#huerta de la bruja verde
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🍃 La Ortiga 🍃
Hierba que sale espontaneamente en la huerta año tras año. Nosotros la amamos y utilizanos de diversas formas:
🌱frescas en pesto de hierbas
🌱seca en infusiones nutritivas porque contiene *muchos* minerales.
🌱en abonos fermentados para aplicar en la huerta y macetas
🌱 y en su uso mágico-simpático:
Para mi, una gran parte de su magia es en como aparece en la huerta aunque no la sembramos. Sus propiedades quedaron escondidos con el nombre maleza, pero hoy la llamamos Bueneza!
#hierbas medicinales#hierbas magicas#huerta organica#huerta de la bruja verde#huerta medicinal#ortiga#nettles
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Momentos en la huerta 🌱🍃el camino de la bruja verde no solamente trata de cuidar el impacto en la tierra, también trata de cultivar y producir los alimentos que necesito, que necesitamos.
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Análisis LA LINARES (1975) del escritor quiteño Iván Égüez (Quito, 1944)
Construcción del mito de la mujer fatal en La Linares
El escritor construye el mito de la “mujer fatal” alrededor del personaje central de la novela, María Linares, usando como recurso la enunciación. Empieza narrándole al lector, al principio de la novela, un primer comentario de alguien que le hablaba a ella sobre su fama de mujer fatal, y al final de la novela se notaría que ese alguien sería un “enfermero” o “doctor” que le hablaba cuando la recibe inconsciente en el hospital luego de su intento de suicidio. Éste se refiera a ella así:
“En los comentarios a través de los años la gente le ha puesto un sombrero de mujer fatal (de esos con velo y mosquitos hasta la mitad de la cara seguramente)” (Égüez, 2010, pág. 29)
Y el novelista luego va construyendo a lo largo del relato el mito de “mujer fatal” a la Linares cuando continúa narrando el hecho de la visita de su madre, con la niña en brazos, a un brujo en la costa. Éste predijo de la niña María Linares lo siguiente:
“...todo aquel que se acerque tendrá muerte trágica o sufrirá padecimientos.” (pág. 55)
El recurso de enunciar hechos para ir construyendo el mito de mujer fatal a la Linares, se pone en manifiesto más adelante al lector, cuando éste se encuentra en la lectura con historias de la vida de varios hombres que estuvieron relacionados con ella, como el de un ahorcado en el Ejido que tenía el día de su muerte en su mano una foto de la Linares. O con la historia del Coronel que se suicidó en el baño de la casa de ella, o del pagador que desfalcó y está preso en el Penal, la de un poeta muerto bajo su balcón, entre otras historias de fatalidades que se suscitan en la obra. Todas estas historias se construyen alrededor de hombres relacionados con la Linares y luego la novela le descubre al lector las historias verdaderas alrededor de la fatalidad de esas vidas: La foto de María en mano del ahorcado fue un montaje de un hombre que quería difamarla; el Coronel que se suicida lo hace por la culpa del daño inmenso e irreparable que le causó a su hijito; el hombre que desfalcó no lo hizo para llevarle el dinero a la Linares sino por otros motivos ajenos a ella.
El relato crea a vistas del lector un mito inicial y luego la misma obra desenreda los hechos y la desmitifica de la fatalidad.
La Linares, una novela barroca
Muchos críticos y estudiosos de la literatura ecuatoriana, como Miguel Donoso, Manuel Corrales Pascual entre otros coinciden en encontrar en el estilo literario de la obra La Linares, como una novela barroca y algunos sugieren un neobarroco. (Dávila, 2010)
El Barroco lo define la DRAE como “Excesivamente recargado de adornos”; y en el campo del arte plástico y de arquitectura el Barroco se manifestó en Europa en el siglo XVII como:
El abandono de la idea renacentista del arte como representación e imitación de la realidad en un riguroso sistema de relaciones proporcionales y armónicas, y la afirmación, al mismo tiempo, de una nueva relación de naturaleza emocional con el espectador, en que el artista intenta sobre todo conmover y persuadir mediante los recursos de la imaginación que parece no conocer límites, la elocuencia, la extrema agudeza realista y sensorial de las imágenes y los más complicados y espectaculares efectos escenográficos, la interacción de todas las artes, la nueva concepción del espacio, de la naturaleza y de la renovada relación entre ésta y el hombre. (Rodrígez Compare)
Manuel Corrales (2010) señala al espíritu de escritura barroco como la angustia por llenar lo vacío y llenarlo con todo lo que pueda simbolizar trascendencia. El barroco ha sido comprendido como “La necesidad de acudir a lo maravilloso como frecuente término de referencia y el descriptivismo como obligación primera” (Sénz de Medrano, 2014)
La obra de Égüez en la Linares expresa de manera copiosa manifestaciones literarias barrocas al describir situaciones, cosas, hechos, sitios, empujando a un realismo maravilloso su texto. Por ejemplo cuando describe el balcón de la casa de María Linares preparado en las vísperas del Corpus:
El balcón había sido arreglado con el acostumbrado esmero, cubierto con edredones de seda, colchas de terciopelo, lazos de papel crepé, cadenas en papel de estraza, floreros de bronce, faroles, lámparas votivas de cristal verde celadón y candelabros de plata con el llamón protegido por cascarones de vidrio espumado que, contra pared, alumbraban a los cuadros de San Buenaventura, La Dolorosa, La Reyna de los Ángeles, San Cipriano y el Pastor de los Desamparados, constituyendo el todo un portentoso y entrehecho retablo. (Égüez, 2010, pág. 86)
Nos relata el autor el huerto de la casa de María, que existiendo en un plano real, lo expresa de forma mágica con un lenguaje que parece que no conoce límites y con imágenes muy sensoriales,:
En la huerta se cultivaban las más variadas hierbas y plantas medicinales, muchas que fueron obsequiadas desde lejanas tierras, prendiendo con fortuna hasta las más difíciles y celosas gracias a la mano prodigiosa de La Linares. Plantadas al tresbolillo, ahí se daban la legendaria mandrágora, el sagrado muérdago, el hechizador chamico, el narcotizante y nauseabundo beleño, la doradilla para hacer orinar, el depurativo marrubio, el ruibarbo para purgar, la borraja para sudar, la nuez vómica, la asa fétida, la antiespasmódica ipecacuana, el carminativo eneldo para el flato, el perfumado heliotropo, el venenoso rejalgar, el bedegambre para curar estornudos y la árnica para hacer estornudar, la menta que impotenciaba y la guayuza que encendía y fertilizaba, el toronjil y la valeriana para los nervios, el caballo chupa para las escaldaduras, el cedrón para antes de rezar, la manzanilla para el estómago, la mejorana para amedrentar las recalenturas, el matico para curarse en salud, el azándar, el servato, la saragatona, la yerba buena, la yerba luisa, la yerba impía, la yerba mora, la yerba de las coyunturas, la lengua de vaca, la atzera, el helenio, la celedonia, el esquenanto, el llantén, la verbena, la altamisa, el hinojo, el canónigo, el orégano, el corazoncillo, el mastranzo, el poleo, el cólquico, la salvia, el anís del país, y el anís estrellado. (págs. 88, 89)
Éguez usa el relato fantástico como su expresión más barroca y lo envuelve enumerando al detalle accesorios, llenando el texto de mil y más imágenes en la mente del lector.
