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La Legion de Dios-6
Viciosos y Maliciosos
La noche era oscura y fría. Los siete hijos del averno se posaron frente a las grandes puertas cubiertas por el fuego. El sonido de las almas en pena resonaba por el bosque entero. Los siete permanecieron en total silencio durante un instante. Luego, la voz de Orgullo irrumpió en el bosque. –Padre no estará contento- Envidia se sumó a la conversación, pero solo para iniciar una discusión. –Si hubieran hecho lo que dije, esto no habría pasado- su hermano estaba a punto de responder cuando una voz grave y furiosa hablo. –Si ambos hubieran hecho su trabajo esto no habría pasado. ¡Ahora cierren la boca y abran la puerta!- y así lo hicieron.
Las voces resonaban en la cafetería. Los exorcistas bromeaban de aquí para allá. Edward Wickersham y Andrew Grayson caminaban por los largos pasillos del instituto. –Esta es la biblioteca- explico Edward. El joven junto a el parecía asombrado cada vez que cruzaban uno de los pasillos. –Este es el laboratorio de ciencias- Edward entre abrió la puerta y ambos miraron dentro. -¿Qué hacen ahí?- pregunto Andrew curioso. –Es donde te harán estudios y ver de done proviene tu poder- era la voz de Mikael Clawford. –Soy Mikael el director de este instituto- extendió al mano hacia Andrew y ambos se dieron un fuerte apretón. –Continuemos- dijo Edward. Ambos continuaron el recorrido por los largos pasillos, hasta escuchar el sonido estruendoso de los golem.
Rápidamente, los pasillos se inundaron de gente corriendo de un lado a otro. Edward y Andrew hicieron lo mismo hasta llegar al gran salón. -¿Ahora qué ocurre?- pregunto Edward. –No sabemos, nunca antes habían gritado de esta forma- respondió el director del instituto. Edward se acercó y tomo al golem, su ojo comenzó a brillar. -¿Qué ves?- era la voz de Elizabeth Clawford. –Es el hospital psiquiátrico Bedlam-.
El hospital de Bedlam encerraba a los maniacos más peligrosos de Ruttenburg. –Si te transformas en uno de los guardias podremos entrar- dijo Orgullo. Su hermana pensó que era una buena idea, de hecho era la única manera en la que podrían entrar sin ser detectados. Se acercaron a la puerta e inmediatamente uno de los guardias se puso alerta. -¿Quiénes son?- pregunto tajante. –Vienen a hacer una visita- dijo Envidia que portaba el cuerpo de un humano en uniforme. Sin estar muy seguro, el hombre abrió la puerta dejándolos entrar en la sala.
Orgullo se dirigió hacia una joven de no más de 25 años que se encontraba detrás de una ventanilla cuidando el mostrador. –Disculpe bella dama- dijo el joven. La joven pareció reconocerle porque de inmediato su rostro se ruborizo. -¿No es usted el famoso actor de teatro Alexander Pierce?- el rostro de Orgullo se ilumino de pronto. –Pero por supuesto que soy yo- dijo soltando una risa. -¿En qué puedo ayudarle?- dijo la joven. El joven se le quedo mirando. –Podrías ayudarme aceptando una invitación para cenar- el rostro de la joven palideció. Iba a responder cuando la voz de Envidia interrumpió:
– ¡No estamos aquí para eso!- dijo furiosa.
-Cierto, será en otra ocasión entonces- dijo su hermano con la cabeza gacha.
-Estamos buscando a un paciente- dijo Envidia.
La joven se acomodó los anteojos y abrió una pequeña libreta. -¿Cuál es el nombre del paciente?- pregunto.
-Se llama Robert Berdella- el rostro de la joven detrás de la ventanilla palideció y sus ojos se vieron aterrados.
-Se encuentra en el segundo piso. En la habitación 1207- dijo la joven.
-Le agradezco su precioso tiempo hermosa dama- dijo Orgullo y se alejó de la ventanilla.
Orgullo sentía las miradas de los pacientes posándose sobre él. Se deleitaba con cada una de ellas. La habitación 1207 era custodiada por dos guardias y un médico. En caso de que el paciente tuviera una ataque psicótico los guardias debían sostenerle y el medico aplicar un calmante. –Abra la puerta- dijo Envidia. -¿Quién ha dado la orden?- pregunto tajante uno de los guardias. Orgullo se acercó al hombre y lo miro fijamente en los ojos. Acto seguido el hombre desenfundo su arma y disparó contra su compañero y el médico. Abrió la puerta, dentro de la habitación un hombre se encontraba sentado con una camisa de mangas largas que se amarraban en su espalda, dejando sus brazos inmóviles. –Comenzaba a pensar que no llegarían- dijo el hombre. Su voz era áspera y sonaba aún más rasposa detrás del bozal que cubría su boca. –Lo siento- comenzó Orgullo –Tuvimos algunos retrasos-. El hombre se puso en y se acercó a su hermano. –Desátame- dijo y dio media vuelta. Las mangas estaban sujetas con un candado que fue hecho pedazos cuando Envidia disparo. –Debemos irnos, los guardias vienen- dijo Orgullo.
