será una realidad.
—Es rara la persona de por aquí que se dedica a estudiar, pero veo que a ti te gusta. Eso es grandioso, encanto, he escuchado rumores al respecto. Felicidades.
—Gracias —levantó la cabeza, para corresponder su sonrisa.
— ¿Listo, Kazuki? —Kyuho intervino y el gesto alegre de Taehyung se transformó en uno más travieso, divertido. Era como un niño queriendo hacer una travesura para molestarlo.
—Le estaba diciendo a tu... amigo, que cada día está más guapo.
— ¿Ah, sí?
—Está mintiendo —murmuró Matsumoto, emitiendo una risa suave y negando con la cabeza al ver a Kim.
—Bueno —dijo el castaño, cruzando los brazos—, quizá no se lo dije, pero es lo que pienso. Estás precioso, Kazuki. El cabello largo te queda muy bien.
— ¿Vas a seguir siendo tan descarado? —masculló el rubio, adelantando un paso para estar más cerca de él. Kazuki se entrometió, quedando entre los dos. Lucía más pequeño entre ellos, ¿Taehyung estaba más alto? Se sintió avergonzado.
—Chicos, por favor, dejen de ser tan tontos y cavernícolas. Taehyung, ¿podrías dejar de molestarlo y cobrarme esto? Tengo un poco de prisa.
Los chicos se miraron por uno segundos, Kyuho con la expresión neutra de siempre y Taehyung con esa característica sonrisa coqueta. El rubio sintió ganas de desbaratarle ese estúpido gesto de un puñetazo, pero lo vio relajarse y soltar un suspiro.
—Me apenó mucho lo que sucedió con la señora Jie. No había podido darles mis condolencias porque estaba en la ciudad y... Lo siento mucho, Kyuho —por primera vez, Kazuki lo había oído dirigirse a él por su nombre y eso lo sorprendió tremendamente—, te lo digo sinceramente. Y a ti, Kazuki, también.
Si Lee estaba sorprendido, no lo demostró en absoluto. El camino de regreso a la finca había sido silencioso, Kazuki se había despedido de Taehyung brevemente después de hacer su compra y después había corrido tras Kyuho, que se había dado media vuelta simplemente, para volver a la camioneta.
—Estaba siendo sincero con lo que dijo —fueron las primeras palabras que pronunció el menor, cuando llegaron y Kyuho parqueó el vehículo—. ¿Por qué estás molesto?
—Porque sé que fue sincero —respondió simplemente.
Kazuki se sonrió y no hablaron más del tema. ¿Qué veía ahí, un atisbo pequeñito de perdón, de reconciliación? Estaba seguro de que ellos jamás podrían sostener una amistad, porque eran diferentes y el pasado era traicionero, pero Kyuho llevaba un peso encima a causa de lo sucedido con Taehyung y su difunta hermana desde hacía años y por primera vez, sintió que podía liberarse de él.
Las semanas siguieron pasando y la convivencia entre ellos se acortó, gracias a los proyectos de Kazuki y el trabajo de Kyuho. Cuando podían reunirse, lo hacían para pasar tiempo con Seokjin y su familia. Por eso, el día que pudieron ir a visitar la casa de Lilian, con la finalidad de empacar el montón de pertenencias que había dejado, Kazuki lo vio como una gran oportunidad de pasar tiempo de calidad juntos.
—Sé que Seokjin va a venderte esta casa.
—Es un tesoro valioso que él debería conservar, pero aparentemente y sigo sin entender por qué, su madre quería que yo la tuviera —Kyuho estaba guardando figuras de porcelana dentro de una caja, mientras Kazuki doblaba un montón de ropa.
—Sé que vas a cuidarla tanto como ella lo hizo —suspiró—. Entrar aquí me pone nostálgico. Es como si no se hubiera ido, ¿sabes?
—Nunca se van —dijo, alzando la mirada hacia él—, siempre se quedan. Ella seguirá aquí, por eso transmite tanta paz.
—Es verdad —sonrió. Guardaron silencio por unos minutos, mientras se enfocaban en sus tareas, luego él añadió—: ¿sabes qué sería bonito?
— ¿Hm?
—Tener un columpio en el patio. Debajo del árbol —vio a Kyuho esbozar una media sonrisa, con cierto tinte divertido—. ¿Qué?
—Eres un crío.
— ¡Oye! —exclamó, indignado—. ¡Querer un columpio no me hace un crío! Tch... ¡Cretino!
—Mimado. Eres tan berrinchudo y ruidoso.
— ¡Cállate!
—No. Tú cállate.
— ¡Ah, no te soport...!
La mejor manera de detener su berrinche, había sido un beso. Uno inesperado, intenso, que hizo a Kazuki suspirar mientras se abrazaba fuerte a su cuello. Lo estrechó con necesidad, mientras Kyuho lo sostenía por la cintura, apretándolo contra su cuerpo.
¿En qué momento terminaron en la vieja habitación de Kazuki? No lo supo.
La antigua cama donde solía pasar las noches en vela, preguntándose por qué no había sido suficiente para el hombre que había amado hacía muchos ayeres, lo recibió y fue testigo de cómo se desataba la pasión de un alma libre, que había renacido después del desamor, la traición y la desdicha. Y escucharon las paredes los susurros cómplices, las súplicas, los gemidos, el rumor de sus cuerpos que se unían y se desbarataban a la par.
Amor. ¿Cómo se sabe cuando se está enamorado? ¿Es el corazón alocado y las mariposas revoloteando en el estómago? ¿O la paz, la seguridad de unos brazos cálidos?
«El sentimiento de estar en casa, de haber encontrado tu lugar en el mundo».
Kyuho lo hacía sentir así, a salvo. En medio del encuentro pasional que lo tenía perdido y abrumado de calor, las palabras brotaron por sí solas entre suspiros y miradas cargadas de deseo, de cariño, de necesidad. Resbalaron de los labios tibios y enrojecidos, que se rozaban contra los de Lee en un beso torpe, casi inocente. La danza de sus caderas lo tenía perdido, pero nunca había tenido tan claros sus sentimientos como en ese momento. Brotó así, sin más, del alma.
«Estoy enamorado de ti... Kyuho...»
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“Sunshine”, XLI.
El cielo de Yeoryang-myeon arde en tonalidades anaranjadas; se incendia en la mezcla de colores brillantes del ocaso. Hay una quietud infinita, un silencio profundo, pero cómodo. No cantan las aves, el río murmura a lo lejos siguiendo su cauce, y las suaves corrientes de aire barren los pastizales verdes, llenos de vida, vibrantes.
