#estimadovolcan
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Sarakiniko no es hombre ni es mujer
Si como diseñador me preguntasen por la paleta cromática de una #playa, inmediatamente mi cerebro procesaría las mil y una imágenes que a golpe de catálogo y otras instantáneas se han ido acumulando en mi retina y mis carpetas neuronales a lo largo de todos estos años. Azul, marrón, verde y blanco sería el resultado de la paleta de colores obtenida al simplificar a una gama esta recurrente imagen visual. Mar, arena, palmeras, nubes.
Otro ejemplo de asociación natural, de asimilación de conceptos ‘mainstream’, de generalización, de meterlo todo en el mismo saco, de acción-reacción, de actuar primero y pensar después. Del rosa y el azul. Del blanco y el negro. Un ejercicio práctico con el que la #Inteligencia Artificial ha obtenido la base de su ‘inteligencia’, entrenamiento militar consistente en la asimilación de #imágenes con patrones similares. Uno más uno no siempre son dos.
El cortocircuito se produce cuando llegamos a #Sarakiniko, una playa que no entra dentro de los esquemas básicos que a priori corresponden con la imagen de playas idílicas tal y como las imaginamos. Aquí no hay palmeras, ni cocos, ni arena. Sus rocas blancas y retorcidas forman un paisaje andrógino, si es que podemos atribuirle a este escenario cualidades humanas. Sarakiniko no es hombre ni es mujer. Una panorámica disruptiva en el catálogo playero se exhibe sin complejos ante la visita del estupefacto visitante. Sus formaciones volcánicas frutos del desgaste del aire y el viento han otorgado a este peculiar destino de tan exuberante y delicada belleza. Sus curvas han sido contorneadas y pulidas por la intensa brisa de estas costas, viento silbante que con sus continuas adulaciones ha moldeado a su suerte estas agrestes colinas. Una escultura propia de su entorno. Una Venus forjada al Siroco. Un Eros nacido del caos.
En la pequeña isla de #Milos, situada en el archipiélago de las Islas #Cícladas, en el Mar Egeo, podremos disfrutar de esta singular atracción natural digna de su imperio. La Esfinge de todas las playas, capaz de atraer una miríada de seguidores embaucados por los rumores ajenos que alaban su insoportable belleza. Cantos de sirena, caballos de Troya.
De tez suave y delicadas formas, sublime y seductora, Sarakiniko devuelve al visitante sus honores otorgándoles un espacio único de aguas cristalinas y formaciones lunares. El #olimpo en su versión más reducida.
Más fotos aquí: https://unsplash.com/es/colecciones/A6FZoWly9kg/milos
#Grecia #Milos #cicladas
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La Santísima Trinidad
Esta es la Santísima Trinidad a la que dedico todas mis plegarias. Al olor a pino que pasea la brisa de sus bosques hermanos, simbiosis amiga en la que ambos aportan lo mejor de sí. Luego se une la piel salada, que adora la corriente y el aroma a madera vecina. Un trío de ases que gana cualquier partida. Bocanada de placer efímero que dura un instante. Pellizco de aire que eleva el espíritu y azota cara, manos, cuello y labios con gentil armonía. Intrusa aliada que roza la piel. Silbido fresco enroscado en el cuerpo, caricia amiga.
El sol, que es como el anciano sabio que todo lo sabe, referente supremo y ejemplo a seguir; testigo de todo lo bueno y extraño que pasa en la vida. Besos furtivos de amores pasajeros, miradas cegadoras y enamoramientos súbitos, caricias silenciosas, refugios seguros, confesiones amargas y declaraciones verdaderas. Espectador privilegiado de intensas pasiones, de carantoñas, caricias, achuchones y arrumacos. De llantos que escuecen como espinas en el cuerpo, traidores, intencionados, maltrechos desgarros que marcan la piel. Tatuajes de hielo y de sol. Marcas y heridas.
Benditos el mar y la sal que curan las llagas y cristalizan las rozaduras y las batallas abiertas, las malas rachas, los días malos, las cabezas bajas. Suerte la nuestra al flotar en sus aguas bajando la guardia, soportando sin apenas esfuerzo la insoportable levedad del ser. Tabula rasa. Terreno neutro, bandera blanca, trinchera en la luna. Extremidades expuestas al sol, dulce balanceo, madre de todas las criaturas, origen del mundo; serena en sus días amables, agitada en sus noches a oscuras, fuente salada que no has de beber. Elixir sagrado de mundos ocultos, cobijo líquido, silencio profundo.
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Tokio: mucho, de todo, muy loco.
Tokio, o literalmente, Capital del Este (o del aquel) fue, es, y será mi ciudad favorita del mundo, siempre.
Sin ser yo mucho de videojuegos, la ciudad se despliega como una enorme pantalla que te reta a vivir tu propia aventura desde que pones un pie en ella. ¿Quién voy a ser esta vez?, o ¿quién querrá la ciudad que sea? Me pellizco y todo lo que salen son destellos de colores y fantasía.
Tokio es un sueño, en la más estricta definición. Un patio de colegio, una fiesta de disfraces, un parque temático real, a veces, una despedida de soltero. Un carnaval, un certamen de belleza, un concurso de carrozas, un mundo irreal. Lo correcto y lo bizarro coquetean descaradamente por la calle, son pareja de baile, son la bella y la bestia. Una relación abierta, una apuesta arriesgada. Un ‘mix and match’, el agua y el aceite. Vale la pena intentarlo.
Aquí todo es más. La opresión y el peso de un legado machista tiene como consecuencia un mundo donde los hologramas y seres imaginarios conviven con eruditos y místicas tradiciones, un Jumanji en toda regla. Una sociedad de osos amorosos y fetiches raros. Oscuridad aliñada con purpurina. Desenfreno ilimitado detrás de una educación estricta y sumisa. Alas para volar y cadenas ancladas al suelo. Mucho. De todo. Muy loco.
