#elenadearenales
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Se me va el agua, como se va el queso contigo
Te veo y me recuerdas a cuando Hidrocapital me quitó el agua, cuando tuve que bañarme con tobito porque no tenía de otra que dejarme llevar por el vacío. Me recuerdas a todas las veces que me golpearon con una pelota en la totona (o en la cucharita, como decía mamá Elena), porque las niñas también pueden ser muy caimanes cuando juegan béisbol en la esquina. Crecí pensando que el agua sería lo único que me quitarían, pero poco a poco me quitaron hasta el queso que te tenía.
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Elena estudió 5 años de comunicación social para darse cuenta de que no sabía hablar bien
Ser una niña talentosa siempre fue el adjetivo calificativo que más le iba bien a Elena, pero también el que más la ahogaba dentro del vaso medio lleno de su vida caraqueña. Desde pequeña, mamá Elena siempre la enseñó a ser perfecta y a ser la mejor en todo lo que hacía. Era una indignante práctica de las Constapio el necesitar que sus futuras generaciones estuvieran repletas de mujeres impecables que pudieran hacerlo todo, al fin y al cabo, ya de por si vivir en Venezuela era un desafío bastante grande para el género, ¿qué tanto podría hacer un poco más de presión social por ser las dueñas del mundo? Al principio Elena lo vio como un desafío divertido, pero a medida que fue creciendo sus esfuerzos parecían volverse papilla. Elena entendió que en realidad ser perfecta era imposible y que hacerlo todo bien era más difícil de lo que se decía. Ser talentosa no era algo con lo que nacías o que la Santa Elena de Arenales te concedía; ser talentosa era ser constante, era tomar las fallas como oportunidades y las derrotas como nuevas formas de volverla a cagar, hasta que algún día alguien te dijera: "Coño, Elena, lo hiciste bien". Porque así fuera un adjetivo tan nulo como hacerlo "bien", significaba que todo iba a estar "bien".
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Pararle bolas a alguien es un acto de fe bastante caraqueño
Elena siempre decía que estaba harta de que ningún güevo le parara bolas, solo porque sonaba muy cómico decirlo. Estaba harta de forzar una relación con personas que no la llenaban, cuando la única que tenía que llenarse era ella misma. Leía mil veces el mismo horóscopo de Mía Astral y sus aspectos ptolomeicos, pero lo único a lo que llegaba era al eterno ciclo de terminarse amando ella misma porque nadie lo sabía hacer mejor. Ni Miguel con sus chistes misóginos, ni el niño ratón de biblioteca que la invitó a tomarse una birra en una tasca llama "La Bisnieta".
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Encontrarse en los rayos de sol caraqueños
En el mediodía de una tarde caraqueña, Elena no podía parar de mirar cómo los rayos del sol le cruzaban los pies a través del agua de la piscina. Estaba cansada de sentirse destructible por cualquier adolescente aburrido y mal oliente. Quería sentirse parte de todas las minúsculas partículas del universo venezolano, desde la masa de la arepa hasta los niños siendo acurrucados en hamacas por sus abuelas. Elena quería escucharse en alguna canción de Ricardo Montaner o Yordano, por estas calles de lamentos que pertenecían a sus estruendosos ojos llenos de lágrimas impacientes. Quería verse en los billetes que no se conseguían en los cajeros del Banco Provincial o de algún bachaquero maldito que se lo robó de un altar. Quería leerse en los libros de Daniel Centeno y en los ensayos de la revista de su mamá Elena, hablando de grandes autores como Andrés Eloy Blanco y Rafael Cadenas. Encontrarse en las curvitas de las calles de Caracas o en el terminal de la Bandera nunca fue posible, pero Elena juró intentarlo hasta el último día que pudiera ver los rayos del sol atravesando sus pies en una tarde caraqueña.
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"Chávez me jodiste"
Elena era una hija de la revolución. Había vivido toda su vida viéndole la cara a Chávez y a su gobierno del "proletariado", como si la vaina no se viera clarito que lo que querían era jodernos a todos y agarrarse los riales. Pero la verdad es que Elena nunca había sentido el nivel de decadencia en el que se encontraba, todas las cosas que se había visto obligada a dejar de hacer porque a cuatro guevones se les ocurrió que el comunismo era una buena idea; hasta que un día Valentín le mandó un voicenote repitiendo la frase "Chávez me jodiste" entre sollozos falso y risas histéricas. Elena entendió que Chávez no solo había jodido a Valentín y a ella, sino a todo un país completico, luego pensó que si alguna vez se lanzaba a presidenta, el eslogan de su campaña sería justamente "Chávez me jodiste".