A Kazuki siempre lo enamoró esa tranquilidad característica del pueblo, pero ese día, especialmente, es esa calma la que lo agobia y le recuerda que hay una voz, una risa, que no volverá a romper el silencio.
Toma una profunda bocanada de aire y lo expulsa en un suspiro. Su aparente serenidad es tristeza contenida, disfrazada. Casi puede escuchar a Lilian susurrarle, tocando su hombro, diciéndole «eres humano, no actúes como si no lo fueras». Entonces llora en silencio y de pronto, un par de brazos rodean su cintura desde atrás y se acurruca contra el amplio pecho de Kyuho.
Más allá, están Seokjin y su familia. Jiwoon lo abraza, le murmura dulces palabras llenas de cariño y lo alienta a desahogarse; él, como un niño, se deja fluir, empapándole la blusa, sollozando como un infante asustado, desorientado.
El lugar en el que han enterrado a Lilian, es un pedazo de terreno comprado exclusivamente para ella, entre las montañas. Seokjin, Kyuho y Kazuki, fueron los encargados de hacer que su última voluntad se cumpliera: «siembren un cerezo en mi lugar de descanso», dijo siempre. Pareciera que lo hubiera hecho a propósito. Cada abril, al llegar su aniversario luctuoso, con el pasar del tiempo, el cerezo flocerecía y les haría saber, que ella jamás se iría. Moraría por siempre en su tierra amada.
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“Sunshine”, IX.
Trabajar nunca había sido tan divertido, por eso la mañana se le pasó volando a Seokjin. De vez en cuando, hacía breves pausas en sus labores, para observar a Kazuki. Verlo pelearse con las gallinas fue una de las cosas más divertidas, subir y bajar las escaleras en el enorme gallinero, con la cesta cargada de huevos, fue también un espectáculo digno de presenciar.
Regar plantas, limpiar herramientas y acomodar víveres en la despensa, fue la parte más fácil. Mientras Kazuki llevaba a cabo esas tareas, Seokjin y Kyuho se encargaban de las tareas más importantes, por supuesto. Según había visto, ambos llevaban el mando de la granja. ¿Serían amigos desde hace mucho? Para tenerse tanta confianza y darle tanta responsabilidad a Lee, seguramente sí. Eso quería decir que era un hombre de fiar.
Al mediodía, el sol brillaba en lo más alto del cielo. A Kazuki le brillaba la frente, tenía el rostro colorado y el cabello empapado, debido a la transpiración. Estaba limpiándose la cara con un pañuelo que le había obsequiado uno de los trabajadores del lugar cuando apareció Seokjin, ofreciéndole una bebida fría.
—Puedes lavar la camioneta antes de que vayamos a almorzar —le indicó. Kazuki hizo una mueca de supuesto dolor, mientras aceptaba el vaso y bebía con prisa. Era agua fresca, de naranja—. Nosotros todavía tenemos mucho que hacer por aquí, así que puedes quedarte con mi madre. Así tendrás tiempo para tus propios asuntos.
—Mis nuevos asuntos son esta granja y nada más —dijo él, muy decidido, devolviéndole el vaso. Una sonrisa amenazó con formarse en el semblante del más alto—. Quiero ser un trabajador como todos los demás.
— ¿No estás apresurándote? Esta mañana estabas quejándote por la tierra bajo tus uñas —Kazuki se sintió avergonzado, pero no le desvió la mirada—. Vas a aprender poco a poco. Si vienes aquí todo el día, de buenas a primeras, te dará un colapso. La gente como tú necesita tiempo para adaptarse.
— ¿Y cómo es la gente como yo? —se notó que ese comentario picó el orgullo de Matsumoto, pues Seokjin pudo notar un brillo particular en su mirada. Kazuki se sentía desafiado, ¿no era así?
Kyuho pasó junto a ellos en ese instante, distrayéndolos a ambos un segundo. Seokjin suspiró y quitándose los guantes y el sombrero, se limpió la frente.
—Date prisa con la camioneta, nos vamos a almorzar en media hora.
Y eso fue todo lo que dijo, se dio media vuelta y continuó con sus labores. Kazuki chasqueó la lengua, fastidiado. ㅤㅤ ㅤㅤ ㅤ ㅤㅤ ㅤ _________ ㅤㅤ Por la tarde, sólo Seokjin y Kazuki tomaron el almuerzo con Lilian. Según lo tenía entendido, Kyuho podía pasar días sin llegar a la casa, pues era algo así como un adicto al trabajo y era difícil que dejara las cosas a medias. Sólo cuando las terminaba, volvía.
Después de una ducha, Kazuki cayó rendido y una supuesta siesta de media hora, se transformó en una de dos horas. Cuando bajó, Lilian estaba en la sala, ordenando un estuche de costura.
—Estabas agotado —dijo ella, sonriente.
—Mucho —aceptó tímidamente—. Señora Jie... Quiero hacerle una llamada a mi abuelo —ella levantó la cabeza, mirándolo con curiosidad—, quiero contarle que estoy bien aquí, para que no se preocupe.
—Claro, hijo. La tienda de abarrotes está a cinco calles de aquí, esto es lo que harás...
Kazuki salió de la casa con las instrucciones de Lilian en mente, procuró repetirlas varias veces para no olvidarlas. Yeoryang-myeon era una comunidad pequeña a comparación de otras alrededor, pero aun así, al citadino le pareció que había caminado demasiado y todavía no encontraba la dichosa tienda.
No hacía más de una semana que había llegado, todo seguía pareciéndole ajeno y lejano. Mientras caminaba, se permitió hacer algo que jamás había hecho desde que puso un pie en ese lugar: pensar en la vida que había decidido dejar atrás. Sonaba tanto a locura como a estupidez, ¿quién iba a cambiar una vida de lujos y privilegios por un sitio como ese?
Eso es lo que provocaba un corazón roto. Pero es que siquiera lo había pensado detenidamente, se había dejado llevar por la profunda decepción, la rabia, la humillación que sintió cuando se quedó parado frente al altar y su (ex) prometido nunca llegó. ¿Por qué?, ¿qué había pasado?, ¿por qué a él? Las interrogantes estaban ahí, pero él había suprimido todo pensamiento que tuviera relación con ese trágico hecho, en pro de su bienestar. Pero lo cierto era que, había estado engañándose. Aunque estuviera ocupado, distraído, y aunque Lilian se encargara de hacerlo sentir como en casa, tenía el corazón hecho pedazos y le dolía de una manera inexplicable.
Un nudo se le formó en la garganta. Se detuvo debajo de un árbol, en una esquina. Se sintió sofocado de pronto, pero era esa maldita presión en el pecho. El dolor de la desilusión.