Aquí no existe lo estrafalario, lo vulgar, lo arriesgado. Las normas sociales fueron definidas de arriba a abajo; las instrucciones son otras, un manual escrito con letras que esconden mensajes que nuestro reducido cerebro occidental es incapaz de interpretar y así, descifrar las reglas de un juego que nunca termina.
Un auténtico sueño.
Más fotos de Tokio en mi perfil de @unsplash aquí: https://lnkd.in/eBRrK3eQ
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Aquí, todos somos uno
Rasco en la memoria algún trazo vívido de aquel viaje en los ferrocarriles hindúes hacia la ciudad de Coimbatore, en el estado de Tamil Nadu. Recuerdos vagos de un viaje aparcado en algún rincón de mis pensamientos. Un señor que me mira mientras saborea lo que parece ser un higo. Con certeza asumo la instante recompensa que le produce su dulce jugo, apostando por afirmar la presencia de un clima húmedo y un reguero de sudor en su espalda. Muy seguramente, también en la mía. Viajar en tren por estos lugares supone un ir y venir de escenas cotidianas lejanas a mi cotidianidad. Ver a alguien comiendo un melocotón en un tren en España no me despierta la más mínima curiosidad, aunque la escena guarde ciertas similitudes. Trayectos que están vivos, como si de un bazar sobre railes se tratara, el comercio y la compra venta no cesa en las siete u ocho horas que dura el trayecto. Chais con su aroma a cardamomo, pipas, dulces y cualquier otro tentenpié corren de unas manos a otras hasta mi litera o en mitad del pasillo. Aquí todos somos uno. No hay espacio vital, no se entiende, no existe. Las miradas se clavan en otras miradas, pasa el tiempo mientras se pierde el espacio. Mis retratos son valorados por todo el vagón, tengo la aprobación de mis compañeros de viaje. Se acaban los higos y la sandía mientras aumenta la humedad. Los ventiladores recrean una danza aséptica, arrítmica y deficiente mientras el humo del té se filtra en mi frente. Soy una tetera, una vaporera. El calor moja y la falta de brisa no calma mi sed.
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Ver las cosas por vez primera
Ahora que tenemos el don de la ubicuidad gracias a las posibilidades que nos brinda la tecnología, ganamos mucho en el vicio de la pretensión, pero perdemos significativamente en nuestra capacidad de sorpresa. Esa sincera y espontánea reacción ante lo nuevo, lo inesperado, lo desconocido, lo lejano. Ya nada es nuevo. Todo está amasado, retorcido, manoseado, manipulado, manufacturado, deshumanizado. Hasta las experiencias más auténticas se miden al milímetro, se ensayan, se graban mil veces hasta conseguir la toma perfecta, el ángulo perfecto, el color perfecto. No hay espacio para el fallo, la naturalidad ni el llanto. Hasta en la vulnerabilidad hay un guion, unos focos, un preparados, listos y acción. Antes todo lo que existía era la sorpresa, la ingenuidad; una realidad que superaba cualquier ficción para lo bueno y para lo malo. Nuestros referentes eran cuatro: astronautas, médicos, científicos, exploradores. Personas con cualidades únicas y vidas extraordinarias. Ese tiempo ya pasó, ahora todo el mundo está tocado por esa varita mágica que son los filtros, máscaras capaces de alterar cualquier realidad, de pintarla de colores, de adulterarla. Observamos el producto acabado y no el proceso. La pieza final, como en los anuncios de hamburguesas que no corresponden con la realidad. Más grandes, más gordas, más brillantes, más todo. Crónica de una decepción anunciada. Ojalá poder continuar descubriendo cosas por nosotros mismos, con la ingenuidad característica del que acaba de nacer, del que no sabe nada, del que llora ante su primera visita al mar. Del que tras la venda que tapa sus ojos descubre una de las siete maravillas del mundo, o de las catorce. ¡Qué más da! El sentimiento de ver por primera vez las pirámides de Egipto se convierte de repente en un renacer, un nuevo despertar. Abrir la boca mientras te frotas los ojos. Un deseo hecho realidad. Un salto a través del papel, los libros y las enciclopedias, nuestra red social más sincera. Pasar de lo plano a lo tridimensional. Un viaje en todos los sentidos. Una imagen difícil de olvidar.
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Lanzarote: Con los pies en la luna
Estimado Volcán,
En tiempos dónde todo se ve (y se sabe) a través de las pantallas, poder vivir y observar la inmensidad fuera de un marco es todo un privilegio. Estar presente dentro del cuadro, y no fuera de el, marca sin duda una gran diferencia. Sentirse pequeño con el paisaje, y no al revés. Perseguir con la mirada el rumbo de las aves que transitan hacia un destino mejor, ampliar el plano, perderse más allá de las nubes. La naturaleza y sus caprichos, más ingeniosos que cualquier otra inteligencia artificial, nos regalan escenas que se pueden ver, oír y oler. Otras veces son mudas, silenciosas, discretas. Vale la pena pararse y estar, reflejarse en la espuma del mar, dejarse arrastrar por el viento. Respirar. Lanzarote tiene eso y mucho más. Paisajes lunares en la tierra, volcanes activos que callan por no hablar, horizontes abiertos al mar. Un festín de mar y montaña, de arena y sal. Una ventana abierta al mundo. Al de verdad.
