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En el jardín
Lo peor que pudo hacer la tierra fue dejar que las flores crecieran en ella. Su mera existencia, un ejemplo del deseo, del placer más fugaz y peligroso que alguien puede encontrar en su vida. La ilusión de fragilidad, los colores llamativos y la fragancia seductora, una vez dentro de la memoria, solo deja el adictivo sentimiento de repetir la experiencia, de tener una flor entre las manos. Sin importar el nombre, forma o fondo, todas eran iguales. Las flores son crueles. Están en todos lados y a diferencia del resto de cosas en el mundo no las necesitamos para seguir viviendo, solo están ahí creciendo y esperando para que algún ingenuo ser caiga rendido ante su presencia.
El gran jardín del clan Tengoku reflejaba las raíces, que cimentaron sus proezas, las flores. La variedad de especies era tal que fácilmente podría ser confundido con un sueño. Humildes margaritas esparcidas entre rosas orgullosas, sencillos girasoles danzando en su tallo mientras buscando el sol que se filtraba entre las nubes, hierbas aromáticas endulzaban el aire y las enredaderas tejidas magistralmente unían todo en perfecta armonía. Era el paraíso en la tierra. Un Edén construido solamente para la vista y deleite del clan Tengoku. Generación tras generación, el jardín fue creciendo, pues era tradición que cada miembro de la honorable familia debía mostrar sus respetos con un nuevo brote, cuidarlo y hacerlo parte de la misma tierra que los vio nacer.
El idílico escenario fue construido con el propósito de reunir a la familia y llevar a cabo su labor. Gobernar el infierno que suponía la Asociación Kengan y sus peleas. Un deber que cargaban sobre sus hombros con orgullo y solemnidad, tomando su trabajo con suma seriedad. Recopilando información de todos los miembros, ya fueran empresarios o luchadores, subordinados o incluso amantes; información de alianzas, apuestas o traiciones, acciones completamente normales entre las personas que osaban navegar las turbulentas aguas del bajo mundo.
La paz del lugar se vio perturbada cuando las botas tocaron el camino de madera. Un sendero serpenteante hecho del ébano más oscuro daba la bienvenida al jardín, rodeado de color, el camino parecía resaltar a pesar de su color nocturno y devorador. La silueta femenina de otra flor, una especie totalmente diferente de las plantas, hizo acto de presencia. La joven mujer destacaba por su figura curvilínea, cabello verde oscuro hasta la barbilla y un flequillo peinado en forma de bob, ojos de color verde claro que acaparaban la luz del paraje. Pantalones de cintura alta abrazaban sus largas piernas como si se tratarán del tallo de una flor, coronando su parte superior, un modesto suéter de lana amarilla cuál atardecer y el ligero beso del maquillaje natural sobre una piel de porcelana.
Iona Tengoku poseía un andar elegante. Cada pisada que daba se contradecía, pues era suave como si flotara, pero firme al producir un ruido llamativo como la chispa surgida del choque entre metales al rojo vivo. Un pie delante del otro, uno delante del otro, avanzó por el sendero hasta el punto de reunión. La exquisita edificación de metal y cristal intrincados que daban forma a la glorieta más grande de Oriente. Una delicada mano se posó en la cerradura y una sonrisa adorno los rasgos femeninos, alguien ya había abierto la puerta antes que ella. Una buena señal, pues de esa forma, si no era la primera en llegar, podría distraerse hablando y no con sus recuerdos del jardín.
El interior fue construido para aislar las perturbaciones ajenas. El ruido del viento silbando, la lluvia y el sol en sus habituales horas del día y del año, los insectos atraídos por la vegetación y otras distracciones que obstaculizan el deber. En medio de la estancia había una mesa redonda hecha de cerezo, dos sillas a juego acolchadas para una mayor comodidad y otra silla, pero esta no era de madera, sino de metal y específica para el otro individuo en la ostentosa sala de té.
—Llegas tarde.— ese tono de voz, que mediaba entre lo familiar y la reprimenda. Algo común en él, una entonación profesional que no alteraba su atención de los papeles sobre la mesa.
El tiempo era valioso. El tiempo era dinero y él nunca dejaba de recordárselo. Soma Tengoku, el más joven de la familia, era conocido por dos motivos; primero, por su mera característica física de necesitar una silla de ruedas, la mejor que el dinero y las conexiones podían entregar; y segundo, la fuerte mano de hierro que aplicaba en los negocios, las compañías sabían que debían cuidarse de cuando el Hinojo del jardín estaba inmiscuido, pues él controlaba cada moneda que rodaba en los ríos de dinero y sangre que fluían en la Asociación Kengan.
