#jisu: y me iré sin más
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mikrokosmcs · 11 months ago
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Jisu  es  como  un  animal  herido,  uno  que  fue  apaleado  y  dejado  a  su  suerte  a  morir  en  medio  de  la  nada,  por  ende,  observa  cada  movimiento  y  detalle  de  la  otra  muchacha  con  un  ojo  tan  clínico  que  pareciera  que  pronto,  saldrán  cuchillas  de  sus  ojos  negros  y  apuñalan  a  cualquiera  cerca.  No  alcanza  a  ver  demasiado  bien  porque  se  limpia  la  cara,  pero  asume  que  es  polvo  o  simplemente  el  descontento  de  ella  con  respecto  a  la  esencia  que  apenas  nota,  está  dejando  soltar.  Atenúa  su  olor,  la  cereza  se  esconde  completamente  y  solo  deja  el  ébano  al  alcance,  queriendo  lucir  más  amenazante  que  dócil.  Sus  hombros  dejan  de  estar  tiesos  como  lapidas  cuando  escucha  que  Eunho  está  bien,  que  no  le  ha  pasado  nada.  Podía  olerlo,  podía  sentir  su  estrés  por  medio  del  vinculo  de  hermanos  que  tenían,  pero  asumía  que  era  por  haberla  visto  dormir  por  quien  sabe  cuanto  tiempo.   No  estaba  tampoco  muerto,  así  que  se  da  por  bien  servida  y  confía  un  poco  más  en  la  otra  cuando  se  acerca  para  ayudarla  a  ponerse  más  recta.  Jisu  se  queja  inicialmente,  cerrando  los  parpados  con  fuerza  ante  el  dolor  y  se  muerde  la  parte  interna  de  la  mejilla  para  no  ser  vocal,  apretando  la  zurda  en  torno  a  las  sabanas  donde  descansaba  y  casi  puede  sentir  la  tela  desgarrándose  como  lo  hizo  su  piel,  quizá  hasta  un  órgano,  cuando  la  espada  de  aquel  soldado  de  la  luz  atravesó  su  cuerpo.  -  —Gracias  —  -alcanza  a  pronunciar,  puesto  que  recuerda  a  su  padre  Ryeohee  que  le  decía  que  no  tenía  modales,  que  debía  ser  agradecida  con  los  que  le  ayudasen.  Podía  casi  escuchar  su  voz  y  eso  fragmenta  su  corazón,  la  pesadilla  no  se  detenía  ni  siquiera  despierta.  Jisu  se  observa,  las  piernas  desnudas  muestran  raspones  y  moretones,  al  igual  que  los  nudillos  de  sus  dedos  están  lastimados,  el  torso  completamente  vendado  por  la  herida.  -  —Me  han  cuidado  —  -asume  por  lo  que  ve,  girando  la  cabeza  hacia  donde  estaba  la  otra  y  con  cuidado,  se  inclina  para  olfatear  sutilmente  el  agua  ofrecida  y  bebe,  sintiendo  el  primer  trago  como  manantial  fresco  y  luego,  como  hombre  famélico,  toma  con  ansias  hasta  que  una  pequeña  tos  le  detiene  y  se  desploma  de  nuevo  contra  las  almohadas.  -  —¿Cuánto  tiempo  ha  pasado?  —  -Jisu  era  directa,  atacando  los  temas  de  importancia  antes  que  cualquier  otra  cosa.  Observa  de  nuevo  a  la  castaña  por  el  rabillo  del  ojo,  sin  detectar  hostilidad  o  un  deseo  de  venderla  a  los  soldados  de  la  luz,  por  ende,  asume  que  no  la  conoce  o  simplemente  no  tiene  interés  en  eso.  Era  bueno,  era  excelente,  podrían  ocultarse  un  tiempo  y  luego  escabullirse  en  las  sombras  cuando  estuviese  mas  sana  y  partir  sin  decir  adiós.  El  pensamiento  parece  despertar  a  la  bestia  en  su  interior,  que  se  queja  y  reniega  ante  la  idea  de  simplemente  marcharse  y  Jisu  frunce  el  ceño,  ¿qué  mierda  le  pasaba?   