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Marruecos: Aventura cerca de casa
He hecho muchos viajes, acompañado y en solitario. A miles de kilómetros de distancia y a destinos que estando tan cerca, me han llevado muy lejos en múltiples sentidos. Uno de ellos fue sin duda alguna Marruecos. Qué descubrimiento fue saber que un país tan cercano al nuestro guardaba todos los ingredientes para vivir una experiencia única. Un viaje en el tiempo a pocos kilómetros de casa. Vivir el caos de Marrakech y bailar en sintonía con las dunas del desierto fueron sensaciones arrolladoras, mágicas, enérgicas. Conducir al son de la música tradicional kilómetros y kilómetros entre paisajes bellísimos, casi de postal, el sueño de todo viajero. Llegar al desierto de Merzouga y empezar a llover, otra señal de fortuna. Recuerdo con calor este viaje, no sólo literalmente, sino por la acogida de sus gentes, de sus pueblos y valles. Marruecos es único. Un destino amigo, cercano, en distancia y en amabilidad. Un recuerdo imborrable capturado en imágenes congeladas que representan de algún modo la belleza de este país. Como congelado está en mí el recuerdo de sus sabores y la brisa del aire al circular por su geografía más particular. Cruzar el Atlas al ritmo de comerciantes, pastores y ganaderos bien merece la pena. De día, eso sí. Las escarpadas carreteras y sinuosas curvas demandan una atención y paciencia superlativa. ¡Feliz Eid Mubarak!
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VACACIONES, ¿POR FIN?
Estimado Volcán,
Hace apenas unos días que entramos en lo que los expertos denominan el verano meteorológico, que a diferencia del verano astronómico, se basa en patrones climáticos y estadísticas que se utilizan principalmente para recopilar y comparar datos. El 1 de junio marca su inicio.
Para el resto de los mortales (aquellos que tienen trabajo y también los que no) el verano oficial da su pistoletazo de salida con la llegada de la noche de San Juan, la conocida como noche más corta del año y que coincide con el Solsticio de verano que suele darse alrededor del 21 de junio. Es ahí cuando comienza la maratón veraniega.
Días repletos de sol y mar, de siestas, de aperitivos y cenas al aire libre, de verbenas y noches sin fin; y también de resacas, de maletas, de aviones, de viajes aquí o allí, de colas, de atascos, de subidas de precios, de hoteles llenos, y chiringuitos a rebosar. De sombrillas, toallas y mucha crema solar. Y es que en estos días el alma se rebela, y el bolsillo se resiente.
En una época de crispación colectiva debida a la masificación turística que asedia nuestras ciudades, el país se prepara para un nuevo aluvión turístico y sus hordas de visitantes, algunos más civilizados que otros, que pronto deambularán por nuestras playas, barrios y atracciones turísticas. Un año más.
Los habitantes de [Inserte aquí el nombre de su ciudad], saben bien de qué se trata, y se preparan ya para combatir el zafarrancho de temporeros que vienen en busca de un merecido descanso. Miles de ofertas de vuelos a precios irresitibles y la posibilidad de alquilar un balcón por 800 € en algunas islas hacen que semejante tentación sea difícil de rechazar. ¡Y la cosa mejora cada año que pasa!
Con astucia y desparpajo, algo de lo que los españoles sabemos mucho, algunos locales se las ingenian para disuadir al despistado turista con ingeniosas artimañas: Carteles que indican que tal o cual playa está cerrada, avistamientos de anacondas o aguas con alto contenido de material nuclear pretenden desviar el camino de curiosos e invasores. No será la solución definitiva, pero desde luego, si la más disruptiva.
Todo vale cuando se trata de preservar lo que uno más quiere.
Su propio hogar.
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Los Beatles de Goa.
Así me gusta a mi llamar a esta foto. Los 4 Beatles del Mar Arábigo preparándose para hacer sonar la música en el mar. Decididos, con sus instrumentos ya preparados, inician su ritual de fusión con una lenta pero decidida marcha hasta sumergirse en el oceáno para flotar en sus tablas y flirtear con el mar.
Cabizbajos y meditativos, parecen pretender interiorizar una intención, una sinfonía concreta, un baile, una danza, un determinado son. Es sin duda el momento, su turno de entrar en acción.
La cámara capta este instante. El de la decisión precisa, el rumbo fijo sin marcha atrás. La apuesta segura, la confianza ciega, la danza triunfal.
Gracias @condenasttraveler!
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Resoluciones para un nuevo año que entra.
A los pies de monte Parnaso, en la península del Peloponeso, se conservan todavía los restos arqueológicos de lo que un día fue el centro de referencia para quiénes se aventuraban a profundizar en los caprichos del destino y las vicisitudes del azar.
Erigido en favor del dios Apolo, divinidad griega del sol y la música, el oráculo de Delfos se consagraba como el santuario por excelencia, sobresaliente por encima del resto debido a su fama bien adquirida por ser el único en dar por acertada la cuestión que un día, allá por el año 546 a. C., el rey Creso, el más rico de todos los reyes, formuló entre varios participantes.
A la pregunta efectuada por el Rey de Lidia, sobre qué tipo de suerte correría su imperio en caso de enfrentarse en la batalla contra los persas, el oráculo a través de la Pitia, haciendo alarde de su ambigua sabiduría e intoxicada clarividencia, contestó a su eminencia que en caso de llevar a cabo este suceso, un gran imperio saldría maltrecho. Divina providencia.
Creso, el rey de los griegos, que únicamente escuchó aquello que deseaba oír, corrió la peor de las suertes en cada una de las versiones que existen sobre su destino final, que afirman haberlo dejado sin dinero, sin ejército, sin imperio e incluso -dicen algunos- que sin vida.
El oráculo cumplía con su cometido mientras que el ego perdía la batalla. Una apuesta a vida o muerte. El todo o la nada. A veces, la vida misma.
De nada le sirvieron los preceptos claramente grabados en piedra y distribuidos alrededor de todo el templo a través de muros, dinteles y columnas por los siete sabios griegos, precursores de enseñanzas y conocimientos de sabiduría práctica para la vida. Con la moderación por bandera, estos sabios se aventuraban a intercambiar con peregrinos y visitantes sus máximas para una reconfortante existencia, con la esperanza de guiar al dudoso o confundido en sus tribulaciones.
