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revistasentimental · 3 years
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LO QUE PUEDES TOCAR ES LO DE MENOS
Por Pedro Alvarez Luna
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Al tener que estar encerrado en el mismo cuarto dos semanas por haberme vuelto un foco de infección de covid, tuve que aprender a encontrarme en lugares distintos sin necesidad de cruzar la puerta. Me vi obligado a hacerme de una serie de rituales para descubrir diferentes maneras en las que podía habitar mi cuarto: cuando barría trazaba en mi mente una cuadrícula para designar nuevas áreas, ponía manteles sobre mi cama para frenar el sueño que induce, abría y cerraba las cortinas para no depender sólo del reloj, reordenaba los estantes para darle un propósito y una norma a cada uno. Más que buscar cómo entretenerme, necesitaba sentir que tenía una vida más allá de una cuarentena.
Quise encontrar en mi habitación el tránsito que se me estaba negando y no di con él en los diez metros cuadrados que tenía a mi disposición, sino en la intimidad de su configuración. Iba a estar solo y me negaba a disfrutar del presente para sobrellevar mi cuarentena. Encontré la forma de convertirme en un peregrino, en el dichoso flâneur, mientras descifraba los objetos y espacios del reducido paisaje de mi propio cuarto. Mi encierro se trató del recorrido por el espacio que me ofrecían esas cuatro paredes, paseos que pude hacer gracias a una sensibilidad que tomé prestada del ejercicio curatorial realizado por Rivera en I Believe in God, Only I Spell It Nature. Cuando me enfrenté a la reclusión, recurrí a la diferencia entre hallarse en un espacio y habitarlo.
Unos días antes de que el virus habitara mi cuerpo, asistí a la exhibición  I Believe in God, Only I Spell It Nature que se entramó junto con la sala-jardín-bar, el primer espacio-objeto, de la oficina de arquitectura APRDELESP. La exhibición se presenta como una unidad habitacional para diferentes espacios, en ese lugar no puede habitarse un sólo espacio a la vez, sino que experimentamos el espacio en su propia multiplicidad. Rivera invoca la creación en el acto de habitar, nos recuerda que no hay nada detrás de la representación del espacio, que habitamos desde un sentido dado. I Believe in God, Only I Spell It Nature dispone del espacio en Lodos Galería y del marco ofrecido por el proyecto espacial de APRDELESP para mostrar un catálogo de acercamientos al espacio, las brechas del espacio como fenómeno se disipan al ocupar el espacio-objeto.
No fue difícil recordar en mi encierro que siempre estoy habitando, que es mínimo lo que la inmediatez influye en la forma en la que estoy en un lugar. La invitación en la exhibición se extiende a habitar objetos, a ser huéspedes de los espacios que evocan. 
Mi primer instinto fue habitar los objetos esfumando las escalas, habitarlos como si fuera un componente más de estos. En MORE GODS MORE KINGS MORE MONDAYS de Attwood me ví como el Garfield anti-capitalista, fui la mascota que se opone al sistema, pero a la vez el dueño que ofrece el adorno-juguete. Me encontré en el Departamento de estudio de Números Primos de Wendy Cabrera Rubio y Marek Wolfryed, como el acocil que experimenta el acuario como el mismo museo El Eco, el testigo endémico de una posibilidad para el arte, observador y observado del arte de la región latinoamericana. Shana Hoehn me ubicó en un espacio dominado por la velocidad, dónde mi figura y mi cuerpo quedan a la merced de quien conduce la máquina. Las fronteras de habitar desde la escala se me presentaron en GMO flowers and aesthetic purposes for the arts cuando la representación en la ciencia guía la experiencia de las estructuras que nos son invisibles. Tantas escalas me ponían en un nuevo encuentro con el espacio, me daban ganas de apropiarme de ellos con mi presencia. Me sentí como el propio Avantgardo que recurre al kitsch para obtener un lujo al que no tengo acceso o como el actor del espectáculo del exotismo modernista dentro de la escenografía de Karla Kaplun. Estas escalas descifran un espacio que no se compone de unidades, sino de dimensiones y direcciones cambiantes. En Lodos me sentía como un turista en mi propio estar en el mundo, frente de mí estaba el registro que constataba el paseo aún antes de realizarlo, no tenía duda de encontrarme en otra heterotopía. 
Entre la oferta habitacional, se muestran los espacios expuestos y evocados articulandose con las distintas estrategias. Mostrando que el tiempo inevitablemente se lee en el espacio, Fresneda incita a habitar desde la memoria y el vacío para aludir al esclavismo caribeño a partir de las huellas que restan del tráfico de madera, mientras que Luis F. Muñoz me insertó en una ficción que propone habitar el presente del arte a través de las posibilidades de la crítica. Me estaba oponiendo por fin al imperativo de vivir en el presente para intimar con un entorno. A su vez, Samuel Nicolle me hizo habitar el espacio desde la fantasía, dónde la ilusión conjuga las posibilidades de traducir la materialidad sin escrúpulos de los referentes melodramáticos que la construyen. 
La propuesta habitacional en I Believe in God, Only I Spell It Nature funge también como un experimento fenomenológico, la experiencia del espacio se desnuda como el mapa que debe ser construido, modificado, desmontado, conectado y alterado para representar al propio espacio fuera de la centralidad de los referentes que se le imponen. El ejercicio de habitar con las piezas y desde ellas revela que la forma en la que configuramos el espacio nunca es arbitraria. Me imaginé a mí mismo intimando con la oferta de habitaciones que el mundo me ofrece, pero la intimidad propuesta es aquella de la sospecha para descubrir más de lo que está ahí. Intimamos con el espacio al habitar también los vehículos que lo significan, al enfrentar los rituales que hacen y ordenan el mundo. Me pareció casi imposible ignorar el carácter político que configura nuestro espacio, entendí las propuestas para habitar como si fueran dialectos para situarse en el mundo y era la sospecha que me enseñaba su gramática. Hay que saber nombrar y sentir para habitar. 
El gusto que tomé prestado de Rivera me ha tentado a fantasear con que también yo puedo tener la mirada de un alegorista. Que puedo habitar desde una parcialidad al espacio mientras yo también estoy siendo habitado y comprendido. Una relación tal con el espacio llama a memorias involuntarias, a ese shock del encuentro de los fragmentos que han sido descartados que (re)plantean lo que soy. Me refugié en los paisajes que mi cuarto me ofrecía tal como me invitaron a hacerlo en  I Believe in God, Only I Spell It Nature y tal como el virus me habitó a mí: persona-habitación, un vagabundo inmovil. 
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