…otros aseguraban que el modisto que cosía para usted era un ruso blanco que después de hacer ahorcar a todos sus sirvientes logró escapar con la ayuda de Dios hasta América en un baúl lleno de joyas e iconos medioevales, que el ruso zarista se enamoró tanto de usted que le prometió gastar todo el dinero en las más suaves sedas y en los más finos tafetanes para diseñarle él mismo sus vestidos, que él traía para usted el encaje de bolillo de Brujas, el gro de Tours, la muselina más almocárabe, el bocací más entrefino, el paño y el alepín más abatanados y enfurtidos, la randa con orifrés, el esterlín sin orillo, la greca en azimut, las guirnaldas palominas, los entredoses volanderos, los aterciopelados festones y los besantes con perlas. (pág. 32)
O como cuando enumera las cosas y accesorios que la gente quería salvar sus pertenencias cuando escuchó la alocución radial adaptada de la Guerra de los mundos de H.C. Wells:
La ciudad había perdido sus proporciones. Ya no cabía tanta gente en las calles. Hasta los perezosos y los petacas habían hecho varios viajes hacia el sur llevando las cosas más queridas para morir junto a ellas: los portarretratos, las cartas, las estampas, el calzador, las medallas, los corozos, las chinas, los carey, las polveras, el antifaz, la chispa, la petaca, los penecas, el sonajero y el chinesco, la matraca y la guaraca, el samovar y el escalfador, el sacacorchos y el tapapicos, el reclinatorio y la mecedora, la poltrona y el armario de lunas con espejo de cristal de roca y orillas biseladas, la bacinica, los gemelos, el organillo, la perla suelta, la cadena con mayólica, los colgantes en filigrana, las chinelas, babuchas, folgos y chapines, los huevos de pascua, los pedazos de cuarzo envueltos en papel de seda, el olor de clavo de olor sostenido en un algo de algodón, el embudo miniatura, el apagador de velas, el calidoscopio, la ocarina, los zancos, las garrafas, la damajuana, el pondo, el tiesto, el zurrón de puntas. Igual que en las tumbas de los siglos y los siglos. Una señora mandaba a pedir de urgencia que preste el llavero la señora Quimí para ver si alguna calza en mi alacena. Otra avanzaba portando en la cabeza a manera de gran refugio un enorme tablero de ajedrez en el un lado, camuflado por el señor de la Santa Faz en el otro. (págs. 41,42)
Y también el autor describe de forma barroca cuando relata que el Gran Difamador era buscado para ser padrino:
Comenzaron a hacerlo padrino de todo lo imaginable; del pelo de la novicia, de la inauguración del alcantarillado, de las presidas del Prefecto, de la Primera Patada del Partido, de la primera menstruación de la niña en sociedad, de la vaca lechera tolón-tolón, del perro campeón, del pubis afeitado de la socia más antigua del club, del canario australiano, del Decano del Cuerpo Diplomático, de la donación de carros policiales, de la fiesta del capulí, del choclo y de la yuca, de la flamante dentadura del ministro, de la promoción de Estudiantes Altos, de la Reina del Suburbio, del manto de la Virgen Patrona de las Fuerzas Armadas, de las orejas y rabo del quinto toro, de las bodas de plata, de las bodas de oro, de las bodas de cacao, de las bodas de diamante, de las bodas del café, del banano o del petróleo en la Iglesia de la Paz o en Santa Tere. (pág. 96)
La obra tiene un lenguaje vibrante, poderosamente descriptivo lleno de fantasía e imaginación de lo real posible. El autor con los accesorios con los que construye la idea en la mente del lector, torna al relato una fantasía posible que raya en lo imposible de ser. Son estas las razones que han enmarcado a La Linares de Iván Égüez como un ícono innegable nel neo-barroco de las letras ecuatorianas en el siglo XX
Tipo de lenguaje, recursos y figuras literarias en la obra
La novela es escrita en prosa, se encuentra en algunas partes una prosa poética “He pensado que murmurar de usted era también una forma de poseerla, de querer ser usted, aunque a veces los ríos subterráneos de las habladurías son imprevisibles y se desaguan por donde uno menos lo piensa” (pág. 30), con una narración neo-costumbrista donde matices de modismos muy ecuatorianos aparecen como pinceladas, por ejemplo: “Tomaba sin parar y cuando en alguna farra se acababa el trago les obligaba hacer vaca para ir a comprar más” (Égüez, 2010, pág. 111), y abunda en coloquialismos de mucha usanza en Ecuador como: “Vos siempre tuviste debilidad por los milicos” (pág. 61) . Su estilo literario general corresponde al barroco, al neo-barroco por la riqueza de las expresiones dadas y con un lenguaje de realismo maravilloso. Esta forma de escribir personaliza a la obra y la robustece. El autor tiene una intención consciente de manipular su mensaje su expresión de esta manera, para transmitir una significación a la obra.
Las figuras literarias que usa el autor son variadas a lo largo de la obra.
Figuras lógicas:
1. Hipérbole: “…llenó hasta la bandera el patio de Palacio con notas y cartas de condolencia” (Égüez, 2010, pág. 74) En este texto es necesario exagerar que se recibieron una buena cantidad de cartas y notas de condolencias de todas partes del mundo debido al terremoto de las Flores que aconteció.
2. Antítesis: “Siempre hubo personas que me amaban en secreto y me difamaban en público” (págs. 108, 109). El autor contrapone dos ideas para enfatizar sobre las emociones encontradas que desataba La Linares.