En el Pronaos del templo, es decir, la parte correspondiente a una vez atravesada la entrada, se encontraba grabado en oro uno de los más célebres aforismos de la historia como es el omnipresente y muy manido “Conócete a ti mismo” cuya autoría no se vincula a Mr. Wonderful sino a Sócrates, aunque también existen dudas acerca de su procedencia. Ante tanta confusión, lo mejor es asumir que “solo sé que no sé nada” para dejar claro que aquí lo que se lleva es dejar como legado frases y sentencias cortas que dejen la puerta abierta a un sinfín de interpretaciones.
Dentro de varios cientos de milenios nuestros predecesores leerán frases tales como “Sujétame el cubata” o “Me voy a ir yendo”, ante cuya estupefacta perplejidad habrá surgido una escuela de sabio pensadores encargados de difundir semejante legado. Ojos que no ven, corazón que no siente, porque por fortuna (si es que en algo la tendremos) es que no seremos ya testigos de tan frugales acontecimientos.
Y es que hoy en día los oráculos modernos podemos encontrarlos por todas partes, y a todos los precios (que sería el equivalente a las ofrendas de antaño) según las cuales la conexión con el dios griego Apolo -o cualquier otro destinatario de las más ilustres plegarias- será más o menos efectiva. Grandes gurús guardianes del secreto de la felicidad o de la abundancia pueblan nuestros hogares digitales, segundas residencias emocionales en las que habitamos una gran parte de nuestra efímera existencia. “Si yo puedo, tú también puedes” como tarjeta de visita frente a la antesala de venta del oro y del moro, márquetin aplicado a la providencia moderna y a la desesperación suprema. La falacia y el engaño como estandarte.
Y es que cada tiempo trae consigo unos valores, excepto en nuestra época moderna, que vive su esplendor en una especie de catarsis colectiva en la que chocan influencias provenientes desde las más distintas y opuestas filosofías o creencias. Nos apuntamos a todo sin perfeccionar en nada, la volatilidad se implanta como recurso inmediato, aplicable tanto a nuestras emociones como a las mismas relaciones, mientras adoramos a la inestabilidad como a una nueva religión, camuflada entre la esperanza de un nuevo porvenir, que se atisba agitado y muy caliente, cada vez más.
Si Sócrates fue el encargado de compartir con el mundo tan elocuente propuesta, fue Aristóteles el encargado de difundirla a través de sus diálogos sobreviviendo al paso del tiempo hasta llegar a nuestros días, en forma de meme o de mantra barato tatuado en la piel y alejado del propósito con el que nació para ser compartida. La invitación a la práctica de una exploración interna, el autoconocimiento como responsabilidad con nosotros mismos y con el resto, desde una perspectiva ética y moral a partir de la cual poder dominar el mundo. Al menos el nuestro propio.
A las puertas de famoso templo de Delfos, una inscripción reveladora advertía al visitante:
«Te advierto, quienquiera que fueres tú, que deseas sondear los arcanos de la naturaleza, que si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Si tú ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias? En ti se halla oculto el Tesoro de los Tesoros. Hombre, conócete a ti mismo y conocerás el universo y a los dioses».
En tiempos de algoritmos y redes formadas por miembros que obedecen a las leyes básicas de la creación, que cumplen con los parámetros de la imagen y la semejanza como si de una película de John Malkovich se tratara, solo quienes consigan saber identificarse con detenimiento podrán interpretar de forma correcta aquello que el oráculo les revele. Los demás seguirán la fortuna del rey Creso.
A escasos días de cerrar un año que pronto termina, esperamos con impaciencia vislumbrar nuevas revelaciones que otorguen de nuevo un sentido a nuestro porvenir. Horóscopos y planetas pronto se alinearán para concatenar con eficacia cósmica una serie de acontecimientos cuyos efectos se harán notar enseguida en nuestras vidas. Eclipses en Aries y conjunciones en Urano tendrán por objetivo dar respuesta a nuestras encomiables jaculatorias mientras la influencia de la filosofía oriental entra en un nuevo ciclo astrológico de las garras del Dragón, animal mitológico que representa un poder espiritual supremo y que viene con fuerza. En la numerología astral el año que viene estará regido bajo la influencia del 8, que hace referencia a los resultados, los beneficios y las metas. Ver para creer.
Abandonamos un año alambicado que nos ha regalado su mejor sonrisa, pero también, la peor de sus muecas; sus luces y sus sombras, su realidad más compleja, la alegría y el llanto, la furia, el horror y la distancia más insensata, el frio en la noche amarga, el calor en la cama vacía. Nuestra miseria humana.
Que el próximo año venga cargado de exploración personal, de paz y de autoconocimiento, de viajes lejanos pero también internos. De empatía, colectividad y compañerismo. Mirémonos más hacia adentro, sin miedo a explorar, porque solo el que busca encuentra y el oráculo, como ya sabréis, no es de fiar.
Felices (sobre todo felices) fiestas y un próspero (muy próspero) año nuevo!
#oraculo#delfos#clarividencia#viajes#conversaciones#travelgram#grecia#peloponeso#resoluciones#estimadovolcan
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10 días de meditación Vipassana..
Comenzar este texto con el planteamiento de una duda metódica relacionada con si a veces me considero un afortunado por haber podido viajar a lugares lejanos y distintos (iba a decir poco conocidos, pero, ejem) o, por el contrario, lo que a prioiri podría parecer una ventaja, también ha sido el germen de una inquietud constante que incluso a veces hay que acallar a base de rutina y calma para no sentirse constantemente arrastrado por la adrenalina de lo nuevo como un yonqui de la dopamina… Ya ofrece algunas pistas de por dónde irán los tiros.