Tomó una profunda bocanada de aire mientras cerraba los ojos y aguardó así un momento.
—No creo que este sea el mejor lugar para meditar.
La voz de Kyuho lo sobresaltó. El corazón le dio un vuelco, por lo que se llevó una mano al pecho. ¿En qué momento había aparecido?
— ¡Me asustaste! —se quejó el más bajo—. ¿Qué sucede contigo? Tsk...
—No. Qué sucede contigo —hizo énfasis en la frase, mientras encendía un cigarrillo. Sólo entonces, Kazuki echó un vistazo a su alrededor y se dio cuenta de que estaba parado en la esquina de un pequeño parque. Era el parque más diminuto que había visto en su vida, pero tenía árboles por doquier. Y allí al frente, la tienda que había estado buscando.
— ¿No se suponía que estabas trabajando?
—Terminé lo que tenía hoy —respondió, encogiéndose de hombros y exhalando una espesa nube de humo—. Estaba volviendo a casa.
—Fumar es dañino, ¿sabías?
Kyuho se detuvo en seco, volteó a verle con una ceja alzada y mientras se le formaba una sonrisa en un costado de la boca, se paró frente a Kazuki. Este último se quedó inmóvil, mirándolo con cara de "¿qué te pasa?". Entonces el rubio expulsó una espesa nube de humo. En su cara.
Kazuki se retiró inmediatamente, dando dos pasos hacia atrás y sacudiendo la cabeza, agitando las manos, tosiendo. Él no era un chico de vicios, pese a todo; bebía poco, nunca había fumado y mucho menos había consumido drogas.
— ¡¿Qué te pasa?! ¿Eres estúpido?
Como respuesta, sólo obtuvo una sonrisa. Kyuho siguió fumando, observando distraídamente a su alrededor.
—Sí eres estúpido —masculló entre dientes, refunfuñando—. Además, ¿qué haces aquí? Yo estaba tranquilamente descansando, vete.
—El parque es un lugar público.
—De verdad, tch... —murmuró otro par de improperios, mientras se olfateaba la ropa, para comprobar que no se le hubiera impregnado ese característico olor del tabaco. Cuando alzó la vista, vio a Kyuho con la mirada fija en un punto al otro lado de la calle. Siguió la dirección de su mirada y se encontró con otro muchacho, parado frente a la tienda, con los brazos cruzados sobre el pecho; parecían estar mirándose, los dos sumidos en una obvia seriedad—. Como sea, no tengo por qué estar aquí contigo, yo sólo venía a buscar el teléfono...
Sólo entonces, Kyuho volteó a verlo.
—El teléfono —puntualizó—. Podrías estar haciendo otras cosas de provecho.
—Tú no vas a decirme cómo voy a gastar mi tiempo, ¿quién te crees?
Habiendo escupido eso, después de notar el ceño fruncido de Lee Kyuho, Kazuki cruzó la calle. Cuando llegó al otro lado, lo recibió una sonrisa amable.
Kazuki tragó en seco. Eso que estaba parando frente a él no era un hombre, era un ángel; tallado a mano, con el rostro más atractivo que hubiera visto (y después de haber conocido a Seokjin, eso ya era demasiado decir). En estatura lo dejaba muy abajo, probablemente era tan alto como Seokjin. ¿Qué comían los hombres de Yeoryang-myeon? ¿Qué tenía el aire que respiraban o el agua que tomaban?
—Uh... ¿buenas... tardes?
—Hola. ¿En qué te puedo ayudar?
— ¡Oh! ¿Tú...? ¿Tú atiendes... esto?
El chico se echó a reír. Tenía una sonrisa muy bonita, una risa armoniosa. Daba la impresión de que iluminaba cada lugar donde se parara.
—Sí, yo atiendo —extendió los brazos a sus costados, señalando la tienda—, esto. Bueno, la tienda es de mi madre, pero sí, yo me encargo de ella. Y tú, debes ser de fuera, ¿cierto? Se nota desde lejos, es curioso, ¿no? La forma en que las personas se delatan con su aura. Sobre todo ustedes, los de la ciudad.
— ¿Cómo sabes que soy de la ciudad?
— ¡Por favor! —volvió a reírse—. Tienes un letrero con letras de neón pegado en la frente que dice "vengo de la ciudad". Espera, creo que estoy hablando demasiado, disculpa. ¿Tienes nombre, niño bonito?
El más bajito bajó la mirada, repentinamente tímido.
—Kazuki. Matsumoto Kazuki.
—Pues, Kazuki, bienvenido a mi tienda. Yo soy Kim Taehyung, ¿en qué puedo ayudarte?
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“Sunshine”, XXXIV.
Rabia. Toda la rabia del mundo, contenida en un solo cuerpo, buscando cómo estallar.
Kyuho lanzó una piedra al río y expulsó el humo del cigarro con fastidio, como si estuviera escupiendo lo que sentía. Le ardían las manos, algún lugar de la cara que no supo identificar; le hervía la sangre. A lo lejos, los fuegos artificiales hicieron resplandecer el cielo oscuro.
— ¿Estás bien?
La voz de Seokjin lo devolvió a la realidad. Asintió simplemente y continuó calando el cigarrillo.
—Has estado acumulando tensión y tú sabes por qué —suspiró, cansado; había sido un día movido—, no puedes desquitarte así con el primero que se te cruce. Incluso si es el idiota de Kim Taehyung, ¿sabes?
Sí, eso tenía sentido. Pero no había podido controlarlo, ¿cómo explicar eso? ¿Cómo darse a entender si él mismo no podía aclararse lo que estaba sintiendo? Quizás su enojo venía de ahí y no del estúpido Taehyung intentando besar a Kazuki.
— ¿Lo viste? —Lee habló, volteando a verlo. Seokjin frunció el ceño, por un momento confundido.
—Oh —asintió—, se fue a descansar a casa de Jiwoon.
Seokjin se percató de un ligero temblor en la mano del rubio cuando se llevó el cigarro a la boca.
—Deja de contenerte —le palmeó la espalda—. Ve —Kyuho lo miró y el mayor le dedicó una pequeña sonrisa, un gesto de apoyo, de hermano—, ve —insistió.
El cigarro no terminó de ser consumido. Fue apagado en la hierba, a la orilla de aquel río casi mudo, que llevaba un cauce calmo.
Dejar de contenerse. Sonaba fácil. ¿Pero qué iba a decir cuando lo tuviera en frente, de todas maneras? ¿Debía pedir disculpas por comportarse como un animal que sólo sabe obedecer a su instinto y que, después, no sabe hacerse cargo de sus acciones?