Hinojo, una planta utilizada para simbolizar la fuerza, la misma que él aplicaba en sus palabras y acciones. En sus manos, al momento de escribir el destino, con números y firmas, con sus palabras frías y directas que guardaba sabiamente y dejaba salir al ser necesario, en sus ojos verdes, que al igual que los de su hermana absorben la luz y disparaban intenciones de forma certera. Siempre vestido de manera sencilla, con colores terrosos y oscuros. Pantalón holgado y zapatillas, camisa y suéter. No era muy exigente con su ropa, especialmente estando en casa, pues era un lugar seguro, para no ser tan estricto y dejarse llevar un poco por la comodidad, incluso su cabello rubio divagaba entre términos.
—Eres demasiado puntual hermanito.— la diferencia en sus voces era evidente. La calidez y dulzura que salía por los labios de la hermana mayor hacían que todo pareciera más sencillo.—Además aún falta Amaranto.
Paso tras paso, la mayor de los gemelos Tengoku se dirigió para tomar asiento frente a su hermano menor. Solo un par de minutos de diferencia dieron origen a la broma familiar, era un juego entre ellos que disfrutaban y compartían para aligerar la carga sobre sus hombros. Las muchas pilas de papeles sobre la mesa eran una evidencia de la carga entre manos, una que debían gobernar en la reunión agendada y que debió comenzar hace 15 minutos.
Eran demasiado diferentes para ser gemelos, tanto en su forma de actuar como en su apariencia. Iona y Soma Tengoku, representaban la nueva generación de flores, por lo mismo, no debían ser copias idénticas de sus antepasados y mucho menos entre ellos, debían ser mejores y complementarse para ser un frente unido ante la adversidad.
—Sabía que llegarías primero, Iona.— una ligera sonrisa tapó levemente un ceño fruncido de concentración en su lectura.—Yoshida me informó que todavía está en una reunión con el presidente Katahara.
—Entonces llegará tarde.— tomó uno de los muchos archivos y fingió leer, de soslayo reconoció algunos logos en las carpetas, Gandai y Under Mount destacaban entre la multitud.—Bueno, tendremos mucho tiempo libre.
—Al menos una hora.— estaba demasiado concentrado en la verificación de información, que con mucha suerte respondía, siempre dejando en segundo lugar las cosas menos importantes. Los intentos de generar una conversación de su hermana, sobre todo cuando debían trabajar, entraba en la categoría de secundario para Soma.
—Iré a buscar algo para comer.— viendo que tendrían mucho libre, Iona opto hacer algo más allá que solo trabajar o ver a su hermano trabajar. Aún estaba el sol en lo alto y el aburrimiento comenzaría hacer mella en su energía.—¿Deseas algo?
—Una taza de té blanco con una rodaja de limón y un poco de...
—Pastel de cerezas frescas con natilla en la parte superior.
Una sonrisa fraternal recorrió ambos rostros e hizo que sus ojos verdes se cruzaran. Eran muy diferentes a pesar de ser gemelos, pero seguían siendo familia y en su extraño lenguaje expresaban el amor que se tenían.
Las tazas de porcelana y los pastelillos eran naturales en la mesa, pero no era el caso de los archivos, papeles y computadora. Fue anacrónico el estilo desordenado de diversos objetos y todo era debido al tiempo transcurrido. Una bandeja de deliciosos dulces se volvió solo un par y el reloj no se paró solo por una reunión, que ahora estaba más que atrasada.
—Al fin.— el comentario fuera de lugar, muy alejado del silencio, comer de los jóvenes y las preguntas cordiales o ejecutivas. La glorieta fue construida para ser un entorno cerrado, pero ni siquiera la gran construcción pudo escapar de los sentidos de Iona.
La puerta volvió a ser abierta, casi una hora después de la última vez, permitiendo la entrada a la jefa del clan Tengoku. Eldora Tengoku, Amaranto, era una anciana de cabellos grises y acomodados en un kumamiki con kanzashis de plata, un kimono con las sedas más finas en tonos morados con patrones de su flor y un rostro sereno.
—Muchas gracias Yoshida.— la afable voz en la anciana le daba una apariencia amable.—Nos vemos mañana querido.
—Que tenga una buena tarde mi señora.— Yoshida, el chofer y guardaespaldas personal de Eldora, era un hombre corpulento y calvo, de pocas palabras, que vivía para proteger a la matriarca del clan Tengoku.
Una pequeña reverencia y antes de partir por el sendero de madera, cerró la puerta de la glorieta con el mayor cuidado posible. Los gemelos dejaron todo lo que tenían entre manos y esperaron a que la mujer mayor tomará asiento, ahora todos estaban presentes y la reunión podía tomar lugar. Todo el clan Tengoku estaba reunido en el mismo sitio y era hora de mover los hilos que dirigirán los siguientes tiempos por venir.