3. Paradoja: “decía sin decir” (pág. 40). Usa la paradoja el narrador para mostrar una contradicción y darle significación al mensaje de lo taimado que resultaba el Gran Difamador.
4. Prosopopeya: “Girando sobre sí mismo se puso a roncar” (pág. 73). Le da este atributo de los seres animados a un “zapallo”. La novela usa este recurso para dar a entender el fenómeno que estaba provocando el Terremoto de las Flores”
Figuras de repetición:
1. Retruécano: “…estos seres interplanetarios, ya sean lunáticos, marcianos o marcianos lunáticos, o lo que sean” (pág. 40). El narrador repite las mismas palabras con un orden y sentido diverso, de manera graciosa y hábil para generar humor en el relato.
2. Reiteración:
“…los Hijos de Jehová, los Hijos de El Salvador, los Hijos del Señor, los Hijos de Cristo Rey, los Hijos de Dios General de los Ejércitos, los Hijos de las Siete Plazas, los Hijos de las Siete Leches, los Hijos de la Gran Flauta y los Hijos de la Gran Puta”. (pág. 83). En esta reiteración repite el término “Hijos” con mayúscula para denotar los matices religiosos presentados distintos pero que suenan como una sola idea en el fondo y al final los desacredita colocándolos al nivel de los “Hijos de la Gran Puta”
Figuras pintorescas:
1. El paisaje: El autor usa esta figura literaria para introducir al lector a un espacio, a conocer la casa de la Linares y su entorno. El lector es llevado de la mano a recrear en su mente el ambiente donde se desenvolvía María Linares, así lo introduce más en la historia de la protagonista y de su vida:
“La casa que fue de La Linares tiene techo de musgosa teja y gruesas paredes de barro, de ese apretado con guano seco y sangre de toro. Mas las gentes dicen que tal argamasa fue apresurada con empenta de otra laya; que son entierros, huacas y empotrados los que sostienen a esos paredones y, al paso advierten, que corre maldición para quien los desapresure o despeñe.
La casa forma esquina en esa plaza redonda que iniciaba el camino a La Chorrera y por el cual, desde hace muchos años antes que naciera la Linares, subían y bajaban las muías aguaderas cargadas con zunchos, pondos y barriles; a veces también bajaban con trozones de hielo envueltos en saquillos rumbo a las tiendas donde se preparaban el salpicón y las pajaritas de coloreado granizo.
El frente principal no da a la plaza sino a la calle que sube a desembocar con ella. Mide unos treinta metros de largo y no es más que una gran pared, alta y blanca como un talud de yeso interrumpida por solo el repujado portón añil que la distingue y rematada a todo correr por una balaustrada de gordas canillas pintadas también al albayalde.
A la plaza da en cambio un frontis cóncavo de seis o siete metros con una puerta de segunda que, abierta de día, permitía a Joaquín Villamil Cabamba tomar sol en su asiento de esterilla. La puerta está flanqueada a flor de barba por un ventanuco que forma arco de todo punto y por un descomunal acanto que sostiene el balcón de barrigosa urdimbre, donde se arreglaban altares para el paso del Señor en la procesión de Corpus” (págs. 85, 86).
2. La prosopografía: es una figura usada por el escritor en su novela, usado por la necesidad de describir físicamente al personaje, para asignarle a él ciertas características únicas que lo distinguen y que se hacen necesario saberlas por el lector para entender su desempeño en la trama de la narración:
El Gran Difamador era bajito, andaba con maleta y parker al bolsillo. Dios le había puesto la boca un poco a un lado, como al socaire.[...] Tenía la voz apagada pero encendido el parloteo, le hervían como en locro las palabras, por eso quizá las sacaba arrastradas entre silbos y soplidos.[...] Cuando se sentaba lo hacía al filo de la silla y a medio despatarrarse como violinista concertino. Usaba sombrero arriscado, pantalones ajustados y sacos culingos. [...] Se polveaba casi siempre las mejillas, decía que era viudo y tenía los ojos manchados por la ictericia (pág. 49).
3. El retrato: en esta figura, el narrador describe cualidades físicas y morales del personaje, las combina para dibujarle al lector y graficarle con más certeza cómo quiere el autor conciba a la persona descrita en la narración:
Tenían presente la magnanimidad del Presi con aquel político que le combatía con una revista de doscientos ejemplares y que al Presi le parecía ocurrida al punto de estar dispuesto a financiarla.
La Linares que lo conocía desde hace muchos años decía que el Presi solamente la facha tenía de tonto.
El Presi era buena persona, grandote e inofensivo como una palanqueta totémica, rubicundo, narizón hasta la simpatía, bonachón hasta el anonimato, merlino, ojos de azul bobo como decía la gente. Era en materia de discursos un nuevo estilo, no movía las manos ni gesticulaba al hablar, no cambiaba el tono ni el volumen, no usaba palabras raras como tránsfugas, rastacueros, ratoniles, mostrencos, mequetrefes. “Habla como evangelista” decían al principio, pero los editoriales de El Mercantil comenzaron a machacar que ahora el paisito ha superado las arengas fogosas vacías de contenido. Desde entonces al Presi le decían que es un Presi Práctico.
- En eso sí se parece a los gringos, no se anda con vainas, decía el Cuete.
- Por algo la Columbian le dio el título de Doctor Menoris Causa, decía chanceando La Linares.
El Presi era gran gente, un verdadero demócrata decía El Mercantil. No le importaba codearse con los cholos, era deportista, chullero, le gustaba bailar aires típicos, sanjuanitos cachullapis, incluso en la plaza a veces. Tenía la soltura y desfachatez del patrón gringo y la sal y chabacanería del mayordomo pícaro. Era una mezcla de chicle y tripa mishqui, de chicha y coca-cola. El en persona iba a franquear las cartas al Correo o a ordeñar las Holstein, era diestro para el sapo, se hacía retratar en short jugando fútbol en la plaza y se sentaba en cualquier localidad en la Plaza de Toros. (págs. 81, 82).
Figuras de lenguaje tropológico:
1. La sinécdoque: Es una figura literaria muy utilizada por el autor, para darle un pincelazo descriptivo y característica al hecho que desea narrar en el texto: “se firmó el Tratado Militar de Pestilencia Recíproca con las águilas del norte.” (pág. 83). Usa “águilas del norte” por referirse a los Estados Unidos de América. “Ya no gustaba gastar tanta saliva para lograr sus objetivos” (pág. 100). Usa “gastar tanta saliva” por decir “decir o hablar bastante”.