Esta suerte de ventaja (aún no se ha llegado a la conclusión definitiva de sí lo es o no) o inconveniente, fue uno de los propulsores a la hora de tomar un desvío en ruta en uno de mis viajes para adentrarme por sendas, esta vez sí, menos transitadas.
En el año 2016 tuve la suerte (ventaja o inconveniente) de hacer escala en Omán, dónde mi hermana y su familia residían por aquel entonces, antes de partir hacia la ciudad india de Mumbai, en lo que sería mi segunda visita en solitario al país (con 8 años de diferencia con respecto a la primera, a la edad de 27 años).
Un territorio como el que ocupa el continente Indio hay que recorrerlo por partes, a no ser que el visitante disponga de un tiempo indefinido para deambular por el mundo como era propio de exploradores, colonos y maleantes en épocas precedentes. Habiendo visitado en anteriores ocasiones las regiones de India Occidental, dónde se encuentra el estado de Rajastán y sus hipnóticas ciudades rosa, azul y dorada; las llanuras de Uttar Pradesh, donde se ubica la capital Delhi; Agra, la ciudad con el mayor monumento nunca antes construido en nombre del amor como es el Taj Mahal o la ciudad santa de Varanasi, considerada una de las más antiguas del mundo; en esta segunda expedición le tocaba el turno (por descarte que no intuición) a las extensas playas de Goa bañadas por las aguas (marrones) del Mar Arábigo, zonas rurales con menos glamour arquitectónico y cultural, pero sede de una de las ONG’s más conocidas en nuestro territorio como es la Fundación Vicente Ferrer en Anantapur; las espesas y frondosas junglas y sus canales en la húmeda y colonizada Kerala; los coloridos templos sagrados de la ciudad de Madurai en Tamil Nadu entre otros; o la cuna del Ashtanga yoga en la ciudad de Mysore en el estado de Karnakata.
Durante todo el camino, según iba avanzando desde las playas de Arambol dirección sur, iba cuestionándome si la ruta (no definida con antelación) sería la correcta, mientras afloraban reminiscencias de un viaje anterior por estas tierras. La sombra de la duda siempre al acecho, como quién alude al pensamiento de que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Tomé incontables trenes con trayectorias que se expanden más allá del tiempo, no por la longitud comprendida entre los puntos de origen y destino, sino por la dilatación que se produce en el plano temporal en estas latitudes, que baila al son de otro vaivén. Al de los vendedores ambulantes, al del sonido de un periódico viejo abanicando el calor y la humedad sin poder detener la gota fría que recorría los surcos de mi frente y de mi espalda; al de monos y roedores; a las miradas incisivas, curiosas, penetrantes e inquisitivas de mirones locales salidos de cualquier lugar. Del chai, el cardamomo y la canela. Del curri y el azafrán. De la miseria y la lujuria de la selva.
Desde la ciudad de Cochi tomo una decisión. Ha llegado la hora de salir de aquí. Siempre me pasa. Llega un momento en que India te pide un respiro. O tú se lo pides a ella. Es como la pareja empalagosa que reclama su atención constantemente. Se precisa distancia. Aunque sea por una noche dormir en camas separadas. Me voy a Nepal.
El que viaja por periodos largos sabe bien en qué consiste esta rutina. El desplazamiento suele ser constante y el ritmo, a pesar de ser arbitrario, se acumula con el paso de los días, los trenes, las ciudades y los hoteles. El que ha viajado durante periodos largos termina por perder la perspectiva. Otro templo. Otra diosa. Otro ritual. Otra ofrenda. Se me acumulan las experiencias en una mochila casi vacía. Es hora de parar, de seguir viajando y conociendo lugares hasta ahora inhabitados, pero esta vez, hacia dentro.
Aprovecho las coordenadas de Katmandú (latitud 27.70169 y longitud 85.3206) para buscar mi centro. Sin previa preparación ni conocimientos profundos acerca de las diferentes técnicas de meditación orientales me dejo arrastrar por el rumor y la intuición de que ha llegado el momento de visitar Nepal de un modo distinto. 10 días de meditación Vipassana en un parque natural en los valles de Katmandú ajeno al murmullo exterior. Yo, que no sé estar quieto ni cinco minutos y que sufría de dolores de espalda.
La primera toma de contacto con otros viajeros dispuestos a parar se produce en el centro de recogida ubicada en los aledaños de la ciudad, en la que se proporcionarán las instrucciones necesarias para comprender que esto no será un resort, ni unas vacaciones pagadas. Tres minutos en Padmasana (postura del loto) hacen que me cuestione seriamente si esto merece la pena. Las dudas me acompañan en este viaje. Ya no hay vuelta atrás.
Desde que me registré en la página oficial del Dhamma para solicitar una plaza en uno de sus retiros de meditación, no he parado de construir ficciones en mi imaginativa cabeza acerca de lo que esta práctica supone. La curiosidad ligada a la ignorancia y el desconocimiento en técnicas de meditación transcendentales es capaz de expandirse por terrenos nunca antes transitados. Leer experiencias de aquellos que estuvieron aquí primero, tampoco. La mente humana se antoja como un paraje frondoso, en ocasiones fértil y ricamente poblado, y otras oscuro y hostil, como el territorio de inframundo dónde habita Hares, en un crossover metafórico entre civilizaciones y creencias. Hay lugar para todos.
Comienza el viaje. Esta vez en sentido figurado. Más tarde, el objetivo será otorgarle uno.
Una vez instalados en las humildes y austeras habitaciones y desprendidos de cualquier bien material, es decir: un bolígrafo, un libro, un móvil; comienza la instrucción que nos guiará en las buenas prácticas para experimentar de manera plena y consciente la experiencia que estamos a punto de comenzar. Son las seis de la tarde y el voto de silencio no se impondrá hasta el alba, momento en que cada visitante deberá ocupar la posición asignada tras despertarse a golpe de ‘Gong’ a las cuatro de la mañana. El resto de los siguientes nueve días serán exactamente iguales, a excepción de las breves incorporaciones en la respiración de la práctica diaria. También del compromiso adquirido con la práctica en sí misma.