—Lamento la tardanza, niños.— ella sabía que no era de buena educación llegar tarde y mucho menos con la familia.-Pero ya saben cómo me pongo cuando visito a Metsudo, además había comprado esas delicias rusas que tanto me gustan.
—No debes disculparte, abuela.— Iona conocía lo sentimental que era su abuela cuando se reunía con sus amigos.—Es algo normal perder la noción del tiempo cuando es bien invertido.
—Muchas gracias cariño.
—Podemos hacer lo que vinimos hacer, por favor.— Soma como siempre priorizo el deber.—Tenemos que ver nuestras acciones para la siguiente semana y...
—Estás demasiado tenso Soma.— la preocupación de la mujer mayor, era palpable en sus palabras junto a la risa que se filtraba.—Eso no es bueno para tu salud.
—Abuela, tenemos mucho trabajo por delante y...—Soma. Relájate un poco, tenemos tiempo.— su hermana se estiró en la mesa para alcanzar la mano de su hermano mayor, para calmarlo y aplicar un bálsamo en forma de la simple caricia de su pulgar en el dorso de su piel.—Llevamos años preparándonos para esta ocasión.
—Está bien.— un respiro fue exhalado junto a las tensiones, una ligera acomodación de su lente en la curva de su nariz y esos hermosos ojos verdes devolvieron toda la luz en su mirada.—Comencemos.
Casi una hora después, la mayoría de los papeles habían sido revisados. Cuentas por pagar y contratos por firmar, las tareas menores fueron cubiertas en su totalidad, al menos las más urgentes o próximas a vencer. Un par de bostezos escaparon de los tres y todos los pastelillos, así como el té, ya se habían acabado. Por fin decidieron tocar el verdadero motivo para estar presentes.
—Tras cinco años, cinco largos años, Grupo Nogi está listo para ejercer su derecho de un Torneo de Aniquilación Kengan.— Soma estaba ansioso por al fin mencionar la gran noticia. Su preocupación y seriedad eran simples efectos secundarios.
—Metsudo está expectante del resultado de la siguiente pelea por el voto número 50.— Eldora, la más cercana al presidente de la asociación, conocía mejor que nadie cómo estaba su viejo amigo.
—Grupo Nogi solamente necesita un voto y decidió sellar su destino con Gandai.— el rubio disfrutaba tener tantos saberes merodeando en su cabeza.—Una buena elección, que sí tiene los resultados que espera demostrara su poderío al resto de facciones de la asociación.— una estrategia que él mismo tomaría de estar en la posición del retador.
—Es el primero en décadas que muestra los dientes de esta manera.— la matriarca familiar era la única que había visto en carne propia un evento igual en su juventud, por ello, vivirlo nuevamente con sus entrados años en la edad era casi nostálgico.—Un desafío. Un Torneo de Aniquilación es la oportunidad ideal para que todos den todo de sí para llegar al poder.
—Gandai usará su mejor luchador.— la joven flor estaba ensimismada en sus pensamientos, conocía de primera mano el nivel del peleador mencionado. Era uno de sus favoritos después de todo.—El Ángel del Infierno, Jun Sekibayashi.— la picardía en sus palabras, la emoción casi infantil le daban un velo añorable.—Un oponente a la altura de la ocasión.
—¿Qué sabemos del luchador de Nogi?— Eldora estaba pendiente a toda posible indagación nueva del misterioso hombre.
—No mucho.— el cambio en su forma de hablar fue total. ¿Dónde estaba el fuego de hace solo unos segundos? Iona apenas parecía viva mientras hablaba.—Utilizara al novato que reemplazó a Komada. Ohma Tokita, 1 victoria y 0 derrotas.
—El nuevo que venció al Superhombre.— el gemelo compartió su falta de interés por el luchador. Tecleo con velocidad en su computadora, desplazándose de ventana en ventana, observando la pequeña pestaña de "Ohma Tokita", la cual ni siquiera tenía datos concisos de su altura o peso.—No parece gran cosa.
—Tiene un nombre fuerte.— la longeva flor no compartió el pensamiento de sus nietos.—Tal vez tenga una oportunidad contra Jun.
Una mirada cómplice cruzó los ojos verdes, pues los ojos cafés de su abuela tenían un brillo travieso. Eldora Tengoku era una especie de vidente cuando se trataba de los luchadores, algo en su interior, algo único siempre le decía cuando alguien albergaba un potencial desconocido.
—Ahora todo se reduce al resultado de esta pelea.— la cabeza del Clan Tengoku, Eldora, sonrió recordando sí propio tiempo como representante.—Uno de nosotros tendrá que estar presente para dar comienzo al Torneo. Es tradición que sea nombrada una Flor para el Torneo de Aniquilación.
—¿Estás lista Flor del infierno?
La sonrisa en los labios juveniles y la mirada en sus ojos proyectaron su respuesta mucho antes que la palabra saliera.
—Sí.
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