"Suéltalo", había dicho Kazuki. Se lo había ordenado. ¿Por qué lo había defendido? Además, lo había llamado idiota. No es que no fuera cierto, pero Kyuho notó su enfado. ¿Era por haber golpeado a Taehyung?
Camina de prisa, entre casas vacías y estrechos callejones. La música sigue sonando, alegrando el ambiente, acompañando la bulla de toda una comunidad que se había reunido para celebrar.
"¿Siempre tienes que acercarte a todo lo que quiero?", había dicho él. Por supuesto que lo había dicho. Entre todo eso que él quería, estaba Kazuki. Y él ni siquiera se había dado cuenta en qué momento pasó. Tampoco sabía qué había sido, si su forma infantil de quejarse de todo cuando llegó a Yeoryang-myeon, su torpeza, la manera en que no temía chillar de miedo si algo lo asustaba; o quizá su fortaleza, su silencio cuando algo le dolía, su firmeza para tomar decisiones, o su espíritu soñador y aventurero. ¿Qué había sido? ¿Sus manos suaves, su aroma a perfume caro? ¿Sus ojos brillantes, que se llenaban de ilusión cuando aprendía algo nuevo? ¿Su risa escandalosa, su sonrisa tímida cuando se avergonzaba? ¿Había sido la entereza con la que había enfrentado sus problemas? ¿La gentileza con la que trataba a Lilian? ¿Sus modales, todo su recato y sus buenas costumbres? ¿El que perteneciera a un mundo totalmente distinto del suyo?
Los aplausos se oyen detrás de él, mientras avanza a toda prisa por uno de los callejones. De pronto, en un momento inesperado, es totalmente consciente del viento que golpea su cara y hace mecer sus mechones rubios. Reconoce el frío que está llegando antes del invierno. Pero a él, el cuerpo le arde, le quema. Tiene plena consciencia de sus manos temblorosas, de cómo se llenan sus pulmones, de cómo avanzan sus pies sobre la tierra y se tensan los músculos de sus piernas al querer ir más rápido.
Unas risas suenan, distorsionada por los demás ruidos estridentes, pero se oyen tan fuerte y claro, como si estuvieran dentro de su cabeza. Oye a los niños gritar mientras corren, al señor que vende los algodones de azúcar. Percibe aromas, formas, colores, sonidos. Todo se nota más nítido, más real, mientras apresura su paso. Las estrellas lucen más brillantes, lo acompañan en su urgente marcha.
Y sin importar qué tan extraño suene, es consciente de estar vivo. De todo, incluso de su estómago revuelto. De los minutos que han pasado desde que dejó atrás a Seokjin y emprendió la caminada hacia casa de Park Jiwoon. Un segundo, diez segundos, treinta, dos minutos, cinco...
¿Qué fue? ¿En qué momento ocurrió? ¿Por qué él y por qué ahora? Años enteros de sentimientos dormidos, tan ausentes, que incluso le hicieron pensar que era incapaz de sentirlos.
El escalofrío que cruza su espina dorsal y lo hace estremecer se siente como una criatura caminando por su piel. Se está acercando y... repentinamente, ya no es consciente. Porque todo sucede rápido y no lo puede procesar, desde el momento en que ingresa a la casa solitaria y busca, ansioso, la habitación que ocupa la persona que está buscando.
Se abre la puerta y sus fervientes deseos son derramados inmediatamente sobre la boquita que apenas alcanza a pronunciar su nombre. No hay tiempo ni siquiera para saber si Kazuki sigue molesto. Sus emociones detonan en el pecho, moviéndolo a expresar su arrebato pasional, a actuar en aras de su sanidad mental; porque, oh, la calma sólo llega cuando puede estrechar esa cintura y, por todos los cielos, no puede soportarlo más.
Empuja su cuerpo contra el de Kazuki, lo estrecha tan fuerte como es humanamente posible, como si llevase vidas enteras esperando por ese momento, para sentir su calor, para sentirlo real.
Por un instante pausa el beso y lo observa, reconoce la sorpresa en ese rostro de facciones delicadas y su corazón se salta un latido. Un beso tiene el poder de detener las manecillas del reloj y robarle al tiempo sus preciosos segundos; hace que el mundo –su mundo- deje de girar, se pare de repente, que se ponga de cabeza. Se le ha olvidado la pelea con Taehyung, su molestia y su decepción al ver a Matsumoto enojado con él, defendiendo a Kim.
Maldita sea.
¿Qué hace? ¿Qué diablos hace? No tiene ni la menor idea, pero ya poco le importa, porque lo único que necesita es arrancarle palabras a su garganta y decirlo. Pronunciar letra por letra, una idea que viene rondándole en la cabeza desde hace semanas, y que sólo pudo reconocer hasta que probó esa boca dulce.
No tiene idea de cuánto tiempo ha pasado desde que lo asaltó de pronto. Sus miradas se enlazan. Kazuki tiene las mejillas coloradas y los labios entreabiertos, como si quisiera cuestionarlo. Pero no lo hace. En cambio, la puerta se cierra y cuando cae en cuenta ya han recorrido los metros que hay entre la entrada y la cama; se encuentra sobre el tembloroso cuerpo de Kazuki. Besa su cuello y lo siente estremecer debajo de él.
Quizás haya sido eso, su inocencia que no alcanza a ser ingenuidad. Su chispa. Su energía.
La ropa va quedando olvidada en algún rincón de la habitación; ¿y las palabras? Arden en el mismo fuego que su raciocinio y se esfuman. Precioso silencio, le permite escucharlo respirar agitado, suspirar, murmurar su nombre. Entre sus piernas desnudas, Kyuho se siente de un momento a otro lleno de vitalidad, se vuelven humo los peros, las dudas, las preguntas sin respuesta.
Lee zigzaguea con la lengua a través del pecho de Kazuki dibuja un húmedo camino hacia el sur, despacio, va dejando su huella. Lo siente respingar cuando llega a su entrepierna, pero aunque su instinto lo incite a jugar con su sensibilidad, otro deseo se impone y la fuerza de voluntad hecha trizas no tiene oportunidad de victoria. Así que obedece a su ferviente deseo e inicia un conteo, con un murmullo ronco que sólo pueden escuchar ellos, desde el empeine del pie izquierdo presiona los labios; ¿cuántos besos miden las piernas de Kazuki Matsumoto? Quiere saber. Es una curiosidad obstinada.