La cafetería permaneció en un silencio incomodo durante unos instantes. Edward Wickersham se había concentrado en la visión del golem. -¡Que ocurre en el psiquiátrico!- salto Elizabeth rompiendo el silencio total. –Creo que es el actor de teatro que vimos hace unas semanas- el joven soltó al golem y le permitió seguir aleteando por la sala. –Debemos irnos ahora-orden el joven exorcista y dejo la sala rápidamente. Le siguieron sus compañeros, uno detrás del otro.
Una vez en el centro de la ciudad, la gente corría de un lado a otro aterrorizada. Elizabeth detuvo a una mujer que pasaba junto a ella. -¿Qué está ocurriendo?- le pregunto a esta. Edward sintió una incomodidad inusual al estar cerca de aquella mujer. –Ha ocurrido un ataque al hospital psiquiátrico- dijo la mujer con una voz temblorosa. Elizabeth le soltó y la mujer siguió corriendo con temor. –Hay algo extraño en esa mujer- dijo Edward. Había algo en el aura de la dama, algo que hacía que el joven exorcista se estremeciera por dentro. Despejo su mente y se concentró en llegar al hospital que se encontraba a tan solo unas cuadras de distancia.
La calle se encontraba vacía y solitaria. Parecía un pueblo fantasma. Los jóvenes se posaron frente a la entrada del hospital. -¿Escuchan eso?- dijo Jasper. Se disponía a acercarse a la puerta cuando escucho el ruido de un cristal rompiéndose. Los exorcistas miraron hacia arriba y vieron tres figuras saltando por la ventana, cayendo justo frente a ellos. –Oh vaya, realmente esto es inesperado- dijo un hombre vestido en traje. –Sabía que era tu esencia la que sentí ese día en el teatro- dijo Edward. Anthony Hallward se disponía a atacar cuando de pronto sintió un dolor punzante recorriendo su pecho. –Amigos- dijo con voz ahogada. Los exorcistas giraron la cabeza y vieron como el cuerpo de su amigo caía sin fuerzas frente a ellos. –No pueden hacer una sola cosa bien- dijo una voz que sonaba familiar a los oídos de Elizabeth. Una mujer.
La mujer se llevaba un rebozo alrededor del cuello y aunque su rostro lo cubría una capucha, Edward vio que el rojo de sus labios resaltaba con la luz del sol. –Son todos tuyos- dijo la mujer y detrás de ella, un hombre obeso apareció. Comenzó corriendo a toda prisa hacia los exorcistas. Faust corrió hacia el hombre, lo tomo del brazo y lo dejo tendido en el suelo. Miro a Elizabeth y esta le soltó un guiño. El hombre comenzó a ponerse en pie de nuevo. Edward comenzaba a acercarse, cuando frente a él se posó una figura corpulenta desprendiendo humo del cuerpo. Tomo al joven del cuello y dejo soltar un bufido de aire caliente. Edward vio como los ojos del hombre se encendían en fuego; fue azotado brutalmente contra el suelo y ahí permaneció. -¡Padre los quieres vivos!- era la voz de Envidia. -¡Ipamis! ¡Buenos para nada no pueden seguir una simple orden!- su hermano se acercó a ella irradiando un calor extremo de su cuerpo. –Ten cuidado como hablas- dijo con una voz grave e intimidante. –Esiasch, deberíamos irnos- dijo Lujuria. Las bestias se alejaron con dirección al banco de Ruttenburg.
Cuando los vicios entraron en la sala, fue Ira quien se acercó a la ventanilla. Un hombre anciano y malhumorado le atendió sin apartar la vista de las monedas que sostenía entre sus arrugadas manos. -¿Qué quiere?- pregunto en un tono de fastidio. –Vengo a hacer un retiro- dijo Ira. El anciano levanto la vista y sonrió de oreja a oreja. –Oh pero si están todos aquí. Que alegría- dijo en un tono sarcástico. –Oh pero, ¿Y Pereza?- pregunto curioso. –Ese no mueve ni un dedo para nada- respondió Orgullo. El anciano hizo una seña a uno de sus empleados y este se acercó con una expresión de fastidio en el rostro. –Cuida mi dinero- le indico el hombre.
El sol comenzaba a esconderse por detrás de las nubes. A lo lejos, en un pequeño callejón sin salida, Orgullo observo una sombra tendida en el suelo. –Es Pereza- dijo. Los vicios se acercaron al hombre. Este tenía el cabello crespo y aceitoso. –No se moverá para acompañarnos, debemos cargarlo- dijo Gula. –Orgullo, tómalo de los pies y yo lo sujetare de los brazos- con un gesto de asco cruzándole el rostro, el vicio se acercó a Pereza y le tomo de los pies, tratando de no regurgitar. Los vicios siguieron el camino hacia el bosque, donde las puertas del infierno serian abiertas por los siete hijos del Averno.
-Nate River-
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