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Mientras el sol cae en el horizonte y la hora de cenar se aproxima, Ayame se ofrece a cambiar de turno temporalmente con el joven que conoció hace poco. Un cargamento de medicinas, vendajes e incienso es lo que trae consigo, tras haberle realizado una visita a su madre, la médico a cargo en esta inusual situación. Una sonrisa enternecida se forma al ver salir de la habitación al muchacho, le llama por su nombre, Eunho; uno que se esforzó mucho por descubrir y así, poder entrar en cordial confianza, la suficiente como para recordarle que tanto él como su inconsciente hermana no tienen nada que temer en esta lejana y olvidada aldea, que su única intención es verlos sanos y salvos. Intenta captar su atención ofreciéndole una manzana que tomó del huerto, roja y brillante, dulce y lustrosa, perfecta para levantar el ánimo; aprovecha para recordarle que debe llenar el estómago con algo nutritivo, pan recién horneado, té de hierbas y sopa caliente de verduras que, al husmear en la cocina, se enteró que preparaban. La castaña le promete que ella cuidará a la pelinegra en su ausencia y luego de recibir una respuesta positiva, su característica sonrisa no hace más que ampliarse, asegurándole nuevamente que esperará por su regreso. La alta figura se pierde al girar el pasillo, mientras ella, con delicadeza, ingresa en la silenciosa habitación, sólo para encontrar la misma triste imagen de todos los días. Con mirada entristecida escanea el cuerpo que yace inmóvil, pero mientras respire y la herida no presente signos de infección, todo estará bien; después de todo, el enfrentamiento parecer haber sido frenético, tiene claros indicios de ello.
Hace un par de lunas, el viento trajo consigo una caótica variedad de sonidos, dos voces comunicándose en murmullos, el frío metal de lanzas y espadas chocando entre sí, la sinfonía de pasos presurosos pisoteando hojas y hierbas. Curiosa como siempre, Ayame desobedeció las órdenes de su madre, envió a Tsuruko a investigar; más las noticias que la grulla trajo consigo no auguraban nada bueno. De pronto, el aroma en el aire cambió, hierro, tierra y sangre, bandadas de aves volaron lejos del peligro y ni el más prudente de los sabios fue capaz de fingir que no pasaba nada; menos aun cuando, apresurada como un rayo, la castaña se precipitó hacia el bosque, guiada por su acompañante espiritual, obligando a unos cuantos a seguirla.
La diestra se dirige hacia la frente ajena, buscando tomar su temperatura mas se detiene a mitad de camino, en seco. Su corazón se estruja ante el gruñido y lo siente palpitar de nuevo cuando claras señales de movimientos voluntarios aparecen. Ha visto a la joven sufrir en sueños, no es difícil deducirlo; aunque intentó cantar para ella día tras día, cada canción surtía menos efecto que la anterior, incapaz de alejar esa mente de cualquier pesadilla acongojándola. Es natural, entonces, sentir alegría con algo tan simple como el fruncimiento de su nariz al respirar o los párpados que se separan de par en par. Es natural, repite, aunque por una extraña razón, siente que es ella quien podría conmoverse hasta las lágrimas al ver a una enferma levantar cabeza. Un sutil escozor le pica en la punta de la nariz, mirada se nubla ante dos inminentes gotas de agua que planean escaparse y su pecho se contrae con fuerza, en angustia y dicha al mismo tiempo. ¡No puede esperar a contarle a Eunho!, curiosamente, sus piernas no hacen el esfuerzo por levantarse y sentada en la butaca, como si estuviera pegada a ella, su lobo testarudo ni siquiera contempla la opción de moverse un solo centímetro del lado ajeno, disfrutando en demasía la calidez del olor amaderado, la marcada acidez de la cereza que se mezcla a la perfección con su contraparte endulzada. “Hola…” Saluda como una boba, odiándose un poco tras esas escuetas palabras, pero aprovechando el momento para fregarse los ojos con puño cerrado, apartando cualquier señal de lágrimas. “No temas, tu hermanito se encuentra en perfectas condiciones. Ahora está cenando, pero volverá apenas termine”. Haz algo, Ayame, ¡algo coherente! Como impulsada por un resorte, se levanta, dirigiéndose hacia la jarra de agua fresca que siempre dejan sobre la mesa; entonces sirve un cuenco entero, ofreciéndoselo a la pelinegra. “¡Oh, lo siento! Primero debes sentarte un poco. Yo te ayudo”. Cada palabra es más afectuosa que la otra, y tras depositar el cuenco de regreso en la mesita de noche, la castaña acomoda una pila de almohadas contra la cabecera de la cama, con la esperanza de que su invitada pueda incorporarse lo suficiente.
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