"Uno, dos, tres…", comienza. Es delicado como quien quiere besar el pétalo de una flor sin dejar rastros. Su viaje hacia arriba toma tiempo, es por eso que aprovecha un segundo de pausa para humedecerse dos dedos de la mano libre y cuando llega a la altura de la rodilla, estos buscan su propio camino en el interior del cuerpo de Kazuki. Las falanges se detienen en el instante que la carne se estrecha alrededor, pero siguen adelante y empujan con firmeza, abriendo, separando. "…Quince, dieciséis, diecisiete… Veinte…".
¿En qué momento sucedió todo aquello? ¿Cuánto tiempo llevaba deseando algo como eso? Y ese chico... Maldición. Ha cedido a sus besos, a sus caricias, ¿por qué? Kazuki se ha entregado sin pensarlo, a pesar de una chispa de temor que alcanzó a ver en un resquicio de su mirada.
No puede detenerse a pensar.
Veinte besos y unos cuantos acalorados suspiros hasta ahora. Tiene las rodillas hundidas en el mullido colchón. Se inclina a la altura de su abdomen y besa su ombligo, lo bordea con el ápice de la lengua y sus dedos, finalmente, encuentran el tope.
El calor reinante le tiene embotados los sentidos, pero la voz de su consciencia le recuerda a qué ha ido expresamente. Se estremece hasta el pensamiento. Alza la mirada y se encuentra con el paraíso hecho carne, hecho hombre.
—Kazuki… —¿es propicio decirlo?
"¿Sabes a qué he venido? He venido a decirte algo importante". No puede decírselo ahora mismo, si lo tiene temblando y con las mejillas enrojecidas por el rubor sólo puede pensar en tocarlo, en desbaratarlo a punta de besos.
No puede…
El corazón enloquece.
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“Sunshine”, VIII.
Esa misma noche, Kazuki se sentó a conversar con Lilian, sobre las actividades que realizó junto a Seokjin. Le contó lo maravillado que había quedado con los paisajes, la calma que la naturaleza le transmitía. Yeoryang-myeon y sus alrededores parecían sacados de un cuento de fantasía, uno de esos lugares a los que se accedía después de perderse dentro de una cueva en mitad del bosque o algo así.
—Señora Jie —era tarde, el té y las galletas se habían acado hacía rato—, es tarde. Yo me encargo de limpiar la cocina, vaya a descansar.
—Hijo, eres muy amable —ella le dio una cariñosa palmadita en la cabeza, antes de irse a su habitación, no sin desearle buenas noches al muchacho.
Kazuki suspiró al quedarse solo y en seguida comenzó a recogerlo todo, procurando no hacer mucho ruido. Estaba terminando de acomodar los trastes ya lavados, cuando escuchó pasos cerca. Se giró y ahí estaba él. Vestido de negro, de pies a cabeza, con el cabello suelto, ligeramente alborotado. Se miraron una fracción de segundo, antes de que el recién llegado entrara a la cocina, directo a hacerse un café. Kazuki se quedó ahí parado, simplemente viéndolo, sin hablar.
Había algo en ese sujeto que lo intrigaba, además de que se comportaba como si él no existiera. ¿Es que no tenía modales? ¿Quién había educado a ese sujeto como para ni siquiera saludar por cortesía? Tch.
Él tampoco le dijo nada, siguió en lo suyo. El rubio abandonó la cocina y Matsumoto se quedó ahí, extrañado. Poco después, estaría apagando las luces y acercándose a asegurar la puerta que daba hacia el jardín. Pero aunque la luz del patio era tenue, apenas alumbrado por un foco de luz mortecina, logró divisar la figura de pie que le daba la espalda. Estaba tomándose el café y fumando un cigarro, contemplando quién sabe qué en la oscuridad.
La curiosidad de Kazuki fue mayor. Abrió la puerta, salió al jardín y apenas había dado dos pasos cuando lo escuchó.
—Tu pie —su voz era ligeramente ronca, pero no tan grave como la de Seokjin.
— ¿E-eh?
—Que si está bien tu pie.
Kazuki no se movía. Él ni siquiera se había girado, pero había sentido su presencia. Con cautela, como temeroso de algo, fue acercándose un poco más.
—Está... uhm, bien, está bien.
Cuando se colocó a su lado, Kazuki se dio cuenta de que era más alto que él por al menos una palma de su mano. O él era muy bajito o todos los hombres de ese lugar eran muy altos, tsk.
El sujeto ya no dijo nada más, Matsumoto comenzó a sentirse estúpido, ¿por qué diablos se había acercado? Sólo estaba ahí, tragándose el humo de ese cigarrillo. ¡Ah! Ahora que lo pensaba, esta era la primera vez que lo veía en la casa, ¿así que era el famoso inquilino de Lilian?
—Tú eres... el otro inquilino, ¿cierto? ¿Cuál es tu nombre? —el chico volteó a verlo finalmente.
— ¿Cuál es el tuyo?
—Kazuki. Matsumoto Kazuki.
— ¿Qué diablos haces aquí?
— ¿Huh?
—En Yeoryang-myeon.
—Yo... ¡Oye, sólo yo estoy respondiendo tus preguntas!
—No te estoy obligando.
—Qué...grosero —masculló entre dientes. Se dio media vuelta, el rubio lo vio de reojo—. Son unos brutos maleducados, todos ustedes —iba refunfuñando, abrazándose él mismo, pues sentía algo de frío.
—Espero que hayas disfrutado la vista.
Kazuki se detuvo a un paso de entrar a la casa, volteó a ver al más alto y gracias al cielo, ni había luz, ni le estaba mirando, pues se habría dado cuenta de que tenía el rostro hirviendo. Por supuesto que se refería al pequeño "incidente" de esa tarde.
—Exhibicionista. ¿Quién diablos se baña en la intemperie? ¡Cavernícola!
La puerta se cerró.
ㅤㅤ ㅤ ㅤㅤ ㅤ _________
—Las medidas no me cuadran.
—Tendremos que empezar de nuevo, entonces, para ver dónde está el error.
—Buenos días —balbuceó Kazuki, que venía entrando a la cocina, tallándose los ojos con la manga de su suéter; más dormido que despierto, sólo llamado por el olor del desayuno recién preparado. Olía a café recién molido, mantequilla... Se le estaba haciendo agua la boca.
Cuando su vista se aclaró, se dio cuenta de que Seokjin y el otro inquilino estaban sentados, ya desayunando. El hijo de Lilian lo miraba fijamente, mientras el otro tenía toda su atención puesta en su plato y un croquis que sostenía con la diestra. Kazuki se quedó parado bajo el marco de la puerta, tratando de hacer memoria con qué pijama se había ido a dormir. Cuando Seokjin bajó la vista, Kazuki también lo hizo, y juntos recorrieron la pequeña figura del japonés, cubierta por una holgada pijama de color azul pastel, con estampado de nubes blancas.