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Caracas es Caracas y el resto simplemente no es Caracas
Elena pensó en todas las cosas que no iban a volver, en que quizás nunca más en su vida iba a poder escuchar al carrito de EFE pasando por enfrente de su casa. Sintió nostalgia hasta por las guacamayas que se posaban cada mañana en los chaguaramos de la casa de al lado y en los insoportables chillidos de las guacharacas al amanecer. Se aferró con demasiado apego a cada pequeño rincón de Caracas, porque aunque la odiaba profundamente sabía que en ningún otro lugar se sentiría como en casa. Era aun más terrible pensar que tendría que irse sin poder haber hecho todas las cosas que soñó hacer, sin poder despedirse de todo como debía y tratando de recordar siempre los nombres de todas las aves que sobrevolaban los techos de zinc de los ranchitos de Petare. Nada sería lo mismo, nunca más volvería a pelearse con sus primos por cuál canal poner, ni podría tratar de tumbar mangos todas las tardes después de almorzar. Nunca más vería a las coreanas que vendían los útiles escolares en el centro comercial Morichal o besaría extraños en la escaleras de Casa Grande, después de haberse tomado mil shots de ron sin pensar en su propio bienestar. Nunca más tendría una de sus aventuras en metro con Santiago o iría a algún concierto de punk con Valentín. Probablemente se cumpliría su sueño de no ver a Emilio más nunca en su vida y más que todo eso le pesó. Elena nunca pensó que dejar Caracas sería tan complicado, que extrañaría tanto cada una de esas cosas a las que realmente nunca les había prestado tanta atención, pero que formaban parte del rompecabezas que la unía a ella misma. Elena odió pensar en todos esos recuerdos y sentir que no los aprovechó lo suficiente en su momento, porque pensó que le durarían por siempre.
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Los zamuros se comen la basura del pueblo
La risueña colorada era una carajita que se paseaba en las tardes por las calles de Prados Del Este. Elena la veía con sus ojos caídos azul celeste, escarbando en la basura como zamuro buscando restos de comida y de buen augurio. Venezuela había cambiado desde hace mucho tiempo, ya no se veía a la niña risueña colorada caminando por las calles de Prados Del Este con su perro y su gato y su pluma fuente. Mamá Elena decía que los niños ya no podían crecer en Venezuela, porque estaban todos destinados a morir con pena. Pena de muerte irrevocablemente dictada por un burro de dos patas, que no lo pensaba dos veces antes de comprar un reloj último modelo o un helicóptero con pelos.
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Los maracuchos no son tan ordinarios como decía mamá Elena
Cuando Elena era pequeña, mamá Elena siempre le decía que los maracuchos eran los venezolanos más ordinarios del país, después de los llaneros. Por supuesto, siendo mamá Elena una gocha por excelencia no hacía más que despotricar contra el resto de las regiones de Venezuela. Pasaba horas explicándole a Elenita por qué ella jamás debía casarse con un maracucho, haciendo una lista casi interminable de razones por las cuales los zulianos eran tan ordinarios. Elena por mucho tiempo creyó que todo esto era cierto, después de todo mamá Elena era su mamá y ella sabía más que nadie en este mundo, después de Jacinto Convit y Chávez. Pero un día a Elena le sucedió una de esas cosas a las que coloquialmente le dicen "escupiste para arriba y te cayó el gargajo encima", puesto que Elena se terminó enamorando de un maracucho en la mitad de un concierto de Guaco, en el que honestamente ni ella sabía por qué estaba ahí. Ni Gustavo Aguado pudo haber presenciado un amor tan puro como el que Elena le profesó a Daniel, aunque dos días después él se fuera del país y la dejara como pajarito mirando a San Felipe.