Comenzar con dos horas de meditación seguidas para aquel que no ha meditado en su vida puede parecer una hazaña. Enhorabuena, valiente. Si no eres de los que cumpliendo las estadísticas abandona entre los días 1 y 3, solo te quedan alrededor de 98 horas más de meditación durante los próximos diez días.
A diferentes intervalos de tiempo, los días consisten en meditar 10 horas al día, ingerir alimentos 100% vegetarianos en los tiempos establecidos de descanso y realizar pequeñas tareas personales como lavar algo de ropa o asearse, cumpliendo en todo momento con el voto de silencio asumido el día en que se ingresa en el centro. Además, a estas alturas ya debemos saber que cualquier tipo de contacto visual también está desaconsejado (prohibido) durante toda la estancia. Esto va en serio.
Los días suceden con intensidad (sorprendidos?) y con multitud de dolores, no solo físicos sino existenciales. Occidente meets oriente. El choque es visible, no solo por uno mismo, sino también por todos aquellos ciudadanos nepalíes que atienden el evento al que nos hemos apuntado una serie de occidentales curiosos. En esta ocasión el evento está compuesto por más de 150 personas. Solo un 25% somos extranjeros.
Hombres a un lado y mujeres al otro, ocupan un cojín previamente asignado que con el paso de los días y las horas, va moldeándose formando concavidades que adoptan la forma de nuestros traseros. Da gusto sentarse y encajar a la perfección como dos piezas de lego.¡Plop! También los tobillos tiene su hueco. Silencio y a meditar. Son las cuatro de la mañana del cuarto día. Algunos cojines amanecen vacíos. La estadística recopila datos. Estar aquí y ahora ya es un reto. Los días 1 y 3 han quedado atrás. El camino hacia lo desconocido continúa. Duelen el lumbago y los isquiones, y el resto del cuerpo también. Aún no hemos mencionado en qué consiste la práctica.
Durante los 3 primeros días el intrépido curioso se verá sumergido en una jornada de respiración consciente cuyo principal objetivo es la de centrar su atención en la superficie de piel que protege nuestras cavidades nasales. Los ‘nostrils’ en inglés. El aprendizaje es transversal. De 4 de la mañana a 9 de la tarde esta será nuestra única tarea.
Existen teorías que afirman que para ser realmente un experto en algo es necesario invertir alrededor 10.000 horas en su estudio o práctica. Esto equivale a dedicarle 10 horas semanales en 20 años, 20 horas semanales en 10 años o 40 horas por semana en 5 años. Vamos por el buen camino, ahora hay que volver a hacer las cuentas.
La práctica del Anapana consiste en alcanzar un elevado nivel de control en el proceso meditativo de manera que seamos capaces de aislarnos del resto de estímulos, tanto físicos como mentales, para concentrarnos en un área delimitada de nuestro cuerpo que en este caso se concentra en el espacio que ocupan nuestras fosas nasales. Nuestro objetivo es el de observar la respiración a través de esta práctica de manera continuada durante horas. ¿Fácil? ¡No lo creo!
¿Se habrá acordado alguien de mí estos días? ¿Cuantos calcetines limpios me quedan? ¿Debería estudiar chino de nuevo? ¡Creo que me huelen los pies!
Cada vez que tu mente se dispersa, el objetivo es recuperarla de sus divagaciones aleatorias (muy aleatorias) y ponerla de nuevo en la casilla de salida. Una y otra vez. De hecho, lo habitual es darse cuenta de que uno no está donde tiene que estar después de llevar un buen rato visitando rincones inverosímiles distribuidos a través de nuestro desconocido intelecto. De repente, te das cuenta de que estás manteniendo una conversación intensa con tu yo del pasado. Con tu madre o con tu prima la de cuenca. Es hora de volver a empezar.
Y si esto no fuera suficiente, aparte de tener que mantener la compostura, erguir la espalda, acomodar el trasero y distribuir el peso de las manos de manera equilibrada, debemos luchar contra la frustración que genera la falta de concentración y la liviandad de nuestros pensamientos. Es aquí cuando de manos de nuestro maestro, aquel al que visitamos cada dos días para compartir de manera austera (si, verbalmente austera) la evolución de nuestra práctica, descubrimos el significado de una palabra que adoptaremos de por vida como salvavidas emocional en caso de emergencia.
ECUANIMIDAD
O lo que es lo mismo, imparcialidad de juicio. Es decir, cuando experimentamos este cúmulo de sensaciones frustrantes generadas por la mala gestión de nuestras emociones, recurrimos a aplicar la ecuanimidad. Un estado de estabilidad psicológica que no se ve perturbado y/o alterado por los fenómenos externos causantes de la pérdida de equilibrio de nuestros pensamientos. Nos convertimos entonces en meros observadores de nuestras emociones, nuestros pensamientos y el modo en que reaccionamos ante los mismos, como si fuéramos un invitado o esporádico visitante. No reaccionamos ante lo bueno, pero tampoco ante lo molesto. Observamos como los pensamientos y las emociones vienen y van. Porque nada permanece y todo se transforma.
¿Reconfortante, verdad? Ahora ponlo en práctica. A estas alturas ya te habrás dado cuenta de que el juego va de acompañarse a uno mismo por todo estos laberintos de emociones y sentimientos encontrados. Las ganas de abandonar y de seguir hasta el final. De moverse, cuando la meditación ha alcanzado un nivel de exigencia mayor que en días anteriores debido a la aplicación de la fuerte determinación. Unas meditaciones que se incorporan a la gincana de malabares espirituales y que consiste en no mover ni un solo pelo durante la hora que dura esta determinación. Día 4, tres veces al día.