2. La antonomasia es usada por el autor en el contexto muy dirigido para el lector ecuatoriano: “También pasé la Gloriosa y vi entrar al Ausente por las calles de Quito rodeado de miles de gentes” (pág. 105). La Gloriosa se refiere a la rebelión del 28 de mayo de 1944 que fue un levantamiento popular de Ecuador; el Ausente es la mención del presidente Velasco Ibarra.
3. La metonimia la usa Égüez en la obra para ponerle humor y gracia al relato: “Todo esto, más la rubicundez hierática bajo el sombrero alón de recoger mangos, aseguraba el más gracioso espectáculo.” (pág. 105), por todo esto, más su color de piel blanco rojizo propio de los curas bajo un sobrero de ala grande. “Un imperceptible movimiento de sus cejas para arriba, de sus orejas para atrás, de su pulgar para abajo y eran movilizadas sus pandillas de monos, orangutanes, mandriles, titíes, macacos, rangers, gibones, platirrinos, araguatos, abazones, soimiríes, chimpancés, pentágonis, gorilas” (pág. 105) por eran movilizados su guardia armada y fuerza de choque organizada.
4. El simil es usado de forma permanente en el texto, pues el autor desea siempre comparar una cosa real con algo imaginario para producir un efecto esperado en el lector y que la idea descrita quede mejor plasmada: “Dios le había puesto la boca un poco a un lado, como al socaire” (pág. 49). “Don Alsino era negro y un poco chorreado como manga de fotógrafo. [...] En el piso como iguanas aplastadas, las hojas de plátano separaban al curador de la cliente” (pág. 55). “Caminaste como fantasma sin que te importen los gritos” (pág. 57). “Llegó cojeando, jalando el poncho estanciero, arrastrándolo como si se tratara de un viejo jamelgo o un pinto remolón.” (pág. 64). “cabeceando como toro herido bajo el raro impulso de su forma de huevo grande, de ovo apocalíptico.” (pág. 73).
5. La metáfora es otro recurso fuerte del autor, pues lo obra es rica en expresiones metafóricas para llegar a construir con el lenguaje propio el realismo maravilloso y mágico en la historia: “Yo soy la Linares piedra de toque en la ciudad” decía de sí mismo María Linares identificándose a sí misma como trascendente en su medio. “Me he de comer esa tuna aunque me espine las manos” (pág. 99) decía el Gran Difamador para referir sus deseo hacia la afamada como peligrosa, la joven Linares. Decía María Linares “solita supiste capear el temporal” (pág. 57) refiriéndose a su hermana Marieta que logró sobrevivir a una tragedia.
6. La alegoría también tiene sitio en la narración de la La Linares:
El Mono decía que la vendeta no era por los reclamos que hacía en la Gerencia o en la Proveduría a la Empresa, sino por haber salido en defensa de las mulas ciegas: todo el pedernal que barrenaban los zapadores era movilizado dentro de las mismas por mulas que jamás salieron a mirar el sol: nacían en la obscuridad, cargaban en la obscuridad y morían en la obscuridad. Esto le parecía espantoso a nuestro padre y un día organizó la gran marcha a fin de que vean la luz. (pág. 58)
Es texto está enmarcado en la gran tragedia que se dio en la matanza por parte de las fuerzas represivas del Gobierno el15 de noviembre de 1922 a los trabajadores que salieron a protestar por mejores salarios y la disminución de la horas de trabajo. Égüez usa al abuelo de la Linares “el Mono” para atribuirle que la intención real de la clase obrera era dejar de ser una clase “mulas ciegas” que siempre han permanecido como una clase en obscuridad, sin acceso a la luz de la educación y al progreso, sólo viviendo para trabajar y trabajando para sobrevivir, permaneciendo en un mundo y una vida de oscuridad
7. La imagen es también una figura utilizada por el narrador usando las palabras en sentido distinto del que propiamente les corresponde, dándole una forma sensible a ideas abstractas para visualizar de mejor manera el fenómeno:
Incluso las cofrades me caían bien, con sus ojillos tan astutos, sus lenguas de tornillo, sus mantas ceñidas con alfileres grandes de cabeza negra, sus pasitos escaldados, sus cuerpos de signos de interrogación preguntando cosas por sí solos. Parecen cacatúas con patines o garruchas en los pies. Me rechazaban y me admiraban a la vez. Me escudriñaban de principio a fin sin disimulo, con ese ojo fotográfico femenino que mientras más viejo, es más instantáneo y severo. (pág. 108)
8. La adjetivación es otro uso habitual en el realato y lo usa el autor para darle un rasgo estilístico buscando una representación innovadora al término a fin dea darle mayor sentido a la frase: “al momento de expulsarlo de la estancia solariega” (pág. 63), “rubicundez hierática” (pág. 105), “ñoña infinita” (pág. 123), “muerte forzada” (pág. 129)
Figuras de dicción:
1. Aliteración: “en las más suaves sedas y el en los más finos tafetanes” (pág. 32), El uso de la sibilante s crea una sensación de tersura.
2. Onomatopeya: “rozar de rasos, erizar de rizos, riscar de rosarios” la repetición de la r vibrante da sonido a la frase de rozar algo.