La sonrisa socarrona no tardó en aparecer por un lado, ni el sonrojo por el otro.
—Buenos días, Kazuki. Por favor, siéntate con los chicos. Me da gusto que los tres estén aquí, ¡alegran esta casa!
—La cara de Kyuho no es precisamente algo que transmita alegría, mamá.
Un trozo de pan voló desde un extremo de la mesa hasta el otro, Seokjin lo atrapó y se echó a reír, antes de comerse lo que el susodicho había lanzado.
Kyuho. ¿Ese era su nombre?
—El café huele delicioso, señora Jie —tomó asiento en uno de los laterales.
—Espero que te guste el desayuno. Es una receta especial que mi abuela le aprendió a su abuela, y ha ido pasando de mano en mano, sazón en sazón. ¡Por cierto! Ya conociste a Kyuho, ¿verdad? Chicos, ustedes son más o menos de la misma edad, eso creo... Mi memoria falla terriblemente estos días.
—Ya tuvimos la oportunidad de conocernos, pero no de presentarnos adecuadamente —habló el rubio, finalmente dejando el croquis a un lado y centrando la vista en Kazuki—. Lee Kyuho —se presentó.
—Matsumoto Kazuki —pronunció en voz baja el muchacho, sosteniéndole la mirada. El rubio apartó la vista y continuó comiendo; Lilian, hablando.
Por extraño que pudiera parecerle, se sentía cómodo, el ambiente era agradable. Lo más curioso de todo es que la forma en que se hablaban y trataban Kyuho y Seokjin, era propia de un par de hermanos. Eran realmente cercanos, por lo visto. Trabajaban juntos, se molestaban como unos críos, aunque Seokjin hablaba mucho más que el otro.
El desayuno fue ameno y tranquilo.
—Tenemos que volver al trabajo.
— ¿Volver? —Kazuki alzó la cabeza, mirando al más alto de los tres varones.
—Te dije que el trabajo en estas tierras comienza antes de que salga el sol. Te irás acostumbrando a levantarte temprano. Ahora... Vístete, vendrás con nosotros.
—Ellos te enseñarán tus tareas —Lilian intervino, dulce como siempre—, eres un chico muy listo, aprenderás rápido.
Sí, quizá, pero ya estaba muerto de miedo.
Le tocó tomar la ducha con el agua helada, pues le dieron quince minutos, como máximo, para estar listo. Pero cuando Seokjin lo vio bajar por las escaleras, chasqueó la lengua con disgusto y le murmuró a Kyuho al oído. Este suspiró, cansado, con resignación, y se acercó hasta el citadino, haciéndole una seña con un movimiento de cabeza.
—Ven conmigo.
— ¿Qué? ¿Por qué? ¡Hey! —corrió escaleras arriba, detrás del rubio, hasta que este entró a su habitación. Era el cuarto junto al de Kazuki, cuando entró se dio cuenta que era similar al suyo, con la misma carencia de muebles y adornos, y con la gran diferencia de que sus paredes estaban tapizadas con papel; el color era beige, muy claro, el estampado era una especie de patrón floral muy vintage. Era precioso. Todo estaba bien cuidado, impoluto. Vaya...
—No puedes ir a trabajar con esa ropa.
— ¿Qué tiene mi ropa? Elegí lo más sencillo que tenía —refunfuñó.
—Pareces salido de una revista.
— ¡Pues gracias!
—No era un cumplido —rodó los ojos y entonces le lanzó un par de prendas. Kazuki las atrapó al vuelo—. Vístete, tienes cinco minutos. Nos estás retrasando.
El regaño hizo a Matsumoto resoplar. Estaba por quitarse la camisa cuando reparó en que Kyuho seguía ahí parado.
— ¿Qué haces aquí? Voy a cambiarme.
— ¿Y qué te está deteniendo? Te dije que nos estás retrasando.
— ¡Tú! ¡Largo de aquí!
—Es mi habitación.
—No voy a vestirme delante de ti.
—Tú me viste desnudo.
— ¡Eso no fue mi decisión! Tú estabas ahí... bañándote con agua de una cubeta como un... como un salvaje.
—Te quedan tres minutos.
— ¡Deja de mirarme!
Kyuho se sacó un cigarrillo del bolsillo y le prendió fuego, sin moverse de su lugar. Kazuki se puso rojo del enfado y la vergüenza.
—P-por lo menos date la vuelta.
—Dos minutos —le dio la espalda, mientras calaba su cigarro. Kazuki comenzó a desvestirse rápidamente y a ponerse la ropa que le había dado el más alto. Era un pantalón de mezclilla, una camiseta delgada, otra manga larga de tela más gruesa. Se demoró más en colocarse las botas—. Muy bien, se acabó tu tiempo —dijo, girándose a verlo—, muévete.
— ¡Espera! Agh.
Kyuho salió de la habitación, Kazuki hizo con sus prendas una bola de ropa y por las prisas, simplemente la dejó en la cama. Salió corriendo y así mismo bajó las escaleras, casi tropezando en el acto. Llegó hasta la camioneta de Seokjin después que Kyuho, cuando ellos ya estaban por abordar.
—Oigan, oigan... ¿Y cómo vamos a sentarnos los tres ahí? Iremos muy apretados.
—Es por eso que tú vas atrás —Seokjin señaló la parte trasera de la camioneta, cargada con algunos sacos de arroz—. Siéntate y agárrate bien.
— ¿Q-qué?
—Date prisa, Kazuki. Tenemos mucho que hacer.
Ay, no.
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“Sunshine”, XXVIII.
Lilian irradia alegría por cada poro de la piel. Se le ve llena de energía, emocionada como una chiquilla, muy atenta a todo lo que el recién llegado tiene que contar. Kyuho sigue en silencio todo el hilo de la conversación, la señora Jie es quien hace las preguntas y Kazuki responde con entusiasmo.
Hace meses que cumplió la mayoría de edad. Lee lo sabe perfectamente, porque Seokjin había pasado por la decepción de no haber podido entregarle su obsequio de cumpleaños.
"La finca fue mi regalo de cumpleaños, mi abuelo la compró para mí", le oye explicar. "¡Por supuesto que no tengo idea de cómo se maneja una propiedad así! Para eso contraté un administrador. Pero planeo aprender todo lo necesario".