A golpe de estéreo el gruñido de la grabación se hace paso entre los viejos altavoces dando por iniciada la práctica. Nos convertimos en estatuas de piel y huesos. El compromiso es sincero. La espalda se encuentra inmovilizada gracias a la destreza adquirida en cuanto a suprimir cualquier posibilidad de movimiento mediante la aplicación de un sucedáneo de corsé elaborado a partir de una vieja pashmina. Scarlett O’hara de los himalayas. Ni siento ni padezco. Reconozco los sonidos en la grabación. A partir de este momento, una hora de la más absoluta concentración. La práctica agudiza el ingenio. Ya sé como y dónde poner las manos para que no pesen. Acomodo isquiones y tobillos. Me vuelvo invisible y cualquier atento de rascarme la nariz desaparece cuando únicamente me limito a observar. Lloro como nunca antes lo había hecho. Y no son lágrimas de dolor. Son lágrimas livianas de un tamaño excepcional. Son redondas. Pesan, pero flotan a la vez. Yo, únicamente observo.
Al margen de lo adquirido en esta nueva parte de la práctica, las técnicas de respiración también sufren transformaciones una vez superado el umbral de los tres días. Dejamos atrás la práctica única del Anapana para explorar mentalmente otras áreas de nuestro cuerpo. La práctica evoluciona y nosotros con ella. Ampliamos el radio de atención, que ahora consiste en escanear cada parte de nuestro cuerpo mediante diferentes técnicas exploratorias. Primero, en un sucesivo repaso que va de arriba a abajo, así sucesivamente. Desde la cabeza hasta los pies. Antes de llegar a tan siquiera la altura de las cejas ya te has preguntado por qué Napoleón usaba mallas ajustadas, como hacen las ardillas voladoras para asegurar su aterrizaje exitoso o por qué los tenedores tienen cinco púas en lugar de tres. Cuando por fin eres consciente de que tu mente se encuentra en territorios desconocidos, han pasado ya más de dos horas. Aplicas entonces la ecuanimidad y sitúas al hombrecillo que representa tu mente en tu casilla de salida que en este caso corresponde a la coronilla. El objetivo es conducir a este hombrecillo hasta los pies, adquiriendo plena consciencia de los lugares por los que circula en cada momento. Una y otra vez. Una y otra vez.
Independiente de tu progreso en la práctica, en los días sucesivos se incorporan nuevas medidas que uno ha de aplicar a su ya adquirida habilidad de meditación vipassana. El hombrecillo ya no pasa de los pies a la cabeza por el método de acceso directo, sino que ha de realizar el recorrido a la inversa. De la cabeza a los pies y de los pies volvemos por dónde hemos venido de vuelta a la cabeza. Quedan 9 horas de meditación para resolver estas y otras cuestiones nunca antes descubiertas, ocultas entre los rincones más inaccesibles de nuestro cerebro. Estamos ya en el día 9.
El ritual sigue su cauce habitual. Día 10 de meditación continuada. Sin hablar, sin mirar a los ojos al resto de los participantes incluido mi compañero de habitación. Cualquier similitud con un centro de discapacitados intelectuales es pura coincidencia. Ni siquiera nos alteramos cuando entre meditación y meditación sentimos el suelo temblar bajo nuestros pies mientras paseamos por los alrededores del lugar. Son los habituales espasmos terrestres de esta zona de los himalayas. Espasmos que un año antes causaron alrededor de 9.000 muertes en un terremoto de 7’9 grados en la escala de Richter y que convirtieron a Nepal en cenizas y escombros. Ecuanimidad.
Suena el Gong y los supervivientes del centro se reúnen para su último día de práctica antes de que se levante el voto de silencio y se dé por terminado el retiro de meditación vipassana. El cartel de la pared anuncia que nos encontramos en la última jornada, donde se encuentra la frase diaria que nos cita algún veda o aprendizaje de la filosofía budista. A pesar de la odisea, hemos llegado hasta el final.
El día transcurre con normalidad; con la normalidad de haber convertido en rutina levantarse al alba para meditar 10 horas al día. La habilidad de adoptar la postura de Padmasana lejos está de los días anteriores. Me falta levitar. O quizás no.
Durante el proceso de investigación previo a comenzar este viaje interior, muchos fueron los relatos que con asombro fui leyendo y que ofrecían las más dispares experiencias. Desde viajes astrales a sensaciones únicamente asociadas al consumo de algún tipo de estupefaciente alucinógeno eran descritas por Vincent Boroughs, Sabine Douglas o Alberto Bonilla. Mi reacción ante semejantes testimonios respondía incrédula desde la perspectiva de un agnóstico convicto que tiene que ver para creer y que no se siente influenciado por místicas creencias por mucho que de ellas se hable.
Pero algo cambió esa noche.
Durante toda la práctica, como ya comenté con antelación, visitábamos cada dos días a nuestro maestro, que se encontraba en una especie de tarima delante de nosotros, lugar desde el cual supervisaba la práctica. Lo hacíamos por filas, atendiendo por órden su llamada. Primeros cinco cojines, fila dos, fila tres y así sucesivamente. Lo mismo sucedía en la parte correspondiente a las mujeres. Y en el centro, entre los hombres y las mujeres, se situaba como si dijéramos la figura superior que dirigía y guiaba todo el aprendizaje. En estos breves encuentros el supervisor nos preguntaba como estábamos y únicamente debíamos responder a estas cuestiones de manera precisa. Las respuestas eran tan variadas como los perfiles de los practicantes. Me cuesta concentrarme, me pierdo en la meditación, me frustro o siento como la sangre corre por mis venas, etc. Las típicas y más comunes sensaciones. Mi incredulidad no me dejaba creer. Esto es lo que me avala.