3. Enumeración: Las enumeraciones son amplias debido a la necesidad de ampliar espacios en el texto y rellenarlo para construir el relato fantástico que permita al lector entender la idea principal del texto narrado. Por ejemplo, cuando se describe que Don Ernesto, padre de la Linares, era chulquero y que sus actividades de prestamista eran muy amplias lo describe enumerando a todos a quienes les prestaba dinero y hasta se podía haber quedado con sus bienes. El relato lo describe así::
Con los únicos sucres que tenía en su talega inició su carrera de prestamista. De calé en calé, de medio en medio, de real en real, de interés sobre interés llegó a ser dueño del andén, dueño del cargador y de sus hernias, del brequero y de sus guantes, del maquinista y de su humo, del jefe de estación y su pizarra, del jefe de patio y de su sueño, del telegrafista y su temblor, dueño del bodeguero y sus cuentas alegres, del señor de la ventanilla y de su cárcel, del fogonero y de su infierno, del controlador y de su gorra, del raso de vía y sus señales, de la fiambrera y de sus viandas, de la cartuchera y sus platos desechables de hoja de lechuga, dueño de la caldebache y sus caldos humeantes en fondos floreados, de las fritangueras y de sus pailas, de la fresquera y sus dos baldes, de la canelera y su país del oro y la miseria, de la huevera y sus proclamas picaras, de la espumillera y sus ilusiones de célibe, de la frutera y sus mejillas, dueño del dulcero y sus alfajores y buñuelos y yemitas, del celador y de su pito, del escapero y sus pies de Mercurio, del pesquisa y su recompensa, del soldado y la guaricha, del corocero y sus figurillas, del mercachifle y sus yardas de palo, del caramanchelero y sus chucherías, del timador y sus bolitas, del suertero y su papagayo, del charlatán y sus culebras, del embaucador y sus pomadas, del rufián y sus pelanduzcas, de la Loca y de su hija, de la gitana y de sus ojos, de los posilleros y de sus camas, del voceador y de su escándalo, del fondero y sus calderones. del tendero y sus balanzas, del vecino y del de al lado, dueño del cachivachero. (págs. 64, 65)
Y cuando describe que Don Ernesto era dueño del cachivachero, también enumera los artículos de éste último: “…y sus peinillas tijeras cuchillos navajas espejos botones trompos perinolas baleros yo-yos canicas calcetines almanaques alfeñiques animalillos anillos zarcillos debajeros zarazas rosarios escapularios mantas cintas imperdibles invisibles imposibles.” (pág. 66)
4. La elipsis la usa el autor omitiendo deliberadamente palabras, para darle sentido por los modismos a la frase: “pesar de que alguien dijo que mi madre se dedicó a la vida en Guayaquil cuando yo tenía uno o dos años” (pág. 103), aquí se refiere a se dedicó a la vida alegre, a la prostitución. “Una inquilina confesó que cada tarde robaba miel para untarse en las partes y hacerse lamer del perro que dormía con ella.” (pág. 46), se refiere a untarse miel en las partes íntimas de la mujer, el uso sólo de partes es también una forma de eufemismo para que la frase no suene muy sicalíptica.
5. El pleonasmo lo usa el narrador aumentando palabras para enfatizar y darle vigor a la expresión: “Cayó exactamente como un zapallo, rebotó con rebotes secos” (pág. 103).
6. La ruptura de sistemas es también un recurso utilizado en la narración, describiendo hechos que se salen de esquemas lógicos para lograr mayor expresividad en el texto:
“Por la ventana del tercer piso salieron un piano, un asiento de tornillo y un pianista de espalda erecta que siguió tecleando en el aire sin saber qué es lo que pasaba.” (pág. 44).
“llevando las cosas más queridas para morir junto a ellas: [...] el olor de clavo de olor sostenido en un algo de algodón” (pág. 41).
7. La sinestesia es usada en el relato para producir efectos estéticos y de sensaciones. Usa la conocida frase del pasillo Sombras, “me envolverán las sombras” (pág. 127). representa una sinestesia combinando los sentidos del tacto con lo visual.
La Linares, una sátira de la sociedad y, sobre todo, del poder establecido de ese tiempo (siglo XX, 1920-1950)
Iván Égüez de manera certera dibuja y caricaturiza a nuestra sociedad ecuatoriana a mediados del siglo anterior, hace referencias claras al escenario político y social del Ecuador en los años 1920 al 1950. Crea a una damisela, María Linares, con su tragicómica vida en el contexto de hechos históricos del Ecuador. Los abuelos de la Linares mueren en el suceso de la matanza a los obreros el 15 de noviembre de 1922, sitúa al abuelo materno denominado “el Mono” en el epicentro del alzamiento así y que su motivación era el rescate de unas “mulas ciegas”:
En Quito se decía que supiste sobreponerte a la tragedia que nuestro padre el Mono mismo ha de haber buscado, porque se había hecho medio bolche, que meses antes a la masacre ya se había quedado sin el empleo que tenía en los talleres ferroviarios de Durán por pedir con paro el aumento de salarios y disminución de las horas de trabajo; [...] El Mono decía que la vendeta no era por los reclamos que hacía en la Gerencia o en la Proveeduría a la Empresa, sino por haber salido en defensa de las mulas ciegas: todo el pedernal que barrenaban los zapadores era movilizado dentro de las mismas por mulas que jamás salieron a mirar el sol: nacían en la obscuridad, cargaban en la obscuridad y morían en la obscuridad. Esto le parecía espantoso a nuestro padre y un día organizó la gran marcha a fin de que vean la luz. (Égüez, 2010, pág. 58)
El autor se burla de la sociedad capitalina y hace un relato ,como un cuento inventado, un hecho que históricamente sucedió en febrero de 1949 cuando Radio Quito, emulando a Orson Welles, transmitió la novela de Guerra de los Mundos de manera realista simulando una noticia de último momento, una invasión marciana en Quito. Égüez se burla en la novela del imaginario colectivo, de la reacción de la gente, relatando así:
La ciudad había perdido sus proporciones. Ya no cabía tanta gente en las calles. Hasta los perezosos y los petacas habían hecho varios viajes hacia el sur llevando las cosas más queridas para morir junto a ellas: los portarretratos, las cartas, las estampas, el calzador, las medallas, los corozos, las chinas, los carey, las polveras, [...] el antifaz, la chispa, la petaca, los penecas, el sonajero y el chinesco, la matraca y la guara- ca, el samovar y el escalfador, el sacacorchos y el tapapicos, el reclinatorio y la mecedora [...] (págs. 41, 42).
Cuando la gente se da cuenta que fue un engaño la noticia, el novelista relata con humor negro y sarcasmo la reacción:
Cuando trataron de explicar que era una broma, una adaptación criolla a la obra de Wells, todo fue muy tarde. Lo primero que hicieron fue desnudarse y empapar sus ropas con gasolina para avivar con ellas las llamas que ya lamían el edificio. Por la ventana del tercer piso salieron un piano, un asiento de tornillo y un pianista de espalda erecta que siguió tecleando en el aire sin saber qué es lo que pasaba. Entre los incendiarios se hallaban en primera fila los huérfanos de último minuto, los que habían confesado y pedido perdón a gritos, los que se habían abrazado con sus enemigos, los cortados el sueño de gana, los que se quedaron con las esposas pasmadas, piponas y sin poder moverse, el duende con sus ojos del porte de la plaza y del tamaño del espanto, los que habían llevado acuerdos mortuorios al periódico y habían sido rechazados porque les faltaban uno o dos sucres, en fin los que habían sido maltratados alguna vez en los editoriales de El Mercantil repetidos en la radio. (págs. 43, 44).