Nayoung está sentada junto a Kyuho y él alcanza a percibir por el rabillo del ojo una sonrisa divertida. Sabe lo que está pensando, "pobre niño rico, no tiene ni remota idea de nada", y lo sabe porque él hubo pensado lo mismo en el pasado. Pero esta vez, hay algo distinto, es esa determinación en la voz de Matsumoto lo que hace la diferencia.
Habla sobre sus clases de equitación y lo mucho que se ha esforzado por poner en práctica lo que aprendió en Yeoryang-myeon. Con cada parte de su anécdota, mayor se hace la incredulidad del rubio. Pero la cereza del pastel llega en seguida.
—La mejor universidad del condado de Yeongwol ofrece una excelente ingeniería en agronomía. La principal actividad de las villas de Jeongseon es la agrícola, pero cuando estuve aquí, me di cuenta que hace falta una buena cantidad de tecnología y mejor manejo de los recursos naturales. El sector agropecuario es la base de estas comunidades y no podemos permitir que... —Kyuho ha alzado la vista. No ha tocado el café. El sol ha terminado de despertar y ahora brilla en todo su esplendor; la granja se mueve a ritmo normal, con los trabajadores yendo y viniendo. Sólo Lilian y Nayoung (invitada por la otra mujer) comparten la mesa con los chicos.
Kazuki habla y habla, exponiendo sus intenciones de estudiar, de prepararse, y sacar adelante la finca que han adquirido para él. No sólo eso, está completamente seguro de poder ayudar a la comunidad entera. Son planes a futuro, pero bien cimentados en una fuerte convicción.
—Nuestros agricultores y ganaderos podrían tener mejores condiciones y herramientas de trabajo, que facilitarían por mucho su eficiencia y, por lo tanto, su producción —está planteando aquellas ideas como propuestas. "Nuestros", dice, como si toda aquella gente perteneciera a su familia. A Kyuho le causa una sensación extraña, ¿enternecimiento? Parece un político queriendo vender su campaña. Una sonrisa sutil curva sus labios, por más que trata de evitarla.
Lo que sea que haya pasado con él en esos meses de ausencia, ha sido algo grande. Lo suficiente como para que el rumbo de su vida haya tomado otro camino. ¿Ahora piensa quedarse a vivir en Yeoryang-myeon y estudiar en la capital? No se lo puede creer.
Lilian no cabe en sí misma de la emoción. Hay abrazos, felicitaciones, más preguntas. Ella lo pone al tanto del compromiso de su hijo y él, sorprendido, expresa sus infinitas ganas de ver a Seokjin. Nayoung no habla, solo escucha. Por supuesto que ha sido presentada ante el muchacho, pero ella no se muestra precisamente encantada con su presencia, por alguna razón extraña. Kyuho no le presta atención, está más ocupado observando a Kazuki.
Cuando Nayoung tiene que volver a sus labores, Lilian se disculpa con Kazuki, pues también le gusta participar en la cocina. Él asegura que volverá para el almuerzo.
Todos se levantan de la mesa.
—Espero que no desprecies lo que traje para ti —es lo primero que dice Kazuki, cuando ya se han quedado solos.
—Lo conservaré para la cena —asegura. Ambos avanzan hasta donde el caballo de Matsumoto descansa, debajo de una sombra.
—La mermelada la hice yo —añade.
—Aprendiste a hacer mermelada —comenta, con el ceño ligeramente fruncido.
—Estuve aprovechando mi tiempo —asiente.
Hay un silencio prolongado. Se detienen junto al imponente animal y sólo entonces, Kyuho repara en lo alto que está Kazuki, en comparación a la última vez que lo vio. Ha crecido. Está diferente, sin duda, y él no termina de caer en la sorpresa.
— ¿Por qué volviste? —la pregunta resulta repentina, casi tosca. Fue un pensamiento en voz alta, Kyuho se da cuenta tarde de que no era lo que planeaba decir. Aun así, Kazuki no se muestra ofendido ni nada parecido. Le sonríe con calma.
—Vendré por la tarde para almorzar con tu madre. Después de eso, cuando tu jornada haya terminado, ¿te gustaría venir a casa a tomar café para la cena? No me he instalado, pero la cocina es funcional —explica gentilmente.
—Llevaré la mermelada y el pan.
Ese es un sí, por supuesto.
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“Sunshine”, XXVI.
Kazuki despertó de golpe. No supo si por algún ruido que no identificó, por el frío que se estaba colando por la ventana, o simplemente porque su conciencia había reaccionado de pronto, trayéndolo a la realidad. No recordaba haberse quedado dormido.
Reconoció el olor a cigarro. Buscó la fuente y la encontró hacia la ventana, a un par de metros de la cama donde estaba recostado. Kyuho estaba viendo hacia el exterior.
— ¿Dormí mucho? —la voz ronca de Kazuki, sonó. Se puso de pie, temblando del frío, y se paró junto a Lee. Afuera, en el cielo oscuro, destellaban unos cuantos fuegos artificiales.
—Son las doce —murmuró Kyuho, apagando el cigarro.
Navidad. Oh. ¿Cuántas horas se había dormido? Ahora que lo pensaba, su último recuerdo era el de haber estado conversando con Lee. Le había contado a detalle su historia de amor con Hiroki y el trágico desenlace que esta tuvo. Y él la había escuchado sin opinar, casi sin voltear a verlo, pero dándole toda su atención de todas maneras.
Ahora Kyuho entendía mejor a Kazuki, y viceversa. No había sido difícil que se destaparan frente al otro, una vez que habían comenzado a contar sus desdichas. A su manera, cada uno se dejó llevar, fue como haber tirado de la punta de un carrete de hilo y sin siquiera pensarlo, ya conocían las experiencias dolorosas que los habían dejado marcado. ¿Qué significaba algo como eso, que eran amigos? Matsumoto pensaba que sí.
—Kyuho —lo llamó, y cuando él volteó, Kazuki le sonrió—, feliz navidad.
—Feliz navidad, Kazuki —su voz tenía un volumen bajo, tranquilo. ¿Era idea de Kazuki o lucía más tranquilo que nunca? Quiso pensar que se debía a que se había quitado un peso de encima al compartir lo que tanto le había lastimado en el pasado (y no dudaba que en el presente, en ocasiones, también).
En cuanto a su situación actual, el menor no quiso pensar demasiado. Seguía conmocionado por la repentina aparición de su ex pareja, de su madre y su hermana. ¿Qué debía hacer? Una parte de él quería quedarse y seguir desintonxicándose de todo lo malo, aprender de la vida que llevaba la gente en Yeoryang-myeon; la otra, deseaba volver a su vida, con la gente que lo apreciaba, a los lugares que ya conocía. Pero en el fondo, Matsumoto sabía que al volver, él ya no sería el mismo, ni vería aquella antigua vida como algo que fue suyo en algún momento. Estaba confundido e indeciso, pero decidió no pensar en ello mientras estaba ahí, en compañía de Lee. Era navidad, quería disfrutar ese pedacito de tiempo sin preocupaciones.