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Los Burgueses y Bohemios que eran más Burgueses que Bohemios
Hubo una época en la Venezuela cuando Elena era pequeñita, en la que la sociedad venezolana se distinguía entre burgueses y bohemios. Eran personajes que intentaban encajar siendo distintos, mostrando de alguna manera sus dones o cultura general con respecto a temas que al "ciudadano de a pie" ni siquiera le interesaban. Se meneaban en sus fiestas, con tragos cuyos nombres jamás podrían pronunciar y hacían marcas de ropa como si montar un negocio fuera un pasatiempo. En algún momento de su vida Elena idolatró a los burgueses y a los bohemios, con sus vidas extravagantes y su música indie. Deseó intensamente crecer para convertirse en uno de ellos, viajando por Nueva York y cualquier otro lugar caché que terminaba siendo parte de un mismo caos, solo que sin comunismo o Chávez de por medio. Cuando Elena creció, comenzó a darse cuenta quiénes eran realmente estos personajes, que aunque se hacían llamar burgueses y bohemios, eran simples caraqueños que no tenían más nada que ofrecer excepto su critica al último disco de Björk o una enigmática reseña acerca de la última peli de Lars Von Trier, como si lo hubieran escrito ellos mismos
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Elena se encontró con el Diablo y era ella la que estaba en pantaletas
- ilustración por David Palma -
En Venezuela la gente solía decir, como un presagio de mal augurio, que el diablo se te iba a presentar en pantaletas.
Como siempre Elena analizaba detalladamente todas las mariqueras que le decía la gente, porque en Venezuela al final nada tenía mucho sentido. Todos los refranes y dichos parecían cuentos de abuela, pero escritos por Gabriel García Márquez en Macondo.
Cuando a Elena le dijeron por primera vez que el diablo la iba a visitar en pantaletas, su primera conclusión fue que el diablo era mujer o quizás transexual, porque claro, como todo lo que venía de la religión católica siempre tenía que condenar a las mujeres a ser las malas de la película.
Luego, Elena pensó que en su caso la que estaría en pantaletas sería ella, porque según su abuela Elena el diablo siempre venía de noche mientras la gente dormía y Elena tenía la mala costumbre de dormir en pantaletas.
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Ladra Elena, Ladra
Elena no sabía decir que no, siempre quería complacer a todo el mundo. Un día Elena se ladilló de los mensajes de whatsapp, de la gente, las llamadas por teléfono, de las excusas de Emilio (por enésima vez) y de Venezuela como tal. Elena quería ladrarle a todo el mundo, como un perro rabioso sin cesar. Quería mandar todo a la mierda y nunca dejar de ladrar.
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Convirtiendo el guayabo en dólares
- una historia para Kale que siempre me daba buenas ideas para escribir sin darse cuenta -
El proceso creativo de Elena siempre tenía el mismo punto de partida: el guayabo. Era como gasolina para que las ideas más creativa surgieran dentro de su ser y encontraran la medida perfecta en palabras para ser expresadas en un papel.
Elena entendió que estaba condenada a buscar su propia tristeza y usarlo como carbón para la leña, porque si Miguel, Emilio o Santi no la querían, ella amaría todas las pequeñas cosas que ellos no veían.
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Los comediantes venezolanos no le daban queso a Elena
Led Varela le daba muy poco queso hasta que comenzó a hablar acerca de la igualdad de derechos
Parecía como que aceptar que una mujer también era un ser vivo era como si se hicieran una lipo Les quitaba toda la fealdad que tenían y hacía que todas las mujeres los vieran mucho más ricos
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El hipódromo de tu tío que quedaba en Mérida
Cuando nos veíamos
caía la birra del cielo
se estremecían las calles
y los cerdos
las campanas de las iglesias
dejaban de sonar
y tus brazos con los míos
se agarraban sin cesar
Escuchaba los golpes
galopantes
como si en mi pecho
existiera un hipódromo gigante
y tú saliste volando
con las birras
con el ron
Y con tus manos como
100 pajaros volando
en la cordillera de Los Andes
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Un poema para ti que no tienes bolas
Eres un guevón del adjetivo calificativo proveniente de mi corazón No es porque tengas el guevo grande Ni porque tus pelotas sean del tamaño de la barriga de Akapellah en achantadera y panzón Es que eres un pendejo que te crees la gran vaina y ni siquiera tienes suficiente carne para una arepa de queso con chicharrón
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Vista Alegre no era tan alegre después de todo
A Elena le parecía curioso cómo algunas partes de la ciudad tenían nombres tan irónicos, mientras soñaba despierta con los fantasmas burlones de personajes históricos rompiéndose en pedacitos para formar los edificios. Había lugares irremediablemente pintorescos, aunque otros estaban tan hechos mierda que daba pena aunque sea insinuar que algún día podríamos ser una potencia. Vista Alegre era uno de esos lugares, ¿qué coño podría verse alegre en esa zona para que la hayan llamado así? Elena pensó que seguro algún pervertido de la época de antaño vio una nalga de una señora en el aire y le pareció que la vista era bastante alegre y bastante reconfortante. Después de todo, lo que pone feliz a la gente aquí es el sexo, el alcohol y la piscina de Sonia.
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