Llegada la última noche y tras las más de 100 horas acumuladas de meditación en padmasana, los participantes abandonan la shala para descansar antes del día final. Ir a dormir a las nueve de la noche cada día era como llegar a casa después del peor día de trabajo. Entrar en REM directamente con solo acariciar la almohada era ya una realidad. Las manillas del reloj que no veo se mueven sin parar antes de escuchar por última vez el sonido del ‘Gong’. No hay tiempo que perder.
Pero contra todo pronóstico, en el último día de estancia en este estado de meditación continuo se manifiestan en mi interior una serie de ondas energéticas muy marcadas (te estoy viendo) que se agitan de manera intensa sin precedentes, tanto que me hacen reincorporar sin dar crédito a lo que está sucediendo. Estoy atónito. En la oscuridad de mi austero cuarto busco la presencia de mi compañero que ya suspira de manera profunda. Incrédulo ante lo sucedido y pasados unos instantes me vuelvo a acostar, con la suerte de que el suceso se repite de nuevo. No es un sueño. Ha vuelto a pasar. El agnóstico convicto que en mi habita se encuentra en una situación hasta ahora desconocida. No tengo palabras para lo que acaba de suceder. Literalmte, aunque quisiera, tampoco podría tenerlas. Me rindo expectante ante los placeres de Morfeo sabiendo que algo inusual e indescriptible acaba de suceder.
El día amanece como de costumbre y después de la primera meditación, se levanta el voto de silencio. También el de toma de contacto visual. Las caras de los asistentes son todo un reflejo de satisfacción por alcanzar este momento en que se da por terminadas las restricciones. Es hora de respirar y saber que lo hemos conseguido. Que has llegado hasta el final. La sombra de lo acontecido la noche anterior le arrebata el puesto a la duda.
Se forman grupos a lo largo y ancho del recinto y los participantes, todavía guardando las formas, intercambian sus primeras impresiones. Sus caras son el reflejo de su alegría. También de su angustia. Los que han llegado hasta aquí no tardan en compartir y desvelar algunas de sus vivencias ofreciendo al que escucha nuevas perspectivas en torno a lo que acabe de acontecer. Nuevas revelaciones salen a la luz.
Pronto, su testimonio formará parte de la decisión por participar en esta travesía espiritual de otra persona. De otro viajero cansado de tanto dios. De tantos rituales. De tanta ofrenda.
Tras continuar con la práctica que da como finalizado este retiro, los participantes, ahora sí, dueños de todos sus bienes materiales comienzan por grupos a abandonar las instalaciones.
Es 13 de abril de 2016. El día en que la ciudad de Katmandú con casi un millón y medio de habitantes, celebra en su calendario el año nuevo nepalí. Nepal entra en 2073. Perfecto contraste para quien ha permanecido 10 días ajeno a todo lo que ha sucedido en el mundo. Al exterior me refiero.
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Estimado Volcán,
Sabe noviembre a pesar y a cenizas. A cálida bruma que alcanza la piel. Aliento pesado que arrastra el verano, a fechas que otrora no se dejan ver.
Pregunta un amigo por el clima en Sevilla, sabiendo yo poco del qué responder. Quién sabe ya nada de lo que sucede, si el frio y el verano se muerden los pies.
Cosechas tempranas, y otras por coger, se tornan las cartas ya sin resolver. Las guerras, los llantos, el dolor o el placer son vasos vacíos o llenos tal vez. Lo tuyo, lo mío, los que se dejan ver, no sabe ya nadie del cuando y con quién.
Crecen, ajenos, los brotes de helecho. Pequeños guerreros del viento y la sed. Despliegan sus tallos al son del camino, sabiéndose vistos por quien quiere ver.
📸🌱: Camino de Santiago, Abril 2023
#estimadovolcan #caminodesantiago #helechos
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Apreciado por muchos
Estimado Volcán,
No sé si tú también compartes la sensación de que a pesar de estar tan excesiva –y voluntariamente expuestos– continuamos sin atrevernos a mostrarnos como realmente somos. Qué falacia, ¿no te parece?
A menudo tendemos a ser nuestros más críticos enemigos. Nuestros rivales en el espejo. Compañeros de equipo de nuestra propia sombra y el ojo puesto en la portería contraria. Polos opuestos. El perro, pero también el hortelano.
¿Qué hay que hacer para ganarse nuestra propia confianza? ¿A quién hay que convencer? ¿Cuántas veces tendremos que presentarnos a nosotros mismos como a extraños que se ven por primera vez? Observarnos de nuevo con curiosidad, como el que analiza a un recién llegado. La mirada furtiva. La tensión en el aire.
Llegará un momento en que nos demos por satisfechos –imagino– aunque mañana, de nuevo, acabemos cambiando de idea haciendo gala de nuestra incoherente existencia.
Y volveremos a empezar. Porque de eso va nuestro día a día en la tierra.
Da lo mismo si es en Roma o en Beijing. El ritual se repite. Los relojes dan la vuelta. Las preguntas son las mismas.
Me despierta la curiosidad esta imagen que una vez le robé al tiempo y que captura al que la ve. Un déjà vu a la inversa. Una foto que son muchas cosas más.
Un qué. Un cómo. Un cuando. Un dónde. Y un con quién.
Porque las cosas no son solamente lo que se ve. Si no también todo aquello que tendemos a obviar. Un hueco por el que nuestra imaginación se cuela y nuestro subconsciente tiene vía libre para crear la historia que más nos convenga. O no crear ninguna. Porque a veces eso es todo lo que nos interesa. Nada.
1.128.504 personas en este planeta han visto algo en esta instantánea. 42.176 han experimentado algo más. ¿Sensibilidad por la belleza? ¿Buscadores de amaneceres? ¿Amantes de la fotografía? ¿Una simple casualidad? No tenemos la respuesta, pero sí un común denominador.
Un aquí y un ahora que ya no existe.
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