En silencio, observaron las luces de colores esparcidas en la oscuridad de un cielo oscuro. Refugiados del frío en aquella habitación. No hubo nada que les perturbara aquel momento de paz. Se lo merecían, pensó Kazuki.
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“Sunshine”, XXIII.
—Yo estaba enamorado. Muy enamorado. Era la primera vez que me sentía así, ¿sabes? Él era... perfecto. Era todo lo que se podía esperar de un chico de buena familia, era un caballero que tenía a todos y a todas comiendo de la palma de su mano. Pero se fijó en mí. Nunca me había sentido tan apreciado como cuando estuve con él. Nunca dio indicios de ser una mala persona, de que pudiera engañarme... Nada de eso. Él era tan respetuoso, tan comprensivo, que ni siquiera me presionó cuando le dije que no quería acost... —Kazuki se sonrojó de pronto, intensamente, y Seokjin, que lo había estado escuchando con suma atención, se sintió enternecido por verlo tan avergonzado—. B-bueno... digamos que él siempre respetó cada decisión que yo tomé. Íbamos a casarnos y todo iba marchando perfecto. Mi familia nunca se opuso, ese matrimonio les iba a convenir muchísimo. Mi abuelo fue el único que me miró incrédulo cuando le dije que iba a casarme —recordó, perdiéndose en sus memorias por un momento—, quizá él sabía... quizá sabía que algo no iba a salir bien, pero no me dijo nada. Me apoyó. Suena a que mi vida era perfecta... Yo sentía que lo era.
Seokjin vio el inicio de una lágrima, formándose hasta caer lentamente por la mejilla de Kazuki. Él ya había llorado suficiente, hasta cansarse, y después había comenzado a contarle la trágica historia de cómo le habían roto el corazón el día de su boda. El campesino había estado totalmente sorprendido cuando la palabra "boda" salió a flote en la conversación. ¿Kazuki comprometido? ¡Pero si era apenas un crío! Sin embargo, aunque lo pensara, no lo comentó. Dejó que la anécdota fluyera, aunque a veces el menor hacía pausas cuando se le quebraba la voz. Ahora lo entendía mucho mejor.
Se había equivocado con él desde el principio. Kazuki había sido un chico privilegiado desde la cuna, sí, pero era una buena persona; razonable, cálido, gentil, consciente de cómo funcionaba el mundo, ingenuo a veces, pero nada tonto. Un jovencito al que habían lastimado.
—El día de la boda, todo marchaba como debía. Estaba todo listo. Cuando yo llegué, él no estaba ahí. Lo esperé, pensando que pudo haberle ocurrido algo en el trayecto que pudo haberlo demorado, pero tras muchas llamadas que mandaron directamente al buzón de voz, me di cuenta de que no iba a llegar. No llegó, Seokjin —murmuró—, y no supe nunca por qué. Tampoco quise quedarme a averiguarlo. Salí de ahí, tomé un taxi y me fui a mi departamento. Mi abuelo me llamó en ese lapso y me habló de un lugar al que podría irme a descansar unos días. No me hizo preguntas, no me pidió que volviera, él sabía que yo debía... desaparecer, que lo necesitaba. Así fue como supe de Yeoryang-myeon, de tu madre. Él me aseguro que era una amiga de mucha confianza, que estaría en buenas manos. Yo no lo pensé. Tomé mi auto y me fui. Sólo quería huir, no saber nada de nadie, ¿cómo iba a enfrentar las preguntas de la gente? Estaba muerto de la vergüenza, herido, yo sólo... ¿Por qué? ¿Por qué si no quería casarse conmigo simplemente no me lo dijo? Me habría dolido menos, estoy seguro. Habría hecho lo posible por arreglarlo, quizá tenía miedo, no lo sé... Pero después de pensarlo por mucho tiempo, me di cuenta que ninguna razón valdría lo suficiente para reparar el daño que me hizo. Yo lo adoraba, hyung. Yo lo amaba.
Kazuki se limpió la cara y después se amarró el cabello en una coleta muy pequeña. Ahora que lo pensaba, quizá debía cortárselo, había crecido bastante desde que había llegado al pueblo.
—Eres un chico muy fuerte —habló por fin Seokjin—. No me imaginaba una historia como esa, detrás de tu llegada a Yeoryang-myeon. También tengo que pedir disculpas por haberte juzgado mal cuando te conocí.
—Hyung, no —negó con la cabeza, avergonzado.
—No merecías algo como eso, Kazuki. Yo no sé mucho de esas cosas, noviazgos, matrimonio... Toda mi vida he vivido trabajando en el campo, soy bruto. Pero incluso un hombre como yo, sabe que lo que hizo ese sujeto contigo, es imperdonable.
—No busco victimizarme —aclaró, suspirando—, sentía lástima de mí mismo, pero ya no. No puedo seguir pensando que algo en mí está mal, yo... No importa. Hyung, ahora que estás aquí, yo t-tengo... tengo que pedirte perdón, me confundí, yo no... yo...
—Shh. Tranquilo. No quiero lastimarte, Kazuki.
—No lo haces.
—Yo estoy... saliendo con Jiwoon —pronunció con cautela. Vio a Kazuki tratar de esconder su sorpresa, su semblante de por sí apagado, se tiñó de cierta desilusión—. Hey... —lo llamó, apoyando la palma de su mano en la coronilla de su cabeza—. Mientras más te conozco, más cariño te tengo, mocoso. Mi madre está muy encariñada contigo y yo quiero cuidarte como un hermano mayor lo haría. Si hice algo que te hizo malinterpretar mis acciones...
— ¡No! Fue... fue mi culpa. Oh, Dios... Estoy tan avergonzado —murmuró, tapándose la cara con las dos manos—. Qué estúpido. ¿Te causé algún problema con noona? Y-yo... voy a hablar con ella personalmente, voy a disculparme, lo prometo...
—No te angusties. Ella no está molesta, de hecho, fue quien me mandó a buscarte en seguida, cuando saliste de la cocina.
—Soy idiota —suspiró pesadamente.
—Tal vez —bromeó, sonriente—, pero eres un gran chico, Kazuki. Ningún idiota va a lastimarte de nuevo, ¿de acuerdo?
Kazuki sonrió. Así que así se sentía ser querido sinceramente, por un hermano mayor.
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