El edificio que se quemó en llamas era el de El Comercio, donde funcionaba el periódico del mismo nombre y la radio Quito. En la vida real este suceso provocó muertes. Égüez en la obra llama El Mercantil al periódico El Comercio, y le endilga todos los vicios que la prensa corrupta tenía en aquella época.
El terremoto de la Flores contado en la novela sucedió por esa época. El 5 de agosto de 1949 el terremoto en la tierra de las flores y las frutas, Ambato, sepultó una buen parte de la región en el Tungurahua, contándose alrededor de ocho mil muertos y decenas de miles de viviendas damnificadas. La solidaridad mundial se hizo manifiesta con todo tipo de ayudas que llegaron al país. Égüez lo cuenta así:
[...]rellenó las bodegas presidenciales, los corredores, el gran pasillo, el altillo, las buhardas, el palomar, el torreón de guardia, los calabozos, los cuartos falsos, el túnel al convento, la salida a la quebrada, el pasadizo al cuartel, la fosa, la capilla, las catacumbas, el salón amarillo, el salón azul, el salón rojo, las salas de espera, las salas de desespera, las salas de recibo, las salas de audiencia, las salas confidenciales, la alcoba pública, la alcoba de secretarias, la alcoba íntima, el comedor de los esbirros, el salón de credenciales, el muladar de los pesquisas, el salón de los espejos, la galería de presidentes, el cagadero de edecanes y el estercolero de los ahijados. Lo mismo hizo con las casas de hacienda de las Haciendas Presidenciales, las abarrotó con enormes fardos que venían zunchados desde las cuatro puntas del planeta hasta este país sentado en el ombligo del mundo y en el cual según los termómetros de la paciencia no pasa nada a más de la línea equinoccial. (págs. 74, 75).
La novela La Linares presenta a un Presidente de la República, denominándolo como “el Presi”, que dado los tiempos y varias características descritas en la obra, alude al Presidente de la época, a Galo Plaza Lasso. Lo presenta como la manifestación de lo oprobioso de la clase política ecuatoriana, entreguista e interesada en proteger los intereses de su clase y grupos vinculados con el poder. Entre las muchas partes nombradas al presidente, podemos recoger esta:
El Presi era buena persona, grandote e inofensivo como una palanqueta totémica, rubicundo, narizón hasta la simpatía, bonachón hasta el anonimato, merlino, ojos de azul bobo como decía la gente. Era en materia de discursos un nuevo estilo, no movía las manos ni gesticulaba al hablar, no cambiaba el tono ni el volumen, no usaba palabras raras como tránsfugas, rastacueros, ratoniles, mostrencos, mequetrefes. “Habla como evangelista” decían al principio, pero los editoriales de El Mercantil comenzaron a machacar que ahora el paisito ha superado las arengas fogosas vacías de contenido. Desde entonces al Presi le decían que es un Presi Práctico.
- En eso sí se parece a los gringos, no se anda con vainas, decía el Cuete.
- Por algo la Columbian le dio el título de Doctor Menoris Causa, decía chanceando La Linares.
El presi era un gran gente, un verdadero demócrata según El Mercantil. No le importaba codearse con los cholos, era deportista, chullero, le gustaba bailar aires típicos, sanjuanitos, cachullapis, incluso en la plaza a veces. Tenía la soltura y desfachatez del patrón gringo y la sal y chabacanería del mayordomo pícaro. Era una mezcla de chicle y tripa mishqui, de chicha y coca-cola. El en persona iba a franquear las cartas al Correo o a ordeñar las Holstein, era diestro para el sapo, se hacía retratar en short jugando fútbol en la plaza y se sentaba en cualquier localidad en la Plaza de Toros. (pág. 82).
Para esa época, el país no había llegado a explotar el petróleo en la Amazonía, se estaban dando las primeras exploraciones por compañías extranjeras norteamericanas el Gobierno de Plaza Lasso no creía en las posibilidades de encontrar crudo en el Oriente y pronunció la famosa frase: “el Oriente es un mito”. En su periodo, Galo Plaza, abrió las puertas a las misiones protestantes. La novela relata con sarcasmo estos hechos así:
Entre choclos humeantes, cariuchos, llapingachos, timbuschcas, mondongos, cuyes y puerco hornado se firmó el Tratado Militar de Pestilencia Recíproca con las águilas del norte. Después de la firma -le contaba el Cuete a La Linares— un editorialista de El Mercantil le preguntó al Embajador de las águilas sus impresiones, y éste respondió.
—Todo very well, nos hemos servido hasta el último bocado.
Cuando el Presi dijo “nothing, nothing. nada por aquí, nada por acá”, lo dijo seguro de lo que decía, porque la Shell le pasó el informe diciéndole “take it easy boy, en esa selva a más de tzántzicos reductores de cabeza no existe nada, nosotros seguiremos ocupando esas provincias pero con fines evangélicos y antropológicos”. Y vinieron los Institutos Lingüísticos, las Fundaciones, los Programas, los Hijos de Jehová, los Hijos de El Salvador, los Hijos del Señor, los Hijos de Cristo Rey, los Hijos de Dios General de los Ejércitos, los Hijos de las Siete Plazas, los Hijos de las Siete Leches, los Hijos de la Gran Flauta y los Hijos de la Gran Puta (pág. 83).
La novela La Linares quiere también satirizar el fervor religioso, apuntando los dardos a la Quito colonial con una herencia barroca católica romana riquísima:
El balcón había sido arreglado con el acostumbrado esmero, cubierto con edredones de seda, colchas de terciopelo, lazos de papel crepé, cadenas en papel de estraza, floreros de bronce, faroles, lámparas votivas de cristal verde celadón y candelabros de plata con el llamón protegido por cascarones de vidrio espumado que, contra pared, alumbraban a los cuadros de San Buenaventura, La Dolorosa, La Reyna de los Ángeles, San Cipriano y el Pastor de los Desamparados, constituyendo el todo un portentoso y entrehecho retablo. (pág. 86).
Y la obra también, como asimilándose a las viejas historias del Padre Almeida, nos presenta a un cura Canónigo, deseoso de tener un encuentro con la Linares “Una tranquila madrugada las cuatro campanadas de la Catedral fueron reemplazadas por discretas piedrecillas que se alzaron como gorriones a picotear el balcón de La Linares: era el Canónigo Moscoso...” (pág. 117).
Siempre las sociedades conservadoras nos dejan en el imaginario colectivo la idea del grupo de damas de la sociedad, como un grupo que se reúne para fines caritativos pero que no pueden dejar de sucumbir al chisme, el cuento y el enredo. En la obra, el autor muestra así a este clásico grupo de señoras:
Me invitaban a una reunión de damas caritativas. Esta vez la esquela estaba firmada por el Canónigo y traía el sello cardenalicio. Se iba a realizar en casa de doña Paulina.
Las encontré maternales, perdonavidas. Estaban noveleras, sin la consciencia exacta de lo que sentían, de lo que eran en ese momento: las madres de la gran puta, casi las madres de la puta madre. Y el Canónigo Moscoso, parado ahí, arrimado a la puerta con las manos entre las mangas de su sotana, como contando billetes por dentro, santificando la putería. (pág. 116).
Esta novela, neo-barroca, neo-costumbrista, no convencional, es la manifestación creativa de contarnos, como confesión social, un poco de lo que nuestra sociedad ecuatoriana ha sido, y en muchos términos lo sigue siendo. Después de 40 años de haber sido presentada esta obra, sigue intacta como un reflejo burlesco, satirizador, cómico, caricaturizador de las entre pieles del alma de nuestra sociedad presente.
Bibliografía
Corrales, M. (2010). Costumbrismo, picaresca, barrroco, realismo: la herencia superada. En I. Éguez, La Linares (pág. 145). Quito: Eskeletra.
Dávila, J. (2010). La Linares como novela Neo-Barroca. En I. Égüez, La Linares (pág. 157). Quito: Editorial Eskeletra.
Égüez, I. (2010). La Linares. Quito: Eskeletra.
Rodrígez Compare, P. F. (s.f.). Un punto de encuentro con la historia del arte. Recuperado el 2 de enero de 2015, de http://estudi-arte.blogspot.com/2009/05/el-arte-barroco-concepto.html
Sénz de Medrano, L. (2014). Biblioteca virtual Miguel de Cervantes. Recuperado el 2 de enero de 2015, de http://www.cervantesvirtual.com/obra/los-limites-del-barroco-literario-hispanoamericano/
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13 heroínas literarias y las personas que las inspiraron
¿Quiénes fueron y por qué se inspiraron en ellas para crear una obra magna que todavía hoy perdura entre nosotros? En honor a ellas, a las protagonistas de las historias más leídas que, como vamos a demostrar, tienen un origen real que resulta necesario conocer para apreciar todavía más si cabe la obra y reconocer las verdaderas artífices de la gloria que elevó a sus creadores al universo literario de los clásicos.
Beatriz de La Divina Comedia y Vita Nuova, Dante Alighieri (1304-1321?). El poeta italiano Dante Alighieri idealizó a Beatrice Portinari, una mujer que se dice que tenía nueve años cuando la vio por primera vez y con la que nunca llegó a hablar. Visto que era un amor imposible, se conformó con que la joven fuera su musa y prometió amarla platónicamente, es decir, sin egoísmo, sin correspondencia y sin ni siquiera esperanza. Tras su muerte la llamó Beatrice, que significa “bienaventurada”, y por ella tuvo el valor de descender a los infiernos y volver hasta encontrar el paraíso porque en su obra la joven simboliza la fe.
-Beatriz, guíame hacia el paraíso, ya que Virgilio ya cumplió su misión. Nuestro amor no es terrenal, porque este sentimiento es tan inmenso que no lo supera el amor de Dios por la humanidad.
Julieta Capuletto de Romeo y Julieta, William Shakespeare (1597). En Verona se puede visitar la casa de Julieta e incluso hay que hacer cola para tocarle el pecho derecho porque se supone que da suerte. Pero esta trágica historia de amor no se basa en una Giulietta real sino en dos protagonistas de ficción llamadas Juliet y Julietta que aparecen en dos obras diferentes de donde dicen se basó el autor para crear su obra. La primera es un poema de Arthur Brooke The Tragicall Historye of Romeys and Juliet (1562) y el segundo es una traducción de William Painter Rhomeo and Julietta (1567). Ambas obras se inspiraron a su vez en una versión del francés Pierre Boaiastau Histories Trafiques (1559) que se basó en otra: Romeo e Giulietta (1554) y que tampoco fue la original, sino la de Luigi da Porto de 1530 Giulietta e Romeo.
Dulcinea del Toboso de Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes (1605). En un lugar de la Mancha se puede visitar la casa de Dulcinea, pero todos sabemos que se trata de un personaje doblemente ficticio. Don Alonso Quijano sabía que para ser un caballero completo necesitaba una dama a quien encomendarse en los peores momentos y dedicarle sus victorias, por eso eligió a la dulce y noble Dulcinea, pero nada más lejos de la verdad. El fiel escudero Sancho Panza identificó a la amada de su señor como Aldonza Corchuelo, una labradora bastante ruda, muy fuertota y bastante maloliente que para colmo de males para la época era morisca. Para alabarla, Sancho dijo de ella que “tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de toda la Mancha”, en cambio don Quijote afirmaba que era una joven “virtuosa, emperatriz de La Mancha, de sin par y sin igual belleza”.
Anne Marie Andersdatter de La pequeña vendedora de fósforos, Hans Christian Andersen (1845). Andersen nació en Odense, Dinamarca, y su familia era tan extremadamente pobre que más de una vez tuvieron que mendigar para comer. Su padre murió cuando el escritor tenía once años y como tuvo que dejar la escuela decidió completar su formación leyendo a Shakespeare, entre otros, por su cuenta. Respecto a su madre, se dice que era una lavandera alcohólica y analfabeta a quien su hijo le dedicó este triste cuento donde la protagonista muere de frío tras su inútil esfuerzo por calentarse con los fósforos que vende y que le hacen vislumbrar la felicidad por unos breves instantes antes de morir.
Margarita Gautier de La Dama de las Camelias, Alejandro Dumas hijo (1848). Rose-Alphonsine Plessis (llamada más tarde Marie Duplessis) se la conocía como “La divine Marie” y su gran belleza unida a su breve, intensa y dura vida inspiraron también la ópera La Traviata de Verdi. La joven demostró tener inclinaciones literarias porque convirtió su casa en un salón literario que visitaron Charles Dickens, Alejandro Dumas padre y Alejandro Dumas hijo, de quien fue amante, pero su vida no fue nada fácil. Fue hija de un buhonero alcohólico y maltratador y de una aristócrata venida a menos que la abandonó. Ejerció de prostituta obligada por su padre antes de cumplir los 11 años de edad y a los 15 huyó para trabajar en diferentes fábricas. No tardó mucho en conocer el lujo y el placer gracias a que sucesivos hombres la mantenían, entre ellos un conde cuya familia le obligó a abandonarla a causa de su baja cuna. Poco después, ostentó el título de condesa tras casarse con el conde François-Charles-Edouard Perregaux, pero solamente disfrutó el título durante un año escaso porque murió a los 23 años a causa de la tuberculosis.
Emma Bovary de Madame Bovary, Gustave Flaubert (1856). Pese a que Flaubert siempre lo negó y solía afirmar con énfasis: “Madame Bovary soy yo”, existió una Delphine Delamare hija de un terrateniente francés acomodado que tras su matrimonio con un médico se dedicó a disfrutar de fiestas, lujos extravagantes y amantes varios y que terminó por suicidarse tomando arsénico. Lo que no sabemos con seguridad es si Delphine era una gran lectora de novelas románticas como Emma.
Alice Liddell de Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas, Lewis Carroll (1865). El matemático inglés tenía una gran afición por la fotografía y por eso cuando sacaba de excursión a las hijas de unos vecinos y amigos les hizo bastantes fotos. Una de las niñas, Alice, le llamó especialmente la atención y le dedicó la historia de Alicia y su descenso a las profundidades de la tierra persiguiendo a un conejo obsesionado por el tiempo. Es de todos sabido la preferencia enfermiza que sentía Carroll hacia las niñas y la bisnieta de Alice (Vanessa Tait) investigó la relación entre ambos llegando a la conclusión de que realmente estaba enamorado de la niña pero que “Creo que no rompió ninguna regla, a pesar de sus sentimientos“.
Jo March de Mujercitas, Louise May Alcott (1868). La figura de una joven independiente, emprendedora y dotada de una gran inteligencia que incluso se atrevió a vender su propio pelo para ayudar a su familia (“¡Oh Jo! Tu único encanto”) no es más que el alter ego de la autora que reflejó en el personaje su propia vida, con la diferencia de que May Alcott nunca se casó y que Josephine sí lo hizo con el hombre humilde e inteligente de quien se había enamorado.
Dorothy de El maravilloso mago de Oz, Lyman Frank Baum (1900). La niña que derrotó a una bruja sin pretenderlo y que con su dulzura, lucidez y positividad logró reunir a un equipo para pedir a un farsante un atributo del que carecían y que se esperaba de ellos no representaba a una niña sino a todo un país. A finales del siglo XIX la crisis oprimía a América del Norte y los diferentes estados no se ponían de acuerdo para solucionarla. Kansas, la patria de Dorothy, era el gran productor agrícola de los Estados Unidos que tuvo que mantenerse firme y no ceder ante las especulaciones del oro que otros estados americanos (representados en el libro por las brujas malas del este y del oeste) sí que deseaban.
Anne Shirley de Ana de las Tejas verdes, Lucy Maud Montgomery (1908). Una noticia leída en un periódico de la época que relataba el desconcierto de una pareja que deseaban adoptar un niño y se encontraron con una niña fue el detonante para crear la serie de la jovial e imaginativa Ana. La historia se desarrolla en el pueblo ficticio de Avonlea, ubicado en La Isla del Príncipe Eduardo y aunque no conocemos el nombre real de la niña ni tampoco sus sentimientos hacia los libros y la lectura tal vez fueron un fiel retrato de las pasiones de esta autora canadiense.
Leonor de A José María Palacio, Machado (1912). El poeta Antonio Machado cumplió rajatabla su máxima “se canta lo que se pierde” ya que en vida de su mujer Leonor no le escribió un solo verso y tras su muerte le inspiró muchos poemas. Uno de ellos es A José María Palacio donde le pide a su amigo que visite el cementerio donde se encuentra enterrada Leonor.
Con los primeros lirios y las primeras rosas de las huertas, en una tarde azul, sube al Espino, al alto Espino donde está su tierra…
La Rosa de El Principito, Antoine de Saint-Exupéry (1943). Piloto, militar, bohemio romántico y rodeado de amantes, aunque de ellas no se ha hablado tanto. La rosa que aparece en el libro y que atormenta al pobre príncipe para que le prodigue mimos y atenciones no es otra que Consuelo Suncín-Sandoval Zeceña. Nacida en El Salvador, se casaron en Francia y como homenaje incluyó los volcanes del país de su mujer en el libro (recordemos que el Principito debía deshollinarlos todas las mañanas). Para Consuelo él era el tercer marido, pero Antoine le fue infiel y se dice que escribió el libro con la intención de hacerse perdonar por su esposa. Prueba de ello fue que Consuelo dio cuenta de sus 13 años de matrimonio en La rosa que cautivó al Principito.
¡No supe comprender nada entonces! Debí juzgarla por sus actos y no por sus palabras. ¡La flor perfumaba e iluminaba mi vida y jamás debí huir de allí! ¡No supe adivinar la ternura que ocultaban sus pobres astucias! ¡Son tan contradictorias las flores! Pero yo era demasiado joven para saber amarla.
Lucía o “La Maga” de Rayuela, Julio Cortázar (1963). El escritor argentino tuvo el gusto de retratar en este libro, considerado una obra de arte, a una mujer de personalidad ingenua, tranquila y sencilla que deseaba por encima de todo ser libre y decidir por ella misma. Para ello, se inspiró en Edith Aron tras conocerse en un viaje en barco por Europa en los años 50.
Sofia de El Gran Gigante Bonachón, Roald Dahl (1982). La protagonista de esta hermosa fábula sobre la esperanza, las segundas oportunidades y la felicidad ante todo es Sophia, una niña huérfana que un Gigante sopla sueños se ve obligado a secuestrar y llevar al país de los gigantes cuando lo descubre. El escritor la llamó Sophie igual que su nieta, una modelo de fama reconocida, pero en realidad Dahl se inspiró en su hija mayor Olivia Twenty, fallecida a los 7 años de edad por el sarampión. La muerte de su hija afectó al escritor de forma muy profunda en su carácter y en la visión de la vida que mantuvo hasta el fin de sus días.
Imagen: Beatriz y Dante, en la visión de Henry Holiday
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